23
Llegó la ambulancia y se bajaron tres auxiliares médicos igual que bomberos en acción. Para entonces, Foley se había puesto en pie y, aún tambaleante, estaba dispuesto a pelear con el hijo de puta que lo había derribado. Agresivo, lanzaba puñetazos al aire y se zafaba del auxiliar que pretendía atenderlo. Con la sangre manando de la nariz y acumulándose en el labio superior, parecía un vampiro interrumpido durante un cruento festín. La camarera le llevó una bolsa de plástico con hielo envuelta en un paño de cocina. Se la entregó haciendo una mueca y volvió al restaurante a toda prisa. El puente dental superior había salido volando y los dientes inferiores le habían traspasado el labio. Se sujetó la bolsa de hielo contra la boca y el paño se tiñó de rojo de inmediato. Rehusó la atención médica, de modo que los auxiliares no tuvieron más remedio que volver a la ambulancia y marcharse.
Hablando solo, Foley se desplomó en los peldaños de madera y apoyó la cabeza contra la barandilla.
Daisy se inclinó a su lado.
—Escúchame, papá. ¿Quieres escucharme? Tiene que verte un médico.
—No necesito un médico. Déjame. —Miró alrededor bizqueando—. ¿Dónde están mis dientes? Apenas puedo hablar sin ellos.
—No te preocupes por eso. Los tengo yo. Necesito tus llaves.
Al inclinarse para meter la mano en el bolsillo y sacar las llaves, casi perdió el equilibrio.
Daisy se apresuró a cogerlas y me las dio antes de volverse otra vez hacia él.
—Quiero que subas al coche. Voy a llevarte a urgencias. Kinsey nos seguirá en tu furgoneta. Y no me lleves la contraria.
—No discuto —dijo con voz airada y hostil.
Lo ayudamos a ponerse en pie. La cabeza se le iba por el whisky y la patada en la cara. Tambaleante, lo condujimos entre las dos hasta el coche de Daisy, que estaba aparcado en la calle, por suerte cerca de allí. Ella abrió la puerta del acompañante. Afirmando que se valía solo, Foley rechazó nuestra ayuda. Sujeto al marco de la puerta, empezó a sentarse poco a poco hasta que, a medio camino, se soltó y dejó escapar un gruñido a causa de la sacudida.
—La culpa es tuya —reprochó Daisy—. Aparta la mano.
Foley logró retirar la mano del marco medio segundo antes de que ella cerrara de un portazo. Daisy abrió el maletero y se apresuró a sacar una toalla de algodón de su bolsa de gimnasia. Malhumorada, volvió a abrir la puerta y se la tiró.
—No manches la tapicería de sangre.
Me señaló la furgoneta de su padre en el aparcamiento y luego, al rodear el coche camino de su asiento, cerró ruidosamente el maletero. Fui a la furgoneta y me subí mientras ella arrancaba el coche. Esperó a que yo saliera del aparcamiento antes de salir a la calle y colocarse delante de mí.
Lo llevó al servicio de urgencias del hospital donde ella trabajaba. Para entonces, Foley ya se había calmado, quizá porque había tomado conciencia de la magnitud de sus pecados. Ni siquiera la nariz rota sería penitencia suficiente para redimirlo a los ojos de Daisy. Ella dio sus datos en la ventanilla de ingresos y, cuando lo llamaron, lo acompañó a la sala de reconocimiento. Mientras lo examinaban, yo me quedé en la sala de espera, hojeando una revista. Al cabo de cuarenta minutos, Daisy salió y se desplomó en la silla junto a la mía.
—¿Cómo va?
—Saldrá del paso. Han llamado a un otorrinolaringólogo para reducirle la fractura de la nariz. El médico también ha pedido un TAC, porque ha perdido el sentido por un momento. Me han dicho que me dejarán entrar otra vez cuando vuelva de radiología.
—¿Tendrá que quedarse toda la noche?
—Parece que no —dijo mientras se levantaba—. Voy a ver si encuentro un teléfono para llamar al pastor. No pienso llevármelo a casa. —Cogió el bolso y se alejó por el pasillo. Al cabo de menos de cinco minutos ya había vuelto—. Bendito sea ese hombre. Me ha hecho un par de preguntas y luego ha dicho que, cuando den el alta a mi padre, lo estará esperando. La casa parroquial se encuentra justo al lado de la iglesia, y dice que puede quedarse allí todo el tiempo que necesite. No sé qué sería de él si no fuese por ese hombre.
La noche del viernes parecía el equivalente a la noche de las citas en el mundo de las salas de urgencias, una buena ocasión para accidentes y desgracias, dolor, sufrimiento y experiencias al borde de la muerte. Trajeron a un niño con una judía metida en la nariz. Había una mujer griposa, con fiebre y tos, y un hombre con un esguince en el tobillo y una hinchazón de dimensiones descomunales. Llegó un adolescente con un pulgar roto, aplastado por la puerta de un coche, lo tenía tan descompuesto que casi me desmayé.
Impertérrita, Daisy se quitó el pasador y se recogió el pelo antes de volver a ponérselo. La acusación de Foley acerca de la aventura entre Jake y Violet parecía flotar en el aire a nuestro alrededor.
—Lo único que puedo decir es que, por suerte, Tannie no estaba allí.
—Tarde o temprano se enterará.
—Eso seguro. Mi teléfono no pararía de sonar si se supiese que está en casa.
Aparté la revista.
—Me gustaría saber qué pasó. ¿De verdad tuvieron una aventura o son imaginaciones de tu padre?
—Mi padre no destaca por su imaginación. La madre de Tannie estuvo enferma durante dos años largos. Además, eran «problemas femeninos», así que muy probablemente su vida sexual dejaba mucho que desear. —Meneó la cabeza y dejó escapar un suspiro. Estiró las piernas y dobló la espalda de modo que la cabeza le quedó apoyada en el respaldo de la silla—. ¿Acaso quedaba algún hombre al que no se hubiese tirado? Mi madre debía de estar como una regadera.
—Bueno, como dijo aquel hombre, no eres responsable de lo que ella hizo.
—Pero sí soy responsable de haber removido el asunto. Tendría que haber dejado las cosas como estaban.
El gran reloj digital de pared marcaba las 10:16. Demasiado nerviosa para quedarme sentada un minuto más en medio de aquel caos médico, me levanté.
—Voy a ver si encuentro una taza de café. ¿Te apetece una?
—No. Ya tengo los nervios a flor de piel.
Los fluorescentes de los pasillos resplandecían intensamente en los suelos de vinilo. La mayor parte de los departamentos por los que pasé estaban a oscuras: administración, cardiovascular, electrocardiogramas, electroencefalogramas. Doblé un recodo y seguí por el pasillo hasta llegar al vestíbulo principal. Un letrero indicaba que la cafetería estaba en la planta de abajo, pero cuando salí del ascensor en el sótano, el lugar estaba a oscuras y la puerta cerrada. Según el cartel de la entrada, la cafetería abría de siete de la mañana a siete y cuarto de la tarde. Llegaba con varias horas de retraso. Un encargado de mantenimiento apareció con una fregona y un cubo de tamaño industrial. Esperamos juntos el ascensor, que había parado en la planta baja.
—¿Hay alguna máquina expendedora por aquí?
Él negó con la cabeza.
—Ojalá. Ahora no me vendría nada mal un caramelo.
Se abrieron las puertas del ascensor y entramos. Cuando salimos en la planta baja, miré a la izquierda y vi a Liza Clements sentada en el vestíbulo. Parecía agotada y tenía los vaqueros y la camiseta arrugados. La llamé y me dirigí hacia ella.
—¿Qué hace aquí?
—Mi nieta acaba de nacer. He bajado para no estorbar mientras la acaban de limpiar. Kevin está arriba con Marcy, también han venido los padres de ella. Dos kilos ochocientos gramos. Es preciosa.
—Estupendo. Enhorabuena.
—Gracias. Han sido unos momentos muy intensos. ¿Y usted qué hace aquí? No esperaba ver caras conocidas.
Le conté por encima la aventura de Foley, que había terminado en una fractura de nariz, omitiendo los comentarios que habían provocado que le expulsaran del Moon.
—¿Se puede conseguir una taza de café a estas horas? —preguntó.
—No. Ya lo he intentado. Supongo que podríamos encontrar un surtidor de agua, y pare de contar.
Acabamos sentadas en el vestíbulo principal a falta de un sitio mejor. Era una zona pequeña y sombría, obviamente no estaba concebida como sala de espera. Al menos en urgencias había un televisor y unas cuantas plantas.
—¿Se ha enterado de lo del coche?
—No se habla de otra cosa. Supongo que no hay duda de que es el de ella.
—Para mí no. Es decir, ¿qué posibilidades existen de que alguien enterrase otro coche en el lugar donde se vio el suyo por última vez?
Cambió de posición en la silla.
—Voy a contarle una cosa, pero no quiero que me chille. ¿Me lo promete?
—Palabra de honor.
—Resulta que vi a Foley en la finca de los Tanner aquel viernes por la noche.
—¿Y qué hacía?
—Manejar un bulldozer que estaba aparcado cerca de la carretera. Oí cómo lo ponía en marcha.
—¿Seguro que era Foley?
—No podría jurarlo, pero ¿quién iba a ser, si no?
—Pues cualquiera —contesté—. Y hablando de casualidades ¿qué hacía usted allí?
—Ty y yo habíamos ido a la casa… En principio no debíamos salir juntos, y aquel era el único sitio donde nadie nos vería. Estábamos en el dormitorio del primer piso, en la parte delantera cuando oímos llegar el coche.
—¿Y qué hacían? ¿Fumar porros? ¿Morrearse?
Puso los ojos en blanco y se metió un mechón de pelo rubio detrás de una oreja.
—Por favor. En esa época no fumaba nadie. Hablamos de los años cincuenta. Eramos de lo más puretas.
—¿Qué hacían, pues?
—Vale, es verdad, estábamos sobándonos. Cuando llegó el coche, creímos que era un guardia de seguridad que venía a inspeccionar la casa, así que nos largamos por detrás y esperamos hasta que oímos arrancar el bulldozer. Ty pensó que con ese ruido no se oiría la furgoneta.
—O sea, que en realidad no le vio la cara a Foley.
—Acabo de decírselo. La cuestión es que, si era él, tuvo tiempo de sobra para cavar un hoyo.
—¿Qué clase de coche? Doy por supuesto que habría reconocido el Bel Air.
—Claro. En general distingo un coche de otro, pero sé que no era el de Violet. Había luna y, como su coche era de color claro, se habría visto bien.
—¿Qué recuerda del coche? ¿Tenía dos puertas? ¿Cuatro puertas? ¿Era claro? ¿Oscuro?
Con una mueca, hizo un gesto de negación con la cabeza.
—Lo vi, pero no me fijé. Temía que nos pillaran, eso era lo único que me preocupaba. Y, antes de que me lo pregunte, no, no se lo conté a los de la oficina del sheriff.
—¿Porque no quería confesar que había entrado sin permiso en una propiedad privada?
—Porque en aquel momento no tenía ninguna importancia. Violet ni siquiera había desaparecido. Cuando vimos a ese hombre, Foley o quien fuera, ni se me habría pasado por la cabeza que estaba haciendo una cosa así. Cavando una tumba. Dios mío, se me pone la carne de gallina. Si se lo cuento ahora es sólo porque sabemos que el coche está enterrado allí.
—¿Se acuerda de algo más?
—No. Bueno, sí. El hombre fumaba. Lo recuerdo porque olimos el humo por la ventana abierta del piso de arriba.
—¿Y la estatura? ¿El peso? ¿Algún dato así?
—No. Estaba oscuro y sólo lo vi de refilón. ¿Cree que debería hablar con el inspector?
—Por supuesto —respondí.
—¿Aunque meta a Foley en más problemas?
—Ni siquiera puede afirmar que era él. Lo único que sabe es que allí había un hombre manejando un bulldozer. El inspector se llama Nichols. Tiene que saberlo.
Cuando volví a la sala de urgencias, habían dado el alta a Foley. Salió de la sala de reconocimiento con los calmantes que le habían proporcionado para llevarse a casa y una hoja con las medidas de precaución en caso de traumatismo craneal. Empezaban a amoratársele los ojos, y supuse que al día siguiente el hematoma sería intenso. Con el puente de la nariz entablillado, parecía tener los ojos tan juntos como un collie. Le habían taponado los dos orificios nasales con algodón y vi puntos de sutura en el mentón. Deduje que tenía más en el interior de la boca. Por suerte para él, los calmantes estaban eliminando los efectos negativos de la borrachera. Se lo veía más tranquilo. Fijó la mirada en Daisy con la expresión muda y suplicante de un cachorro cuando hay en juego restos en la mesa.
Daisy lo llevó a Cromwell y yo los seguí en la furgoneta de Foley, como antes. Cuando se detuvo en el camino de acceso de la casa parroquial, se encendió la luz del porche. El pastor apartó una cortina y se asomó; luego abrió la puerta en zapatillas, pijama y una bata de franela suave. Aparqué enfrente, cerré la furgoneta con llave y crucé la calle hacia el coche de Daisy, donde le entregué a Foley sus llaves. No me miró a los ojos y percibí el bochorno que emanaba como sudor. El pastor abrió la mosquitera y Foley desapareció. Daisy cruzó unas palabras con el pastor y luego volvió a su coche.
Nos subimos. Por un momento, mantuvo la mirada fija al frente a través del parabrisas, con las manos en el volante.
—¿Estás bien? —pregunté.
—Te diré lo que me resulta chocante. ¿Sabes cuando vas al cine y ves los tráileres de los próximos estrenos? Esto parece el tráiler de una película antigua. No recuerdo haber visto a mi padre borracho, pero así debía de ser él cuando estaba casado con mi madre. No resulta agradable.
—Sí, y seguro que ahora él tiene la misma pinta que tenía ella cuando él le daba una paliza.
Hizo girar la llave de contacto.
—Al menos ahora sabes por qué estoy tan jodida.
—¿Quieres que te diga una cosa? No estás tan jodida. Las he visto peores.
—Ah, gracias. Ahora que me has dicho eso, me siento mucho mejor.
Viajamos hasta Santa María en silencio. La carretera de dos carriles estaba desierta a esa hora, y los oscuros campos de labranza se extendían a ambos lados hasta donde alcanzaba la vista. Dejamos atrás un edificio de planchas de metal acanaladas, en medio de un mar de asfalto, rodeado de una alambrada. Una luz fría y plateada bañaba la zona, pero no se veía ni rastro de vida. Al oeste, tapando el mar, se recortaba contra el cielo nocturno la silueta de unas colinas bajas en forma de concha. Daisy vio aparecer en el espejo retrovisor un par de faros. Miré por encima del hombro, esperando que el coche acelerase y nos adelantase. Daisy conducía a unos tranquilos noventa y cinco kilómetros por hora, pero en las carreteras comarcales los conductores se impacientan.
El coche de detrás mantuvo la distancia durante un par de kilómetros y luego empezó a reducirla. Daisy echó otra mirada al retrovisor.
—Mierda. Reconozco ese Mercedes. Es Jake.
—¿Cómo ha sabido dónde encontrarnos? ¿Estaría esperando en el aparcamiento del hospital?
—Si es así, yo no lo he visto.
Llegamos a Santa María y doblamos por la calle de Daisy con Jake justo detrás. Su comportamiento no era amenazador, ni hizo el menor intento de ocultarse, pero después del violento episodio no me entusiasmaba la idea de volver a verlo. Puede que BW hubiese asestado el puntapié, pero Jake había sido el catalizador. Daisy aparcó en el camino y apagó los faros. Eché un vistazo a la casa. En la cocina había un plafón encendido, pero el salón y el cuarto de invitados en la parte delantera estaban a oscuras. Jake se detuvo detrás de nosotras y quitó también las luces. Apagó el motor, igual que Daisy, y luego salió y se acercó a nosotras por el camino.
—¿Crees que debemos bajarnos? —preguntó.
Puse la mano en el tirador de la puerta.
—Sí. No me gusta la idea de que nos mire desde arriba.
Salimos cada una por su lado y rodeamos el coche por la parte delantera para estar juntas. Era una noche oscura y fría, como habíamos previsto, por lo que me alegré de haber aceptado la chaqueta que me había ofrecido Daisy. Crucé los brazos, sentía más la tensión residual que el frío. Las casas cercanas se hallaban cerradas y atrancadas hasta la mañana siguiente. No estaba nerviosa por Jake, pero sí pensé que, si alguna de las dos gritaba, nadie nos oiría o reaccionaría.
—Hola, Jake. ¿Qué quieres? —preguntó Daisy.
—Siento molestarte. Pasaba para preguntarte por tu padre. ¿Está bien?
—Yo no diría tanto, pero el médico lo ha atendido y lo ha mandado a casa, así que supongo que eso ya es algo. Habrías podido llamar en lugar de seguirnos hasta aquí.
—Hay otra cosa que quería comentarte y me ha parecido que no podía esperar. Te prometo que no te robaré mucho tiempo…
—Más vale, porque hemos estado dos horas en la sala de urgencias y estoy molida. Si esperabas ver a Tannie, ya se ha acostado.
—Es contigo con quien me gustaría hablar. Y también con usted —añadió lanzándome una breve mirada.
—¿Por qué no vamos a la cocina y cerramos la puerta? Imagino que prefieres que Tannie no te oiga.
—Aquí fuera ya estamos bien. Pienso hablar con ella en cuanto tenga ocasión. Y con mi hijo, Steve.
—Muy inteligente por tu parte —dijo ella.
Jake pasó por alto su irritación.
—He venido para disculparme por lo que le ha pasado a Foley esta noche. Estamos dispuestos a pagar sus gastos médicos. Puedes mandarme las facturas y yo me haré cargo. BW no tenía derecho a hacer lo que ha hecho.
—¿Ah, no? ¿Te refieres a darle una patada en la cara a un hombre y reventarle la nariz?
—Daisy, mi disculpa es sincera. BW se ha pasado de la raya y así se lo he dicho. No estoy diciendo que haya obrado mal al echar a tu padre del bar. Eso Foley se lo ha buscado, pero la violencia no. BW es un exaltado. Tiende a actuar primero y a pensar después. Si Foley lo denunciase, no me sorprendería.
—Olvídalo. No va a hacerlo. ¿Y qué más? Estoy segura de que no nos has seguido para interesarte por su salud.
—Creo que te debo una explicación.
Daisy estuvo a punto de contestarle con una agudeza, pero por lo visto cambió de idea. Mejor no allanarle el camino y que se las apañara él solo en la conversación.
Jake mantuvo la mirada fija a media distancia, pero por lo demás su actitud era clara y directa.
—La acusación de tu padre no es verdad, pero creo que sé de dónde ha sacado la idea, aunque esté en un error. Espero que me escuches.
—Adelante. Soy toda oídos.
—Hubo un incidente en el Moon…, debió de ocurrir un mes y medio antes de desaparecer tu madre. Yo había ido a visitar a Mary-Hairl al hospital y paré a tomar una copa. Tus padres estaban en el bar, llevaban allí ya un buen rato. Creo que no me quedo corto si digo que a esas alturas estaban anestesiados y no sentían ningún dolor. Cuando yo llegué, tu padre tenía cara de pocos amigos. Violet empezó a coquetear conmigo; creo que sobre todo para provocarlo. Mi mujer estaba enferma. Yo me sentía solo y quizá le di a tu madre una impresión equivocada. Nos pusimos a bailar, cosa que me pareció inofensiva. Pero al cabo de un rato, ella empezó a comportarse de una manera un tanto bochornosa. Esto es una comunidad pequeña. Ya sabes cómo son las cosas. Todo el mundo conoce la vida del vecino. No podía permitir que ella se restregara contra mí o me tocara el culo. En cualquier caso, te ahorraré los detalles por respeto a ella. No quería herir sus sentimientos, pero sabía que debía pararle los pies.
»El problema era que Violet estaba acostumbrada a salirse con la suya y no aceptaba un no por respuesta. Se puso echa una furia y dijo que la había insultado. Luego abandonó la pista de baile y yo la seguí. Nada más lejos de mis intenciones que insultarla. Intenté explicárselo. Tu madre me caía bien…, no me malinterpretes…, pero me quedé de una pieza. En pocas palabras, acabó tirándome una copa de vino a la cara.
—¿Te la tiró a ti? Había oído esa historia, pero no sabía que habías sido tú. Nunca se mencionó tu nombre.
—Pues sí, me la tiró a mí. Por desgracia, la historia no acabó ahí. Empezó a gritar y a maldecir. Tenía muy mal carácter y, para colmo, era muy suspicaz. Amenazó con contarle a Foley que habíamos mantenido relaciones, que yo me había insinuado a ella y que, cuando ella me rechazó, la forcé. Nada más lejos de la verdad, pero ¿qué podía hacer yo? BW se dio cuenta de que pasaba algo y sacó a Foley de allí con algún pretexto.
»En cuanto se marchó intenté hacerla entrar en razón. No había pretendido ofenderla y me disculpé por el malentendido. Pareció calmarse. Esperaba que el asunto quedara zanjado, pero no estaba seguro. Me encontraba en una situación delicada. No podía ir a Foley y contarle lo que había dicho ella. Si la propia Violet nunca lo mencionaba, habría sido levantar la liebre. Se habría enfadado conmigo por haberla rechazado, o bien la habría acusado a ella de follar por ahí y ella lo habría negado todo, acusándome de haberla violado. En ese caso, habría dado la impresión de que lo único que me interesaba era cubrirme las espaldas. De todos modos, me pareció mejor guardar silencio y ya no volví a saber más del asunto hasta esta noche. Es evidente que ella cumplió su amenaza. Debió de contarle que yo la obligué a hacer algo en contra de su voluntad y él la creyó.
Daisy callaba. Percibí que, al igual que yo, ponía a prueba la historia.
—No sé qué decir. Mi padre y yo nunca hemos hablado de nada de esto. Ahora mismo no está en condiciones y seguramente se avergüenza de haberse emborrachado. Comprendo que intentes aclarar las cosas. Si quieres, le digo lo que me has contado.
—Lo dejo a tu juicio. Al menos ahora ya conoces mi versión. Puedes creértela o no. Y tu padre, cuando se serene, puede hacer lo que quiera. No pretendo faltarle al respeto a Violet, pero él bien sabe que era muy capaz de tergiversar las cosas. Si se para a pensar, puede que esté dispuesto a reconocerlo. En cuanto a mí, lamento el papel que desempeñé. Nunca fue mi intención causarle ningún daño a Foley.
—Te lo agradezco, Jake. ¿Algo más?
—No, eso es todo. He dicho lo que tenía que decir. Sé que es tarde y no quiero entreteneros más.
Los dos concluyeron la conversación con un breve intercambio, y Jake por fin se despidió y volvió a su coche.
Cuando se marchó, esperé medio minuto y pregunté:
—¿Qué opinas?
—No tengo pruebas, pero a bote pronto diría que ese hombre es un embustero redomado.