Tyler se dio la vuelta y, sin decir nada más, salió de mi campo de visión hacia el recibidor. Yo me quedé allí sentada, con el corazón acelerado. Sentía un hormigueo en la piel. Era consciente de cada vello de mi cuerpo, como si me hubiera sumido en una tormenta eléctrica. Diminutas gotas de sudor perlaban mi nuca. Quería salir pitando… y, sin embargo, quería quedarme.
Me dije que era por la operación policial que estaba llevando a cabo; tenía que acercarme a aquel hombre, y ¿cómo coño iba a hacerlo si lo dejaba plantado? Pero no era verdad.
Deseaba quedarme porque él quería que me quedara. Porque en sus ojos había visto la promesa de lo que estaba por llegar.
Y porque, que Dios se apiadara de mí, Tyler tenía razón; yo quería manipular las reglas.
Regresó a la habitación, unos pasos por delante de un camarero con un uniforme negro ribeteado, que dio un pequeño traspiés antes de dejar escapar un grito ahogado y continuar. Estoy segura de que era todo un espectáculo, desnuda sobre el sillón, con la cara vuelta hacia la entrada, las manos en los cojines y los pechos expuestos.
No me encorvé, aunque no por falta de ganas. Soy demasiado orgullosa. Pero tampoco miré al camarero. Por primera vez desde que me gradué en la academia no miraba una cara de forma deliberada. En cambio, centré la atención en Tyler… Descubrí que él estaba centrado por completo en mí. Vi deseo en su cara. Deseo, pasión e instinto posesivo.
Un deseo descarnado ardía en sus ojos, y en ese preciso momento supe que yo tenía el poder. Lo había puesto cachondo, lo había puesto nervioso. No porque estuviera desnuda e indefensa, sino porque estaba desnuda e indefensa porque él así lo quería.
Y ese deseo —esa hambre primitiva y sensual— también me atravesó. Ardía; me sentí viva, plena de poder femenino. Quería que me tocara. Quería que me reclamara el único hombre que me había llevado a ese extremo, a esa intensa cúspide de deseo.
«Tyler».
Como si pudiera oír mis pensamientos, la comisura de su boca se curvó de forma casi imperceptible, como una sutil promesa de todo aquello que estaba por llegar.
La sangre me palpitaba en los oídos, y apenas respiré mientras el camarero detenía el carro y lo transformaba en una pequeña mesa. Oí ruido de platos y a continuación el característico sonido de una botella de champán al ser descorchada.
Entonces Tyler firmó la cuenta, y el camarero se dirigió como un rayo hacia la puerta y desapareció. Tragué aire, y me percaté de que la expresión fría y serena de Tyler se suavizaba un poco.
—¿Lo ves? Es emocionante ser traviesa… No, no digas nada. Puedo advertir la verdad en tu cara. Y creo que también a él le has provocado cierta excitación. Como mínimo tendrá una historia que contar una y otra vez a sus colegas hasta que se haga viejo.
—Espero que le dieras una buena propina —dije, sorprendida de poder hablar, más aún de mostrarme sarcástica.
—Creo que tú has sido la mejor propina. Pero sí. He aumentado la propia habitual considerablemente.
Me dispuse a levantarme, pero él me indicó que siguiera sentada, y me alegré de que lo hiciera. Con lo excitada que me encontraba no estaba segura de que mis piernas soportaran mi peso.
—Lo has hecho bien. —Fue hacia el carrito y cogió la botella de champán de la cubitera. Sirvió una copa, que me acercó junto con un platito. Había una mesa de café justo delante de mí, y Tyler la hizo a un lado con un pie para dejar la copa y el plato en ella. Vi que el plato contenía un surtido de trufas de chocolate. Alcé la mirada hacia él y me correspondió con una sonrisa—. Es hora de tu recompensa. Dime, Sloane, ¿qué quieres?
«A ti. Oh, Dios mío, solo a ti». Las palabras parecieron agolparse tras mis labios, suplicando su liberación. Pero las retuve, tal vez deseando en vano mantener oculta una parte de mí a pesar de estar sentada desnuda delante de él.
Miré la mesa de café muy despacio, con resolución.
—Me encanta el chocolate.
—¿De verdad? —Cogió una trufa, cubierta de chocolate negro y coronada con una diminuta estrella de glaseado blanco—. Lo que la señora desee. —Se arrodilló ante mí, apoyando una mano en mi rodilla cuando se inclinó, y me pasó la trufa con suavidad por el labio inferior—. Abre para mí.
Mientras yo abría la boca despacio, él me separaba las piernas con delicadeza. El aire fresco me acarició los muslos, tentando mi acalorada piel y haciendo que fuera aún más consciente de lo húmeda que estaba.
Gemí, pero el sonido quedó amortiguado por la trufa.
—Esta es mi chica —declaró al tiempo que me la metía en la boca—. Ahora, muerde.
Así lo hice, dejando escapar un gemido de sorpresa y placer cuando el almibarado jugo de cereza de su interior se extendió sobre mi lengua; una gotita quedó atrapada en la comisura de mi boca.
Mientras tragaba la mitad de la trufa, Tyler cogió el resto y se lo llevó a los labios, sin dejar de mirarme a los ojos mientras tragaba. En los suyos vi aquella tormenta, la tempestad de fuego y necesidad que, sin duda, me haría zozobrar y me dejaría tambaleando. Quería que lo hiciera. Deseaba con toda mi alma su tacto, sus besos. Todo él.
—Deliciosa —repuso, y la sensualidad de aquella única palabra hizo que mi cuerpo se contrajera. Necesité todo mi autocontrol para no tirar de él y suplicarle que, por favor, me follara, porque nada más podría apagar ese calor que iba en aumento y extinguir el fuego que amenazaba con reducirme a cenizas—. Pero esto —continuó mientras utilizaba la yema del dedo para tomar la gota de la comisura de mis labios— está aún más delicioso.
Tragué saliva, anticipando el placer de ver cómo se introducía el dedo en la boca y lo lamía. O quizá me sorprendiera y deslizara ese dedo en mi boca, y así yo podría cerrar los labios a su alrededor y perderme en su sabor a cereza.
Sin embargo, eso no era lo que él tenía en mente.
En lugar de acercar el dedo a mi boca, lo acercó a mi clítoris, rozando con la mano mis muslos separados. Jadeé mientras todo pensamiento me abandonaba.
Y entonces, mientras él me excitaba y jugueteaba despacio, muy despacio, la razón y la lógica me abandonaron también. No era más que sensaciones. Un montón de átomos con forma humana, que solo existían para moverse y vibrar de placer.
A continuación se apartó. Yo me quejé, desesperada porque él terminara lo que acababa de empezar.
—Chis —murmuró, y colocó las manos en mis caderas para impedir que me retorciera en silenciosa demanda.
—Tyler… —Tenía la voz ronca, desgarrada—. No. Deja que…
—Chis —repitió, manteniéndome inmóvil. Peor aún, manteniéndome insatisfecha—. Creo que hay un poco de jugo de cereza en un punto muy dulce. —Sus ojos se clavaron en los míos, ardientes y ávidos, y mi sexo se contrajo, anticipándose a lo que iba a ocurrir—. Y solo quiero probar un poco.
«Sí, sí, ay, Señor, sí».
Como si se propusiera atormentarme a propósito, inició un sendero de besos por la parte interna de mi muslo. Enloquecí. Quería retorcerme, contonear mi cuerpo al ritmo de las sensaciones que me dominaban, pero él se apresuró a sujetarme. No podía moverme. Y de algún modo mi inmovilidad hizo que el placer fuera mucho más intenso.
Con la punta de la lengua excitó la suave piel del vértice de mis muslos. Tomé aire de forma entrecortada y arqueé la espalda, tratando de respirar mientras los destellos de placer se propagaban por mi cuerpo, tan exquisitos y sin embargo tan insuficientes. Quería la explosión.
—Por favor —supliqué, y luego grité de gozo cuando volcó su atención en mi clítoris.
Su lengua buscó la parte más sensible de mi ser. Me lamió, me excitó, y mi cuerpo se estremeció con el placer de una explosión en ciernes que nunca parecía llegar.
Arqueé la espalda, cerré los ojos y apreté los párpados, como si a base de pura fuerza de voluntad pudiera conseguir llegar. Estaba cerca, muy cerca…
—Tyler —murmuré—. Tyler, por favor…
Él se apartó con suavidad, ladeando la cabeza para mirarme mientras yo reprimía un grito de protesta.
—Como he dicho; delicioso. —Se acercó y cogió la copa de champán—. Bebe —me dijo, y acepté la bebida con agradecimiento, tomando un trago del frío líquido que fue dolorosamente insuficiente para apagar el calor que ardía dentro de mí—. Déjame un poquito.
Me quitó la copa. Bebió un sorbo él también y luego uso las manos para separarme más los muslos antes (¡gracias a Dios!) de bajar su boca una vez más hasta mi sexo.
Había esperado sentir placer. Lo que no había esperado era el enloquecedor deleite que me generó la combinación de su boca caliente, su hábil lengua y el fresco y efervescente champán. El espumoso líquido burbujeaba contra mi ya sensibilizado clítoris y la sensación era casi imposible de soportar. Un millón de pequeñas explosiones y vibraciones, que prometían algo más grande, algo más salvaje y ardiente.
Y, sin embargo, ninguna de ellas bastó para llevarme allí donde ansiaba ir. Necesitaba su tacto, su lengua. Lo necesitaba justo ahí, pero aunque moví las caderas de manera desvergonzada, él no se mantuvo en el dulce punto el tiempo necesario para hacerme recorrer el último tramo.
—Por favor —supliqué.
Pero a Tyler no le interesaban mis demandas. Desvió su atención, depositando besos a lo largo de la recortada línea de vello púbico, subiendo después para provocar a mi ombligo con su lengua.
Cada contacto era erótico, y generaba remolinos de calor que me atravesaban. Pero no era el calor, sino la explosión lo que deseaba, y mientras gemía de placer y a modo de protesta, su boca se apoderó con fuerza de mi pecho y sus dientes rozaron de forma juguetona mi duro pezón.
—Me estás atormentando —susurré cuando deslizó la mano entre mis muslos. Jadeé cuando me introdujo un dedo para luego acariciarme con largos y pausados movimientos pensados para dejar que el placer aumentara más y más… sin llegar del todo a la cima—. Cabrón —gemí—. Lo haces adrede.
—Chica lista. —Tomó mis pechos en sus manos, bajando la boca hasta mi cuello. Sus besos eran un tipo de tortura diferente, y ladeé la cabeza de manera instintiva—. Pero ¿de verdad es un tormento? —murmuró. Sus labios me rozaban la piel con cada palabra y me producían escalofríos—. ¿O se trata de un placer extremo fruto de la anticipación de lo que está por venir?
—Tormento —respondí con firmeza, haciéndole reír—. Y yo que empezaba a pensar que eras un hombre bueno. No lo eres.
Tyler se echó hacia atrás para que pudiera verle la cara. El deseo, la pasión y la feroz crudeza que mostraba me atravesaron.
—Tienes razón —reconoció—. No lo soy.
Mientras me esforzaba para no gemir, se puso en pie. Me tendió la mano, y yo la acepté llevada por la curiosidad y la expectativa. Esperaba que me condujera al dormitorio; esperaba que su intención fuera concluir lo que había empezado. Pero me temía que tenía otra cosa en mente… y, maldito fuera, no podía evitar ese chisporroteo en mi sangre provocado por la mezcla de curiosidad y, sí, anticipación.
Sin mediar palabra, me condujo a un corto pasillo y acto seguido atravesamos otra habitación.
Si soy sincera, reconozco que estaba sumida en una neblina sensual tan intensa que fue un milagro que reparara en algo. Pero las pequeñas cosas me llamaban la atención. Los cuadros. Las molduras. Había antigüedades en cada rincón, aunque la habitación no se veía abarrotada y resultaba elegante.
Recorrimos otro pasillo, y se me pasó por la cabeza la descabellada idea de que lo único que Tyler pretendía era hacerme caminar en círculos. Más tormentos. Más anticipación.
Cuando se lo dije, se echó a reír.
—No soy tan cruel. Este lugar es enorme. Uno puede perderse en él. A veces me pasa.
—¿En serio?
—No, pero es una historia estupenda.
—¿Es eso lo que haces? ¿Inventar historias cuando la verdad no es lo bastante buena?
Le tembló la comisura de la boca.
—Por supuesto.
—Bueno. Eso es un enigma.
—¿El qué?
—Estás siendo sincero sobre que no eres sincero.
—A lo mejor solo intento mantener tu interés —repuso; cierto ardor tiñó de nuevo su voz.
No pude mirarlo a los ojos.
—No creo que tengas nada de que preocuparte al respecto.
Habíamos llegado a la puerta abierta del dormitorio principal, y me sorprendió el contraste entre el interior y el resto del apartamento. Esa habitación estaba amueblada al estilo contemporáneo que Tyler había dicho preferir. Líneas limpias que destacaban la funcionalidad por encima de la forma, pero que de igual manera sugerían dinero y buen gusto.
Qué interesante. Eso me indicaba que era un hombre que estaba dispuesto a hacer concesiones, aunque no con las cosas que eran personales e importantes para él.
Había unas puertas dobles cerradas al fondo de la estancia, detrás de las cuales imaginé que se encontraba el cuarto de baño. Una enorme cama dominaba el espacio delante de las ventanas, tras las que parpadeaban las luces de la ciudad, como falsas estrellas.
Esperaba que fuéramos a la cama, pero Tyler me hizo cruzar el dormitorio hacia las puertas dobles. Mientras atravesábamos la habitación me centré en los detalles como habría hecho con el escenario de un crimen, tratando de averiguar cuanto me fuera posible del hombre que ocupaba ese espacio. La cómoda —con sus artículos personales dispuestos encima de forma precisa— denotaba organización aun cuando la ropa dejada al descuido sobre el respaldo de una silla mostraba que no la llevaba al extremo de la obsesión.
No había fotografías, libros ni nada personal en aquel dormitorio. Nada salvo una colcha hecha a mano, doblada con esmero a los pies de la cama. Y ese único objeto me suscitaba más preguntas que toda la información que había descubierto sobre ese hombre enigmático, poderoso y potencialmente peligroso.
Debí de titubear, pues sentí un tirón, y cuando miré a Tyler su expresión era opaca. Ladeó la cabeza hacia las puertas dobles que había al fondo de la estancia.
—La cama no —dijo sin más—. Todavía no.
—Estaba mirando la colcha —dije, hablando de manera inexplicable en un susurro—. ¿Un recuerdo de familia?
—Sí —respondió, sin extenderse.
Me dispuse a preguntarle más, pero me detuve. No era una cita, y por mucho que estuviera disfrutando de la velada, tenía que recordar que se trataba de una misión. Saber esas pequeñas cosas podrían ayudarme a componer un retrato mejor del hombre, pero no alcanzaba a imaginar que esa colcha guardara alguna relación con Amy.
No necesitaba detalles personales. Y estaba segura de que no debía querer conocerlos. Sabía que Sharp estaba sucio. Tal vez no traficara con mujeres —Dios mío, esperaba que no lo hiciera—, pero su estilo de vida, su manera de dirigir los negocios, su forma de ver la existencia no era limpia. Tyler Sharp despreciaba las reglas a cuyo cumplimiento yo dedicaba mi vida.
Y aunque solo habíamos pasado unas horas juntos, había conseguido cautivarme. Me dije que era algo comprensible; si inicias una operación planeando una seducción, la seducción tendrá lugar. Y sí, Tyler Sharp me había seducido por entero. Me había revolucionado, me había hecho desear. Me había hecho necesitar. Me había presionado, llevándome más allá de lo que jamás había ido, y no podía negar que me gustaba.
Pero ese pequeño recorrido por el apartamento me había proporcionado la oportunidad de recobrar la compostura, y eso era bueno. Aún deseaba sentir su contacto —oh, Dios, ¿dejaría alguna vez de desearlo?—, pero la neblina sensual que había empañado mi pensamiento se había desvanecido, y estaba centrada en mi misión.
Quizá el sexo con Tyler fuera muy entretenido, pero al final del día el sexo solo era sexo.
Y tenía que seguir siendo así.