«¿Qué coñ…? En serio, ¿qué coño acaba de pasar?»
Presa de la frustración, me apoyé contra la suave piel negra y fulminé con la mirada la nuca del hombre que me llevaba en coche.
«Red». Tyler había dicho que ese tipo se llamaba Red. Deduje que lo tenía en nómina y que no se trataba de un chófer desconocido de una empresa de alquiler de vehículos.
Contemplé la posibilidad de dejar que Red hiciera justo lo que Tyler le había ordenado: llevarme a casa. Pero en tal caso tendría que coger un taxi para volver al Drake por la mañana, dado que mi coche se encontraba aún en el aparcamiento del hotel.
Por otro lado, no quería irme a casa. Estaba inquieta y nerviosa, y aunque sabía que estaba sintiendo los efectos del jarro de agua fría que Tyler había arrojado sobre mi libido, me dije que mi frustración se debía al hecho de que él se había cargado por completo mi plan, que no era otro que entrar, acercarme y averiguar qué había pasado con Amy.
Tomé una larga bocanada de aire con la intención de recordarme por qué había acudido a esa fiesta. No había ido porque quisiera meterme en la cama de Tyler —aunque estaba muy claro que era un notable incentivo—, sino por Amy.
Que Tyler me hubiera dado con la puerta en las narices no significaba que yo tuviera que renunciar a mi objetivo.
Tenía un plan alternativo, y aunque era arriesgado, en realidad no lo era más que estar desnuda con un hombre al que todas las instituciones encargadas de hacer cumplir la ley en el Medio Oeste consideraban un delincuente. Con un poco de suerte hasta podría funcionar.
Estábamos en Lake Shore, así que me incliné hacia delante y le dije a Red que volviera a la avenida Michigan.
—Me apetece pasear —dije—. Puede dejarme donde quiera.
Él me miró con expresión vacilante, pero no discutió, y me dije que era una buena señal. Me dejó delante del Water Tower Place, y entré en el centro comercial. Era sábado y todavía no eran las nueve de la noche, de modo que el centro seguía abierto y muy concurrido. Dejé pasar diez minutos antes de salir y regresar a la calle. Levanté un brazo y tuve la suerte de parar un taxi.
Fui al club Destiny.
Había estado allí un par de veces, desde luego. La primera para examinar el lugar, para hacerme una idea, y con la esperanza de camelarme a las chicas. Pero el personal no se había mostrado dispuesto a chismorrear sobre antiguos empleados, y tuve el mismo éxito cuando intenté entablar una conversación en el aparcamiento.
La segunda vez había entrado y solicitado un empleo. Si las chicas no estaban dispuestas a hablar con desconocidos, a lo mejor lo hacían con uno de los suyos. Sin embargo, ese plan se había ido al garete.
Con todo, aún podía jugar la baza de Tyler. Y lo bueno de eso era que si me salía el tiro por la culata, seguía teniendo una excusa, y todo porque Tyler me había dejado plantada delante del hotel Drake.
Aun así, mi plan no calmó mis nervios del todo, y tenía el corazón en un puño cuando pagué al taxista y me bajé del vehículo delante de la modesta entrada del Destiny. En la puerta me enteré de que las mujeres no pagaban los sábados y seguí hasta la entrada del club en sí.
Me detuve para echar un vistazo alrededor mientras fingía mirar algo en mi teléfono. Dado que ya había estado allí antes, sabía lo que me esperaba; las mesas, cada una con una amplia plataforma elevada en el centro; las chicas bailando en las barras; los hombres observando, bebiendo y dando propinas, que eran más generosas cuando las chicas se acercaban a ellos luego y les mostraban de cerca las tetas o el culo por unos cuantos billetes más.
Contuve una sonrisa al recordar la pasta que se sacaba Candy en una buena noche en su época de bailarina. Bailar era agotador, pero en el club adecuado, podía ser muy lucrativo.
Aunque en ese momento no me interesaban ni las bailarinas ni los hombres, y tampoco lo que estaba pasando en los rincones oscuros y apartados. Lo que quería era llegar al despacho de Tyler.
Vi una puerta con una sola ventana al fondo de la cavernosa habitación, justo a la derecha de la barra. Tenía una placa, y aunque no podía leerla desde donde estaba, imaginé que anunciaba que solo los empleados tenían acceso a lo que había tras aquella puerta.
Me dirigí hacia allí, posé la mano en el pomo y empujé.
Tal como esperaba, el camarero de la barra me llamó la atención.
—El baño de señoras está por ahí —me dijo, señalando en la dirección por la que yo había llegado.
—Gracias —respondí con amabilidad—. Pero no lo necesito. Voy a esperar a Tyler en su despacho.
—¿En serio?
—Ajá —aseveré al tiempo que me pasaba sutilmente los dedos por el hombro.
Esperaba parecer un poco borracha y muy excitada. Esperaba tener el aspecto de alguien que Tyler se llevaría a la zona privada.
El camarero dudó el tiempo suficiente para hacer que me preocupara, y por eso insistí:
—Acabo de dejarlo en el Drake. Tenía que rematar un asunto con Cole, pero me dijo que le esperase aquí. —Traté de que mi sonrisa pareciera más sensual—. Me dio instrucciones muy explícitas de dónde quería que lo esperase y de qué quería que… que llevara puesto —agregué. Luego me encogí de hombros—. Llámalo si quieres, pero llegará en treinta minutos como mucho.
Y entonces, con el corazón desbocado, entré por la puerta.
Imaginaba que el camarero no llamaría para confirmar lo que acababa de decirle, al menos durante la siguiente media hora. Para entonces yo ya habría tenido ocasión de rebuscar en el archivo de empleados del Destiny. Esperaba que los expedientes se encontraran en el despacho privado de Tyler —estaba dando por hecho que tenía uno—, pero si no era así, suponía que el despacho principal del negocio también estaba en el pasillo al que acababa de entrar.
Una vez ante los archivos, indagaría qué tenía el club sobre Amy (notas, direcciones, información de contacto) y luego me largaría de allí por la puerta trasera. Sin duda al día siguiente tendría que lidiar con las consecuencias, pero al menos dispondría de la información.
En el mejor de los casos, saldría sin problemas y cogería un taxi en la tienda más cercana.
En el peor, el camarero me denunciaría a la policía, y yo, en cuanto estuviera en el coche patrulla, les contaría quién era en verdad y les pediría que me dieran algo de cuerda por cortesía profesional.
Con toda franqueza, no me parecía mal ninguno de los dos casos. Además, reconozco que estaba deseando husmear de forma clandestina. No estaba de servicio; que le dieran a la Cuarta Enmienda. No estaba segura de si se debía al momento o a que el recuerdo del tacto de Tyler aún me excitaba. Solo sabía que hacía mucho tiempo que no me sentía así de caliente.
Me gustaba.
El despacho de Tyler estaba a la izquierda, y exhalé un suspiro de alivio al encontrarlo abierto. Entré y eché el pestillo. Solo por si acaso.
Estaba decorado con sencillez. Una pared repleta de armarios. Una mesa amplia y práctica. Dos butacas. Y un sofá pequeño aunque de aspecto cómodo. Una de las paredes estaba dominada por un pizarrón cubierto con lo que parecía un tosco horario donde se leían los turnos de los empleados.
El resto de las paredes estaban decoradas con fotografías de edificios enmarcadas. Ángulos extraños. Arcos interesantes. Rascacielos alzándose hacia el cielo. Estaban hechas en blanco y negro, y cada una parecía centrarse en un elemento arquitectónico diferente. Eran preciosas, y si bien jamás habría esperado encontrar ese tipo de arte en un lugar como el club Destiny, después de haber conocido a Tyler no podía negar que las fotos parecían encajar.
Con franqueza, me habría gustado disponer de tiempo para contemplarlas. Pero el deber me reclamaba, de modo que me dirigí a los archivadores. Eran armarios metálicos verticales, cada uno con cuatro cajones, por lo que cada unidad era casi tan alta como yo. Los cajones estaban etiquetados por orden alfabético con sencillas anotaciones, y recé para que fueran los archivos del Destiny y no los personales de Tyler.
Tiré del cajón de la «D-F», imaginando que era lo más sensato ya que a Amy podían archivarla en la D de «Dawson» o en la E de «empleada».
Pero el cajón no se movió, y entonces reparé en el mecanismo de cierre que estaba cerca de la parte superior.
«¡Mierda!»
Volví deprisa a la mesa, y justo cuando comenzaba a buscar la llave o algo con qué abrir la cerradura, oí que el pomo se movía.
Miré la hora —ni siquiera habían pasado cinco minutos—, y luego cerré el cajón de la mesa y la rodeé sin perder tiempo, de puntillas para que mis tacones no resonaran en el suelo de madera. Oí el sonido de una llave, luego vi que el pomo giraba. La puerta comenzó a abrirse justo cuando me subía de un salto a la mesa y me inclinaba hacia atrás apenas para realzar mis pechos y esbozaba una sonrisa que esperaba convenciera al camarero de que había ido allí solo para hacer cochinadas con Tyler.
Pero no era el camarero.
Era el propio Tyler.
—¡Vaya! —En cuanto entró en el despacho y me vio, echó el pestillo—. Qué interesante.
Crucé las piernas, tratando de ignorar el frío estremecimiento de pánico que me recorría.
Me recordé que debía conservar la calma, que yo ya había previsto esa hipotética situación. Pero los planes no siempre salían como se pensaba en la vida real, y yo me esforzaba para controlar la respiración.
—Me has cabreado —repliqué con voz ronca—. Y se me ha ocurrido venir aquí para hacerte cambiar de opinión.
—¿Ah, sí?
Ladeé la cabeza.
—Greg te ha llamado, ¿verdad? Te ha dicho que yo estaba aquí.
—No.
—No —repetí, pensativa. Puede que Greg lo hubiera llamado, pero ese no era el motivo de que Tyler estuviera en el Destiny. Era imposible que hubiera realizado el trayecto en cinco minutos escasos—. No —dije de nuevo—. Me has seguido.
Dio un par de pasos y mi pulso se aceleró aún más.
—Te lo repito, Sloane —adujo—. Tengo intención de descubrir qué es lo que quieres. Por qué has venido a por mí. Por qué me has dicho que quieres jugar.
—Ya te lo he explicado —insistí—. ¿Tan difícil te resulta creer que te deseo, que me has tocado las narices y que he venido aquí por eso y para asegurarme de que seas mío?
Tyler esbozó una sonrisa desenfadada.
—Quizá haya algo de sincero en esa historia tuya… Pero no me la trago.
En ese momento solo nos separaban unos pocos centímetros, y salvó la distancia sin problemas hasta que quedó justo delante de mí, sentada en el borde de su mesa. Con una mano me descruzó las piernas y me las separó con suavidad.
Se colocó entre mis rodillas, y tras cogerme por la nuca me acercó a él, se inclinó y me besó con pasión, mordisqueándome el labio inferior antes de apartarse.
—Prueba otra vez —dijo.
Su voz era acariciadora, pero me observaba con mirada penetrante, así que antes de responder me recordé que Tyler Sharp era un hombre inteligentísimo, que no había llegado a donde estaba —tanto en sus negocios legales como en los clandestinos— por ser un imbécil, un ciego o un insensato. Por el contrario, era listo, cauto y despiadado. Y eso significaba que yo tenía que serlo aún más.
—¿Sabías que solicité empleo en este club? —le pregunté—. Me rechazaron de plano.
—¿En serio?
—Me pareció raro porque he trabajado de camarera con anterioridad.
—No suele haber movimiento de plantilla en el club —repuso—. Nuestros empleados son muy leales. Pero empiezo a entenderlo.
Me subió el vestido hasta que sus dedos hallaron mi muslo desnudo.
Me estremecí; su roce me nublaba la razón.
Y entonces, despacio, muy despacio deslizó los dedos hacia mi sexo.
—¿Qué tenías planeado, señorita O’Dell? —murmuró mientras sus dedos buscaban el borde de mis braguitas. Los deslizó bajo ellas, y yo tomé aire con brusquedad, exhalando un gemido de puro y sensual placer—. ¿Esperabas utilizar tus armas de mujer para convencerme de que te dé un empleo?
—Yo… sí… Oh, Dios mío, Tyler.
Apoyé las manos en la mesa mientras arqueaba la espalda, disfrutando de la delicia de su contacto.
—Me gustan tus armas de mujer —aseveró; introdujo profundamente dos dedos en mi sexo y luego los retiró con suma lentitud.
—Entonces ¿vas a dármelo? —Apenas logré articular las palabras. Quería sus dedos dentro de mí otra vez. Su tacto. Alcé la mirada hacia él—. Por favor —dije, y en ese momento no estaba segura de si le pedía sus caricias o un empleo.
Tyler me rozó los labios con los suyos.
—Convénceme, Sloane.
Había cruzado la estancia para sentarse en el sillón, dejándome en la mesa sola, excitada y bastante frustrada.
Lo miré. Miré ese rostro hermoso, esa boca carnosa y que daban ganas de besar. Dejé que mis ojos descendieran hasta su erección, que pugnaba contra los pliegues de sus pantalones. Sabía lo que él quería…, maldita fuera, yo lo deseaba también.
Durante una fracción de segundo pensé en lo que estaba haciendo. En lo que era. En los límites que no podía traspasar y las reglas que no podía romper.
Si aquello no fuera una operación clandestina me sancionarían con severidad. Y si tratara de utilizar lo que averiguara ante un tribunal, el abogado de la defensa intentaría que no se admitieran las pruebas argumentando una violación del procedimiento y respaldándolo con palabras rimbombantes como «conducta improcedente» y «conducta escandalosa».
Pero era mi operación particular, y no estaba de servicio.
Esa noche ni siquiera era una poli. No tenía autoridad ni rango. Mi placa no valía una mierda en Chicago.
Aquello no tenía nada que ver con la ley. Tenía que ver con negociar, con el deseo. Y la conclusión era que deseaba a Tyler Sharp. Deseaba al hombre… y deseaba la información que podía proporcionarme.
Me bajé de la mesa y fui hacia Tyler. Despacio, con suma lentitud, me arrodillé entre sus piernas igual que él había hecho antes entre las mías. Luego acerqué las manos a la hebilla de su cinturón y comencé a desabrochárselo.
—Puedo ser muy persuasiva —le dije mientras le abría el botón de los pantalones. Le bajé la cremallera poco a poco—. Mucho.
Introduje la mano en su pantalón y liberé su dura y perfecta polla. Levanté la cabeza solo un instante y vi el deseo en sus ojos.
Luego cerré la mano alrededor de su miembro y me lo llevé a la boca. Tyler se estremeció y cogió aire, y yo sentí que una potente punzada de deseo y energía me atravesaba.
Sabía a sal, a almizcle y a hombre, y lo excité con la lengua, deleitándome con los sonidos de placer que dejaba escapar, con los graves gemidos de satisfacción. Lo tomé más profundamente y su cuerpo se puso rígido. Todo ese poder y esa pasión, reprimidos con puño de hierro, allí mismo, a mis órdenes, esperando a que yo los liberara.
Lo lamí con succiones largas y profundas, desesperada por tenerlo más dentro, por llevarlo al límite, y cuando sentí los primeros estremecimientos —cuando supe que estaba tan cerca— me retiré despacio y lo miré con los ojos entornados y la boca húmeda de él.
—¿Me darás un empleo? —susurré.
—Sí —gimió—. Pero no en el Destiny.
Me quedé mirándolo. Y entonces, aunque mi cuerpo ardía de deseo, aunque lo único que anhelaba en ese momento era sentir su preciosa polla dentro de mí, me eché a reír.
—Cabrón —le dije.
—Joder —repuso, con la voz tensa a causa del control ejercido—. No lo había planeado así, pero tienes que ser mía. Ahora.
—¿Planeado?
—Has aparecido de la nada y has trastocado mi mundo —adujo mientras introducía la mano en el cajón de una pequeña mesa situada al lado del sillón. Sacó un condón—. Te poseeré en mi cama como es debido, Sloane, no te equivoques. Pero ahora voy a follarte.
—Yo…
—No. No pronuncies una sola palabra —dijo mientras se ponía el condón—. Solo súbete el vestido, quítate las bragas y ven aquí.
—Debería marcharme —repliqué justo cuando mi sexo se contraía con anticipación y mis pezones se endurecían de forma dolorosa—. Debería dar media vuelta y salir de aquí.
—Pero no lo harás.
Vacilé, y una parte de mí deseó largarse solo para dejarlo con las ganas. Pero eso no iba a ocurrir. Deseaba aquello demasiado. Deseaba a Tyler demasiado.
—No —susurré mientras me subía el vestido y me quitaba las bragas—. No me iré.
Dejé la prenda en el suelo y fui despacio hacia Tyler.
—Eso es —dijo cuando me subí al sillón, con el vestido extendido sobre los dos y los zapatos aún puestos, y me arrodillé.
Mi sexo estaba resbaladizo y húmedo. Bajé la mano y busqué su polla, luego me coloqué justo encima para meterla apenas dentro de mí. Él clavó sus ojos en los míos y, acto seguido, antes de que pudiera reaccionar, me agarró de las caderas y me empujó hacia abajo, empalándome.
Grité mientras lo hacía; su cuerpo se arqueó hacia arriba cuando se hundió en mí, y yo me arqueé hacia atrás y lo acogí más adentro.
Tyler me acariciaba el clítoris con una mano mientras yo lo cabalgaba. Sentía el placer en mi interior como chispas que giraban en espiral cada vez más rápido.
—Joder, eres preciosa —me dijo mientras me acariciaba y me excitaba.
Posé las manos en su pecho. Aun con la camisa podía sentir el latido de su corazón.
Tenía los ojos abiertos, clavados con firmeza en los míos, y pude ver la tormenta que se desencadenaba en su interior.
—Tyler —murmuré cuando su mano ascendió hasta mis tetas para acariciarlas antes de pellizcarme con suavidad el pezón y provocar oleadas de placer por todo mi ser.
—Eso es, nena —respondió. Mi cuerpo se apretó a su alrededor. Sus dedos continuaron jugueteando con mi clítoris, excitándome, atormentándome, mientras me elevaba más y más—. Pon las manos en mis hombros —me indicó—. Así. Quiero verte cabalgándome —exigió. Hice lo que me pedía y me empalé en él, sintiéndolo muy, muy dentro. Con cada embestida podía ver que la culminación de su goce se aproximaba, como también la mía—. Vamos —me dijo con la voz tensa—. Córrete conmigo. Quiero ver cómo disfrutas.
Como si sus palabras fuera un conjuro, estallé en un millón de pedazos y mi cuerpo se contrajo a su alrededor, como si fuera lo único que me mantenía sujeta a este mundo.
—Sí —exclamó Tyler.
Sus dedos me mantenían en las alturas mientras me penetraba una y otra vez antes de que alcanzara por fin el clímax. Después se derrumbó contra el respaldo del sillón y me rodeó con los brazos para tenderme sobre él.
—Uau… —Laxa encima de él, hice acopio de fuerzas y levanté la cabeza—. Aun así, sigues sin dejar que trabaje en este club.
Tyler me brindó una sonrisa perezosa.
—No es trabajo para ti. Sin embargo, te ayudaré a encontrar algo. Pero siento curiosidad por saber por qué, de todos los garitos de striptease que hay en el mundo, quieres trabajar en el mío de forma tan desesperada.
No pude por menos de sonreír ante la alteración de la cita de Bogart, pero sabía que tenía que darle una respuesta. Otra mentira. Y aunque esa realidad no me había molestado en absoluto hasta hacía bien poco, en ese momento me revolvía el estómago.
—Una amiga me dijo que el Destiny es un buen lugar para servir mesas. Las propinas son generosas. Los dueños son majos. Los clientes son decentes.
—¿Y? —preguntó cuando me bajé de encima de él para acurrucarme a su lado en el sillón.
—Y cuando llego a Chicago resulta que esa amiga mía ya no trabaja aquí. He intentado localizarla, pero nadie sabe nada de ella. Estoy preocupada. —Al menos eso era verdad.
—¿Cómo se llama?
—Amy. Amy Dawson, aunque quizá aquí no usara su nombre real.
Tyler asintió con aire pensativo.
—¿Veintipocos años? ¿Rubia? ¿Tiene tatuada una margarita?
Una punzada de celos me atravesó.
—En el culo. Sí.
—Devolvió su disfraz y se marchó.
—¿Disfraz?
—De colegiala —respondió—. No es muy original, lo sé, pero sigue siendo popular entre la clientela.
—No me cabe duda. Así que Amy consiguió un nuevo empleo. ¿Dónde?
—Creo que en Las Vegas, aunque no lo sé con seguridad. Era su jefe, no su padre.
—¿Y su amante? —pregunté.
Tyler me miró durante un momento, y estoy convencida de que pudo ver el brillo de los celos en mis ojos. Negó con la cabeza.
—No. Estaba encaprichada de mí. Lo intentó una vez, pero la desanimé.
—Rubia, guapa y lo bastante agradable para darse un revolcón con ella de vez en cuando. ¿Por qué ibas a rechazarla?
Él enarcó las cejas un segundo.
—Para empezar, no salgo con empleadas. Ya lo hice una vez hace mucho tiempo, y no es bueno para el negocio ni para mi cordura. Por otra parte, tu amiga era demasiado joven. Me gustan las mujeres que sobrepasan en algunos años la edad legal para el consumo de alcohol. Alegra el paladar. —Me lanzó una mirada larga y pausada—. Hace que las cosas resulten más interesantes.
—Oh. Ya veo. —Me aclaré la garganta—. De todas formas así es como he acabado en el Destiny. Y ahora quiero encontrar a Amy.
—Te creo.
—¿Por qué no ibas a hacerlo?
Su risa fue grave y carente de humor.
—Por muchas razones. Sobre todo porque me cuesta confiar en la gente con facilidad, y a pesar de todo resulta que deseo confiar en ti. Es un poco perturbador.
—¿A pesar de todo?
Tyler acercó su mano y me acarició la mejilla, desviando de manera eficaz la pregunta.
—Es posible que dejara una dirección de contacto cuando se fue. Sin duda le pagamos cuanto se le debía y no tuvimos que enviarle un cheque por correo. Aun así, procuramos disponer de las direcciones de nuestros empleados a efectos fiscales. En esta clase de negocio raras veces conseguimos una actual, pero puedo mirarlo.
—Te lo agradecería.
Se puso los pantalones, se levantó y se abrochó el cinturón.
Cuando se aproximó al archivo, recogí mis bragas, me las puse y fui tras él. Tyler abrió el cajón de la D-F, lo que me hizo sonreír, y después sacó un expediente de Amy Dawson.
Lo abrió, lo revisó y acto seguido me lo entregó.
No había mucho. Además de lo habitual, como el número de teléfono y de la Seguridad Social, en el formulario de empleado figuraba la dirección de Candy en Indiana como su dirección permanente y una dirección local que había sido tachada con bolígrafo rojo. En el margen alguien había escrito «Las Vegas», junto con una fecha que se remontaba a dos semanas atrás.
Miré a Tyler.
—Supongo que tienes razón.
—Pero sigues sin estar satisfecha.
—Amy no está aquí, lo que significa que tengo que seguir buscando. Necesito una dirección —proseguí—. Realizaré una búsqueda por internet sobre Amy Dawson en el área de Las Vegas y empezaré por allí. Pero las Amy Dawson que localice así tendrán servicio de telefonía tradicional, y la que yo busco sin duda solo tiene un móvil.
—Al cual no responde.
—De ahí mi preocupación —convine—. Podría haberlo perdido, haberse quedado sin blanca para pagar la factura, haber huido a México con un tío bueno y pasar de las llamadas. Pero… —Mi voz se fue apagando al tiempo que me encogí de hombros.
—¿Has hablado con su antiguo casero?
—No. —Reconocí—. A Amy le van más los mensajes de texto o los emails. Nunca se decidió a mandar a sus amigos una dirección postal. —Suspiré—. Y localizarla no es fácil. No se ha suscrito a ninguna revista, no tiene seguro médico. No tiene vehículo propio.
—Una chica así lo tiene fácil para desaparecer.
—Mucho —convine.
Me disponía una vez más a pedir a Tyler un trabajo en el club para conocer a las chicas que habían sido amigas de Amy, pero él se me adelantó.
—En fin, vamos —dijo—. Echemos un vistazo a su viejo apartamento.