7. TERUEL
Di a la vid en la Mancha, a los rebaños,
al olivo y al sol de Andalucía:
«¡Algo ha nacido entre nosotros, algo
potente y justo que antes no existía!».
HERRERA PETERE
Si Madrid fue, en el panorama de la guerra española, la defensa de la República, Teruel constituye la primera gran proeza ofensiva de su ejército: allí se revela éste capaz de realizar una maniobra militar completa, bastándole siete días de ataque para reducir una bolsa de mil kilómetros cuadrados, y dieciséis para hacer caer en el interior de una ciudad una resistencia que se lleva con tenacidad y heroísmo por sus defensores.
La República y el ejército se habían vigorizado en la adversidad de los reveses políticos y militares y, en Teruel, no sólo se mostraba que la experiencia guerrera no había sido infecunda, sino que se acreditaba la sana moral que el factor humano había alcanzado en el curso de la guerra. La obra orgánica de la República, que en lo militar era el ejército popular, se abría paso una vez vencido el colapso revolucionario y avanzaba paralelamente en su perfeccionamiento orgánico, técnico y moral.
A fines del año 1937 se hallaba la República en una fase deprimente. El verano y el otoño habían traído graves motivos de depresión moral con la caída de Vizcaya, Santander y Asturias; sin embargo, y aunque no se ponían radicales remedios a las causas que habían provocado aquellos reveses, en la masa se manifestaba el deseo vivo de lograr el triunfo, de imponer al adversario la voluntad. Ciertamente el razonamiento, cuando no la intuición, daban a la mayor parte de los españoles la sensación de su inferioridad orgánica y técnica y de su insuficiencia material; pero, por otra parte, los italianos vencidos en Guadalajara habían reaparecido victoriosos en Santander, y esto, lejos de abatirla, fortalecía la moral y, además, acentuaba el sentido patriótico de la lucha y hacía más vehementes, en el organismo armado, un anhelo de mejoramiento, y en la masa, los sentimientos encaminados a ayudar a la región cantábrica habían sido de efectos limitados: Brunete pudo retrasar la caída del Norte, atrayendo hacia Madrid, con todos los riesgos que ello tenía, las tropas de choque enemigas, pero no había podido evitar que se reprodujese la ofensiva y cayese Vizcaya. Nuestro subsiguiente ataque en dirección a Zaragoza había sido aún más precario en sus efectos beneficiosos, pues aunque la conquista de Quinto, Belchite y otros lugares había dado a nuestro ejército una relativa confianza en sus posibilidades, carecían tales hechos de trascendencia en el conjunto de las situación y dejaban al descubierto, en cuanto se ahondase en su análisis, el largo camino que aún quedaba por recorrer. De ambas operaciones ofensivas se habían sacado enseñanzas valiosas, no todas aprovechadas; entre las mejoras positivas que se realizaron, fue la más interesante la creación de nuevas unidades de maniobra especialmente preparadas para operaciones ofensivas; de ellas, en julio, sólo teníamos el V Cuerpo, e íbamos a llegar a fines de año disponiendo de cinco. Tal propósito, reflejo de aquel común sentir de perfeccionamiento, no llegaría a alcanzarse, porque la realidad se encargaría de hacer incompleta e imperfecta la obra, a causa de que la República, por numerosas razones, no podía disponer de medios para que tales unidades pudieran siquiera llamarse así, desde el momento que carecían, en gran parte, de los elementos más esenciales: vestuario, equipo, armas, instrucción…
Se esperaba antes de fin de año una gran ofensiva de los rebeldes, porque resultaba evidente que éstos iban a disponer libremente de todas las tropas que habían operado en el Norte; por otra parte, podrían reforzar sus unidades estabilizadas en los frentes de Andalucía, Madrid y Aragón y crear otras nuevas con los contingentes humanos que le iban a proporcionar las regiones conquistadas; todo ello, unido al apoyo material que recibían del extranjero, hacía patente la inferioridad con que iba a afrontarse la nueva etapa de la lucha que se anunciaba.
Pronto comenzaron a acusarse indicios de que era Madrid el objetivo que se proponían alcanzar con la nueva ofensiva, y que lo iban a perseguir maniobrando por el frente de Guadalajara. Quizá se reproduciría la maniobra de los italianos fracasada ruidosamente en el mes de marzo; pero esta vez podrían realizarla con mayor amplitud y con fuerzas y medios más considerables. La caída de Madrid, como en 1936 y comienzos de 1937, podía ser la pérdida de la guerra. Madrid tenía fuerzas propias para resistir en buenas condiciones, pero las reservas generales, incompletamente formadas, no eran aún aptas para afrontar una guerra de maniobra en zonas no fortificadas, y el frente de Guadalajara ofrecía espacios libres a la maniobra enemiga si ésta lograba en el primer esfuerzo romper nuestro frente. Se reproduciría así la amenaza de que se completase el cerco de la capital y resultase inminente su caída.
Era, por ello, necesario obligar al adversario a llevar sus reservas a teatros alejados de aquel objetivo. De esta necesidad surgió el plan de ataque a Teruel. El Consejo Superior de la Guerra aprobaba el 8 de diciembre el plan trazado para las operaciones, y el mismo día daba comienzo la reunión de los elementos necesarios para su desarrollo, que fueron:
Cooperarían al ataque la División 64 (J. Cartón) del XIX Cuerpo, en línea al SO de Teruel, y la División 39 (Balibrea), del XII Cuerpo, en línea en el frente oriental.
Se dejaban dos reservas en los flancos; se reforzaba la artillería de los Cuerpos de maniobra y se les dotaba de tanques. En total participarían en el ataque 40 000 hombres. El incipiente Ejército de Maniobra (parte de él), superpuesto al de Levante (mandado por el coronel H. Sarabia), iba a dar la posibilidad de resolver favorablemente para la República aquella crisis que se anunciaba amenazadora[9].
Al anochecer del 14 de diciembre se había logrado terminar con extraordinarias dificultades la concentración de los medios con que se iban a realizar las operaciones. Era indispensable actuar con urgencia porque la información acusaba el propósito enemigo de desencadenar su ofensiva entre los días 15 y 18 en el frente de Madrid, y una de las condiciones de éxito del ataque era adelantarse al del adversario para ganar la iniciativa y desbaratar sus planes.
En todo el frente de Teruel no había ningún indicio que señalase la posibilidad de que el enemigo hubiera descubierto nuestros planes y ello daba confianza de que se lograría la sorpresa plenamente, de lo cual necesitábamos para que el golpe inicial pudiera ser profundo. Por último, la moral en los mandos y la tropa era excelente; todos tenían seguridad en el buen resultado de la operación y se hallaban dispuestos a aceptar cuantos sacrificios se exigiesen. Íbamos, pues, a actuar con superioridad material y moral y por sorpresa. Sólo los imponderables podrían hacer fracasar las operaciones.
Maniobra de Teruel.
¿Cómo se desarrolló la maniobra de Teruel? Dos columnas, partiendo de bases separadas frontalmente más de 20 km, en Rubiales una y en Muletón otra, atacan en la dirección general de San Blas, se encuentran en el lugar previsto y en el tiempo prefijado. Antes de las 12 horas de combate, las unidades encargadas de la ejecución del cierre de la gran bolsa que formaba el frente de Teruel, lo habían roto en las zonas elegidas y, profundizando en su dirección de ataque, establecían contacto en las inmediaciones de San Blas, y constituían un nuevo frente. Todo ello se lograba con menos de 300 bajas, cifra que no alcanzaba el 6 por ciento de los efectivos empleados.
En la zona amplísima que se había ocupado se encontraban cuatro pueblos, Concud, San Blas, La Guea, Campillo y muchas casas de campo fortificadas. El ejército popular había buscado las líneas de menor resistencia, se había sabido infiltrar y con audacia viril no dudaba en avanzar en campo enemigo más de 10 km, dejando fuertes núcleos de resistencia a retaguardia y a los flancos, los cuales serían reducidos después por otras tropas. Se combatió duramente en muchos lugares, especialmente en Campillo, donde un desertor había prevenido el ataque; pero todas las resistencias fueron arrolladas, haciéndose en la primera jornada más de 500 prisioneros y capturándose varias piezas de artillería.
Simultáneamente al corte de la comunicación de Teruel con Zaragoza y de la creación del nuevo frente exterior, otra columna, desde el SE, atacaba las líneas enemigas entre Castralvo y Villaespesa, las rompía y orientaba su avance en la dirección de la mínima distancia a la plaza. Eran las fuerzas de esta columna bisoñas; la resistencia que encontraron fue grande y su avance muy limitado; se trataba de hombres que hacían sus primeras armas, recién salidos de la magnífica escuela de preparación del XX Cuerpo de Ejército, la última gran unidad que se hallaba en organización.
Ante éxitos iniciales tan contundentes, la pasión de lucha en toda la línea de combate alcanzó un grado tal de elevación, que las guarniciones del frente pasivo, respondiendo a órdenes del Mando, que había comprendido llegado el momento de la depresión moral enemiga, podían lanzarse a un brioso ataque general a todo lo largo del frente, en una línea de fuego ondulante, ininterrumpida, de más de 60 km de desarrollo, a algunos de cuyos puntos, por efectos de aquella depresión moral, ya habían llegado órdenes de repliegue de los jefes de los sectores adversarios.
Bajo el contagio del entusiasmo general, en las jornadas del 18 y 19, las viejas posiciones caen en manos de los soldados que habían llevado frente a ellas largas jornadas de parapeto, en una situación de impotencia, deprimidos por los relatos de numerosos sucesos desgraciados en intentos parciales de conquista, que se habían pagado con vidas muy caras. Esas viejas posiciones adversarias, más fuertes por la leyenda que las cubría que por su fortaleza, se venían al suelo: Pancho Villa, la Trinchera de la Muerte, la Muela de Villastar, La Rocosa, la Hoyuela, el Carrascalejo, La Ermita, son nombres que pueden decir muy poco al lector, pero que para los actores en aquella maniobra de Teruel guardaban un mundo de emociones, representaban un año de inercia, un complejo moral de inferioridad, vencido todo al conjuro de una orden cumplida con decisión y seguida del éxito. Este hecho material y psicológico, tan vigoroso como simple, consentía que el soldado veterano del frente pasivo, tanto tiempo pegado al terrón de la trinchera y a la cueva de su abrigo rocoso, viera destruida una leyenda de invulnerabilidad, se sintiese superior al adversario, elevase su capacitación militar y adquiriese una nueva confianza en sí mismo que lo haría en seguida apto para difíciles empresas.
El croquis adjunto nos releva de una extensa descripción de la maniobra. En él puede apreciarse cómo fueron cayendo sucesivamente los diversos sectores de la zona atacada. Digamos solamente, sintetizando, que el 15 se rompe el frente enemigo en tres direcciones, se asegura el enlace de las dos columnas principales y se establece el nuevo frente exterior que iba a soportar las fuertes reacciones del adversario; el 16 se mejora y consolida ese frente y se inician las maniobras locales de reducción de la bolsa; el 17 se estrangula el saliente de Villastar y se acerca el ataque a la plaza por el Oeste; el 18 se ocupa la Muela de Teruel y se toma contacto con el lindero de la plaza; el 19 cae el saliente del Puerto Escandón; el 20 se ataca el arrabal de Teruel; el 21 se anulan las últimas resistencias exteriores y el 22 se entra en la plaza, donde, para debelar los focos activos, proseguiría tenazmente la lucha hasta el 8 de enero.
Mientras tropas seleccionadas de dos divisiones completaban el cerco de la plaza y creaban en su interior la base de una conquista, las restantes fuerzas organizaban y defendían el frente exterior, donde ya el enemigo, desde el día 17, había comenzado sus contraataques; todos ellos se estrellaban ante la fortaleza de la nueva línea que se había organizado, mientras la obra de reducción de los focos de la plaza continuaba lenta y cruentamente por ser la resistencia durísima. Tales fueron las actividades —una externa y otra interna— en que se empeñaron las fuerzas a partir del día 22.
La maniobra acusaba ya su éxito en el hecho de que el enemigo decidiese suspender la ofensiva sobre Madrid, acudiendo a Teruel a batirse con sus reservas. Era necesario explotar una situación que se presentaba favorable. Teníamos en Teruel fuerzas bastantes para proseguir la lucha resistiendo, pero no para continuar la ofensiva en profundidad, y resultaba útil actuar en otros teatros.
Cuando se fue a desarrollar este propósito cambió inesperadamente la situación, de modo tan radical que impediría cualquier otra actividad por nuestra parte, obligándonos a llevar a Teruel todas nuestras reservas. El enemigo había atacado el frente exterior una vez más el día 29, pero en este golpe el frente cedía por efecto de un pánico; se perdían importantes posiciones y nuestro adversario ganaba terreno hacia la plaza. La obra de reconquista de Teruel amenazaba con venirse al suelo cuando aún no estaba totalmente ganada la plaza. El pánico, al que nuestras tropas, fáciles a la sugestión, han sido propensas durante toda la campaña, se manifestaba en Teruel con graves caracteres.
Cuando el día 30 volvíamos al teatro de operaciones de Teruel, la situación no podía ser más deprimente: la moral estaba caída; una parte de nuestro frente fue deshecha en la Muela de Teruel, que había sido recuperada por el enemigo y se había transformado en una polvareda de unidades. Los hombres se retiraban en desorden; volvíamos a padecer los días aciagos de las retiradas sin control; todo estaba amenazado de derrumbarse. El día 31 se acentuó la gravedad de la situación, pero por uno de esos fenómenos de reacción moral en los que han sido tan pródigos nuestra guerra y nuestros hombres, pronto el conocimiento del peligro y la exhortación al cumplimiento del deber bastaron para que los hombres se restituyesen a su puesto y afrontasen en condiciones mucho más difíciles que al comienzo una situación que sin aquella quiebra de moral se hubiera vencido fácilmente.
Las unidades se rehacen; las reservas acuden a tiempo a substituir a las tropas desmoralizadas, y se vuelve al ataque con el mismo entusiasmo y análoga entereza que los primeros días. El enemigo había logrado llegar al mismo lindero de la plaza, bajando desde la Muela de Teruel; pero pudo contenérsele a tiempo, rechazársele después y por último contraatacarle y recuperar buenas posiciones que hicieran imposible su contacto con los sitiados. Teruel, que había quedado absolutamente evacuado por nuestras tropas en las primeras horas de la noche del 31 (detalle significativo ignorado por mucha gente), se volvía a ocupar cuatro horas más tarde por la misma unidad que lo había abandonado, sin que el enemigo ni los sitiados, ni las tropas de socorro se hubieran dado cuenta de tan lamentable incidente.
La ofensiva adversaria había quedado una vez más detenida y la reacción moral operada en nuestras fuerzas condujo a que se acentuase la presión en el interior de la ciudad y la resistencia en el frente exterior, lográndose, al fin, los días 7 y 8, después de unos días de calma en el frente exterior, impuestos por la nieve, que se rindieran los últimos reductos de resistencia. Teruel pasaba a poder de la República en su totalidad y el frente enemigo quedaba fijado donde indica el croquis. Necesitaría el mando adversario montar cuatro nuevos ataques, llevando su maniobra a lugares alejados de la ciudad, y acumulando toda clase de medios y una superioridad material abrumadora para volver a recuperar la plaza el 22 de febrero, a los 70 días del comienzo de nuestra ofensiva.
En todos los acontecimientos habidos en Teruel se destacan de una manera general: la audacia y la inconsistencia de nuestros combatientes en la ofensiva; su capacidad de resistencia a todos los rigores de la lucha y su grandeza moral.
El primer aspecto acreditaba que nuestro soldado, no obstante sus excelentes cualidades, no estaba aún totalmente hecho. En el otro orden de ideas, la nieve y el frío (18° C bajo cero) paralizaron durante pocos días las operaciones. Los hombres se mantenían en sus puestos sin una queja, siendo preciso relevarlos cada 15 minutos para que no quedasen congelados; no obstante los cuidados que se les pudieron prodigar, y en los que rivalizaban jefes y Servicios, fueron algunos los casos de congelación y numerosos los de heladura de pies.
La nieve creó, en realidad, dos situaciones que nos pudieron conducir a una catástrofe, por cuanto casi todas las unidades se vieron aisladas de sus mandos y de sus centros de abastecimiento. Se hizo imposible la circulación al quedar dos veces bloqueadas todas las comunicaciones; más tarde, al helarse la nieve y aparecer una capa de hielo de diez centímetros, que fue preciso ir abriendo a golpes de pico para restablecer el tránsito. Esto era necesidad imperiosa porque dependía de ella la vida de decenas de millares de hombres. Las dificultades que hubieron de vencerse para conseguirlo fueron tan extraordinarias que, en el empeño de abastecer las tropas por un terreno abrupto y con los caminos cubiertos de nieve y de hielo, dieron lugar a que se inutilizasen, por accidente, más de 200 camiones y coches y se gastasen las reservas más en la lucha contra el frío que en el combate.
En cuanto a las virtudes de nuestro soldado en formación, Teruel fue verdaderamente la revelación de la grandeza moral de nuestro combatiente. En Teruel nuestros hombres se habían purgado del carácter rudo e intransigente de una lucha civil sin cuartel. Allí, el combatiente republicano veía enfrente a sus hermanos y ponía brío y valor en el ataque, pero no estuvo su conducta exenta de nobleza y supo, una vez vencido su rival, tratarle fraternalmente, porque nuestro Ejército, movido por elevados sentimientos, sabía poner magnanimidad en el triunfo. España había encontrado su ejército; un ejército imperfecto, sin armamentos, con una organización rudimentaria, sin elementos, medio desnudo, pero con una moral magnífica desconocida hasta entonces. Ciertamente hubo quiebras de moral, pánicos, irregularidades… pero poco dicen, pues era entonces el ejército como el niño que no ha llegado a ser hombre y que muestra por igual todas las imperfecciones de sus instintos y toda la grandeza de su alma, la parte que heredó de sus mayores y la que recibió por efectos de una educación esencialmente humanitaria.
El éxito de Teruel lo acusaba un observador alemán de la lucha, a las cuatro semanas de iniciarse ésta, diciendo en la Frankfurter Zeitung lo siguiente: «Si la ofensiva de las milicias ha tenido un éxito estratégico, no ha podido ser otro que desarticular la gran ofensiva en preparación de los nacionales. Han conseguido que el general Franco haya aplazado su propia ofensiva… que la opinión pública de la retaguardia propia y de los Estados extranjeros hayan podido ver el valor combativo del nuevo Ejército… esencialmente se trata de un éxito psicológico».
En verdad la conquista de Teruel podía reputarse como una operación de guerra ejemplar, realizada por sorpresa, con estilo estratégico y táctico dentro de los limitados medios y fines que se proponía, mediante una maniobra correcta en tiempo y espacio y desde el principio hasta el fin, con una colaboración inteligente y audaz en los mandos y en las tropas, con verdadera austeridad en medios y en vidas, y con rigor impecable en el sentido humanitario con que se la condujo, en cuyo aspecto se anularon todas las manifestaciones nocivas propias de las guerras civiles.
Era una operación que, para ser útil, necesitaba ser preparada con urgencia y secreto, y ambas condiciones quedaron satisfechas: seis días bastaron para reunir todos los medios y, merced al secreto, aparte de otras ventajas de orden táctico, se tuvo la de economizar muchas vidas en el período ofensivo.
Perseguía una finalidad estratégica en el cuadro de conjunto de la guerra, cual era: la desarticulación de la ofensiva enemiga sobre Madrid, y fue lograda.
Trataba de conquistar un objetivo táctico: la reducción de un saliente peligroso, acortando el frente y recuperando una plaza, y se alcanzó plenamente.
Buscaba un efecto moral interno y externo, y se consiguió de modo completo.
Hasta se había previsto en el plan la posibilidad de un revés subsiguiente a la batalla, si el enemigo acudía con sus reservas y lograba la superioridad, y el revés se produjo, si bien, y por fortuna, con menores proporciones de las que pudo tener y cuando ya se habían satisfecho aquellos principales objetivos.
Teruel cambió la faz de la guerra, por cuanto recuperaba para la República, aun cuando por poco tiempo, la iniciativa en la acción; revelaba a propios y extraños la existencia de un órgano de fuerza de eficacia insospechada; daba al Estado la posibilidad de triunfos mayores y transformaba la situación y el ambiente pesimista y deprimente de la retaguardia en otro de esperanza en el triunfo.
Hasta Teruel, sabíamos que los soldados leales sabían morir resistiendo; se habían forjado, aunque incompletamente, esperanzas en su capacidad ofensiva con las pruebas de Brunete y Belchite; pero en Teruel esa esperanza se veía colmada por cuanto la obra militar realizada era una lección de arte de la guerra, dada por un ejército imperfecto y modesto, pero magnífico. Los hombres que a Teruel fueron con su moral firme a batirse y vencer, lograban noblemente un triunfo y podrían, en justicia, esperar otros mayores; sin embargo, los desdichados que a las puertas de Teruel, durante el asalto, más que en la gloria del sacrificio de unos hombres, pensaban en que el triunfo de las futuras elecciones no había ya quien se lo arrebatase, llevaban y llevarían durante toda la guerra, por su incomprensión de la realidad y por su inepcia moral, el fracaso en su alma[10]. Por eso Teruel, que pudo ser el origen de la victoria, quedó prendido en el estrecho marco de un suceso efímero.
El episodio militar de Teruel no había hecho más que comenzar con la conquista de la plaza, la reducción del saliente y la detención de las primeras reacciones del adversario.
La concentración de medios que éste hacía iba gradualmente acentuando el desequilibrio. Se reprodujeron furiosamente los ataques directos a la plaza, todos contenidos. Se desvió la dirección de esfuerzos para dominar la arista montañosa de donde había partido nuestra ofensiva por el Este, y pudo el enemigo ocuparla, después de reiterados ataques y sangrientas bajas, pero sin lograr pasar de Alfambra.
Preciso le sería acumular mayores medios, tropas frescas y dar a su maniobra proporciones superiores para que la plaza volviera a sus manos el 22 de febrero, cuando nuestras unidades, difíciles de reponer, se habían agotado ante fuerzas que no podían equilibrar numérica ni materialmente.
La experiencia de Teruel no sería ociosa. Los triunfos que en justicia correspondían a los hombres que habían sabido ganar Teruel llegarían en el Ebro, pero no sin pasar antes nuestro ejército por el período más crítico de la guerra: el de la maniobra que culminó en Levante, de la cual vamos a ocuparnos.