10

Nos habíamos acostado, tal como Zander había impuesto, cerca de las doce del día humano. Había perdido la cuenta de las horas que habíamos llevado despiertos, pero estaba seguro de que eran más de cuarenta y ocho horas. Después de mi visita a Carim, la noche no había sido buena, había dormido menos de siete horas, pero los sueños habían vuelto justo después de que volví a usar mi don.

Como siempre. Por eso lo odiaba, porque él me lo había dado.

Misha. Ella también había aparecido en mis sueños como un doloroso recuerdo, con sus palabras siseadas, el tic de su cuerpo por los castigos que recibía, y el dolor colándose por su boca, susurrando mi antiguo nombre y recordándome que no había podido salvarla.

La locura, Uriel, te atacará… la locura… como lo hizo conmigo, te atacará, matarás. Matarás. Matarás. —Su voz siseando mientras se balanceaba de un lado al otro arrancando mechones de su cabello—. La locura. La locura. La locura nunca te abandonará

Había siseado eso hasta el día que me pidió piedad, hasta el día que con tan solo quince años retorcí su cuello finalizando con su tortura. Aún podía ver la imagen de su cuerpo cayendo, la sonrisa en sus labios blanquecinos, y la sensación de soledad devorándome de nuevo.

Eres un bestia asquerosa… y repugnante. No puedes ganar…, la locura…, la oscuridad… Nunca debiste haber nacido…, nadie te quiso y ahora, ahora solo me tienes a mí, cachorro. A mí. Seré tu amo y tu señor…, eres un perro de la calle al que ni su propia manada defendió. Nadie vino por ti, ¿entiendes eso?

Looper.

¡No!

—¡Looperrrrrrrrrrr! —grité hasta que mis pulmones dolieron.

—¡Despiértate, Leiden! —El grito me devolvió al presente.

—¡Maldición, lobo, debes volver! —gruñó una voz conocida.

—¡Vuelve, Leiden!, escúchanos…

Abrí los ojos y me senté de un solo movimiento. Tenía la piel perlada por el sudor, y mis ojos tardaron un poco en acomodarse a la luz de la habitación. Parpadeé varias veces hasta que vi a Furcht, frente a mí, apretando los caños de la cama a tal punto que creí que los quebraría. Hass no estaba mejor, ni mucho más lejos. Estaba a unos pasos al lado de mi cama.

—Se ha ido… —dije.

—¿Has vuelto perro? —murmuró Furcht, que respiraba con dificultad y lucía preocupado. Lo miré y asentí sin molestarme por que me llamara perro.

—¿Estás con nosotros? —La voz de Hass dejaba entrever qué tan mala había sido la pesadilla. Habían notado mi desesperación, mi dolor y allí estaban, brindándome la fortaleza mental para que la locura no me tomara.

—Sí.

—Compruébalo, te he llamado perro y no me has gruñido. Te queremos con nosotros… —Furcht fue el primero que se marchó. Hass me echó un vistazo y lo siguió.

No había vergüenza, ni degradación. No me juzgaban, tan solo estaban preocupados y compartían mi dolor, como hacía muchos años. No había nada que nos ocultáramos. Ellos sabían lo que representaban para mí esas pesadillas porque habían visto dentro de mi mente. Mi lobo no había bloqueado aquello, los había dejado ver mi pasado y ellos lo habían atesorado en sus memorias, sin ni siquiera nombrarlo una vez; conocían mi dolor, porque también era su dolor.

Y lo que era más importante…: ellos sí habían venido por mí contradiciendo a Looper. No importaba dónde estuvieran, si debían usar portales, abandonar una hembra, ellos siempre habían estado a mi lado para cuando lograba salir de las pesadillas sintiéndome débil e indefenso, y eso me hacía fuerte.

Me levanté molesto, no con ellos, si no conmigo. Con la sensación de que la muerte no nos dejaría en paz por mucho tiempo. Los sueños habían dejado una nebulosa en mi mente. Aquello que estaba atacando a las mujeres…, ellos creían que nadie iría por ellas. Pero se equivocaban.

Nadie conocía mejor el dolor y el abandono que nosotros.

Nadie.

En mi mente se coló la imagen de Carim y noté que parte de mi preocupación se basaba en que aquello que estaba cazando oscuros, podía cazarla. Prefería a las hembras, y había una gatita en particular, que estaba metiendo el hocico en un lugar peligroso.

¿Conocen el dicho «la curiosidad mato al gato», verdad?

Bueno, creo que no hay una mejor descripción a lo que ella estaba haciendo y aquello socavaba mis nervios. Ella no conocía lo que el mal podía hacer.

Yo, sí.

—¿Estás bien? —me preguntó mi hermano mientras caminaba sin rumbo hacia la sala de armas.

Furcht estaba apoyado en el vano de la puerta con los poderosos brazos cruzados sobre el pecho como si la herida abierta desde su codo hasta su hombro no significara nada para él. Aun así, su brazo aún supuraba un líquido rojizo y lucía asqueroso. Tampoco se lo veía descansado, su cabello caía alborotado en su rostro y tenía una barba de dos días.

—Sí, tan solo es que no pude dormir bien.

—Lo sé —afirmó— pero lo superaremos como siempre; somos tres contra él, además no te culpo. Todo esto es una mierda —gruñó arrojando una de las pesas que usaba para entrenarse al piso, haciéndola rodar hasta que quedara debajo de uno de los muebles—. Nos tiene alterados a todos y me molesta, no puedo creer que hayan lastimado a tantos sin que la S.A. se haya enterado.

—¿Dudas de la Asociación… o de Vatur? —pregunté levantando una ceja.

—No —dijo señalándome con el dedo de forma acusadora, sus rasgos intensificándose, y su quijada cerrándose como si fuera metálica—. No metas a Vatur en esto, ella no tiene nada que ver con lo que los seres hagan en la tierra.

Caminé hasta la computadora holográfica y la encendí ignorando el relampagueo en los ojos de mi hermano.

—Es cierto, pero si alguien se infiltró, tenemos problemas graves —gruñí en respuesta. Mantuve mis ojos sobre la pantalla, pero sabía cómo se verían sus ojos. Totalmente fríos como el hielo.

—Preparé café —dijo, y lo observé un momento.

—Está «tomable», si es lo que te preguntas —me soltó descruzando los brazos y tumbándose en el sillón—. Hass ha ido por algo de comer.

Puse mala cara; que el íncubo dijera que buscaría algo de comer nos dejaba con la duda de si sería su hambre la que saciara o él…, mejor no pensarlo.

—Esperemos que traiga algo bueno.

Nos reímos ante la idea. Hass siempre había tenido problemas de control, pero últimamente su instinto por fecundar hembras lo había metido en muchos aprietos. Varios de ellos nos habían acarreado problemas con familias importantes de oscuros. No importaba que hiciera, siempre terminaba metido en líos.

—Debemos entregar un informe —dije y me fui por una taza.

—Nos encontraremos con Z —me informó.

Volví con él a la sala y me observó el pecho como si pudiera ver a través de la tela.

—¿Cómo está tu herida?

Le eché un vistazo y torcí la boca. Dolía un poco, pero estaba mejor, al menos ya no supuraba. Sentía un leve escozor en los bordes de piel, como si buscaran juntarse pero no lo lograban.

—Mal, creo, o bien, depende de cómo la mires, al menos no supura. —Él echó un vistazo a su propia herida y descartó mi preocupación con una sonrisa—. Zander dijo que vendría.

—Lo sé, y lo hará, pero Vívika está de guardia hasta dentro de una hora y está investigando la posibilidad de que alguien esté filtrando información, por lo que no le pareció conveniente sacarla de allí, poniéndola en evidencia. Todo el mundo sabía que iríamos, o al menos la mayor parte del personal estaba al tanto, así que si corriera a curar a alguien, sabrían que éramos nosotros, pues Zander no enviaría a Vívika por cualquier oscuro lastimado, sobre todo desde que ella está al mando del área del hospital…, así que se retrasará un poco.

—Sí, eso les daría una buena idea de cuánto sabemos; tal vez no sepan que hemos desbaratado el almacén.

—Tal vez. Pero por las dudas, es mejor no ponerlos en aviso y dejar que crean que no encontramos nada.

Observé con mala gana los informes que Zander había enviado.

Había un informe que terminó por llamar toda mi atención. Habían detectado irregularidades en la llegada de unas cargas y no había descripciones, solo un nombre de un humano que había sellado la entrega.

Comencé a redactar el informe de forma sistemática. Pasaron cinco minutos, mientras tecleaba los datos suministrados por la mente colectiva de los tres, detallando cada cosa que el otro había notado o visto.

—¿Qué has sabido de Carim? —Levanté la vista de la pantalla para enfrentar los ojos de mi hermano.

—¿Qué hay con ella? —pregunté a la defensiva.

—¿Le has preguntado a Z qué hacía ella allí?

—Todavía no… —admití.

—¿Crees que esté implicada? —preguntó y se dejó caer de forma perezosa en el sillón.

—No, ni por un pelo, ella estaba investigando algo, aunque creo que está relacionado con la sangre.

—Deberías preguntar…, ¿no crees?

—Hass está aquí.

Al instante la puerta se abrió. Hass traía una bolsa de papel en su mano, una sonrisa en su cara y el olor a sexo pegado en su piel.

—¿Cómo estuvo el desayuno? —pregunté.

—Genial, les traje esto chicos, invitación de la casa…, o más bien de la nena de esa pastelería.

—Ya imagino cómo le has pagado…

—No, no te lo imaginas —me respondió de una forma lasciva—. ¿Has terminado con los informes?

Miré a mi hermano por encima de la pantalla.

—¿Por qué? ¿Te has quedado con ganas y vienes a por nosotros? —Lo chicaneé, rodó sus ojos descartando la idea.

—Más quisieras…, tenemos tiempo para las apuestas.

—Siempre listos —Furcht ya estaba de pie y se hizo sonar los puños—. Voy a patearte el culo Hass.

—Apuesto por ver eso… —dije y apagué la computadora un minuto después de enviar el informe.

Entramos a la sala de entrenamiento. No era muy grande, simplemente era una habitación de unos cuatro por cuatro, donde había bancos de ejercicios, pesas y unas cuantas poleas. En el centro había una improvisada zona de lucha. Hass se libró de su chaqueta y se acomodó el cabello. Furcht le mostró los dientes en un intento de sonrisa.

—A ver, chiquillas… —susurré mientras me dejaba caer en la barra inclinada. Crucé las piernas y entrelacé las manos por encima de mi cabeza—. Vamos a ver de qué están hechas.

Sin previo aviso, ni bien Hass pisó el área demarcada, Furcht lo embistió y rodaron en el piso… Sabía muy bien que Furcht podía matar a Hass en menos de un chasquido. En las categorías de los más temidos, allí se encontraban nuestros nombres, y, por supuesto, se encontraba Furcht por su habilidad de cambiar de forma. Los íncubos no eran muy poderosos en la lucha, pero mi hermano no se quedaba atrás. Le dio un rodillazo haciéndolo rodar, saltó sobre este como un felino, pero Furcht se movió un momento antes de que le estampara su puño en el pecho.

Pelearon por más de quince minutos.

La victoria había sido de Furcht, claramente. Un cambio de peso, y el cuerpo de Hass había impactado contra un poderoso cambiaformas.

Una hora después, en la puerta se oyeron los golpes del centinela. Zander llegó en horario. Venía acompañado por Vívika y Nicolás.

Sí, Nicolás.

Mierda, y santa mierda.

—¡Oh por dios…, Leiden! —Vívika maldijo en voz baja mientras se abría paso entre los dos hombres y se arrojaba contra mí, me empujó a un sillón y abrió su maletín—. Puedo oler la podredumbre desde aquí.

—Centinela Ikkar —dije mientras sonreía a Vívika. Sabía que Nicolás no estaría aquí si no fuera algo importante.

Oí los pensamientos de mis hermanos; eran tan caóticos como los míos. Lo que enfrentábamos era mucho más grande de lo que creíamos. Vívika, bueno, esa era la otra palabra que se repetía.

—Quítate la camiseta ¡Ahora, Leiden! —Vívika se giró para darle una mirada asesina a Zander—. ¡Dijiste que no eran heridas graves! —le reprochó a su pareja, que se cruzó de brazos sin siquiera responder.

—Ellos dijeron eso —murmuró como un niño.

—¡Sí! Bueno, ellos siempre dicen eso, Zander Unripe. Sí, lo dijeron; ahora bien, mírale el brazo a Furcht. ¿Te parece que no es nada? —Furcht boqueó, pero Vívika le apuntó con un dedo antes de que respondiera—. Y ni me digas lo que imagino… ¿Han estado luchando? Me alegro que al menos este —le dio un golpecito a mi herida haciéndome gemir— no lo haya hecho. ¡Maldición, chicos! ¿Por qué no me avisaron? No traje lo necesario…

—Nicolás, siéntete como en mi excasa —murmuró Zander.

—Hola chicos —dijo cuando Vívika dejó de amonestar a Zander. Estaba dicho que no éramos los únicos que le temíamos—. Lamento interrumpir de este modo, pero debía hablar con ustedes.

—Tomen asiento —Hass acomodó una sillas y todos nos sentamos en un circulo. Yo, aún con Vívika colgada de mi herida.

Por un instante percibí la mirada de Nicolás sobre mí, que caía como una roca sobre mi cuerpo. Me concentré en la herida que Vívika me curaba y no pude hacer más nada que tensarme.

—Leiden…, deja de estar tan tenso, necesito verte la herida, así que relájate. —Vívika tocó mi herida y me tensé aún más. La miré con mala cara, y ella me mostró los dientes. Nunca la lastimaría, pero eso no me impedía gruñirle. Rendido me recosté del mejor modo que podía—. ¡Oh por la diosa!, ese maldito te hizo mucho daño, ¡mírate! —murmuró indignada.

—Estaré bien…

—No me hables como a una cachorra, sabes que estás mal… ¿Por qué siempre me avisan tarde? Esto no es grave, pero si lo fuera, estarías muerto…

Supe que el nerviosismo que se coló en su voz era más por lo que había visto, que por mi herida, así que hice lo que pude, y acaricié su hombro. Ella no debía sufrir por nosotros. Me sonrió en agradecimiento.

—Zander me ha dicho lo que han encontrado allí —la voz de Nicolás indicaba que le habían contado todo.

—Sí, no es más de lo que encontramos en el otro sitio; la única diferencia son las razas —dije apretando los dientes.

—Lo sé…, pero algo ocurrió. —Murmuró Hass—. ¿Por qué cambiar de víctimas?

—No lo sabemos…, pero sé que la sangre está implicada en todo esto. —Nicolás estudió a Hass.

—Es cierto —me echó un vistazo—. ¿Puedo tomar tu computadora?

Asentí mientras la piel del pecho me escocía.

—Esto es un secreto, pero visto que ya están involucrados en ello…, —Nicolás prosiguió a teclear unos nombres y claves, y nos volvió a mirar.

—Estamos investigando una posible conexión con el tráfico de sangre.

—¿Quién mierda puede querer eso? —La voz de Furcht era ronca, cargada de ira y recuerdos.

—Muchos —afirmó Nicolás apretando los labios—. Un humano que desee rejuvenecer, ganar inmortalidad…, brujos…

—O —dije y todos me miraron—. Algo nuevo e intoxicante.

Nicolás me estudió.

—Sigue…

—Sabemos muy bien que los oscuros no somos afectados por las drogas…, pero la sangre en muchos casos puede ser algo parecido.

—Eso implicaría… —Furcht se levantó de un salto maldiciendo y caminó hacia la ventana.

—Transferencia de poder —añadió Hass—. Eso les daría cosas que nos joderían aún más…

—Están en lo cierto. Aún debemos manejar la posibilidad de que sean humanos los que estén detrás de esto. No podemos fiarnos de nadie, ni de nada.

La charla prosiguió con los hechos ocurridos, detallando cada uno de los lugares y seres que habíamos encontrado. Nicolás aportó datos que no conocíamos y las cosas comenzaron a ensamblarse como un rompecabezas. Conocíamos todo aquello.

Vívika trabajaba laboriosa como una abeja sobre nosotros, y solo nos dejó levantarnos cuando estuvimos bañados en desinfectante y cubiertos con vendas, y la promesa de llamarla si algo nos ocurría. Luego de haber cerrado mi herida, siguió con Furcht y Hass, y no se detuvo, ni siquiera mientras gruñíamos. Vívika no había sobrevivido a este mundo por ser temerosa, en su interior el ser que había sido seguía intacto, y unida a Zander todo su poder y personalidad se incrementaba.

Cuando concluimos, Nicolás me apartó a un lado.

—¿Puedo hablar contigo? —preguntó tomándome del hombro. Misteriosamente los demás se marcharon del cuarto de un momento a otro con Vívika arreándolos a otra parte de la casa, así que lo observé y asentí.

—¿Qué ocurre? —pregunté cruzándome de brazos y enfrentándolo.

—Mira, lo haré del modo fácil…

—¡Ya!, lo resumiré por ti: aléjate de Carim, no la molestes; lo entiendo —respondí molesto.

Él me observó de un modo extraño, sonrió de lado y negó dejándome pasmado.

—No es eso —dijo casi con una nota de humor—. Sé lo de Carim, ella está en una misión allí ya que tememos que una gran cantidad de la sangre destinada a sitios como ese. En total hay más de veinte asesinos esparcidos por distintos sitios de la ciudad, y, bueno, ya sabes, no quería enviarla sola pero…

—¿Entonces por qué…?

—Porque enviar a Eva y Carim al mismo tiempo hubiera levantado sospechas. Así que cuando me enteré por sus hermanas que estabas allí, pensé que sería bueno que pusieras un ojo sobre ella.

¿Así que sus hermanas lo sabían, eh?

—No te preocupes, sabe defenderse.

—Lo sé, pero anoche unos tipos querían tocarla y terminó repartiendo golpes —dijo, y gruñí ante las palabras de Nicolás—. Sé que fue después de que te marcharas, eso también lo sé por sus hermanas. El problema es que su coartada podría quedar expuesta si comienzan a pensar que se defiende mejor que cualquier hembra normal.

—Eso implicaría entrenamiento —añadí.

—Y eso los haría sospechar. Puede que no sea nada, pero las desapariciones de las hembras que han matado últimamente son casos repetidos: una camarera nueva, una prostituta, una mujer solitaria, una loca.

—Personas a las que nadie extrañaría —admití.

—Correcto y nadie las buscaría por mucho tiempo; por lo tanto nunca despertarían sospechas.

—¿Quiénes? ¿Quiénes fueron? —pregunté imaginando a Carim siendo manoseada—. Los machos… ¡Voy a matarlos! —espeté de golpe y mi puño se estrelló contra el muro. Él sonrió de lado y sus ojos brillaron como si de pronto confirmara algo, algo que sabía pero no podía decirlo con certeza hasta ver mi reacción.

—No lo sé, creo que ni ella lo sabe: los tipos no volverán a entrar allí, pero habrá otros.

—¡No, no, no los habrá!

—Bueno, eso será difícil… —él aún sonreía. ¿Por qué mierda sonreía? Quería borrarle la sonrisa de un golpe. No habría otros.

—¿Por qué no los detuvieron?

—Los tipos parecían drogados. Carim tiene la sospecha de que es la sangre.

—¿Crees que el negocio de la sangre está enraizado allí?

—No lo sé. Quiero que te reúnas con Carim y planeen algo.

Ahora me tocaba a mí reír.

—No creo que ella sea feliz con ello —siseé.

—Eres su guardaespaldas ahora, así que más le vale ser feliz con ello. Te aseguro que me deja más tranquilo saber que estarás allí, esto no podría ser mejor. Temía por ella allí sola, pero ahora que sé que tú estás allí, es lo más confiable.

—Si tú lo dices, dudo que ella sea feliz.

—Quiero que planifiquen un modo, algo que sea sutil. Por lo que Zander me dijo, son asiduos a ese lugar, así que tú no resaltarás, mientras que ella…

—Resalta… créemelo. Ella es… no sé. —Me froté la frente intentando buscar una descripción—. No pertenece allí —aseguré, y él colocó una mano en mi hombro.

—Sé que la protegerás…; además, no es la primera vez que la salvas —murmuró, y sonreí nuevamente.

Nicolás se marchó quince minutos después. Había quedado en pasar a buscar a Carim una hora antes del comienzo de su turno.

—Su guardaespaldas —murmuré frente al espejo del baño mientras terminaba de afeitarme.

—Vas a erizarle los pelos a esa gata… —se burló Hass cuando pasaba por allí.

—Ten seguro que lo haré…, eso dalo por hecho —prometí.