Los camilleros lo llevaron al garaje subterráneo del edificio, donde una ambulancia llevaba esperando desde las cuatro de la tarde. Sammy bajó en el ascensor con ellos, después de dejar a Tommy con su abuelo y con el capitán de la policía del edificio, que no había permitido que el niño bajara también. Sammy no acababa de decidirse a separarse de Tommy, pero le pareció absurdo dejar que volvieran a llevarse a Joe, menos de diez minutos después de su reaparición. Que el niño pasara unos minutos en manos de la policía: tal vez no le iría mal.
Cada vez que Joe cerraba los ojos, los camilleros le decían en tono más bien cortante que se despertara. Tenían miedo de que pudiera sufrir una conmoción cerebral.
—Despierta, Joe —le dijo Sammy.
—Estoy despierto.
—¿Cómo te va?
—Bien —dijo Joe. Se había mordido el labio y tenía sangre en la mejilla y en el cuello. Era la única sangre que Sammy podía ver—. ¿Cómo estás tú?
Sammy asintió.
—Leo Extraña cita todos los meses —dijo Joe—. Los guiones son muy buenos, Sam.
—Gracias —dijo Sammy—. Los elogios son importantes cuando vienen de un lunático.
—Cuentos marineros también es bueno.
—¿Tú crees?
—Siempre aprendo algo sobre barcos y cosas así.
—Me documento mucho. —Sammy sacó su pañuelo y secó la sangre del labio de Joe, recordando la época de la guerra de Joe contra los alemanes de Nueva York—. Solamente es la cara, por cierto —dijo.
—¿Cómo?
—Eso que has dicho de que me he engordado. Solamente es la cara. Todavía levanto pesas todas las mañanas. Tócame el brazo.
Joe levantó el brazo, estremeciéndose un poco, y le apretó el bíceps a Sammy.
—Grande —dijo Joe.
—En cambio, tú no tienes muy buen aspecto. Con ese traje viejo y roto.
Joe sonrió.
—Confiaba en que Anapol me viera vestido así. Iba a ser una pesadilla hecha realidad.
—Me da la impresión de que se van a hacer realidad un montón de pesadillas —dijo Sammy—. ¿Cuándo lo cogiste, por cierto?
—Hace dos noches. Lo siento. Espero que no te importe. Me doy cuenta de que para ti tiene… un valor sentimental.
—Para mí no significa nada especial.
Joe asintió, mirándolo a la cara, y Sammy apartó la vista.
—Me fumaría un cigarrillo —dijo Joe.
Sammy se sacó uno de la chaqueta y se lo puso a Joe entre los labios.
—Lo siento —dijo Joe.
—¿Ah, sí?
—Quiero decir, siento lo de Tracy. Sé que fue hace mucho tiempo, pero yo…
—Sí —dijo Sammy—. Hace mucho tiempo de todo.
—De todo lo que siento, por lo menos —dijo Joe.