—Fue en defensa propia, detective —dije—. El señor Sharp le había dicho al señor Franklin que tenía pruebas de que había acosado sexualmente a una empleada. Franklin lo atacó y Sharp se defendió.
—¿Y usted lo vio?
—Sí lo vi. No le diré cómo debe hacer su trabajo, detective. Sin embargo, yo que usted dejaría que todos se marchasen.
El recuerdo se reproducía en mi cabeza, una y otra vez, como un disco rayado, impidiéndome pensar en nada más.
—Hiciste lo correcto —dijo Tyler cuando entramos en su suite del hotel Drake.
Fueron las primeras palabras que intercambiamos desde que salimos de la cena benéfica, y tuve la impresión de oírlas como en un sueño.
—Yo no tengo esa sensación.
—Franklin ha presentado cargos por agresión, y mi única defensa es implicar a Lizzy en todo este embrollo —dijo Tyler mientras se dirigía hacia el comedor—. ¿Quieres meterla en este lío?
—No tendrías que haberle dado un puñetazo —afirmé—. ¿En qué narices estabas pensando?
—Pensaba en que ese tipo había agredido a una chica inocente que ya había sufrido bastante.
—Sí, lo sé. Tienes razón. —Inspiré para relajarme—. Pero Tyler, existen leyes contra la violación, incluso contra el intento de violación. Lizzy podría presentar cargos por agresión o por intento de violación.
—Eso es una gilipollez, y lo sabes —dijo—. ¿Una ex stripper denunciando que han intentado violarla? ¿Qué poli iba a creerla?
—Yo la creería —respondí, y percibí un destello de calidez en sus ojos.
—Tienes razón —afirmó Tyler—. Pero aunque el fiscal del distrito la creyera, Franklin acabaría pagando una multa y no entraría en prisión, y ambos lo sabemos. La justicia no siempre va de la mano de la ley.
Negué con la cabeza porque sabía que debía olvidarme del asunto. Estaba volviéndose demasiado personal.
—Eso no quiere decir que puedas tomarte la justicia por tu mano.
—¿Por qué no?
Me limité a mirarlo; no quería añadir una sola palabra más.
—Lo digo en serio —insistió—. ¿Por qué no?
—Porque no puedes, Tyler. Existen normas. Existen códigos de conducta.
Pensé en mi madre. En mi padrastro. Y, en mi imaginación, oí la detonación seca de una pistola. Me estremecí y di la espalda a Tyler.
—¿No lo entiendes? Esas normas y esos códigos son los cimientos de nuestra sociedad civilizada.
Se acercó a mí y me puso las manos sobre los hombros.
—Esos cimientos están llenos de grietas, y tú lo sabes.
Me encogí de hombros para zafarme de él y di dos pasos hacia delante.
—¿Eso crees? Bueno, pues tú no eres quién para taparlas.
—¡Por el amor de Dios, Sloane!, ¿estás escuchándote? ¡Eres policía!
Me volví de golpe, y escupí las palabras conforme los recuerdos me asaltaban.
—¿Crees que por ser policía no sé sobrepasar los límites? ¿Que no sé cómo mancharme las manos? ¿Que ignoro que hay pagar un precio por ello?
Levanté las manos por delante de mí con la respiración entrecortada; sabía que las tenía manchadas de sangre.
—¡Yo lo maté! —grité—. Escucha, hijo de puta, yo maté a mi padrastro y pago un precio por ello cada maldito día de mi vida.
Lancé un suspiro ahogado justo después de pronunciar aquellas palabras; fue un sonido agudo, como si estuviera intentando absorberlas y no haberlas dicho. Pero era imposible retirarlas. Es más, fue como si quedaran suspendidas en el aire que nos separaba.
Me quedé paralizada, mirándolo, a la espera de su reacción de impacto, repulsa o incluso de sorpresa.
Pero no aprecié ninguna de esas expresiones en su rostro.
—¡Oh, Dios! —exclamé, y caí al suelo—. Ya lo sabías. —Tenía la voz apagada. Ahogada por el dolor—. Jamás se lo he contado a nadie. No sé por qué te lo he contado. ¿Cómo lo sabías?
Tyler se encontraba en el suelo, sujetándome, intentando consolarme. Era incapaz de recordar cuándo se había situado junto a mí.
—Porque te veo —se limitó a decir. Aunque lo que oí fue: «Porque te quiero».
Parpadeé, y las lágrimas me humedecieron las mejillas.
—Me desconciertas, Tyler.
—Sí, bueno, el sentimiento es mutuo. —Me plantó un beso en la cabeza—. ¿Me contarás qué ocurrió?
No quería rememorar el pasado, pero, al mismo tiempo, deseaba que él lo supiera todo. Quería compartir aquel horror con alguien que me conociera, con alguien en quien confiara. Así que cogí aire otra vez y empecé mi relato poco a poco.
—Ya conoces parte de la historia —dije—. Fue como vivir una pesadilla. Le pegaba a mi madre. La forzaba continuamente. Era un monstruo.
Intenté tranquilizarme apretándole la mano.
—A los quince años intentó violarme. Estaba borracho, y yo me defendí, pero ya estaba harta de él. Estaba muy harta.
—¿Qué hiciste?
—Mi padre era policía, y aunque él y mi madre llevaban siglos divorciados, siempre habíamos mantenido el contacto. Por eso sabía algo sobre pruebas. También sabía que mi padre guardaba una vieja escopeta en su garaje. Era de mi abuelo y estaba en muy mal estado. Mi padre no era cazador, pero no quiso deshacerse del arma. La dejó donde estaba, descargada, oculta detrás de una nevera vieja.
—La cogiste.
—La cogí y la limpié. Volví a dejarla donde estaba hasta la noche que elegí para hacerlo, luego fui a dormir a casa de una amiga, que todavía cree que me marché de allí para acostarme con Tommy Marquette, pero fui en coche a casa de mi padre. Trabajaba de noche; me resultó fácil entrar en el garaje, coger el arma y salir.
Volví a inspirar para relajarme, intentaba no visualizar aquel recuerdo.
—Era verano, y Harvey siempre dormía con la luz encendida. Había castigado a mi madre por algún motivo, no recuerdo cuál, y la había encerrado con llave en el baño. Me situé por fuera de la ventana, a la distancia justa desde la que creía poder hacer blanco. Había un muro de piedra y lo usé para apoyar la escopeta. Me quedé observando, lo tenía a tiro. Y apreté el gatillo. Después tiré el arma al lago y regresé a casa de mi amiga.
—Fue fácil —dijo Tyler.
Asentí en silencio.
—Sí que lo fue.
—Porque se hizo justicia.
Negué con la cabeza.
—No. Me desmoroné y fui demasiado lejos. Lo justo habría sido que mi padrastro se pudriera entre rejas. Yo no tenía derecho a borrarlo del mapa. —Me quedé mirando a Tyler, le sostuve la mirada a la espera de su comprensión—. Lo que hice me convirtió en lo mismo que él.
—¡Hiciste lo justo, joder! Te protegiste, Sloane. Protegiste a tu madre. La policía ya te había fallado. ¿Qué otra cosa se suponía que debías hacer?
—Una vez me preguntaste por qué era policía. Harvey Grier fue uno de los motivos. Fue como una redención. Fue como concederme una segunda oportunidad.
Tyler negó con la cabeza.
—No. No, te equivocas. Crees que sobrepasaste el límite, pero no lo hiciste. Él era un mal tipo. Era un monstruo. Matar a un monstruo no es malo.
Me tomó de las manos y las apretó con fuerza.
—Hiciste lo correcto, nena. En ese momento te protegiste a ti misma. Y esta noche me has protegido a mí. Eres una policía cojonuda. Créeme, la justicia está a salvo en tus manos.
Conseguí esbozar una sonrisa tímida.
—Es un bonito cumplido —dije— teniendo en cuenta que lo dice un genio del crimen.
—Estoy limpísimo —respondió con una sonrisa de oreja a oreja.
Le acaricié la mejilla. De pronto me sentía agotada.
—Ojalá pudiera creerlo —deseé en voz alta—. Porque eso es básicamente lo que nos separa. Y así no podemos ir a ninguna parte.
—¡Gilipolleces! —espetó, y luego me besó con tanta pasión que creí que iba a derretirme—. Ya te lo he dicho. Consigo siempre lo que quiero. Y no dejo las cosas a medias. Ya eres mía, Sloane. Solo falta conseguir que las piezas encajen.