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«Es justo la mujer que andaba buscando».

Sus palabras me envolvieron, tan seductoras como una caricia, y el control al que me había estado aferrando voló como un diente de león recién soplado.

Sin embargo ese momento de debilidad pasó deprisa, ahuyentado por los años de adiestramiento policial y el cinismo, profundamente arraigado, con el que había vivido desde la infancia. Tyler Sharp era un embaucador y un mujeriego, y sabía Dios qué más. Sabía cómo halagar a las personas. Sabía seducir. Sabía cómo hacer que una mujer se sintiera especial, fascinada y, sí, un poquito cachonda. Pero era del todo imposible que me hubiera estado buscando a mí de verdad. Llevaba semanas fuera de la ciudad, y yo estaba al corriente de que acababa de regresar esa misma tarde. Así que no. Yo no estaba en su radar.

Me dije que eso era algo bueno. Si Tyler Sharp iba a mirarme, quería que viera solo lo que yo estaba dispuesta a revelar.

Como en respuesta a mis pensamientos, bajó la mirada y me dio un repaso, comenzando por las uñas de los pies, recién pintadas de rosa, y ascendiendo por mi cuerpo tan despacio que tuve que echar mano de toda mi autodisciplina para no ponerme a temblar. Cuando sus ojos alcanzaron los míos una vez más, casi ahogué un grito al ver el pícaro fuego bajo aquel vívido azul ártico. Una llama salvaje y penetrante que poseía el poder de reducir a cenizas mi tapadera y dejarme desnuda, con todos mis secretos al descubierto para él.

La idea debería haberme enfurecido. Como mínimo debería haberme preocupado.

En cambio, me excitó.

«No estás en tu elemento, Sloane. Márchate. Márchate, céntrate e inicia la operación mañana».

Un buen consejo, en realidad. Y ¿por qué no iba a serlo? A fin de cuentas, era una policía cojonuda.

Al parecer también era tonta de remate, porque no tenía intención de alejarme. No estaba del todo segura de si me quedaba por la misión o por aquel hombre, pero me dije que daba igual, que el estremecimiento de placer sensual que sentía en la parte baja del vientre no era una debilidad, sino una ventaja. Después de todo, se trataba de una seducción. Un poco de atracción entre nosotros haría que el trabajo resultara más fácil. Y si la atracción era enorme, entonces el trabajo resultaría más divertido.

Pese a todo debía dar las gracias a Tyler Sharp o a mis hormonas. Porque mi reacción a él me recordó que tenía que andarme con cuidado. Tyler Sharp era de los peligrosos, y aunque él no lo supiera aún, estábamos enzarzados en una violenta batalla. Una batalla que tenía intención de ganar… aunque eso significara haber de jugar sucio.

Kat, que seguía a mi lado, cambió el peso de un pie a otro. El movimiento captó mi atención, y al volverme vi que estaba observando a Tyler.

Él le hizo un gesto con la cabeza apenas perceptible y ella se aclaró la garganta.

—Uh, sí, bueno, me voy corriendo a buscar a Lina, y a darle a ella y a Evan otro abrazo. He de cumplir con mis deberes de pseudoanfitriona. Puede que hasta cure el cáncer y resuelva el problema de la paz en el mundo. Espero que os las arregléis sin mí.

—Creo que nos las apañaremos —dijo Tyler—. Prometo cuidar bien de Sloane.

—Sí —replicó Kat—. No me cabe duda de que lo harás. —Me guiñó un ojo y luego se fue moviendo el esqueleto.

Vi cómo la multitud la engullía, agradecida por disponer de un momento para recobrar la compostura. Cuando me volví de nuevo hacia Tyler, comprobé que él no había aprovechado la oportunidad. Todavía estaba centrado por completo en mí.

—Solos al fin —dijo.

Cambié el peso de un pie a otro; no me gustaba nada lo nerviosa que me ponía ese hombre. Por Dios bendito, era detective de policía. Me zampaba sospechosos para desayunar, y mis dotes como poli malo en un interrogatorio eran dignas de un Oscar. Pero nunca había trabajado como agente encubierto, y de repente sentí un enorme respeto por mis colegas, que se ponían la máscara y guardaban sus secretos bajo siete llaves.

Pero claro, yo no era ajena a las máscaras ni a los secretos. Podía hacerlo. Y como si quisiera demostrármelo a mí misma, levanté la mirada hacia él con los ojos entornados, esperando que el efecto fuera tan sexy como yo imaginaba.

—¿Debería estar nerviosa? Un hombre como usted me anda buscando.

—¿Un hombre como yo? —replicó con voz grave. Seductora—. Qué interesante. Dígame, ¿cómo soy?

Me acerqué a él, levanté la mano como si fuera a tocarlo y luego la aparté con una expresión un tanto avergonzada.

—Tentador —declaré, y aunque la palabra era premeditada, también era cierta.

—¿En serio? —Miró mis manos de manera explícita—. ¿Y eso la pone nerviosa?

—¿Eso? No. —Tomé aliento mientras pensaba en mi siguiente paso y, como en el ajedrez, adónde me conduciría darlo—. Se me da muy bien resistirme a la tentación.

—¿De veras? —Se arrimó; su boca estaba tan cerca de mi oreja que sentí su aliento en mi cabello—. A mí no. Por lo que a mí respecta, sucumbir a la tentación es uno de los pocos placeres genuinos de la vida.

«Ay, Dios mío». Una ardiente espiral de deseo me atravesó, haciendo que mi piel se calentara y que las rodillas se me aflojaran.

Si se percató de mi reacción, no dijo nada. Pero comenzó a caminar despacio a mi alrededor, como si contemplara una escultura en un museo.

Yo también empecé a hacer lo mismo, siguiendo sus movimientos.

—No —dijo. El tono imperioso de su voz era innegable—. Quédate quieta. Mira al frente.

Me detuve, vacilé y luego volví la cabeza para mirar hacia la fiesta, a la gente que se movía con suavidad, ataviada con vestidos bonitos y trajes elegantes. Luciendo sonrisa, riendo y sin más preocupación que la calidad del vino y el ritmo de la música en directo.

Me dije que mi obediencia era tan solo parte del juego; él era un hombre que deseaba tener el control; yo era la mujer que se rendía a su hechizo.

Pero era más que eso, y lo sabía a la perfección. Ese aleteo que sentía en el vientre no era la excitación de la cacería, sino la anticipación de su contacto.

«Sí, Tyler Sharp es peligroso».

Él estaba detrás de mí, y aunque ya no podía verlo, sentía su presencia con la firmeza y la suavidad de un beso. El aliento se me quedó atascado en el pecho, y me di cuenta de que estaba esperando el roce de las yemas de sus dedos en mi nuca, luego su mano en mi espalda desnuda, que quedaba al descubierto gracias al cuello halter de mi vestido.

Pero el contacto no llegaba… y mi respiración era laboriosa.

Cuando habló, lo hizo en voz baja, como si de haberla alzado demasiado se hubiera roto el hechizo.

—Eres un enigma, señorita…

—O’Dell —susurré.

Él estaba ahí mismo, pero yo no podía verlo. Solo podía aspirar su olor, fresco y amaderado, como un bosque después de la lluvia. Sexy, seductor e innegablemente masculino.

—Sloane O’Dell —dijo—. Me gusta.

—Y a mí me gusta cómo lo dices. —Mantuve la voz baja y provocativa.

—¿En serio? —preguntó cuando terminó de rodearme—. Me alegra mucho saberlo.

Lo miré, miré aquel rostro perfecto y sentí que mis dedos se crispaban por el deseo de tocarlo, un deseo que aumentaba porque advertía que era recíproco. Tyler Sharp también me deseaba. Quizá me estuviera provocando, quizá estuviera jugando conmigo. Tal vez tuviera un plan oculto. No lo sabía. Pero mi mundo giraba en torno a la vista; ver a la gente, ver pruebas, ver la verdad. Y veía la verdad en la forma en que las pupilas de Tyler se dilataban. En el ligero rubor de su piel. En su pulso, que le palpitaba en el cuello con demasiada rapidez.

Sí, él me deseaba. Y sin embargo era innegable que también estaba jugando conmigo. Estábamos enzarzados en un juego, y aunque lo había empezado yo, no podía afirmar que comprendiera las reglas por completo.

Me sentía desconectada y un poco fuera de control. Pero al mismo tiempo me sentía más viva de lo que me había sentido en mucho tiempo.

Conseguí recobrar la serenidad con cierto esfuerzo.

—No me has dicho por qué me estabas buscando.

—No. No lo he hecho.

No pude evitar sonreír. Adiós al ajedrez; eso era mucho más divertido.

—¿Se supone que tengo que adivinarlo?

En vez de responder, Tyler se limitó a esbozar una sonrisa. Lenta, espontánea y plagada de promesas morbosas.

—Sloane —dijo.

Solo una palabra. Solo un nombre. Pero era mi nombre, y parecía rezumar miel. Deseé saborearlo. Saborearlo a él.

Un estremecimiento recorrió mi espalda. Sentía calor en la parte interna de los muslos y los pechos se apretaban contra el corpiño de mi vestido. Habían pasado años desde que había reaccionado así ante un hombre. Tal vez fuera tan peligroso como el que más, pero eso era parte de lo que hacía mi trabajo tan emocionante; cuanto más peligrosa fuera la presa, mayor la excitación.

Tyler dio un paso adelante y yo di un paso atrás, y luego otro más, solo porque quería aclararme las ideas. Me di cuenta demasiado tarde de que me había acorralado contra la columna. Quizá había estado intentado escapar, pero no tenía adónde ir, mucho menos cuando Tyler se arrimó y apoyó la palma de la mano en la columna, justo por encima de mi hombro. Estaba ahí, delante de mí, tan cerca que podía sentir el aire cargándose de tensión.

—Tyler. —Mi voz era queda, apenas un susurro—. No creo que…

—No. —Me interrumpió—. No pienses. Espera. Cierra los ojos.

Reprimí las ganas de protestar; a fin de cuentas eso era lo que deseaba. Acercarme a aquel hombre. Caldear las cosas y ver hasta dónde podíamos llegar. Por mucho que me sintiera fuera de control, tenía que recordar que se trataba de mi juego, y aunque él pudiera apuntarse unos cuantos tantos, era yo quien había inventado las reglas.

—Buena chica —me dijo cuando dejé que mis ojos se cerraran.

Me concentré en respirar, tratando de ignorar que el vello de los brazos se me erizaba; una reacción a la electricidad que en ese momento se arremolinaba en los escasos centímetros que aún nos separaban. Ahuecó su mano libre sobre mi mandíbula para luego acariciarme con suavidad la mejilla con el pulgar. «Va a besarme».

Mi mente era un torbellino; me debatía entre la excitación y la sorpresa. Él era una herramienta, un sospechoso, un delincuente. Aun así, deseaba aquello, y no porque la seducción fuera mi meta final.

Simplemente deseaba a ese hombre. Joder, lo deseaba con todo mi ser.

Sentí el roce de sus labios en la oreja mientras me hablaba. Su voz era tan suave y sensual como el beso que esperaba, pero sus palabras fueron como una bofetada.

—No deberías estar aquí.

Se me heló la sangre en las venas y me quedé de piedra.

«Me ha descubierto. Joder, ¿cómo coño me ha descubierto?»

Pero no. El «cómo» no era importante. Ahora se trataba de negarlo todo y hacer control de daños.

Me permití un solo segundo para refrenar mi temor. Dejé que la confusión tiñera mi expresión —lo cual no fue difícil, dadas las circunstancias— y después abrí los ojos. Él había retrocedido, y me enfrenté a su mirada con valentía. Esperaba ver ira y reproche en su cara. En cambio, vi tibieza.

—Yo… —Cerré la boca y me recompuse—. ¿De qué estás hablando?

—No deberías estar aquí escondida. —Hablaba con sencillez, en apariencia ajeno a mi turbación—. Deberías ser el centro de atención. ¿Ves ese arreglo floral? —preguntó, señalando hacia el impresionante arreglo de flores que dominaba el centro del Palm Court—. Tú destacas mil veces más.

Era una frase nada original, nada digna de ese hombre. Pensé en decírselo, pero considerando que mi objetivo era acercarme a él, insultarlo no debería ser mi siguiente paso. Para ser sincera, estaba tan aturullada que no estaba segura de cuál tenía que ser mi siguiente paso. Solo sabía que me había puesto a la defensiva y que tenía que dejar de estarlo antes de que él se percatara.

Necesité cierta concentración, pero conseguí esbozar una sonrisa tímida.

—Eres muy dulce —le dije—. Y me siento muy halagada.

Tyler guardó silencio durante un instante, pero vi el brillo inquisitivo en sus ojos, junto con la manera en que ladeó ligeramente la cabeza, como si estuviera examinando algo curioso.

—No —repuso al fin—. No creo que te sientas en absoluto halagada.

—Perdona, ¿cómo dices? —No pude evitar que mi mal genio se trasluciera en mi voz, pero estaba dirigido hacia mí, no hacia él. Debería haber apostado por el descaro en lugar de por el recato. Debería haber avanzado en vez de retroceder.

Había cometido un error de cálculo. Y no me gustaba perder.

—No me pareces la clase de mujer que necesita palabras bonitas ni halagos. Creo que prefieres un enfoque más directo.

Una vez más, redujo la distancia que nos separaba. Una vez más, el aire se cargó de un creciente ardor, en esa ocasión alimentado por la clase de peligro que tenía la capacidad de estallar en llamas.

—¿Es eso lo que piensas?

—Es lo que sé. Es quien eres. —Me agarró la muñeca; el impacto de su contacto acalló mi mentira—. Dime por qué me buscabas, Sloane. Dímelo sin más.

Tomé aire para ganar tiempo mientras sopesaba mis opciones y consideraba cómo combinar la verdad con mentiras.

—Te he visto —repuse por fin—. En la televisión, en las revistas, en los periódicos. Parecías poderoso y un poco enigmático.

—Siempre es bueno tener a la prensa y al público en suspenso. Eso incrementa el misterio.

—¿Ah, sí? Bueno, supongo que ha funcionado. He pensado en ti, Tyler Sharp. No podía apartarte de mi cabeza. Y decidí que tenía que acercarme a ti. Tenía que saber si el hombre de carne y hueso era tan interesante en persona como lo era en mis fantasías. —Lo miré a los ojos, asegurándome de que él podía advertir el deseo en los míos—. Quería acercarme. Quería ver si eras la clase de hombre que quería en mi cama.

—¿Y bien?

—Ahora ya te conozco —dije mientras liberaba mi brazo. Pero mi sonrisa fue pausada, espontánea y provocativa.

Y lanzado aquel anzuelo, me alejé de él muy despacio.