16

Tyler salió al vestíbulo para reunirse con Greg y, supuse, para recoger el resto de mis ropas.

No obstante, cuando regresó a la habitación solo llevaba en las manos las sandalias.

—Vamos —dijo—. Cálzate y abróchate eso.

—Hum, creo que necesito mi ropa.

Se apoyó en la puerta.

—No, no la necesitas.

Me levanté y me abotoné la americana con los ojos entornados.

—¿Me vas a hacer entrar en el Drake así?

—En primer lugar, aceptaste las condiciones.

—No sabía que afectaran al vestuario —refunfuñé, haciéndole reír.

—En segundo lugar, no vamos al Drake. —Una mirada pícara le iluminó el rostro—. Todavía no.

—Oh. —Un escalofrío de temor y, sí, también de nervios y expectación, me recorrió el cuerpo—. ¿Te lo pregunto siquiera?

—Puedes —contestó—, pero no voy a decírtelo.

Se acercó a su mesa y descolgó de nuevo el teléfono.

—Otra cosa, Greg —susurró al auricular al tiempo que arrojaba un llavero sobre la mesa—, di a Cole que las llaves de la Ducati están en mi despacho. Esta noche necesito el Buick.

Colgó y se volvió hacia mí.

—Le había dejado mi coche —explicó—, pero creo que irás más cómoda en el Buick que en la moto.

—No me importaría subirme a tu moto. —Contemplé mi atuendo, o mejor dicho la ausencia del mismo—. Pero necesitaría recuperar mi ropa.

—Lo añadiremos a nuestra lista de tareas pendientes.

Tyler me miró y percibí en su semblante el destello de algo ardiente. Rodeó la mesa hasta quedar frente a mí. Me enderecé, con el cuerpo preparado una vez más para recibir sus caricias, debilitado por el mero hecho de sentir su proximidad.

Sin decir una palabra, me condujo hasta la mesa y, levantándome por la cintura, me sentó en ella con las piernas cerradas y los pies colgando. Contuve el aliento, anhelando ya su contacto.

—Me encantaría comerme la carretera con tus brazos alrededor de mi cintura —dijo mientras me cogía los muslos y los separaba bruscamente, provocándome un estremecimiento de expectación. Antes de que pudiera protestar, tiró de mí hasta tenerme en el borde de la mesa con el sexo totalmente abierto y listo para él—. Me pregunto… —dijo envolviéndolo con su mano. Me arqueé hacia atrás con una inspiración trémula, todavía sensible, todavía dispuesta—. Me pregunto si la vibración de la moto te excitaría, si te prepararía para mí.

Deslizó un dedo en mi vagina, luego dos, luego tres. Estaba tan húmeda, tan caliente, que mi cuerpo lo envolvió con fuerza. Su gemido de satisfacción me estremeció y casi me fundí de placer.

—Siempre estoy preparada para ti —susurré, y me dije: «Que Dios me ayude, ¡ya lo creo que sí!».

—Mírame —me ordenó, y en cuanto clave la mirada en él ya no pude apartarla—. A partir de ahora te quiero siempre así —dijo—. Caliente, húmeda y lista para mí en todo momento. Te quiero tan mojada por el simple hecho de pensar en mí, que pueda doblarte, bajarte el tejano y penetrarte siempre que me apetezca. Quiero que con solo pasar la mano por tu coño te derritas. Quiero que tus pechos anhelen constantemente mis caricias. Te deseo tan dispuesta que una sola palabra mía te haga alcanzar el éxtasis. ¿Entiendes?

—Sí —dije, aunque tenía el cuerpo tan caliente, la boca tan seca, que no sé cómo acerté a pronunciar esa sencilla palabra.

—¿También tú lo quieres?

—Sí —alcancé a gemir.

Sus dedos seguían dentro de mí, provocándome, jugando conmigo. Los sacó y frotó el pulgar contra mi clítoris y —sí, Dios mío, sí— el orgasmo estalló en mi interior. Una tormenta discreta esa vez, pero bastó para convulsionarme, encenderme la piel, debilitarme por la satisfacción y el deseo de más.

—Estás intentando mantenerme en la cuerda floja —susurré.

Vi el destello de triunfo masculino en sus ojos antes de que una sonrisa le curvara los labios.

—¿Y funciona?

—Sí —reconocí.

—No te preocupes; si tropiezas, te cogeré. —Retrocedió un paso y me ofreció una mano—. ¿Lista?

Consideré la posibilidad de responder que no, pero habría sido una mentira. Había entrado en el País de las Maravillas y quería vivir la aventura hasta el final.

—Sí. —Acepté su mano y salimos.

Lo seguí por el pasillo tirándome continuamente del borde de la americana hacia abajo, aun cuando me iba lo bastante larga para hacerme de vestido corto.

Una vez en el aparcamiento, me condujo hasta un descapotable clásico de color rojo. Mi padre habría identificado enseguida el año y la marca, pero yo solo sabía que era grande como un barco y elegante como el día que salió de la cadena de montaje. La combinación de líneas curvas y rectas le daba un aire retro que me encantaba.

—Uau —exclamé.

—Precioso, ¿verdad?

Me abrió la portezuela, y cuando me acomodé en el asiento corrido noté el calor del cuero en los muslos.

—Es genial —dije cuando se sentó frente a volante.

—Un Buick LeSabre de 1963 —me informó—. Yo mismo lo restauré, aunque la verdad es que estaba en muy buen estado cuando lo compré. Y —añadió mientras abandonábamos el aparcamiento— es una gozada viajar en él.

Para demostrármelo, en cuanto salimos a la carretera retiró la capota, haciéndome chillar de sorpresa y placer cuando el aire cálido de la noche me alborotó el pelo.

—Es fantástico —dije—. Y aunque no vibra tanto como tu moto, creo este asiento corrido podría funcionar. —Di unas palmaditas al cuero rojo y blanco.

Tyler desvió la vista de la carretera el tiempo suficiente para lanzarnos una mirada de soslayo al asiento y a mí.

—Un dato interesante. Y es bueno saberlo, sobre todo teniendo en cuenta adónde nos dirigimos.

—Hum. —Dejé pasar un par de segundos—. ¿Y adónde nos dirigimos?

—No ha estado mal el intento, pero tendrás que esperar a verlo. —Dio una palmada en el asiento—. ¿Sabes que es lo mejor de los asientos corridos? Que puedes acercarte y acurrucarte contra mí.

—¿Es una invitación o una orden?

—Lo que prefieras. Lo que te haga llegar antes.

Sonreí y me deslicé por el cuero. Su mano izquierda permaneció sobre el volante, pero la derecha se trasladó directamente a mi muslo —lo bastante arriba para acelerarme el pulso y tensarme el cuerpo—, pero sin llegar a rozar mi sexo. Bastaba para empezar a volverme loca.

—Estoy prácticamente en cueros —señalé—. Creo que podrías aprovecharte un poco más de la situación.

—¿Eso crees?

—O puede que no seas tan listo e ingenioso como pensaba. O que ya te haya agotado. La clave es la resistencia. —Sacudí la cabeza con pesar—. Hay hombres que, sencillamente, no la tienen.

—Vigila esa lengua o no me quedará más remedio que azotarte.

—No es la primera vez que me amenazas con eso —repliqué, algo nerviosa. ¿Me dolería? ¿Me gustaría?—. Y hasta el momento no has llevado a cabo tu amenaza. Dígame, señor Sharp, ¿qué travesuras ha de hacer una chica para que la castigue?

—Ya se nos ocurrirá algo —me prometió.

—¿De veras? En ese caso tendré que acordarme de portarme mal.

—No te preocupes —repuso en un tono irónico—, ya te lo recordaré yo.

Diez minutos después llegábamos a un edificio de ladrillo rojo desprovisto, a primera vista, de ventanas y letreros.

Junto a la puerta doble de metal había, aun así, un interfono, y cuando Tyler recitó un número de socio el cerrojo se abrió.

Las puertas desembocaban en una recepción que me recordaba al vestíbulo del Destiny. Una mujer con un body negro de látex sonrió a Tyler.

—Bienvenido.

—Gracias, Tricia. La señorita Watson es mi invitada. ¿Te importaría guardarle la americana? Y me gustaría utilizar uno de los collares.

—Desde luego. —Tricia me guiñó un ojo—. Eres afortunada —me dijo, pero apenas alcancé a oírla a causa de las sirenas de alarma que resonaban en mi mente, súbitamente confusa.

—¿Collar? —pregunté a Tyler mientras la chica desaparecía por una puerta—. ¿Ha dicho collar? ¿Para mí? ¿Y qué esperas que haga exactamente una vez que se me lleve la americana?

—Espero que me sigas —respondió antes de esbozar una sonrisa pausada y seductora—. No has olvidado nuestro acuerdo, ¿verdad? Eres mía, ¿recuerdas? Sabes lo que quiero de ti.

—Un collar —repetí con el estómago tenso por los nervios. Pero, a pesar de ello, no podía ignorar el hormigueo que estaba creciendo entre mis muslos, ni la forma en que mis pezones, ya erectos, rozaban provocativamente el forro de seda de la americana.

«Un collar».

«Y nada más».

«Joder».

Analicé la situación. Estábamos en un antro, una sala de juegos, un salón sadomaso, comoquiera que se llamara. Tyler quería que entrara con él, y yo no tenía la menor idea de lo que pretendía que hiciéramos una vez dentro.

Estaba nerviosa. ¡Maldita fuera!, estaba aterrorizada.

Y terriblemente caliente.

—Sí —dijo Tyler al tiempo que observaba mi cara—, creo que vamos a pasarlo muy bien.

Tricia regresó y le tendió un collar negro de cuero con una argolla plateada de la que pendía una correa.

Tyler lo cogió y, acto seguido, me hizo señas con el dedo para que avanzara hacia él. Obedecí, aunque reacia, y contuve la respiración cuando acercó el collar a mi cuello.

—Un momento —dije, y aguardé a que me mirara a los ojos—. Solo aquí, ¿de acuerdo?

Me dio un beso fugaz en los labios.

—Solo aquí.

Me ató el collar a la nuca, lo bastante suelto para permitirme respirar con comodidad pero lo suficientemente ajustado para impedir que se moviera.

—La americana —dijo—. Dásela a Tricia.

Abrí la boca para protestar, pero sabía que tenía las de perder. Y aunque en el coche hubiera bromeado sobre la idea de portarme mal, en ese momento no tenía ningunas ganas de probar los azotes.

Me quité la americana, la doble y la dejé sobre el mostrador. La chica paseó la mirada por mi cuerpo y se volvió hacia Tyler.

—Adorable. ¿La compartes?

—Esta noche no —respondió, y me dejó con la intriga de qué cosas podrían suceder otras noches—. Quiero el círculo, a menos que esté ocupado.

—No, está libre. —Tricia pulsó un botón, y otra puerta doble se abrió ante nosotros—. Pasadlo bien.

—Sígueme.

Tyler tiró suavemente de la correa para conducirme por un pasillo iluminado con velas. Después de algunos giros, empecé a ver estancias abiertas, unas decoradas con muebles lujosos, como un salón victoriano, otras con parafernalia mucho más interesante, como columpios eróticos, camas de látex y mesas hechas con correas de cuero.

En una de las salas victorianas vi a una morena alta, vestida de cuero negro, que estaba acariciando con el extremo de una fusta la mejilla de una rubia menuda. Pasamos deprisa, pero sabía dónde había visto antes esa cara. En el Destiny. Era la morena que estaba con Tyler en la barra.

—¿Vienes mucho por aquí? —pregunté a Tyler sofocando un inoportuno arrebato de celos.

—No.

Arrugué la frente, pues algo en su tono despertó mi curiosidad.

—Hemos pasado frente a una mujer a la que he visto antes. En el Destiny. —Titubeé antes de añadir—: Estabas hablando con ella.

—Es Michelle —dijo, y el nombre resonó en mi memoria.

—Michelle. —Recordé la nota que había visto en su ordenador y la conversación en su despacho—. Un momento, ¿no es la novia de Cole?

Tyler detuvo sus pasos y se volvió hacia mí, intrigado.

—Estabas en el pasillo —recordó.

—Es su novia, ¿verdad? —«Yo solo me la follo», había dicho Cole.

—No —contestó con un tono ligeramente divertido—. Cole no tiene novias.

—Ah. —Tuve en cuenta donde estábamos y lo que eso implicaba. Si Cole no tenía novias, ¿qué hacía exactamente?—. Y, hum, ¿Cole también está aquí?

—No. —Tyler enarcó una ceja—. ¿Quieres que lo llame?

—¡Joder, no! —Me traía sin cuidado el acuerdo que Cole tuviera con Michelle, pero no me hacía gracia que él me viera desnuda. O, por lo menos, que me viera desnuda cuando no estaba bailando en un escenario.

—Bien —dijo Tyler, y siguió andando.

Poco después llegamos al final del pasillo y me hallé delante de una sala oscura con diferentes espacios. Casi todos estaban en penumbra, si bien había algunos bien iluminados. Unos estaban ocupados por una o dos personas, mientras que en otros se agolpaba una multitud. En uno de los espacios había una mujer que le chupaba la polla a un hombre vestido de cuero que estaba de pie frente a ella. En otro había una mujer completamente desnuda con las muñecas atadas y los brazos sobre la cabeza sujetos a una cadena; otra mujer le flagelaba con un mangual los pechos, el torso y el sexo mientras la maniatada gritaba de placer y suplicaba a su ama que la dejara correrse.

Sabía que estaba contemplando escenas, representaciones sexuales que iban desde lo más simple hasta el porno duro. E ignoraba en qué nivel de la escala pretendía Tyler que encajáramos. No habría sabido decir si estaba aterrada o excitada, pero lo que sí sabía era que Tyler no me presionaría más de la cuenta. En ese aspecto, por lo menos, confiaba plenamente en él.

Iba preguntarle qué tenía en mente, pero decidí mantener la boca cerrada. Seguro que él esperaba esa pregunta.

Arrimado a una de las paredes había un gran círculo de metal montado sobre una tarima e iluminado desde arriba con una luz tenue. Al lado del círculo vi una mesa con una colección de tiras de cuero. Eso era todo.

—Esta noche me gustó mucho verte bailar —susurró Tyler mientras me tomaba de la mano y subíamos a la tarima—. Me gustó ver lo mucho que disfrutabas. —Me colocó la mano en el borde del círculo.

—Tyler. —Su nombre era una protesta. Sí, había cruzado desnuda esa sala, pero exhibirme tan abiertamente…

—Tranquila. —Me dio un beso fugaz en los labios—. No te resistas, Sloane —dijo, y supe que la elección era simple: quedarme con él o romper nuestro acuerdo y marcharme.

Me quedé. Quería seguir adelante con nuestro pacto, lo quería a él. Y estaba dispuesta a hacer mucho más que exhibirme desnuda en un círculo de luz si era la condición para poder estar en la cama de Tyler.

—Buena chica. —Me levantó la otra mano y la puso también sobre el círculo, de manera que ahora mi cuerpo formaba una Y dentro del mismo—. Hasta me ha gustado que otros hombres te miraran, te desearan. ¿Y sabes por qué me ha gustado?

Negué con la cabeza.

—Porque me gusta poseer aquello que otros hombres desean. Y esta noche esos hombres te deseaban a ti.

Me dio unos golpecitos en las piernas para indicarme que las abriera.

Me humedecí los labios e inspiré hondo para darme coraje, y obedecí.

—Pero lo que no me gustó fue que esos hombres del club no supieran que eras mía. Aquí todo el que pasa por delante lo sabe.

El círculo estaba bañado en luz y más allá solo alcanzaba a ver sombras. No obstante, sabía que entre esas sombras había gente, e imaginé que se acercaban, me miraban, me deseaban. Desvié los ojos, no porque me diera vergüenza estar allí arriba, sino por que estaba excitada. Pese a las palabras de Tyler, pese a exhibirme de ese modo, lo único que deseaba en esos momentos era perderme en sus caricias.

«¿Pese a? —me mofé de mí misma—. Estás caliente debido a ello. Debido a Tyler, a quien es y a donde te lleva».

Era cierto. Ya lo creo que era cierto. Estaba excitada desde el momento en que lo había conocido.

—Aquí puedo tocarte. —Tyler se colocó detrás de mí. Su voz era suave y seductora—. Puedo acariciarte. Puedo follarte. Puedo hacerte completamente mía. ¿Quieres que lo haga?

—Sí —susurré.

—Yo también, pero no ahora, no aquí.

Volví la cara para verlo; fue un intento vano.

—Voy a hacer que te corras, Sloane —dijo—, y voy a excitarme viéndote. Viendo cómo se te endurecen los pezones. Viendo cómo se te humedece el coño. Te miraré mientras te entregas al placer, mi vida, y sabré que soy yo quien te hace alcanzar el éxtasis.

—Sí, tócame —le supliqué con los ojos cerrados—. Tócame, por favor.

—Lo estoy haciendo —dijo, pero sus únicas caricias provenían de su voz—. ¿Puedes sentir mis labios en tu oreja, mis labios descendiendo por tu cuello? ¿Puedes imaginarte mi boca envolviendo tus senos? ¿Puedes sentir mis dientes mordisqueándote los pezones?

Mis pezones se endurecieron cuando imaginé que Tyler los tocaba, los chupaba.

—Sí puedes —declaró todavía detrás de mí, su aliento era lo único que realmente me rozaba—. Y yo veo lo caliente que te estás poniendo. Ahora mis manos te están acariciando el torso y descienden por tu vientre, te recorro con mis labios y mi lengua, y tu piel vibra con cada caricia.

Me estremecí, y apreté el círculo con fuerza por miedo a soltar las manos y tocarme con desesperación. Sentía todo lo que Tyler me estaba describiendo, como si sus palabras fueran caricias que lanzaban filamentos candentes por mi cuerpo.

—Ahora estoy bajando un poco más. Con las manos y los labios te rozo apenas las caderas, los muslos. Puedo ver lo mojada y abierta que estás. Acerco la boca a tu sexo y soplo ligeramente para que mi aliento juegue con tu sexo, enfríe tus ansias. ¿Puedes sentirlo?

Asentí.

—Sé que lo sientes. Lo sé por la forma en que separas los labios, por cómo se te acelera el pulso. Tienes la piel ruborizada. Estás excitada, tienes el cuerpo tenso, tu coño arde de deseo y tu piel me está suplicando que la acaricie.

—Sí, Dios, sí.

—Ahora te estoy tocando —dijo—. Mis dedos se deslizan por tu sexo y noto lo resbaladiza que estás. Te estoy acariciando el clítoris, te acaricio y te provoco, y finalmente te penetro con mis dedos. ¿Puedes notarlo, nena? ¿Puedes sentirme dentro, sentir cómo tu cuerpo se aferra a mí, como si no quisiera dejarme ir?

Dejé escapar un gemido. Era todo lo que podía hacer.

—Te estás acercando. Tu excitación va en aumento, crece dentro de ti. Estás a punto de explotar, como el vapor bajo presión, y yo estoy aquí, tocándote sin tregua, acercándote cada vez más.

—Sí —susurré.

Mi cuerpo encendido era un reflejo de sus palabras. Estaba cada vez más cerca, podía sentir cada sílaba, cada dulce susurro como si me estuviera tocando con sus manos.

—Puedo verlo, Sloane, puedo ver lo cerca que estás. La tengo dura, nena, increíblemente dura, y todo por ti. Ellos también están aquí, deseándote, mirándote. Te desean, Sloane, pero eres mía, solo mía.

—Tuya —susurré.

Traté de no pensar en los ojos que poblaban la oscuridad por temor a que la vergüenza me arrebatara esa sensación, ese placer cada vez más intenso. Pero no podía ignorarlos, no podía dejar de pensar que yo era de Tyler y que ellos lo sabían, y me miraban y me deseaban.

Y al pensar en ello otro estremecimiento me recorrió el cuerpo. Una ola ondulante, como una nueva capa de placer.

—Exacto, nena —dijo. Me conocía tan bien como yo misma—. Están ahí, Sloane, entre las sombras, viendo tu cuerpo encendido, tus pezones duros y erectos. Pueden ver lo húmeda que estás, lo mucho que deseas esto, lo mucho que te estás acercando. Te miran y ven belleza, Sloane. Y te gusta que te miren, te gusta que te deseen pero no puedan tenerte. Te gusta estar a salvo conmigo, provocándolos al tiempo que sabes que solo yo puedo poseerte.

—Sí, sí —dije, porque era verdad. Antes lo ignoraba, pero era la pura verdad.

—Ya estás mojada, ya estás temblando. Estás muy cerca, nena. Imagíname arrodillado frente a ti. ¿Puedes notar mi lengua en tu clítoris? Mi dedo juguetea con tu ano. Tu cuerpo se contrae de deseo por mí, y te chupo, te lamo, me deleito con tu dulce sabor mientras este crece dentro de ti, mientras te elevas cada vez más.

Yo gemía con cada una de sus palabras, porque podía imaginarlo, y estaba cada vez más cerca. Estaba perdida, vencida, y cuando abrí los ojos —cuando lo vi mirándome, cuando vi su rostro bañado en luz y deseo— abandoné ese mundo, me elevé por encima de las sombras, por encima del almacén, y salí a la noche, hasta que por fin, dulcemente, regresé a la tierra y a los brazos de aquel hombre que me había tocado con tanta intensidad sin siquiera rozarme.

—Eres increíble —dijo mientras me sostenía en la tarima, acariciándome la piel, besándome con delicadeza la sien, el cabello.

Los demás se habían ido. Ya no había sombras más allá de la luz, y me acurruqué contra él. Me pareció haber vivido un sueño. Pero no lo era. Era real. Tyler era real. Y lo que yo sentía era muy, muy real.

—¿Cómo lo sabías? ¿Cómo sabías que me gustaría tanto?

—Porque te miro —dijo—. Por alguna razón, no puedo dejar de mirarte, y te veo.

Me ayudó a levantarme.

—Hora de irse.

Regresamos a la recepción y salimos al mundo exterior.

—Mírate —dijo una vez que estuvimos en el coche—. Fuego y belleza, y yo tengo el control sobre ambos.

—Me siento genial —reconocí. Me volví hacia él y esbocé una sonrisa maliciosa—. Me alegro de que hicieras trampa, ¿sabes?

Vislumbré un destello de sorpresa en sus ojos.

—¿Trampa? ¿De qué estás hablando?

—Este acuerdo es un montaje. —Me humedecí los labios y ladeé la cabeza para escudriñar a aquel hombre increíble, sensual y enigmático—. Ya van dos. La primera noche, cuando fingiste no saber que era policía, y ahora esto. Tengo razón, ¿verdad?

Tyler había empezado a dar marcha atrás, pero apretó el pedal del freno.

—¿Por qué lo dices?

—Porque ya habías decidido que me dejarías bailar en el Destiny. No necesitaba aceptar tu trato para conseguir el puesto.

—¡No me digas! ¿Y cómo lo has deducido?

—Porque no lo consultaste con Evan y Cole, lo cual me indica que ya habías hablado con ellos.

Se volvió hacia mí y me sostuvo la mirada como si estuviera sopesando algo. Finalmente asintió.

—Buen trabajo, detective. Si no hubieras aparecido en el Destiny esta noche, habría ido a buscarte mañana.

—En el ático te mostraste inflexible. ¿A qué se debe el cambio de opinión?

—En primer lugar, no tenemos nada que esconder en el Destiny, de modo que no supone un problema tenerte allí.

—En el Destiny —recalqué.

—En segundo lugar —continuó como si yo no hubiera dicho nada—, me dije que dado que en los próximos días tengo algunos compromisos sociales, me resultaría muy útil acudir con una mujer del brazo, más aún si dicha mujer es policía.

—¿En serio? ¿Qué clase de compromisos?

—Lo sabrás mañana. ¿Viniste a Chicago con algún vestido de noche en la maleta?

—Claro —dije—, junto con los brillantes y las pieles.

—Mañana iremos de compras. —Una sonrisa perezosa le curvó los labios—. Puede que sea el plato fuerte del día. En cualquier caso, esas son las razones prácticas.

—¿Y las razones no prácticas?

—Básicamente, detective, porque quiero follarte. Cuando quiera, como quiera y donde quiera.

—Entiendo.

—¿Mala perdedora, detective?

Lo miré unos instantes, luego resbalé por el asiento y tiré del freno de mano. Sin darle tiempo a reaccionar, tomé su cara entre mis manos y busqué su boca para fundirla con la mía en un beso largo, profundo y sensual.

Cuando me separé, me miró de hito en hito, y casi me reí del complacido asombro que percibí en sus ojos brillantes.

—De mala perdedora nada —dije—. Y si vamos a jugar esta partida, te aseguro que pienso disfrutarla a tope.