1. El ejército popular

1. EL EJÉRCITO POPULAR

Y puesto que, por momentos,

el mal que te hirió se agrava,

resurge, indómita y brava,

y antes de hundirte cobarde

estalla en pedazos y arde,

primero muerta que esclava.

Atribuido a GARCÍA LORCA

CONCEPTO DEL EJÉRCITO

El ejército en el Estado moderno es una de las varias instituciones que integran éste, teniendo fines peculiares, normas especiales de régimen interno y una mentalidad, unas aspiraciones, una doctrina técnica, una moral y unos matices de tipo religioso, político, social, nacional y humano, distintos en cada país y resultantes siempre del hecho de ser, en el conjunto de la sociedad organizada, un elemento de abolengo tradicional, un organismo constituido por selección, una institución rectora de la actividad social en un período de la vida del hombre, un conjunto que se nutre en todo tiempo y lugar de la masa popular y un factor siempre necesario en el equilibrio de fuerzas del Estado.

De él se ha dicho fundamentalmente que es el reflejo de la sociedad que le da vida y, en verdad, la historia de los ejércitos de todos los pueblos confirma, con las obligadas excepciones, que tal afirmación es absolutamente cierta. No podría ser de otro modo, desde el momento que lo forman hombres que provienen de esa sociedad y que llegan a él para cumplir deberes que la misma sociedad impone.

Por esto, y por efecto de la constante renovación que en el ejército se hace del elemento hombre, mejor que en ninguna otra institución, en el organismo armado pueden mantenerse fundidos, mezclándose y cooperando a una obra nacional, la substancia popular y el abolengo aristocrático, lo tradicional y lo nuevo, la «élite» y la masa y, más confusamente, las corrientes espirituales diversas que existen en toda sociedad y que en el ejército se hacen confluir, vivificándolas unas veces, transformándolas otras y armonizándolas siempre hacia un cauce único y con una finalidad de tipo altruista y patriótico.

Pero no va a ser este ejército regular, cuyos fines y esencias son de todos conocidos, el tema en el que vamos a extendemos. El concepto concreto que de él acabamos de hacer sólo tiene por objeto realzar más adelante el contraste y la diferencia de matices con que se ofrecen los ejércitos improvisados de origen popular.

Considerar estos ejércitos, ver cómo se generan, de dónde nacen, cómo se manifiestan y comportan en su calidad de seres colectivos; por qué adquieren una fortaleza sorprendente que les permite mostrarse eficaces en las situaciones más difíciles; saber las condiciones en que se desarrollan, crecen, se transforman y actúan, y, en fin, las circunstancias por las cuales se desvanecen o mueren, tal es, en síntesis, el objeto de este capítulo, que ha de servir de base, por el examen de los rasgos apuntados, para poder interpretar después en mejores condiciones el proceso de los episodios militares a que se refieren los demás capítulos de este libro.

CONCEPTO DEL EJÉRCITO POPULAR

El ejército popular no está realmente definido en la terminología castrense; en ésta se conocen los ejércitos regulares, nacionales, mercenarios, políticos, permanentes, profesionales, religiosos, coloniales, etc., pero específicamente no se ha estimado nunca necesario estudiar, ni siquiera definir, los ejércitos populares, dejando, en consecuencia, en el campo de la vaguedad el concepto de los mismos.

¿A qué se debe esto? ¿A que no existen? ¿A que se considera que carecen de personalidad como colectividades armadas?

Es cierto que los ejércitos populares sólo de manera muy accidental se manifiestan en la plenitud de sus facultades; pero, en realidad, son entidades que han existido en todos los tiempos, seguirán apareciendo en los nuestros, y también en los futuros, en los que quizá sea más frecuente el fenómeno de su producción y mayores sus posibilidades, porque no en vano la evolución humana se orienta hacia las formas sociales de masa o colectivistas. Pues bien, si a los ejércitos populares no les falta abolengo bueno o malo, ni perspectivas para el futuro, en lo que se refiere a su personalidad como entes sociales, la tuvieron siempre que actuaron en la historia de algún pueblo, y puede afirmarse también que la tendrán cada vez más acusada en los conflictos del porvenir, porque al inclinarse el mundo hacia soluciones imperialistas o internacionalistas, ya sean de tipo totalitario o democrático, habrán de chocar éstas con la reacción nacionalista de los pueblos, que son las que con mejor fundamento provocan el ejército popular, y que pueden preverse como cosa inminente en nuestros días en el cuadro de la Europa desarmada.

La causa de aquella exclusión puede atribuirse a dos razones simples: la primera y más poderosa, se deriva de la realidad de que todos los ejércitos, para merecer este nombre, deben ser populares; y la segunda estriba en el hecho de que esta clase de tropas tiene siempre el doble carácter de ocasionales y fugaces; aparecen y desaparecen rápidamente, y, en el breve tiempo en que actúan, suelen confundirse, en sus orígenes, con las milicias armadas, carentes de vínculos orgánicos, y en sus postrimerías, con los propios ejércitos regulares, a cuya categoría se elevan algunas veces por efecto de su evolución. El ciclo completo y más notable históricamente de esa evolución lo da Francia en el proceso de los últimos diez años del siglo XVIII: el más general, por su amplitud, las nacientes repúblicas americanas en el proceso de su independencia, y el más radical, la Rusia de hoy.

Los ejércitos populares no son propios de un país, ni de un tipo de poblaciones; tampoco resultan ser consecuencia de un gobierno o de un estado social, ni las tropas populares se abanderan siempre para la defensa de determinado ideal. Ofrecen, en cambio, como rasgo común a todos los pueblos, el de generarse espontáneamente, por efecto de una reacción pasional y en defensa del Estado, de la colectividad y, digamos más bien, puesto que cuadra mejor al carácter simplista de tal órgano, en defensa de la misma masa que lo genera, ya sea en orden a sus derechos, o ya en el de sus aspiraciones. Es decir, que se nutren fundamentalmente de la masa social y trabajan por y para ésta, de cuya cualidad arrancan sus caracteres más notables y les viene ese apelativo de popular con que se les distingue.

Son también los ejércitos de este tipo propios de todas las edades y pueblos, descubriéndose en ellos, si se les compara, análogo proceso de germinación, de desarrollo, de supervivencia y de desaparición, y las mismas vicisitudes en la acción militar. Se puede por ello decir que es el ejército popular una entidad que existe accidentalmente, que resulta de un fenómeno social y que tiene continuidad histórica.

ANTECEDENTE HISTÓRICO

Para poder explicar ciertos fenómenos propios de esta clase de ejércitos, resulta indispensable considerarlos con un punto de apoyo histórico, a base de los factores políticos y sociales de los países que en cada caso les han dado vida, y de sus características raciales, sus atavismos, sus aspiraciones y necesidades… porque, si es cierto lo que antes dijimos, que un ejército regular es el reflejo de la sociedad que le da vida, en un ejército popular, que, como acabamos de ver, brota brusca y espontáneamente de esa sociedad por efecto de convulsiones pasionales, ha de manifestarse de manera más viva y concluyente todo cuanto caracterice a esa sociedad y especialmente al pueblo mismo, ya sea viejo o nuevo, digno o miserable, despreciable o ejemplar.

En España, tierra de libertades y fueros, que alberga un pueblo fiero y defensor de su independencia, la historia de sus instituciones militares tiene encastrada la milicia popular, y en su rico abolengo guerrero aparecen y reaparecen milicias y ejércitos de ese tipo, resultando ser la patria de los guerrilleros, por antonomasia, la del ejército popular.

Milicias populares existieron en la lucha contra la dominación cartaginesa y romana, como lo eran las levantadas reiteradamente contra los árabes; eminentemente populares fueron las tropas de la guerra de las Comunidades de Castilla y Germanías de Levante, las que se alzaron y multiplicaron a partir de 1808 para imponerse a la invasión napoleónica, y, por último, las que han defendido la República de 1936; y si en España se producen con mayor frecuencia y con caracteres más destacados que en otros pueblos, es porque debido tanto a sus características raciales como a sus vicisitudes políticas, se ha prestado más fácilmente a la reiteración del fenómeno.

En todo tiempo fueron los caracteres de raza y los factores políticos los elementos que más fundamentalmente influyeron en la creación y en la calidad de sus ejércitos populares; por ello vamos a considerarlos sumariamente para ver cómo pueden influir en la formación del último ejército popular y en los caracteres acusados por el mismo.

En el orden humano los dos rasgos característicos más notables de nuestro pueblo son:

En primer término el individualismo, que es, al propio tiempo, terrible y fecundo, y que nace de la herencia y de la variedad del medio geográfico en que el hombre español se desenvuelve. Lo llamamos terrible, porque es la fuente o el germen del caudillismo del desorden, si no se le encauza; y lo consideramos fecundo porque es la causa matriz de esa profusión de individualidades creadoras de que puede hacer gala el pueblo español.

En segundo término encontramos él espíritu guerrero, que trasciende de toda la historia y que ha sido admirablemente descrito por Ganivet. En él está el fermento de tantos heroísmos y audacias como jalonan la vida militar de España.

Contra estas características quieren estrellarse algunos investigadores que llegan a negar la importante solera belicosa que por designio geográfico e histórico tiene nuestro pueblo. Nosotros las aceptamos absolutamente y vemos en ambas cualidades, con su doble significado individual y colectivo, una de las causas de la fecundidad española, nunca de su decadencia, pues quien contemple desapasionadamente la historia, las verá actuar positivamente en las épocas que supieron ser encauzadas y estérilmente cuando no lo fueron.

Tales cualidades son también las que más pesan en la calidad y en la formación del ejército popular y a ellas se pueden sumar otros rasgos que se acusan invariablemente en nuestro pueblo, como son: su carácter impulsivo y vehemente, sobrio y duro en el esfuerzo, fatalista, intransigente, hidalgo y orgulloso de su condición, incluso en la más dura adversidad. Pueblo también místico, que cuida más de su alma que de su cuerpo, y cuya cualidad contribuye poderosamente a determinar su grandeza moral y el sentido virtuosamente ejemplar de su vida.

Esto permitió decir a Chateaubriand que era España la gran reserva moral de Europa; y que afirmación tan audaz es cierta, lo prueban vivamente los hechos de nuestros días, pues España, aunque haya caído víctima de inevitables y humanos errores, en su conducta durante ese pasado próximo que fue la guerra, ha dado al mundo un ejemplo de entereza moral que aún no ha terminado.

Nuestro pueblo ha tenido siempre la propiedad de captar o expulsar a sus dominadores: lo explica la historia de la España romana; lo aprendieron después los árabes; lo comprendió, aunque tarde, Napoleón, y, antes que éste y que los árabes, lo comprobaron los pueblos bárbaros que en España se asentaron. Lo exótico no cuadra a la calidad española sobrada de personalidad y, o se desvanece y muere en su propia ineficacia, o se absorbe y transfigura para matizar modestamente aquella calidad sin modificar su esencia.

Los caracteres raciales subsisten a través de los siglos; llegan lozanos, aunque aparezcan a veces desdibujados por el progreso intelectual y material, a la España de nuestros días; no los detenta una casta, una región, ni una clase social, pues son tan propios del labriego como del hijodalgo, y terminan por manifestarse, con una fuerza y vigor como pocas veces tuvieran, en el ejército popular de 1936: sin el individualismo no hubiera sido una realidad la eficacia con que lucharon las milicias absolutamente inorgánicas, ni la posibilidad de improvisar cuadros de mando para un ejército de más de un millón de hombres; y sin el espíritu guerrero y las demás cualidades anotadas, la guerra no habría tenido los rasgos que veremos la caracterizan y entre ellos sobresalientemente la tenacidad con que se ha desenvuelto.

Los caracteres e influencias raciales son perennes en todos los casos de milicias populares; en cambio, las de tipo político y social, sólo pueden tener en cada caso un tono contemporáneo.

La sociedad española de la última década de nuestro siglo había heredado toda la influencia progresista del siglo XIX y comienzos del XX, los efectos beneficiosos o morbosos de las transformaciones sociales del mismo período y más especial y directamente las que eran trasunto de la última guerra europea.

El ejército popular de 1808 había muerto por fusión con el regular al tomar carácter persistente la lucha, y al terminar ésta, lo mismo que el resto de la sociedad, padecía las influencias ideológicas de la Revolución francesa (quizá aún más las que motivaron ésta) y las de la reacción tradicionalista opuesta a las ideas nuevas encarnadas en la Constitución de 1812. Nuestro pueblo comenzaba así, al terminar las guerras napoleónicas, merced a esa pugna, el largo período de política miope, de rivalidades sañudas y de pronunciamientos que caracteriza la España de los últimos ciento veinticinco años.

Siglo tortuoso, revuelto y nacionalmente infecundo, porque España decae incesantemente, acentuando su decrecimiento en la calidad internacional y sin que se atisbe una posibilidad de resurrección y de grandeza, porque todo, absolutamente todo, se hace a espaldas del pueblo, cuyas cualidades permanecen olvidadas o sólo se explotan en su aspecto morboso. Dictaduras, revoluciones, guerras civiles y pronunciamientos político-militares, llenan la historia española en lo que tiene de público y vulgar, pero esos choques se generan fuera del ámbito español, donde actúan las fuerzas que internacionalmente juegan con los destinos de los pueblos valiéndose del poder del oro o del de la idea, para hacer actuar, convirtiéndolo en responsable, al poder de la fuerza; y sólo en los comienzos de dicha cuarta década asoma la voluntad nacional, más que por efecto de los cambios políticos, a consecuencia de la poderosa transformación social que germinó como secuela de la gran guerra y los trastornos sociales que la sucedieron.

No entramos a hacer el análisis de las influencias políticas, por no ser indispensable a los fines de este libro. Diremos solamente que la sociedad española que habría de generar al ejército popular, venía cargada con el peso de aquellas ingerencias secretas y el de un largo siglo de decadencia, de empequeñecimiento patrio, de luchas políticas intestinas, de torpe conducción económica, de descrédito interno y externo por abandono u olvido de las cualidades y posibilidades creadoras de nuestro pueblo, y sobre todo de incultura, porque la intelectualidad encerrada en los ateneos y centros superiores no descendía al pueblo. En el período de la gestación, aquella sociedad bruscamente despertada por las influencias de la gran guerra, por los movimientos revolucionarios externos a España, y por la obra cultural de la República, contempla desde su caos ideológico un porvenir lleno de promesas, pero confuso; para abrirse camino se encastillan los españoles en bandos antagónicos que anteponen los postulados de doctrinas partidarias a los principios elementales de convivencia nacional; triste designio que parece general en nuestros tiempos, por cuanto el concepto de fraternidad se ha substituido por el sistema del odio, que no se detiene ya en el hombre, sino que entra, profundiza y ataca la familia y el Estado, y que perduró en toda nuestra contienda y aun después de ella.

En tal situación se produce el colapso de nuestra guerra. De él saldrá el ejército popular y, sobre éste, se volcarán el antecedente histórico, los caracteres raciales, las influencias políticas y sociales, errores, enseñanzas arbitrariamente obtenidas y todo lo que en los orígenes de la crisis de 1936, convirtió a España en dos campos irreconciliables, pero que también iba a servir para que el hombre, despojándose de todo convencionalismo, de toda superficialidad, reaccionase con una pasión sagrada, y se sometiese a las ideas y sentimientos incorruptibles que han sido bandera de su libertad.

CÓMO NACE EL EJÉRCITO POPULAR

Generalizando, podemos decir que en un período histórico cualquiera, un pueblo, ya sea el español de las Comunidades o el del 2 de mayo de 1808, el de los países americanos de 1810, el de los procesos revolucionarios francés o ruso, o el de la crisis turca, un pueblo cualquiera, decimos, sufre una convulsión profunda y, bajo el peso de sus características de raza, de las influencias políticas y de sus creencias, animado de sentimientos cualesquiera que han creado un estado pasional, se lanza a la lucha. Tal hecho es, en esencia, un alzamiento popular, una reacción de la voluntad popular, un colapso social y político.

Ese pueblo, levantado generalmente por un impulso defensivo, no es el ejército popular, porque para que éste se ofrezca en la plenitud de sus facultades y acuse su personalidad colectiva necesita ofrecerse como una fuerza coherente, orgánica y dirigida, y un pueblo en aquella situación carece de esas tres condiciones.

Mas, si esa muchedumbre apasionada se muestra dispuesta a luchar, aunque le falten armas; si, llena de entusiasmo, exasperada tal vez por el dolor moral de una gran injusticia, o enardecida por el deseo de satisfacer un anhelo profundamente sentido, y movida en todo caso, seguramente, por los instintos y la fe, se revela capaz de una absoluta renunciación a los sentimientos egoístas, de dignificarse por su capacidad de sacrificio sin límites, y de ennoblecerse por el sentimiento patriótico y humanitario de unas justas ambiciones, en ella tendremos ya la materia prima del ejército popular, pero inconsistente, maleable.

Si ahora se le dan armas para imponer su voluntad, su justicia, sus ideales y sus sentimientos, se habrá creado la milicia, noble en sus aspiraciones, pero ciega e inconsciente en la acción y, algunas veces, sectaria políticamente. En ella el hombre se agrupará por matices ideológicos, por gremios obreros, por actividades sociales, por ideas religiosas, por barrios, por pueblos… porque el ser humano busca instintivamente la fuerza por el número y la cohesión. Tal milicia será capaz de las acciones extremas: el heroísmo y la perversidad, según sean sus dirigentes ocasionales, porque se halla en el caso y la situación en que las cualidades del hombre y de la colectividad pueden jugar libre y apasionadamente, por propio impulso de los conductores y sin restricciones de ninguna clase.

Mas, si se logra excluir los elementos morbosos dejando actuar solamente los aportes fecundos de la masa, cosa posible porque en esta masa laten por igual los instintos bestiales y los sentimientos dignos, y la selección no es difícil; si se la purifica en la lucha, incluso en los reveses, mostrándole cuanto en aquélla haya de ejemplar; si se le dan jefes capaces de comprenderla y de manejarla; si se crean en ella, por convencimiento, hábitos de orden y disciplina, sin que se resienta el ritmo elevado de la pasión; si se aseguran la obediencia y la confianza… se tendrá ya un ejército popular en su primera fase orgánica, cargado de virtudes y de vicios, pero espléndido, en la plenitud de su fortaleza moral, aunque aun con su inconsistencia material; con una inmensa capacidad de abnegación y de sufrimiento, y también con una notable voluntad creadora.

Por ese ejército hablan: el instinto guerrero de la raza, las virtudes populares ignoradas, las cualidades más sobresalientes del hombre, buenas y malas, la herencia política; y todo, como algo confuso y falto de equilibrio, pero realísimo y predispuesto a convertirse en granito, si se le aplican aglutinantes, o a pulverizarse como vil arenisca, si se le trata con disolventes.

CÓMO SE DESARROLLA EL EJÉRCITO POPULAR

En tal órgano, popular por su origen, por sus fines, por sus aspiraciones, por sus cualidades y por su misma simplicidad, está el ejército popular imperfecto; después, las leyes de la organización, de la disciplina y de la técnica, al reunir fuerzas que se ofrecen sin conexión, sumar voluntades, captar el poderoso impulso que mueve a los hombres a la acción y satisfacer sus anhelos, convertirán ese ejército incipiente en un organismo que será la verdadera expresión de la vitalidad de un pueblo hecho fuerza organizada, de la idealidad de una raza y de la fe de una sociedad en sus destinos, porque, así logrado, el ejército popular encarna, por virtud del sacrificio a que voluntariamente se entrega: la voluntad, el ideal y las creencias del pueblo.

No será un ejército como otro cualquiera, sino mejor que otro cualquiera, si se le sabe manejar; ha brotado espontáneamente de una convulsión social y de la pasión, sin seguir los principios rígidos del reclutamiento; en él la masa combatiente ha existido antes que el ejército mismo y, si como todos los ejércitos responde a la idea de defensa del Estado, mejor que ningún otro lo hace por autoimposición del deber; no es el Estado el que ha previsto la necesidad del organismo y lo ha creado, sino el pueblo quien por sí mismo, y generalmente ante el peligro, ha dado vida a la obra.

Por eso en el ejército popular ya organizado toman cuerpo dos ideas matrices: la de seguridad y la de independencia; en la primera está envuelta la defensa de las libertades o de los derechos adquiridos, y en la segunda el concepto más simplista de la personalidad histórica del Estado.

La rápida metamorfosis que acabamos de bosquejar para mostrar la gestación del ejército popular no es tan sencilla como puede desprenderse del escaso contenido que le hemos dado en sus etapas de muchedumbre inorgánica, milicia, ejército en embrión y ejército popular constituido. Lejos de tal simplicidad, el proceso de germinación de ese ejército es más complejo. Sin embargo, cualesquiera que sean las manifestaciones con que el fenómeno se ofrezca es posible hallar siempre en el desarrollo del ejército popular una acción definida por tres argumentos: el ideal político, social o religioso, las cualidades raciales y el ambiente. En estos tres argumentos pueden descubrirse distintos signos y coeficientes que tienen cualidad positiva o de crecimiento, o cualidad negativa o destructora, y que, según preponderen irnos u otros, la obra del ejército popular estará matizada de grandeza o de pequeñez, de sentido patriótico o sectario, de fugacidad o de persistencia, de consistencia o de superficialidad, y la evolución o ulterior perfeccionamiento resultará fácil o imposible.

No obstante la complejidad de sus causas originarias, el ejército popular en sus manifestaciones es simplista en su mentalidad, en sus fines y en su acción, como corresponde a un ser biológico colectivo. Y es por esta cualidad que los resortes morales y psicológicos son, más poderosamente que en otros ejércitos, las dos palancas con que el mando ha de suplir las fallas de organización que el órgano ofrece y con las que ha de manejarlo con resultados más eficaces que siguiendo las reglas disciplinarias de un ejército regular.

CÓMO SE PERFECCIONA EL EJÉRCITO POPULAR

Ya ha nacido el ejército popular. Como en cualquier otro proceso biológico, entra en su período de evolución para alcanzar la plenitud, afianzar sus cualidades creadoras y reducir o anular sus vicios.

Al aplicarle las leyes de la organización, la eficacia de los resultados no sólo depende, como es lo normal, de la bondad de esas leyes, sino del impulso que reciben del propio ejército a que se aplican. Puede notarse, en efecto, que se revela en el trabajo un poderoso espíritu de colaboración; que la moral exaltada conduce a una actividad que no tiene limitaciones, y que la pasión, que al iniciarse la obra movió alocadamente a la muchedumbre, ahora, al encauzarse el esfuerzo, provoca una fecundidad asombrosa.

La evolución resulta rapidísima en cuanto el hombre comprende la necesidad de perfeccionarse, cosa que le hace percibir la propia lucha, y entonces se obtienen en el trabajo resultados que podrían reputarse milagrosos. Pero no hay tales milagros; se trata simplemente de que se han armonizado, con la misma espontaneidad con que se produjo el reclutamiento, pero ahora bajo un impulso rector, la pasión y el esfuerzo individual y colectivo.

Si el ejército popular no evolucionase se mantendría en la calidad de milicia, y, por la cualidad inorgánica de ésta, fatalmente, perecería. Si no se depurase serían sus vicios los que, también de una manera fatal, terminarían por corromper el organismo y llevarlo a la muerte; y como esos vicios son grandes, lo mismo que las virtudes, la depuración resulta urgente. Cuando la fortuna militar logra proporcionar algún triunfo, el ejército popular encuentra siempre en ellos la más poderosa justificación para perseverar en su mejoramiento, siendo esos triunfos el acicate más beneficioso para afirmar la disciplina, sin mengua de la calidad moral.

Pero, ah, también si la organización es rigorista y se aplica inconscientemente, las cualidades sobresalientes de ese ejército podrán verse atenuadas o rebajada la calidad elevada del organismo. De ahí que el proceso de evolución deba estar regido con inteligencia y con la misma pasión que le hizo nacer y que da vida a dicho ejército.

En la acción, los ejércitos populares se desenvuelven como otro ejército cualquiera, y pueden llegar a ocupar el rango de los mejores ejércitos del mundo: lo sabemos de las primeras campañas de Napoleón, cuando éste manejaba unos ejércitos que eran hijos directos de la pasión renovadora que creó la Revolución Francesa, y a los que luego el propio caudillo haría perder esa cualidad; lo sabemos también de nuestra guerra de la Independencia, de la Revolución Rusa y de las de Independencia de América, y lo conocemos finalmente por nuestra propia guerra. Y es explicable que esos ejércitos puedan, incluso en su estado de imperfección, triunfar de fuerzas más numerosas y mejor dotadas (recordemos los casos de Guadalajara y de Bailén) porque son capaces de llenar su función combatiente poniendo en la obra mayor capacidad de sacrificio y fortaleza moral que sus rivales.

Y no es porque baste esta fortaleza moral para vencer, sino porque en la lucha se debate siempre un problema psicológico en el que juegan factores morales y materiales, y el poder de aquéllos puede ser, algunas veces, suficiente para contrarrestar la fuerza material. Lo inverso también puede producirse y lo prueban la segunda batalla de Teruel y la caída de Gerona.

Otra cuestión que podemos formularnos es si puede llegar a ser el ejército popular un ejército técnico. La respuesta es afirmativa. Efectivamente, puede llegar a serlo porque, aunque no se improvisa, la técnica se crea con perseverancia, y el ejército popular, para aprender, tiene las dos escuelas más fecundas en enseñanzas: la propia guerra en que está empeñado, y en ella los propios reveses, y el estímulo de la victoria. La preparación de la maniobra del Ebro, hecha por Estados Mayores y cuadros de mando del ejército popular español, en los que la proporción de cuadros viejos y nuevos no era mayor del 10 por ciento es un notable ejemplo de ese perfeccionamiento. Se necesitará siempre un punto de apoyo en el viejo ejército profesional y, si éste no existe, en un largo período de trabajo; pero esto no siempre lo autoriza la intensidad de la guerra.

Ahora bien, si el ejército popular puede perfeccionarse sin limitación y sin perder sus destacadas cualidades morales, también puede degenerar, pues por su propia contextura tiene aun mayor capacidad de adaptación a lo malo que a lo bueno de los viejos sistemas, y si no se evita lo primero, al par que se impulsa lo segundo, el ejército popular fatalmente terminará corrompiéndose.

CARACTERES DEL EJÉRCITO POPULAR

¿De dónde viene al ejército popular esa enorme fuerza moral que le puede hacer superior a cualquier otro? Ciertamente no proviene del hecho de haberse armado a una muchedumbre, ni de que ésta sea más o menos numerosa, porque, si no está dirigida, la acción que realice podrá ser negativa o disolvente y por lo tanto amoral. Aquella fortaleza reside en la cohesión espiritual, en la grandeza de los fines perseguidos y en la generosidad de los sentimientos; tres condiciones sin las cuales la fortaleza moral colectiva falta, y el ejército popular no puede existir haciendo obra útil.

Por eso, cuando se desvía el ejército popular hacia la calidad de tropa personalista o de casta, se le empequeñece, se desvirtúan los motivos de la pasión que le hizo nacer y se le condena a una muerte rápida; y por eso es un error presentar a los ejércitos populares como resultado de reacciones de exclusivo carácter político. ¡Cuánto daño les han hecho los que crearon esa confusión!

En el ejército popular, el ciudadano-soldado (concepción que no es de nuestros tiempos, sino de las viejas civilizaciones) tiene su más explícita realidad. No es la nación en armas lo que se instaura con el ejército popular: el impulso que ha hecho nacer a éste no persigue una finalidad de militarizar al pueblo para que llene una función de guerra, pues hemos visto que es el pueblo quien espontáneamente se impuso el deber. Por eso ese deber no se encierra en un sector, sino que afecta a toda la masa, sin distinción de clases ni de matices sociales, y el ejército se engrandece porque tiene una esencia doblemente popular y nacional, distinguiéndose del ejército que resulta de la «nación en armas», por un sentido más amplio de su responsabilidad colectiva.

Por otra parte, a diferencia de los ejércitos regulares, es simplista en su técnica a causa de la improvisación de sus cuadros de mando, y lo es también en su organización por carencia de verdaderos sedimentos. Tampoco es sectario como los ejércitos políticos, religiosos o de clase, sino nacional, y a esto se debe que sus reacciones morales sean más vigorosas que en cualquier otro tipo de ejército.

Sus virtudes más destacadas son el patriotismo y una gran capacidad de sacrificio; sus cualidades diferenciales más notables, en relación con los demás ejércitos, el origen pasional de su formación y el sentido espontáneo del deber; y su defecto más acusado la inconsistencia, que hace de él un elemento predispuesto a la indisciplina y a la desmoralización.

En ellos la pasión de que nacen despierta el espíritu guerrero, por lo que, en los pueblos dotados de esta característica, el ejército popular se crea fácilmente y adquiere con rapidez una gran consistencia. Ese espíritu guerrero es el acicate de la acción individual generadora de los guerrilleros y a su vez excita el caudillismo, tan fácil de arraigar y desarrollarse en los pueblos individualistas.

Guerrilleros y caudillismo son dos manifestaciones propias de los ejércitos populares y tienen tanto de beneficiosas como de freno en el perfeccionamiento de la institución creada.

CÓMO DESAPARECEN LOS EJÉRCITOS POPULARES

Vamos a considerar ahora cuándo y por qué perecen los ejércitos populares. El hecho real es éste: que ningún ejército popular ha subsistido largo tiempo con su verdadera esencia. A unos los barrió la adversidad. Otros se transformaron en ejércitos regulares por efecto de la evolución. Siempre, la victoria o la derrota en la empresa en que se empeñan es lo que hace desaparecer la causa que les dio vida y, al caducar con ella la razón de su existencia, sobreviene su desaparición. Causas de orden moral les hicieron brotar espontáneamente y causas de orden moral vienen a ponerles fin: cuando se triunfa, porque la satisfacción de las aspiraciones apaga la pasión y, por ley natural, se vuelve al estado de cosas propio del ejército regular permanente, cuyas diferencias con aquél ya señalamos. Si en vez del triunfo sobreviene la derrota, muere el ejército popular porque la derrota total crea la imposibilidad física de subsistir; podrá reproducirse el proceso de su formación y desenvolvimiento, pero volviendo a recorrerse todas las etapas.

Por las armas un ejército popular puede ser abatido por tres causas generales: porque le falten en cantidad considerable medios materiales para sostener una guerra regular indefinidamente; porque no coseche más que derrotas y la moral de la masa se destruya por efecto del constante fracaso militar, y porque por errores de dirección política o militar se apague la pasión y, como consecuencia, la moral del ejército, que es su fundamental característica, se derrumbe.

A que esta última circunstancia se produzca contribuye poderosamente la falta de cohesión espiritual en la masa. Cuanto más compleja sea la causa originaria del ejército popular tanto más difícil será lograr esa cohesión; y podrá resultar ésta imposible si en la colectividad existen motivos de discordia que se hagan irreductibles.

Esto no es excepcional sino frecuente, a causa del carácter simplista de estos ejércitos, y repercute en la dirección política o militar teniendo efectos disolventes. Cuando la discordia arranca de la masa, al llegar a la dirección, quiebra o desgasta la voluntad del o de los dirigentes; y cuando parte de la dirección, si ésta es compartida o resultante de la colaboración, el desacuerdo de arriba llega multiplicado y reforzado hasta abajo para estimular la disgregación. Por ello el ejército popular requiere fundamentalmente un ideal concebido y sentido unánimemente y sin reservas mentales o doctrinarias de ninguna especie, por cuanto la discrepancia ideológica suele ser la base de la discordia.

Es interesante no dejar confuso el concepto ya expuesto de que el ejército popular perece cuando le falta la fuerza impulsora que le dio vida. Si es así alguien podría preguntarse: si esa fuerza se apoya en ideales elevados firmemente sostenidos y en sentimientos profundos y nobles, ¿cómo puede desaparecer? Verdad es que el ideal no perece si le sostiene una creencia firme y que los sentimientos nobles, cuando se han hecho carne del hombre, sólo se pierden con la muerte; pero lo mismo que en la lucha armada es ley general que cuando no se tiene confianza en el jefe que dirige, el soldado, por bueno que sea, no se bate a gusto, o se bate mal, o termina por no batirse, porque sus fuerzas morales se esterilizan en un ambiente de desconfianza al pensar que puede ser llevado a la muerte antes que a la victoria, de igual modo, en lo político, aquel soldado, que también es ciudadano —y recordemos que en el ejército popular el concepto de ciudadano-soldado halla su más fiel expresión—, aquel soldado, decimos, si llega a perder la confianza en los dirigentes, su potencia moral y, sobre todo, su pasión también se esterilizan en la desconfianza y es incapaz de sacrificarse porque aquéllos no representan fielmente cuanto impulsa al hombre al sacrificio que al batirse realiza. El soldado puede conservar sus creencias, su fe, su ideal y sus sentimientos, pero no los aplica apasionadamente porque le falta el entusiasmo que nace de saberse conducido a la meta a que aspira. En suma, las causas que dieron vida al ejército popular no han desaparecido; simplemente ha faltado cohesión espiritual en los dirigentes, en los dirigidos y entre ambos, y esa cohesión, como dijimos, es indispensable para que el ejército popular pueda subsistir.

EL CASO ESPAÑOL

Terminado está ya el boceto que nos propusimos hacer del ejército popular. Nos han guiado las enseñanzas históricas de otros pueblos y la experiencia real del nuestro, ya que al ejército popular español de 1936 le hemos visto nacer y perecer, y hemos compartido todas sus vicisitudes; mereció alcanzar la meta del triunfo, pero no pudo; y por esto, como por la razón que le asistió al constituirse, la experiencia que con él se ha cumplido es posible que contenga mayores enseñanzas.

Pero algo más es obligado añadir antes de cerrar este capítulo. Hemos dicho anteriormente que el ejército popular necesitaba un punto de apoyo en el ejército profesional. Lo encontró siempre: en los casos de las revoluciones francesa y rusa; en las convulsiones de la emancipación americana; en la guerra de la Independencia española, y en las campañas carlistas; y cuando el ejército profesional no existía con su calidad de hoy, ese punto de apoyo se encontró en el clero y en la nobleza que abanderaban las unidades, como sucedió en la guerra de las Comunidades, o bien, en el caso de las milicias levantadas contra Roma y Cartago, buscando la cooperación de las propias unidades o de los combatientes que guerreaban al servicio de los adversarios a los que se iba a combatir. Y se explica que así sea siempre por el sentido nacional de las causas que provocan la espontánea generación de esa clase de ejércitos, en las cuales juegan ideales y sentimientos a los que no puede ser ajeno el ejército regular, como reflejo, que es, de la sociedad a que pertenece.

En el caso de la convulsión española de 1936 no pudo faltar ese punto de apoyo porque las instituciones armadas, como todas las del Estado, estaban divididas, e influidas por distintas tendencias. Fueron muchos los miembros del viejo ejército regular (no dudamos en cifrarlos en más de dos millares) que encontraron su deber al servicio del pueblo y del gobierno legítimo que aquél sostenía. Merced a su trabajo se pudo dar estructura rápida y eficiente al ejército popular; la nueva colectividad armada encontró la base orgánica de que precisaba para actuar juiciosamente, y se pudo devolver la vida a todos los organismos castrenses, desde las grandes unidades con sus Estados Mayores, hasta los últimos centros de reclutamiento, las fábricas, los tribunales de justicia, los servicios, la instrucción y especialidades de toda índole. Y fue aquel trabajo silencioso, abnegado, a prueba de toda clase de sacrificios, de injusticias muchas veces, lo que contribuyó a que la obra que incumbía al ejército popular cristalizase fecundamente en la lucha en los frentes y la retaguardia.

De la obra de conjunto de ese ejército, solamente procede ahora hacer resaltar su calidad moral.

Quienquiera que haya leído los horrores de las guerras civiles o revoluciones de cualquier pueblo que las haya sufrido en su historia, y quien dentro del ambiente español conozca el trágico significado, la exacerbada pasión con que se batieron los españoles en la lucha contra Roma y en la Reconquista, en las Comunidades, en la guerra contra Napoleón, y en las campañas carlistas, y reflexione después sobre las de nuestro reciente drama, simplemente hallará la reiteración de un fenómeno histórico.

Se puede afirmar que por la obra cumplida, y aunque los resultados hayan sido adversos, encarnó nuestro combatiente cuanto en el hombre puede haber de nobleza y desinterés en el sacrificio; lo que una raza puede tener de capacidad en el sufrimiento y de resistencia en la defensa de sus derechos e ideales, y el compendio de lo que en un pueblo puede existir de orgullo, de tenacidad, de fe y de pasión en la defensa del patrimonio espiritual y material.

La afirmación no es arbitraria. Se puede hacer cuando se ha asistido al colapso social deslindando en él lo político de lo humano; cuando se ha afrontado la catástrofe sin desertar del deber, y se ha participado en la lucha, tan descabellada como magnífica, de las sierras del norte de Madrid, y se ha colaborado en la fase de la defensa heroica de la capital, y se ha contribuido a la obra ingente de crear un órgano de algo menos que la nada, porque menos que la nada eran la indisciplina y el caos, y se ha padecido la amargura de ver cómo se pulverizaba y destrozaba, batida por las terribles realidades internas y externas, la obra gigantesca de nuestro pueblo y, en fin, cuando aún se puede contemplar al hombre español padeciendo los horrores de los campos de concentración, a las puertas mismas de su patria, rodeado de un mundo hostil, y sin claudicar ni reclamar, de los suyos ni de los adversarios, otra cosa que justicia.

Nadie nos ha contado lo que fueron e hicieron esos hombres, aunque algunos de los que los abandonaron se esfuercen hoy en explicarnos cómo les van a salvar. Directamente hemos podido medir su grandeza colectiva: no la de un hombre, o la de un grupo, o la de un partido, o la de una «élite», sino la de un pueblo español[1], el que hizo pesar en el ejército popular sus características raciales secularmente olvidadas, e hizo nacer del individualismo incontenido la forma anárquica de la lucha, el caudillismo y los guerrilleros, que no fueron mejores ni peores que los de nuestra guerra de la Independencia tan justamente admirados; el que por su espíritu guerrero y místico, no obstante las desfiguraciones introducidas en él, hizo la lucha intolerante, pero también magnánima, y de la confusa mentalidad político-social que se había creado en nuestro pueblo alto y bajo, hizo brotar la inconvivencia y el sectarismo, pero también, superando el confusionismo y el caos, logró dejar al descubierto la general aspiración de alcanzar una España mejor, por la que se batía y sacrificaba.

Ese hombre que como combatiente dio vida al ejército popular español, siendo su materia prima y su alma, dignificando la causa de la democracia española y dando ejemplo al mundo, es el que hemos tratado de mostrar en situaciones diversas en los capítulos siguientes.