19

Ella se aferró los faldones de la fina bata de papel mientras una enfermera sonriente la ayudaba a subir a la fría mesa metálica. Mary pensó que debía de hacer un frío gélido en la sala porque estaba temblando de forma incontrolable, pero luego vio que la joven enfermera, apenas mayor que ella, llevaba un uniforme fino de manga corta del color azul de los huevos de petirrojo. Después, admitiendo que estaba nerviosa —peor aún, asustada—, Mary intentó concentrar la mente en otra cosa que no fuera la aterradora máquina de rayos X que descendía sobre ella.

Una hora antes, al salir de la casa con sus padres, Mary se había sorprendido al encontrar un paquete de alegre envoltorio sobre el primer escalón de la puerta delantera. En el interior había encontrado un conjunto para bebé hecho a ganchillo con hilo rosado —gorrito, jersey y botitas—, y una nota escrita con la letra de Germaine.

Mary, lo siento.

No me apartes de ti.

Te quiero.

Había regresado corriendo a la casa mientras su padre calentaba el motor del coche, y había llamado a la casa de los Massey. Germaine estaba en el colegio pero Mary le había dejado un mensaje a su madre:

—Dígale que me llame cuando vuelva a casa, por favor.

El ánimo de Mary se había levantado temporalmente ante la perspectiva de volver a reunirse con su amiga, pero luego se había derrumbado al aparecer a la vista el edificio médico del doctor Wade. Ahora yacía de espaldas sobre la fría superficie de una mesa de rayos X, donde reconoció la fragancia de Right Guard cuando la enfermera se inclinó sobre ella para ajustar la máquina.

—Ahora tendrás que quedarte completamente quieta.

—Es incómodo.

—Ya lo sé.

—Me duele la espalda.

—Lo siento. No tardaremos mucho. —La enfermera se metió tras una pantalla de plomo—. Conten la respiración, por favor, y no te muevas.

La máquina emitió un chasquido, zumbó y volvió a chasquear, y la enfermera regresó a la mesa. Quitando el chasis de debajo de Mary y colocando otro, dijo:

—Una vista frontal más y dos laterales. ¿Puedes girar la cadera unos centímetros hacia la derecha?

Al moverse, la parte trasera de la bata se le abrió y Mary sintió el gélido metal contra la espalda. La enfermera regresó tras la pantalla.

—Ahora quédate absolutamente quieta.

Luego el chasquido, el zumbido, el chasquido.

—Muy bien.

—Ahora ponte sobre el lado izquierdo, por favor. Déjame ayudarte.

Cuando Mary salió del vestidor unos minutos más tarde, encontró a sus padres que daban vueltas ansiosamente cerca de la puerta.

—Tenemos que subir directamente al consultorio del doctor Wade —dijo Ted, y Mary reparó en un color ceniciento en torno a sus labios y fosas nasales.

Esto no iba a ser fácil. Posiblemente sería el momento más difícil, el más crucial, de hecho, de todos los años que llevaba practicando la medicina. Tanto era lo que dependía de esas placas… lo menos importante de lo cual no era su artículo médico, que se encontraba en casa, esperando el último capítulo. La hora de tomar decisiones. Para todos. El padre Crispin, como él sabía, estaba esperando en la rectoría los resultados de la exploración por rayos X. Si el bebé era anencefálico, Jonas tendría que llamarlo. Pero ¿qué sucedería si sencillamente le faltaban los brazos o las piernas? ¿Qué sucedería si la aberración no justificaba medidas drásticas? ¿Cómo preparar a Mary para esa eventualidad?

Jonas sintió, mientras las manos se le contraían hasta formar puños, que las uñas se le clavaban profundamente en las palmas.

Un día decisivo. Y todo, en último término, dependía de él. Jonas Wade estaba a punto de hacer de Dios.

Cuando su enfermera condujo a la familia McFarland al interior de su oficina, Jonas vio la clara ansiedad de sus rostros y sintió, por un instante, lástima de ellos.

No perdió tiempo. En cuanto estuvieron sentados, Jonas encendió los interruptores de palanca de sus cajas para visionar radiografías, y dos placas negras —una frontal y una lateral— se iluminaron con luz blanca.

—Éstas son las mejores placas de la serie. El feto está claramente silueteado, como pueden ver. —Sacando el bolígrafo del bolsillo y utilizándolo como puntero, Jonas resiguió los etéreos contornos de la pequeña criatura que parecía hecha de telarañas—. Aquí pueden ver las costillas, la curva de la columna, los brazos y las piernas. Esto —trazó un círculo en torno a una algodonosa nube— es la cabeza.

Dejó caer la mano y se volvió para encararse con ellos.

—La niña parece ser normal.

Mientras veía el alivio en la cara de las dos mujeres y Lucille extendía un brazo para darle un apretón de felicitación a la mano de su hija, Jonas vio que Ted no se había relajado; en efecto, la cara del padre de Mary, según sospechaba Jonas, era una imagen reflejada de las nuevas preocupaciones de él mismo.

Jonas Wade había esperado que, con la confirmación de un feto normal, se sentiría instantáneamente aliviado; sin embargo, al trasponer una barrera, había descubierto al otro lado más barreras no vistas antes. Físicamente, el feto parecía estar bien, pero los rayos X eran vagos; no mostraban los rasgos de las manos, los pies o la cara. Ni el estado del cerebro…

Ted se aclaró la garganta.

—¿Así que todo está bien entonces, doctor?

Jonas pensó: «¿Qué apariencia tendrá su cara? ¿Tendrá manos y pies? ¿Será su cerebro una masa informe?».

—Todo parece estar bien —respondió, y se aclaró la garganta—. Bueno… —alejándose de las cajas de visionado, Jonas se sentó detrás del escritorio, juntó las manos y dijo—: Bueno, ¿han vuelto a pensar en si se quedarán o no con la niña?

Tanto Mary como su padre abrieron la boca, pero Lucille respondió antes.

—Ese asunto lo decidimos hace tiempo, doctor Wade. No hemos cambiado de parecer.

Él miró a Mary. El rostro de ella pareció contraerse.

—Pero tiene usted que admitir, señora McFarland, que ciertos factores han cambiado. Ahora hay menos datos que nos sean desconocidos. Pensé que podrían reconsiderarlo.

—Nada ha cambiado, doctor. Nosotros no queremos a la niña.

Él miró esperanzadamente a la muchacha.

—¿Mary? ¿Tú qué piensas?

Pero ella guardó un enloquecedor silencio. Él pensó: «¡Vamos, Mary, habla! Lucha por lo que quieres, por lo que los dos queremos».

—Además —le llegó la crispada voz de Lucille—, no veo por qué tiene que preocuparse usted por eso, doctor. No me parece que hayamos pedido su consejo.

Jonas tuvo que pasar por una rápida deliberación mental; el resultado de los rayos X había sido el factor determinante en lo referente a cómo y cuándo iba a abordar el tema de su artículo. Había abrigado la esperanza de comenzar a hacerlo hoy, iniciar la campaña para convencerlos de que le dieran su permiso para publicarlo. Ahora veía que tendría que retrasarlo. Ninguno de los tres estaría ni mínimamente receptivo ese día. Pero el tiempo corría con rapidez…

Joan Crawford levantó la cubierta de su cena y, al ver la rata muerta, chilló.

Debido a que los cristales del coche estaban empañados, como los de todos los coches de la última hilera del autocine, ni Mike ni la gorda Sherry presenciaron la horrible escena; pero el grito llegó con claridad a través del diminuto altavoz y hendió el silencio. Gruñendo, Mike tendió la mano y apagó el volumen.

Él y Sherry se encontraban envueltos en una manta de lana de viaje para protegerse de la ventosa noche fría, y a pesar de que habían estado pegándose el lote con ganas durante la pasada hora, lo suficiente como para empañar las ventanillas hasta que quedaran opacas, ninguno de los dos estaba obteniendo mucha satisfacción.

—Tengo hambre —masculló Sherry mientras las manos de Mike exploraban debajo de su jersey.

—Jesús —murmuró él al tiempo que hundía la cara en el cuello de ella—. Te has comido dos tamales y una caja de palomitas gigante.

—No puedo evitarlo, el ir a ver una película siempre me da hambre. —Se inclinó hacia delante y limpió un trozo del cristal empañado.

—Vamos, Sherry, olvídate de la película.

—Tengo que hacer algo. Estoy aburrida.

—¡Cristo! —Él se apartó de la muchacha y le propinó un puñetazo al volante—. Íbamos bastante bien durante un rato, ¿por qué paraste?

—Porque —ella volvió sus leonados ojos hacia él y dijo con frialdad— lo mínimo que podrías hacer sería tener una erección.

—Vamos, Sherry, lo estoy intentando. Pero tienes que ayudarme.

—He estado ayudándote durante una hora, Mike. Chico, desde luego que no puede juzgarse un paquete por el envoltorio.

Apartando la manta con brusquedad, Mike se deslizó más lejos de ella y presionó la sudada frente contra su ventanilla. La gorda Sherry era su tercer intento de este mes. Primero había sido Sheila Brabent, que había aparecido decidida y ansiosa pero que, en el último minuto, había pedido un par de esquíes nuevos. Luego vino Charlotte Adams, la tesorera de la clase, que siempre había parecido tener debilidad por él, pero que cuando había aparcado en Mulholland le dijo que sólo podía tocarle los pechos y nada más. Desesperado, había recurrido a la gorda Sherry que, tras haber roto con Rick durante el verano, se había puesto en campaña.

—¿Sabes? —dijo ahora, mirando la película mientras hablaba—, el sexo no es la maravilla que se dice que es. Tampoco Rick era bueno en esto.

—No quiero saberlo.

—Bueno. —Ella alzó sus hombros robustos—. No te sientas decepcionado. Podremos volver a intentarlo en otro momento.

Él cruzó los brazos y miró malhumorado el parabrisas empañado. Bette Davis estaba cantando Baby Jane.

—Yo sé qué te pasa —dijo Sherry mientras se exploraba el mentón en busca de un grano.

—Qué.

—En realidad tú no me deseas a mí, deseas a Mary. —Se volvió para encararse con él—. No tienes que fingir conmigo, Mike, yo sé que no me has pedido para salir porque te haga hervir como una caldera. Simplemente sucede que ya no lo obtienes de Mary así que…

—Cállate.

—Sí, vale, nunca lo hiciste con ella para empezar. De acuerdo. Te creo. Además, todo el mundo sabe que fue Charlie Tharcher el que la dejó embarazada.

Mike volvió la cabeza con brusquedad.

—¡¿Qué?! ¿Quién has dicho?

—Charlie Thatcher.

—Jesús…

—Lo tiene bien merecido. De todas formas, yo no se lo reprocho, cualquiera puede cometer un error. El mes pasado yo quería invitarla a mi fiesta de pijama[14], pero fue mi madre quien dijo que no… ¡Eh! ¿Qué estás haciendo?

Él bajó la ventanilla, luego arrojó fuera el altavoz y encendió el motor.

—¡Pero la película todavía no ha acabado!

Mary estaba en su dormitorio cuando oyó el coche que entraba por el sendero para vehículos. Cuando sonó el timbre de la puerta, ella bajó el volumen de Bobby Vinton y abrió la puerta unos centímetros. Al oír, baja, la voz de Mike, la abrió del todo. Entonces lo vio, de pie al otro extremo del pasillo, con los hombros caídos y la incertidumbre en su apuesto rostro.

Mary avanzó un paso, tendió una mano y susurró:

—Mike…