Me detuve a unos metros de la entrada de aquel lugar, y bajé del coche de Nicolás preparada para lo que vería allí dentro.
¡Vamos! No soy mojigata, pero nunca había bailado en un club de strippers.
Siempre había concurrido a bares con Eva y Sal, cuando esta no se había emparejado, pero nada se le parecía a esto. Un letrero de neón centellaba frente al hueco que debía ser la puerta de entrada. Mi cuerpo estaba ataviado por una diminuta minifalda que dejaba casi expuesto mi trasero, y una tira que cubría mis pechos y nada más. Estaba indignada.
¿Acaso no había dicho Nicolás que podría llevar ropa? Me maldije por creerle como una decimoctava vez.
Algo andaba mal en la cuidad, y no hablo de los problemas comunes de oscuros contra humanos, ahora corrían rumores de tráfico de sangre.
Eso no era algo anormal, había muchos humanos y oscuros que traficaban con sangre, pero últimamente habían aparecido cuerpos de vampiros tirados, y lo que más había llamado la atención es que parecía que los habían vaciado. Toda la S.A. estaba preocupada por esto, temiendo que hubiera humanos detrás de esto, y había decidido investigarlo y ¡Obvio! Nicolás no había tenido mejor idea que enviarme a mí, mejor dicho a mí o a Eva, pero no juntas.
Podría llamar la atención que aparecieran dos bailarinas en una misma noche, causaría sospechas, sobre todo, si aparecían dos bailarinas sin ninguna experiencia ni antecedentes y con unas enormes influencias.
Hicimos piedra, papel o tijera, y ¿adivinen qué?, había perdido.
Me maldije un instante mientras tironeaba mi diminuta minifalda que cubría mi culo tan solo por dos centímetros de tela, ¡dos! En serio, ¿quien podía llamar a esta tela «ropa»? Tenía pañuelos que eran incluso más anchos que esto.
—Voy a matarte Nicolás —gruñí en voz baja, sabiendo que la conexión con mi centinela le permitiría sentir cuán cabreada estaba.
Me metí tras las asquerosas cortinas de paño parecido al peluche de rojo oscuro y estaba dentro.
Un tipo que estaba sentado en un banquillo observando con atención la acción dentro del club se giró a verme y le di mi mejor sonrisa.
—¿Qué quieres? —gruñó sin ocultar sus colmillos.
—Yo, bueno… —mierda, ¿tartamudeaba? No era la mejor entrada. ¿Acaso podría darme unos minutos para que volviera a intentarlo?—. Estoy aquí por un trabajo —dije mordiéndome la lengua para no soltar ninguna otra cosa. Me observó de pies a cabeza de una forma tan indecente que me sentí violada.
—Muéstrame los brazos —dijo y extendí los brazos hacia él—. No creo que este sea tu lugar…
—Llama a Frank, él me conoce…, me dijo que podría conseguir un trabajo aquí. —La fuerza de su mirada no disminuyó ni un ápice. Se enderezó un poco mientras sus ojos hacían foco en mis pechos. Demonios, esto estaba saliendo peor de lo que había imaginado—. ¿Y? ¿Qué vas a hacer? ¿Vas a llamarlo o me harás perder más dinero? —dije de una forma tan desfachatada que casi no me reconozco.
Asintió y me hizo señas de que lo siguiera y eso hice. El olor viciado de sexo y calor se metió por mi nariz, y me contuve de hacer una mueca, mientras la música ocultaba el desquiciado martillar de mi corazón.
Eva definitivamente pagaría por esto.
Miré alrededor: todo parecía demasiado grotesco, y eso que creía haber visto todo. La música estaba demasiado alta y era de mal gusto; había sillones en lugares semiiluminados, y unos caños en el centro del lugar con algunas mesas y sillas esparcidas alrededor.
—Espera aquí —me dijo y se marchó por un pasillo. Aproveché el momento para pegarle una ojeada al lugar. Había varias hembras bailando sobre la tarima, y abajo varios machos eran atendidos por las meseras. Irónicamente me sentí mejor al notar que aun su ropa era más pequeña que la mía.
Consuelo de tontos, lo sé.
—¿Camille? —Alguien tocó mi hombro y me giré. Había una mujer bajita de aspecto refinado, que claramente contrastaba con el lugar. ¿Acaso ella se había perdido de alguna residencia de ancianos?—. ¿Eres Camille, la chica que indicó Frank? —Asentí intentando lucir «normal».
—Sí, soy yo. —Ella se alejó unos pasos y evaluó mi cuerpo con una mirada astuta—. Frank dijo que podría ganar algo de dinero por aquí.
—Y no mintió, con tu cuerpo, aquí harás fortunas cariño. Soy Madame Laicot, bienvenida. —Por un segundo traté de imaginarme a aquella anciana traficando sangre y no pude encajar la imagen. Algo iba mal.
—Bien, porque necesito el dinero —afirmé sonriente.
—Ven, acompáñame y te enseñaré tu zona.
Me tomó del brazo como las abuelas hacen cuando van con sus nietos de paseo, enganchando su mano en mi antebrazo, y caminé junto a ella. Contrario a todo lo que podía imaginar, los machos se apartaban cuando la veían, o la saludaban, sin siquiera decir ni una palabra grosera.
Me llevó hasta la zona de camarines, y me presentó a dos chicas… humanas. Ellas llevaban grandes marcas de colmillos en sus cuellos, que parecían no importarle a nadie, vampiros, vampiros que se alimentaban de ellas.
No era raro, pocas veces la sangre y sexo se separaban de los vampiros. Era un combo.
—Ella es Camille…, Carrie —la anciana sancionó a la rubia con una mirada severa—, cambia la cara, ella no está en tu sector.
—Lo siento —gruñó la humana—. Últimamente muchas chicas nuevas han llegado, muchas… —dijo y miró a la anciana como si hubiera dicho algo malo, y automáticamente bajó la cabeza, y su boca se selló como si la hubieran pegado con pegamento. Yo sonreí, esperando que continuara, pero no lo hizo.
Ella sabía algo. Y sería mi primer objetivo. Si muchas habían llegado, ¿qué había ocurrido con ellas? ¿Dónde estaban?
—Yo soy Eugenia… —me saludó la otra. La saludé con la mano y volví mi atención a la anciana. ¿Qué era lo que ella no quería que yo supiera?
—¿Cuándo puedo comenzar? —dije sonriente.
—Ahora, si lo deseas —me dijo y asentí—. Ven, te enseñaré lo que debes hacer. —Nos acercamos a una cortina que ella abrió tan solo un poco—. ¿Ves las mesas de allí? Bueno, tú atenderás esas mesas: algunos querrán un simple baile, otros te invitaran una copa. La plata que cobrarás por cada baile será de ciento cincuenta dólares americanos; cuanto más beban, más desearán el baile y, bueno, podrían pagar cada hora de tu noche.
—Bailar sin tocar, ¿cierto?
—No pueden tocarte. Joe, el tipo que encontraste en la puerta de entrada, sacará a cualquiera que te toque —aseguró.
—Vi algunos por allí haciendo uso de sus manos… —murmuré.
—Casi todos pertenecen a nuestro sector —dijo Carrie a mis espaldas—. Tranquila, si lo manejas bien, podrías unirte a nuestro sector. Cualquier problema que tengas, tan solo grita y tomaremos represalias si Joe no llega a tiempo.
Le sonreí de lado por encima de mi hombro.
—Gracias, Carrie. Bien, allí voy —dije ajustándome la minifalda.
Caminé a paso seguro sobre mis tacones de más de diez centímetros, mirando a cada uno de los hombres que había cerca, hasta llegar al que sería mi sector, y unos tipos me llamaron.
Vaya suerte la mía.
Colgándome la mejor sonrisa me dirigí hacia ellos, intentando olvidar lo mal que me sentía. Estaban sentados en un gran sillón, frente a las tarimas, y me hicieron lugar entre ellos. Eran dos cambiaformas.
Mientras charlaba con ellos sobre mi nombre, y cuando había comenzado a trabajar, escaneé la zona en búsqueda de Carrie o Eugenia. Las hallé a unos metros de donde me encontraba. Carrie estaba a horcajadas sobre la falda de un tipo, mientras inclinaba su cuello hacia los colmillos extendidos de él. Eugenia estaba casi en la misma posición ofreciéndole el cuello a uno mientras otro lamía su muñeca.
Alguien debería cerrar este lugar, pensé.
El tipo a mi lado, llamado Rubén, era del norte de Irlanda, tenía el cabello colorado y un raro acento; el otro tipo era americano, moreno, de ojos saltones. Me ofrecieron unas copas y las acepté, hasta que se levantaron y saludándome con la mano se marcharon cuando sus teléfonos sonaron ya que sus esposas los buscaban.
Casi casi me sentí derrotada. Debía sentirme bien, ¿cierto? Me había desecho de ellos, pero algo en mi orgullo picó por no lograr que me pidieran un baile. Encontré los ojos de Joe y, a diferencia de la mirada que me dio al ingreso, era una mirada intentando infundirme aliento. Le sonreí ampliamente, me levanté de la mesa, y la mano de Madame Laicot apresó mi brazo.
—¿Ocurre algo? —pregunté mientras me arrastraba hacia los camarines. Tenía ganas de preguntarle dónde era el incendio, qué ocurría—. ¿Madame?
—Hay un tipo —dijo cuando salimos de la vista de los demás—, que es asiduo del lugar, y quiere un baile y ha rechazado a todas, tan solo quiere a alguien nuevo. Toma —me entregó una máscara como las que usaban en la antigüedad en la ciudad de Venecia en carnaval. La miré sorprendida, casi sofocada—. No, no es para ti, es para él. —Volví a mirar la máscara mientras comenzaba a flaquear. Se suponía que podían ver, pero no tocar, pero ¿cómo cuernos iba hacer el tipo para verme con esto en la cara?—. Sé que es mucho pedir —dijo tomando mis manos y mirando a los ojos—, pero necesitamos hacerlo feliz y tiene una ridícula fantasía… le gusta sentir. Le gusta que bailen sobre él, que lo toquen y demás.
—¿Me meterá mano? ¿Qué pasó con eso de no tocar, solo ver?
—No, no te meterá mano, tú lo tocaras a él.
Tragué con fuerzas. ¿Quién tenía una fantasía así?
Tomé una bocanada de aire infundiéndome coraje; esto definitivamente era mucho. Tocar, bien…, podía hacer eso, ¿cierto? Tan solo esperaba que no fuera un tipo gordo y maloliente.
Por favor diosa, por favor, no dejes que sea grotesco ni de razas olorosas.
—¿Lo harás? —volvió a preguntar la anciana.
—Sí… —respondí resignada.
—Genial, genial. Entra por detrás de esa cortina, colócale la máscara y luego enciende la música. Cuando el tema acabe, te sales sin quitarle la máscara. Móntate sobre él, acaricia su cuello, bien, tú sabrás, ¿cierto? —Dudó—. ¿No eres virgen, cierto?
—Nooo —respondí casi ofendida.
Ella rio y me dio un beso en la mejilla. ¿Esta dulce anciana vendiendo sangre? No era posible, algo estaba mal.
No, no podía ser cierto.
Me dirigí hacia dónde me había indicado. Aparté unas cortinas tan vulgares como la de la entrada y lo hallé allí, sentado de espaldas a mí en las penumbras. Caminé hacia él sin saber que decir.
¿Qué hacía una en situaciones como esta? ¿Qué debía decir? Hola, ¿cómo estás? Mmm… ¿Qué música quieres?
Demonios. Apreté mi paso y llegué hasta estar detrás de él. Ni siquiera se movió, por más que mis pies castañearon en el suelo.
Tomé una bocanada de aire y le coloqué la máscara.
Su aroma me arrebató un suspiro; definitivamente, no era de los mal olientes, ni se veía para nada mal. Observé sus brazos tensos apoyados contra el respaldar y recordé que no me tocaría.
Sus torneados músculos marcaban un cuerpo trabajado y, pensándolo bien, en otro momento habría dejado que un macho así me hiciera lo que le viniera en gana. ¡Mierda! Estaba a punto de babear encima de él; apreté las piernas. ¡Vamos! ¿Por qué una no puede encontrarse tipos así en su día a día? Tenía que rebajarme a esto para conocerlo.
No es justo. En ese momento deseé ver sus ojos para ver si eran tan bellos como el resto de su cuerpo.
Rodeé el sillón observándolo. Su pecho era musculoso, seguro que tenía una buena tabla de lavar allí debajo de la camisa blanca que contrarrestaba con su tono de piel dorado. De pronto me entraron unas ganas de lamerlo y comprobar la dureza de cada uno de sus músculos.
Laicot me había dicho que podía tocarlo, ¿cierto? Por primera vez desde que entré aquí sonreí con ganas.
Sus piernas estaba estiradas lánguidamente, y, sin querer, mis ojos se fijaron en la protuberancia entre sus piernas. ¡Diosa querida! Debía de ser enorme…, debía saber cómo llenar a una mujer con eso…
—¡Ya! ¡Basta! —me reproché hacia mis adentros—. Estás investigando, sé coherente —me dije en un intento de bajar el calor que parecía correr directo a la zona entre mis muslos.
Bien, aquí íbamos.