Me despertó el aroma a café y la sensación de que algo suave me rozaba el vientre desnudo. Abrí los ojos, pero descubrí que seguía sin ver.
«Llevo una venda».
Me levanté como impulsadas por un resorte, movida por un ataque de pánico. Me palpitaba el corazón, y me llevé los dedos a la cara, pero unas manos fuertes y cálidas me detuvieron de pronto y me apartaron los dedos con suavidad antes de que pudiera quitarme la venda.
«Tyler».
—Tyler, por favor.
—Chis. No estás atada. Estás a salvo. Aún estás en la cama y estás a salvo. —Me dio un beso suave en los labios—. Quiero que te la dejes puesta. Si tienes que quitártela, no te lo impediré. Pero si consigues aguantar, sé que lo disfrutarás, y estoy condenadamente convencido de que vas a experimentar sensaciones que nunca habías sentido antes.
Tragué saliva, aún nerviosa. Sin embargo, como confiaba en él, me tranquilicé.
Moví los brazos y las piernas; quería tener la seguridad de que podría echar a correr.
—¿En cualquier momento? ¿Me la puedo quitar cuando quiera?
—Por supuesto.
Esbocé una sonrisa irónica.
—¿Anoche querías que viera las estrellas y ahora no quieres ni que vea la habitación?
Rió, obviamente entendiendo que mis palabras eran de aceptación.
—La vista es algo asombroso, detective. Con ella se aprecian mucho mejor las preciosas curvas de una mujer. —Lo oí rodear la cama, casi pude sentir sus ojos clavados en mí—. Y permite disfrutar más vívidamente de todos sus encantos…
Con suavidad, me cogió de los tobillos y me separó las piernas.
Me retorcí, aún vergonzosa, pese a todo lo que habíamos hecho. Aunque era distinto, en cierto modo, porque no podía verle la cara, solo podía imaginar sus expresiones y el ardor de su mirada.
—No lo hagas —me dijo con dulzura—. ¿Tienes idea de lo preciosa que eres? ¿De lo dura que me la pone solo saber que me deseas? ¿De lo increíblemente excitante que me resulta ver lo mucho que me deseas?
»La vista —prosiguió, y yo gemí cuando paseó el dedo lentamente por mi sexo, introduciéndolo lo justo para provocarme y hacer que volviera a retorcerme, esa vez demandando en silencio más, demanda que él ignoró y retiró el dedo.
Dejó de tocarme por completo.
—Y el gusto y el olfato —añadió, susurrándome al oído y acariciándome el labio con un dedo—. Eso es. Quiero que sepas lo dulce que me sabes, lo mucho que anhelo el olor de tu excitación.
Me pasó el dedo por el labio, luego por debajo de la nariz.
—También están las palabras. El sonido de mi voz diciéndote cosas agradables. O quizá palabras bruscas. Diciéndote que voy a acariciarte con la suavidad de una pluma o que te follaré hasta que grites.
Noté que mi sexo se contraía y, por cómo cambió el tono de su voz, supe que se había percatado.
—Mantén las piernas separadas, los brazos abiertos —dijo, y yo gimoteé a modo de protesta, convencida de que si me quitaba la condenada venda me ahogaría en su expresión de satisfacción.
—Por favor —supliqué—. ¿Qué pasa con el tacto? También es un sentido.
—En efecto. ¿Eso es lo que quieres?
—Quiero que me toques —confirmé—. Te quiero dentro de mí.
—Enseguida —prometió—. Pero, hasta entonces, creo que podemos conseguir que lo desees un poco más.
Sentí que algo ralo y suave me rozaba la piel.
—¿Qué es? —pregunté—. ¿Una pluma?
—Son plumas —dijo— y pequeñas tiras de cuero entremezcladas y atadas como flores al final de una vara flexible.
—Mmm…
—En teoría, es un juguete para gatos. —Paseó el extremo emplumado por mi sexo e hizo que me arqueara de sorpresa y de placer—. Me resulta mucho más interesante jugar con este chochito.
—Miau —dije, y le hice reír.
—Muy bien, gatita.
Detecté la provocación en su voz y sentí la caricia del juguete. Me lo paseó por todo el cuerpo, rozándome apenas la piel con las plumas, desde las plantas de los pies hasta la curva de la oreja. Me acarició, erizó y excitó todo el cuerpo, y cuando ya estaba húmeda y caliente, y dispuesta a pedir más, hizo que me volviera para ponerme boca abajo y empezó a acariciarme la espalda.
—Por favor —dije—. Por favor, Tyler.
—Por favor, ¿qué?
—No sé —contesté con sinceridad. Estaba que ardía. Quería aliviarme. Lo deseaba—. Todo, creo.
—Lo que necesite la señora. De rodillas, pues. Los brazos en la cama, el culo al aire.
—Yo…
Me interrumpí al darme cuenta de que no tenía ni idea de qué decir. Así que cambié de posición, hice lo que Tyler me pedía y luego gemí de placer cuando me metió los dedos hasta el fondo.
Después grité sorprendida cuando el juguete me golpeó con fuerza en el culo; el dolor me resultó a la vez sorprendente y agradable.
—Ah, sí —dijo al notar que mi vagina se contraía alrededor de sus dedos—. A la señora le gusta esto.
—Sí —susurré, porque el dolor hizo que el calor se propagara por todo mi cuerpo, y mi clítoris exigía atención.
—Eres increíble —exclamó—. Me encanta cómo responde tu cuerpo. Podría pasarme el día provocándote y jugando contigo.
—Por mí, bien —murmuré mientras me acariciaba el trasero despacio, de forma sensual, en círculos, luego me sorprendía con otro golpe, este un poco más fuerte y el dolor algo más agradable.
Me apretó con la palma de la mano donde me había golpeado, y me acarició trazando círculos suaves al tiempo que el fuego que el primer cachete había desatado se propagaba por mi cuerpo, como dedos cálidos que me encendían y me excitaban.
Bajo la venda, tenía los ojos cerrados. Jamás había esperado, ni siquiera imaginado, una sensación de placer tan intensa unida a la anticipación, de su mano, de su polla, de un tercer golpe.
Pensaba que el subidón que había sentido en la mazmorra sadomaso, desnuda y enmascarada, había sido lo máximo. Pero eso lo superaba.
Me había excitado estar expuesta, sujeta a los caprichos de Tyler, pero aquella emoción nacía de infringir las normas, de ser un poquito traviesa.
Esto era distinto, y la emoción no provenía de la travesura, sino de la intimidad. De ser suya.
—Otra vez —susurré—. Por favor, Tyler. Otra vez.
Con suavidad, me besó la curva del trasero. Y entonces, justo cuando empezaba a pensar que ya no regresaría, llegó de nuevo aquella dulce punzada.
Entonces la suavizó con su boca, y yo gemí con esos besos en la zona dolorida, que se propagaron por mi cuerpo para prolongar las sensaciones placenteras.
—Te gusta. —Como no era una pregunta, no me molesté en responder—. A mí me gusta mirarte, ver cómo se eriza tu cuerpo, cómo se sonroja tu piel clara. Me gusta verte llegar al límite, Sloane, y me gusta saber que soy yo el que lo ha logrado.
Me pasó el extremo emplumado del juguete entre las piernas, y yo me froté descaradamente contra él. Mi cuerpo estaba dispuesto, listo.
Rió, como si detectara mi angustia.
—¿Qué quieres?
—Más —dije—. Todo. A ti.
—Buena respuesta. Separa más las piernas. Eso es —dijo cuando obedecí—. Un poquito más.
Aún estaba detrás de mí, y yo seguía en la cama, con las rodillas casi al borde del colchón, rozando a Tyler con los pies. Podía imaginarme mi aspecto, con las piernas separadas, la espalda arqueada, la cabeza levantada hacia arriba. Tremendamente excitada, dato que él confirmó al provocarme con el pulgar, deslizándolo por mis labios e introduciéndolo apenas en mi vagina.
—¿Es eso lo que quieres?
—Más —pedí.
—¿Qué tal esto? —preguntó mientras deslizaba el extremo emplumado del juguete por mi ombligo, luego lo retiraba, haciéndome cosquillas con las plumas en el clítoris, la vagina, el culo, produciéndome una sensación indescriptible por todo el cuerpo y haciéndome jadear de deleite, y me llevaba tan al límite del deseo que pensé que gritaría si no me tomaba inmediatamente.
—Por favor —murmuré—. Ahora, por favor.
Estaba al borde de la desesperación, pero no me atormentó mucho más.
Me arqueé al notar que me penetraba y grité cuando, con un golpe de caderas, se hundió por completo en mí. Me sujetó mientras entraba y salía, primero despacio, luego más y más deprisa.
Me hablaba, su voz suave a modo de banda sonora, diciéndome cuánto le gustaba, lo tensa que estaba por dentro, lo mucho que deseaba ver cómo me corría. Y yo, con la venda aún puesta, me aferré a los colores, los destellos de luz, las partículas danzarinas que constituían lo único que me anclaba a esa realidad, perfectamente consciente de que cuando alcanzara el clímax se apoderaría de mí un placer tan intenso que seguramente me dejaría exhausta.
Tyler mantuvo el ritmo, pero me soltó las caderas y deslizó una mano entre mis nalgas para acariciarme el ano. Como la caricia del juguete, esa nueva sensación me sorprendió, me elevó aún más. Increíble, sí, y tan íntimo que me catapultó a otra dimensión más lejana donde las sensaciones eran más intensas todavía, hasta que no pude soportarlo y grité por la dulce y constante agonía de aquel placer absoluto.
Sostuvo mi cuerpo tembloroso, luego me arrimó con delicadeza al suyo y me estrechó entre sus brazos.
—Uau —exclamé, mientras Tyler me quitaba con cuidado la venda—. Gracias.
—Cielo, te haré gritar «Uau» todas las veces que quieras.
Permanecí inmóvil entre sus brazos hasta que al fin me recobré, más o menos. Luego me volví lentamente.
—¿Qué hora es?
Echó un vistazo a la cómoda y al reloj que había en ella.
—Casi las diez.
Me incorporé de golpe.
—Mierda. Voy a llegar tarde. Y no creo que acostarse con el jefe sea una buena excusa.
—Tranquila —me dijo—. Te he cambiado el horario. Hay unos cuantos sitios a los que quiero llevarte primero.
Enarqué una ceja.
—Si eso es una metáfora de más sexo, habrá que dejarlo para otro rato.
—No —repuso—. Se trata de Amy.
Fruncí el ceño.
—¿Qué pasa con ella?
—Aún estás buscando su dirección o la empresa para la que trabaja, ¿no? Sé de alguien que podría ayudarnos. Y luego, mi querida policía, tenemos que ir de compras.
—¿De compras? —repetí, pero Tyler se limitó a levantarse y a tenderme la mano.
—Vamos a vestirnos.
En realidad, nos duchamos primero y, pese al riesgo indiscutible de que hubiera sexo bajo el agua y se nos fueran los planes al garete, accedí a ducharme con él.
—No me obligues a lamentarlo —le dije en cuanto empezó a rozarme el vello púbico—. Y no hagas eso.
—Me parece que vamos a tener otra tarea para esta mañana —señaló, y cogió la maquinilla de afeitar—. No es que no me encante este triangulito tan deliciosamente recortado, pero todas las demás bailarinas se lo depilan.
—Ah. —Tragué saliva—. No sé si seré capaz de rasurarme eso.
Sonrió con picardía.
—Yo te ayudo más que encantado, nena.
Me situó de forma que no nos salpicara el chorro de la ducha, pero lo bastante cerca para poder coger el cabezal. A continuación, mientras yo separaba las piernas y me agarraba a las paredes, un tanto asustada e intentando mantener el equilibrio, procedió.
Primero me enjabonó. Luego, despacio y muy suavemente, me pasó la maquinilla por la piel una y otra vez. Observé que me excitaba bastante. No por el afeitado en sí —aunque la presión de la cuchilla me producía una sensación asombrosa—, sino de pensar que estuviera cuidando de mí de una forma tan íntima.
—Lista —dijo cuando hubo terminado y me hubo aclarado.
Me dio un beso en la piel recién rasurada, y a punto estuve de suplicarle que volviera a llevarme a la cama.
Pero me había hablado de Amy, y era cierto que si quería asegurarme de que estaba de vuelta en casa para el nacimiento del bebé de Candy, debía seguir cualquier pista que me acercara a ella.
Con todo, no pude resistirme a un beso, lento e intenso. Y, mientras mi lengua buscaba la suya, me asaltó el pensamiento de que los días iban pasando y me alejarían inexorablemente de aquel hombre por el que me sentía más atraída a cada instante.
Después de la ducha, me envolví en uno de los suaves albornoces del Drake y volví al dormitorio de Tyler en busca de mi ropa.
—Esta habitación es distinta del resto del hotel. —Me había fijado en la decoración y el mobiliario vanguardistas la primera vez que había entrado en ella, pero aún no lo había comentado a Tyler—. Es cosa tuya, ¿verdad? No del personal del Drake.
—Completamente mía —contestó. Acababa de entrar con una toalla apenas sujeta a la cintura, y me hizo lamentar muy seriamente ese empeño mío en volver al trabajo.
—¿Por qué esta precisamente? ¿Por qué te tomas la molestia, quiero decir?
—Soy muy exigente con mi dormitorio. —Tyler había estado mirando al infinito, pero en ese momento me miraba a mí—. No entra nada en él que yo no haya elegido especialmente.
Tragué saliva. De pronto no sabía si aún hablábamos de los muebles.
—¿Qué te parece?
Pestañeé, confundida.
—¿El qué?
Frunció los ojos, el condenado, y seguro que sabía qué rumbo llevaban mis pensamientos.
—La habitación.
—Me gusta. Resulta bonita y peculiar, con todos esos ángulos y rectas. Pero también es acogedora. Y, en cierto sentido, cálida y confortable. —Titubeé, luego me lancé a la piscina—. Me recuerda a ti —reconocí, porque no podía negar la veracidad de aquellas palabras.
—¿Confortable? —repitió, y arqueó las cejas con aire de fingido espanto—. No sé si me gusta eso. Pero me gusta lo de «acogedora». También es caballerosa y terriblemente sexy.
—¿Aún hablamos de la habitación?
—¿De qué si no? —Sonrió con pretendida inocencia.
«De qué si no, desde luego».
Le dediqué una sonrisa pícara, me agaché para recoger los pantalones de deporte y la camiseta que me había dejado la noche anterior para ir por el parque.
—Gracias por el préstamo —dije—, pero la camiseta se ha ensuciado con la hierba, y prefiero ponerme unos pantalones de mi talla. ¿Sabes si en la tienda de regalos del Drake venden ropa?
—Aunque me tienta más verte desnuda, tienes algunas prendas tuyas en ese armario. —Señaló el vestidor—. En el cajón de arriba, a la izquierda, creo.
Fruncí las cejas.
—¿Y cómo ha llegado mi ropa hasta aquí?
—Anotaste la dirección en la solicitud.
—Sí, ¡la dirección de mi apartamento cerrado con llave de la que tú no tienes copia!
—Eso no ha sido un problema —señaló con un gesto de desdén—. Cole tiene dos puntos fuertes: el arte y abrir cerraduras. El segundo de ellos ya no tiene muchas ocasiones de ponerlo en práctica.
Lo dijo con tal devoción que me hizo reír.
—Pero ¿solía hacerlo?
—Cuando era un joven descarriado —confirmó Tyler mientras se abrochaba a la muñeca el reloj que no funcionaba bien.
—¿Contigo?
—Más o menos. Ya te lo he dicho. Los dos hicimos muchas estupideces antes de reformarnos. —Señaló el reloj con la cabeza—. Deberíamos irnos ya.
—Vale.
Me calcé deprisa. No me molesté en maquillarme. Sobre todo porque rara vez lo hacía, pero también porque había visto los camerinos del Destiny. Allí podría arreglarme antes de mi turno.
—¿Te apetecen unos donuts? —preguntó Tyler.
—Soy policía. ¿Tú qué crees?
—Pues nos comemos unos por el camino.
Lo de los donuts iba en serio y, antes de entrar en la autopista, Tyler pasó por una panadería y compró cuatro docenas, pero se limitó a encogerse de hombros cuando le pregunté por qué tantos.
Luego nos pusimos en marcha de nuevo; yo casi iba babeando a causa del aroma a masa y a azúcar.
—¿Vamos hacia el norte?
—Más o menos.
—¿Adónde?
—A mi casa —contestó.
Me volví hacia Tyler.
—Pensaba que se trataba de Amy.
—De tu búsqueda, sí.
—No te entiendo —dije algo recelosa, algo preocupada, pero sobre todo intrigada.
—No te hagas muchas ilusiones, pero hay unas personas en las que ella podría haber confiado.
—Ah. ¿Quiénes?
Tyler se volvió hacia mí lo justo para sonreírme.
—Chicas —dijo—. Unas cuantas.
Vi a algunas de esas chicas cuando detuvo el coche a la entrada de una espléndida casa, mansión, palacete… No sabía bien cómo llamar aquella vivienda. Recordaba, sin embargo, el año en que se había construido.
—Data de 1856, ¿verdad? Y es Old Irving Park, ¿no?
Tyler me miró de reojo antes de apagar el motor.
—Me has investigado bien.
—Sí. Pero jamás me habría imaginado esto.
El lugar era imponente. Enorme y grandioso, pero aun así confortable, se hallaba enclavado en un solar que debía de abarcar al menos mil doscientos metros cuadrados, quizá más. Estaba pintado de un amarillo seductor y contaba con un porche que lo rodeaba y un pórtico en la fachada principal.
Tampoco me había imaginado cómo serían las chicas.
—¿Quiénes son? —pregunté al ver a las mujeres que tomaban el sol estiradas en el césped, estaban sentadas en el porche leyendo e incluso trabajando en un coche medio desmontado cerca de la parte posterior de la casa.
—Las residentes —contestó.
—¿Cómo dices?
—¿Por qué no vamos adentro y te lo explico?
Lo seguí al interior del imponente lugar, que presentaba un aire muy contemporáneo sin perder por ello su aspecto centenario.
—¡Tyler!
En la inmensa escalera había una mujer en albornoz, muy sonriente. Lucía una figura perfecta y el pelo le caía en tirabuzones por los hombros. No iba maquillada, pero su aspecto era infinitamente mejor que el mío.
Si bien solo con verla consideré la posibilidad de odiarla, decidí no anticiparme hasta conocerla.
—Maisie, esta es Sloane, una nueva bailarina del Destiny.
Maisie frunció el ceño y miró a Tyler con dureza.
—Creí que habías dicho que eso se había acabado —dijo; había un matiz de temor en su voz.
—Y así es. Se terminó. Se acabó. No volverán a haceros daño. Sloane ha llegado al Destiny por el sistema tradicional, y no se mudará aquí.
—Ah. —La sonrisa que Maisie esbozaba se hizo más amplia—. Ah, vale, genial. Esto te va a encantar, en serio. —Miró de nuevo a Tyler—. No he dicho nada inconveniente, ¿verdad?
—No. Sloane lo sabe todo —contestó él, mirándome con expresión seria.
—Todo —confirmé, aunque me pregunté qué demonios sería «todo».
—Maisie vive aquí mientras hace un módulo de FP —explicó Tyler—. Confía en que pueda solicitar una beca de cuatro cursos el año que viene.
—La beca Tyler Sharp —explicó Maisie con una sonrisa—. Oye, me muero de hambre. Me dirigía a la cocina.
—Coge esto. —Tyler le dio la caja de donuts.
Antes de que Maisie se fuera, le preguntó si se acordaba de Amy. Así era, pero ignoraba en qué parte de Las Vegas se había instalado. De eso no tenía ni la menor idea ninguna de las chicas de la casa, ninguna de las dieciocho.
—Sospechaba que no iba a sacarle nada —dijo Tyler—. Las chicas que viven en la casa están muy unidas. Por lo que he visto, no se relacionan mucho con las otras, como Amy y tú, que entran por la puerta grande.
—¿Es eso lo que he hecho? —pregunté con ironía.
—En comparación con ellas, sí. Pero pensaba que igual habrían oído algo de pasada.
—Bueno, ¿y qué me he perdido? —pregunté—. ¿Cómo han terminado estas chicas en el Destiny? ¿Qué es lo que Maisie teme?
—Me sorprendes, detective. Suponía que te lo habrías imaginado.
—¿La trata de blancas?
—Has acertado a la primera.
Negué con la cabeza.
—En realidad, no —dije—. Explícate.
—¿Cuánto sabes de nuestro acuerdo de inmunidad?
—Muy poco —contesté—. Solo que existe.
Asintió.
—La situación es complicada: muchos años, mucha gente. Pero se resume en que Evan, Cole y yo nos topamos con una red de trata de blancas. Era muy amplia, estaba muy extendida. Y era muy, muy peligrosa.
Asentí a mi vez. Aún no me había enfrentado a ninguna red de prostitución interestatal, pero sabía lo bastante para comprender la envergadura, y el peligro implícito, de lo que me estaba contando.
—¿Qué hicisteis?
—Queríamos desmantelarla, pero eso era más fácil de decir que de hacer. Empezamos a recopilar información y se la pasamos a los federales, de forma anónima.
—¿Por qué de forma anónima? —pregunté, aunque tenía la sensación de que conocía la respuesta.
—Somos individuos que se traen entre manos… operaciones comerciales delicadas. Todos queríamos ponerle fin, pero no veíamos la necesidad de situarnos en el punto de mira.
Me dije que aquello significaba que Tyler, Cole y Evan estaban protegiendo sus propias actividades ilegales.
—Con las pistas que les facilitamos, se creó un grupo de operaciones federal.
—El que supervisó el padre de Angelina.
—Eso es. Y, mientras el grupo de operaciones empezaba a trabajar para desmantelar esa organización, nosotros hicimos las únicas dos cosas que podíamos hacer: seguimos recopilando información y sacamos a todas las chicas que pudimos.
—¿Las sacasteis?
Asintió con la cabeza.
—La red funcionaba un poco como el célebre Ferrocarril Subterráneo: atrapaba a las chicas y no las soltaba. Las llevaban de un sitio a otro, a veces bajo falsos pretextos, diciéndoles que serían actrices o modelos, por ejemplo. Cuando obteníamos información sobre una chica o un grupo de ellas, nos infiltrábamos. Los tres o parte de nuestro personal de seguridad, dependiendo de la situación.
—Pero ¿no reventaba eso toda la operación? Habrían sabido que los tenían localizados antes de que dispusierais de pruebas suficientes para llevarlos a juicio.
—Por eso no podíamos sacar de allí a todas las chicas. Teníamos que andar sobre seguro. Infiltrarnos como si fuéramos clientes. O representar a algún príncipe extranjero en busca de una querida. Otras veces, simplemente, provocábamos un accidente de tráfico y simulábamos que las chicas se habían escapado sin más. El caso es que éramos bastante creativos.
—Y sacasteis a las chicas. Eso es estupendo. —Me alegré de verdad.
—No a todas —dijo con pesar.
—Algo es algo. —Le acaricié apenas la mano para consolarlo—. ¿Y las trajisteis aquí?
—A la mayoría. Algunas tenían casa, pero casi todas la habían perdido ya. Fugitivas, sin hogar. Aspirantes a actriz atrapadas en el lado sórdido del sueño. Si no tenían un hogar al que volver, les dábamos uno, y les buscábamos empleo. Bailando, si sabían hacerlo. Sirviendo mesas, si no.
—Y más —añadí—. Maisie ha dicho algo de una beca, ¿no?
—Exagera, pero sí. Si se mantienen limpias y sacan buenas notas, las ayudamos a formarse. Y, si necesitan encontrar empleo, también les echamos una mano.
—Vosotros tres sois increíbles. —No pude contener la emoción. Sentía una especie de orgullo, y muchísimo respeto—. Gracias por contármelo. Por traerme aquí.
Estábamos en el porche de la puerta principal, con vistas a un césped precioso, a los elegantes árboles centenarios y a las mujeres que disfrutaban de una vida mejor allí.
Tyler titubeó antes de hablar.
—Era importante para mí que lo vieras.
—¿Por qué? —le dije en voz tan baja que temí que no lo hubiera oído.
Y contuve la respiración, a la espera de su respuesta.
—Porque me siento orgulloso de ello. Y porque quería compartirlo contigo.
Me cogió la mano y entrelazó sus dedos con los míos.
—Gracias —dije con un hilo de voz, y le apreté la mano.
La puerta se abrió de golpe a nuestra espalda.
—¡Tyler! ¡Hola!
Me volví y vi a una chica de veintitantos años con un corte de pelo a lo duende y ojos verdes danzarines.
—Caroline, ¿qué haces tú aquí? Pensaba que vivías en el campus ahora.
—Sí —contestó—. Y me encanta. Pero hoy es domingo, ¿no? Maisie y yo vamos a ver una película en casa.
Hizo un globo con el chicle y lo explotó.
Tyler la señaló con la cabeza, luego se volvió hacia mí.
—Caroline solía vivir aquí.
—Y me encantaba —intervino Caroline—. Pero el apartamento del campus es superpráctico. ¿Estáis buscando a Amy?
Dijo todo eso sin tomar aire, o esa impresión me dio.
—Yo sí —respondí—. ¿La conoces?
—No mucho, pero soy amiga de Darcy, y Amy y ella se llevan bien.
Me dio un vuelco el estómago por la desilusión.
—Tyler ya ha hablado con Darcy. Amy le ha enviado una postal desde Las Vegas. Lo que intento saber es en qué parte de Las Vegas está. Una amiga común va a tener un bebé. Quiero asegurarme de que Amy vuelve a tiempo de verlo nacer.
Caroline negó con la cabeza.
—No lo sé. Pero el tío del otro trabajo quizá lo sepa.
Miré a Tyler a los ojos.
—¿Qué otro trabajo? —quise saber.
—Un cliente. Uno de esos a los que les hacía un privado de vez en cuando. Un tipo corpulento. Guapo, pero algo canoso por las sienes. Trae las Coca-Cola y eso.
—Charley el Grandullón —dijo Tyler, luego me miró—. Venta, alquiler y mantenimiento de máquinas expendedoras. Cole y yo lo contratamos para algunas de nuestras propiedades, de hecho.
—Sí. —Caroline sonrió—. Ese. Amy me dijo que le había ofrecido un trabajo. Supongo que, al final, aceptó otra oferta, imagino que con algún tío, pero igual le contó a Charley el Grandullón qué otro empleo había aceptado.
—Gracias —le dije—. Me has sido de gran ayuda.
Caroline asintió. Miró a Tyler y la expresión de su semblante se tornó triste.
—Emily y Amy estaban muy unidas. Solo coincidieron aquí unas cuantas semanas, pero se cayeron bien desde el principio.
—Lo recuerdo —dijo Tyler.
—¿Alguna novedad? —le preguntó Caroline antes de que yo pudiera decirle que me indicara dónde encontraría a Emily.
—Ninguna. —Tyler se volvió hacia mí—. Emily era una de nuestras chicas. Nos dejó hace un par de meses y, poco después, apareció muerta.
—Lo siento mucho, Caroline.
—Los polis mienten sobre ella. —Se volvió hacia mí—. Dicen que regresó a las andadas y que se topó con un cliente que acabó con ella. La dan por muerta.
—¿Tú no lo crees?
—No.
Tyler negó con la cabeza.
—Cuesta creerlo. Emily es lista y tiene carácter; no volvería a la prostitución. Y si hubiera estado en algún apuro, habría venido a mí. Aun así, quizá se topó con un mal tipo que pensó que por ser bailarina podía complacerlo en lo que él quisiera. —Vi a Tyler cabreado—. El muy cabrón…
Apretó con fuerza la mano de Caroline.
—Si me entero de algo, te lo diré. Te lo prometo.
Los tres fuimos a la casa, donde la conversación giró en torno a Emily, aunque también me dieron buenos consejos sobre cómo camelarse a los clientes para conseguir buenas propinas. Cuando Tyler y yo regresamos al coche una hora más tarde estaba hasta arriba de donuts y café, y tenía un montón de información acerca del baile en el Destiny. Con todo, pese al tiempo transcurrido y a las conversaciones que se habían sucedido entretanto, yo seguía pensando en Charley el Grandullón.
—¿Quieres que lo llame? —preguntó Tyler.
—Aún no. Caroline ha dicho que era un cliente de mediodía. Así que, si no aparece por el club hoy, quizá tengas que llamarlo. Pero me gustaría charlar con él primero.
—Me parece bien.
—Mientras tanto —añadí—, voy a ver si puedo localizarla en Las Vegas a la antigua usanza, a la manera de los detectives.
Tyler se adentró en las calles y autopistas de Chicago, yo saqué el móvil y pulsé la única tecla de llamada rápida que tenía configurada. Dos tonos después, respondió mi padre.
—Hola, hija mía —dijo, con esa voz de barítono que podía resultar igual de tranquilizadora que de aterradora, dependiendo de si ayudaba a una víctima o interrogaba a un sospechoso—. ¿Qué tal la cadera?
—Hola, papá. Va bien. Han metido la pata dándome la baja.
—No te lo discuto. ¿A qué debo esta llamada? —Oía el ajetreo de la comisaría a su espalda, y lo imaginé delante de su maltrecho escritorio, oculto tras una enorme pila de papeles—. ¿Solo querías oír la maravillosa voz de tu padre o necesitas algo?
Me eché a reír.
—Si te dijera que ambas cosas, ¿me creerías?
—Me parece que no.
—Vale, entonces necesito algo.
—Y yo te ayudaré encantado. Siempre que me respondas a una pregunta.
—Dispara.
—¿Qué demonios haces trabajando cuando deberías estar recuperándote?
Me incliné hacia delante y puse los ojos en blanco. A mi lado, Tyler torció la boca. Sabía que oía también lo que mi padre estaba diciendo, pero supuse que solo lo que yo decía ya resultaba lo bastante divertido.
—Estoy tratando de no volverme loca —dije con sequedad—. Y ayudando a una amiga.
Le conté brevemente lo de Candy y Amy.
—¿Qué necesitas?
—¿Conoces a alguien en la Policía de Las Vegas?
—Me ofende que me lo preguntes. Yo conozco a todo el mundo. Por eso soy invencible.
—No eres tan gracioso como crees, papá. En serio, necesitaría que pidieras un favor. Quizá la hayan multado por exceso de velocidad o algo así. ¿No podrías pedir a alguien que haga una búsqueda, que vea si aparece por ahí su permiso de conducir? A lo mejor hasta me consigue su dirección actual.
Mi padre me aseguró que se ocuparía de ello, por supuesto.
—Pero prométeme que no te excederás. Te guste o no, todavía estás convaleciente. Más aún, tendrías que tranquilizarte un poco. Te tomas las cosas demasiado en serio, y te vas a quemar antes de tiempo.
—Papá…
—Lo digo de verdad. Sal con algún chico. Ve a ver una peli. Tómate dos horas libres de ser detective para ser mujer.
Yo miraba a Tyler.
—Gracias por el consejo, papá. Lo creas o no, estoy en ello.