27

—Quédate.

Estábamos en Grant Park, paseando entre las piernas que componían el grupo escultórico Ágora, y me sentía tan perdida como sus pasos sin rumbo.

Tyler me cogió del brazo para que me detuviese.

—Quédate —repitió—. Te quiero, Sloane Watson. No deseo perderte. —Me tomó la cara con una mano—. Una vez te dije que siempre conseguía lo que deseaba. Y lo que deseo eres tú. No me hagas quedar como un mentiroso.

Conseguí esbozar la más tímida de las sonrisas.

—Yo también te quiero —dije—. Pero amo mi trabajo. Y quizá tuvieras razón cuando aseguraste que me metí en este mundo, en parte, para castigarme, para usar las normas, las leyes y todo el estricto procedimiento como una celda en la que encerrarme por lo que hice. No lo sé, aunque no importa.

—Claro que importa —dijo él.

Pero yo negué con la cabeza.

—No, porque, sin importar por qué me haya convertido en policía, creo en lo que hago. Deseo hacer justicia para las personas a las que han dañado.

Inspiré para relajarme y luego reconocí la terrible verdad.

—Tienes razón, Tyler. Podría sobrepasar los límites. Podría manipular las normas. Y, sí, podría saltarme algunas de ellas. Dios sabe que lo he intentado. Pero no podría decir que he jurado ser agente de la ley cuando el hombre con el que comparto la cama la viola a la mínima de cambio. Y no para salvar a chicas, sino para ganar dinero.

—Sloane…

Le puse un dedo en los labios. Percibí la angustia en su voz, pero debía seguir adelante, porque si no acababa con aquello, temía arrepentirme de la decisión. Y no podía hacerlo. En la medida en que él y yo habíamos hecho lo que hicimos, aquella era la decisión correcta. Era la única decisión posible.

Al fin y al cabo, creo que ambos lo sabíamos.

—Por favor —dije—. Déjame terminar. Te quiero. Dios mío, te quiero hasta un extremo que jamás habría creído posible. Y guardaré tus secretos hasta el día en que me muera. Pero si seguimos juntos, si somos la policía y el delincuente, y vivo esa mentira, me irá pasando factura hasta que deje de ser la mujer a la que amas.

—Entonces no sigas viviendo así —dijo—. Renuncia.

—Sabes que no puedo. Es lo que soy. Dices que me quieres, y sé que es cierto. Pero, Tyler, tú me entiendes mejor que nadie, así que sabes que tengo razón. Sabes que esto es lo que soy.

Conseguí esbozar una sonrisa, débil y un tanto triste.

—Por eso yo tampoco puedo pedirte que lo dejes. Eres como eres, no estoy enamorada de una versión pulida de ti mismo. Y sí que te quiero. Con locura. Sin remedio.

—Me partes el corazón. Antes de conocerte, jamás pensé que fuera posible.

—Lo siento —dije, mientras me caía una lágrima por la mejilla—. Pero debo marcharme. Debo volver a casa.

Antes de poder detenerlo, me abrazó con fuerza y me plantó un beso en los labios, tierno aunque apasionado. Posesivo, aunque cariñoso.

Cuando se apartó, percibí el ya conocido fuego en sus ojos de gélido color azul.

—Quiero decir algo y quiero que me escuches, que me escuches con atención, ¿vale?

Asentí en silencio.

—Tienes razón, Sloane. Te veo. Veo cómo eres, tanto lo bueno como lo malo que hay en ti, y tu valentía y tu audacia. Veo a una mujer que lucha por lo que es correcto. Y, cariño, no necesitas una placa de poli para seguir haciéndolo. —Tyler me cogió una mano y depositó un beso en la palma—. Quizá esto sea una despedida —añadió—, pero no es el fin.