28

—¿No es lo más bonito que has visto en tu vida? —dijo Candy acunando a su hija recién nacida—. Mi pequeña y dulce Brianna.

—Es preciosa —dije de corazón mientras Amy asentía en silencio a mi lado, todavía algo débil aunque bastante mejor tras más de una semana de recuperación.

—Creí que no llegaría a conocerte —dijo Amy al tiempo que se agachaba para acariciar la cabecita de la pequeña. Se volvió para mirarme y percibí la gratitud en sus ojos, brillantes por la emoción.

—¿Quieres cogerla en brazos? —le preguntó Candy.

—¡Oh, sí!

—Traeré una silla —dije, y acerqué a la cama una de las cómodas butacas azules para las visitas.

Amy tomó a la niña y la sujetó como si fuera de cristal, luego empezó a cantarle en voz baja. Me quedé mirándolas y me volví para sonreír a Candy. Ella me indicó que me acercase con un gesto y me senté con cuidado en el borde de la cama.

—Y tú, ¿cómo te encuentras, mamá?

—Bien. Cansada. Aunque me da menos trabajo que Sam.

—¿Está contento con la nueva hermanita?

—En una nube. Jim se lo ha llevado a la tienda —añadió refiriéndose al barman con el que se había casado y que era el amor de su vida—. Va a comprarle a su hermanita un conejito de peluche. Y quizá también consiga algo para él —añadió guiñando un ojo.

—Me alegro —dije, dejándome llevar por el sentimentalismo que se respiraba en el ambiente. Al mismo tiempo intentaba no pensar en Tyler, algo que, teniendo en cuenta que ocupaba mi mente a todas horas, no me resultó nada fácil.

—Pues mírame a mí, en esta cómoda cama, con televisión, mi bebé recién nacida y rodeada de amigos y de personas que me cuidan. No puedo quejarme —dijo Candy—. ¿Y tú, cómo estás?

—Genial —respondí, y forcé una sonrisa animada.

—Echa de menos a Tyler —dijo Amy. La fulminé con la mirada, pero se limitó a sonreír a su vez—. Es la verdad. Cuando él nos trajo de vuelta en coche, el día que me dieron el alta en el hospital, vino a despedirse de nosotras. Fue muy romántico.

«Romántico, no —pensé—. Fue una verdadera tortura».

Yo me había marchado. Lo había dejado allí. Y aunque tenía la certeza de que era lo mejor, en ese momento me lo reprochaba, me abrumaban los recuerdos, la soledad y la sensación de pérdida.

Me acerqué a Candy, y les di a ella y a la niña dos besos rápidos.

—Volveré mañana, ¿vale? Tengo que irme pitando. Todavía estoy de servicio.

Era mentira, en realidad tenía el resto del día libre, pero deseaba largarme de allí. Aunque quería a Candy, necesitaba estar sola.

Había estado mucho tiempo sola. Sola y en silencio; había pasado por mi propia vida como un fantasma. Y aquella vida que antes me encantaba en ese momento se me antojaba vacía.

Media hora más tarde pensé que mi piso también parecía vacío mientras me acercaba a la ya conocida puerta de color azul. Suspiré e introduje la llave en la cerradura. Quizá debiera comprarme un hámster. Así al menos habría un ser vivo esperándome en casa al llegar.

Empecé a abrir la puerta y oí el golpe seco de un cajón que se cerraba.

«Mierda».

Me puse en alerta de inmediato. No estaba de servicio cuando había ido a visitar a Candy, pero seguía llevando la funda con la pistola por debajo de la fina chaqueta de lino. Me llevé la mano a la Glock y enseguida me sentí más aliviada al notar su peso entre mis dedos.

Eché un vistazo a mi alrededor y fui avanzando en silencio. Me topé cara a cara con Tyler.

Me invadieron un millón de emociones: alegría, confusión, incluso rabia porque, mientras yo estaba intentando olvidarlo con todas mis fuerzas, él se presentaba allí y ponía mi mundo patas arriba.

Sin embargo, lo que sentí con más intensidad fue amor.

Deseaba correr hacia él y lanzarme a sus brazos. Deseaba cubrirlo de besos. Deseaba acariciar hasta el último pliegue de su piel solo para comprobar que era real.

Sin embargo, no hice nada de eso. Me limité a dejar lentamente la pistola sobre la mesita de la entrada y lo miré.

—Maldita sea, Tyler, ¿y si te hubiese disparado? No puedes entrar así como así en las casas ajenas.

—No iba a quedarme esperándote en el rellano. —El tono de su voz era serio, aunque en su mirada afloró cierta simpatía.

Recorrió la corta distancia que nos separaba con tres largas zancadas y se quedó a solo unos centímetros de mí.

—Te he echado de menos —dijo, y la fuerza de esas palabras hizo que vibrara el aire que había entre ambos.

¡Por el amor de Dios, yo también lo había echado de menos! Había echado de menos su forma de mirarme. La forma en que nos compenetrábamos.

Miré al suelo.

—No empieces —dije—. No estás poniéndomelo fácil.

—No es mi intención —afirmó—. Ya te expliqué que esto no había terminado.

Me quedé allí plantada, con el corazón en un puño, intentando, sin éxito, dar con las palabras exactas.

—Te he traído algo —anunció, y sacó una cajita plana del bolsillo de su chaqueta. Movida por un impulso, alargué una mano para cogerla, pero él me lo impidió retirándola—. Hay una condición, Sloane.

—¿Cuál es?

—Que aceptes mi propuesta.

—Tyler…

—Te quiero, Sloane. Y ambos sabemos que siempre consigo lo que deseo.

Negué con la cabeza.

—Por favor, no puedo volver a pasar por esto. Es demasiado duro separarse de ti.

—Entonces no lo hagas.

Noté que los ojos se me arrasaban en lágrimas. Lo odiaba, lo odiaba por ponérmelo más difícil de lo que ya era.

—Cole, Evan y yo hemos hablado largo y tendido sobre BAS. Queremos legalizarla. Bueno —se corrigió—, vamos a abrir una nueva empresa. —Se encogió de hombros—. De investigación privada. Muy especializada. Hay muchas personas puteadas por el sistema. Nadie habría defendido a Emily de no haber sido por ti. Amy no habría conocido a su ahijada de no haber sido por ti.

Se me secó la boca y me humedecí los labios al tiempo que la verdad contenida en sus palabras hacía que me replanteara lo que el corazón me pedía.

—Puedes seguir siendo quien eres, Sloane. Pero no necesitas una placa. Aunque, claro está, si la necesitas… —Dejó la frase inacabada y me entregó la cajita.

La abrí y encontré una brillante estrella de sheriff de plata envuelta con papel de seda de color rosa, y, por primera vez en mucho tiempo, solté una carcajada.

—Ya te dije en una ocasión que siempre te daría lo que necesitaras. Por favor, Sloane, creo que ambos lo necesitamos. ¿Quieres trabajar con nosotros? ¿Te quedarás conmigo?

Miré la placa y acto seguido al hombre al que amaba, al hombre que me conocía de forma tan íntima y me amaba tanto a su vez.

Ese hombre había llegado hasta mí, tan sexy y deslumbrante, encantador e inteligente, y no solo me había dado una solución sino también una pequeña estrella de plata.

¿Cómo podía decir que no a eso?

No podía.

Por eso hice lo que debía hacer. Me lancé a sus brazos y lo besé.

Cuando me aparté, él me miró sonriendo.

—¿Eso es un sí?

—Sí —le dije con el corazón a punto de estallar de alegría—. Es un sí.

Volví a besarlo, y esa vez fue un beso apasionado y largo, un beso con el que celebraba todo aquello que había perdido y había reencontrado, un beso que contenía el pasado y la promesa de un futuro.

Ese beso me dejó sin aliento y me aflojó las rodillas.

—Tyler —susurré—, si no me haces el amor ahora mismo, tendré que detenerte.

Soltó una carcajada.

—En tal caso, detective… —Dejó la frase inacabada mientras me desnudaba con suma eficacia—. Dios mío, Sloane, te he echado tanto de menos… —dijo mientras sus manos recorrían hasta el último centímetro de mi anatomía.

—Sí —dije, porque no logré articular más que aquel sencillo pensamiento. Una sola palabra que, en cierta forma, expresaba lo que mi interior había añorado desde que había dejado a Tyler y todo lo que encontraba en él.

Me llevó hasta la cama, me tumbó con delicadeza y cubrió mi cuerpo con el suyo. Nuestros besos se tornaron salvajes y exigentes, sus manos me acariciaban con ternura llena de deseo.

—Eres mía —me susurró mientras me tocaba lentamente, provocándome.

—Sí…

Me arqueé para recibir más de cerca sus caricias. Estaba caliente y dispuesta, y cuando me rozó el labio inferior con el pulgar, me metí su dedo en la boca y lo chupé hasta que él soltó un gruñido grave de profunda satisfacción interior.

—Dentro de mí —pedí—. Te necesito dentro de mí. Necesito sentirnos unidos. Por favor, Tyler. Por favor, ahora.

—Te quiero, Sloane —dijo mientras yo separaba aún más las piernas y él me penetraba—. Te quiero —repitió mientras nos fundíamos en uno solo, de modo más profundo, más rápido, y esa suave tormenta aumentaba en fuerza e intensidad—. Ahora… —Parecía estar al borde del éxtasis—. Y para siempre —añadió, y se dejó ir dentro de mí.

Mi propia entrega fue como el crescendo de una sinfonía, que se intensificaba cada vez más hasta que llegaba a un punto culminante que no podía sobrepasarse y no había más alternativa que el estallido de color, luz y música.

Me abrazó con fuerza mientras recuperaba el aliento, y se acurrucó contra mi cuerpo.

—Te quiero, Tyler —dije—. Siempre te querré.

Lanzó un suspiro, un sonido lleno de calidez y placer, luego me acarició el hombro desnudo con los dedos.

—Tengo otra cosa para ti —anunció—. No me apetece moverme, pero quiero que la tengas ya. —Sonrió y se le marcó el hoyuelo—. No te vayas.

—Jamás, Tyler.

Abandonó la cama solo un instante y regresó con otro paquete envuelto. Ese era de color rojo, aunque el envoltorio no era tan profesional como el anterior. Me quedé mirándolo.

—¿Lo has envuelto tú?

Encogió un hombro, como disculpándose.

Entrecerré los ojos y saqué una tarjeta; lo miré con cara de no entender nada.

—La tarjeta dice que es un regalo mío para ti.

—Sí —afirmó—. Así es.

—¿Yo te hago este regalo? ¿Esta cosa misteriosa que no he visto antes?

—Eso es —dijo Tyler, y alargó una mano para recibirlo.

Con una risa de confusión, le entregué el paquete. A juzgar por su expresión, estuve a punto de creer que él tampoco tenía ni idea de lo que era.

—Venga —lo animé siguiéndole la corriente—. Ábrelo.

Tyler rompió el papel y destapó la caja. Luego la inclinó poco a poco para enseñarme lo que había en su interior.

—El reloj de Jahn —susurré al tiempo que lo sacaba del envoltorio y me llevaba a la oreja la maquinaria ya en funcionamiento—. Lo has arreglado —afirmé.

—No —dijo con tono amoroso—. Tú lo has arreglado.

Pestañeé para contener las lágrimas, embargada por la emoción y por el simbolismo del objeto. Sacudí la cabeza y sonreí con serenidad.

—Lo hemos arreglado juntos —dije.

—Sí —admitió—. Lo hemos hecho juntos.

Tyler se puso el reloj abrochándose la correa a la muñeca con un gesto prácticamente reverencial.

—Vamos a formar un equipo cojonudo —dije.

Me acercó a él y me envolvió entre sus brazos.

—Cariño, ya somos un equipo cojonudo.