9. EL EBRO: LA MANIOBRA
Ni el sol ni los aires nuestros
admiten el turbio eclipse
de la sangre puesta a precio.
APARICIO
La oposición que se hacía desde el exterior a la República española se manifestaba cada vez más activa. ¿De qué le servía haber pasado del caos revolucionario a una situación de orden y disciplina social? ¿Cuál era la eficacia de la clara definición dada en sus trece puntos por el Gobierno a las aspiraciones y fines del Estado español? ¿Qué importaba en el exterior el sentido humanitario y el progreso ya realizado en la obra de fortalecimiento del régimen? Desdichadamente, nada.
La No Intervención pesaba como una losa sobre la República; y en tanto se creaba en torno de ésta una atmósfera de aislamiento, nosotros podíamos recibir informes fidedignos relativos a las armas y pertrechos de guerra de todas clases que desembarcaban en los puertos del Cantábrico y del Sur; apreciábamos cómo, a base de la frustrada derrota total de la República, esperada en el mes de abril, se firmaban pactos con los países que invadían nuestro suelo; veíamos crecer incesantemente los contingentes de técnicos alemanes y los italianos que nutrían las Divisiones de Gambara, y contemplábamos cómo se sucedían en el aire los nuevos modelos de aviones italianos y alemanes, salidos de la experiencia de nuestra guerra, para hacer nuevos experimentos en la carne y en la tierra españolas. ¿Qué terrible delito había cometido una República que defendía su Constitución y sus leyes, para que se la sometiese internacionalmente a una asfixia material y moral, condenándola a ver esterilizados sus esfuerzos? ¡Ah, el comunismo! La República española no era comunista, pero se quería extirpar el comunismo español. La farsa continuaba a los dos años de guerra. Y lo querían extirpar Estados que tenían más comunistas que España. Hitler proclamaba a pleno pulmón que tal era el motivo de su intervención (¡con qué sarcasmo ha señalado su política la falsedad que había en aquel propósito!); y lo mismo el Estado fascista que firmaba pactos comerciales con los comunistas; y la conservadora Inglaterra que ha terminado pactando una alianza por 20 años con Moscú. En aquel bárbaro empeño se consideraba correcto, justo, que en el exterminio de un peligro imaginario pereciesen cientos de miles de hombres, que si nada tenían de comunistas, en cambio se batían noblemente por defender las libertades de su pueblo, y algo más que esto, con ser mucho: la independencia y la integridad de su patria; una patria que no podían ver manumitida los Estados que celosamente venían velando en nuestra Historia con el propósito de que se mantuviese esclava.
Tal era, amigo lector, la trágica farsa de que éramos víctimas internacionalmente durante el año 1938 y que nos creaba un cerco de asfixia, sostenido directamente por unos países e indirectamente por otros, y en el que iban cayendo para no levantarse más muchos compatriotas y arruinándose la noble tierra española.
El éxito estratégico con que cerrábamos en Teruel el año 1937, como se ha visto, había comenzado a frustrarse en febrero, y sucesivamente, nos proporcionaría los reveses de Teruel, de Aragón, del Maestrazgo, de Extremadura. Reveses que nuestro ejército sólo podía atenuar limitando su trascendencia, porque resultaba impotente para convertirlos en victorias, ya que jamás lograba, de uno a otro, rehacerse totalmente, debido a que nunca pudo, no ya de modo completo, sino modestamente siquiera, disponer de los medios que precisaba para combatir.
A mediados del año, tanto se había acentuado nuestro desgaste como consecuencia de la constante lucha en el Maestrazgo, y tan difícil era nuestra situación de conjunto, a causa del corte de Cataluña respecto a la zona central y la amenaza que se cernía sobre Valencia, que verdaderamente necesitaba la República realizar un esfuerzo gigantesco para lograr que la balanza de la guerra se inclinase a su favor, lo mismo en el orden militar interno que en el aspecto internacional.
Pero nada había imposible. La obra de reconstrucción del ejército seguía un ritmo lento, el que consentían los pobres medios disponibles; se confiaba en la llegada de recursos que permitiesen la total reorganización y el sostenimiento de la guerra, y se pensaba en que, si a la tenacidad que se ponía en la resistencia, se lograba añadir una demostración palmaria de potencia y voluntad de vencer, las cosas cambiarían interna y externamente.
Por eso, a pesar de aquella situación, el ejército que se batía con mala fortuna, lo hacía sin desfallecimiento, y sólo una minoría del país pensaba que la guerra se hallaba perdida como consecuencia de aquel estado de cosas. Posiblemente en ningún otro período de reveses la reacción popular se había mostrado tan general y tan vigorosa; aquellos reveses, al mostrar el camino del deber, actuaban de excitantes, y el hombre sacaba fuerzas de flaqueza para superarse y afrontar con entereza las nuevas situaciones, cada vez más difíciles. Tal era el efecto del carácter nacional que ya tenía la guerra; si en orden a los medios materiales no había fuertes razones para tener fe en el triunfo, moralmente no faltaban grandes motivos para justificar el sacrificio que la lucha imponía; de aquí que los hombres soportasen sin una protesta las grandes privaciones a que se veían forzados.
Así llegamos al momento de la crisis militar de julio, descrita en el anterior capítulo, en el que hemos visto que nuestro repliegue nos había conducido ya a la línea elegida y organizada por el EM del Grupo de Ejércitos para defender Valencia y Sagunto, y en la cual se habían situado las últimas tropas que se habían podido sacar de los frentes de Madrid, Andalucía y Extremadura. Si tales tropas fracasaban en su misión de resistencia, Valencia y Sagunto podían darse por perdidos, pues no había más reservas; y si se perdía la región valenciana, que era, en el Centro, el foco de producción agrícola más rico, la zona industrial más activa y el primer puerto de la región, aunque aún no hubiera con ese nuevo revés motivos para dar la guerra por perdida, probablemente entraríamos en su fase decisiva.
Por ello, nunca como entonces iba a ser oportuna la única maniobra estratégica que se ha podido poner en juego durante toda la guerra: la ayuda indirecta al frente amenazado, actuando ofensivamente en otro teatro alejado de aquél. Tal ayuda estaba prevista y se preparaba desde los primeros días de junio; pero aún no había podido realizarse por falta de elementos materiales (especialmente puentes), cuya construcción había de hacerse con grandes dificultades por la industria catalana, por no poderse importar. Sin embargo, las circunstancias se habían hecho ya tan apremiantes que obligaban a operar con lo que se tuviese. Así se hizo.
Cuando el enemigo se estrellaba en Viver, en las fortificaciones que cubrían Valencia y contra tropas que recordaban por su coraje defensivo las de 1936 en Madrid; en el momento que fracasados los ataques de los días 21, 22 y 23 de julio hacia Viver se tomaba el adversario un descanso para reagrupar sus fuerzas y reanudar tal vez el ataque con nuevo vigor y mayores medios, fue lanzada nuestra ofensiva en el Ebro, que iba a provocar un cambio radical en la situación de conjunto.
Nuestras tropas, realizando la operación más audaz de toda la guerra, cruzan el río, profundizan 20 km, crean una amplia brecha en un frente tenido por infranqueable, provocan una seria amenaza sobre la retaguardia enemiga y, al obligar al mando adversario a acudir precipitadamente con tropas sacadas del frente de Levante, desarticulan sus planes.
Se había propuesto conquistar Valencia el 25 de julio: la resistencia del Ejército de Levante había frenado su propósito, y la maniobra del Ebro lo había hecho imposible. El éxito estratégico de la maniobra se había logrado plenamente. Valencia estaba salvada y la situación de crisis vencida. La iniciativa volvía a nuestras manos. Interiormente, una reacción vigorosa sería mal aprovechada por el Gobierno; exteriormente, si los técnicos militares y gran parte de la opinión tenían motivos para elogiar al Ejército de la República, y lo elogiaban, la No Intervención seguía implacablemente su ruta y dos meses después pactaba en Munich: la suerte de España estaba echada.
Maniobra del Ebro (25-31 de julio de 1938).
La difícil maniobra a que nos habíamos aventurado tuvo una preparación minuciosa. Se planeó a primeros de junio, cuando teníamos la esperanza de recibir recursos. Tenía la mira ambiciosa de alcanzar Gandesa, Batea, Valderrobres… buscando una salida ofensiva al Ejército de Cataluña hacia el Sur, y ligar sus operaciones a las del Ejército de Levante; propósitos que la realidad de nuestras posibilidades iría restringiendo hasta conformarse con alcanzar el primer objetivo que se señala en el croquis, y el cual había de lograrse del siguiente modo:
Conocíamos todos los riesgos que la operación comportaba; pensamos que podía fracasar en su mismo comienzo o en el curso de su desarrollo con gravísimas consecuencias; pero sabíamos también que el español es hombre audaz, vehemente, amante del peligro, de lo difícil, quizá también de lo imposible; es el hombre que se estrella ante cosas nimias y que no duda en lanzarse a empresas aventuradas, y ello no era una novedad ni un descubrimiento que hubiera hecho nuestra corta experiencia, sino enseñanza perenne de la Historia. Por ello, no obstante apreciar el carácter difícil de la empresa, no se dudó en abordarla desde el momento en que el éxito se consideró posible. Además, había otra razón decisiva para afrontar aquellos riesgos: la de ser la mejor maniobra, quizá la única, de posible ejecución con pocas tropas, para resolver la situación de Levante.
Iba a corresponder el mérito de su ejecución al Ejército del Ebro, el último que se hallaba en organización. Su moral estaba rehecha vigorosamente, pues después del descalabro del Maestrazgo, donde habían combatido muchas de sus unidades —y lo realizaron ciertamente con tanto heroísmo como impotencia material— se había sometido a una labor de instrucción y de educación moral intensísima. En los jefes y en la tropa latía un efectivo anhelo de batirse y de triunfar. Los mandos habían medido las dificultades de la operación que se les encomendaba; habían previsto todos los riesgos y el modo de conjurarlos, y tenían una fe ciega en el éxito: por eso, en la preparación de la operación y en la puesta a punto de todos los elementos que habían de manejar[12] desplegaron, además de su entusiasmo, un celo ejemplar en el trabajo que se les exigía, haciéndolo con todo rigor y secreto los cuadros de mando y sometiendo a las tropas a una instrucción y disciplina rigurosas; de esta forma pudo lograrse la sorpresa y el éxito de manera franca, completa, en una operación de guerra que se estuvo preparando cincuenta días en presencia del enemigo.
A las 0,15 horas del día 25 de julio se ponía en acción todo el frente a que afectaba la maniobra, abordando el paso del río seis divisiones por doce puntos distintos.
Centenares de barcas de todas clases se sacan cautelosamente de los escondrijos de la orilla del río, donde habían sido depositadas; los equipos que han de utilizarlas están prestos en los lugares designados. Se procede con riguroso silencio y con todo orden: primero pasarán los más audaces y los mejores jefes de las pequeñas unidades, porque ellos son la garantía de que no surja el pánico y se lleve la empresa iniciada con la mayor decisión; simultáneamente comienzan a tenderse pasarelas y puentes de vanguardia, mientras, próximas al río, dispersas y ocultas, esperan el grueso de las tropas, los tanques y la artillería, a que el primer escalón haya logrado sus objetivos, para proseguir la maniobra de paso sin solución de continuidad y con sujeción a un orden estricto.
En el Puesto de Mando instalado en una prominencia, a pocos kilómetros del río y dominando la futura zona de maniobras, la ansiedad que se apodera de las doce o quince personas allí reunidas crea un silencio que se hace crecientemente angustioso a medida que pasan los minutos. Se mantiene alerta el oído y la vista aguzada queriendo escudriñar en la obscuridad, e interpretar los más leves rumores que hasta allí llegan; pero en la noche calmosa, cerrada, nada se deja percibir y se hace más angustioso aquel silencio. Alguien lo rompe con una inocentada:
—El mejor síntoma de que la cosa va bien es que no se oye nada.
Nadie responde. Al fin llega el primer parte del XV Cuerpo: un recado de un telefonista, por encargo del jefe de aquella unidad que se hallaba en la orilla del río:
—La operación ha comenzado y todo marcha bien.
La noticia no podía ser más explícita, pero no bastaba. Para saciar la curiosidad se quiere saber más.
Hacia la izquierda del Puesto de Observación, en la zona del V Cuerpo, suenan las primeras ráfagas de ametralladoras. ¿Han sido sorprendidas las tropas al pasar o se combatirá en la otra orilla?; si comenzaron a la hora marcada, ya han tenido tiempo de cruzar el río. Se pide comunicación con el V Cuerpo y no la hay porque se han roto las transmisiones. Nada puede saberse. El fuego de ametralladoras ha cesado; pero pronto suenan los primeros disparos de la artillería enemiga que ya no dejará de hacer fuego. Es evidente que se ha descubierto el paso y que se combate. Pero así debe ser.
Lo importante es saber dónde y en qué condiciones se lucha. Hasta pué punto habrán llegado nuestras fuerzas. Cuántas habrán logrado pasar a la otra orilla. Al fin, cuando han transcurrido dos horas, comienzan a llegar los partes; ha pasado tal batallón y tal otro, y tal otro; en una zona de paso fueron sorprendidas las barcas y se las tiroteó, pero siguieron adelante y, combatiendo, desembarcaron a viva fuerza; hay ya algunos jefes de brigada en la otra orilla; solamente por uno de los puntos de paso elegidos ha sido imposible el acceso; un disparo de artillería ha alcanzado una barcaza…
Llegan también impresiones que confirman el éxito: han sido sorprendidos muchos puestos enemigos; ninguna fracción propia ha flaqueado; la tropa rebelde se refugia en los pueblos… Se combate en los alrededores de Miravet y Flix, pero las vanguardias siguieron a sus objetivos…
Con las primeras luces del día llegará la confirmación del triunfo, que se condensa en este parte del Jefe del Ejército: «Han pasado todos los que tenían que pasar; los que fueron detenidos lo han hecho por la zona inmediata; se han ocupado Miravet y el Castillo combatiendo; las vanguardias están en sus primeros objetivos; las pasarelas todas tendidas; los puentes de vanguardia, tendidos dos y tendiéndose otros dos. Ha comenzado el paso del grueso. Se ha reiterado la orden de que no se detengan ante las resistencias de la orilla y que sigan a sus objetivos lejanos; el enemigo hace una extraordinaria resistencia en la demostración del flanco izquierdo. En la derecha está cortada la carretera de Mequinenza a Fayón y se ha tomado artillería; no hay bajas acusadas; tenemos unos 150 prisioneros».
El primer paso estaba ya dado bien y con firmeza. Se había logrado ampliamente la sorpresa y la desarticulación del dispositivo de fuerzas enemigo. Dominábamos ya los puntos esenciales de la otra orilla. El paso del resto de las fuerzas sólo podía entorpecerlo la aviación, que comenzaba aquella misma mañana a intentarlo, sin resultado práctico, pues durante toda la mañana continuaría la maniobra de paso en la forma prevista y se batirían los núcleos de la zona invadida que se hacían fuertes, quedando reducidos Flix, Aseó, Ribarroja, Camposines, Pinell y Fatarella. A fin de jornada se habían logrado todos los objetivos del primer avance; el segundo día quedaron reducidos los demás pueblos de la bolsa, se ocuparía Corbera y se avanzaría hacia Gandesa y Villalba, y el tercer día se limpiaría la zona totalmente de fugitivos y se proseguiría el avance.
Desde el primer día la aviación enemiga desplegaría una actividad abrumadora; primero, sobre los puentes, para cortar el paso de tropas y elementos, y en seguida sobre los puentes y las tropas que habían pasado. A pesar de ello, entre el 30 y 40 día, y no obstante haber logrado (entre la aviación y el efecto de una fuerte crecida del Ebro provocada abriendo las compuertas de los embalses pirenaicos) que todos nuestros puentes fuesen destruidos o arrastrados por la corriente, teníamos al sur del río todos los elementos que se había calculado que debían pasar, y se hallaban montados, también al sur del río, todos los puestos de Mando y escalones de servicio.
El sostenimiento estaba asegurado. Los puentes volvían a tenderse bajo la acción de incesantes bombardeos y, pese a éstos, llegaríamos a ver en funciones diez de aquéllos de diversas clases, pasarelas, puentes de vanguardia, puentes de caballete para 12 toneladas, puentes de hierro para 24 toneladas y una serie de barcas motoras que garantizarían la relación entre las orillas cada vez que las crecidas provocadas o los bombardeos inutilizasen aquéllos.
Pero la maniobra no estaba terminada. Por la izquierda el flanco quedó fuertemente apoyado y el V Cuerpo resistía bien las primeras reacciones que sobre él se hacían y seguía su avance hacia Bot. En el flanco derecho, la caballería se hallaba detenida frente a Pobla de Masaluca y en el centro se había llegado a las puertas de Villalba y Gandesa; pero estos pueblos no se habían podido ocupar los dos primeros días de ataque, porque faltó a la infantería, por las dificultades del paso del río, el apoyo de la artillería y de los tanques y, los siguientes, porque el enemigo había acumulado fuerzas y medios bastantes, y superiores a los nuestros, para asegurar la detención. Nuestros ataques del 30 y del 31 encontraban ya ante sí una red de fuegos que no fue posible romper, y la maniobra quedaba detenida en profundidad.
Comprendiéndolo así, se suspendieron los ataques y se organizaron activamente las nuevas posiciones, las cuales reunían inmejorables condiciones para la defensa, como pronto comprobaría la realidad, y se relevaron las tropas desgastadas para asegurar una resistencia eficaz a las inmediatas reacciones enemigas. Entretanto quisimos llevar a otros teatros la explotación que no pudo hacerse en el Ebro; pero la realidad era superior a los buenos deseos, porque en la región central era tal el agotamiento a que se había llegado en la batalla de Levante y tan míseros los medios que podían reunirse, que sería necesario un largo plazo y la llegada de armamento para poder hacer algo útil.
La maniobra del Ebro había terminado, pues, para dar comienzo la batalla defensiva. El éxito estratégico habíase logrado, y si en el orden táctico se había visto pronto limitada, la eficacia de aquella maniobra era evidente. Fueron sus características: en la ejecución, la decisión y la audacia, y un rigor técnico hasta entonces no igualado en la preparación y en la conducción de las tropas. El soldado podía ya considerarse totalmente hecho, por cuanto sabía poner en juego de manera ejemplar como combatiente cuanto de él se podía exigir; y en cuanto a aquellos cuadros de mando improvisados de milicias, acreditaban junto a los profesionales que los dos años de experiencia y de estudio no habían sido estériles.
En orden a los medios empleados la maniobra del Ebro era la revelación de la impotencia de la aviación en campo abierto contra la tenacidad y la astucia del hombre. El avión fue el principal enemigo de nuestro infante desde el mismo día 25; la maniobra se hizo, pese a la constante presencia de aviones bombardeando y ametrallando, y sólo fue detenida cuando lo impusieron las ametralladoras y la superioridad del enemigo. El siguiente parte del observatorio central de la DCA del día 31, según el cual hubo desde las 7,08 h. a las 17,55 h., 50 servicios de aviación enemiga con un total de 200 aparatos de bombardeo y 96 de caza, da idea de lo que fue la presión aérea aquellos días. Después, y durante la batalla, aún sería peor.
Los combatientes que habían vencido los riesgos inmensos de la maniobra del Ebro tenían, pues, motivos para estar orgullosos de su obra, como lo estaban sus compatriotas que llevaban al romancero popular estas estrofas:
Las aguas del río Ebro
cantan bajo la metralla
los hombres que así me cruzan
llevan el pueblo en el alma.