20

Tyler detuvo a la primera enfermera con la que nos topamos cuando Cole, él y yo irrumpimos en la sala de Urgencias del Cook County Medical.

—Elizabeth Rodriguez —dijo Tyler sin perder un minuto—. Accidente de coche. ¿Dónde está?

—Espere un momento, que lo pregunto. —La enfermera nos habló con serenidad y actuó con eficiencia; quedó claro que estaba acostumbrada a manejar situaciones críticas. Se acercó a un mostrador y tecleó algo en el ordenador—. Sala de exploración A. Por el pasillo, a la izquierda —nos informó.

Ni Cole ni Tyler echaron a correr, pero yo casi tuve que hacerlo para poder seguir el ritmo de sus zancadas. Me había cambiado rápidamente y, como no encontraba mis zapatos, me había puesto un par de chanclas que alguien se había dejado en la sala de descanso. Las chanclas me quedaban grandes y golpeteaban el suelo de baldosas enceradas mientras caminaba a buen paso.

Aún no sabía con exactitud lo que había ocurrido, salvo que una antigua empleada, Lizzy, había sufrido un horrible accidente de coche esa tarde. Había estado inconsciente más de una hora, algo que preocupó a los médicos, si bien solo tenía algunos cardenales y unos cuantos rasguños.

El coche, por lo visto, había quedado para llevar al desguace.

Cuando Lizzy recobró la consciencia pidió, al parecer, que localizaran a los dueños del Destiny.

Dormía cuando entramos y, a la tenue luz de las diversas máquinas, los cardenales moteados y los verdugones de su cara resaltaban de forma espantosa.

Me quedé atrás mientras Cole y Tyler se acercaron a la cama, y noté cómo se erguían sus hombros, vi que se ponían rígidos de rabia ante semejante ofensa al cuerpo humano.

Y después, aunque no me lo esperaba en absoluto, vi a Cole golpear la fina pared de pladur en un arrebato.

Me sobresalté, pero Tyler, a su lado, ni pestañeó.

—Cálmate o sal de aquí, tío. Ella no tiene por qué verte romper nada.

—Joder. —Cole se frotó la cabeza afeitada y, cuando se volvió hacia Lizzy, vislumbré el tatuaje de un dragón en su nuca, casi todo oculto bajo su chaqueta de traje clásica—. Joder, Dios, pero tú mírala.

Se acercó y cogió la mano a Lizzy. Yo me adentré un poco más en la habitación y me aproximé a los pies de la cama para poder verlos a todos sin molestar.

Aun con los dos ojos amoratados y un horrible cardenal inflamado en la mejilla, se veía que era guapa. Su pelo rubio estaba apelmazado, pero se notaba que lo llevaba del mismo modo que Amy, por los hombros y con las puntas desiguales. Tenía el brazo escayolado y a saber cómo tendría las piernas.

Junto a la cama, Cole le rozó suavemente los dedos de la mano no magullada mientras Tyler le acariciaba con dulzura el pelo.

—Hola, Lizzy —dijo Tyler—. ¿Nos oyes, pequeña?

Al ver que no había respuesta, miró a Cole. Sus ojos se encontraron, y advertí tanta pena y preocupación en ambos rostros que me dieron ganas de llorar.

—¿Trabajaba para vosotros?

—Solía bailar en el Destiny —contestó Tyler—. Se había sacado el graduado escolar hacía unos meses y ya tenía su primer empleo como administrativa. Ya era una de los nuestros —añadió, mirándome de reojo.

Asentí al entender que la habían sacado de la red de trata de blancas. La pobre chica lo había pasado peor de lo que nadie debe pasarlo.

De pie junto a la cama, Tyler sacudió la cabeza como si con ello pudiera aclararse la mente.

—Tendré que llamar a Franklin y buscar a una sustituta temporal.

El historial médico de Lizzy estaba colgado a los pies de su cama. No soy ninguna experta, pero, cuando trabajas lo bastante en homicidios, antivicio o delitos sexuales, terminas viendo muchos hospitales y tienes ocasión de echar un vistazo a más de un historial. Por lo que pude deducir, Lizzy había tenido muchísima suerte. Tenía heridas y lesiones graves, pero los cardenales terminarían desapareciendo y los huesos rotos soldarían.

Se lo dije a los chicos, sin tener muy claro si mis palabras los consolarían. Para mi sorpresa, fue Cole quien se volvió hacia mí. Asintió con la cabeza, un movimiento rápido.

—Gracias.

—De nada.

Ignoro qué me impulsó a hacerlo, pero pasé de los pies de la cama al lado de Tyler.

—¿Queréis que os traiga algo? Un café, quizá, mientras esperáis.

—No —contestó Cole—. Yo estoy bien. Te lo agradezco.

—Quédate —me dijo Tyler y, mientras hablaba, me cogió de la mano.

Se la apreté sin pensarlo, y cuando Lizzy se movió, los dedos de Tyler se ciñeron aún más alrededor de los míos.

—Lizzy, soy Cole. Despierta, cariño.

Al principio ella no reaccionó, y temí que hubiera vuelto a sumirse en un sueño profundo. Luego pestañeó. Abrió el ojo izquierdo; el derecho, inflamado, lo mantuvo cerrado.

—Hola, peque —le susurró Tyler—. Te pondrás bien.

—¿Tyler? —dijo con un hilo de voz que apenas se oía.

—Cole también ha venido. Evan está de camino.

Cole le cogió la mano.

—¿Qué ha pasado?

Lizzy se humedeció los labios.

—¿Agua?

Mientras Tyler le buscaba agua, Cole tamborileó con los dedos sobre la cama.

—¿Quieres incorporarte? —le preguntó, y al ver que respondía que sí con la cabeza, levantó la cama.

Lizzy exploró la estancia y sus ojos se detuvieron en mí.

—Soy Sloane —dije—. Amiga de Amy.

—Sloane está conmigo —le explicó Tyler—. Continúa. ¿Te apetece contarnos lo que ha sucedido?

Una lágrima le rodó por la mejilla.

—Culpa mía: me salté un semáforo en rojo. —Otra lágrima—. ¿Y el tipo con el que he chocado?

—Está bien —le aseguró Cole—. He preguntado por él cuando me han llamado la primera vez. Lo atendieron en el lugar de los hechos. No le ha pasado nada.

Lizzy asintió con la cabeza, luego gimoteó y alargó la mano para coger el agua.

—Lo siento —se excusó—. No debería haber… —Se le cerraron los ojos—. Las pastillas. Lo siento. Me dan sueño.

—Vuelve a dormirte. No tienes que preocuparte por nada —le dijo Tyler—. Ha sido un accidente. Buscaré una sustituta que te reemplace temporalmente. Tómate el tiempo que necesites y regresa al trabajo cuando te hayas recuperado.

—No. —Volvió a abrir los ojos—. Franklin… por favor… debería haber aceptado… el empleo… no he…

Se le cerraron los ojos otra vez; el sueño se apoderó de ella.

Cole alzó la vista para mirar a Tyler.

—Pobre niña.

Luego me miró.

—Llevaos mi coche. Id a la gala. Yo me quedo con Lizzy un rato.

—¿Estás seguro, Cole?

—Sí, joder.

Tyler le dio un beso en la frente a Lizzy antes de sacarme de la habitación.

—Es horrible —dije—. Aunque ha tenido suerte; podía haber sido peor.

Asintió, pensativo.

—¿Le buscaste tú ese trabajo?

—Se la mandé a Eli Franklin. Un puesto seguro para ella. De ayudante del propio Franklin. Trabaja en el sector inmobiliario, y tiene muchísimo éxito, además. Tuvimos suerte de incorporarlo a nuestra lista de clientes. Lizzy era la primera chica que le mandábamos.

—Me habías dicho que ayudabais también a las chicas de la casa a conseguir empleo —le dije.

Tyler asintió.

—Tengo una agencia de colocaciones. Knight & Day. Compré la empresa por cuatro perras, y aún creo que pagué demasiado.

—Me parece recordar haber leído que tenías una agencia… —Sonreí, burlona—. Tienes tantas cosas que me cuesta llevar la cuenta de todo.

—Podría decirse que fue una especie de experimento. La empresa entera era un desastre, pero le cambié el nombre e invertí un montón de horas de trabajo en ella. Al final, mereció la pena el tiempo y el dinero que le dediqué. Ha resultado rentable. Y no me arrepiento.

—Pues no me parece lo bastante sexy para un destacado hombre de negocios de Chicago —bromeé mientras salíamos del hospital y nos dirigíamos al aparcamiento de la zona de Urgencias donde Cole había dejado su Range Rover.

—A la prensa le interesa lo sexy. Yo lo único que busco es el beneficio y la utilidad. En este caso, más la utilidad, pero, como soy un condenado hacedor de milagros, además le estamos sacando provecho.

—¿Qué tipo de utilidad? Aparte de la búsqueda de empleos, quiero decir, obviamente…

—Pretendo que sea útil para las chicas —contestó—. Para las que has conocido, desde luego, pero también para el otro personal del Destiny: camareras, bailarinas… Muchas mujeres se dedican al baile exótico porque no tienen dinero para pagarse unos estudios, o porque se han visto de pronto con un bebé y sin marido. No tienen la formación necesaria para ganar más del salario mínimo. K&D las ayuda. Colocaciones, becas para estudios, formación profesional… —Se encogió de hombros—. Funciona.

—K&D las ayuda —repetí—. Será que las ayudas tú.

—Hago lo que puedo.

Habíamos llegado ya al coche.

—¿Por qué?

—Porque se merecen algo mejor —contestó Tyler, abriéndome la puerta—. Y, si están dispuestas a trabajar para conseguirlo, yo estoy dispuesto a ayudarlas.

Buen salario, buenos beneficios, buena política en cuanto a la relación de los clientes con las chicas. Una especie de pensión medio benéfica. Y una actitud tan protectora hacia esas mujeres que me ablandó el corazón. No era lo que esperaba oír decir a un genio de la delincuencia con alma de estafador. No era lo que esperaba cuando llegué a Chicago.

Pero estaba viendo a Tyler con mis propios ojos, y no con los de una mujer a la que habían seducido total y absolutamente. Lo miraba con unos ojos entrenados para ver pruebas y matices. Y debía reconocer que me gustaba lo que estaba descubriendo.

Ese Tyler era un hombre que había acudido corriendo al lecho en el que estaba postrada una chica a la que había contratado. Un hombre que no solo había rescatado a mujeres, sino que además había ideado todo un sistema de respaldo para ellas.

Quizá tuviera algunos negocios turbios, pero, en el fondo, el Tyler al que había visto, y acariciado, y con el que había follado era de una casta muy distinta al que Kevin buscaba.

Suponiendo, claro, que yo estuviera viendo al hombre de verdad. «Nadie es lo que parece».

La posibilidad de que me mostrara solo lo que yo quería ver me reconcomía por dentro, pero la aparté de mi mente. Tanto mi instinto como las pruebas me decían que había visto al auténtico Tyler.

Además, pensándolo bien, ¿qué más había que ver?

—Eres un buen hombre, Tyler Sharp —le dije en voz baja una vez que se hubo sentado en el coche a mi lado.

—No, no lo soy. —Inspiró hondo, cansado—. Pero tengo mis momentos.