5. BRUNETE
Más que la cólera, más que él desprecio,
más que el llanto, madres atravesadas
por la angustia y la muerte,
mirad al corazón del noble día que nace…
NERUDA
Verano de 1937. Primer intento ofensivo del ejército de la República. Emoción, esperanza y una ilusión fundada que el viento de la realidad se llevaría prestamente… La victoria de Guadalajara había abierto el corazón de los españoles a un sentimiento de confianza victoriosa. Si se había derrotado al Cuerpo Italiano de una manera franca, ¿por qué no íbamos a poder terminar en plazo breve con la rebeldía?
Aún pesaba sobre Madrid, corazón y cerebro de España y de la guerra, el deber de imponer el triunfo. En Madrid se había fraguado el ejército popular; allí se habían transformado las muchedumbres de abigarrados combatientes en soldados, y la infinita gama de unidades de médula política en otras militarmente coherentes y disciplinadas, mucho antes de que ningún otro frente ni región intentase siquiera emprender la obra; allí se había frenado en una batalla defensiva de varios meses de duración todo el ímpetu conquistador de las mejores tropas adversarias, furiosamente empeñadas en abatir por la fuerza una voluntad política que se apoyaba en el pueblo y que había dado sin sangre a la nación española un cauce por el que buscaba un porvenir mejor y más justo; allí habían quedado deshechas las mejores unidades adversarias y los jefes militares más diestros: Madrid era, pues, en la breve pero fecunda historia de la lucha, lección y ejemplo para el combatiente, y, para la causa, el crisol donde se había operado la metamorfosis moral de nuestro soldado y la orgánica de nuestro ejército. Su frente seguía siendo el más candente, donde teníamos las tropas más aguerridas, los jefes más experimentados dentro de nuestra general improvisación y por añadidura donde se daba plenamente la encarnación viva del sentimiento nacional de lo español en la masa de luchadores, pues allí peleaban hermanados los hombres de Cataluña con los extremeños, los valencianos fundidos a los hombres de la meseta, las viejas milicias aragonesas con los huertanos de Murcia, las ejemplares unidades gallegas, vascas y asturianas con los hombres de Andalucía, pues allí se habían amparado para recuperarse los restos de las deshechas unidades de Málaga y se habían rehabilitado en la meseta alcarreña colaborando en la derrota de los italianos al lado de los viejos luchadores de la Sierra; finalmente allí habían colaborado junto al combatiente español tres de las Brigadas Internacionales, formadas por hombres que voluntariamente habían venido a ser abnegados auxiliares del hombre español en la defensa de sus derechos.
Otros frentes cumplían no menos tenazmente que el de Madrid el mismo deber, luchaban con idéntico brío y ganaban laureles similares, pero sólo en el de Madrid, por imperativo de las circunstancias, había resultado la obra más completa.
No puede por ello sorprender que al pensarse en nuestra primera operación ofensiva, con fines que aspiraban a ser decisivos para la lucha, se eligiese el frente de Madrid para realizarla, ya que sólo en él podían darse conjuntamente las siguientes circunstancias:
Por eso fue Brunete el teatro de nuestra primera ofensiva, y para dejar expuestas las condiciones en que hubo de realizarse conviene dar al lector una impresión del campo propio y del adversario, ateniéndonos a las actividades que siguieron a la batalla de Guadalajara.
A raíz de los incidentes políticos que se derivaron de esta batalla y de la anterior del Jarama y que motivaron en el seno del Gobierno algunas discrepancias, y cuando en las alturas de nuestra dirección política se buscaba el cauce por donde debía llevarse la lucha para lograr en el plazo más breve y manera más decisiva la victoria, sobrevino la crisis ministerial de mayo que llevó a la jefatura del gobierno al doctor Negrín y al Ministerio de Defensa al señor Prieto.
La unidad del Gobierno parecía rota en cuanto a ser representación auténtica de la masa del país, desde el momento que faltaban en él dos destacados grupos, el socialista que seguía personalmente a Largo Caballero, y la Confederación Nacional del Trabajo. Sin embargo, el nuevo Gobierno se representaba al país resuelto a llevar la guerra por una vía de mayor decisión y abordar paralelamente la reconstrucción interna, cada vez más indispensable para restaurar el orden deshecho y organizar útilmente el país ante la perspectiva de una lucha de larga duración.
Guadalajara había impuesto una breve pausa en la actividad militar; pausa que el enemigo aprovechaba para montar su ofensiva sobre la región Norte, dando con ello un cambio radical a sus planes de guerra, y nosotros para reorganizar nuestras unidades y comenzar la creación de las que se estimaban precisas para la ejecución de operaciones ofensivas, a las que era indispensable llegar para ganar el conflicto.
Resultaba esto preciso; nuestro hombre había probado ya que sabía resistir y contraatacar en acciones de limitado alcance: Guadalajara y los fuertes golpes de mano que en los diversos frentes se realizaban con mucha frecuencia acreditaban lo segundo, y Madrid lo primero. Pero para poder operar ofensivamente era necesario algo más: en la tropa una instrucción ofensiva y una aptitud maniobrera de que carecía; en los Mandos una preparación de que también carecían por ser en su mayor parte improvisados.
Se abordó por ello una nueva fase en la organización del ejército, creándose las primeras unidades llamadas de maniobra. Así surgió el V Cuerpo, formado en Madrid con las tropas que más se habían destacado en las operaciones realizadas hasta entonces; sus unidades, situadas como reserva general a retaguardia del frente que guarnecía el Ejército del Centro, habían comenzado ya por el mes de abril un intenso período de instrucción que no se interrumpía de día ni de noche; tal actividad extraordinaria era aceptada con entusiasmo por los combatientes, que veían en tales fuerzas el instrumento de la victoria, ya que habían llegado a comprender que la guerra no podía ganarse si se limitaban las unidades a parar los golpes del adversario. Pero aquel empeño, por el mes de abril, no dejaba de ser una mera previsión ya que no había plan concreto para la campaña y se desconocía el punto y el momento en que ese instrumento había de utilizarse.
Por su parte el enemigo, después de Guadalajara, como se ha dicho, abandonó la directriz general que seguía su plan de campaña, que era debelar Madrid. La guerra no la había podido ganar de un solo golpe certero y resolvía ganarla por partes; la lucha tomaría un carácter más regularizado y metódico, sería, más que hasta Madrid, una guerra de conquista con la colaboración de unidades extranjeras y en proporciones muy superiores a las que había tenido hasta entonces.
El bloqueo de nuestras fronteras y puertos montado él 19 de abril por el Comité de No Intervención iba a facilitar esos proyectos y su plan comenzaría a desarrollarse con una gran economía de fuerzas: primero el Norte, donde la limitación de los efectivos republicanos y medios de que disponían y la imposibilidad por parte de la región central de prestarle ayuda enviando recursos y unidades, le consentiría operar con gran superioridad; económicamente también le convenía poseer la región Norte ante la perspectiva de una guerra larga, ya que en dicha región se encuentra la principal zona hullera de España y es, industrialmente, la mejor dotada para la fabricación de armamentos y explosivos. Su conquista le proporcionaría por ello una mayor potencialidad en el orden material y en el humano y —cosa no descartable— en el marítimo, hacia el que fatalmente había de derivar la guerra si se hacía larga, para completar un bloqueo que por tierra garantizaba el Comité de No Intervención, pues iba a ganar la ventaja de poder reunir la mayor parte de sus medios en el Mediterráneo para cerrar el camino de nuestros abastecimientos.
Nuestras tropas, antes de poderse terminar su organización y ser dotadas de los medios y armas que se esperaban, iban a tener que emplearse en condiciones precipitadas. La situación en el Norte era cada vez más grave; no había más remedio, para evitar la caída de aquel teatro de operaciones, que operar enérgicamente en el nuestro a fin de obligar al adversario a retirar de aquél tropas y medios de los que utilizaba en su ofensiva. Así podría paralizarse ésta, al menos todo el tiempo que durase nuestra acción, especialmente si se desarrollaba de manera favorable, con lo que podría ganarse tiempo para que las unidades del teatro Norte se reorganizasen y fuesen abastecidas desde el exterior, poniéndolas en mejores condiciones para afrontar una nueva embestida.
Pero para que nuestra indirecta ayuda fuese eficaz sería preciso que las operaciones se aplicasen en un teatro y objetivo que consintiese emplear buenas y numerosas tropas y que, al propio tiempo, por el grado de peligro que implicase para el adversario, obligase a éste de una manera ineludible a acudir con grandes efectivos.
La información que se tenía de que el enemigo había sacado tropas del frente de Madrid, y la simplificación que consentía el actuar en este teatro central en cuanto se refería a las operaciones previas al ataque, como son la concentración y reunión de los medios, aconsejaban también utilizar ese frente; en él podríamos operar con la urgencia que la situación requería porque en él estaban ya las principales reservas y no se llamaría la atención del adversario con grandes transportes hacia otros frentes.
La maniobra de Brunete.
Los planes estaban ya estudiados de largo tiempo por el Estado Mayor de la Defensa de Madrid, pues eran los que estimaban más útiles para resolver el problema táctico de parar el frente adversario de la capital, llevándolo, por lo menos, a la línea Navalcarnero-Getafe. Tal propósito habría de alcanzarse cercando toda la línea adversaria trazada en el propio lindero de la capital desde Las Rozas a Entrevías, para atacarla de frente y de revés y provocar su caída.
Si nuestra maniobra de ruptura y envolvimiento tenía éxito enlazándose nuestras unidades al norte de Navalcarnero, el enemigo se vería obligado, con las tropas que trajese de otros teatros, a constituir un nuevo y extenso frente desde el Cerro de los Ángeles hasta Brunete, y aunque resistiesen a la rendición las tropas cercadas, se trataría de evitar que el enemigo acumulase en Madrid excesivas tropas para asegurar la liberación de las cercadas, poniendo para ello en actividad los otros teatros de España, que quedarían debilitados al desplazar hacia Madrid el enemigo sus reservas. Nuestros frentes en cambio sí podrían pasar a la ofensiva, porque, en realidad, para la nuestra de Brunete no íbamos a sacar de ellos reservas.
El plan general esbozado comprendía en su ejecución dos ataques:
Como se ha dicho, al verificarse la conjunción de las fuerzas quedarían constituidos dos frentes: uno exterior para paralizar la acción de las tropas que se enviasen de socorro y explotar, si la maniobra se desarrollaba con éxito, el avance hacia el sur de la línea Ciempozuelos-Torrejón-Griñón, y otro interior que, mediante operaciones locales, y actuando en combinación con la defensa de Madrid, iría haciendo caer las resistencias, cosa que se reputaba posible porque a las fuerzas que quedasen cercadas se les iba a imponer la servidumbre de duplicar su frente de combate sin posibilidad de recibir refuerzos.
Quizá tales propósitos eran demasiado ambiciosos para ser la primera operación ofensiva que realizaban nuestras tropas, obligadas a maniobrar en campo abierto, unas, y, otras, a través de las fortificaciones de Madrid. En el orden estratégico se perseguía la finalidad de paralizar la ofensiva victoriosa que el enemigo estaba realizando por el Norte, atrayendo hacia Madrid sus reservas y fijándolas o batiéndolas sucesivamente, propósito también ambicioso, pero de más fácil obtención.
Las fuerzas que habían de realizar la maniobra de Brunete constituyeron una Agrupación bajo el mando del general Miaja, auxiliado por el EM del Ejército del Centro[7].
Dos operaciones ha habido en nuestra guerra cuya preparación se ha hecho con una pulcritud técnica rigurosa, casi perfecta: Brunete y el Ebro. El Estado Mayor del Ejército del Centro había previsto los más insignificantes detalles y se habían cumplido las directivas del mando superior con una precisión absoluta, especialmente en lo que al secreto se refería.
En la tarde del 5 de julio, víspera del ataque, el ministro de Defensa recoma en automóvil la zona de concentración; en los encinares que se extienden desde Torrelodones hasta Valdemorillo, los Cuerpos XVIII y V dispersos, pero sin romper su cohesión las unidades, habían terminado la reunión sin que los observatorios enemigos que dominaban la zona hubieran descubierto nada anormal. La artillería se hallaba ya desplegada; la infantería en un dispositivo de aproximación inmediata a la base de partida. Un entusiasmo nuevo llenaba el ambiente; aquellos hombres se sentían orgullosos de lanzarse a una empresa ofensiva de importancia y ciertamente lo hacían con una disciplina y un orden perfectos.
En la noche de aquella jornada, a la hora prevista, comenzó el ataque impetuosamente; cada jefe conocía con todo rigor su misión y se lanzó a cumplirla sin el menor titubeo. La División 46 en el flanco derecho arrollaba las resistencias de primera línea rompiendo el frente al amanecer y quedaba detenida ante Quijorna, donde las tropas enemigas rehechas de la sorpresa le hacían frente con tenacidad.
La División 11 también había logrado romper el frente por sorpresa y, filtrándose entre las organizaciones enemigas las unidades avanzadas, en una marcha audaz, alcanzaban Brunete, donde se detendrían hasta que avanzasen las tropas de los dos flancos, pues habían quedado aquellos elementos en una disposición un tanto aventurada.
La División 3 del Cuerpo XVIII caía sobre Villanueva da la Cañada directamente; no pudo desbordar el pueblo; sufrió la atracción del fuego y quedó empeñada en un combate contra las resistencias organizadas del lindero; no obstante el uso que hizo de los tanques y el certero tiro de su artillería, sólo pudo poner el pie en el pueblo al atardecer, cuando al comprobar que tenían cortada su comunicación con Brunete y que aquellas tropas del ataque del mismo Cuerpo XVIII se movían hacia Romanillos y amenazaban cortar también su retirada sobre Madrid, optaron los defensores por replegarse.
La primera jornada se cerraba así con un triunfo indudable. Para la segunda se reiterarían las órdenes para que la maniobra continuase sin alteración, dándose también la orden para la iniciación del ataque secundario, con el que, en parte, se debía evitar que las reservas locales de Madrid acudiesen a contener la maniobra por Brunete.
El II Cuerpo realizó el ataque inicial también con éxito, logrando llevar sus fuerzas hasta la carretera de Toledo; pero un pánico producido al atardecer en los elementos avanzados provocó inesperadamente el repliegue a la base de partida de todas las unidades que con gran esfuerzo habían logrado penetrar en la organización defensiva adversaria.
El enemigo se había dado cuenta de nuestro propósito y a la jornada siguiente el ataque reiterado no tendría éxito, porque se ofrecía en el llano una red de fuego infranqueable que no pudieron neutralizar nuestras armas de acompañamiento.
Por el lado del ataque principal se habían localizado las resistencias adversarias en ambos flancos de nuestra dirección de ataque, en Quijorna y en Villanueva del Pardillo, y esa resistencia, aunque terminase por ser deshecha, por lo pronto sirvió de freno a nuestro avance. Se pudo pasar el río Guadarrama en dirección a Romanillos y a Villaviciosa, pero los jefes de las divisiones de vanguardia, no viendo resuelta totalmente la situación a sus flancos, temieron hacer su avance más profundo y quedar expuestos a ser envueltos si el enemigo cerraba la extensa bolsa que se estaba produciendo.
Así, en las jornadas tercera y cuarta faltó decisión en las unidades de vanguardia, debido a que ambos cuerpos gastaron demasiado deprisa su reserva al empeñarse en resolver los dos problemas locales que eran, para el V Cuerpo, Quijorna, y para el XVIII, Villanueva del Pardillo primero y Villafranca del Castillo después, donde el enemigo se hacía muy fuerte y sobre cuyos lugares acudían incesantes reservas; mas esta atención que mereció en ambos cuerpos la anulación de las resistencias de los flancos, si fueron un freno para ultimar la maniobra en profundidad, en realidad constituyeron la garantía de conservación de una parte del terreno conquistado, y de que la reacción enemiga en su contraataque general no cobrase más graves consecuencias.
Villanueva del Pardillo caería en la quinta jornada, rindiéndose su guarnición; Quijorna en la cuarta, tras un potente ataque en el que jugaron todos los medios, incluso la caballería. En aquella acción se combinó la maniobra de envolvimiento con el ataque de modo ejemplar, mientras en la segunda fue la energía y el sacrificio de algunas unidades que atacaron con un arrojo extremo lo que permitió la entrada en el pueblo.
Nuestro frente quedaba asegurado, pero era demasiado tarde para proseguir el ataque y la maniobra. El enemigo había situado fuerzas bastantes para detenernos; realizaba una potente concentración en Navalagamella, de donde partían incesantes ataques contra nuestro flanco derecho; en la otra zona, nuestras fuerzas estaban fijadas y casi dispersas; no obstante, lo más grave de todo era la actuación de la aviación enemiga, verdaderamente abrumadora, aplastante, imposible de contrarrestar con la simple ayuda de nuestros recursos.
En la sensación de inferioridad e impotencia que comenzamos a sentir, percibíamos que el triunfo estratégico estaba logrado, pues el enemigo había acudido precipitadamente a la llamada de Brunete con toda su aviación, con las brigadas navarras y con abundantes unidades de choque que acumulaba en nuestros flancos, y se apuntaba la fase difícil de afrontar la contraofensiva que pudiese sobrevenir. Lo del Norte había quedado totalmente detenido; del efecto que había producido la ayuda de la región central (un sacrificio y un peligro arrostrados abnegadamente) dan idea los párrafos de la adjunta comunicación del jefe de Estado Mayor de la zona Norte: «… la acción de ustedes en el Centro, le ha obligado a desplazar sin descanso las fuerzas empleadas en el frente vasco, las que sin duda deben ser consideradas por el contrario como fuerzas de choque…».
A partir de la séptima jornada quedaba definitivamente suspendida nuestra maniobra. Se habían modificado los términos de la situación de tal manera que ya nos hallábamos en condiciones de evidente inferioridad: en el aire era ésta patente por la calidad y el número de los aviones enemigos, que actuaban manteniendo dominada toda la zona de operaciones día y noche con sus bombardeos y ametrallamientos. En cuanto a las tropas, era igualmente peligrosa la diferencia: la información que teníamos de los efectivos acumulados en nuestro flanco derecho era concluyente: el enemigo podía con ellos, si nuestro dispositivo de Valdemorillo flaqueaba, ahogar todo nuestro nuevo frente, pues la boca de la bolsa creada tenía escasamente 12 kilómetros.
Por fortuna, las disposiciones que se adoptaron resultaron eficaces para contrarrestar los contraataques, y nuestra línea del río Perales se mantuvo firme; lo mismo ocurrió en nuestro flanco izquierdo; en cambio, en el frente, el enemigo aplicó su mayor esfuerzo y nuestras líneas cedieron, perdiéndose Brunete al cabo de tres días de ataques dirigidos contra esa localidad y de diecinueve de duración de la batalla.
El día que se produjo este revés marcó el momento culminante de la contraofensiva enemiga y el de la crisis más grave de nuestra resistencia: se realizaba en aquella jornada el relevo de nuestras divisiones de primera línea, que se hallaban quebrantadísimas por más de quince días de incesante combate; la acción de la aviación enemiga había sido tan dura y eficaz que la tropa sufría en las primeras horas de la tarde una crisis moral; las unidades que aún defendían el paso sobre el Guadarrama y las que se relevaban en Brunete dejaban el frente completamente desguarnecido, replegándose, algunas de ellas, en franco desorden. Nos hallábamos ante el riesgo de perder todo lo conquistado y de que quedase abierta una amplia brecha en nuestro frente a retaguardia de todo el dispositivo de la Sierra.
Por fortuna aquella misma tarde la situación podría restablecerse con las reservas y especialmente con la ejemplar conducta de algunas pequeñas unidades que se aferraron al suelo en distintos puntos y de otros grupos selectos que se enviaron a contener a los fugitivos y a defender los lugares de mayor importancia.
Quedaba así el frente cubriendo la línea de pueblos conquistados: Villanueva del Pardillo-Villanueva de la Cañada y Quijorna, en una posición que se mantendría invariablemente y perduraría así hasta la terminación de la guerra.
Probablemente el quebranto que también había sufrido el enemigo le hizo desistir de llevar adelante su reacción ofensiva y la batalla se extinguía sin nuevos episodios en los últimos días de julio.
Nuestra primera empresa ofensiva quedaba frustrada aunque no sin fruto. El teatro del Norte recobraría su actividad un mes más tarde. Para salvarlo, dando tiempo a su reorganización y a ser reforzado, se había afrontado el peligro que suponía atraer hacia la capital nuevamente las principales reservas adversarias; buena parte de ellas se gastaron en el empeño. Nosotros tal vez habíamos valorado demasiado ampliamente nuestras posibilidades y no puede dudarse que el enemigo también debió medir exageradamente nuestro poderío cuando renunció a proseguir la lucha en momentos que nuestra verdadera situación era sencillamente crítica.
Entre las enseñanzas que se sacaron de aquella durísima batalla de Brunete de veinte días de duración, descuellan de modo extraordinario las relativas a la aviación. La actuación de la enemiga fue sencillamente aplastante desde la tercera jornada: día y noche se sucedían sus servicios con una frecuencia y una potencia desconocida hasta entonces. El ametrallamiento era casi incesante, obligando a nuestros hombres a mantenerse pegados al suelo sin posibilidad de defensa ni de maniobra, y de noche se sucedían las acciones de hostigamiento de nuestra retaguardia entorpeciendo notablemente los servicios y provocando numerosos incendios en las zonas de bosque donde se guarecían nuestras reservas.
La aviación propia y la DCA —ésta muy escasa por entonces— tuvieron ocasión de batirse y lo hicieron cumplidamente, derribando numerosos aparatos y ocasionando, la primera, verdaderos estragos en las concentraciones adversarias, alguna de las cuales se vio imposibilitada de realizar el ataque para el que había sido constituida en la región de Navalagamella, a causa de las bajas que se le ocasionaron; finalmente se consiguió por primera vez dar caza de noche a los aparatos de hostigamiento, de los cuales fueron derribados dos en noches sucesivas, bastando esto para que el adversario interrumpiese la práctica de tales servicios.
Brunete había sido un éxito táctico de resultados muy limitados y un éxito estratégico también de carácter restringido, pues si se logró plenamente la suspensión de la ofensiva en el Norte, carecíamos de potencia para mantener activa nuestra ofensiva, y la del adversario en aquella región podría reproducirse tan pronto rehiciese sus fuerzas.
Habríamos de pensar en una nueva maniobra para ayudar al Norte; y para poderlo hacer más eficazmente se aumentaron las reservas numéricas, aunque no pudieron ser dotadas de material, ya que no lográbamos ver llegar todo el que se precisaba, ni siquiera una mínima parte del indispensable para tener derecho a considerar al ejército en condiciones de combatir. Pero la guerra seguía, y era preciso pelear con lo que se tuviera y del modo que mejor provecho pudiera sacarse de nuestros pobres recursos.
En tales condiciones habría de montarse la siguiente ofensiva, en la que iban a aprovecharse las enseñanzas positivas de Brunete y evitando que se reprodujesen las negativas. El ejército estaba animado de una pasión de lucha consciente; quería batirse sin pensar en sus penurias, en su falta de instrucción, en su carencia de cuadros, y quería hacerlo ofensivamente porque esto era la posibilidad de vencer y porque era indispensable para sostener lo que en el Norte amenazaba con derrumbarse. Así, nuestra segunda ofensiva, la de Belchite, debería ser otra acción muy similar en sus causas a la que se acaba de bosquejar.