5

El aroma de aquella mujer a mis espaldas me gustó… mucho, casi como si hubieran volcado un elixir poderoso y dulce en mi boca; podía saborearla en mi lengua y en cada una de mis terminaciones nerviosas. Era un aroma picante con un dejo dulce que me recordaba a la miel, haciendo que me preguntara cómo sabría su piel cuando la lamiera.

No era vampiro. Era algo más.

Una cambiante…

Colocó la máscara sobre mi rostro impidiéndome verla, como siempre lo hacían cada vez que se los pedía. Siempre después de alguna horrorosa noche, cuando tan solo buscaba ser tocado, ser sentido y barrido por unas manos que alejaran la podredumbre que había vivido, pedía que colocaran aquella máscara.

La escuché caminar hasta la consola; la música sonó suave y sensual como todas las veces. Me relajé estirando los brazos por encima del respaldar, y no pude reprimir el suspiro de alivio que se escapó de mis labios. Tenía las piernas relajadas, y mi cabeza cubierta por la máscara reclinada hacia atrás, que tan solo me dejaba respirar por la boca y sentirla.

Ella me toco tímidamente mientras se subía sobre mí, y mi cuerpo crepitó por su suave toque. Sentí sus manos sobre mi pecho, esta vez presionando un poco más, dejándome percibir su calor sobre mi piel, la que parecía perder calor. Después de noches horrorosas como la pasada, casi sentía como si la muerte me arrebatara ese calor, volviéndome más insensible, menos vivo. Temblé cuando se montó sobre mis piernas y pude sentir el peso de su cuerpo. Comenzó torpemente a bambolearse, pero me gustaba. Contrarrestaba la locura que había vivido, una mujer tocándome tiernamente… era raro, pero lo aceptaba.

Sabía por experiencia que la unión de las mentes con mis hermanos dejaba filtrar parte de la energía íncubo de Hass, y muchas no dudaban en saltar sobre mí y montarme como un animal si así me lo proponía. En cambio, ella se movía ondulando al compás de la música como si su cuerpo sucumbiera al ritmo cadencioso de los acordes.

Tenía el pene erecto, duro como una roca y listo para hundirme en ella, estaba listo para hacerla mía, pero no podía, no aún. Apreté las manos contra el respaldar negándome a tocarla.

Muchas mujeres habían sido abusadas esta noche, estaba seguro de que las mujeres del galpón habían amado a alguien, las habían deseado… y las habían roto, en contra de su voluntad, como si sus vidas mismas no valieran nada, como si tan solo fueran algo que desechar, algo que usar. Yo no haría eso. Nunca haría eso.

Su cabello rozó mi cara y gemí cuando sus pechos se apretaron sobre mi cuerpo. Eran pulposos y estaba seguro de que llenarían mis manos, se sentían suaves y provocadores. Percibí la respiración sobre mi cuello, me acarició, para luego lamerme de una forma tan sensual que no pude reprimir el gruñido de placer. Mi sangre ardía y, así, de pronto, los recuerdos se marcharon tan solo dejando espacio para que mis sentidos absorbieran todo de la hembra que bailaba sobre mí.

Diosa querida.

Quería verla pero me negaba a interrumpirla; quería probarla, y acariciar cada rincón de su cuerpo. ¿Quién era ella? Debía averiguarlo.

Siguió bailando hasta que la música se detuvo unos cinco minutos después. Solo eso bastó para que ella sacudiera mi mundo y lo convulsionara por completo.

Se levantó y quise tomarla y arrastrarla de nuevo contra mi cuerpo, al calor de mis brazos, al calor que me regalaba con su cuerpo sin saber que yo había perdido parte del mío esta noche. Pero no podía, no era justo, había accedido a un baile, y eso sería.

De una cosa estaba seguro, no era nadie que conociera antes, Laicot no había mentido, la chica era nueva. Sus movimientos habían sido torpes, pero me había calentado desde el cuerpo hasta el alma como ninguna lo había hecho desde la caída de los ángeles.

Ella salió del cuarto sin decirme ni una sola palabra. Me quité la máscara, liberándome por fin de su prisión, me froté los ojos y tomé un par de bocanadas de aire con restos de su perfume. Restos de ella que se clavarían en mi mente con tal intensidad que podría seguir su rastro por días…, por horas.

Tenía la cara sudada, mi respiración descontrolada y la erección retenida por mis pantalones que parecían a punto de estallar.

—Y bien, ¿Leiden? —Escuché la voz de la anciana unos minutos después desde el otro lado de la cortina.

—¿Quién es ella? —pregunté jadeante.

—¿Te gustó? —preguntó la anciana y quise insultarla; claro que me había gustado.

—Sabes que sí…, la quiero.

—No podrá ser, Leiden, ella recién comienza.

Gruñí. Sabía que no la conocía pero de allí a que me negaran estar con ella, era un gran paso.

—¿Me estás diciendo que ella no puede…? —gruñí molesto.

—Elige cualquier otra y te la daré a mitad de precio, cielo —dijo colocándose frente a mí. Tenía ganas de patalear como un niño; esto debía ser una puta broma.

—¡No quiero a otra! —dije poniéndome de pie—, ¡quiero a esa mujer…!

—Lo lamento cariño. No ella. Elije otra y te la enviaré. —Murmuró dándome una palmadita en el pecho.

—Sabes lo que quiero —respondí molesto.

—Bueno, pero ella no puede darte más que esto…, y tú, ya estás duro, así que por qué en vez de estar protestando no tomas a otra hembra.

Simple, pensé, porque yo quiero a esa y mi mitad animal gruñó en mi interior confirmándolo.

—¿Qué puede hacer? —pregunté rendido.

—Otro baile y un poco de charla, solo eso.

Maldije entre dientes. Me habían tentado y ahora no podría aliviar el bulto que se había formado en mi entrepierna.

Busqué a mis hermanos a través del lazo mental, y sentí a Hass con dos hembras, una humana y una vampiro. Furcht estaba con otra lejos de aquí. Volví rápidamente a la habitación y mi concentración se enfocó en la anciana frente a mí.

—Bien —acepté y le di un fajo de billetes. Los ojos de la anciana se iluminaron—. Sin máscara y aquí, la quiero. —Ella dudó un momento—. No la forzaré, conozco las reglas. —Me evaluó un poco más y asintió.

—Bien, bien…, la llamaré.

—Todo lo que queda de la noche —agregué antes de que se marchara.

La escuché reír y volví a sentarme fastidiado. Todo lo que quedaba de la noche de charla. ¿Qué mierda estaba pensando? Escuché sus pasos nuevamente detrás de mí.

—Ven…, siéntate a mi lado. —La oí tragar con fuerza y sonreí.

Al menos no era el único incómodo.

Me estiré hasta la mesa junto al sillón y tomé la botella de vino que había pedido, buscando algo en que pensar, algo frío en que pensar. Ella caminó y se sentó junto a mí, pero solo nuestras piernas se rozaban.

—¿Cómo te llamas?

—Camille.

Me giré para entregarle la copa y me petrifiqué.

Ca… ¿Carim?

Parpadeé varias veces y ella casi me imitó, empujándose hacia atrás.

—¿Qué haces aquí? —me preguntó con los ojos tan abiertos que parecían salírsele de las cuencas. Estreché mi mirada sobre ella y la estudié. Su cuerpo iba cubierto por una simple faldita y un trapo que cubría sus pechos. Estaba claro que no era ropa de trabajo, al menos no para la sociedad de asesinos—. Tú, maldito hijo de puta, ¿qué haces aquí?

—¿Yo? ¿Disculpa? —La frustración me cruzó como un latigazo el rostro.

Había buscado a Carim de todas las formas posibles, pero sus hermanas eran buenas y habían evitado que la encontrara. Nicolás y Zander habían ayudado, pero nada podía hacer para quedarme con ella a solas. ¡Ahora ella me gritaba como si fuera mi culpa!

—¿Tienes alguna duda… de por qué estoy aquí? —gruñí apretando los dientes y señalándole mi erección. Ella echó un vistazo y apartó los ojos como si le escocieran—. ¡Tú no te llamas Camille…! —murmuré enojado. ¿Qué mierda hacía ella aquí? Iba a matar a Nicolás.

—¡Cierra la boca! —susurró, y miró hacia la entrada, y la sospecha corrió por mi cuerpo como si estuvieran encendiendo pólvora.

¿Qué coño pasaba aquí?

—¿O qué? ¿Qué harás si les cuento que tú…? —La reté sonriendo con malicia. Ella se acercó más a mí y me tapó la boca con su diminuta mano.

Demonios, era ella.

El aroma picante y dulzor eran ella, lamí su mano y jadeó. Cuando volvió a echar una mirada por encima de su hombro hacia la puerta, aproveché que estaba distraída, la tomé del trasero y la subí sobre mis piernas.

—¿Qué cuernos haces? —Demandó con un gritito indignado.

—Te sigo la corriente; por lo que veo, ellos no saben quién eres, así que dame el baile que pagué.

—¡Que te jodan! —gruñó, y la apreté aún más a mí.

—Eso pedí, pero me dijeron que eras una mojigata y que solo bailabas, así que… —le di una palmada en el trasero y su cabello rubio se onduló… y sus mejillas se colorearon—. Baila encima de mí.

—¡No soy una mojigata! —protestó… y nuestras narices se rozaron.

—Vamos…, Camille. Baila encima de mi erección.

—¿Por qué todo el mundo piensa que soy mojigata? —Continuó como si no hubiera oído más que eso.

—Porque ninguno sabe qué es lo que te gusta —le solté sin pensar. Ella me estudió pero no dijo nada, así que seguí y solté aquello que tenía atascado en la garganta de hace tiempo—. Ya que por lo visto has encendido esto, hazlo —le dije elevando mis piernas para que mi erección diera justo en su centro.

Me causó gracia verla contener la respiración y que sus ojos brillaran con una mezcla de pudor y rabia. Así me gustaba, una guerrera, como la había conocido. Estrechó su mirada sobre mí.

—¡Maldito hijo de puta! —Elevé las caderas nuevamente, y aunque trató de alejarse, la apreté contra mí, sus pechos apretados contra mi pecho, y su boca cerca de mi oído. Me froté contra su centro nuevamente logrando que un gemido agitado se escapara de sus labios. Casi podía imaginarme la mueca de horror en su cara, pero no la aparté, la enjaulé en mis brazos apoyándola contra mí.

—Voy a morderte… —me amenazó con la voz en un hilo, y volví a tentarla con otro movimiento.

—¡Vamos muérdeme gatita! Toma un pedazo de mí, si es lo que más deseo. —Maldijo nuevamente y sonreí contra la piel de su cuello cuando jadeó sin querer—. Tú hiciste que me pusiera duro, así que no me acuses como si fueras inocente.

—No sabía que eras tú.

—Ni yo, así que dime, Camille, ¿tan mal paga tu jefecito que debes bailar en los clubes?

Intentó moverse pero no la dejé, la aferré aún más, y tomé sus manos por detrás de su espalda haciendo que sus pechos se acercaran peligrosamente a mi boca.

Un hilo de indecisión cruzó su rostro cuando nuestras bocas se aproximaron hasta casi rozarse, y noté su aroma a hembra. Podía percibir su aroma, estaba lista y tan excitada como yo, y eso me tentaba.

—No, pero… —dudó. Y sus ojos recorrieron mi rostro un poco más de lo necesario. Suspirando me dijo—: Debes irte de aquí.

—¿Por qué? ¿Porque tú lo dices?

—Porque es peligroso… —susurró en mi oído. Volvió a mirarme mientras dudaba, como si sopesara la idea de protegerse o contarme algo; había duda y terror en su rostro, y no me gustaba.

A mi lobo tampoco le hacía gracia esta situación. Ella estaba asustada y, por más que me hubiera rechazado muchas veces, por nada en el mundo dejaría que la lastimaran. Me estudió un momento más y lo soltó.

—Salvo que estés metido hasta la cabeza.

—¿Metido? ¿En qué?

—Suéltame y te lo diré.

Sonreí sospechando de sus intenciones.

—Lo siento cariño, aquí no tienes poder, así que o bailas, o salgo de aquí anunciando quien eres —manifesté, y me gruñó en respuesta—. ¡Oh!, gatita, no hagas eso porque te ira mal, muy, muy mal.

—¿Por qué? ¿Vas a pegarme?

—No, voy a tomarte aquí mismo, Carim, te tiraré en el sofá y te lameré cada centímetro de tu cuerpo hasta que ruegues que te penetre. —Sin saber cómo, mi boca susurraba las palabras a su oído, impregnando aún más su aroma en mi cuerpo—. Esa faldita tuya —dije tironeando suavemente la tela y percibiendo su respiración entrecortada— no deja nada a la imaginación y me muero por lamer tu centro, tus pliegues y probarte de un modo tan poco decente que llorarás por más —susurré, y dio un respingo como si un rayo la hubiera atravesado. Se atragantó y casi suelto una carcajada cuando sus mejillas se encendieron y empezó a toser. Pero no podía desviarme del objetivo.

No, no ese objetivo, me dije cuando mis pensamientos corrieron hasta el sitio en que su cuerpo se presionaba contra el mío.

Necesitaba saber qué hacía ella aquí. No podía tan solo haber venido, nadie pagaba mal, y Nicolás era un centinela de primera, se decía que incluso era demasiado «sobreprotector». Así que…, ¿qué hacía ella aquí?

No sabía por qué, pero no me gustaba. Definitivamente, a mi lobo tampoco le apetecía verla aquí, con otros machos cerca.

—Dime de qué se trata —pregunté intentando controlar al lobo. Carim dudó, y eché un vistazo por encima de mi hombro al oír pasos. Carim se apoyó contra mi pecho y su boca llegó a rozar la zona sensible de mi oreja.

—Alguien viene —murmuró y comenzó a moverse en mis piernas.

—¡Por la diosa, no hagas eso mujer! —supliqué muy bajo solo para que ella me oyera y la oí soltar una risita.

Si seguía así, estaba seguro de que mi pene estallaría en mil pedazos o buscaría la forma de atravesar la tela de jean y penetrarla.

—¿Y qué quieres que haga? —murmuró—. Estamos en club de strippers.

—Sí, donde debería estar teniendo sexo, no dejando que me torturen… —dije echando la cabeza hacia atrás; esto era un calvario.

—¿Te estoy torturando, Leiden? —ronroneó.

—Sí —jadeé sin intenciones de esconder cuánto me afectaba esa hembra. Me lamió el cuello sacudiendo el poco control que tenía. Tomó el lóbulo de mi oreja, y di un gruñido entrecortado de placer.

—¿Qué tanto te molesta?

—Ca… Camille. ¡Detente!

—¡Oh! ¿En serio? —masculló con malicia y mordisqueó mi cuello—. No te preocupes, Joe viene —se irguió en mis piernas tan solo para que la observara—. Él no dejará que me saques ni esta faldita… o este trapito —dijo moviendo sus pechos.

—Voy a cogerte, follarte o como mierda quieras llamarlo —confesé sin más. Iba a hacerlo así pasaran millones de años. Ella sonrió con malicia cuando alguien habló.

—¿Todo marcha bien aquí? —La voz del tipo de la puerta vino justo detrás de mí. Carim levantó su cabeza y le sonrió.

—Más que bien…, todo bajo control, Joe.

Madame quería saber si deseaban algo frío para beber.

—Sí… —dije sin apartar mis ojos de ella—, por favor —supliqué con la garganta seca. Carim me pellizcó el muslo, pero no reaccioné. Prisionero bajo su cuerpo me sentía bien, pero ambos llevábamos ropa.

Necesitaba dejar de pensar en lo bien que se amoldaban sus pechos contra mi pecho, cómo sus piernas me estrechaban contra su cuerpo.

—Enseguida —respondió el hombre y los pasos se alejaron, por lo que Carim se acercó nuevamente a mí.

Cerré los ojos tratando de tomar valor y salir de allí con la entrepierna doliéndome como si estuviera atrapado en hierros candentes, pero fue justo el momento en el que ella decidió apoyar las palmas de sus manos contra mi pecho haciendo que un escalofrío me recorriera.

—¿Qué pasa? —preguntó como si no tuviera suficiente. La tomé de las caderas y la moví a mi lado sin abrir los ojos, y mis dedos ajustándose a su trasero no hicieron otra cosa que aumentar el dolor—. ¿Estás b…?

—No, no preguntes, no te atrevas a preguntarme. Dime por qué estás aquí. —Necesitaba recuperar el control y eso sería ahora. Abrí los ojos enfocándome en ella.

—No puedo decírtelo.

—Carim, no estoy para juegos —aseguré.

—¿Hace cuánto que concurres a este sitio? —preguntó apoyándose de lado, de modo que su faldita se levantó unas pulgadas mientras cruzaba una pierna sobre las mías—. ¡Oye, mis ojos están aquí!

—Lo sé, pero no estoy pensando justamente con esa cabeza… —admití—. No sé, un tiempo —dije levantando la vista, no sin antes recorrer todo su cuerpo—. ¿Por qué?

—¡Leiden! —Me amonestó y se cruzó de brazos tan solo logrando que sus pechos sobresalieran por encima de la «telita» que ella llevaba—. No has notado nada… ilegal.

—Todo es ilegal aquí cariño, esa faldita es ilegal —dije señalándola—, ese trapo es ilegal, así que, ¿a qué parte de I-l-e-g-a-l te estás refiriendo?

—¡Uff!, a la parte en la cual la S.A. tomaría como un delito —concluyó, y la observé entrecerrando los ojos.

Eso era algo grave, pues la S.A. no se metía en sitios como estos…, mucho menos mancharía sus manos por algo así, por lo que debía de ser una mancha al código. Zander había dicho que tuviera cuidado.

¿Qué estaba pasando?

Habíamos pasado varios días fuera de la cuidad, pero tenía todas las intenciones de averiguarlo. Debía de ser algo grande como para que Nicolás enviara a una de sus chicas.

—Silencio —susurré. Y un segundo después Madame Laicot llegaba con una bandeja en la mano.

Ella nunca servía a la clientela pero se preocupaba por sus chicas, así que imaginé que esto era más una inspección que otra cosa. Al menos nadie sabía quien era la mujer a mi lado, y eso le daba una ventaja que no pensaba quitarle.

—Aquí tienen… —se marchó como vino, y volví a centrarme en Carim.

—Debes tener cuidado —dije.

—¿Por qué? ¿Temes por mí, lobito? —preguntó con perversidad.

—Más de lo que crees, gatita, más de lo que crees —admití.