4. Guadalajara

4. GUADALAJARA

Alguien vendió la piedra de los lares

al pesado teutón, al hombre moro,

y al ítalo la puerta de los mares.

¡Odio y miedo a la estirpe redentora

que muele el fruto de los olivares,

y ayuna y labra, y siembra y canta y llora!

MACHADO

Cuando aún subsistía el rescoldo de la batalla del Jarama y se acusaba claramente la impotencia del enemigo para proseguir su esfuerzo de ruptura, pues se hallaba con todas sus unidades desgastadas, sobrevino la ofensiva italiana por Guadalajara.

No fue ésta una sorpresa para el mando republicano, que conocía algunas concentraciones rebeldes y no ignoraba la presencia de las tropas italianas en su base del Duero. Pero en rigor desconocía el volumen y la cuantía de aquellas tropas y no esperaba un esfuerzo tan considerable como el que se produjo por la región de Sigüenza. El Mando rebelde probablemente se había propuesto relacionar las acciones del Jarama y Guadalajara, y, ante el fracaso de la primera, decidió llevar todo su esfuerzo por el nordeste de Madrid de una manera fulminante para no dar tiempo a que nuestras tropas, realmente agotadas por la batalla que acababan de librar, pudieran reaccionar de manera efectiva con medios bastantes para contener el nuevo ataque y, sobre todo, para hacerlo con oportunidad.

Preparó para ello un ataque enérgico y rápido, de gran estilo, con tropas motorizadas. El flamante Cuerpo Italiano, formado como después se indica, perfectamente organizado y ampliamente dotado de artillería y tanques, en colaboración con otras tropas españolas y marroquíes, iba a realizar por Guadalajara y Alcalá el envolvimiento de Madrid, siendo secundada probablemente esa acción con un nuevo ataque dirigido hacia el último punto (Alcalá) desde el Jarama. Lo que no había podido lograrse por el camino más corto y cercano a la capital, siguiendo la dirección Arganda-Loeches, iba a intentarse bajando por Guadalajara y supliendo con el carácter motorizado de las fuerzas el inconveniente de la distancia que se había de salvar para lograr el corte de nuestras comunicaciones con Valencia. Era el último y decisivo intento para tomar Madrid. No se regatearon medios a la empresa, y los italianos aspiraban a alcanzar la gloria de abatir la capital de la República, cuatro meses heroica.

Hemos tenido ante la vista el ambicioso plan del adversario, en el que no faltaba el croquis entregado a sus jefes subordinados por el mando de una división italiana para la ocupación que debía hacerse de Guadalajara. La idea de maniobra consistía en romper el frente en la dirección de la carretera Sigüenza-Guadalajara; rebasar en seguida a la unidad de ruptura con otra motorizada que profundizaría para ocupar sólidamente los dos flancos de la zona de ruptura y proseguir inmediatamente sobre Guadalajara. Tres jornadas iban a bastarle para ocupar la plaza; en la cuarta caería sobre Alcalá, consumándose el corte de las comunicaciones; lo demás vendría solo, pues la presencia de las tropas italianas a las puertas de Madrid y el cerco total a que iba a someterse al Ejército del Centro, el cual ya dependía por entonces de la Defensa de Madrid, darían al traste con la embrionaria organización de nuestras tropas y del frente, obligado a derrumbarse como castillo de naipes. A su ambición nada decían los cuatro meses de lucha en la capital y sus contornos, ni el brillante esfuerzo realizado últimamente por nuestras tropas en la batalla del Jarama. El improvisado soldado republicano nada podría frente a la organización, la técnica y la fuerza, estando condenado a fracasar ante una maniobra rigurosamente preparada. ¿Rigurosamente? No. Digamos mejor torpemente, porque en ella se olvidaba la calidad del hombre y se cerraba los ojos a esta realidad: que en Guadalajara iban a enfrentarse por primera vez los hombres idealistas, tercos y valientes de la defensa de Madrid, con las tropas extranjeras que invadían España. De tan simple hecho no nació pero sí se fortificó hasta lo inextinguible, una fuerza moral que ya era sólida y que haría posible que los hombres que salían de las trincheras del Jarama, extenuados por veinte días de lucha, perteneciendo a unidades orgánicamente deshechas, batiesen en campo abierto, con inferioridad numérica y de medios, a la tropa más numerosa y mejor equipada que hasta entonces se había batido en España, aunque no fuese la de mejor calidad.

Nuestro frente de Guadalajara se había mantenido durante toda la guerra en un estado de defectuosa organización y había sostenido una actividad esporádica. Madrid y su defensa habían absorbido las tropas y los recursos de que se iba disponiendo, pues el imperativo de la realidad obligaba a emplear las cosas, no donde pudieran aconsejar las miras ofensivas, sino donde eran indispensables para ir afrontando las dificultades de la defensa. Los planes de acción ofensiva eran siempre modestos y de fines muy limitados. En Guadalajara no había habido, desde que se inició la lucha, más que pequeñas acciones realizadas por las primitivas unidades de milicias en los alrededores de Sigüenza y a caballo de la Sierra, o golpes de mano de limitada trascendencia. En el mes de diciembre el jefe del Ejército del Centro pudo reunir unos diez batallones y realizó con ellos unas operaciones de alcance limitado que consintieron unos avances hacia Sigüenza, ocupando Almadrones y algunas otras posiciones próximas importantes; pero aquella acción ofensiva, brillantemente iniciada, iba a verse paralizada por insuficiencia de medios, pues los flancos de aquel frente estaban completamente al aire y nuestras tropas carecían de capacidad de maniobra por no hallarse aún debidamente organizadas e instruidas.

La maniobra enemiga de Guadalajara.

Se había cambiado el mando del frente de Guadalajara pocos meses antes, para asegurar una reorganización más activa y eficaz. Como consecuencia de la información que se recibía se le destinaron nuevas tropas para poner el dispositivo en mejores condiciones de resistencia. Unos días antes de empezar la ofensiva enemiga habíamos visitado el Cuartel General y su jefe nos dio la sensación de seguridad. Creía hallarse bien informado y no esperaba ningún ataque enemigo importante; por el contrario, se proponía montar con los medios que se iban facilitando, una acción ofensiva que mejorase la situación de conjunto en la zona.

En tal estado de cosas sobrevino, el día 8 de marzo, la ofensiva enemiga. Esperábamos que nuestro frente, ya reforzado y disponiendo de pequeñas reservas, respondiese resistiendo eficazmente y dando tiempo a la llegada de las tropas que estaban en marcha hacia allí y de las que pudieran retirarse de Madrid y del Jarama, si la lucha en este último sector lo consentía. Pero no fue así. El poder del ataque excedía en mucho los cálculos hechos.

La idea de maniobra antes bosquejada la iba a desarrollar el enemigo en la siguiente forma:

Estaba el Cuerpo Italiano formado por las Divisiones 1.ª (general Coppi), 2.ª (general Rossi), 3.ª (general Nuvolari) y 4.ª «Littorio» (general Bergonzoli) más las Brigadas Mixtas de Flechas Azules y Negras; Batallón de Carros de Combate, Compañía de Auto y Motoametralladoras, Compañía de Lanzallamas, Artillería Divisionaria y de Cuerpo, Baterías Antiaéreas y Antitanques y Servicios de Intendencia, Transmisiones, Ingenieros, Sanidad y Transportes.

En conjunto, al iniciarse la batalla se enfrentaban aproximadamente 50 000 hombres contra 10 000; 140 piezas de artillería contra 22, y la aviación en la proporción de 3 a 1.

La División Coppi, en primer escalón, tenía a su cargo la ruptura. Reforzada con tres grupos de artillería, atacó en tres direcciones y sólo en la central se la contuvo, localizándose la lucha a la inmediación de Almadrones. El frente quedaba roto y nuestras tropas, dispersas y batidas en los flancos, se replegaban con algún desorden. La puerta de Madrid estaba abierta y las columnas avanzaban, pero tan torpemente dirigidas que su finalidad y su maniobra, ignoradas hasta entonces por el mando republicano, quedaron prontamente descubiertas.

En la segunda jornada se agravó bastante la situación, pues los elementos que realmente resistían, y que lo hacían sobre el eje principal del avance enemigo, cedieron el terreno también en desorden al ver sus flancos descubiertos. Puede decirse que al terminar la segunda jornada, en el extenso frente que iba desde la sierra de la Mujer Muerta —donde el frente de Guadalajara enlazaba con el de Somosierra— hasta perderse en las estribaciones montuosas de la cuenca del Alto Tajo, en donde simplemente teníamos servicio de vigilancia, no quedaban organizados más que los elementos de vigilancia de los flancos; en el centro, los restos de las unidades, batidas por la embestida enemiga, o replegándose otras por el aislamiento en que se vieron, se retiraban confusamente hacia Guadalajara, desbordadas por los elementos motorizados enemigos. Y tan rápida y amplia había sido la caída, que el mismo mando del frente estaba ajeno a la gravedad de la situación.

Las primeras unidades que habían podido enviarse al frente para contener aquella situación verdaderamente pésima, fueron orientadas por la carretera general y por la de Armuña a Brihuega, con la misión de cerrar el paso hacia Madrid a toda costa, buscando el contacto con el enemigo cuya verdadera situación se ignoraba, pues la información llegaba falta de toda precisión.

Fue relevado el mando del frente, reorganizado éste y enviadas cuantas unidades pudieron sacarse precipitadamente de los frentes de Madrid y del Jarama; entretanto, la aviación, mediante una acción persistente, se empeñaba en detener el avance de los elementos motorizados descubiertos[6].

En las primeras horas del 10 pudo coordinarse la acción de nuestros primeros refuerzos y conocerse la situación. Tan grave se consideraba ésta, que inmediatamente hubieron de concentrarse los mayores elementos de fortificación y de trabajadores para organizar dos líneas de obras: una a la altura de Taracena-Duron y otra que cubriese Alcalá, tomando toda clase de precauciones para dejar barreadas las carreteras, ya que si fallaban también las unidades que tomaban contacto con el enemigo la llegada de éste a las puertas de Madrid era problema de muy pocos días.

El contraataque de Guadalajara.

El conocimiento de la presencia de los italianos en el frente fue un reactivo maravilloso; los jefes y las unidades se disputaban el honor de ir a batirse, y esto produjo una oleada de entusiasmo que consintió aunar todos los esfuerzos. Jamás se ha realizado en nuestras operaciones de guerra una concentración de fuerzas tan rápida y ordenadamente. Las tropas se reúnen, organizan, despliegan y se enlazan a caballo de los ejes de comunicaciones que podían seguir las columnas enemigas por Brihuega y Trijueque. Comienza así durante el día 10 una verdadera batalla de encuentro, deshilvanada, confusa, imperfectamente dirigida porque faltan hasta los medios de transmisión para mandar; pero una batalla eficaz porque las unidades y los jefes subordinados tienen misiones concretas que cumplen rigurosamente y con acierto.

A retaguardia se reúnen los elementos dispersos que, apenas quedan reorganizados, se restituyen inmediatamente al combate por no haber tropas para cubrir el extenso frente que había quedado desguarnecido. Nuestros flancos estaban, como se ha dicho, con sólo pequeños destacamentos que prestaban servicio de vigilancia. Cualquier derivación que por ellos hubiera tenido la maniobra habría sido de graves consecuencias, pues las tropas que iban llegando era forzoso empeñarlas inmediatamente a causa de la superioridad enemiga; por ello, para evitar en lo posible los riesgos que podían producirse en los flancos, se organizó una amplia red de destrucciones que quedó en breve plazo con las cargas puestas y los equipos preparados para inutilizar, en los puntos más sensibles, todas las comunicaciones que desde la zona enemiga desembocan al oeste del río Henares, así como las que, en el flanco derecho, conducían desde el valle del Tajuña al del Tajo.

El día 11 se perdió Trijueque en una nueva embestida enemiga, mientras otra columna que partía de Brihuega trataba de progresar hacia Torija; pero por fortuna ya tenía el Mando en sus manos el frente y las tropas y se combatía con singular ímpetu. Todo el mundo se excedía en el cumplimiento del deber; las unidades estaban agotadas no sólo por el esfuerzo del Jarama que había dejado a algunas con sólo la mitad de sus efectivos, sino por el frío intensísimo que sufrían al tener que dormir y descansar al raso, y por las lluvias. Ésta, en cambio, vino a favorecernos en el orden táctico, impidiendo la maniobra, de los tanques italianos.

La aviación se superaba atacando incesantemente los medios de transporte enemigos, adelantados audazmente para dar el salto sobre Guadalajara, y aunque la infantería era escasa y con ella se hubo de extender el frente por la izquierda, pues la columna de tropas españolas progresaba hacia Hita amenazando desbordarnos, gracias al arrojo con que se batían los hombres, y la decisión con que actuaban la artillería, la aviación, los tanques y la DCA, el avance enemigo quedaba prácticamente contenido. La lucha no estaba terminada; habíamos logrado lo esencial, detener al enemigo, y sabíamos que se avecinaba otro esfuerzo de mayor consideración, pero la acumulación que se iba logrando de tropas y medios, y principalmente la unánime voluntad de sacrificio, daban confianza en el triunfo, ya que, desde el combatiente que en medio de la nieve luchaba en la línea de contacto, hasta el trabajador que en retaguardia erizaba el terreno de obras y obstáculos laborando incansablemente día y noche, todos cooperaban febrilmente por la victoria. Es cierto que los pueblos que no saben odiar no saben batirse. El nuestro tuvo en Guadalajara la comprobación de que estaba invadido y nadie necesitó hacer brotar un odio inmenso a los invasores, que hizo posible, primero, la abnegación y el sacrificio en el trabajo y en la lucha y, después, la victoria.

Como en Madrid y en el Jarama se hizo reaccionar a la gente haciendo que no se conformase con resistir; era necesario responder ofensivamente, y así lo hicieron. Se contraatacaba en cuanto se descubría una posibilidad, y lo mismo sobre las comunicaciones que servían de eje al avance enemigo que sobre la meseta en campo abierto: en esta zona se reconquistó el Palacio de Ibarra el día 14, y sobre la carretera se recuperó Trijueque el día 15, siendo estos episodios los primeros fracasos italianos; en ambos puntos se luchó tenazmente; los dos lugares fueron abandonados en desorden por el enemigo, con pérdida de material y de prisioneros. Tan claros indicios acusaban ya que la «furia fascista» no era tan terrible como pregonaban los discursos espectaculares: al contrario, nos ofrecía la posibilidad de infligir una sonada derrota al adversario, cuyas tropas aparecían faltas de tenacidad. Y se intentó. No hubo descanso para nuestros hombres agotados porque no podía haberlo. La situación, por un momento, nos favorecía y había que aprovecharla, y al efecto se montó para el día 18 un fuerte contraataque con el propósito de envolver a las tropas enemigas de la cuenca de Brihuega.

Se reunieron para ello los elementos que fue posible hallar; pocas tropas y medios escasos, pero unidades excelentes y jefes decididos; mas el desconcierto inherente a aquella batalla de encuentro en que nos habíamos tenido que ir empeñando gradualmente desde el día 10 y el mal tiempo reinante hacían difícil cualquier cálculo; el contraataque que se quiso realizar por la mañana de dicho día fue indispensable suspenderlo por no estar las tropas a punto. Persistía el mal tiempo; a mediodía llovía torrencialmente; a pesar de todo se insistió en la orden; era preciso contraatacar y hacerlo aunque fuese con agua y a media tarde.

A las 15, cuando aún quedaban dos horas de luz, el avance comenzó en toda la zona afectada por nuestra maniobra, siendo sorprendido el enemigo. No se podía emplear los tanques más que en pequeños espacios por estar el suelo enfangado; algunas baterías no pudieron cambiar de posición y se vieron, en el curso del ataque, obligadas a suspender el fuego porque la infantería rebasaba su alcance y el avance no se interrumpía. La aviación tampoco había podido dar más que un servicio de apoyo. La lucha de los días precedentes, aparatosa y difícil, por la cooperación de tanques, infantes, aviación y artillería, quedaba en aquel atardecer victorioso reducida a un problema de infantería; el abnegado infante que no había dejado de batirse desde el 11 de febrero, cubierto de fango, extenuado por el frío y la fatiga, salió, bajo la lluvia, de unas trincheras que había improvisado en pleno combate, y movido por el impulso de su ideal y de su patriotismo atacaba sin mirar hacia atrás; el dispositivo enemigo quedaba deshecho por su arrojo, y antes de que llegara la noche había conquistado todos sus objetivos, y los ocupantes de Brihuega que no caían en sus manos huían despavoridos a través del campo al sentirse envueltos. También en el flanco izquierdo se luchaba; desde la bolsa creada en la dirección de Brihuega se atacaba de flanco y de revés a la División «Littorio», situada frente a Trijueque, y, ya entrada la noche, rompería esa unidad el contacto e imitaría a sus vecinos de Brihuega retirándose desordenadamente.

Al puesto de mando comienzan a llegar con la noche las noticias concretas que dan idea de la magnitud del triunfo: se habían tomado las posiciones enemigas, tanques, artillería y muchos prisioneros italianos, y el adversario huía en desorden replegándose en todo el frente. Se dio la orden de perseguirlo sin descanso; las unidades avanzaban con precaución, de noche, sin encontrar más que los residuos de una huida: posiciones abandonadas, armamentos, abundante material y hombres perdidos; al día siguiente continuaba la persecución por la zona del llano y al terminar la jornada nuestras unidades de vanguardia, absolutamente agotadas por el esfuerzo, quedaban detenidas sobre los ejes en que realizaban su progresión. Carecíamos de reservas para relevar aquellas tropas, pues todas estaban empeñadas en la lucha desde trece días antes. Por ello las jornadas siguientes hubieron de invertirse en restablecer un frente de combate y un dispositivo de fuerzas que habían quedado desorganizadas por la victoria.

El enemigo insistiría débilmente en sus propósitos ofensivos; pero pronto, y sin duda por no haber podido salir de la bancarrota sufrida por las fuerzas encargadas del esfuerzo principal, desistiría de tales propósitos y se conformaría con parar nuestros últimos golpes.

La maniobra de Guadalajara había tenido para nosotros dos fases. En la primera fue batida nuestra División 12 y roto y pulverizado un extenso frente los días 8, 9 y 10, y reorganizado del 10 al 14, librándose, mientras tal se hacía, una batalla de encuentro con la que se pudo frenar el avance enemigo e infligirle los primeros reveses locales. En la segunda fase se consolida la organización y se monta el contraataque de conjunto, que conduce a la derrota y retirada desordenada del enemigo. En la primera fase quedaron batidas las Divisiones italianas 1.ª y 3.ª, las cuales fueron relevadas por el mando adversario después de la pérdida de Trijueque y del Palacio de Ibarra; en la segunda fase fueron batidas las Divisiones «Littorio» y 2.ª Las tropas que las habían derrotado eran, en la primera y en la segunda fase, las mismas; el Cuerpo IV (Jurado) y las Divisiones 11 (Líster) y 14 (Mera), reforzadas con otras fuerzas extraídas de los trentes de Madrid y del Jarama; tropas inferiores en número al adversario y formadas en un 50 por ciento por unidades que se habían batido victoriosamente en el Jarama. El día 21, el Cuerpo Italiano estaba vencido y terminaba nuestra persecución por agotamiento. La batalla había concluido.

En nuestro poder quedaba aquel croquis famoso del general italiano que iba a ocupar Guadalajara con una corrección matemática, materiales de guerra diversos, baterías completas, tanques, armas, municiones, camiones, equipajes y trofeos de todas clases; y las famosas «plumas» y «llamas» italianas se acreditaban por la velocidad con que se ponían a salvo del odio español hacia los invasores. En nuestro poder quedaban también muchos prisioneros italianos, testigos elocuentes de la intervención de tropas extranjeras que padecía España, organizadas en el extranjero, con mandos extranjeros, con materiales, emblemas, armamentos y toda clase de medios de acción extranjeros. Venían a conquistar España a la vista del mundo; así lo proclamaba su caudillo el general Manzzini en unas instrucciones dadas después de la derrota, en las que se dice, entre otras curiosísimas cosas, lo siguiente: «Aquí, en tierra extranjera, somos (al lado y bajo la mirada muy cercana de nuestros aliados, y bajo la mirada lejana pero vigilante de todo el mundo) (subrayamos la frase nosotros) los representantes de la Italia armada y del Fascismo. Por nuestros actos se juzgará la calidad y eficacia —moral y técnica— de la Italia del año XV (mejor aún que en la guerra etiópica, dado el teatro de operaciones donde nos encontramos) y del juicio que emitan amigos y enemigos se derivarán consecuencias de valor incalculable para nuestro país». El juicio que merecían a sus enemigos de Guadalajara no podía ser más lamentable. Claro es que el general Manzzini no aludía al nuestro, sino, posiblemente, al del Comité de No Intervención, más benévolo y que no creía «oficialmente» en la existencia del Cuerpo Italiano en España; pero en cambio, quién sabe si para evitar una nueva derrota, cerraba con su control la frontera española y los puertos, exactamente un mes después de la victoria, el 19 de abril.

Tal fue la batalla de Guadalajara. Si internacionalmente tuvo para nosotros repercusiones negativas, en el seno de la España republicana produjo efectos morales beneficiosos, y estratégicamente puso fin al empeño enemigo de ocupar Madrid, pues con ella fracasaba el último de los numerosos planes que con aquel objeto se pusieron en práctica: los rebeldes ya no pensarían más en conquistar la capital.

La victoria anterior del Jarama contribuyó a la de Guadalajara, pues seguramente el previsto ataque que desde el Jarama debía hacerse hacia Alcalá no se produjo más que en forma débil el día 13, debido posiblemente al desgaste que habían sufrido las tropas rebeldes. Por ello la pasividad de ese frente nos consintió maniobrar por líneas interiores y emplear, como se ha dicho, parte de nuestras tropas sucesivamente en ambas batallas. En ellas jugaron también las reservas de que Madrid disponía y cuantas pudieron extraerse del frente sin que se resintiera al extremo de dejar en peligro la capital; y tan apurados quedaron los recursos en hombres y material que, en el período crítico, las unidades que fueron deshechas en los combates de los días 8, 9 y 10, diez días después se hallaban rehechas y actuaban con nuevos mandos en el frente. Por toda reserva general para acudir a resolver cualquier nueva situación crítica en los tres frentes de Madrid, Jarama y Guadalajara se disponía solamente de dos batallones montados en camiones, en Alcalá, en disposición de partir a donde fuera preciso.

En realidad, las dos victorias tácticas de Jarama y Guadalajara constituyen un mismo éxito estratégico para la República y, al mismo tiempo, un éxito moral, porque se derrotó plenamente al invasor; y por esto en la historia de nuestra guerra, cualquiera que sea quien la escriba, la batalla de Guadalajara será siempre un airón de gloria. La trascendencia interna de tal suceso, más grande que la victoria misma, iba a consistir en la unificación de nuestras todavía inconsistentes fuerzas, las cuales conservaban una cohesión más política que militar, y en la seguridad en el triunfo que iba a arraigar en todos los españoles.