Tuve que inspirar hondo y pensar en lo que acababa de decirme.
—La ropa —repetí como una tonta—. Quieres que me quite la ropa.
—Oh, sí. —La mirada de Tyler me recorría con el mismo brillo de anticipación de un hombre a punto de desenvolver un regalo—. Lo deseo mucho. Pero lo primero es lo primero. Ponte en pie, Sloane.
Extendió una mano para indicarme que me levantara. Yo accedí, aunque las piernas me temblaban un poco, y una vez estuve de pie él se alejó de mí y cogió el teléfono fijo. Le oí presionar el botón de la operadora y luego hablar con alguien, pero la conversación fue tan rápida y en voz tan baja que no pude entender nada.
Permanecí donde estaba, de pie, un poco desconcertada, ligeramente exhausta y, sí, bastante excitada.
Cuando se volvió de nuevo, sus ojos no reflejaban expresión alguna y sus labios, apenas curvados hacia abajo, denotaban irritación.
—Mis reglas, Sloane. Te dije que lo pensaras bien antes de venir a mí.
Tragué saliva, pero levanté la barbilla. Mi cuerpo estaba acalorado; mi piel, caliente. Mis dedos se crisparon como cuando iba a sacar mi arma, pero al mismo tiempo podía imaginar mi vestido cayendo al suelo. Y a mí apartándome, yendo hacia Tyler y envolviéndome en sus brazos.
Podía imaginarlo —el roce de su boca sobre mi pecho, la caricia de sus dedos sobre mi sexo— y lo deseaba.
Estaba nerviosa. Estaba abrumada. Pero, que Dios me ayudara, estaba a cien.
Aun así, aquello seguía siendo un juego, y no iba a darle la victoria aún.
Durante un momento nos quedamos así, en un punto muerto. Entonces él dio un paso hacia mí.
—Romper las reglas tiene consecuencias.
Me estremecí cuando los recuerdos me invadieron, lo suficientemente potentes para hacerme pedazos. «Consecuencias». Sí, desde luego que las tenía. Pero ya no era una niña. Y no me estaba escondiendo. Ya no. Aquello no tenía que ver con el dolor ni con el miedo, ni con monstruos que se ocultaban en la oscuridad.
—¿Sloane?
Fue cuanto dijo, solo mi nombre. Pero aprecié la preocupación subyacente. No quería eso; no quería que él se preguntara por los secretos que yo escondía bajo siete llaves, y no quería que se echara atrás en ese momento porque temiera haber ido demasiado lejos. Por temor a que yo hubiera cambiado de opinión.
No lo había hecho.
Pasara lo que pasase, yo quería aquello. Y no por Amy. No porque hubiera planeado una operación policial, sino porque me gustaba cómo me hacía sentir. Y porque quería más. ¿Romper las reglas? Sí, en lo tocante a Tyler, creo que eso era justo lo que quería hacer.
Levanté la cabeza y conseguí esbozar una sonrisa burlona.
—¿Consecuencias? —repetí, para luego morderme el labio inferior muy despacio—. ¿Vas a castigarme?
Le tembló la comisura de la boca.
—Yo diría que es una suposición acertada.
Sus ojos me recorrieron; la preocupación se había esfumado, sustituida por el control y la anticipación. Ahora estábamos jugando, y al saberlo me envolvió un torbellino ardiente.
—Me pregunto si alguna vez te han dado cachetes en ese culito tan mono.
«¡Oh!» Sentí un inesperado estremecimiento ante sus palabras, pero no pensaba admitirlo. En cambio, enarqué una ceja como si tal cosa.
—Así que esa es tu fijación sexual, ¿eh?
—No. Simplemente me gusta.
La oscura intensidad de su voz arrojó la informalidad por la ventana, y ese estremecimiento se intensificó hasta convertirse en una persistente palpitación.
—No lo he probado.
—¿No lo has probado? —Tyler redujo la distancia que nos separaba y se detuvo delante de mí, de modo que capté su aroma. La nota terrenal de su colonia, que ya se debilitaba, estaba dominada ahora por un sensual almizcle que me hizo desear arrimarme a él y saborearlo—. Qué interesante. Y me gusta saber que mi mano será la primera que enrojezca ese culito —prosiguió mientras alargaba la mano hacia mi trasero para acariciarlo apenas por encima de la fina tela del vestido. Ahogué un chillido, un grito de placer y sorpresa al mismo tiempo, y cuando Tyler sonrió supe que había perdido ese asalto—. Hay otra regla que has roto —me dijo—. No mentirme acerca de lo que quieres. Sobre lo que te excita.
—No… Yo nunca…
—Puede que no. Aun así, sabes que te gustaría. Es posible que aún no te hayan azotado, pero veo tu piel enrojecida, tus pezones despuntando bajo el vestido. Puedes imaginarte el escozor, luego el calor que lo seguiría. Casi puedes sentir el avance del calor por tu ser. La forma en que tu cuerpo se contrae de deseo. Puedes imaginarte desnuda sobre mi regazo, sin saber si voy a azotarte o a follarte, pero desesperada por sentir mi tacto.
Hizo una pausa, y di una bocanada de aire, percatándome con cierta sorpresa de que me había olvidado de respirar.
—Por Dios —murmuré.
—Dime que tengo razón. Dime que quieres eso.
—Sí —susurré, porque ¿cómo iba a mentirle cuando Tyler ya había descubierto la verdad?
—Entonces lo tendrás. Pero no ahora. Ahora vas a desnudarte. Tú has venido a mí, ¿recuerdas? —Sacó del bolsillo la servilleta doblada con mi nota—. Has dicho que querías jugar.
—Así es. Eso quiero. Pero también espero que tú cumplas tus promesas.
Enarcó una ceja.
—Entiendo. ¿Y qué promesa he incumplido?
—En el pasillo. Me dijiste que ibas a desnudarme. —El deseo se apoderó de su semblante, y dio un paso hacia atrás, envalentonado por su victoria—. Me dijiste que ibas a abrirme las piernas —repuse mientras mi sangre bullía al recordar sus palabras—. Me dijiste que ibas a saborear hasta el último delicioso centímetro de mí.
Estaba delante de él, con la cabeza alzada para mirarle a la cara. Tyler tenía las manos en los bolsillos de los pantalones y aún llevaba puesta la americana. Tenía un aspecto imponente, poderoso e increíblemente sexy, y yo ansiaba sentir sus manos sobre mí.
Tenía los ojos clavados en los míos, rebosantes de pasión y poder, y yo inspiré, segura de que estaba tan caliente como yo.
—Tengo muy buena memoria —agregué.
Él asintió con la cabeza.
—Ya lo veo. Y tienes razón. Dije todas esas cosas. Y las decía en serio. Además, estoy deseando hacerlas. Pero antes —apostilló con una voz que no admitía discusión— quiero ver cómo te desnudas para mí.
—Yo…
—Quiero verte —me interrumpió—. Deseo tanto verte que apenas puedo respirar. —Cruzó la habitación para orientar una lámpara de pie a fin de que su luz atravesara la estancia como un foco. Señaló el círculo lumínico sobre la alfombra delante de mí y, acto seguido, fue a sentarse con total naturalidad en una butaca—. Desnúdate para mí, Sloane.
Me quedé sin aliento y el pulso se me aceleró. Noté que se me erizaba el vello de los brazos y la nuca. Mi cuerpo vibraba de energía. Estaba asustada; tan alterada y excitada como siempre antes de atravesar una puerta, cuando no sabía qué había al otro lado. ¿Muerte? ¿Sangre?
Ahora sí lo sabía. Al otro lado estaba Tyler. Un hombre que veía más de mí de lo que yo quería mostrar. Y esa pequeña verdad me aterraba y me resultaba extrañamente reconfortante.
Durante un momento contemplé la posibilidad de negarme. Sopesé decirle que si me quería desnuda podía ocuparse de eso él mismo. Pero cuando lo miré a la cara, las palabras murieron en mi boca. Me miraba con una mezcla de lujuria y adoración tal que no solo me desarmó, sino que también me espoleó. Se me antojó un desafío. Tyler me estaba provocando a la vez que me adoraba.
Ese era el juego. Y la única forma de poder ganar era ver arder con más fuerza aquella llama en sus ojos con cada retazo de piel que dejaba al descubierto.
Despacio, muy, muy despacio me llevé las manos bajo la nuca. Mis dedos buscaron los extremos del lazo que mantenía el cuello halter en su sitio y tiré de ellos para deshacerlo. Bajé con lentitud las dos piezas de tela, que fueron revelando la elevación de mis pechos, las tensas areolas marrones, mis duros pezones.
Solté la tela, permitiendo que el cuello halter quedara colgando de mi cintura. Noté el aire fresco sobre mi piel acalorada; mis pechos parecían más pesados, como si suplicaran que sus manos los sujetaran.
Oí que Tyler inspiraba con brusquedad, vi que se removía en su asiento y que sus dedos aferraban los brazos de la butaca, como si se estuviera esforzando por contenerse.
—Joder, eres preciosa —susurró.
—Eso es lo que me ha dicho el tipo de abajo.
—¡Mierda! —maldijo en voz baja, apenas audible—. No pretendía hacerte recordar eso.
—No, no… Lo que pasa es que… —Tomé aire—. Cuando él lo dijo tuve ganas de salir pitando. Cuando tú lo dices…
—¿Qué?
—Siento deseos de que me toques.
Las sombras velaban su rostro, pero aun así pude ver que sus rasgos se tensaban, como si estuviera librando una batalla.
—Lo haré —repuso—. Santo Dios, lo haré. Pero ahora mismo deseo mirarte. Adelante —me dijo, asintiendo—. Quiero ver cada centímetro de ti.
Los nervios y la excitación vibraban en mi cuerpo, y me temblaba la mano cuando me la llevé a la cremallera situada en la espalda. Tiré de ella hacia abajo y con suma suavidad deslicé el vestido. La tela se desprendió de mí para caer alrededor de mis pies, y me quedé cubierta tan solo por el tanga rosa claro y las sandalias de un rojo intenso.
Me humedecí los labios y lo miré a los ojos. Entonces saqué los pies del vestido y me quedé quieta otra vez. Estaba a tan solo unos cuantos centímetros de él, pero el aire pareció cargarse de energía y promesas.
—¿Tienes idea de lo preciosa que eres?
Me ardieron las mejillas ante el comentario. Sabía que era guapa, pero no era algo en lo que soliera pensar. Siempre había sido menuda, y desde que era policía, lo importante pasó a ser la fuerza, no la belleza. Ahora mi cuerpo era fibroso y delgado. Femenino, sí. Pero también poderoso.
—Quiero ver el resto —dijo—. Quítate el tanga. Pero déjate puestas las sandalias.
Tragué saliva, sintiéndome cohibida de repente. Ya estaba casi desnuda, pero quedarme completamente desnuda salvo por un par de sandalias de tacón alto me parecía demasiado atrevido. Demasiado morboso.
Bajé la vista para mirar al suelo mientras enganchaba los dedos en la cinturilla.
—No —replicó Tyler—. Mírame a mí.
—Tyler…
—Chis. No discutas. Hazlo.
Eso hice. Y aunque esperaba sentirme aún más cohibida, más expuesta, de hecho me sentí todo lo contrario. Me sentí audaz. Salvaje. Vi su deseo sin tapujos, y supe que en ese preciso instante era yo quien ostentaba el poder.
No era ajena al poder; lo ejercía cada día en mi trabajo. Pero era la primera vez que me había sentido poderosa de verdad como mujer.
Me gustó.
Contoneé las caderas para dejar que el tanga cayera y luego saqué los pies de él también.
—Esta sí que es una imagen preciosa —declaró Tyler, contemplándome de manera pausada. Su sonrisa se crispó—. Y eres pelirroja natural.
—¿Acaso lo dudabas?
—Es agradable tener la confirmación. ¿Tienes un carácter a juego?
—Cabréame y lo descubrirás.
—Un genio vivo suele traducirse en pasión en la cama. —Se levantó y se acerco despacio para detenerse frente a mí—. Estoy deseando averiguar si es verdad.
Alzó los brazos para tomar mis pechos con sus manos. Su piel estaba caliente sobre la mía, y cerré los ojos con un débil gemido de satisfacción que se tornó en un jadeo cuando me pasó los pulgares por los pezones. Luego me soltó, y yo abrí los ojos para verlo caminar a mi alrededor, con una concentración tan intensa que tuve la sensación de que estaba memorizando cada centímetro de mi anatomía.
Volví el cuerpo sin mover los pies, pues no quería dejar de mirar a Tyler. Cuando me hubo rodeado por completo, clavé mis ojos en los suyos, mientras él esbozaba una sonrisa de aprobación.
—Eres perfecta —aseveró—. Y ya estás excitada. Eso me gusta; me gusta saber que deseas que te toque, que te acaricie. Me encanta que ya te mueras de ganas de tenerme profundamente dentro de ti.
Comencé a negar con la cabeza… para protestar solo porque sí. Pero habría sido una mentira. Y sabía que él podía ver la verdad en el tono de mi piel, en la forma en que mi pulso latía acelerado; el ritmo era evidente en mi cuello y en la agitación de mi pecho. Sin duda tenía las pupilas dilatadas. Y esos rizos pelirrojos naturales que tenía entre mis muslos estaban húmedos y evidenciaban mi excitación.
Así que, en vez de protestar, me limité a mirarlo, y mis ojos descendieron hasta su entrepierna… y los pantalones, que no disimulaban en absoluto lo caliente que estaba.
—A mí también me gusta saberlo.
Tyler rió entre dientes.
—Me siento tentado de tirarte en ese sillón y tomarte ahora mismo.
—Sí. Oh, por favor, sí.
Se acercó más, y aunque siguió sin tocarme, cada fibra de mi cuerpo vibraba y se estremecía de anticipación y deseo. «Por favor. —Esas palabras resonaron como un grito en mi mente—. Por favor, tócame».
—Pronto —me dijo—. ¿Qué estaba diciendo? ¿Que lo bueno se hace esperar?
—A la mierda la espera.
Tyler rompió a reír.
—Que conste que siento lo mismo. Pero atormentarte así me divierte tanto que no puedo parar.
—Al menos eres sincero.
—Puedo serlo —repuso—. No suelo serlo.
Esbocé una amplia sonrisa.
—Y otra vez esa sinceridad.
—Al parecer eres tú quien la provoca. Qué interesante. —Dio un paso hacia mí, tocando con el dedo la roja cicatriz que marcaba mi cadera izquierda—. Una herida de bala —dijo, y clavó los ojos en los míos a modo de pregunta.
—Un atraco —respondí, consiguiendo mentir con naturalidad—. No fue uno de mis mejores días.
Tyler me rodeó y trazó con el dedo mi cicatriz del orificio de entrada al de salida.
—Limpia, o al menos lo parece.
—Tocó algo de hueso —le informé—. Duele como mil demonios, pero se está curando. Ahora solo me da punzadas. No me gusta hablar de eso.
Asintió y depositó un beso en sus dedos para luego rozarme con ellos la herida.
—Pues no hablaremos de eso entonces. En cambio podemos hablar de lo hermosa que eres. De lo dura que se me pone solo con mirarte. —Me colocó un mechón de pelo detrás de la oreja—. Y me gusta mirar. —Bajó la mirada a mis pechos, y mis pezones se endurecieron en respuesta. Una pequeña sonrisa asomó a sus labios cuando alzó sus ojos hacia los míos—. Me gusta ver los sutiles cambios que tu cuerpo revela cuando te excitas. Quiero memorizar la expresión de tu cara cuando te corres —añadió, tomándome la mano y deslizando mis propios dedos entre mis piernas.
Estaba caliente y resbaladiza, y un estremecimiento recorrió mi cuerpo cuando mi dedo rozó apenas mi clítoris.
—Oh, Dios mío, Tyler, por favor.
No estaba segura de si le suplicaba que me dejase parar o le exigía que continuara. La confusión giraba a mi alrededor. Quería alejarme. Liberar mi mano. Esconderme. Pero al mismo tiempo no deseaba que terminara aquella sensación.
—No se trata de fijaciones sexuales, Sloane; se trata del placer. —Tyler apartó mi mano con suavidad, haciéndome gemir—. Y se trata de explorar los límites para encontrar el definitivo. Tengo intención de explorar esos límites contigo. Pronto —adujo, bajando la mano para acariciarme entre las piernas con ligereza mientras yo chillaba de frustración para mis adentros ante la ternura de su tacto cuando lo que deseaba con desesperación era que me arrasara—. Ahora mismo quiero mantenerte en tensión.
—Pues lo estás haciendo muy bien.
—Lo sé —declaró—. Y también sé que te gusta, como sabía que te gustaría lo que sucedió en el Destiny, la emoción de ser atrapada… La emoción de lo que ocurrió después. Dime —añadió—, quiero oír tu opinión.
—Me… me gustó. Me gusta —reconocí. Erguí los hombros al asumir la verdad—. Yo nunca… No es el mundo en el que vivo —concluí con voz apagada.
—¿No? Es una lástima. Todo el mundo debería sentirse vivo. Debería explorar la pasión y el peligro, la tentación y la anticipación. Tienes que explorar de vez en cuando, porque de lo contrario, ¿cómo sabes cuáles son en realidad tus límites?
Abrí la boca para responder, para decirle que esa emoción ya me la daba mi profesión cuando perseguía y atrapaba a hombres como él. Pero no podía confesárselo, así que contuve aquellas palabras.
—¿Qué?
—Sé que tengo una respuesta a eso, pero se me ha ido. —Conseguí esbozar algo parecido a una sonrisa—. Me robas mis pensamientos, Tyler Sharp.
Su sonrisa reveló un hoyuelo.
—Robo muchas cosas.
Yo podía haber respondido de mil maneras a eso, pero antes de que consiguiera ordenar mis pensamientos, sonó el timbre de la puerta. Me sobresalté y traté de cubrirme el cuerpo de inmediato con los brazos, como si pudieran ocultar mi desnudez.
—No —me ordenó Tyler, y negó enérgicamente con la cabeza. El espíritu juguetón que había existido entre nosotros se desvaneció. Aquel era el hombre que tenía el control. El hombre que me había dicho que fuera allí esa noche solo si comprendía que tenía que jugar según sus reglas. Era el hombre que hablaba en serio—. Siéntate —me dijo, señalando el sillón.
Me quedé helada; de pronto mi piel estaba fría y húmeda.
—¿Qué?
—Siéntate —repitió, luego me condujo al sillón. Me colocó de forma que mis corvas tocaran los cojines y con las manos en las caderas. El timbre sonó de nuevo—. Un minuto —gritó.
—No —dije—. Ni hablar.
—Oh, sí —replicó, tomando mi pecho con suavidad acto seguido. Me pasó el pulgar sobre el pezón y yo hube de coger aire—. Eres lista, Sloane. Entiendes el juego.
—Ya no estoy segura de entender nada.
—Te dije que ganaría. Tú eres mi premio, Sloane. Tengo derecho a provocarte, a tocarte, a darte placer. Pese a todo, eres mía. Esta noche soy tu dueño. Y eso significa que hay reglas.
Algo que podría haber sido miedo me recorrió. Podría haberlo sido… Sin embargo, creo que en realidad era excitación.
—Tengo que obedecerte.
—Si estás aquí, sí. Pero la decisión es tuya. Puedes volver a ponerte el vestido. Y yo llamaré al mayordomo y pediré que traigan tu coche. Pero no creo que vayas a hacer eso.
—¿Por qué no? —Tenía la boca tan seca que apenas podía hablar.
—Porque vi la expresión de tu cara cuando te toqué en aquel pasillo, tú y yo solos aunque rodeados por camareros que fingían no vernos; no les importaba. Estar desprotegida es emocionante. Ser un poco traviesa es emocionante. —Me sostuvo la mirada, y en aquel momento pensé que no tenía secretos para él—. Quizá no rompas las reglas, Sloane, pero me apuesto lo que quieras a que las manipulas todo lo que puedes.
Sentí que se me aceleraba el pulso, y supe que era a causa de la verdad que contenían sus palabras.
—Eso te excita, ¿verdad? Saber que eres mía. Saber que al entregarte a mí tú también me tienes atrapado.
—Sí —susurré.
—Porque me has atrapado —confesó—. No se trata de lo que yo quiero, sino de lo que tú me haces. Y, por Dios santo, Sloane, me has llevado al límite.
Se pasó los dedos por el pelo, y en su semblante advertí que no mentía. Vi el deseo, la lujuria. La profundidad de su autocontrol. Era como un resorte bien sujeto, y yo ansiaba que lo soltase.
—Tyler. —Tuve la sensación de que me arrancaban su nombre de los labios y, que Dios me ayudara, anhelaba que él continuara presionándome, que me separara las piernas para tocarme por fin y liberara esa dulce e incesante opresión.
—Así que creo que vas a quedarte —prosiguió, casi en tono familiar—. Puede que me equivoque. Pasa a veces. A lo mejor te largas de aquí sin mirar atrás. A lo mejor me abofeteas y me dices que me vaya a la mierda. Eso entra en lo posible.
—A lo mejor —repuse. Desde luego, debería hacerlo.
Pero sabía que no lo haría.