6

No podía terminar de creérmelo, estaba lo bastante avergonzada de estar en este lugar de mierda, como para tener que lidiar con el maniático egocéntrico de Leiden. Aunque tenía que admitir que una parte de mí quería saltar sobre él y averiguar qué juegos le gustaban a su lobo, cuáles eran sus sitios más sensibles. Y, por sobre todo, si podría hacerme ronronear. Porque, definitivamente, había comprobado toda su dureza.

T-O-D-A-S-U-D-U-R-E-Z-A.

El muy cabrón estaba sentado allí como si el mundo le importara un comino y entorpeciendo mi investigación. Y, lo que era peor…, me había dejado caliente y estaba segura de que su animal podía olerlo.

Pero no podía irme, pues Madame Laicot había dicho que había pagado por toda una noche y que Leiden era un caballero con las mujeres que llevaba a su cama, incluso algunas que me gruñeron cuando me conducían hacia él, y me sentí tontamente orgullosa por ser yo la que lo tuviera esta noche.

No había relacionado el nombre con aquel… arrogante que lograba que mi sangre entrara en punto de ebullición, y que se jactaba de haberme salvado el día en que los ángeles cayeron sobre nosotros.

Técnicamente, no mentía.

Pero nunca se lo admitiría a él.

Me calentaba… el alma, claro está.

¡Claro!, el alma, Carim; mi mente se mofó de mí esta vez.

Todo en él era sexo.

Y me sentí hambrienta.

Observé sus piernas largas, estiradas como si nada le preocupase, sus brazos extendidos sobre el respaldar, aquellos brazos que podía acorralar a una mujer sin importar cuánto luchara; estaba segura de que si me envolvía con ellos, sería lo más parecido a una jaula de carne sudor y placer; su pecho duro y moldeado se dibujaba bajo su camisa fina.

Había un perfume en el ambiente, un olor a macho y seguridad, sexo y sudor, sabía que estaba listo, mi centro respondía a él, mi gata ronroneaba contra las paredes de mi mente instándome a que cediera ante él, y rogaba ser poseída. No necesitaba pasear mis ojos por su entrepierna para confirmar que estaba duro, lo sabía…, lo había sentido en mi núcleo; era grande y poderoso como todo en él.

Tomé una respiración larga que empeoró todo, parecía que mi cuerpo no cooperaría con él cerca. Necesitaba alejarme, pero ¿cómo? No podía pensar teniéndolo tan cerca, no cuando tienes dos seres en un mismo cuerpo que intentan ir hacia sitios distintos; es difícil decidirte por qué hacer…

Había oído a las otras hembras del club susurrando que lo harían con él aunque no les pagara y ya podía imaginarme por qué. Después de haberme balanceado sobre él corroborando la dureza de sus músculos y haber degustado su cuerpo a mi merced, un sentimiento de posesión parecía comerme la últimas neuronas cuerdas que me incitaban a alejarme de él.

Leiden era un cambiante, no un vampiro, por lo que estaría a salvo. Él no era un objetivo, así que eso me tranquilizaba. Lo observé mientras intentaba calmarse; me intrigaba el ondular de sus músculos mientras intentaba controlarse apretando los puños, aquella mirada lupina que parecía desnudarme.

Sabía por Eva que los machos licántropos pocas veces podían controlarse al ser tentados y, claramente, Leiden había sido tentado, por mí, pero aún buscaba controlarse. Tal vez mi presencia lo enfureciera aún más de lo que lo enojaba no poder aliviar su erección.

Que te jo…, corté la idea antes de continuar. Pensar en sexo tan solo empeoraba las cosas. Y si yo le molestaba, que se fuera a la misma mierda. Él me había pedido y aquí estaba.

Me lamí los labios lentamente, me arrimé a él sin apartar la mirada de esos ojos lujuriosos, y él me maldijo mientras le sonreía.

Su celular sonó justo a tiempo cuando mi mano tocaba su entrepierna.

Aún maldiciendo, lo oí responder, mis ojos no paraban de explorarlo, de intentar adivinar qué se escondía bajo esa piel. La voz del otro lado parecía ser la de Zander, pero Leiden no dio mucha información al respecto. Ni un hola ni un adiós, tan solo un simple sí, estaré ahí y nada más.

¡Maldición!

Cerró el teléfono y lo miré insistentemente. Parecía aturdido y comprendí que debía hablar mentalmente con sus hermanos. Cuando siguió con la mirada fija en la pared del fondo, no pude contenerme más. Algo estaba pasando y quería saber qué era.

—¿Qué? —pregunté inquieta, y mi mano toco con dureza su pierna. Leiden no era un tipo que se ponía nervioso por cualquier cosa, por lo que debía de ser algo grande. Me observó como si pudiera devorarme con solo pensarlo, y eso me calentó aún más, mojando mi tanga.

—Nada, no es nada —dijo sonriéndome, y sus dedos atraparon un mechón de mi cabello. Se acercó un centímetro más haciendo que su aliento rozara mi cara y un escalofrío recorrió mi cuerpo. La gata maulló dentro mío, frotándose contra las paredes de mi mente absorbiendo con avidez cada caricia, cada roce.

¿Cuánto tiempo había pasado desde que había estado con un macho?

Semanas, debían de ser semanas. Un gato había sido el último, y eso había ocurrido días después de la caída de los ángeles, una noche en la que no había podido quitarme la pelea de la cabeza, y la imagen arrogante de Leiden me había copado por completo.

Sacudiendo mentalmente la imagen del gato, mi inconsciente comenzó a hacer comparaciones entre el lobo y el gato… no había notado cuán parecidos eran…

En ese momento había echo lo más valiente que pude, busqué a un macho, un cambiante como yo, y simplemente me arrastré con él hasta la cama. Aunque mi mente me había jugado malas pasadas, porque aquellos ojos verdes y lupinos no habían dejado de atormentarme.

Ahora, frente a mí, ese calor parecía volver como un maldito incendio intencional, como si alguien hubiera cambiado el agua de mi ducha por gasolina y Leiden fuera el fósforo que me haría explotar.

¡Concéntrate, maldición!

Él seguía jugueteando inconscientemente con mi cabello.

—Bien, dime, entonces la S.A. está preocupada por la prostitución —dijo suavemente, y sonreí de mala gana sabiendo que buscaba cambiar de tema, mientras que yo buscaba personalmente salir de la trampa de sus ojos.

—No —dije haciendo un esfuerzo para que mi voz saliera normal—, pero, como dije, no puedo decírtelo.

Aún seguía tocándolo, casi como si mis manos tuvieran vida propia y no sabía por qué no quería apartarme.

—Bien, entonces estamos estancados. —Me palmeó la pierna.

Diosa querida, debía soltarme de la trampa de sus ojos, tan verdes, tan animal…

—Eso creo… —Él aún no había soltado el mechón de mi cabello, y esa parte felina de mí quería acercar mi mejilla para ser acariciada. Quería frotarme contra él y marcarlo…, ¿marcarlo?

¡Enfócate!

—Ahora, si me disculpas —soltó la hebra de mi cabello y quitó mi mano de su cuerpo. Sentí como si aquello me escociera, cada célula de mis manos gritó en protesta ante la pérdida de contacto. Se levantó con una media sonrisa en su rostro y lo observé atónita.

Petrificada por el aluvión de sensaciones, por la persistencia de mi gata buscándolo, por mi cuerpo reaccionando ante él, por la sola idea de pensar en marcarlo como mío. Mi mente era un caos, tal vez estuviera derrumbándome por el estrés, no lo sabía, nunca había sentido algo tan fuerte como esto.

—Bebe una copa por mí —dijo mientras me alcanzaba una copa larga y burbujeante. Me dedicó una hermosa sonrisa—. Le diré a Laicot que debo marcharme a aliviar ciertas cosas…, así que estarás libre para seguir con lo que sea que estás haciendo.

Maldije, ¡no! Yo no quería que se marchara.

La gata en mí maldijo.

No sabía por qué, pero quería jalarlo nuevamente a mi lado. La gata azotó contra los muros de mi mente obligándome a tomarlo del brazo. Estaba cerca, tan solo debía levantar el brazo.

—¿Te vas? —pregunté desesperada. ¡Pon una mano en su entrepierna!, gruñó la gata en mi interior. ¡Haz que se quede! ¡Tiéntalo como sabes…!

—Pensé que era lo que deseabas —dijo y me dedicó una sonrisa perezosa que me hizo sonrojar, y hubo un dejo de tristeza en su voz que socavó mi interior. ¿Yo quería eso? ¿Realmente lo quería?

—¿Yo? —tragué con fuerza ante mi necesidad de explicarle que no era cierto, que prefería quedarme con él a estar con otro macho, que haría cualquier cosa por que se quedara—. ¿Qué pasó? ¿Ocurrió algo? —Me sonrió de lado y me guiñó un ojo.

—No puedo hablar de eso.

Maldije el momento en que las palabras que había dicho minutos atrás abandonaron su boca.

—Llámame si necesitas ayuda con algo de esto, vendré si me necesitas. —Puso una tarjeta en mi mano y un beso en mi frente antes de levantarse y dejarme boquiabierta.

—¡Espera! —supliqué, y se detuvo.

—¡Oh!, lo lamento —recorrió los pasos que nos separaban mientras hurgaba en su bolsillo—. Toma —dijo tendiéndome la mano—. Es por la noche, haz lo que quieras con ello. —Me quedé helada nuevamente cuando el dinero quedó sobre mi mano. No era lo que deseaba de él, no era lo que deseaba—. Este no es sitio para alguien como tú, Ca… mille. Tú no tendrías que estar aquí, ya te lo he dicho, pero no escuchas. Sabes que las niñitas como tú deberían quedarse adentro y no estar en un sitio como este. Es peligroso.

Salió con un paso elegante sin decir más.

Entonces quédate conmigo.

Las palabras se me atascaron en la garganta. Niñita. Me había dicho lo mismo el día que nos habíamos conocido y él me había salvado de que me arrancaran la cabeza.

Me detuve un momento a pensar en todo esto. Leiden no lucía feliz al decirlo, por lo que recordé que él era un caballero. ¿Podía acaso estar preocupado? ¿Por mí?

No te ilusiones idiota; si serás tonta, Carim, cualquier hombre te acaricia el lomo y ya estás maullando —me dije molesta.

Quería correr detrás de él y gritarle que no era una niña…, pero un segundo después descarté la idea; eso no haría más que confirmarlo. No, yo me quedaría aquí y cumpliría mi misión.

De aquella de la cual aún no sabía si era inocente o podía estar relacionado con el tráfico de sangre.

No.

Zander lo sabría, era amigo de Nicolás y nada se le pasaba por alto. Algo había pasado por lo que Leiden se había convertido en un cubo de hielo. Un sexy y caliente cubo de hielo, uno que gustosa lamería hasta derretirlo.

Me levanté despacio aún aturdida. Caminé hasta la parte pública y varios ojos se posaron en mí recordándome a qué había venido y qué hacían las hembras aquí. Tomé aire recuperando la compostura y caminé hasta la sala trasera donde nos cambiábamos.

—¡Oh, aquí estás! —Laicot me tomó de las manos con una sonrisa en su cara, y me forcé a hacer lo mismo—. Sobreviviste… Me ha dado muchos halagos para ti y me ha dejado una comisión, por lo que el dinero que te dio es solo tuyo.

¿Leiden le había dicho algo bueno? ¿Me había halagado?

Una parte tonta de mí se calentó. Sabía que él estaba duro y preparado, mi gata podía sentir su necesidad, su ansia de sexo, pero se había contenido y ni una vez me había puesto la mano encima; bueno, técnicamente lo había hecho pero no de la forma neandertal o como un hombre de las cavernas como habría supuesto.

Maldije en silencio a mi mente por sentirme ridículamente celosa ante la idea de que él buscaría consuelo pronto… con otra.

—Sí, él…

—Es genial…, dijo que volvería más tarde y se llevaría una de las chicas… Puede ser muchas cosas pero es un caballero, Camille. Me alegro de que lo hayas conocido en primer lugar, no merecías otra cosa para tu primera noche. Puede que alguna noche vuelva a pedirte, pero esperara hasta que estés lista.

¡Maldita sea! Mi centro estaba mojado y ardía por el encuentro, ahora mismo estaba preparada y resbaladiza para recibirlo.

¡Carajo! ¡Estaba más que lista!

—¿Volverá… por otra chica? —me forcé a decir sin parecer molesta, con los dientes tan apretados que casi podrían partirse.

—Sí, sí, siempre lo hace —dijo la anciana colocando una mano por encima de mi hombro—, suele llevárselas a un sitio, a veces a más de una. —Ella rio y sentí un puñal penetrando mi estómago como si aquellas palabras dolieran como el metal—. Pero tú tranquila que no te forzaré a hacerlo hasta que tú misma lo decidas.

¡Maldita moralista! Cualquier otra me hubiera entregado. ¡Cuanta maldita suerte puedo tener como para encontrar a la única Madame de la cuidad moralista…! ¡Demonios!

Sentí una furia ciega corriendo por mis venas.

—Gracias… —grazné molesta, conteniendo a la gata que me exigía sacar las zarpas y rasgarle la cara.

Otra chica…

El maldito iba a venir a buscar otra chica.

—¿Cómo te ha ido? —Carrie me tomó del brazo y me giró. Estaba entusiasmada como si yo hubiera ganado una medalla al honor o algo así—. ¿No es lindo? —suspiró y esa partecita de mí que no podía controlar quiso golpearla—. Espera a que pases a la zona «haz lo que quieras», y una vez que estés con él. ¡Uff! —dijo y se estremeció como si ahora mismo un orgasmo la sacudiera, y se acercó a un espejo para colocarse otra capa de rímel—. Te juro que no habrá nada igual…, Leiden es… ¡Uf!, caliente.

Mis garras luchaban por salir por mis dedos a tal punto que dolía. Bien, había llegado a la zona de peligro.

Me moví alejándome de su vista. No sabía por qué mierda me estaba pasando esto, pero sentí los arañazos de mi gata dentro de mi mente y las ondulaciones en mi piel exigiendo el cambio, mis garras desgarrándome de adentro hacia fuera, el chisporroteo en mi columna exigiéndome cambiar, cambiar y matar a la mujer frente a mí.

Desde un rincón, me imaginé llegando hasta ella por detrás, sigilosa; la gata y yo actuando en conjunto; me vi tomándola de su sedoso cabello y arrojándola contra el vidrio, una, y otra y otra vez hasta que su cara sangrara y se deformara de tal forma que Leiden nunca volviera a desearla. Nunca volvería a desear estar con ella. El solo hecho de imaginarme a aquella mujer hurgando en su cuerpo, satisfaciéndolo, me nubló la vista y los pensamientos.

—¿Me estás oyendo Camille? ¿Acaso oíste algo de lo que te dije? —Parpadeé con fuerza para salir de aquella imagen sangrienta y procurar que mis ojos volvieran a la normalidad—. No te preocupes —enfoqué mi mirada hacia ella, que pareció no notar el cambio en el aire; cualquier cambiante hubiera notado la cercanía de mi gata, de la pérdida de control, pero no una humana, otro punto a mi favor para matarla sin que lo notara—. Todas quedamos así después de estar con él. Debo irme. —Se marchó y me levanté con la necesidad de seguirla, de cazarla.

Enfócate, enfócate, le ordené a mi gata y me palmeé las mejillas intentando retenerla dentro de mi cabeza, caminé hasta el espejo y eché un vistazo corroborando lo que ya sabía: estaba fuera de control.

Guardé el dinero que Leiden me había dado y tomé aire antes de salir nuevamente; necesitaba despejarme.

Caminé con paso seguro hacia las mesas y volví a encontrarme con la mirada de Joe. Me hizo una seña y me acerqué lentamente.

—¿Ocurre algo? —le pregunté.

—Ten cuidado con esos, están colocados… —me dijo levantando la barbilla para indicarme a unos tipos que parecían estar demasiado eufóricos. Definitivamente estaban drogados. Pero… ¿con qué?

—¿Colocados? ¿Con qué?

—No te preocupes por eso… —murmuró apretando los dientes dando por terminada mi ronda de preguntas—. Tan solo estaré echándote el ojo, en cuanto te hagan algo… Con que serán míos.

Sonreí.

Joe tenía ojos oscuros, penetrantes, incluso siniestros, pero la sonrisa que se colaba en los labios denotaba un ser amable. Le agradecí y volví a husmear a aquellos tipos; deseaba saber con qué se estaban drogando.

No eran humanos, por lo que las drogas comunes no los afectarían, debía de ser algo más.

Algo como… sangre.