—Café con leche en vaso grande, ¿verdad? —me preguntó la dependienta del Starbucks, y yo torcí el gesto ligeramente.
—Debería reducir la dosis —dije—. Pero, sí.
Pagué y me puse a un lado para esperar mi café. Mientras lo hacía se me acercó Kevin.
—Tengo que hablar contigo —dijo.
Me lo quedé mirando boquiabierta.
—Pero ¿qué narices haces aquí? ¿Has estado siguiéndome?
—Dame dos minutos.
—Dios, Kevin. Esto se te va de las manos.
—No —dijo, y me entregó un sobre—. Es todo lo que tengo sobre ellos, una lista detallada de los asuntos turbios en los que creo que están implicados.
Se me desbocó el corazón por el temor creciente a que Tyler —a que los Tres Caballeros Guardianes— estuvieran metidos en un lío. Me esforcé por mantenerme tranquila, para no permitir que Kevin percibiera mi reacción, o para que, en caso contrario, creyera que era por la emoción de estar a punto de pillarlos.
—Está bien —dije—. Le echaré un vistazo.
Y así lo haría. Con detenimiento y en compañía de Tyler. Y si por algún motivo existía el riesgo de que los culparan de algo, podrían usar la lista de Kevin como plan de acción para librarse de la cárcel.
Tyler no estaba en el Destiny cuando llegué, así que dejé el sobre en el primer cajón del escritorio y fui a prepararme para mi turno.
Me había puesto ya los pantalones cortos y estaba a punto de comenzar cuando Cole me agarró del brazo.
—¿Qué coño pasa contigo, Sloane?
—¿Cómo dices?
—Tyler es un buen tío. Él confía en ti y, por lo tanto, nosotros también lo hemos hecho. Pero, guapa, a ninguno de nosotros le gustan los jueguecitos, ¡joder! A Tyler menos que a nadie.
Tiré de mi brazo para zafarme de Cole.
—¿De qué me hablas?
No tenía ni idea de qué había provocado esa reacción de Cole, pero estaba claro que tenía una enorme capacidad de autocontrol a tenor de lo amable que había estado conmigo en el apartamento de Evan y Angie hacía poco. En ese momento, sin embargo, habría sido capaz quizá de traspasarme de un puñetazo tal como había hecho con la pared del hospital donde se hallaba Lizzy.
No sabía si alguno de los tres habría matado a alguien, pero estaba segura de que Cole era capaz de hacerlo.
—Tú ve con cuidado —me dijo y luego se marchó.
—¡Cole!
Se volvió con el dedo levantado y una expresión tan tensa que supe que estaba conteniendo un acceso de rabia.
A continuación se volvió de nuevo y apretó el paso para marcharse.
No fui capaz de decidir si estaba enfadada porque no me había contado cuál era el problema o aliviada porque no me hubiera dado un puñetazo.
Necesitaba aclarar todo aquello con Tyler, y como sabía que había llegado al Destiny haría alrededor de media hora corrí a su despacho y empujé la puerta.
—¿Qué narices pasa con Cole?
La sombría expresión de Tyler me impidió continuar.
—¿Qué narices pasa con Cole? —repitió. Se puso en pie, hecho una furia—. Di más bien qué narices pasa contigo, Sloane.
—¡Dios mío…! ¿Tú también, Tyler? —Estaba confusa y dolida—. ¿De qué me estás hablando?
—Cole te vio —dijo—. ¿Trabajas con Kevin Warner, con ese maldito cerdo? Confiaba en ti. Mierda, Sloane, te amaba. ¿Cómo coño has podido…?
—¡Hijo de puta! —Estaba cabreada, y hablé con voz grave, ronca y cortante—. ¡Maldito hijo de puta! ¿De verdad crees que podría traicionarte? ¿Afirmas que trabajo con Kevin? Es él quien no ha parado de acosarme, Tyler. Pretende ventilar tus trapos sucios. Y lo único que he hecho ha sido decirle que estás limpio. Joder, me la he jugado para convencerlo.
Me dirigí con paso firme hacia su escritorio y abrí de golpe el cajón. Saqué el sobre y se lo planté delante de las narices.
—Toma. Esto es lo que Kevin tiene sobre ti. Se me ocurrió que podría interesarte por si querías limpiar la maldita mierda en la que te has metido. ¡Joder! —Estampé un puño sobre la mesa—. No soy Amanda, Tyler. No he ido corriendo a buscar a la policía. No te he traicionado.
Sin embargo, no podía quedarme y, sin volver la vista atrás, salí de la habitación a toda prisa, cogí mi bolso del armario del camerino y regresé al Drake sin molestarme siquiera en cambiarme de ropa.
Los pantalones cortos y el corpiño con forma de sujetador captaron algunas miradas, pero apenas reparé en ellas; seguía estando demasiado furiosa.
Pero cuando me hallé en la habitación del hotel sacando del cajón la ropa de deporte me di cuenta de lo irónico de la situación. Había ido hasta allí. Al Drake.
Estaba cabreada y quería ir a casa. Y para mí ir a casa era ir al lugar que compartía con Tyler.
¿No era eso estar jodida?
Me puse unas mallas y un sujetador de deporte, y llamé a recepción para que me dieran la dirección del gimnasio más próximo. Resultó que en la décima planta había uno. Lo encontré enseguida y me sentí aliviada al ver un saco de boxeo.
Me vendé las manos a toda prisa, me puse unos guantes y empecé a aporrear el saco con todas mis fuerzas. Un hombre delgaducho con auriculares corría en la cinta y, de vez en cuando, me echaba una miradita de preocupación. Y no me sorprende. Si ese saco hubiera sido una persona, habría muerto, varias veces.
No estoy segura de cuánto tiempo estuve torturando al saco antes de que la puerta se abriera y entrara Tyler. Lo vi acercándose hacia mí por el espejo, pero no me volví. Todavía no me había desfogado.
—¿Quieres darme a mí también un par de puñetazos?
—¡Sí, joder!
—Tenemos que hablar, Sloane.
—En realidad, no.
Tyler se acercó más, alargó una mano y sujetó el saco para mantenerlo inmóvil.
—Podemos hablar aquí, con público, o volver a la suite. Pero hablar, vamos a hablar.
—Vale. —Me dirigí hacia la puerta y esperé a que él la abriera, porque yo seguía con los guantes puestos.
Los miró mientras íbamos por el pasillo.
—¿Estás pensando en pegarme?
—Depende de lo que digas.
—Voy a disculparme —anunció, y sentí un tremendo alivio—. Quizá también me humille un poco.
Me crucé de brazos y agaché la cabeza mientras Tyler abría la puerta de la suite.
—Pensándolo bien, sí. No estaría mal que te humillaras un poco.
—Lo siento —dijo una vez más en cuanto se hubo cerrado la puerta a nuestro paso—. Lo nuestro… Lo deseo con toda mi alma, pero también me asusta. Ya te lo he dicho, me cuesta confiar en la gente. Y cuando Cole me contó lo que había visto, fue como revivir lo de Amanda. La he cagado.
—Desde luego que sí. —Tiré de los guantes con los dientes para quitármelos e inspiré con fuerza para relajarme—. La confianza debe ser mutua. No confiabas en Amanda porque te traicionó. Pero ella tampoco confiaba en ti. No te creía capaz de arreglártelas solo.
»Y además, en general, a mí también me cuesta confiar en la gente —aclaré mientras me quitaba la venda adhesiva de las manos—. Pero confío en ti, Tyler. Quizá no esté de acuerdo con lo que haces, pero confío en ti.
—Yo también confío en ti —afirmó—. De verdad. A pesar de mi gran cagada.
Lo miré con el corazón encogido. Aquel hombre lo era todo para mí, se había convertido en mi mundo. Y quería… necesitaba saber cuán profunda y sincera era esa confianza.
—Ya lo sé —dije. Poco a poco, de manera significativa le entregué la cinta adhesiva—. Te quiero, Tyler, y confío en ti más que en nadie. Necesito que lo sepas para que entiendas esto.
Ladeó la cabeza, sin duda no estaba muy convencido.
—Sloane. ¿Estás segura?
—Es lo que deseo —dije—. Durante todos estos años solo he podido pensar en una cosa. Él la maltrataba. Le pegaba. Quiero dejar de pensar en eso. Te deseo. Átame, Tyler. Átame y hazme el amor, y haz que olvide esa pesadilla.
Me levantó en brazos como si no pesara nada, me llevó hasta la habitación y me depositó con delicadeza sobre la cama. Se colocó a mi lado, se inclinó y me besó. Lo hizo con ternura y amabilidad hasta que el beso se tornó prácticamente un castigo.
—Te deseo —dijo—. Te necesito.
—Lo sé. —Lo abracé con más fuerza, lo apretujé porque deseaba más besos, más intensos y apasionados—. Yo también te necesito.
—Tenía miedo, Sloane. Por un momento temí haberte perdido.
—Eso nunca, Tyler —confesé con voz trémula.
Me quitó el sujetador de deporte con parsimonia y se metió mis pechos en la boca, primero uno y luego otro, y empezó a chuparlos hasta que sentí que esas descargas eléctricas me recorrían hasta el sexo. Arqueé el cuerpo porque deseaba más. Más de él. De sus caricias, de todo su ser.
—Incorpórate —dijo—. Y échate hacia atrás.
Lo hice y acabé sentada sobre una almohada que Tyler había colocado contra el cabecero de hierro forjado.
—Cruza las muñecas apoyándolas sobre uno de los barrotes —ordenó.
Dudé un instante. Imaginé que iba a atarme con un brazo a cada lado.
—Tranquila —dijo, como si hubiera intuido mis reticencias—. Te gustará. Nos gustará a ambos.
Asentí en silencio y obedecí. Inspiré con fuerza para mantener a los fantasmas a raya.
—¿Estás bien? —me preguntó en cuanto tuve las manos atadas a la espalda.
—Sí —respondí, sorprendida por la autenticidad de mi afirmación. Levanté la cabeza para recibir un beso—. Hasta ahora me siento bien. Más que bien.
La verdad era que estaba empezando a excitarme. Maniatada allí, a punto de que Tyler me poseyera. Y yo me entregaría por completo, me rendiría.
Debería haberme sentido aterrorizada. Debería haberme retorcido en un desesperado intento de liberarme.
Debería haber dado a Tyler una patada en los huevos.
Sin embargo, hice todo lo contrario. Estaba deseando ver qué ocurriría con una intensa expectación. Y todo porque confiaba en aquel hombre.
Me dio la espalda y se alejó de mí para ir a abrir el último cajón de la cómoda. Cuando volvió llevaba dos cabos de cuerda roja en las manos.
Fruncí el ceño.
—No sé si alegrarme de que tengas experiencia en esto o si cabrearme por no ser la primera mujer con quien lo haces.
Tyler se sentó a mi lado y me besó con delicadeza mientras jugueteaba con mis pechos tocándomelos con los dedos. Fue un momento íntimo y natural, y me recordó, más que nunca en ese instante, que realmente era suya y que podía hacer conmigo cuanto deseara.
—Eres la primera —dijo con voz grave y seductora—. La primera. Y la única.
—Tyler…
—Lo sé —dijo—. Sé que esto no puede durar. Ya me lo has dejado claro, y lo he entendido. Pero eso no cambia la realidad. Te quiero, Sloane —me dijo mientras me quitaba las mallas—. Y siempre será así. Ahora acércate las rodillas al pecho —ordenó con un repentino cambio de tono.
Me mordí el labio superior, pero obedecí. Contuve la respiración cuando me rodeó con la cuerda la pierna izquierda, justo por debajo de la rodilla, de forma que me ató el tobillo al muslo. Luego agarró el cabo suelto y lo enrolló al cabecero, junto a mi mano; tiró con fuerza para tensarlo, de forma que me quedó la pierna en alto, la rodilla contra el pecho y el sexo totalmente expuesto.
Me rozó la vulva con los dedos.
—Tienes el coñito empapado, Sloane. Creo que has tenido pensamientos impuros.
—Muy impuros —afirmé.
—¿Como cuáles?
—Como que me gusta esto —susurré, mientras él me penetraba con los dedos hasta el fondo—. Que me gusta estar a tu merced. —Me esforzaba por vocalizar a pesar de las ganas que tenía de lanzar un profundo suspiro de placer—. Que me gusta saber que soy tuya. Y no saber qué va a ocurrir a continuación.
—Bien. Muy bien —dijo, y luego repitió el mismo proceso con mi otra pierna—. Perfecto —comentó al acabar su trabajo—. Ahora cierra los ojos.
Lo hice, y me sobresalté cuando me agarró por las rodillas, me levantó solo un poco y me azotó en el culo.
—No es la mejor postura para esto —dijo—. Pero recuerdo que a la señora le gustaba la sensación. Me pregunto hasta dónde querrá llegar.
—Muy lejos —murmuré—. Hasta el final —aseguré, y Tyler soltó una carcajada.
—Pues hasta el final será. —Y volvió a azotarme, no el culo sino el sexo.
Solté un grito, pues la sensación me resultó desconocida y extraña, aunque excitante al mismo tiempo. Y cuando volvió a hacerlo todavía me escocía la primera palmada, por lo que tenía el clítoris tan sensible que habría bastado un soplo de aire para que me corriera.
—Qué tierno —murmuró.
Abrí los ojos para ver cómo aproximaba su boca a mi sexo, y esa simple visión me hizo estremecer por la necesidad de tenerlo dentro.
Tyler se entregó a mí, primero con la lengua, metiéndomela tan profundamente que me arqueé hasta donde me dejaron las ataduras y luego me plegué contra su cuerpo, exigiéndole más en silencio.
Me dio más, ascendió con sus labios hasta mis pechos mientras iba jugueteando y atormentándome el sexo con sus caricias, con lo que proyectaba en mí sensaciones crecientes que me recorrían todo el cuerpo. Deseaba retorcerme, agitarme, pero apenas podía moverme, lo cual acrecentaba la tortura, y me sentí abrumada por el placer, segura de no poder contenerme más.
—Estoy a punto —dije—. ¡Oh, Dios, Tyler, te deseo dentro de mí! ¡Por favor, quiero sentirte dentro cuando me corra!
Se desnudó a toda prisa y se arrodilló entre mis piernas. Me levantó ligeramente con una mano mientras se sujetaba la polla con la otra y me la colocaba justo sobre el sexo.
—¡Sí!
El placer era tan intenso que creí que me correría en ese mismo instante. Tyler me sujetó las piernas y me penetró.
—Mírame —me ordenó—. No cierres los ojos.
Así lo hice, hipnotizada por la forma en que entraba y salía de mi cuerpo. Desesperada cuando vi que retiraba una mano de mi pierna y empezaba a atormentarme el clítoris, lo cual me propulsó con más fuerza aún hacia el éxtasis.
—Estás a punto —dijo—. Puedo notar la tensión en tu cuerpo. Siento que vas a correrte. Venga, nena, vamos a acabar al mismo tiempo.
El timbre de su voz me condujo hasta el abismo.
—¡Ahora, Sloane, ahora! —gritó, y yo estallé con él y me elevé hasta el cielo a pesar de que estaba fuertemente atada a la cama.
Me estremecí durante un instante que se me antojó eterno, y Tyler me dejó así, mientras iba paseando los dedos por mi anatomía como si deseara extraer de mí hasta la última gota de placer.
—Quédate conmigo —murmuró mientras me tocaba de esa forma tan íntima—. No vuelvas a Indiana. —Me acarició la mejilla, me besó en los labios, me rozó el sexo—. Quédate.
Cerré los ojos y deseé que las cosas fueran distintas.
—Quiero quedarme. Tyler, créeme. Pero no puedo, soy policía. No puedo dejarlo. Es parte de mi vida. Ya lo sabes.
—Pues sé policía en Chicago. O en alguna empresa de seguridad privada. Joder, podrías trabajar para BAS.
Me reí.
—¿Porque es una empresa en crecimiento?
—Yo solo quiero que te quedes. Por el momento, no me importa cómo lo consigas.
Incliné la cabeza y me miré los brazos, todavía atados por detrás de mí. Luego me miré las piernas, abiertas de par en par, y su mano acariciándome.
—Ahora mismo podrías obligarme.
—Resulta tentador —dijo—. Muy tentador.
—Ya sabes que esto de la confianza debe ser mutuo. Quizá yo también debería atarte.
Su sonrisa fue maliciosa y lasciva.
—Quizá debieras hacerlo. Creo que me gustaría estar a tu merced.
Cuando se acercaba para desatarme, sonó mi móvil.
—¡Maldita sea! —espeté—. Conecta el buzón de voz.
Tyler cogió el teléfono y vi que dudaba.
—Es tu padre. ¿Quieres contestar?
—Pon el manos libres —dije, ya que no podía sujetar el móvil—. Quizá sea importante.
Tyler puso el teléfono sobre la cama.
—Hola, papá. Oye, no es un buen momento. Me pillas bastante liada.
Todavía a mi lado, Tyler puso cara de circunstancias.
—No te entretendré. Pero quería informarte de que he tenido noticias de mi amigo, el del Departamento de Policía de Las Vegas. Amy estaba citada a declarar. Por prostitución.
Miré a Tyler a los ojos.
—¡Mierda! Gracias por contármelo.
—Espera, Sloane; hay algo más. Alguien había contratado sus servicios. Pedí a mi amigo que comparase la foto de la ficha policial con el carnet de la chica. Cielo, no coinciden.
—Repítelo.
—Alguien estaba suplantando la identidad de Amy.
«Mierda, mierda y más mierda».
Tuve un mal presentimiento. Un presentimiento muy malo.
—Papá, tengo que colgar. —Dirigí la cabeza hacia el teléfono y Tyler colgó—. Desátame —le dije a toda prisa—. Desátame ya.
—¿Qué ocurre?
—No estoy segura.
Me senté en la cama y me pasé los dedos por el cabello.
—¡Mierda! Algo no encaja, y tengo la sensación de que la clave de todo este lío es Las Vegas.
—Amy no está allí, ¿es eso?
Miré a los ojos a Tyler al tiempo que una palabra brotaba de mi boca:
—Emily.
Tyler se volvió hacia mí.
—Rebobina, Sloane. Dime, ¿qué es lo que te pasa por la cabeza?
Me puse de pie y comencé a recorrer la habitación para centrar mis pensamientos.
—No creo que Amy fuera a Las Vegas. Jamás estuvo allí.
—De acuerdo…
Alcé una mano para pedir a Tyler que guardara silencio; necesitaba que no me interrumpiera. Proseguí.
—Se supone que Emily fue a Las Vegas, pero lo cierto es que fue hallada muerta aquí, en Chicago. Y creemos que Amy está en Las Vegas, aunque no hemos tenido noticias suyas.
—Pero Darcy recibió una postal suya —objetó Tyler—. Y me contaste que llamó a Candy.
—La postal no tenía remitente, y la llamada no fue directa sino un mensaje en el buzón de voz de Candy. Además, se equivocó en el mes…
Tyler frunció el ceño.
—¿Qué es eso de que se equivocó en el mes?
—Aguarda, he de comprobar algo antes de explicártelo.
Cogí mi smartphone e hice una búsqueda a través de Google para averiguar más cosas sobre el aceite POE. Supe que se usaba como refrigerante para varios aparatos y máquinas.
—¡Joder! ¡Joder, joder…!
—Ponme al día, Sloane.
—Llama a Shappire. Tienes el número de su móvil, ¿no?
Tyler marcó el número y conectó el manos libres. Mientras lo hacía, comencé a explicarme.
—Si mi corazonada es correcta, no fue Amy quien envió la postal sino otra persona. Y la llamada se hizo desde un número oculto. Y Amy tenía una voz horrible, por lo que me contó Candy. Además, le dijo que la vería el mes que viene. Amy sabe cuándo sale de cuentas. No sería capaz de no llegar a tiempo para el nacimiento del bebé de Candy. Dijo otra fecha a propósito. Intentaba enviarnos un mensaje, y yo no lo pillé, ¡joder! ¡Sapphire! —exclamé en cuanto ella descolgó el teléfono.
—Hola. —Sapphire parecía confundida—. ¿Tyler…?
—Soy Sloane, aunque te hablo desde su móvil —aclaré—. Oye, ¿sabes quién había ofrecido a Emily el trabajo que finalmente rechazó para irse a Las Vegas?
—Mmm, sí. Fue Charley el Grandullón, ese tío agradable y tranquilo que…
—Lo conozco. Gracias. —Y colgué.
El semblante de Tyler me indicó que había llegado a la misma conclusión que yo.
—¡El aceite refrigerante! —exclamó—. Ese tipo está en el negocio de las máquinas expendedoras de refrescos. Y ofreció trabajo a Emily y a Amy.
—Y a Lizzy también —añadí.
Ya había empezado a vestirme; Tyler también.
—¿Dices que ofreció un trabajo a Lizzy?
—Al principio no le di importancia cuando ella me lo contó —dije mientras me dirigía al cuarto de baño—. Comentó que debería haber aceptado esa oferta… en el negocio de las máquinas de refrescos.
—Las tres son rubias y llevan flequillo —reflexionó Tyler.
—Cojamos mi coche —dije mientras esperábamos el ascensor. Quería mi pistola.
Tyler se puso al volante porque sabía dónde estaba la oficina de Charley el Grandullón, pero también porque él se defendía mejor que yo en el infernal tráfico de Chicago.
—Amy está viva, seguro —dije—. O lo estaba hace muy poco. —Di una patada al salpicadero—. Ese Charley hizo que Amy llamara a Candy después de que hablé con él en el club. ¡Qué huevos tiene ese cabrón!
—¿Y qué hacemos ahora?
Saqué mi Glock de la guantera y revisé el cargador. Quité el seguro y el proyectil quedó alojado en la recámara.
—No podemos conseguir una orden de registro. No soy policía de Chicago y, de todas formas, no hay tiempo. Así que vamos a ir a su oficina y le preguntaremos educadamente dónde está Amy.
—¿Y si no nos lo dice?
Intercambiamos una mirada.
—Entonces nos pondremos desagradables.
El almacén de Charley estaba cerca del Destiny, y Tyler nos condujo hasta allí a la velocidad de la luz.
—Yo llevo la pistola —dije—. Así que cuando la cosa se ponga fea, ponte detrás de mí.
—De haber sabido qué planes teníamos, también estaría armado.
Me quedé mirándolo y luego negué con la cabeza. Debí suponer que tendría un arma guardada en algún sitio.
—Ahora no hay tiempo para ir a buscar un arma. Vamos a actuar como si fuera un día de trabajo cualquiera. ¿De acuerdo?
—Sé qué hacer —dijo Tyler.
Había un timbre en la puerta del almacén y Tyler lo pulsó. Me sentí aliviada cuando Charley el Grandullón en persona respondió por el interfono. Había imaginado que tendría que tratar con miembros de su personal. Aunque quizá hubiera sido solo un golpe de suerte.
—Oye, Charley, soy Tyler Sharp. Tengo una propuesta que hacerte.
—¿Sí? ¿De qué tipo?
—Del tipo que no quiero contarte a gritos por el interfono. Ábreme.
Se hizo un silencio y la puerta se abrió con un clic. Entramos en un almacén que parecía un laberinto construido con máquinas expendedoras. Tyler ya había estado en aquel lugar, y me guió desde la entrada hasta el rincón más apartado y cochambroso, donde se encontraba la oficina con puerta de contrachapado.
En su interior, Charley estaba sentado detrás de un escritorio también de contrachapado. Miré a Tyler con el deseo de que pudiera leerme el pensamiento. Quería que Charley saliera de detrás de ese escritorio, porque no sabía qué podía tener oculto debajo.
Tyler se sentó en un sofá que estaba hecho polvo y sacó su móvil.
—Tengo un nuevo negocio en marcha —dijo dando golpecitos a la pantalla del teléfono—. Acércate. Guardo aquí fotos y más detalles. Podría darnos mucha pasta.
Charley entrecerró los ojos y me miró.
—No te preocupes por ella —dijo Tyler—. No dirá una palabra. ¿A que no, nena?
—No, señor.
Charley enarcó las cejas y se sentó junto a Tyler en el sofá.
—Vale, ¿qué tienes?
—Amy Dawson. Emily Bennett —dije mirándolo a la cara—. No se trata de lo que nosotros tengamos, sino de lo que tú tienes.
—No sé de qué coño estás hablando —espetó, aunque su expresión lo delató.
—Maldita sea, ¿dónde están? —Le apunté al pecho con la Glock—. ¿Dónde están?
—Ya te lo he dicho, no sé de qué coño estás hablando.
—Buscaré unas llaves. Algo —dijo Tyler mientras se dirigía a la mesa. Luego añadió—: No veo llaves, pero esto es interesante.
Levantó una Beretta de nueve milímetros y se dirigió hacia mí.
—Tyler…
—¿Sabes, Charley? Todo este asunto es mucho más personal para mí que para esta señorita, y puedo ser mucho más convincente que ella.
—Que te den.
—Ya sabía que ibas a decir eso.
Tyler disparó a aquel hijo de puta en una rodilla, y la detonación me retumbó en los oídos.
—¿Dónde? —insistió Tyler, y su voz sonó como si hablara desde el interior de un túnel—. Dímelo ya o te destrozo la otra rodilla.
—En la cámara de seguridad —dijo Charley—. Al fondo del almacén.
—Tráelo —dije a Tyler mientras me dirigía hacia la puerta—. Seguramente tendrá una cerradura con combinación.
Tyler empujó a Charley, todavía sentado en la silla con ruedas del despacho, y cruzamos a toda prisa el almacén, con el puto cabrón llorando y gritando por lo mucho que le dolía el balazo.
—Sí, supongo que Emily Bennett tampoco debió de sentirse muy bien. Y si Amy está muerta, tú no volverás a sentirte bien en la vida.
Llegamos a la puerta de la cámara de seguridad y, como era de esperar, estaba cerrada con un candado de seguridad. Tyler y su nueva Beretta lograron convencer a Charley para que cantara la clave secreta.
Abrimos la puerta de golpe.
—¡Amy! ¡Amy, soy Sloane! —grité.
Entré hasta el final, por si acaso, pero no había nadie más. No era una operación de trata de blancas. Se trataba de la obra de un hijo de puta pervertido.
—¿Sloane?
Apenas la oí porque Amy habló con un hilo de voz y a mí todavía me retumbaban los oídos. Pero en cuanto reconocí aquel murmullo atravesé corriendo la pequeña estancia y la encontré metida en una jaula para perros, oculta bajo una manta acolchada de las que se usan en las mudanzas.
Mientras Tyler registraba el resto de la habitación para asegurarse de que no había otras chicas, yo abrí la jaula.
—Vamos, cariño. Ya ha terminado todo. Ahora estás a salvo.
La envolví con la manta acolchada para mantenerla caliente a pesar del impacto psicológico. Amy retrocedió hasta el rincón más alejado de Charley.
—¿Cómo se apellida este hijo de puta? —pregunté a Tyler.
—Dodd.
—Charles Dodd, queda usted detenido por el asesinato de Emily Bennett y el intento de asesinato de Amy Dawson. Tiene derecho a permanecer en silencio —empecé a decir, luego terminé de leerle sus derechos. No era policía de Chicago. Pero en ese momento estaba actuando como tal.
—No vas a detenerme —dijo Charley.
—Pues a mí me parece que ya lo he hecho.
—No si estás con él. Porque tengo muchísima documentación sobre Tyler y sus colegas. Muchísimos papeles. He sido cuidadoso en ese sentido. He tenido la precaución de guardar archivos, de tomar notas. Lo tengo todo por escrito. Y me encanta compartir.
Se me hizo un nudo en la boca del estómago y sentí que la bilis me subía por la garganta. Sabía perfectamente qué significaba aquello. Charley era un asesino, pero propondría un trato. Porque los Caballeros Guardianes eran un caramelo mucho más apetecible que él para que la policía local y el FBI se colgaran una medalla. A Charley le caería una condena mínima, y estaría en la calle tres años después. Y los Caballeros Guardianes acabarían encerrados en una prisión de mínima seguridad el resto de sus días.
«Mierda. Mierda, joder, mierda».
—Oh, sí. La señorita ya sabe a qué me refiero —dijo canturreando Charley.
Sin embargo, había una solución.
Levanté la Glock. Ya lo había hecho con Grier, y ese tipo era igual de diabólico que él, si no más. Podía hacerlo. Lo borraría del mapa y salvaría a Tyler, ya que no había logrado salvar a mi madre.
Empecé a apretar el gatillo, y me detuve solo cuando escuché a Tyler decir con firmeza: —No.
—Es la única salida. Tiene razón. Os caerá una condena de por vida. A los tres.
—En todo momento hemos sabido que corríamos ese riesgo —dijo Tyler—. No me gusta perder, pero siempre que juegas cabe esa posibilidad. Forma parte de la emoción.
Empezaron a brotarme las lágrimas.
—Déjame hacerlo. Déjame hacerlo para que puedas quedarte conmigo.
—¿Y acabar destruyéndote en el proceso? ¿Crees que no sé qué precio has pagado por lo de Grier? No pienso permitir que añadas más sufrimiento al que ya has vivido. Sloane —me pidió con dulzura—, baja la pistola. Llama a la policía. Ocurrirá lo que tenga que ocurrir.
Poco a poco fui bajando el arma. Y supe, en ese instante, que jamás amaría a nadie más de lo que amaba a aquel hombre increíblemente valiente.
—Oh, sí, justo lo que yo decía —se burló Charley—. Así está bien, ¿a que sí, Amy, cariño? Es una de mis favoritas, y he tenido a muchas. Son tan guapas… Luego se quedan todas en los huesos y son solo mías. Les dejo que me coman las botas. Que me las lustren con la lengua. Les dejo que me la chupen si son buenas. No me las tiro, eso no lo hago. Pero consigo tenerlas controladas. Consigo que sean dóciles. Hago que se toquen para mí. Y, si no se corren, bueno, pues no comen. Y van quedándose cada vez más flacas.
No paraba de hablar de forma monótona, y yo no sabía si era por la pérdida de sangre, porque estaba convencido de que se libraría de todo o porque estaba chalado simplemente. Lo único que sabía es que no podía soportarlo. Todas esas chicas. Todas esas torturas…
Amy.
Aquel cabrón podía volver a estar en la calle después de treinta y seis meses, o incluso menos tiempo.
Mi dedo acariciaba el gatillo. Miré a Tyler a los ojos y luego miré a Charley.
«Tengo que hacerlo. Esta vez sí que sería auténtica justicia».
No esperé a ver si él lo entendía. Levanté la pistola y, sabiendo que lo que hacía estaba perfectamente justificado, envié a aquel diablo de regreso al infierno.
Los paramédicos nos aseguraron que Amy se recuperaría y se la llevaron a toda prisa al hospital. A Tyler y a mí nos separaron, y cada uno declaró ante un detective distinto. No tenía ni idea de qué ocurriría, aunque no estaba muy preocupada. Tyler había encontrado otra pistola en el despacho de Charley y, tras dispararla una vez, se la había puesto en la mano al muerto, para que lo ocurrido pareciera un homicidio en defensa propia.
Cuando la policía terminó con nosotros, me acerqué a Tyler, que estaba esperándome en el almacén. Me lancé a sus brazos y caímos al suelo, apoyados contra una máquina expendedora de Coca-Cola.
—Te quiero —dije, y lo besé.
Él se levantó y me tendió una mano.
—Arriba, detective. Vamos a casa.