19

—¡Uau! —exclamé de pie delante de la impresionante fachada púrpura. Eché la cabeza hacia atrás para mirar a Tyler—. ¿Hay vestidos ahí dentro?

—Muchos —contestó.

—Si tú lo dices…

Habíamos bajado por la avenida Michigan desde el Drake hasta Tonic, una boutique del barrio histórico de Gold Coast, que, a mi juicio, se asemejaba más a una construcción infantil de Lego que a un verdadero establecimiento. El edificio parecía hecho de bloques de plástico, aunque Tyler me aseguraba que era sólido. Lo formaban múltiples niveles, como si fuera una tarta nupcial tremendamente irregular o, insisto, una construcción de Lego hecha por un chaval con todas las piezas que tenía a mano.

La entrada era triangular, y varias formas geométricas constituían la fila de ventanas de la segunda planta. Se encontraba aprisionada entre dos edificios de decoración clásica, y el contraste no hacía sino resaltar su… bueno, su color púrpura.

Lo único que aquel edificio tenía a su favor, al menos en mi opinión, era que no pasaba desapercibido.

Claro que no se leía «Tonic» por ninguna parte. Por lo visto, si una quería comprar en esa boutique, tenía que saber cómo encontrarla.

En circunstancias normales, me habría dado igual no encontrar Tonic, pero, según Tyler, esa noche asistiríamos a un evento y, por lo visto, con vaqueros y una camiseta no iba bien.

Debí de quedarme boquiabierta, porque Tyler se echó a reír y me cogió del brazo.

—Vamos —dijo—. Te prometo que será divertido.

No estoy del todo segura de que «divertido» fuera la palabra acertada, aunque reconozco que la excursión a Tonic resultó sin duda instructiva. Quienquiera que hubiera diseñado el local, desde luego era un apasionado del color púrpura, así como de la alta costura. Todas las paredes, las baldosas y las superficies eran blancas o de algún tono púrpura. Supuse que el blanco era para proporcionar contraste, pero escaseaba y, aunque el púrpura resultaba agradable al principio, al rato empecé a sentirme como si me hubiera engullido un moretón gigante.

Del techo descendían extrañas esculturas y los maniquís resultaron no ser tales, sino mujeres de carne y hueso, petrificadas en su sitio, que pasaban el día vestidas con aquellos diseños.

No le veía el sentido, la verdad.

De lo único que no puedo hablar mal es de la ropa: toda ella se había diseñado para llamar la atención y favorecer.

Zelda, la subdirectora de ventas, que se personó ante nosotros en cuanto entramos en la boutique, nos condujo al departamento de trajes de noche, donde procedió a enseñarnos un vestido detrás de otro, cada uno más fabuloso que el anterior. Sin embargo, Tyler puso peros a todos.

—No le favorece ni por asomo —decía—. Y ese color no armoniza con su melena pelirroja.

—Tengo el diseño perfecto —dijo Zelda con un fuerte acento que parecía de Europa Oriental, si bien probablemente era fingido, también esto de cara a la galería—. Ha llegado hoy. Voy a mirar, ¿sí?

Se ausentó solo unos minutos y volvió con una prenda sencilla que, de algún modo, dejaba todas las demás a la altura del betún. Era un vestido de tubo, sin espalda, cuya parte delantera se sujetaba al cuello mediante una tira fina de tela que pasaba por un hombro.

El vestido entero, incluida la falda, estaba diseñado para dibujar las curvas femeninas, si bien en la parte inferior estaba abierto unos centímetros para que la mujer que lo luciera pudiera caminar.

Lo mejor de todo era el color: el de un cielo despejado de verano. En otras palabras, combinaba a la perfección con los ojos de Tyler.

—Me encanta —dije—. ¿Me lo puedo probar?

Zelda me llevó a la parte de atrás, donde estaba el probador, que era del tamaño de mi apartamento de Chicago. En él había una chaise longue, un tocador con espejo y todo un surtido de artículos de tocador para que una pudiera salir de allí restaurada y acicalada. Había incluso una pequeña nevera con botellas de chablis y agua con gas.

Me quedé algo sorprendida cuando vi que Tyler entraba en el probador. Zelda, por su parte, se mostró completamente desconcertada. Le quedó bien claro quién correría con el gasto.

En cuanto cerró la puerta, me volví hacia Tyler.

—Yo suelo comprar en T. J. Maxx. Me parece que esto es un poco mejor.

—Solo un poco —dijo él, sentándose en la chaise longue—. A ver cómo te queda.

Me descalcé, luego me quité la camiseta y los vaqueros ajustados. En sujetador y tanga, cogí el vestido de la percha acolchada. El tejido era fino, sedoso y suave como una nube.

—Quítate el sujetador —me sugirió—. El vestido no tiene espalda.

Así lo hice. Inspeccioné el vestido en busca del modo de ponérmelo, y finalmente decidí que debía desabrochar el único botón decorativo del hombro y ponérmelo por los pies. El botón parecía demasiado minúsculo para sobrellevar la tarea de sostener el vestido entero, pero teniendo en cuenta la escasez de tela, supuse que podría con él.

—Sloane —dijo Tyler una vez que lo tuve puesto, y lo hizo en un tono casi reverente.

—¿Te gusta?

—Me gusta —dijo, e hizo un movimiento circular con el dedo para indicarme que me diera la vuelta a fin de mirarme en el espejo de tres cuerpos que tenía a mi espalda.

Al hacerlo, vi a una mujer que bien podría haber estado en la alfombra roja. Me puse de puntillas para que el efecto fuera aún mayor.

—Necesitaré unos zapatos adecuados.

—Por supuesto.

—Y esto es un problema —añadí, señalándome la espalda, donde la cinturilla de mis braguitas asomaba por encima del borde bajo del vestido.

Tyler se puso de pie.

—Quítatelas.

—¿En plan comando?

—Este vestido es para eso. Quítatelas —repitió.

Me las quité, contoneándome, y las lancé al montón del resto de la ropa.

Me acerqué al espejo, sexy, vibrante, atrevida. Quizá demasiado atrevida.

—Me encanta, Tyler, pero no sé… La raja del muslo es demasiado alta. Si fuera por la cadera, quizá, pero… —Me interrumpí mientras daba más pasos y giros.

No se me veía la entrepierna, pero era lo bastante alta para que alguien pudiera imaginársela.

—¡Qué más da! —dijo entonces Tyler—. ¿Qué es la vida sin un poco de imaginación?

—Tyler…

—Eres hermosa y sexy, Sloane, aunque solo lleves puestos unos vaqueros y una camiseta. Pero con esto estás arrebatadora. Disfrútalo. Mejor aún, déjame que yo lo disfrute.

Contemplé mi reflejo con expresión ceñuda. Estaba verdaderamente despampanante. Más de lo que había estado nunca, eso seguro, no podía negarlo. Resultaba tentador. Muy tentador.

—Además, habrá baile —dijo, levantándose y acercándose a mí—, y este vestido está hecho para bailar.

Me atrajo hacia sí, entrelazó una mano con una mía y posó la otra en mi espalda. Tarareando algo suave y clásico, me llevó por toda la estancia, e incluso allí, en un probador sin música de verdad, fue casi mágico.

—¿Ves? —dijo con una sonrisa algo perversa, al tiempo que me echaba hacia atrás, haciéndome gritar, y luego reír de sorpresa y deleite.

Arqueé la espalda, extendí una pierna y Tyler me dio un beso en el cuello.

Me ayudó a incorporarme, pasándome la mano por el muslo desnudo.

—Esa abertura es un incentivo importantísimo para la venta de este vestido. —Siguió recorriendo mi muslo con la mano hasta llegar a mi sexo. Yo estaba húmeda y resbaladiza, y gemí cuando me introdujo un dedo—. Sin duda, un incentivo importante —masculló.

—¡Tyler! —protesté sin convicción.

—Calla. —Se puso de rodillas y alzó las manos para, acto seguido, levantarme el vestido hasta las caderas, haciendo coincidir la raja de aquel con mi sexo—. Tengo que saborearte —añadió, y me dio un lametón. Luego levantó la cabeza y me advirtió—: No hagas ni un ruido.

«Ay, Dios mío…»

Alargué la mano y me agarré al borde del espejo para mantener el equilibrio mientras Tyler se pegaba de nuevo a mí, aferrándose a mis muslos, ahora con las manos por dentro de la falda, acariciándome muy íntimamente con la lengua.

Me lamió el clítoris con diminutas y traviesas lengüetadas, que luego fueron lametones fuertes y espléndidos, y que terminaron en succiones.

Las piernas me temblaban, y tuve que soltar el espejo para morderme el pulpejo de la mano y aplacar mi necesidad de gritar de placer y de frustración. Placer por el torbellino de sensaciones que me estaba produciendo; frustración por no poder hacer otra cosa que quedarme allí de pie, mordiéndome el labio cuando lo que en realidad quería era gritar y suplicarle más, suplicarle que me tumbara en el suelo, me subiera el vestido hasta arriba y me la metiera.

Su lengua prosiguió la dulce tortura, y yo me colgué del lateral del espejo, notando cómo llegaba al clímax, sabiendo que estaba cerca, muy cerca, y que en cualquier momento me sentiría completamente exhausta.

Entonces se apartó.

—Creo que con esto es suficiente.

Lo miré, atónita.

—¿Cómo dices?

Se levantó y me besó apasionadamente. Saboreé mi propia excitación y gemí pegada a su boca, arrimando las caderas a su cuerpo al tiempo que me retorcía, buscando con desvergüenza mi propio alivio.

—Mía, ¿recuerdas? —dijo, interrumpiendo el beso y apartándose, con una expresión muy perversa de autosuficiencia—. Quiero tenerte excitada. Quiero verte desesperada. Quiero que estés tan a punto que te corras con la más leve de las caricias, y una y otra vez, cuando te folle.

Me estremecí de arriba abajo con sus palabras.

—Capullo.

Rió.

—Me han llamado cosas peores.

—Sabes que me las vas a pagar.

Se agachó para cogerme el sujetador y la camiseta, luego me desabrochó el botón del vestido.

—Así lo espero, cielo.

Como tenía todas las de perder, me vestí, conteniendo un gemido frustrado por el roce provocativo de los vaqueros en mi entrepierna inflamada. Miré a Tyler, convencida de que era consciente de esa nueva molestia, pero él, muy astuto, se hizo el loco.

Recogí el vestido y le di la vuelta en busca de la etiqueta.

—No tiene precio —dije.

—Todo tiene precio, te lo aseguro.

En ese caso, el precio era de cinco cifras; casi me dio un infarto.

—¿Has pagado eso… por un vestido? —Ya estábamos de nuevo en la calle, enfilando la avenida Michigan para poder coger un taxi de vuelta al Drake—. Con eso podría comprarme un coche.

—No muy bueno.

—¿Cómo demonios me lo voy a poner? Tendré miedo hasta de respirar.

—Te lo pondrás porque yo quiero verte con él. Y también quiero ver cómo te lo quitarás luego.

En esa paradoja se había convertido mi vida, porque apenas dos horas después de haber gastado diez mil dólares en un vestido, iba prácticamente desnuda por un club de striptease, socializando y charlando como siempre antes del espectáculo, la clase de charlas que me tenía diciendo tonterías mientras ellos se limitaban a mirarme las tetas.

Llevaba unos pantaloncitos muy cortos que dejaban ver la curva de mis nalgas y un sujetador push-up que me realzaba el pecho. En unos minutos, ya me habría puesto el traje de ejecutiva traviesa y estaría enseñándolo todo en cuanto me lo quitara.

Ese pensamiento me hizo añorar a Tyler, así que interrumpí mi cháchara con un hombre de negocios de Filadelfia para buscarlo con la mirada.

Lo encontré junto al bar, donde repasaba lo que probablemente fuera un inventario con uno de los dos camareros. Como si notara que lo miraba, alzó la vista y me sonrió con tanta ternura que me derretí de la cabeza a los pies.

Volvió la mirada hacia un rincón escondido, luego señaló con la cabeza a un hombre solitario sentado en uno de los sillones con una copa en la mano. El público de mediodía solía sentarse en el escenario, así que aquel individuo llamaba la atención por el simple hecho de estar solo.

—Charley —articuló Tyler desde lejos, y yo asentí con la cabeza.

Despaché cortésmente al tipo de Filadelfia y me alejé de él contoneándome para proporcionarle un poco de espectáculo mientras cruzaba la estancia hasta donde estaba sentado Charley el Grandullón.

El nombre le iba como anillo al dedo. Aquel hombre enorme, de pelo oscuro, salvo por las patillas canosas, era atractivo en su corpulencia, como si se tratara de una versión hollywoodiense de un leñador de cuento. Alzó la vista al ver que me acercaba, y sus ojos pasaron de mis tetas a mi entrepierna de un modo que ya empezaba a resultarme familiar.

—Hola, cielo —dije—. Estás muy solito aquí.

—Disfruto de las vistas —respondió.

En la mesa había un vaso medio lleno de un licor ambarino y, a su lado, una billetera repleta.

Levantó el vaso para apurarlo y me llegó un aroma a bourbon. Acto seguido lo dejó vacío en la mesa con gran estrépito.

—Debo decir que las vistas están mejorando definitivamente.

Me eché a reír.

—Qué tierno. —Ladeé la cabeza, escudriñándolo—. Un momento, tú eres Charley, ¿no?

Por un instante, me pareció asustado.

—Sé que te recordaría, guapa. ¿Cómo es que tú me conoces a mí?

—Ah, no sé… Pero mi amiga Amy opina que eres de lo más dulce. Me dijo que Charley el Grandullón siempre se sienta solo en un rincón, y que no hay nadie tan agradable y atractivo como él. Ese tienes que ser tú, ¿no? Eres uno de los clientes favoritos de Amy.

—Ese soy yo —señaló—. ¿Cómo está Amy? Se ha mudado a Las Vegas, ¿no?

—Sí, y la condenada no me ha llamado desde que llegó allí. No recuerdo dónde me dijo que iba a trabajar. ¿Te lo dijo a ti?

—Me temo que no. —Le enseñó el vaso vacío a una camarera para indicarle que quería otra copa—. De hecho, yo le había ofrecido un empleo, pero lo rechazó. Me contó que se iba a bailar a Las Vegas.

—¿A bailar? Bueno, eso reduce un poco las posibilidades, ¿no te parece? —dije, luego reí.

—¿Por qué la buscas? ¿Te preocupa?

Negué con la cabeza, no queriendo ahondar en las preocupaciones de Candy ni en las mías con un desconocido.

—Estoy más fastidiada que preocupada. Prometió a una amiga común que vendría a verla, pero Amy es de las que te dejan plantada, así que supongo que Las Vegas la sedujo.

—Es una ciudad seductora, sí —señaló. Me dio otro repaso con la mirada, y yo resistí la tentación de cruzarme de brazos y taparme el pecho—. A propósito de seducción… —Sacó un billete de cincuenta de la billetera y se sentó en la mesa junto al vaso vacío—. ¿Qué te parece si me haces un privado, nena?

La idea me produjo náuseas, y caí en la cuenta de que, aunque la parte del trato que me obligaba a bailar no me disgustaba, los privados también eran, en teoría, mi trabajo.

«Joder».

Me incliné un poco y le puse el dedo en la frente.

—Espérame aquí, cielo. Tengo que hacer mi número en el escenario, pero tú serás el primero al que acudiré en cuanto termine.

Cuando me disponía a marcharme vi un destello de lujuria en su mirada. Entonces, muy metida en mi papel, di unos pasos, me volví y le guiñé un ojo.

Las otras chicas que participaban en el siguiente número ya estaban en los camerinos, y charlamos un rato mientras nos arreglábamos. Les pregunté acerca de Amy, pero no averigüé nada que no supiera ya. En un momento dado reparé en una de las muchas fotos que había en el tablón de anuncios. Era la instantánea de una chica rubia, con flequillo, muy risueña y con un hoyuelo que acentuaba aún más su jovialidad. La miré con detenimiento, pero al final me convencí de que solo era una joven que se parecía un poco a Amy.

—Es Emily —respondió Sapphire cuando le pregunté—. Extraño, ¿verdad?

—¿Qué?

—Que ella y Amy se parecen, tienes razón. Además, las dos se fueron a Las Vegas. —Sapphire dejó escapar un suspiro—. Es una mierda que Emily nunca llegara allí. Lo que más me cabrea es que los polis pasen del tema. Era una bailarina de striptease, así que no les importa.

—Estoy segura de que sí les importa, Sapphire —dije, pero sé que no la convencí.

Tenía que acordarme de telefonear a mi amigo de la Policía de Chicago para que me informara de cómo marchaba la investigación.

Me maquillé sola y, la verdad, no lo hice del todo mal. Luego oí la música que daba paso a mi número; era hora de salir al escenario.

Esa vez supe exactamente dónde estaba Tyler cuando estuve en él, y eso me calmó bastante los nervios. Bailé, me balanceé y coqueteé con los clientes y con la barra, sin apartar la mirada del hombre del bar, mi hombre, que estaba echado hacia atrás, con una expresión de indiferencia, salvo por el ardor de aquellos ojos azules que jamás se apartaban de mí.

Le regalé un contoneo extra, y recogí la recompensa en propinas de los clientes cercanos. No se me dio mal, la verdad.

Cuando terminó el número fui directa a la barra del bar, pero me abordó uno de los hombres, que me enseñó un billete de cien dólares y me lo enganchó en la cinturilla del tanga.

—Busco un poco de conversación tranquila, cielo —dijo, y yo retrocedí porque de pronto me sentí muy desnuda y quise alejarme de su mirada anhelante—. ¿Por qué no vienes conmigo al reservado?

Sopesaba mis posibilidades de negarme cuando Tyler se acercó, me sacó el billete de la cinturilla y se lo devolvió a aquel tipo.

—Lamento desilusionarlo, pero esta hermosa dama tiene un compromiso privado en la sala VIP.

Casi me muero de alivio.

—Lo siento, cielo —dije—. Quizá en otra ocasión.

—No habrá otra ocasión —sentenció Tyler cuando nos hubimos alejado—. Tú bailas en el escenario, en ningún sitio más. Salvo que bailes para mí.

Me fingí sorprendida.

—¿Y qué hay del hombre que me espera en la sala VIP?

—Cambio de sitio —dijo mientras entrábamos en la zona reservada al personal—. Te verá en mi despacho.

Me apoyó contra la pared en cuanto se cerró la puerta. Me dio un beso largo y apasionado que me dejó sin aliento. Jadeé cuando introdujo un dedo en mi sexo y también luego, cuando se agachó un poco para lamerme un pecho.

Me sentí desinhibida y consciente de mi cuerpo, de cada pelo, cada terminación nerviosa, cada leve sensación.

—Estás perfecta para mí —murmuró Tyler.

—Lo estuve desde el primer momento en que te vi. Esa noche en la fiesta, cuando te acercaste a mí, te deseé tanto que casi me dolió.

Aparté la mirada, porque no quería que mis ojos le revelaran demasiado.

Me sujetó la cara con la mano y me echó la cabeza hacia atrás para que no pudiera escapar a su mirada.

—Sí —dijo, y esa sencilla palabra significó un mundo para mí.

Suspiré.

—No sé qué me pasa contigo, Tyler, que te miro y…

—¿Y qué?

—Y quiero…

Esbozó una sonrisa lenta y tremendamente sexy.

—¿Qué quieres, Sloane?

«A ti».

—Exactamente lo que estás haciendo —dije en cambio.

—Nunca tengo bastante de ti, Sloane. Eres como el oxígeno. Te ansío, te necesito, no puedo vivir sin ti.

—El oxígeno es explosivo —bromeé.

—Desde luego que lo es —dijo mientras me levantaba. Enrosqué las piernas en su cintura, y me llevó a su escritorio—. Túmbate —me ordenó, y yo obedecí sin rechistar—. Ah, sí —exclamó con voz ardiente y agradecida—. Me gusta cómo estás. Tendida, desnuda y excitada, como una ofrenda a un dios.

—¿Serías tú ese dios?

Sonrió.

—Podría serlo.

—¿Qué vas a hacer?

No pude evitar susurrar ni que mi voz se tiñera de ilusión.

—Podría quedarme aquí mirándote. Tu piel es tan clara que percibo todos los cambios de tono, por sutiles que sean, cada rubor cuando estás excitada. Me encanta saber cuánto me deseas y cuánto te gusta que te mire, que yo te desee.

Me acarició las piernas de los tobillos a los muslos.

—Y esto es el resto. Acariciarte. Sentir cómo tiemblan tus músculos. Oírte coger aire cuando mis dedos te rozan apenas la piel.

Como para ilustrarme, paseó la yema de un dedo lentamente por mi muslo.

—Vuélvete —dijo.

Me volví, y me tumbé boca abajo en el escritorio, con las piernas juntas, la cabeza vuelta hacia un lado.

—No. Bájate. Los pies en el suelo. Las piernas separadas. Inclínate y agárrate.

Fui moviéndome según me hablaba. Reparé en que me estaba mordiendo el labio, un reflejo tanto de los nervios como de la emoción.

Me acarició la espalda despacio, siguiendo la curvatura de mi columna, la protuberancia de mi trasero.

—Sí —dijo con voz ardiente y cargada de deseo—. Eres perfecta, Sloane, condenadamente perfecta.

No dije nada. No era perfecta, ni mucho menos. Pero, en ese momento, me sentía así.

Tyler se inclinó hacia delante y me rozó la piel desnuda con su ropa de una forma que hizo que me estremeciera casi tanto como con sus palabras.

—Te voy a follar, Sloane. Rápido y fuerte. Me perderé dentro de ti y me aferraré a ti mientras te siento estallar.

Yo no podía hablar. No podía moverme. Solo podía esperar con la respiración entrecortada mientras se quitaba la chaqueta, la doblaba y la colocaba con cuidado entre mi vientre y el borde del escritorio.

Inspiré hondo; las manos de Tyler, sus caricias, sus palabras, todo ello me excitaba, pero aquel pequeño detalle hizo que casi me derrumbara de deseo, respeto y algo que, en otro lugar y en otro momento, podría haber sido amor.

Me acarició, y se sirvió de los dedos para abrirme bien y excitarme aún más, hasta tal punto que ya gemía de anhelo cuando lo oí bajarse la cremallera.

Y entonces, ¡ay, Dios santo!, sentí la gruesa punta de su polla empujar contra mí, suavemente al principio, provocándome, y luego, de un fuerte empujón, se introdujo en mí, y yo grité al tiempo que el calor de su cuerpo entraba en contacto con mi trasero, atrapándome entre él y el escritorio.

Me incliné un poco más hacia delante y estiré los brazos para poder agarrarme al extremo del escritorio.

—Fuerte —dije—. He querido que me la metieras desde lo del condenado probador. Fóllame fuerte, Tyler, por favor.

No me respondió con palabras; me agarró con ahínco las caderas, y no necesité otra respuesta que sus empujones rítmicos. Me penetró una y otra vez, enterrándose en lo más hondo de mi ser hasta que perdí el control, arrastrada por el torbellino de aquel dulce calor.

Me oí gritar de placer. Oí los golpes de su cuerpo contra el mío. Y luego, cuando deslizó la mano entre nuestros cuerpos y me acarició el clítoris, produciéndome aún más placer, obvié todo salvo el intenso resplandor del orgasmo que creció y creció amenazando con arrojarme a un plano existencial en el que solo Tyler pudiera encontrarme.

Se corrió después que yo, y su grito de alivio fue tan salvaje, masculino, potente que cualquier persona que quedara aún en el club sabría perfectamente lo que estábamos haciendo.

—Cielo —murmuró, y me envolvió con sus brazos para depositarme con cuidado en el escritorio.

Le dediqué una sonrisa lenta.

—Uau —dije.

Me respondió con una sonrisa de suficiencia, muy masculina.

—Oh, sí —dijo—, me gusta nuestro acuerdo.

—Mmm —mascullé a modo de confirmación mientras me estiraba como un gato, como si el escritorio fuera tan cómodo como la más mullida de las camas—. Ahora mismo soy una clienta muy satisfecha.

La chaqueta se había caído al suelo, y Tyler se agachó para cogerla. Luego me la pasó. Yo me la puse e inspiré el aroma de Tyler en ella.

Estaba empezando a abotonármela cuando la puerta se abrió de golpe.

—Maldita sea —exclamó Tyler, pero calló al ver que era Cole, con una expresión mezcla de rabia y de miedo en el semblante.

Me miró un instante y enseguida se centró en Tyler.

—Lizzy —fue todo lo que dijo.