Nuestro departamento se encontraba en el centro, un área poblada por edificios residenciales de más de cuarenta pisos. Estacionamos la Hummer en el garaje, y todo el edificio parecía dormido y silencioso. Subimos, y rápidamente caminé por el largo corredor hasta llegar a mi dormitorio; la puerta de madera clara contrastaba con el color hollín del piso. Entré empujando la puerta y me deshice de las botas; la chaqueta fue lo próximo en unírseles junto a todo lo demás en una pila desordenada junto a la entrada. Todo era inservible, ya que la sangre nunca saldría por completo, y el olor quedaría impregnado para siempre junto con los recuerdos.
La habitación era grande, y aunque no había muchos muebles, la enorme cama predominaba en el centro del lugar como si fuera la actriz principal de una obra. Si había algo que había aprendido a valorar después de tantos siglos vividos, era una buena cama. No había nada que pudiera suplantar a una noche de sueño reparador sobre una superficie mullida y cálida. Así que sí, allí estaba la cama de más de dos metros y medio por otros dos y medios tentándome a usarla. Estaba tan cansado, aunque mi mente parecía no querer detenerse, por lo que me dirigí a la ducha.
El horrendo olor parecía pegado a los poros de mi piel, no había más que olisquearme el brazo para sentirlo apretado contra mí como una segunda piel. Las imágenes de lo ocurrido se precipitaban en mi mente mientras me dirigía a la ducha.
Aquellas mujeres no debieron haber vivido aquello, no debieron haber muerto de ese modo, debimos llegar antes.
Sacudí la cabeza y apretando los dientes me metí dentro dejando que el agua caliente borrara las huellas invisibles de la muerte, que siempre parecía acechar sobre nosotros.
Había pasado poco tiempo desde el ataque de los ángeles y la posterior lucha contra humanos, oscuros y ángeles, o lo qué demonio fueran ellos, y habíamos sobrevivido, habíamos ganado por un pelo. Ahora, sentía como si aquel recuerdo se atascara en mi garganta apretándome con mano firme y recordándome que todos morían, incluso nosotros.
Después de aquel ataque nada fue igual, tampoco yo. Aquel día fue cuando comenzaron mis cambios, mis hermanos estaban en lo cierto, me había vuelto más inestable aunque no lograba dilucidar la causa por más que lo repensara millones de veces.
Apoyé las manos en la pared y agaché la cabeza, dejando que el agua cayera directamente sobre mi espalda; no lograba apartar la imagen de las mujeres yaciendo allí como si no valieran una mierda.
Después de unos minutos, me enderecé y tomé el jabón líquido dejando que terminara de arrastrar el olor de mi cuerpo, suplantándolo por algo parecido al sabor a vainilla. Debía enfocarme, no podía seguir de este modo. Maldiciendo mi debilidad salí de la ducha, y me vestí.
Desde la sala de estar pude oír a Furcht maldiciendo a gritos, y esperé en silencio unos segundos para comprobar si debía detener una nueva pelea entre mis hermanos, pero después de unos segundos lo descarté. Cuando salí, Hass se cruzó conmigo en el pasillo y me dio una sonrisa torcida, de esas que te hacen sospechar de él.
—Lo mejor de la Era Moderna —aseguró, mientras se metía al baño—. Video juegos —añadió ante mi mirada de incredulidad, cerró la puerta y sonreí sabiendo que era muy cierto.
Fui a la cocina por algo de comer, estaba famélico. La heladera estaba provista de toda la comida chatarra que podíamos encontrar, y todo lo que podía cocinarse en cinco minutos, en su mayoría en microondas: ese era otro de los grandes inventos de la Era Moderna.
Saqué una pizza congelada, la metí en el microondas y busqué una cerveza, le di un par de sorbos mientras comprobaba mis mensajes en el teléfono móvil. Cuando el pitido intermitente cesó, tomé la pizza y me dirigí a la sala.
Furcht estaba de pie frente a la pantalla desplegada en el muro, y estaba empuñando los mandos de la consola de juegos, en una posición de pelea.
Dejé la pizza en la mesilla a unos metros de él y me senté en el sillón mientras observaba cómo Furcht se desquitaba peleando a puño limpio con un tipo digitalizado, que parecía no tener más opciones que perder. Después de unos cuantos golpes, me miró.
—¿Quieres intentarlo?
—¿Contigo? —pregunté alzando las cejas y poniendo cara de sorpresa—. No, esta vez paso. —Levanté las manos en forma de rendición haciendo que él riera. Tomó un trozo de pizza y la engulló antes de que el segundo combate comenzara.
Después de quince minutos, cinco peleas, y más de cuatro rebanadas de pizza, y mucho gasto de energía, Hass apareció junto a nosotros, luciendo renovado y listo, y no justamente para salir a tomar unos tragos.
—¡Maldición, cálmate íncubo! —siseó Furcht. El poder y la necesidad de Hass se percibían en el aire como si las hormonas simplemente flotaran libres como las esporas de las flores—. De seguir así terminaremos muy, muy mal —dijo levantando y bajando sus cejas de una forma indiscreta.
—Bueno, ¿y qué tal si mueves tu culo y te alistas? —respondió frotándose las manos.
Furcht soltó los controles riendo con un sonido tosco, pasó a su lado dándole una palmada y se metió de lleno en el pasillo para perderse luego en el baño mientras Hass se desplomaba en el sillón.
—¿Está mejor? —preguntó, y le sonreí con malicia.
—Creo que le has dado otra cosa en la que pensar —respondí; aún podía sentir el aroma a feromonas en el aire. No había casi ninguna hembra que pudiera resistirse a un íncubo… mientras que yo, personalmente debía pasar por un infierno para conseguir una, y más en la época lunar del mes, aunque en el último tiempo parecía que mi cuerpo no se encontraba realmente interesado en casi ninguna.
Hass volvió a reír casi como si adivinara mis pensamientos.
—Ya lo creo, tan solo espero que no mate a la hembra.
—No lo hará. Nunca lastimaría a una hembra y lo sabes. —Murmuré y tomé un trago.
—Y no, no creo que tu problema sean las hormonas, creo que las espantas con tu cara de pocos amigos —dijo arreglándose el cuello de la camisa—. Sonríe, Leiden, la vida es muy próspera, y… la posición perrito es buena, pero deberías variar un poco, tal vez un poco de lectura te haría bien —concluyó riendo. Le gruñí inmediatamente, ya que odiaba cuando hacía alusión a mi raza.
—Que te… —iba a terminar diciendo «que te jodan», pero el tipo era un íncubo, casi su existencia consistía en tener sexo y ser follado, por lo que aquello no lo ofendería—. Solo… cállate.
—Tal vez deberíamos compartir —sugirió conteniendo la sonrisa, y suspiré con desagrado.
No era la primera vez que me lo ofrecía y, para mi desgracia, había aceptado un par de veces en el pasado cuando nos habían unido; las hembras me temían y huían de mí, mientras Hass siempre estaba rodeado de ellas. ¡Maldito! Nunca dejaría de recordármelo.
—Nunca —confesó sonriente respondiendo a mis pensamientos.
—No lo necesito, eso solo en la época de la luna llena, y solo si yo no consigo algo antes.
—¿Quieres un consejo?
—No.
—Bueno, te lo daré igual —dijo sin prestarme atención—, debes abandonar esa maldita banda que oyes, esa música melancólica lo único que logra es que termines enrollado con locas como la que quiso arrancarte la cabeza la otra vez.
Maldije.
Él estaba condenadamente en lo cierto. Últimamente me había estado ahogando en un hoyo de música depresiva, mujeres de alquiler y pizza congelada. Y no era bueno.
—Sobre la chica, —dijo antes de que pudiera responderle—, Zander llamó, me dijo que ella está bien —murmuró y destapó una cerveza.
—¿Qué harán con ella?
—Aún no lo saben, están evaluando y probando el agente Sal en ella. —Hizo una mueca y se recostó.
—¡Maldito!, ella será castigada por algo que ni siquiera buscó, —protesté dándole un golpe a la mesa.
—¿Y no es acaso esa la forma en que llegamos la mayoría, de ese mismo modo?
—No tú. —Lo corregí.
—No, no yo, pero tú y muchos más también, lo que me dijo que tal vez haya un atisbó de esperanza.
—Estamos hablando de otra época, ahora no es lo mismo. Ella es una niña y lo seguirá siendo por ¿cuánto? ¿La eternidad?
—No era una niña, Leiden, tiene más de diecinueve años humanos —afirmó tajante, y me giré a verlo con la incredulidad plasmada en la cara. Él me observó un instante antes de seguir. Todos sabíamos lo que ocurría con los cambios a temprana edad—. Estaba demacrada, pero es fuerte, parecía una niña pero resulta que no lo es. —Hass se estiró, se enderezó y pasó su mano sobre la esquina de la mesa haciendo aparecer la computadora holográfica. Después de darle a un par de teclas la pantalla se hizo visible y me señalo un par de datos.
En la pantalla había informes de la prensa, reportes de la policía. Hass no mentía, la joven había desaparecido cuando concurría a la Universidad, la habían visto por última vez, aproximadamente un mes atrás.
—No es una niña y lo hará bien, sabes cómo es esto, —añadió en un suspiro—. Si fuera una niña hubiera sido diferente.
Lo sabía.
No se permitiría el cambio en niños, por lo que el niño o niña sería silenciado. Los cuerpos jóvenes en desarrollo no aceptaban los virus tan bien como el cuerpo de un adulto, por lo que la infección sería seguida de gritos y desgarros internos, su cuerpo luchando contra su nuevo invasor, hasta el punto en que el niño aullaría de dolor…, y nadie podría ayudarlo más que la parca.
—¿Se lo has dicho? —pregunté mirando en dirección al baño.
—Lo sabe —añadió dando un golpecito en su sien, claro que lo sabía—, pero no cambia nada…
—Lo sé, pero al menos lo ayudará a tranquilizarse.
—Eres un optimista Leiden, ¿sabes? Ese cabrón —dijo refiriéndose a Furcht— me sorprende todo el tiempo. Cualquiera que lo viera, pensaría que no le importa un cuerno el resto del mundo…
—Pero…
—… Pero es allí donde entran los niños y las mujeres, con ellos él es diferente… —dijo sacudiendo la cabeza mientras pensaba el mejor modo de decirlo.
—Estará bien, puede manejarlo —aseguré—. Pero ¿qué te ocurre a ti? ¿Estás cediendo a la locura? Lucías…
—Alguien debe intentar manejarlo, Leiden, —su rostro se volvió sombrío, se frotó las mano y me miró— y por lo visto o eres tú, o soy yo —afirmó—. Por lo que noté, te encontrabas bastante desbalanceado, pude percibir tu duda, tu vacilación corriendo por el lazo; si él tan solo no hubiera estado tan cegado por el odio que sentía por ese vampiro, también podría haber notado que de solo darte un pequeño empujón más, tal vez un poco más de aliento, hubieras permitido que Furcht lo matara, o tú mismo lo hubieras hecho, como un animal —su voz era un siseo impregnado de malestar—. Lo hubieran matado y yo hubiera perdido a mis hermanos, en cuanto Ben se enterara de lo que habrían hecho los hubiera liquidado a ambos —ladró con odio—. No estaban pensando, ninguno de ustedes —volvió a recostarse contra el sillón estirando los brazos—, y puedes culparme de lo que quieras, puedes decir que soy un ser que tan solo piensa en su propia supervivencia y estarás en lo cierto, porque no me importa lo que opines. Ustedes son mis hermanos, lo único que tengo en esta mierda de mundo, y haría cualquier cosa para impedir que los maten, así que decidí que hoy sería yo a quien Furcht golpease con tal de que no se autodestruya, ¿entiendes? No importa cuánto lo pienses, somos tú, yo, y Furcht, nadie más correrá a auxiliarnos. Y sé que lucía como un maldito intolerante, pero créeme, ellas no merecieron eso, Furcht estaba en lo cierto…, pero no podíamos hacer nada y, digámoslo también, la última noche fue a ti a quien molió a golpes; esta vez era mi turno de controlar al hermano diabólico —se rio entre dientes y me dio una palmada en el hombro.
Estaba anonadado, no había notado cuán cerca habíamos estado de cometer una estupidez. En la última cacería Furcht había estado cabreado por… por algo, da igual por qué era, y se las había agarrado conmigo a golpes, y no había salido tan bien parado como deseaba admitir.
—Es cierto, era tu turno. —Respondí alzando mi cerveza.
—Lo era, y todos estamos bien… —Él volvió a lucir relajado, guardamos silencio un momento y Furcht apareció con su cabello despeinado, con una camiseta y un jean sucio.
—¡Vamos holgazanes hora de coger!
Además de un buen baño tan solo había otra cosa que siempre me ayudaba a olvidar los horrores con los que convivíamos, y eso es una buena dosis de sexo salvaje. Eso quitaba todos los malos recuerdos de la noche pasada, al menos hasta la siguiente, y así noche tras noche.
No sabía por qué era tan potente la necesidad de tener sexo después de una pelea, pero hacía años que con Furcht culpábamos a Hass por eso, diciendo que sus hormonas íncubo se filtraban a través de nosotros por el maldito lazo, ese mismo que nos hacía fuertes y débiles al mismo tiempo.
Aunque no todo era mentira, podía sentir la necesidad del íncubo a través de la conexión, casi como si sintiera las caricias que le daban para calmarlas, y odiaba eso.
Así que a eso iríamos, a buscar unas manos que nos llevaran a la inconsciencia de un sueño tranquilo.