6. Belchite

6. BELCHITE

No me recuerdes los besos,

no me hables del querer,

sólo me importan los moros

que esa tarde mataré.

ANÓNIMO

Las tres provincias aragonesas habían quedado prendidas a las dos tendencias en el proceso revolucionario; el odio que dividía a los españoles les impondría los horrores de una doble persecución, con la represalia de ambos lados, y habrían de ser escenario de tres de los episodios más sobresalientes de la defensa de la República: la resistencia en los riscos pirenaicos de la División 43, la doble batalla de Teruel y la maniobra de Belchite a que se refiere este capítulo. También del lado enemigo serían la base de donde partiría la acción decisiva para poner fin a la guerra: la maniobra hacia el Este.

El extenso frente aragonés había sido fijado al quedar detenidas las columnas catalanas que marcharon sobre Zaragoza, Huesca y Teruel; no era tal frente; carecía de cohesión y de continuidad, localizándose unidades y resistencias a caballo de las principales comunicaciones. Poseía sectores extraordinariamente fuertes con obras poderosas, como en Huesca y Belchite, y otros apenas sin guarnición, tan débilmente vigilados que escapaban algunas zonas a la observación. La lucha allí había sido ruda, pero llevaba largo tiempo pasiva, realizándose solamente acciones muy limitadas. La organización militar se hallaba en pleno desarrollo y ultimada en pocas unidades.

Recorríamos una tarde de septiembre la zona donde se verificaba la reunión de nuestras tropas para las operaciones que iban a realizarse. La inmensa zona que éstas iban a abarcar daba una sensación de vacío por los reducidos efectivos existentes, tanto en el frente como en la retaguardia. No conocíamos al detalle su organización ni su topografía y fuimos a reconocerla personalmente. Nos interesaba uno de los sectores por donde el ataque iba a realizarse, el de Zuera; llegamos con el coche hasta uno de los puestos avanzados y habríamos podido continuar sin alarma para nadie adentrándonos en el territorio enemigo. Ya detenidos en la línea donde se hallaban (o se deberían hallar) nuestros puestos avanzados, acudió un teniente con un uniforme absurdo; su jerarquía podía descubrirse dibujada sobre la tetilla izquierda de su torso desnudo. Allí aún no había llegado la obra de reorganización; la mayor parte de las unidades conservaban una estructura netamente política y miliciana; el frente se mantenía de modo bastante arbitrario, aunque eficazmente, por la especial aptitud guerrillera que siempre han tenido nuestros combatientes para la reunión, la dispersión y el combate tenaz. Más que combatientes, aquellos hombres eran cazadores; más que una línea de defensa organizada había unos modestos elementos de resistencia que servían de refugio para el descanso y unos observatorios que ni siquiera aseguraban la continuidad de vistas a lo largo del frente. El enemigo hubiera podido infiltrarse en nuestra retaguardia cuando y con las fuerzas que hubiera querido, porque allí no se percibía la menor sensación de hallarse las fuerzas articuladas ni seguridad bastante para quedar tranquilos respecto a la eficacia de la resistencia en caso de una fuerte acometida. Esa seguridad sólo provenía de que el enemigo debía tener un sistema defensivo muy semejante; los mismos pobres efectivos y el mismo régimen cazador. Una quietud impropia de la guerra dominaba en aquel sector que conducía a nuestros principales nudos de comunicaciones y no podrá sorprenderse el lector, después de lo dicho, que alguna vez el ocio de las armas fuese remplazado por la actividad futbolística de los adversarios, sin perjuicio de volver a batirse como fieras al día siguiente del encuentro deportivo «amistoso».

Pudimos sin la menor molestia observar lo que se llamaba línea de defensa enemiga y obtuvimos la impresión de que por allí se podía llegar a cualquier parte con escasas fuerzas, por lo menos hasta que el enemigo reuniese las precisas para detenernos, cosa que se trataría de impedir con la amplitud de la maniobra.

Al regresar al Cuartel General del Cuerpo de Ejército presenciamos las disposiciones que se habían adoptado por el jefe de la división que iba a realizar el ataque. Aquella impresión satisfactoria respecto a las posibilidades que teníamos se arraigó porque las tropas que iban a actuar eran orgánicamente distintas de las que en el frente se hallaban; se trataba de una de las divisiones instruidas y con cuadros de mando y medios, que contaba, además, con un deseo ardiente de atacar y de vencer sin ninguna clase de reservas mentales y a costa de cualquier sacrificio. Los hechos comprobarían más tarde que otras tropas aparentemente peor organizadas e instruidas eran capaces de dar un rendimiento más útil.

Pasamos después a la zona donde se realizaba la mayor concentración, al sur del Ebro: una congestión de unidades, camiones, tanques, columnas de todas clases cubrían la región haciendo difícil el tránsito. El volumen de las operaciones que iban a efectuarse rebasaba la capacidad de trabajo y de organización a que había llegado aquel frente; las dificultades de toda clase se atenuaban, pero no se vencían; el orden faltaba. Al fin, la víspera de la batalla todos los recursos estaban en sus puestos; sólo en Caspe, etapa final de los transportes, las autoridades locales resultaban impotentes para mantener el orden en los servicios y deshacer la congestión producida. Por fortuna, el enemigo, como en ocasiones anteriores, tenía los ojos cerrados; si hubiera tenido un mediano servicio de información aquellas operaciones hubieran quedado aplastadas en su mismo comienzo con unos bombardeos hechos en las zonas de congestión o en los nudos de comunicaciones. Por fortuna no fue así y el día previsto pudo tener comienzo el ataque felizmente, con todas las unidades en sus puestos y logrando por completo la sorpresa en la maniobra.

Se había dado a ésta mayor amplitud que a la de Brunete. Habíamos recibido algún armamento y con él se pudo completar la dotación de bastantes unidades. Iban, pues, a operar mayores efectivos y mejor dotados que en Brunete. La maniobra planeada comprendía las siguientes operaciones:

La maniobra de Belchite.

La acción se inició el 24 de agosto. Las fuerzas tomaron parte en las operaciones bajo el mando del general Pozas, jefe del Ejército del Este, y actuando de jefe del EM el teniente coronel Cordón[8].

Si en el terreno táctico las operaciones tenían un atractivo extraordinario, en el orden estratégico respondían a la misma perentoria necesidad que las de Brunete: obligar a suspender la ofensiva en el Norte, donde había vuelvo a tomar un cariz peligrosísimo para aquella región después de la caída de Bilbao. Había que lograrlo, como en el mes de julio, atacando sobre un objetivo que por su importancia obligara al adversario a acudir en su socorro; y se hacía esta vez en un extenso frente para evitar el mismo juego de las reservas que el enemigo pudo hacer en Brunete. Se había elegido la dirección de Zaragoza porque era ésta la que más podía obligar al enemigo a acudir en su socorro, y la que por la debilidad del frente que cubría consentía confiar en que la maniobra resultaría eficaz, en cuanto podía darnos, si con ella se triunfaba, un éxito de gran trascendencia, del que necesitaba en realidad la República para acreditarse en el exterior, donde poco o ningún caso se nos hacía, y para poner al ejército en condiciones de completar su organización e instruirle en las acciones ofensivas de las que en algún momento había de necesitar para alcanzar su victoria. Ésta no podía llegar pasivamente; mucho menos debería sorprendernos con unas milicias inorgánicas y sin disciplina. Pero nuestros propósitos iban a verse frustrados en breve plazo y sin mayores resultados que los que se derivaban de los éxitos locales, ciertamente muy meritorios y notables, si bien, como en ocasiones precedentes, se iba a poner de relieve nuestra falta de medios para llevar la obra hasta el fin. El ejército quería actuar. La situación imponía la acción inexcusablemente. Pero la acción se esterilizaba en pocas jornadas por imperativo de estas dos fallas: medios y mandos. Aquéllos eran pocos y malos, y éstos habían de suplir con su valor y buena voluntad la falta de preparación propia de un ejército improvisado.

La maniobra tuvo en sus comienzos un éxito franco. En el Norte, la División 27, después de combatir dos horas con las organizaciones enemigas que le cerraban el paso, logró arrollarlas haciendo prisioneros y capturando artillería; se abre paso hacia Zuera y ocupa este punto antes de mediodía; más al Sur, la otra columna avanza también hacia Villanueva del Gállego, donde de noche se ha infiltrado ya un batallón; sin embargo, la resistencia enemiga que encuentran estas tropas es muy tenaz y la columna se ve detenida, empeñándose en un combate lento falto de toda audacia.

Al sur del Ebro la sorpresa es completa; se arrollan las resistencias, queda abierto el frente entre Quinto y Belchite y nuestras unidades, unas a pie y otras motorizadas, se lanzan decididamente a sus objetivos. Cae el pueblo de Codo en el flanco izquierdo del esfuerzo principal y quedan en observación algunas unidades frente a Belchite. En el flanco derecho la brigada encargada del envolvimiento de Quinto pasa audazmente el río y combate contra las resistencias de la orilla Sur, las vence y a las 10 de la mañana Quinto quedaba aislado de Zaragoza. En el centro, la división motorizada, precedida de caballería, explora la llanura y se lanza resueltamente hacia Fuentes de Ebro; ha tenido que ir venciendo resistencia y ocupar algunas posiciones enemigas que hacen lento su avance; pero a mediodía está a la vista de su objetivo. Los elementos enemigos dispersos de las distintas posiciones recaen instintivamente sobre la dirección principal de nuestro avance y el paso a Zaragoza queda cerrado, ciertamente con pocos elementos, pero éstos, aunque dispersos, hacen una resistencia tenaz contra la que se empeña en un combate también lento la II División. El transporte de elementos por el llano resulta extraordinariamente penoso por la insuficiencia de caminos y la mala calidad de éstos. El avance ha sido tan rápido que hay algún desorden en el conjunto del dispositivo, y la vanguardia, al verse detenida, deja para la segunda jornada la prosecución del avance sobre Zaragoza. Una vez reforzada se extiende en dirección a Mediana para desbordar las resistencias, pero se ve también detenida, más que por la resistencia, por el mismo espacio que tiene abierto; los jefes, acostumbrados a combatir en posiciones y con un enemigo fijado en ellas, sienten temor al vacío, sobre todo cuando el espacio en que han de caer supera sus posibilidades de combate. En una palabra, se sabe combatir en posiciones pero no maniobrar. Por la izquierda, el Cuerpo XII opera con una precisión magnífica. Ha roto el frente, ha vencido las principales organizaciones enemigas, ha fijado sus fuerzas en dirección Norte, en la cual el avance no interesa proseguirlo, y se abate hacia su derecha para completar el envolvimiento de Belchite, lo que logrará en dos jornadas, haciendo caer sucesivamente, tomándola de flanco, toda la organización defensiva del adversario.

Al terminar la segunda jornada, las unidades de vanguardia dominaban la línea Mediana-Fuentes de Ebro, sin este último punto, donde el enemigo hacía una resistencia tenaz no obstante sus escasas fuerzas; la maniobra motorizada hacia Zaragoza, que pudo continuarse el segundo día en la dirección de Mediana, no se hizo por el empeño de abatir la resistencia de Fuentes de Ebro, cosa que obligó a desplegar toda la División 11. En los dos flancos, Quinto y Belchite resistían a pesar de hallarse envueltos. Se dio a estas resistencias mayor importancia de la que en sí tenían y se descuidó sostener el empuje hacia vanguardia. A pesar de ello se intentó el cuarto día proseguir el sector de Fuentes de Ebro, pero era ya tarde porque las reservas enemigas hicieron imposible el avance desde sus posiciones de Magdalena. Nos hallábamos, pues, combatiendo en un nuevo frente y con escasas fuerzas, pues se habían retenido en número excesivo frente a Belchite y Quinto las unidades de reserva empeñadas ya en hacer caer a viva fuerza la defensa.

Al fin Belchite, más tenaz que Quinto, cae en la 12.ª jornada; ambos éxitos locales colmarían los anhelos de las tropas y los mandos con aquel resultado que nos daba una zona de mil kilómetros cuadrados y algunos importantes objetivos; esto, unido a la necesidad de organizar algunos relevos, motivó que el ímpetu ofensivo se redujera considerablemente. A ello contribuyó también el resultado negativo de las operaciones de las columnas del norte del río: en efecto, la división que había ocupado Zuera, un poco emborrachada por el éxito y el botín, se distrae y pierde tiempo en reorganizar sus fuerzas y proseguir el cumplimiento de su misión, con lo que permite al enemigo acudir con reservas, que la sorprenda y provoque su repliegue desordenado a la otra orilla del río, de la que ya no podría volver a pasar, consumiendo su actividad en las siguientes jornadas en reducir algunas resistencias de sus flancos.

La columna que atacaba hacia Villanueva del Gállego, falta, como se dijo, de toda decisión, considérase impotente para proseguir su esfuerzo y va consumiendo las fuerzas en una lucha estéril en la que logra ocupar posiciones sin importancia, pero anulando su principal cometido que era la ocupación de aquel pueblo, creando una amenaza real sobre Zaragoza para atraer hacia ella las reservas. El enemigo podría por todo lo expuesto, a partir de la cuarta jornada, concentrar sus esfuerzos para detener el ataque principal y nuestra maniobra quedaría prácticamente detenida.

Reconocido así por el Mando y vista la imposibilidad de persistir en el esfuerzo sobre Zaragoza de una manera directa, se ampliaron los propósitos llevando la acción más al Sur para mantener la apariencia de un esfuerzo más extenso y obligar a las reservas enemigas a diluirse; para ello se montó una nueva maniobra que habría de desarrollarse combinadamente por los Ejércitos del Centro, Levante y Este, sobre Monreal y Molina; mas cuando todo se hallaba dispuesto para dar comienzo, la defección de un jefe dio al adversario conocimiento de unos planes que tenían por principal fundamento la sorpresa y se interrumpió la ejecución. La suspensión se hizo con verdadera oportunidad, pues al comienzo de la noche en que nuestra concentración de tropas fue desarticulada, realizaba el adversario terribles bombardeos exactamente en los lugares ocupados por las columnas que iban a operar, las cuales por fortuna ya no se hallaban concentradas.

Más tarde se persistió en el ataque a Zaragoza al observar las reservas adversarias desplazadas a la zona de Montalbán; mas el ataque constituyó un fracaso táctico y con él se dieron por terminadas nuestras operaciones.

Pesó en esta determinación, tanto la ineficacia que podían tener nuevas acometidas contra un enemigo fuertemente reforzado y conocedor de nuestros propósitos y de los medios con que actuábamos, como por la realidad de no haber alcanzado más que muy débilmente los fines estratégicos y carecer de potencia y de reservas para intentar nada que pudiese tener trascendencia favorable.

A los dos días el enemigo continuaba su ofensiva en el Norte. Caía Santander y después Asturias, sin que desde nuestra región central pudiera prestarse ninguna ayuda. Las unidades de maniobra se habían desgastado; las reservas materiales (especialmente las municiones acumuladas desde julio) también. Sólo se podía pensar en acumular recursos, reorganizar e instruir nuestras tropas intensamente para hacer frente a la embestida que habría de producirse fatalmente con la masa de maniobra que le quedara libre al adversario en el Norte, una vez conquistado. La maniobra de Belchite, como la de Brunete, hija de la realidad, no había podido aplazar, tampoco impedir, la pérdida de aquella región, y nuestro esfuerzo no podía aplicarse más que a fortalecer el organismo para afrontar el período más crítico de la guerra. De todo nuestro esfuerzo de 40 días, quedaba viva esta lección: el fracaso de la maniobra grande y el éxito de la maniobra local sobre Belchite, el punto más fuerte de la organización defensiva del enemigo, inteligentemente dirigida, haciendo cooperar tropas de los Cuerpos XII y V y tenazmente realizada hasta la total caída de una plaza fuertemente fortificada.

Hubo en tal operación local una maniobra realizada audazmente, haciendo caer, en sólo dos días, posiciones exteriores fortísimas, con una atrevida acción de flanco a cargo de los hombres de la 25 División. Conseguido el cerco total en la tercera jornada, los defensores de Belchite pusieron en la conservación de la plaza un tesón extraordinario, que resultaba difícil de superar por cuanto las obras del lindero les consentían aferrarse y resistir a ultranza.

Preciso fue, para reducir la ciudad, acumular muchas tropas (que faltaron en el frente principal), y también mucha pasión, que no fue necesario excitar, pues los reveses del Norte repercutían en aquellos hombres dolorosamente; y así, el número, el entusiasmo y la necesidad de triunfar hicieron batirse a nuestros batallones con una superioridad y una pasión que hacían inevitable su triunfo.

Para alcanzar éste, preciso fue abatir una a una las obras fortificadas, conjugando el valor, la astucia y la inteligencia, para proseguir después la lucha en las casas y calles del pueblo, hasta que, a los diez días de cerco y de incesante combate, Belchite quedaba totalmente en poder de nuestras tropas el 6 de septiembre.

Si Belchite fue el esfuerzo militar más rudo, el fracaso más concreto se manifestó con el intento que se hizo de actuar en la maniobra de conjunto con dos columnas motorizadas dotadas de medios mecánicos de combate: la brigada que desde Zuera debía descender por la carretera que sigue el valle del Gállego hacia Zaragoza, y la división que habría de marchar sobre esta misma plaza por el sur del Ebro: la primera ni siquiera logró iniciar su misión; la segunda quedó agotada en el primer asalto.

Mas, ni los éxitos locales ni los errores podrían desfigurar el altruista significado de unas operaciones montadas y hechas con tanta precipitación como entusiasmo para ayudar al Norte, del único modo que podía ayudarse a aquella región: obligando al enemigo a batirse en nuestros frentes, trayendo a ellos sus reservas. Conducta abnegada, deber fraternal, que el soldado como el jefe afrontaron con entusiasmo, aun a riesgo de su propia destrucción. Belchite no será un ejemplo militar; pero sí un triunfo concreto y una acción de sacrificio que aún podría ser superada en Teruel.