Esperé hasta que la puerta se cerró y me dejé caer hasta sentarme en el suelo, con la espalda apoyada en la pared y una mesa repleta de postres a cada lado.
No cabía duda de que me había puesto nerviosa. Me ponía nerviosa, me intrigaba, me tentaba. Tal vez me hubiera propuesto seducir a aquel hombre, pero no podía negar que él había vuelto las tornas más de lo que podía negar que lo había disfrutado.
Y lo había hecho. Que Dios me ayudara, pero no estaba tan solo representando un papel Estaba disfrutando. Había disfrutado al hacerlo.
¿Cómo coño era eso posible? Sabía a la perfección que Tyler era un timador. Un ladrón. Posiblemente cosas mucho peores. Un hombre que se burlaba de la ley y del sistema que yo había jurado proteger. Representaba todo aquello contra lo que yo luchaba. Joder, era de eso de lo que había huido, había luchado con uñas y dientes para no ser todo aquello.
Aparté sin piedad las imágenes incipientes. Aquellas contra las que luchaba cada puto día. La sangre. El miedo. La culpa. El estallido de un disparo resonó en mi mente, y ese sonido reverberó junto con el estrépito de las sirenas de policía y el largo y violento lamento de un dolor desgarrador.
Tyler Sharp era la clase de hombre que cogería la ley y la retorcería a sus anchas hasta que se quebrara. Y ahí estaba yo, tratando con todas mis fuerzas de recomponerla de nuevo, de arreglar todo lo que una vez había roto, y sin embargo ¿estaba dispuesta a meterme en su cama?
Ni siquiera podía alegar como excusa la misión. Quizá ésta había sido el origen, pero era yo quien la llevaba a cabo. Era yo quien deseaba a Tyler.
Tomé aire y me pasé los dedos por el pelo. No confiaba en él… ni por asomo. Pero lo veía. Fuera lo que fuese Tyler Sharp, era muchísimo más que una elegante fachada. Era un hombre que estaba muy vivo, que aceptaba el mundo tal como era y que no aguantaba gilipolleces de nadie.
Esas eran cualidades que yo admiraba, y durante un efímero y deslumbrante momento deseé ser una chica sin un plan oculto y sin expectativas. Una mujer, no una policía. Una mujer que no supiera nada de las negras manchas que ensuciaban su expediente, que ni siquiera en ese momento intentara descubrir la mejor manera de proceder a fin de acercarme, de entrar y conseguir la información.
Porque ese era el quid de la cuestión: mujer contra policía. La mujer deseaba su tacto, su cuerpo. Deseaba sentir ese calor que él generaba dentro de mí.
La policía sabía que una vez que te follabas a un tío, corrías el riesgo de tener un punto ciego, sobre todo si ese tío ya se había metido en tu ser.
Tal vez hubiera estado usando la seducción como una herramienta, pero Tyler Sharp la había utilizado como arma, y me había dejado a la altura del betún. Había visto mi interior más allá de la fachada de deseo real y lo había retorcido. Lo había utilizado. Había asumido el control.
Dios mío, era un cliché con patas. La mujer fuerte que caía de rodillas ante un seductor con una polla dura.
Tal vez. Pero no tenía intención de perder de vista mi objetivo final. Había ido a Chicago para encontrar a Amy, y ahora mismo Tyler Sharp y el Destiny eran mi mejor punto de partida.
Conclusión: iba a quedarme. Cruzaría esa puerta, volvería a la fiesta, lo buscaría. Yo lo sabía y, por la forma en que Tyler me había mirado, él también lo sabía.
La fiesta estaba aún en todo su apogeo cuando regresé al salón. Normal, me dije, teniendo en cuenta que había estado ausente menos de media hora. Pero en ese tiempo el mundo había cambiado, y resultaba decepcionante volver allí y que todo estuviera exactamente igual.
Entonces vi a Tyler al otro lado del restaurante, lo vi mirándome. Vi el deseo en sus ojos.
«No —pensé—. Nada es lo mimo».
Se me ocurrió hacerme la tímida, pero no estaba segura de que él lo tolerara. Más aún, no deseaba hacerlo. Él había lanzado la pelota a mi tejado. Ahora era mi turno de devolvérsela.
Había entregado mi bolso al encargado del guardarropa contratado para la fiesta, de modo que pedí prestado un bolígrafo al barman y escribí una nota en una servilleta. La doblé y luego llamé a una de las camareras y se la di.
—Asegúrese de que la recibe él —le dije, señalando a Tyler.
La mujer me brindó una sonrisa cómplice.
—Hecho. Buena suerte.
—¿Pasando notitas en clase? —preguntó Kat, que se acercaba cuando la camarera se alejaba.
—Algo así.
—¿Te invito a otra copa de vino? —Alzó dos dedos a la vista del barman.
—Son gratis —le dije.
—No dejes que eso me reste generosidad. —Cogió las copas que el encargado de la barra le sirvió y me dio una—. ¡Por el éxito!
Kat alzó su copa y la entrechocó con la mía.
—¿El éxito? ¿En qué?
—En lo que narices fuera eso —replicó, señalando a la camarera que acababa de llegar junto a Tyler.
Observé mientras él cogía la nota, la desdoblaba y luego, muy despacio, levantaba la mirada para encontrarse con la mía. «Ahora», dijo moviendo los labios sin emitir sonido alguno, y esa sola palabra pareció llenarme, cálida y seductora.
—Bueno —apostilló en tono cantarín Kat—. Qué interesante.
Apenas la oí, pues me disponía ya a atravesar la estancia.
Tyler se encontró conmigo a medio camino; una pequeña concesión que me agradó más de lo que debería. Había esperado que prolongara ese jueguecito de poder y me hiciera ir hasta él. El hecho de que no lo hubiera hecho me provocó un cosquilleo bien diferente.
—Me he alegrado mucho al recibir tu nota —me dijo, sacándola del bolsillo. Desdobló la servilleta y leyó en voz alta—: «Quiero jugar». —Me miró—. ¿Estás segura?
—Estoy sorprendida. No pareces la clase de hombre que le dé una salida a una chica.
—Solo esta vez. —Me cogió la mano y la levantó de modo que la palma quedó hacia arriba. Pasó los dedos sobre ella muy despacio. Fue un simple roce, nada remotamente erótico, y sin embargo provocó un torbellino dentro de mí, haciendo que subiera mi temperatura y alimentando el deseo que ardía a fuego lento bajo la superficie desde que me había dejado en aquel pasillo—. ¿No vas a preguntar cuál es el juego? ¿Qué quiero? ¿Qué espero? —Se pegó a mí para susurrarme al oído—: ¿No quieres que te diga cómo voy a tocarte?
«Sí, sí», quise gritar. Quería saberlo. Quería estar preparada. Pero eso no era parte del juego; de eso estaba segura. Así que me mantuve en mis trece y negué despacio con la cabeza.
—Ya te lo he dicho; te deseo a ti. Ya está. Es cuanto necesito saber.
—Me alegra mucho oírlo. —Cogió un mechón rizado de mi pelo y lo enroscó alrededor de su dedo de forma despreocupada—. Así no he de desperdiciar un tiempo precioso contándote que tengo intención de desnudarte. Que planeo abrirte de piernas y luego saborear hasta el último delicioso centímetro de ti.
Me estremecí.
—No —murmuré—. No tienes que hacerlo. Pero si quieres contármelo, adelante.
Él rió de forma cálida, lleno de vida. Luego me cogió de la mano y comenzó a cruzar el salón tirando de mí.
—Tentador… Pero prefiero enseñártelo. Salgamos de aquí, ¿no te parece?
Dudé, pues de repente no estaba segura ante la realidad.
Tyler se detuvo y me miró a la cara.
—¿Has cambiado de parecer?
—Yo… No —respondí con demasiada rapidez, si la expresión arrogante de su rostro era un indicio de ello—. Solo estoy… nerviosa —reconocí.
Vi ternura en sus ojos cuando se acercó a mí; su proximidad me resultó tan tranquilizadora como inquietante.
—Algunos dicen que los nervios intensifican un momento de excitación.
Conseguí esbozar una sonrisa.
—No es posible —repliqué—. Mi cociente de excitación ha alcanzado su límite máximo.
—Cielo, siempre hay más. —Me rozó un brazo—. Conmigo… Ahora.
Emprendió el paso de nuevo y me puse a su lado.
—¡Tyler! —Una voz profunda gritó a nuestra espalda—. Espera un minuto, tío.
Tyler se detuvo y yo me encontré cogida de su mano mientras Cole August nos alcanzaba en tres largas zancadas.
—¿Qué pasa?
—Solo quiero confirmar que nos vemos mañana, ¿no es así?
—Desde luego —le dijo Tyler. Me miró—. Sloane, te presento a uno de mis socios, Cole August.
Le tendí la mano, que desapareció dentro de la manaza de Cole. A pesar del tamaño de aquel hombre, su contacto fue sorprendentemente delicado.
—No os entretengo. Estoy seguro de que Tyler tiene planes para ti.
Su expresión se mantuvo impasible, pero su tono traslucía algo oscuro, y cuando me soltó la mano no pude sacudirme la sensación de inquietud.
Me arrimé más a Tyler por instinto, aliviada cuando su brazo me rodeó.
—Entonces, te veo mañana —dijo Cole, desviando la atención a Tyler—. ¿Estás bien? —preguntó, y su mirada se posé en mí durante un fugaz instante.
—No podría estar mejor. Mañana hablamos.
—Voy a ver si pillo a Evan. —Se volvió hacia mí, y aunque su sonrisa era deslumbrante, sus ojos no revelaban nada—. Encantado de conocerte, Sloane.
Cole se marchó, dejándome un tanto confusa. Como si se me hubiera pasado por alto algún mensaje en clave entre ellos.
Pero entonces Tyler me cogió la mano y se la llevó a los labios. Me dio un beso en la palma, y a pesar de la ternura del gesto, provocó una convulsión extraña dentro de mí.
—Vamos —me dijo.
Me condujo hacia la salida, y solo nos detuvimos un instante en el guardarropa para recoger mi bolso. Una vez que estuvimos fuera del restaurante Palm Court, atravesamos el vestíbulo. Era precioso. Exquisitamente decorado sin ser pretencioso. Con el mobiliario justo. Cómodo y funcional a la par que elegante.
Apenas pude echar un vistazo al maldito lugar.
Tyler me llevó hacia la derecha y luego bajamos la escalera, en dirección a la entrada del hotel. En cuanto estuvimos fuera, con un gesto avisó al aparcacoches. Enseguida estuvo ante nosotros el impecable Lexus negro, y el mozo nos abrió la puerta.
Me indicó que entrara, y en cuanto lo hice apoyó una mano en el capó y se inclinó hacia mí. Deslizó una mano por mi nuca, entrelazando sus dedos en mis rizos, y me acercó a él para posar sus labios en los míos. Fue un beso tan intenso que me estremeció de arriba abajo, dejándome tensa y con el pulso acelerado.
—Tyler —musité cuando se apartó de mí suavemente.
Su mirada me hizo arder. Señaló con un cabeceo al chófer.
—Da a Red tu dirección y tu número de teléfono —me dijo—. Mañana. Estate preparada para mí.
Me quedé sin palabras; si me hubiera echado un cubo de agua fría, no me habría dejado más sorprendida.
—¿Me estás gastando una jodida broma, Tyler?
—Cariño, la anticipación es el más potente de los afrodisíacos.
—¿Ah, sí? —Le mostré el dedo corazón—. Pues anticipa esto.
Se echó a reír, que no era precisamente la reacción que yo esperaba, y su risa me resultó un pelín excesiva, soberbia.
—Oh, sí… —Su voz tenía el calor de un lento trago de whisky—. Verás como te jodo… yo también.
«Ay, ¡Virgen santísima!»
Todo mi cuerpo se estremeció, tanto de deseo como de frustración. Aun así, mantuve la maldita compostura.
—Eso querrías —le dije en tono casi amenazador—. Pero ¡acabas de echar a perder tu jodida oportunidad!
Acto seguido, antes de que Tyler o su chófer tuvieran tiempo de reaccionar, acerqué la mano al tirador de la maldita portezuela del Lexus y la cerré de golpe.