8. LEVANTE
Los he visto con mis ojos:
destrozados, no vencidos
en él desigual combate.
SERRA PLAJA
La batalla de Levante cierra un largo proceso de reveses republicanos que comenzaron al ser reconquistado Teruel por el enemigo y que no se interrumpieron durante cinco meses, sin que fuese posible a nuestras tropas reaccionar victoriosamente en tan largo período, debido a la penuria de medios y a la imposibilidad de tomar la iniciativa en ningún frente.
Durante ese tiempo padeció la República una de sus más fuertes crisis políticas y morales y amenazaron venirse al suelo todos los frentes ante la sensación de impotencia que comenzó a llegar al combatiente y que hacía demasiado patente las victorias del enemigo. Pero, como otras muchas veces, la República pudo superarse venciendo la difícil situación, y, también como otras veces, si la ayuda que con tanta insistencia como justicia se reclamaba del exterior hubiese llegado con oportunidad, de aquellos reveses hubiera podido pasar nuestra causa a un triunfo decisivo, pues actuaron a nuestro favor en ciertos momentos factores internos y externos capaces de darnos la superioridad y la victoria.
Describir cómo llegamos a la batalla de Levante, cuál fue el desenlace de ésta y qué clase de factores hicieron posible en ella nuestra superioridad, es lo que motiva este capítulo, en el que se muestra el proceso de un episodio aparentemente adverso y que realmente fue, en lo político y en lo militar, un triunfo de la República.
Recuperada por el enemigo el 22 de febrero, a los dos meses de haber puesto nosotros pie en ella, la plaza de Teruel, elige el teatro oriental (Aragón y el Maestrazgo) para aplicar las fuerzas que con todo esmero y cuidado había organizado desde que cayera el Norte, a fin de dar el golpe de gracia al Gobierno legal.
Un extenso frente que se había mantenido pasivo durante toda la guerra, si se exceptúan algunas operaciones locales de escasa monta, fue el escenario de su maniobra; en ella tomaron parte tres cuerpos adversarios, primero; más tarde, se les añadieron seis, y afectó a los frentes de Aragón, Cataluña y Valencia.
El Cuerpo de Galicia, en su derecha, atacaría por el eje Montalbán-Alcorisa; el Italiano, lo haría en la región central, rompiendo hacia Muniesa y Alcañiz, y el Marroquí descendería hacia Belchite, para envolver nuestra organización del frente de Fuentes de Ebro y alcanzar Caspe.
El frente atacado estaba guarnecido en sus cuatro quintas partes por sólo nuestro Cuerpo XII; el resto lo defendía parte del XXI; teníamos a retaguardia el Cuerpo XVIII, en reorganización, y las reservas locales del Ejército del Este en número de nueve brigadas, más las reservas del Ejército de Maniobra, que aún se hallaban situadas en el Maestrazgo y en Teruel, cubriendo los accesos a Levante, después de haber contenido la maniobra que permitió al enemigo recuperar aquella plaza. Eran sus objetivos iniciales dominar la línea del Guadalope en Caspe, Alcañiz y Calanda, y las entradas del Maestrazgo por Ejulve.
La ofensiva fue iniciada el 9 de marzo de 1938 con un éxito fulminante en el frente del Cuerpo XII, que fue totalmente hundido, resultando presa de pánico la mayor parte de sus unidades y deshechas éstas en las tres primeras jornadas. Este caso de pánico, de inusitadas proporciones, consintió al enemigo avanzar, en sólo cuatro jornadas, a la línea que se había propuesto.
Nuestras reservas, movilizadas rapidísimamente, llegan tarde para contener a las columnas motorizadas enemigas, que pueden avanzar sin encontrar apenas resistencia, pues del frente abatido, unas fuerzas se repliegan al norte del Ebro, otras retroceden en desorden y sólo podrían ser reunidas en los centros de recuperación que se constituyeron en la costa. El flanco derecho del Ejército de Maniobra (Cuerpo XXI) resiste bien e impide que el Cuerpo enemigo de Galicia haga mayor la derrota sufrida; este Cuerpo solo logró batir las unidades que quedaron desbordadas por su derecha al ser arrollado el Cuerpo XII, mientras las fuerzas del Cuerpo XXI, resistiendo bien, combatiendo con orden y estirando un frente en el que iban quedando embebidas las reservas que se acumulaban los primeros días para el contraataque, redujeron las proporciones del revés considerablemente.
El día 15 de marzo, en el amplio espacio que media entre Caspe y Calanda no existía ni una sola unidad organizada; no había enlace entre los Ejércitos del Este y de Maniobra, y un frente de 60 km se ofrecía absolutamente abierto a la invasión hacia la costa.
Al amanecer de aquel día, precipitadamente, buscando jefes audaces, llamando urgentemente tropas de otros teatros, reuniendo grupos dispersos e imponiendo misiones de sacrificio a algunos grupos que ofrecían solidez por su moral o por la calidad de sus mandos, y los cuales se hicieron cargo de la grave situación en que estábamos, se lograría reconstruir un nuevo frente, que se apoyaba en la margen derecha del Guadalope para dejar cerrada la amplísima brecha.
Después, en tres días, la decisión con que combatieron unas tropas arbitrariamente desplegadas en aquel frente improvisado, el tesón de sus jefes y el entusiasmo de algunos grupos de hombres, rehabilitaban al ejército del revés sufrido, detenían el avance enemigo y le fijaban en una línea que sólo podría ser arrollada doce días más tarde, con grandes sacrificios del adversario.
Una vez alcanzada por éste la línea Caspe Alcañiz llevó su actividad por el norte del Ebro, donde también puso en acción tres Cuerpos: el Marroquí, el de Aragón y el de los Pirineos. Repitió su maniobra de ruptura, con las mismas fatales consecuencias; en una acción audaz, pasa el río por sorpresa, en Quinto, el Cuerpo Marroquí, y logra romper, más al Norte, el frente en otros dos lugares con los otros Cuerpos. Desde aquel momento continuaría la maniobra con seis Cuerpos por el norte y el sur del Ebro y en los últimos días de marzo se combatiría en todo el frente, desde los Pirineos hasta el Maestrazgo, oponiéndose por nuestra parte una desesperada resistencia: al sur del Ebro, nuestro Ejército de Maniobra, formado con los Cuerpos V, XXII y XXI, se batía contra los enemigos italianos, navarro y gallego y, en el norte del río, nuestros Cuerpos X y XI luchaban contra los adversarios marroquí, de Aragón y el que después se llamaría de Urgel.
Nuestras grandes unidades no eran realmente tales. Aunque se habla de Cuerpos de Ejército, porque así cuadra a la organización que teníamos, en realidad, para poder considerarlos como tales, les faltaban hombres en una proporción no inferior al 30 por ciento, armamentos en otra no menor del 40 por ciento y servicios medianamente dotados. Habíamos construido un esqueleto de ejército, con el propósito de irlo rellenando gradualmente con todos los elementos necesarios para combatir; pero aún no habíamos alcanzado la meta porque nunca veíamos llegar los medios que para ello eran precisos. Teníamos, pues, una organización más artificiosa que real, que constituía la base de lo que aspirábamos fuese nuestro ejército, pero que sólo llegaría a realizarse en algunas grandes unidades y en determinados períodos de la lucha.
Nuestro Cuerpo XII, como antes hemos dicho, quedó pulverizado. Lo mismo ocurría al norte del Ebro con los Cuerpos X y XI, víctimas de un retroceso desordenado. La ofensiva no se interrumpía. Habíamos de hacerle frente con restos de unidades y con reservas que precipitadamente se traían de los teatros del Centro. El problema era pavoroso porque durante la primera quincena de abril se luchaba con una intensidad terrible en el Maestrazgo y en Aragón. Algunas buenas unidades hacían lenta y cruentísima la marcha del enemigo hacia la costa y hacia Lérida. Era inocente pensar que pudiera ser derrotado; habíamos de conformarnos con que fuera eficazmente contenido; se lograba esto solamente en algunos sectores donde las unidades propias eran buenas y las enemigas resultaban diezmadas; pero en otros, donde carecíamos de organización o de tropa de buena solera, el frente se deshacía como una polvareda.
Batalla de Levante. La maniobra hacia el mar.
A partir de la línea Caspe-Alcañiz el enemigo siguió, por el sur del río, dos ejes para su avance; el de Morella y el del Ebro, apoyándose en su margen derecha. Se libraron encarnizados combates, y aunque con ellos se pudo detener en algunos accidentes al enemigo, éste logró el 15 de abril alcanzar la costa en Vinaroz. El corte, en dos zonas autónomas, de la España republicana, se había consumado.
Entretando el avance por el Norte, hacia Barcelona, proseguía. Por fortuna las tres últimas jornadas en que aún se mantuvo la comunicación por la costa, pudieron pasar, no sin grandes dificultades, algunas brigadas del Ejército del Centro hacia Cataluña, y ellas, juntamente con otras tropas rehechas, libraron una encarnizada pelea en el sector de Lérida, que consintió resistir unos días, rehacer diversas unidades y ver, hacia mediados de abril, reorganizado nuestro frente en la línea donde se mantendría hasta fines de año.
Un jefe, el teniente coronel don Juan Perea, no dudó en asumir la responsabilidad de la detención y el mérito de lograrla en el frente de Cataluña, y otro, el coronel Menéndez, asumió, por su parte, idéntica responsabilidad y mérito en el Maestrazgo.
Pero una unidad, la División 43, retendría para sí la gloria de batirse sola, aislada del resto del ejército, encerrada en las estribaciones pirenaicas, conservando una extensa zona de terreno con escasos recursos durante más de tres meses y teniendo a raya fuerzas muy superiores hasta que, agotada, sin haber sido batida, habría de vencer la prueba difícil de salvar con todos sus medios el Pirineo por su región más abrupta, y otra prueba, más que difícil, intolerable, de verse sometida por los agentes fascistas franceses a un plebiscito al pisar la tierra de Francia, para saber cuántos de aquellos españoles querían marchar camino de Burgos.
El desastre sufrido produjo una crisis política, una crisis moral y una crisis militar. De ésta salimos prontamente por una intensa reacción ante el deber, provocada paralelamente en Levante y Cataluña; ambos frentes quedaron rehechos y su resistencia, como el desgaste que se impuso a las unidades enemigas, las dejaría fijadas sin haber logrado la decisión que buscaban, y sin poder obtener otra cosa nueva que pequeños triunfos locales.
De la crisis política se salió igualmente, reorganizando el gabinete, volviendo a poner bajo una sola mano (doctor Negrín) las carteras de presidente del Gabinete y Defensa, y dando entrada en el Gobierno a elementos de la CNT que se hallaban, desde la crisis del año anterior, alejados de tal responsabilidad.
De la crisis de moral pudo salirse también por una activa actuación del Gobierno, en la que no faltó el anuncio de que el ejército iba a ser dotado de cuanto precisaba para asegurar la resistencia y la victoria.
Algo se hizo en este sentido en los meses de abril y mayo; pero pronto quedó detenida la corriente de abastecimientos, de modo que la reorganización resultó incompleta. El plan trazado con este fin desarrollábase activamente, y a fines de mayo, teniendo ya formado el esqueleto de lo que debería ser el Ejército de Cataluña, se realizó con él un intento ofensivo que ponía a prueba su inconsistencia y la necesidad de perfeccionar la obra, como así se hizo, para llegar en el mes de julio, a disponer de dos ejércitos, incompletos en medios, pero con una moral y una instrucción sólidas. Con ellos pudo hacerse la maniobra más audaz y afortunada de toda la guerra y reñir victoriosamente durante cuatro meses, la batalla más dura de toda nuestra contienda, la del Ebro, de que se tratará en los capítulos siguientes.
Entretanto, en la región central se seguía un proceso similar de organización. La polvareda de unidades que mantenía el frente desde Teruel hasta la costa en Vinaroz, batidas en su mayor parte en la maniobra enemiga del Maestrazgo, se sometieron al mismo proceso orgánico, pero desdichadamente no tuvieron tiempo de desarrollarlo con la relativa calma con que pudo hacerse en Cataluña, donde, desde que terminó en abril la batalla de Lérida hasta nuestro ataque de julio, el enemigo no realizó ninguna actividad ofensiva. En Levante, por el contrario, puede decirse que esa actividad no se interrumpió, pues ya en el mes de mayo, con sus fuerzas reorganizadas, proseguía el enemigo por la costa y el Maestrazgo su maniobra hacia el Sur.
La lucha allí seguía siendo dura, difícil, tenaz y sólo diversas zonas de terreno conseguía arrebatar en sus ataques al Ejército de Maniobra, pero sin lograr destruir a éste que, por el contrario, logró estabilizar el frente en la salida del Maestrazgo. A fines de junio consigue conquistar Castellón con otra acometida, pero nuevamente, sin pánico ni desorden, el frente se rehace, y en una laboriosa batalla que se riñe en la cuenca del río Mijares quedaba, al fin, detenido el avance enemigo.
Llegamos así a la batalla de Levante propiamente dicha, cuyo antecedente largo y pródigo en reveses acabamos de hacer. Cuando el enemigo quedó detenido en el llano, con tropas sacadas de otros frentes, y poniendo nuevamente en escena el Cuerpo Italiano, montó una ofensiva para hacer caer la región levantina.
Por la costa, el Cuerpo de Galicia reforzado, avanzaría paralelamente al mar para alcanzar Sagunto.
Partiendo de la región de Teruel, las tropas de Varela, formando dos fuertes columnas, seguirían el eje de la carretera general de Teruel a Valencia, tal vez para separarse de ella en Segorbe, tomando desde aquí la dirección N-S.
En realidad se trataba de la metódica prosecución de la maniobra iniciada desde que se consumó la ruptura y en la que alternativamente, y con variable intensidad, dichos cuerpos iban demoliendo nuestro frente. Hasta entonces Varela sólo había logrado éxitos locales para arrojarnos de las inmediaciones de Teruel. Sus tropas habían sido contenidas de manera franca y mediante una encarnizadísima pelea en la región de Mora.
Volvía a corresponder a las fuerzas de Varela realizar el esfuerzo principal. Valencia debía caer el 25 de julio. Nuevas tropas de choque fueron sumadas a sus viejas columnas. La 12 División, las divisiones navarras, traídas de los Pirineos, unas, y participantes, otras, en la ofensiva de marzo, y rehechas después de su desgaste; el conocido Cuerpo Italiano, potentemente reforzado en artillería y medios blindados, y reorganizado mezclando con sus soldados otros españoles, de cuya mezcla se obtendría una indudable consistencia por la emulación que imponía a los combatientes. Tales tropas iban a chocar con nuestras unidades, que apenas habían tenido tiempo de rehacerse. Pero ni las tropas ni el mando leales habían estado ociosos.
La maniobra del enemigo hacía tiempo que se había dibujado claramente, por lo que desde antes que cayese Castellón, se había reconocido y comenzado la organización de una fuerte línea defensiva que había de cubrir Valencia; línea que se apoyaba por la izquierda en la Sierra de Javalambre, formidable accidente natural, hasta morir en la costa, en los altos de Almenara. Pero tal línea, ni por bien elegida ni por lo perfecto de sus obras, podía bastar. Eran precisas tropas buenas, no contaminadas del efecto deprimente de los reveses que se venían sufriendo. Por ello se sacaron de otros frentes efectivos con que constituir dos nuevos Cuerpos, que se fueron organizando y adquiriendo solidez sobre el propio terreno que habrían de defender. La rapidez con que procedió el enemigo no consintió completar su organización; sin embargo, fue lo suficientemente eficaz para garantizar con un triunfo rotundo la absoluta detención de la maniobra adversaria, pues el Mando del Ejército de Levante y el del Grupo de Ejércitos tuvieron serenidad suficiente para no emplear aquellas unidades en alimentar la batalla que se venía librando y reservarlas para el momento de crisis que habría de llegar: eran pocas para garantizar el triunfo y estaban llamadas a desempeñar papel decisivo en el frente defensivo que se había preparado, como así fue.
Inicia el enemigo su ataque en la dirección general de Segorbe, en forma potentísima, y logra la ruptura. Nuestro Cuerpo XIII queda batido y resulta impotente para cerrar, ni siquiera con los refuerzos que se le envían, la brecha creada por el enemigo sobre la carretera general: una gran balsa queda constituida en el frente, amenazando cerrar a nuestro Cuerpo XVII, situado a la derecha del XVIII, en el saliente de Mora. Resiste éste valientemente; pero a medida que su situación se agrava, por su izquierda, cuando el Mando considera su situación insostenible le ordena el repliegue, y puede hacerlo salvando todos sus medios a través de un terreno abrupto y sin disponer apenas de comunicaciones.
El ataque lo reproduce el enemigo en dos direcciones y nuestras tropas, siguiendo las instrucciones del Mando, se amparan en la línea defensiva prevista. Durante diez días el enemigo realizará contra ella desesperados ataques sin que la defensa ceda. Sólo en algunos puntos de la bolsa de V. Toro y del saliente de Caudiel logrará pequeñas ventajas.
En seguida concentra sus esfuerzos en suprimir el espacio sobre Viver y Segorbe: la aviación enemiga despliega una abrumadora actividad; nuestras posiciones son prácticamente sumergidas en una ola de explosivos. No hay una hectárea de terreno que no sea insistentemente bombardeada a lo largo de 20 km, de frente. Ninguna posición se libra de tiros de artillería macizos, persistentes, ni del ataque de los tanques, ni de las oleadas de infantería.
El ataque culmina en dirección a Viver y los días 20, 21, 22 y 23 de julio marcan el principal esfuerzo: incesantes oleadas de infantería se suceden y son invariablemente deshechas; los tanques italianos, las Divisiones de flechas, las tropas frescas que el enemigo ha recibido, se estrellan ante la tenacidad de los defensores. En la ermita de San Blas, en un frente de 3 km, desde el amanecer, se suceden sin interrupción uno de esos días, los bombardeos, los tiros de artillería, los ataques de infantería, en medio de una nube de polvo y humo que no desaparece en 14 horas; pero al terminar la jornada, la posición, materialmente deshecha, sigue en nuestro poder y, ante ella, innumerables cadáveres y materiales deshechos, evidencian el fracaso del ataque. Madrid revivía en el frente de Viver.
Allí quedaría detenida la batalla de Levante y el propósito enemigo de alcanzar Valencia y Sagunto, pues lejos de poderse rehacer para continuar la ofensiva o volver a golpear con el Cuerpo gallego por la costa, iba a verse sorprendido con nuestra ofensiva del Ebro, que le obligaría a llevar allí sus mejores tropas y a dejar suspendido su empeño de conquistar la ciudad de Turia[11].
La victoria del Ejército de la República a los cinco meses de reveses estaba clara. Una victoria de resistencia semejante a la de Madrid. El terreno se venía defendiendo palmo a palmo, y si el enemigo lograba conquistar algo lo hacía a costa de numerosísimas bajas. Era una lucha terriblemente encarnizada en la que nuestro soldado había puesto ya, por la resolución con que se lanzaba a la pelea, un espíritu patriótico cuyo antecedente estaba en Madrid y que sólo se superaría después en el Ebro. El ejército, como el hombre, actuaba impulsado por una pasión noble. El país vibraba, además, con un profundo sentido nacional, por cuanto veía que se ventilaban sus libertades, la posesión de un suelo que se le iba arrebatando, arrasándolo, y era esto una cuestión moral que estaba por encima de los idearios de los partidos políticos. Nos hallábamos ante un problema eminentemente nacional, de independencia y de decoro, y se justificaban todos los esfuerzos y sacrificios. Por eso podía vencerse a pesar de la inferioridad numérica y de la carencia de material: tan grande era ésta, que después de la batalla de Levante, al reorganizar las unidades, hubieron de disolverse buen número de brigadas por carecerse de armamento y de medios de todas clases para dotarlas.
Levante fue un éxito táctico de carácter defensivo y un triunfo moral en el que la técnica jugó un papel tan elevado como la decisión y la calidad espiritual del combatiente. Se había librado una batalla defensiva metódica, prevista, preparada en un terreno cuidadosamente elegido, con unas fortificaciones que respondían inteligentemente a planes de fuego y de contraataque, y en los cuales se habían estudiado, hasta los menores detalles, las incidencias que podían derivarse de la lucha y la conducta que en cualquier caso debería observarse. Por eso se triunfó, a pesar de las bajas y del horroroso destrozo que el enemigo ocasionó en las poblaciones, algunas de las cuales quedaron materialmente arrasadas.
No se puede predecir qué hubiera hecho el adversario si 48 horas después de detenido el avance sobre Valencia, no se hubiera producido nuestra ofensiva del Ebro, obligándole a llevar allí sus reservas.
No es exagerado admitir que su ofensiva se habría interrumpido también por razón del desgaste que había sufrido. Lo real es que Valencia quedó salvada en la batalla de Levante, y, como tantas veces, el sacrificio inherente a la lucha dejaba abierta otra etapa de esperanza.