Acabábamos de encontrar al tipo que estábamos buscando hace más de tres días, pues se lo acusaba de la desaparición de una mesera de un bar que él frecuentaba; la última vez que se la había visto con vida, había sido con él. No podía entender cómo logró que se marchara con este tipejo, pero lo había hecho… Y yo apostaría mi culo a que él era el responsable de su desaparición.
Apreté los dientes recordando el enojo que sentí cuando nuestro centinela nos comunicó que, tal vez, no era la única desaparecida. Sabíamos que había renegados trabajando para la Sociedad de Asesinos, pero nadie hablaba de eso, y yo estaba seguro de que este desgraciado era uno de ellos.
Zander había dicho:
—Lo peor de todo esto es que sospechamos que él ha estado haciendo algo más allá de solo raptar mujeres.
Zander había sido críptico en relación a la causas por las que debíamos encontrarlo y matarlo, pero ahora comenzaba a entenderlo.
Antes, nunca me había cuestionado las ordenes, pero esta llamaba mi atención de sobremanera. Estaba seguro de que alguien lo había dejado correr solo y sin correa por mucho, mucho tiempo, le habían soltado la cadena, y no podía entender por qué un ser tan peligroso aún seguía vivo.
Ahora teníamos que matarlo y sí, gozaría mucho partiendo al tipo en pedazos.
Recorrimos más de dos estados sin resultados, pues el cabrón sabía cómo colarse entre las sombras y desaparecer sin que nadie sospechara nada; al final lo habíamos hallado en un área rural. Desde el momento que supo que veníamos por él, corrió como un condenado, pero esta vez no dejaría que me ganara, ¡ni una mierda que me ganaría! Estaba harto y mi adrenalina estaba a mil, quería atraparlo y degollarlo con mis propios dientes, el sentimiento de odio que tengo por los matones no podré explicarlo nunca. Estaba cansado, tan solo quería terminar con la maldita asignación e irme a casa, por lo que no se escaparía de esta.
Furcht y yo corrimos detrás de él y lo acorralamos justo cuando iba a subirse a un coche; un segundo antes de que lo tumbáramos, pude ver cómo en su rostro se traslucía el terror, sabía que no podría escaparse de esta.
Y aquí estaba él, temblando como un condenado marica bajo mi bota. Odiaba eso de ellos: ¿cómo alguien podía matar sin miramientos y luego ponerse a lloriquear cuando lo cazábamos?
¿Es que nadie les había enseñado a ser hombres en momentos como estos, o tan solo podían serlo con presas indefensas?
Ahora lo teníamos, estaba tumbado boca abajo mientras lo empujaba sobre el asfalto con un pie en su espalda. Las calles estaban desiertas, las máquinas parecían viejos gigantes durmiendo, y el único sonido que se oía era el canto de algunos grillos y los aleteos de los murciélagos. El amanecer llegaría en unas cinco o seis horas, por lo que nosotros no éramos su única amenaza. Observé al tipo, iba vestido con un pantalón de mezclilla color marrón y una camisa blanca con manchas de sangre en ella, así que no dudaba que hubiera estado de caza o algo peor, comiendo lo que había cazado.
Furcht estaba apoyado contra el poste de alumbrado público como si fuera un domingo por la tarde, con una pose relajada, las piernas cruzadas a la altura de los tobillos, sus poderosos brazos cruzados en su pecho. Iba vestido con un pantalón y una camiseta de color negro, que resaltaba su cabello rubio y su piel blanca; la tenue luz de las farolas resaltaba sus angulosos rasgos y estaba allí sin hacer nada, tan solo tarareando una canción de The Charlie Daniel Band, la cual comenzaba a odiar, y observando cómo mantenía al prisionero contra el suelo mientras se fumaba un cigarrillo de dudosa procedencia.
Hacía tiempo que Furcht había dejado de lucir como un ser «humano», si entienden a lo que me refiero; ahora no era más que alguien al que no le importaba nada.
Lo miré con fastidio ante su indiferencia. Mi hermano parecía inmune a todo esto y eso provocaba que quisiera saltarle encima y caerle a golpes, siempre me habían afectado mucho más las asignaciones donde había mujeres y niños involucrados, odiaba salir a matar a estas ratas inmundas que la S.A. había dejado ir en un descuido, y habían costado miles de vidas. Volví a echarle un vistazo, nunca terminaría de entender cómo manejaba estas cosas.
—¿Vas a hacer algo o piensas quedarte ahí? —pregunté.
Me hizo una mueca de desinterés levantando levemente la comisura de sus labios, y sus hombros despreocupadamente, mientras movía el cigarrillo de un lado al otro sabiendo que estaba enojado. Largó el humo en una maza espesa y gris hacia mí y se lo retiró para hablar.
—Leiden, ¿alguien te dijo alguna vez que te quejas mucho? —dijo quitándole importancia con una voz pausada y suave.
Se suponía que Furcht debía interrogarlo mientras Hass hurgaba en búsqueda de cómplices o cuerpos… porque estaba seguro de que había más cuerpos.
—¿Perdona…? ¿Quejarme? ¿Acaso no soy yo quien lo mantiene contra el piso y quien lo ha atrapado? —pregunté apretando un poco mi pie, haciendo que el tipo gruñera.
—Es mejor cuando caminas sobre cuatro patas…, al menos no hablas —masculló con una calma fingida que me ponía de los pelos.
—¡Que te jodan, Furcht!
—¡Oh!, eso será más tarde —miró su reloj con impaciencia—. Tengo unas gemelas que son para chuparse los dedos, así que… —añadió moviendo las cejas mientras sonreía ampliamente.
Sacudí la cabeza fastidiado por su actitud. Furcht podía ser de lo más arrogante y fastidioso cuando se lo proponía, y lo estaba logrando con honores. Y yo estaba cabreado, y me debatía en caerle a golpes o tan solo ignorarlo.
—Eso me deja tan solo un par de horas libres. ¿Dónde mierda se metió Hass?
Maldiciendo dediqué mi atención al vampiro bajo mi bota. Hass era bueno encontrando y deshaciéndose de evidencia, así que estaba seguro de que estaría hurgando en cada rincón de aquel polvoriento lugar.
—¿Estabas solo? —pregunté. Me gruñó en respuesta, y apreté mi pie hincándole el taco de la bota, justo a la altura de la nuca. El taco tenía una vaina retráctil con un cuchillo de casi quince centímetros de largo, así que si el vampiro se movía, un solo chasquido haría que el arma se disparara y atravesara su cuello rompiéndole un par de vértebras; no lo mataría, pero sería una mierda y estaría fuera por un par de horas—. ¿Dónde están los cuerpos? —insistí.
—¿De que hablas? —Comenzó a moverse de un lado al otro intentando quitarse el peso de mi pie mientras emitía un rugido.
—De las víctimas, —contestó Furcht— ya sabes, mujeres, hombres con los que has estado alimentando esa barriguita glotona que tienes. No te ves como un vampiro que ha mantenido su dieta —le soltó.
El vampiro giró el rostro para mirarlo, y moví mi pie a la mitad de su espalda para que pudiera mirar a Furcht.
—No encontrarán nada. No tendrán pruebas —rio, y en respuesta me agaché lo suficiente y le di un golpe de puño a su mejilla. Aulló de dolor y maldijo—. ¡Pueden intentarlo todo pero no lo encontrarán! —dijo ahogado—, nunca lo harán.
Sus palabras tan solo lograron que mis sospechas se dispararan: alguien había hecho la vista gorda con él y lo había dejado hacer a su antojo. Quería matarlo aquí mismo, pero era un soldado, un asesino de la S.A., y nunca me cuestionaba por qué debíamos realizar una misión, simplemente la hacíamos, pero últimamente las razones eran difusas. Las preguntas comenzaban a surgir, cuestionamientos que no debería hacerme, pero allí estaban.
Me froté la cara con el dorso de la mano intentando apartar las dudas, pero me fue imposible.
Todo lo que el vampiro decía, lo único que había logrado era que estuviera más cabreado, y, por lo que parecía, Furcht se sentía igual y comenzaba a demostrarlo. Descruzó sus piernas y se enderezó sobre sus dos metros de altura, tiró la colilla del cigarrillo al suelo, la pisó, y caminó hacia el tipo como si fuera un animal a punto de matar.
—¿Y eso qué importa? —preguntó acercándose unos pasos como para que su bota quedara justo enfrente del rostro del maldito—. ¿Crees que te salvarás si no tenemos pruebas?
—No pueden matarme sin pruebas —tartamudeó.
—¡Oh amigo!, ahí es justo donde te equivocas… —le respondió de forma fría y amenazadora, y con un dedo giró un poco el rostro del vampiro tan solo para pudiera mirarlo a los ojos—. Aquí somos carceleros, jurados y verdugos…
—Jueces, jurados y verdugos —lo corregí.
Furcht me dio una mirada en la cual claramente me explicaba que le importaba una mierda mi opinión, y volvió su atención al vampiro nuevamente.
—Lo que sea…, en ambas frases, tú mueres y yo me voy de aquí a seguir mi vida, así que mejor habla.
—¡No pueden matarme, va contra las reglas! —gimoteó.
—¿Qué reglas? —preguntamos y pude notar cómo se ponía cada vez más incómodo.
—Las de Vatur, las reglas…
—¿Ahora sí conoces las reglas? —repuse fastidiado.
—¿Quién dijo que te creerán más a ti que a tres asesinos de la Asociación?
—No pueden, no pueden sin pruebas.
—¡Me cago en este tipo, Leiden!, ¿soy yo o no me entiende?
—Creo que no lo entiende. A ver, escucha, idiota, podemos matarte aquí mismo y no habrá cambios, seguiremos haciendo lo que hacemos y tú serás historia así que: ¿Dónde están los cuerpos?
—Una mujer…, él dejó una viva.
—¿Qué?
La voz del tipo había sido tan baja que no podía creer lo que decía. Un breve vistazo hacia mi hermano me confirmó que había oído bien.
—¿Él? ¿Quién?
—Hay una mujer y una niña. Mi pena se reduce si los dejó vivos ¿verdad?… ¡mi pena se reduce si los dejó vivos! Hay una mujer, una mujer y una niña. Él no las mató…
—Maldito infeliz —gruñí y lo golpeé en el costado rompiéndole seguramente alguna costilla—. ¿Dónde? Y ¿quién es él?
—¿Me dejarán ir…?
—Ni en tus mejores sueños… —le espetó Furcht junto con otra patada, solo que esta vez en su cara. El tipo gimoteó mientras un pequeño charco de sangre se formaba en el asfalto.
—¿Dónde?
—En el galpón, el galpón número cinco: en el altillo, hay una mujer y una niña…, una mujer y una niña… ¡Maldición!
—Le avisaré a Hass. —Furcht se alejó unos pasos, no sin antes propinarle otra patadas a las costillas.
Odiaba esta parte del trabajo, prefería a los malditos que nos maldecían, y nos amenazaban con arrancarnos la cabeza, a los que encontrábamos y juraban ser inocentes; ninguno lo era. Vi a mi hermano alejarse unos pasos y cerrar los ojos, sentí el cosquilleo en la nuca y supe que estaba comunicándose con nuestro hermano a través del lazo.
—¿Quién es él? —pregunté enfocándome nuevamente en la «futura» bolsa de huesos bajo mi bota. Gimoteó como un niño, y gruñendo apreté mi pie sobre su espalda—. ¿Quién trabaja contigo? —No dijo nada, y aquello me confirmó que lo que decía era cierto: parecía que las órdenes de no hablar eran irrompibles para él o, tal vez, el tipo era realmente malo; debíamos encontrarlo.
Sentí cuando la mente de Hass se puso en sintonía con las nuestras; Furcht se había comunicado con él y este había encontrado a la mujer y la niña.
—No les gustará esto —masculló su voz en mi mente casi como si me hablara justo en mi oído.
No siempre habíamos logrado hablar mentalmente, pero en los últimos cien años habíamos afinado aquella habilidad, y yo podía incluso sentir sus emociones como si fueran mías.
—Los encontró —dijo Furcht al cabo de unos minutos, para que el vampiro lo oyera.
El tipo se removió inquieto mientras luchaba con las esposas encantadas por unas antiguas brujas de Salem que le impedían utilizar cualquier poder para liberarse. Lo dejé luchar un poco y le hice un movimiento de cabeza a Furcht antes de susurrarle mentalmente:
—Lo llevaremos allí, los tres debemos ver eso para juzgarlo.
—¡Ni una mierda, Leiden! —aulló furioso—. Pasan los años y sigues siendo el mismo estúpido. ¿Crees que él tuvo siquiera una gota de piedad con ellas?
Furcht también tenía un grave problema cuando de mujeres y de niños se trataba, y si antes había estado tranquilo en apariencias, aquella furia comenzaba a traslucirse en su rostro como una máscara de odio.
El cambiaformas había visto en carne propia la muerte de su madre mientras esta trabajaba en una guardería humana. Una noche, cuando Furcht tenía tan solo algo así como cincuenta años —un crío para su raza—, un loco había entrado en el hospital con una escopeta, se había dirigido a la sala de Neonatología sin problemas, había entrado y disparado sin piedad: infantes y enfermeras habían muerto. Furcht estaba escondido entre dos incubadoras caídas, luego de eso él humano se había suicidado.
—Trabaja con alguien —repuse con los dientes apretados.
—¿Le crees lo que te dijo? Él haría cualquier cosa para sobrevivir un día más.
Su lógica tenía razón. Nos habían dicho que trabajaba solo, no habíamos recibido información sobre un posible compañero. Solo él. Maldije y percibí a Hass nuevamente.
—Leiden tiene razón Furcht. Galpón cinco, caminen hasta la calle principal, giren a mano derecha, tan solo suban —la voz de Hass era áspera, lo que detonaba que estaba conteniendo su ira también.
Mi hermano me dio un empujón mental dejando fluir a través del lazo todo el odio y el dolor que sentía, dejándome saber que no me apreciaba mucho ahora.
Lo levantó por el cabello, y gruñendo lo condujo por el camino que Hass había indicado, arrastró al vampiro a tropezones hasta que llegamos al gran portón metálico, que estaba tan solo un poco entreabierto. El olor nauseabundo inundó mi nariz y contuve la respiración, y las imágenes de la escena que Hass había visto hicieron que se me secara la garganta de golpe; ni siquiera había dado un paso adentro y ya podía imaginar que era peor de lo que imaginaba.
Estaba seguro.
Furcht me dedicó una clara mirada de «te lo dije» por encima del hombro, y lo empujó aún más fuerte golpeándolo con todo lo que estuviera a su paso. Abrí el portón un poco más y el olor acre de la sangre se precipitó sobre nosotros. Intentando no respirar, subí las escaleras de dos en dos, pero mi olfato agudizado no me facilitó la tarea. Arriba nos recibió Hass, con el rostro descompuesto del malestar y la furia; miré tras él mientras oí a Furcht soltando al tipo al suelo de una forma brusca. Este se arrastró hacia un lado y se quedó duro envolviéndose las piernas con los brazos y meciéndose como un niño mientras escondía el rostro.
Hass se colocó los guantes, suspiró desanimado y caminó hasta el fondo y se arrodilló, tomó huellas, muestras y todo lo que necesitábamos, como si fuera un robot, sin detenerse ni siquiera a respirar. Tan rápido como pudo, se puso de pie, y se alejó como si estar cerca de tanta muerte lo asqueara. Vi a la niña tumbada en el suelo, no tendría más de doce años, tal vez menos; estaba pálida, esquelética, consumida, como si su vida se hubiera marchitado, pero aún respiraba y se acurrucaba contra el cuerpo de una mujer, ambas denudas.
—A veces me gustaría ser como tu Furcht —confesó Hass en voz alta mientras clavaba la vista en la madera podrida que recubría el interior del recinto.
La niña se estremeció cuando me acerqué. Me agaché lentamente y comprobé el pulso de la mujer: estaba muerta. Tenía la piel blanca por la falta de sangre, sus ojos estaban cerrados, y su pose era como si estuviera tomando una plácida siesta, allí, en aquel desastre.
Cuando me levanté intenté hacer una nota mental de todo lo que había en aquel sitio; la niña seguía sin moverse. Eché un vistazo a Hass que estaba parado allí como si admirara el paisaje; cualquiera que no lo conociera podría decir que el íncubo era indiferente al dolor y a la muerte que lo rodeaban, aunque su mente era un compendio de imágenes de horror y torturas, y en todas el vampiro moría de la forma más horrible posible. Lo observé con detenimiento, podía reconocer la ira latente bajo aquella expresión calmada, aquella que lo hacía peligroso, donde el umbral del bien y el mal perdían sentido y se difumaban como el humo.
Me acuclillé nuevamente junto a la muchacha y me moví lentamente hasta apartar el cabello de su cara.
—¿Cómo te llamas? —murmuré suavizando la voz, mientras le acariciaba el cabello revuelto.
No dijo nada, pero la oí tragar con fuerza. El olor del miedo se esparció por el cuarto como si hubieran lanzado una bomba, y un gruñido colectivo se escapó de nuestras gargantas, uno que demostraba el dolor y la furia contenida. Escuché al tipejo revolverse en la esquina y noté cómo su aroma incrementaba nuestra furia animal, inundándolo todo, incluso hasta al íncubo.
—¿Puedo matarlo ahora? —preguntó Furcht con los dientes apretados, haciendo que su voz fuera casi un silbido. Sabía que si ahora pudiera ver sus ojos, habría una gran explosión de manchas rojas, aquellas que escondía a los demás y que afloraban en situaciones, bueno, como esta.
No podía culparlo, yo también la sentía. Tenía el estómago revuelto… ¿Quién podía hacer algo así? ¿Quién podría culparnos si lo matábamos aquí?
Nadie.
El tipo gimoteaba intentando detener la hemorragia que le había causado mi golpe justo a la comisura de su labio, maldito hipócrita. Había abusado en cuerpo y alma de estas mujeres humanas y ahora lloriqueaba como una niña.
—Te encontramos culpable, de corrupción —anunció Hass con voz siniestra.
Giré el rostro para ver la escena, lo observé mientras se quitaba los guantes con una tensa calma que era aún más peligrosa que su ira. Su voz era una gélida amenaza y estaba seguro de que luchaba porque saliera distinta a un gruñido.
—Bajo las leyes de la S.A. y la Diosa Vatur eres culpable de matar a la mujer y maldecir a la niña.
Me giré rápidamente sobre mis talones.
—¿Ella está…?
—Infectada, sí. Aún no sabemos qué pasara con ella.
Volví mi atención a la joven cuando los ojos de Hass me respondieron que ni él sabía qué ocurriría con ella. El íncubo poseía un pobre conocimiento de la medicina, pero no era nuestro primer caso, por lo que si él lo creía así, estaba seguro de que la niña había corrido la peor suerte.
—¡Yo no las mate, no las mate! —gritó.
Pero ya nada importaba, mis hermanos se pararon a su alrededor como animales acorralando a una presa y podía sentir el miedo del tipo corriendo en la brisa que surcaba por la sala.
—Está viva, ¿cierto?
La muchacha tembló, y Hass le echó un vistazo. Él siempre había sido justo, aunque ahora tan solo quería liquidar al tipo. Lo sentía en mi piel. Quería sangre. Podía ser un gran asesino, y siempre era piadoso con quienes lo merecían —como yo y como Furcht—, pero él había decidido que este tipo no lo merecía y lo haría sufrir.
Ver aquella escena era lo que nos hacía odiar este trabajo. Volví a mirar a la niña y elevé una plegaria a Vatur; tal vez, solo tal vez, habría esperanzas para ella.
La S.A. estaba trabajando en una cura en base a la sangre de Salomé, una asesina que, por lo que sabíamos, podía crear anticuerpos contra el virus de la infección en la sangre de los humanos. Este tipo de sangre le había permitido no perder la cabeza en la sed de sangre. Ese era el mayor riesgo que corrían los vampiros que pasaban mucho tiempo en contacto con la sangre, ya que con el tiempo los comprimidos dejaban de ser eficaces. Por lo que existía una esperanza para la niña, mínima, pero era más de lo que el resto obtendría.
—No importa lo que digas —aseguró Hass después de un tenso silencio—, no tienes perdón, ni la nuestra, ni de la diosa. Por los cargos que se te imputan, las evidencias recabadas, te condenamos a morir bajo el yugo de la diosa Vatur, diosa de los oscuros, que camina bajo la luz de la hermosa Nix y rige las leyes desde los cielos. Furcht… —Hass, que estaba tieso, con las manos agarrotadas, y sus ojos enfurecidos, ahora contemplaba a la joven que lo observaba. El odio era un relámpago en su mirada, que se trasmitía en su cuerpo tenso como un sable.
No por nada, Hass significaba odio en alemán… y ahora todos sentíamos un odio tan puro como el íncubo que llevaba el nombre.
—No frente a ella —dijo Furcht.
La joven pareció comprender aquello, y paseó sus ojos esmeraldas por el cuerpo de él hasta que encontró sus ojos.
Por un momento creí que ella bajaría la cabeza, como hacía la mayoría cuando hacía contacto visual con mi hermano, pero ella no lo hizo y siguió mirándolo con firmeza; era valiente, había sobrevivido a toda esta mierda y vaya la diosa a saber cuánto tiempo.
—Quiero… quiero… —intentó hablar, pero su garganta estaba seca, su voz era áspera. Intentó moverse lentamente, se sentó, y se meció casi al punto de caer. La contuve apoyándola contra mi pecho, mi mano cubriendo sus ojos e impidiéndole ver más.
—Sé lo que quieres, deseas verlo morir, pero ya has sufrido demasiado, no necesitas ver esto —le respondió Furcht con una voz mucho más amable de lo que realmente sentía. En sus ojos se transmitía el animal que moraba en él, aquel que lo hacía ser el más inestable de los tres—. Llévatela, Leiden, ella merece más que esto.
Asentí en silencio, me quité la chaqueta y la cubrí. Él ya le había hecho demasiado daño, no dejaría que la vieran así. La tomé en brazos, y ella luchó con las pocas fuerzas que le quedaban, pero como le era difícil respirar, pronto se quedó quieta.
—Espero que del otro lado nunca encuentres paz, y que todo el daño que has causado se vea replicado en ti por tres. —Sin decir más, caminé hacia las escaleras y la saqué de allí.
El maldito debe de haberse alimentado de ella por días, pues no pesaba más de treinta kilos; su piel era casi una película transparente que dejaba entrever sus venas como un mapa de carretera. Bajé los escalones con calma, cuidando de tratarla con gentileza para que sus movimientos erráticos no la hicieran caer.
De arriba llegaron los gritos ni bien puse un pie en la acera. La joven se revolvió en mis brazos y susurré algunas palabras en el idioma de Nix, frases cálidas que mi abuela solía decirme cuando era un crío; la mecí como a un bebé y ella dejó de moverse. Después de unos minutos, tan solo oí un par de gruñidos y eso había sido todo… estaba muerto.
La muchacha convulsionó en mis brazos como si las fuerzas se hubieran marchado en el mismo momento que el vampiro había muerto. Me agaché apoyando sus pies en el suelo y comprobé sus signos vitales: esto no estaba bien. Estaba demasiado quieta.
—¡Algo va mal! —grité—. Su cuerpo está colapsando… —Los escuché bajando las escaleras con pasos pesados y sonoros que casi parecían como disparos. Algo pesado golpeaba rudamente los escalones, e imaginé que sería el cuerpo del vampiro al que ni siquiera se molestarían en cargar.
—¿Dónde está el coche? —preguntó Furcht cuando notó la precariedad del estado de salud de la joven.
—A unas cuadras. —Respondió Hass, soltó al tipo en el suelo y rebuscó en sus bolsillos por la llave.
—Iré por él. —Gruñí molesto, y no me detuve ni siquiera a mirarlo, no lo merecía. Lo que le habían echó era muy piadoso comparado al sufrimiento al que había sometido a sus víctimas. No importaba cuánto deseáramos que sufriera, ninguna muerte sería justa para él.
—No creo que aguante… —gruñí cuando ella gimió dolorosamente. Furcht se detuvo en seco y Hass se acercó rápidamente—. Llama a Zander… que venga, él puede llevarla. —Ninguno de los dos se movió—. ¡Hass! —grité haciéndolo salir del aturdimiento. Acto seguido, tomó su teléfono y graznó el nombre de nuestro centinela. Me concentré en la muchacha buscando sus signos vitales y tratando de infundirle un poco de mi poder, como lo hacían los lobos adultos con los más pequeños de la manada. Logré oír sin problemas la voz del Z del otro lado de la línea.
—¿Dónde?
—Estamos en el muelle… —se apresuró a decir mi hermano, sin dejar de mirar a la niña—. Simrus, galpón cinco y… —No acabó de decirle la ubicación, ya que Zander destelló frente a nosotros sin problemas. Se agachó frente a la chica y buscó sus signos vitales tal como lo habíamos hecho nosotros.
Zander era un ser poderoso, y uno de sus poderes era el de teletransportación, por el que podía cargar al menos una persona con él. Era la mayor esperanza para la niña, pues nosotros nunca llegaríamos a tiempo.
Aún la mantenía apretada contra mi pecho, dado que me había arrodillado en un esfuerzo de no perder el equilibrio, intentando trasmitirle la fuerza y la tibieza que el escudo de mi cuerpo podía darle; quería devolverle el calor, el sentido a su vida.
¡Había luchado! ¡Maldición! ¡Había sobrevivido!
¡No puedes morir así! Pensé, y en lo más profundo de mi ser deseé que pudiera oírme.
—No lo dejes ganar ahora —le susurré sin saber si me oiría.
—¿Qué ocurrió?
—El vampiro, tomó más de lo que debía —gruñó Furcht dándole un golpe de puño al galpón. La chapa se curvó—. Voy a encargarme del cuerpo de la otra mujer, tú encárgate de esta. —Siseó y se metió dentro huyendo del dolor que le causaba el estado de la niña.
Zander estudió nuestras expresiones rápidamente: Furcht era un tipo jodidamente difícil, pero cabreado era intratable, y cuando había mujeres de por medio era imposible de tratar.
—Zander —gruñí llamando su atención, la niña era lo importante ahora, luego trataríamos con Furcht.
—¿Aún lucha? —preguntó mientras se agachaba nuevamente.
—Sí, y no hay tiempo que perder Z, ella necesita ayuda —añadió Hass.
—¿Él está muerto? —preguntó el centinela, y giré la cabeza indicándole con la mirada el cuerpo del vampiro, o lo que quedaba de él.
—¿Tú que crees? —En un charco de sangre espesa se hallaba lo que quedaba de su cuerpo: huesos al aire, carne desgarrada, y el rostro contorsionado en una forma poco natural; su cabeza parecía aplastada, y ni quería imaginar qué más habían hecho.
—¡Demonios!
—Él está muerto, y ella lo seguirá si no te la llevas pronto. —Zander asintió hacia Hass y tomó a la joven de mis brazos, que estaba inconsciente y bastante mal: su pulso había disminuido y su corazón amenazaba con fallar—. No sé cuantas horas lleva infectada, pero tal vez haya una salida.
—Vuelvan, descansen y hagan lo que deban hacer para que Furcht se calme.
—Limpiaremos la zona y estaremos por allí en unas horas.
—Bien —respondió—. Los veo después.
En un parpadeo, Zander ya no estaba allí y tampoco la muchacha. Nos miramos un buen rato sopesando todo lo que habíamos pasado en los últimos días, no hacía falta decir ni una palabra. Esto era el peor final.
Oímos rugidos provenientes desde arriba: Furcht estaba descontrolado. Tomé una bocanada de aire fresco antes de entrar nuevamente mientras comenzaba a sopesar qué debíamos hacer con Furcht. Lo escuchamos maldiciendo, y por un instante dudé, pues no sabía si era mejor dejarlo solo o subir. Busqué en los ojos de Hass una respuesta pero no hallé ninguna. El rubio con cara de modelo arqueó un ceja y sacudió la cabeza, dado que él tampoco estaba cómodo, ninguno lo estaba; el sufrimiento de unos de nosotros hacía que los demás nos sintiéramos miserables, no había nada que ocultara aquello. La unión nos daba una clara impresión de las emociones de los otros, así también como nos colmaba y amenazaba con ahogarnos cuando los sentimientos estaban teñidos por sentimientos tan oscuros como los que Furcht estaba experimentando ahora mismo.
—Será mejor que suban y dejen de subestimarme ahí abajo… Odio cuando escucho sus lamentos y su lastima por mí. Laméntense por esto y muevan sus culos hasta aquí, malditos idiotas —gruñó, y sonreí de mala gana sacudiendo la cabeza.
Nunca cambia, pensé y Hass negó con la cabeza forzando una sonrisa.
Subí siguiendo a Hass con su andar pausado, típico del íncubo. Ya en el altillo nos encontramos con lo que quedaba de la planta alta. Furcht había arranchado listones de madera de las paredes, había roto las pocas sillas que había, y todo se acumulaba cerca de la escalera; hice unos pasos más y fue ahí cuando lo vi. Hass se detuvo a mi lado, inmóvil, conteniendo la respiración cuando el olor fétido nos golpeó. Vimos con horror el nuevo hallazgo de Furcht, y mi sangre se encendió con una furia renovada.
Furcht había pateado todo lo que había encontrado en medio para canalizar la ira que lo embargaba, desde puertas, paredes, todo; era un milagro que el techo se mantuviera por sobre nuestras cabezas. Así había hallado una puerta trampa, en el muro norte, que escondía más cuerpos, justo detrás del lugar en el que habíamos hallado a la mujer y la niña.
Había más de una docena, y aunque no había casi iluminación, solo la que lograba filtrarse a través de las mugrosas ventanas, pude ver que eran más de dos. Me acerqué lentamente dejando que la vista se acostumbrara a la penumbra. Estudié sus rostros, o lo que quedaba de ellos, y creí ver el rostro de la camarera que habíamos estado buscando, aunque en su estado era casi irreconocible.
Los cadáveres estaban desperdigados al azar por el suelo, como si ni siquiera se hubiera tomado la molestia de apilarlos, tan solo los había desechado ahí, sin más. Como un basurero de envases vacíos, el vaho de la podredumbre se filtraba desde adentro: debían de llevar días pudriéndose aquí.
—Creo que encontré a la camarera —dije.
Gruñimos al unísono. El sufrimiento se coló en mi cuerpo, podía sentirlo como una tenaza agarrotándose en mi pecho, quería aullar, desgarrar algo. ¿Quién podía hacer esto sin que la S.A. lo supiera? ¿Alguien debía saber algo?
—Deberíamos haberlo hecho sufrir… más —murmuré con los dientes apretados. Ahora deseaba haber estado ahí. Una muerte tan simple no había estado a la altura de lo que él había hecho y del daño que había causado. Mi animal estaba inquieto, mi instinto me exigía venganza, por ellas, por todas las vidas que había sesgado con sus sucias manos.
—Conoces la ley… —dijo Hass, y se limpió las manos luego de girar un cuerpo.
—¡A la mierda con la ley, Hass!, deja de sermonearnos con lo mismo cabrón. ¿Ves esto? —Furcht tomó el cuerpo de una joven tal vez no mayor a la que Zander se había llevado. Su figura era como una muñeca de tela colgando de su brazo, pálida, con la piel cuarteada y sus ojos abiertos, tan abiertos como si no pudieran concebir el horror que estaban presenciando—. ¿Crees que él tuvo piedad con ella? —Colgaba de su brazo como masa sin forma, como el envase de un ser que ya no estaba allí—. ¿Dónde mierda estaba Vatur cuando ella necesitó que la gran diosa velara por ella?
—Él merecía una muerte dolorosa H, y lo sabes… —repliqué imprimiendo en mi mirada mi fastidio.
—Lo hecho, hecho está —respondió y se limpió las manos—. Limpiemos esto y larguémonos.
—Y dime, ¿dónde mierda cargaremos con tantos cuerpos?
—Traeré el coche… —Hass pasó a mi lado rozando mi hombro—. Procura que se calme, de una vez por todas.
—¡¿Por qué mierda no me lo dices en la cara maldito íncubo?! —Furcht le lanzó un pedazo de madera que fue a dar justo en la espalda de Hass, que se detuvo congelado—. ¡Que te jodan íncubo, hasta tú estás molesto con esto y, sin embargo, hablas como un cabrón que lleva un palo de las S.A. metido en su culo! ¿Qué mierda te pasa? ¿Acaso has comenzado a perecer? —Siseó con un voz profunda, aquella de las que prometía una noche «interesante», si es que no lograban matarse antes—. ¡Mírate, maldito! —Hass bufó y sacudió la cabeza sabiendo lo que vendría—. ¡Tan controlado como un maldito ángel de la muerte, como si esto no te importara una mierda! ¿Quién mierda te ha dicho que puedes hablarme así, hijo de puta? —Furcht se abalanzó contra Hass que aún le seguía dando la espalda en un claro signo de que no le temía.
Me interpuse entre ambos y detuve a Furcht antes de que pudiera alcanzar a Hass; su cuerpo golpeó contra el mío con un sonido seco, y casi logra tumbarme. Me gruñó mostrándome su afilado juego de dientes, y lo empujé alejando sus fauces de mi garganta. Puede que Furcht fuera un cambiaformas, y sí, en la mayoría de las veces tomaba unos minutos la metamorfosis, pero era el más veloz y hábil que había conocido, así que alejarlo de mi cuello era una buena estrategia. Eché un vistazo por encima de mi hombro: Hass estaba sonándose los nudillos, listo para darle a Furcht una pelea.
—¡Ya basta! —bramé—. Cálmense ambos…, no es necesario que peleen, tan solo carguémoslo todo y larguémonos de aquí, no hay nada que podamos hacer, con ley o sin ella, un par de golpes no arreglaran nada. —Eché un vistazo a ambos y noté que Hass se arremangaba su camisa sin apartar los ojos de Furcht. Al cabo de un minuto de silencio y de ver que ninguno de los dos daría un paso atrás volví a hablar—: ¿Quieren matarse? —pregunté cruzándome de brazos, dejando que el fastidio se colara tanto en mi voz, como en mi mente, dejando bien en claro que estaba cansado de todo esto y, en particular, de ellos dos. Retrocedí unos pasos y eché un vistazo a ambos: Furcht respiraba con dificultad, mientras que Hass lucía calmado y medido—. Mátense tranquilos, no me importa; mientras, yo iré por el coche, y si no lograron desangrarse mucho para cuando esté de vuelta, me gustaría que me ayudaran con este desastre; al menos ellas merecen eso, merecen que al menos nosotros las tratemos como alguna vez debieron hacerlo.
¡A la mierda con ellos también!
Bajé de un salto las escaleras, importándome una mierda lo que hacían mis hermanos; estaba cansado y ya no me importaba lo que hicieran. El aire fresco del amanecer fue una bendición para mis sentidos embotados por el olor de la muerte; rápidamente me dirigí directo a la Hummer mientras mascullaba maldiciones en todos los idiomas que conocía. Maldije todo el camino; aunque no oí golpes y era bueno, salvo que estuvieran usando otros métodos para lastimarse, al menos no se habían matado, o eso creía.
Llegué en unos minutos, observé el baúl y agradecí a los creadores de este vehículo por el espacio extra; era una creación del gobierno, amplia y ágil, un vehículo en el que fácilmente podríamos trasladar los cuerpos extras. Debíamos quitarlos de la vista de todo el mundo, pues los humanos no necesitaban más excusas para odiarnos.
La hermosa todo terreno se veía imponente, de color negro y con más de un metro ochenta de altura, que casi igualaba la mía. Toda la máquina era imponente y letal, como los seres que la conducían.
Encendí el coche y comprobé la conexión y no percibí nada; tal vez habían logrado llegar a un acuerdo o simplemente se matarían luego, ¡qué más daba!, siempre era lo mismo. Me detuve un momento a estudiar el sitio mientras doblaba por la calle principal. El maldito había encontrado un buen lugar, los galpones permanecían vacíos por la noche, nadie concurría a esa zona, por lo que le habían dado libertad de acción.
Sin testigos.
Mis manos se agarrotaron al recordar a todas las mujeres en el altillo, ellas merecían más que una simple desaparición; estaba seguro de que alguien se preguntaría por ellas.
Malditos.
Estacioné y abrí el baúl, extendí los protectores de plástico, un plástico negro como las bolsas de basura, y de repente me sentí mal por ellas, ellas no eran basura, pero no había tiempo para buscar otra cosa; al menos sus familias no las verían así. En mi interior rogué a Vatur para que les diera el consuelo necesario para seguir viviendo, pues lo necesitarían.
—¡Muévete perro! —gruñó Hass dándome un empujón. Él cargaba dos mujeres y Furcht le seguía los pasos con otras dos. Los observé con detenimiento y asentí, ambos estaban en una pieza, aunque eso no hacía que me sintiera mejor.
—Hay otras seis, en total son diez cuerpos.
—¡Brillante! —gruñí—, sabes contar, Hass. ¡Bravo! —Le solté mientras pasaba junto a él devolviéndole el empujón y lo enfrentaba.
—¿Ahora comenzarán a golpearse los pechos como los monos y ver cuál de los dos la tiene más larga? —preguntó Furcht separándonos de un empujón.
—Eso ya lo sabe —reconocí.
—¡Que te jodan Lei, espero que la que te tires hoy por la noche, te saque la mala leche que llevas últimamente encima! —respondió.
Era cierto que últimamente había estado un poco alterado y buscando broncas donde no las había, sabía que algo había cambiado en mí, pero no lograba dilucidar qué; estaba seguro de que el cambio había ocurrido después de la caída de los ángeles, pero hasta que no supiera a ciencia cierta cual era el problema con mi poca estabilidad emocional, no podría solucionarlo, así que, ¿para qué quemarse el coco con algo que uno no puedes arreglar cierto?
Entre gruñidos, buscamos los demás cuerpos, los subimos al coche y conduje hacia una zona descampada a las afueras de la ciudad, con los vidrios abiertos, evitando que el olor se pegara al vehículo. Los campos que en la antigüedad habían estado cubiertos por maíz, trigo y otros cultivos, ahora no eran más que polvo y mugre; los sembradíos estaban marchitos, la tierra estaba seca y resquebrajada, como la sociedad que habitaba sobre ella.
Los basureros pululaban a las afueras de las grandes ciudades, la mugre brotaba en cualquier sitio y la contaminación por quema de basura era de lo más común, por lo que nadie se sorprendería de ver una fogarata por allí. Nos adentramos entre los montículos de mugre, escaneé la zona buscando algún ser vivo que pudiera ser testigo de lo que íbamos a hacer, y cuando corroboré que no había nadie detuve la Hummer y bajamos los cuerpos. Los acomodamos apilados de una forma decente y tomamos la gasolina, los rociamos, y después encendí un cigarrillo.
—Es una pena —susurré antes de soltar la cerilla hacia la pira, que comenzó a arder mientras le di la primera calada al cigarrillo.
—¿Qué es lo que te da pena? —preguntó Furcht mientras admirábamos la pira de cuerpos consumidos por el fuego y tomaba un cigarrillo.
—Que sus familias nunca sabrán qué les ocurrió —repuse hipnotizado por las llamas.
—Sabes, últimamente estás un poco sentimental —me reprochó Hass—. Tal vez sea la mierda esa que estás fumando, ¿no crees?
—Después de lo que ocurrió hace unos meses, ¿dime quién de todos los que conoces no están un poco sensibles, Hass? Bueno, además de tu frío corazón de íncubo al cual lo único que le importa es el sexo, claro.
—Vete a la mierda.
—Saben, en el fondo, creí que ellos ganarían —murmuró Furcht casi como si hablara para sí mismo.
Ambos lo miramos sorprendidos, nunca hubiéramos esperado una declaración de ese tipo viniendo de él. Cuando notó nuestras expresiones sorprendidas, continuó:
—Ya saben, siempre han dicho que los ángeles son los seres puros de cielo, opuesto a lo que somos…
—Ellos no eran ángeles, eran caídos y pecaron, son peores que nosotros.
—Sí, pero… ¿Qué hubiera ocurrido si ganaban?
—Básicamente, estarían rostizando tu trasero regordete en el infierno e insensibilizando tus partes sensibles —respondió Hass. Pasó a su lado y le palmeó el hombro—. Pero ¿saben qué? —preguntó levantando las cejas y sonriendo de lado, dio un paso atrás y levantó los brazos.
—No… —solté una carcajada ante su tono, era una mezcla de orgullo y presunción.
—Eso no pasó, así que si gustan, desearía ir por un baño caliente y algo que me hiciera olvidar esto.
—¿Ya deseas tener sexo íncubo? —pregunté con malicia, y él lo entendió.
—Siempre —admitió con media sonrisa y sin ni siquiera una pizca de vergüenza—. Es mi naturaleza.
—Larguémonos de aquí, o este olor quedara pegado a mi nariz…
Conduje por más de dos horas sobrepasando cada límite de velocidad que encontramos. Los ánimos volvieron a decaer cuando le informamos a Z sobre la finalización del trabajo. El aire estaba caldeado dentro del coche y fuera no mejoraba. Estaba claro que ninguno de nosotros quería lidiar con misiones como estas, pues estaba en nuestra naturaleza proteger a las hembras, y había pocos oscuros que matarían a mujeres y niños, y uno de esos eran los vampiros descontrolados por el hambre.
—June —la voz de Furcht cortó el silencio—. En una hora. —Hizo silencio antes de volver a hablar—. ¡No me importa, mujer! —le gritó.
Eché un vistazo a Hass y lucía tan preocupado como yo. Maldije apretando los dientes, pues tan solo podíamos esperar que Furcht no lastimara a la hembra: en su estado actual, era un ser peligroso.
Yo… tan solo deseaba llegar y cuanto antes. Los pensamientos de mis hermanos embotaban mi mente, y la conexión se potenciaba cuando la ira y el malestar se unían a nuestro desagradable trabajo.
Llegamos a la S.A. mucho antes de lo que esperábamos, estacionamos en la entrada y dos guardias salieron a nuestro encuentro. No nos molestamos en bajar, simplemente dejamos que ellos descargaran el cuerpo del vampiro, y sin decir ni un hola ni un adiós, nos largamos una vez que cerraron el baúl. Había sido una noche de mierda…, de la cual tan solo deseaba olvidar todo.
En momentos como estos había solo un sitio al que deseaba ir después de que tomara un buen baño, solo un sitio al que todos asistíamos sin protestar, y no, no era la iglesia, si es en lo que están pensando.
Ese lugar era el «negocio», si podía llamárselo así. Madame Laicot era una humana que administraba un pequeño local a las afueras de la cuidad, acunando en las entrañas del mismo gran variedad de seres y especies, y tanto mis hermanos como yo, habíamos «probado» a cada una de ellas.
Pero primero tan solo quería quitarme el apestoso olor a carne quemada, que siempre me quedaba pegado en la nariz luego de cada cacería.
El olor a muerte.