8

Había pasado más de dos horas con esos tipos y lo único que había conseguido era:

A) comprobar que mis tetas no eran pequeñas, como yo pensaba; al menos, eso no les importaba a ellos.

B) el interés de ellos pasaba por cuantos tipos podía soportar en una sola noche y muchas insinuaciones que relacionaban mis agujeros con sus penes.

C) la más indignante, que me habían tocado el culo, por lo que Joe se les había ido encima; yo recibí un golpe en mi mejilla cuando me empujó alejándome del revoltijo de extremidades y todo se desmadro.

Sabía que estaban drogados, debía investigar sobre eso, y sería una de las primeras cosas que haría al llegar a casa. Debía entrar a la base de datos de la Asociación para comprobar cuáles eran las drogas que podían drogar a dos cambiantes zorros y un cambiante mofeta.

Sí, asqueroso, lo sé.

El sol me recibió con una suave lamida sobre mi piel cuando pisé la acera. La gata en mí se regocijó al sentir la temperatura. Hoy sería un día ideal para retozar, seguramente terminaría llamando a Eva y a Nina para unas horas de juego.

Me metí en el coche, notando como las demás se marchaban también; algunas me saludaron con la mano, bastante animadas.

Una vez que la pelea había comenzado, uno de esos tipejos había intentado golpear a una de mis «nuevas» amigas. Me había interpuesto entre ellos, había golpeado al tipo, sorprendiendo incluso hasta Joe. Había repartido golpes ida y vuelta, no permitiría que nadie saliera lastimado hoy…, y bueno, así me había ganado mi reputación de guerrera, por lo que todas me sonreían ahora.

Por otro lado, Leiden no había vuelto, lo que me había molestado aún más. No sabía aún por qué, pero lo hacía.

Esperaba verlo, aunque no me eligiera.

¿Qué mierda pasa conmigo? —grité en la soledad de mi coche.

Sentir la aceptación del deseo de verle, me enojaba.

Mi teléfono vibró ni bien pisé la estatal.

—¿Cómo estás? —La voz de Nicolás del otro lado sonaba firme, sin emoción.

—Bien, he sobrevivido a cosas peores, Nicolás, no necesitas controlarme.

—Eva se sintió rara a comienzos de la noche… —dijo, y pensé en Leiden, cuando descubrí que era él aquel macho que encendía a mi gata—. Dijo que estabas agitada, molesta —Leiden, Leiden, y más Leiden—, pero luego el sentimiento disminuyó hasta que sintió una necesidad de buscarte. Decía que estabas triste —eso pasó cuando se marchó y me sentí vacía—, como si no quisieras estar sola… ¿Carim? ¿Me escuchas?

Sí. ¿Cómo no hacerlo?

Claro que lo escuchaba, pero mi boca estaba seca. No quería desearlo, no quería saber nada con él pero mi gata gruñía lo contrario. Elevé los muros de mi mente para que mis hermanas no pudieran hurgar allí. Necesitaba la privacidad de esos muros, contener mis pensamientos hasta que supiera qué iba a hacer con esos sentimientos encontrados.

Se sentía raro, nunca había encontrado ni un motivo para hacerlo, pero ahora…

—Carim… —gruñó.

—Estoy aquí, estoy cansada, tengo algunos indicios. Nicolás, te repito, no soy una niña y dile a las metiches que se metan en sus propios problemas, no las quiero hurgando en mi mente. Te daré un informe detallado ni bien bañe y me conecte a la Web, ¿está bien? —solo deja de molestarme; eso era lo que deseaba decirle pero no lo hice. Nicolás se mantuvo en silencio y comprobé si el móvil se había apagado pero no, estaba encendido—. Eso es todo, tan solo quiero descansar.

—Está bien, hazlo.

—Gracias —gruñí y cerré el teléfono como los muros que se estrechaban alrededor de mi mente.

No las quería ahí. No las quería viendo cómo me derretía por él. Era humillante. ¡Demonios! Incluso escucharlo de la boca de Nicolás me había incomodado.

Pisé a fondo el acelerador pero mi mente me exigía hablar con alguien más. Vívika.

Ella era la solución, necesitaba saber por qué sentía esto… ¿Por qué? Algo en mi interior me decía que sabía lo que era, lo sabía desde el día en que lo había visto por primera vez, lo conocía, pero no me atrevía a preguntárselo a nadie más.

Llegué al apartamento que compartía con Eva en menos de quince minutos. Detuve el coche en el estacionamiento y me quedé allí.

Sí, me escondí, ¿vale?

Moví el espejo retrovisor para comprobar mi imagen. Lucía cansada, tenía la boca reseca y todavía tenía una leve marca en mi mejilla por el golpe, que pronto sanaría.

Pero lo que más me preocupaba era saber qué hacía él allí.

Tomé mi teléfono y le dije en voz alta al sistema de marcación rápida el número de la única gata emparejada que conocía. No había posibilidad de llamar a mi antigua casa, pues allí las parejas se formaban por dos de su misma especie, no había mezclas de razas. Y lo mío sería algo casi prohibido, algo que no debería pasar, no por nada me había mezclado intencionalmente con cualquier ser menos con gatos… en mi cama.

—¿Sí?

—¿Vívika?

—Ella habla, ¿quién es? —preguntó cortante.

—Viv, soy, soy Carim.

—¡Oh!, Carim —su voz se suavizó—, ¿estás bien?

—Sí, no, no lo sé, ¿podemos hablar?

—Claro cariño, ¿qué ocurre?

—Debo preguntarte algo, un tanto personal, ¿sabes?

—Bien, espera. —Escuché como daba un par de indicaciones y cerraba una puerta. Ella debía de estar aún en la S.A.—. Bien, estoy lista y sola en mi despacho. ¿Qué ocurre?

—Sabes, Viv —tartamudeé—, yo vi a Leiden hoy.

—¿A Leiden? ¿Te estaba molestando?

—No, no…, no es eso, yo, lo que quiero saber es… pasó algo hoy… sentí algo por él…

—¿Qué sientes? —preguntó, como si estuviera analizando un caso.

—¿A que te refieres con cómo qué siento?

—Estuviste con él, ¿cierto?

—¡No dormí con él! —respondí con la voz un poco chillona.

—No me refiero a eso, estuviste cerca de él…

—Sí, y estoy confundida, sentí cosas. Y no es la primera vez. —Me cubrí el rostro con una mano aun sabiendo que ella no podía verme. Era la primera vez que lo confesaba abiertamente.

—¿Y tu gata? ¿Ella que siente? ¿También lo ha sentido antes? —¡Demonios sí!, ella había sido el primer indicio—. ¡Oh!, por la diosa, Viv. —Puse una mano en la frente sintiendo como mi gata martillaba dentro de mi cabeza—. Ella está alterada, yo lo estoy…, y no es la primera vez que lo siente tampoco.

—¿Cómo se siente cerca de él?

—Debería decir dominante…, feroz…, completamente desbalanceada…, con necesidad de marcarlo… —Listo, lo había dicho.

Vívika se quedó unos minutos en silencio aunque la escuchaba respirar.

—¿Puedo saber hace cuánto sucede esto?

—¿A qué te refieres? —pregunté sintiendo que mis mejillas ardían.

—Mira, cuando vi a Zander, bien sabes que estaba muy cerca de Nicolás, y él me generaba protección, pero mi gata se negaba a tomarlo. En cambio, cuando conocí a Zander, la gata fijo sus ojos en él y por más que quise negarlo, desde el primer momento que lo vi lo supe…

—Yo también lo supe, hace unos meses, en el ataque. ¿Crees que él lo sepa?

—Estoy segura de eso, pues los muchachos no dejan de quejarse de su fijación por ti, aunque no tengo muy claro cómo es el sistema de emparejamiento que tienen los lobos. Imagino que Leiden no quería forzar nada.

—No sé que hacer… —confesé.

—Haz lo que sientas, acércate a él, dale la oportunidad, Carim. Sé que crees que Leiden es un soberbio que solo quiere hacerte sentir indefensa; pero ahora que lo pienso, creo que el día del ataque su lobo lo supo, tal vez no el hombre en él, y por eso es que quiso protegerte.

—Él me trató como una niñita, quería que metiera mi trasero adentro yendo en contra de todo lo que soy —siseé.

—¿Y no es acaso lo que todos los machos hacen con sus compañeras? Evitar que salgan lastimadas, intentar protegerlas. —Era la primera vez que me detenía a pensar en sus actos como algo más que una forma de menospreciarme—. Piensa bien qué sienten ambas con él, y si la respuesta es la misma, no hay nada que puedas hacer, Carim, más que tomarlo.

—Gracias Viv…

—Tranquila cariño, si encontraste a Leiden donde imagino que lo has hecho… te cuidará, y por una vez en la maldita vida tendrá una buena excusa para dejar de meterse en esos antros de mala muerte… Ya quiero verle la cara, ya que se negó a que le buscara una cita y se fue a lo de esa Madame —dijo con cierto asco en la voz— sin saber que corría a tus brazos. Eso lo dejará pensando en algo.

—Va seguido por allí, lo sé —admití.

—Yo también, pero créeme, Leiden puede correr a los brazos de las hembras que se le den la gana, pero nunca logrará calmar esa sed por ti. No es lo mismo, puede calmar su cuerpo pero su lobo maldecirá cada vez que lo haga.

—¡Voy a matarlo si lo hace! —chillé, y ella rio en respuesta.

—Ayúdalo a salir, Carim, él te necesita aunque tal vez solo su lobo lo sepa…, pero es un hijo de puta arrogante y terco y se negará a admitir algo como eso.

—Gracias.

—Ya, no hay por qué, llámame luego, ¿está bien?

—Dalo por hecho.

Corté la comunicación y noté que estaba más tranquila. Mi gata se mofaba de mí y casi podía sentir cómo me sacaba la lengua. Tomé conciencia de lo que habíamos hablado y sentí la tranquilidad de saber que alguien, Vívika, había oído mis tristes palabras sin una gota de desconfianza ni desagrado. No me había juzgado, tan solo había sido, objetiva.

Me bajé del coche con mucha calma y me quité los zapatos de tacón que me había torturado los pies toda la noche. Bostecé en el camino hasta el ascensor y aproveché aquel instante para volver a comprobar mi imagen. No debí haberlo hecho. Al mirarme a los ojos pude notar la gata fluyendo en mí y no era momento para eso.

Entré al apartamento y hallé a Eva junto a la ventana.

Su rostro era sombrío, tenía la mirada extraña y parecía que no había pegado un ojo en toda la noche.

—¡Oh, por la diosa! ¿Estás bien? ¿Te encuentras bien? —Sabía que vería el golpe en mi mejilla, pero además parecía molesta.

¿Por qué todo el mundo me pregunta lo mismo?

—Por supuesto que estoy bien —dije levantando el mentón obstinadamente. Su mirada denotó algo distinto—. ¿Qué? ¿Qué me miras así? —pregunté malhumorada—. ¿Qué mierda le pasa a todo el mundo hoy que me pregunta si estoy bien? ¡Por supuesto que estoy bien!

—Carim, yo…

—Sí, sí, tú y Nicolás, y seguramente Sal también me preguntarán lo mismo cada día. Estoy bien, ¿entiendes? ¿Cómo debo decirlo? —Me giré mostrándole mi cuerpo, haciendo un giro completo para que me viera.

—¿Por qué cuernos estás tan cabreada? —preguntó con un gruñido, cruzándose de brazos.

—¿Por qué? Bueno, porque todo el mundo se empeña en tratarme como si fuera una cachorra, por eso. —Su boca se abrió pero no dijo nada y en ese mismo instante di por terminada la conversación.

Me marché a mi cuarto a paso firme y no miré hacia atrás.

Estaba cansada de que todo el mundo me soltara el mismo rollo. Irónico, ellos me enviaban allí y luego se preguntaban si estaría bien; por supuesto que estaría bien que no me liara con veinte tipos en una noche, o que pasara más tiempo sobria que ebria no quería decir que fuera una total y maldita nerd.

Encerrada allí, dejé que mi mente analizara todo. Cada imagen, cada olor. Debía entregarle un informe completo a Nicolás; no sabía para qué se lo había prometido.

Bien, me senté a los pies de la cama dejando que mi cuerpo se relajara y analizara. Había visto el modo de actuar de cada una de ellas. Había cinco bailarinas que trabajaban en la zona privada, y yo solo conocía dos.

Luego había otras dos en los caños, y un par que trabajaban como yo de mesa en mesa. Eso me daba un total de nueve hembras.

Luego estaba la Madame Laicot, quien parecía muy calmada, casi como la imagen de las abuelas de las películas. Ella regenteaba el lugar y estaba al tanto de cada uno de los movimientos.

En la puerta estaba Joe, quien mantenía a los hombres a raya, y había notado a tres tipos más, uno de ellos escoltaba la puerta trasera, mientras los otros dos se ubicaban de forma despreocupada en el bar y a la entrada a los baños…, pero lo más significativo era la puerta trasera.

Mi mente se detuvo en ese detalle.

En un principio había imaginado que allí estaba la zona privada, donde las hembras ofrecían un servicio completo; pero pensándolo bien, muchos de los que pasaban por allí, eran, machos…, era la zona que estaba más aislada y protegida de todo el lugar, al menos era más privada que la zona en la que yo había estado con… Leiden.

Tragué con fuerza.

La sonrisa masculina y esos ojos vivaces se colaron en mi mente nuevamente.

Recordé las palabras de Vívika: «puede acostarse con tantas como quiera pero nunca saciará su sed de ti».

Mió.

Me tumbé en la cama y, sin pensarlo, su perfume volvió a mí. Era como una fragancia absorbente a hombre, a placer… encima mío aquellos ojos exóticos de lobo me observaban. Él yacía encima de mí y su peso no me molestaba; al contrario, sus brazos me apretaban contra el colchón de una forma agradable, quería acariciar su musculosa espalda, pero no me lo permitió. Sus manos tomaron las mías posándose justo junto a mi cabeza. Leiden aún me miraba… como si con sus ojos pudiera devorarme, retenerme. Un gemido se atascó en mi garganta mientras contenía la respiración. La protuberancia de su carne se apretó contra mí y sentí su necesidad latente, su hambre que respondía a la mía; mis pechos se amoldaron a la dureza deseando más, forcejeé para tocarlo pero no me soltaba.

Déjame tocarte…, por favor.

No habló.

Simplemente negó con la cabeza en un gesto lobuno. Su boca viajó hasta mi cuello, sus dientes apresaron parte de la piel de mi hombro y luego su lengua recorrió el camino hasta mi clavícula…, y otro gemido se disparó en mi mente y se escabulló entre mis labios entreabiertos. Me encorvé cuando su boca viajó un poco más abajo…, entonces él…

—¿¡Carim!? ¿Qué ocurre? ¿Carim? —El golpeteo en la puerta me aterró. Me senté de golpe y me abracé a mí misma.

Estaba jadeando…, ¡maldición!, y ¿cómo cuernos había terminado desnuda?

—¡ABRE LA MALDITA PUERTA!

—Estoy bien… —ella siguió aporreando la puerta de un modo que hasta las bisagras temblaron—. ¡Dije que estoy bien!

—No lo estás, cerraste el lazo, algo pasa. ¿Qué pasó allí? ¿Qué te hicieron? Mataré a cada hijo de puta que te haya tocado…

Por primera vez en mucho tiempo me alegré por ser tan precavida; el lazo estaba cerrado y los muros de mi mente contenían todo, incluso aquella fantasía.

¿Cómo había ocurrido?

Mi piel estaba perlada por el sudor…, ¡diosa santa! ¿Qué me estaba pasando?

—¿Carim?

—Déjame sola, Eva —repliqué con un tono de voz que dejaba entrever el cansancio.

Debía de ser eso. El cansancio me estaba matando, mi mente estaba agotada.

—Por favor…, créeme, nadie me ha lastimado, incluso repartí unos golpes, ¿vale?

Ella suspiró fuerte, para que la oyera.

—Hablaremos luego.

—Estoy, estoy segura de que hablarás con Nicolás: dile que el informe lo presentare más tarde, ¿de acuerdo?

—Bien, descansa.

La escuché marcharse y volví a concentrarme en mí.

Hallé mi ropa rasgada a unos metros de la cama. Me quedé observándola, como si no fuera mía; no recordaba habérmela quitado, mucho menos haberla desgarrado de ese modo tan… animal.

Me levanté como una flecha y corrí hacia la ventana.

Tal vez alguien había entrado y me había influenciado…

Deja de mentirte, me gruñó la gata y yo le respondí del mismo modo.

Comprobé que el pestillo estaba puesto, tal como lo había dejado. Comprobé cada borde de la abertura, pero no había ni una alteración, ni pintura saltada, nada. Estudié el cuarto, pero comprobé lo que ya sabía.

Estaba sola.

—Estoy delirando.

Amontoné la ropa negándome a estudiarla, sabía hacia quién me llevaría si lo hacía. Y ahora estaba cansada, más que antes. Mi cama no era gran cosa; a diferencia de las de los demás felinos, tan solo estaba levantada del piso por unos centímetros, y tenía una gran respaldar como repisa donde había fotos de mis hermanas.

Abrí la cama y las blancas sábanas de algodón egipcio de más de mil hilos me dieron la bienvenida. Acurrucarme en ellas era como una suave caricia. No como la que había fantaseado de parte de las manos de… ¡basta!

Déjalo fuera.

Me acurruqué y tomé la almohada con fuerza…

—Duérmete de una vez… —me ordené. El sueño me consumía entera, caí dormida al instante, aunque alcancé a percibir como si una mano se colocara dulcemente sobre mi cadera—. Duérmete, Leiden…, por favor —murmuré.

—Duerme, gatita —ronroneó.

Le hubiera dicho que hasta en sueños el maldito me llamaba así, para fastidiarme. Sabía que solo buscaba fastidiarme, pero no pudo, tan solo sonreí ante la sensación de saber que él estaba allí, sin problemas, sin pedir nada, solo él, para mí, y todo el cansancio de la noche cerró por fin mis ojos.