El S&M de Rhianna retumbaba en los altavoces, toda ella fuego y aplomo, cantando sobre lo bien que se le daba ser mala. Cantando sobre sexo. Atracción. Excitación y pasión.
Y allí estaba yo, con mis manos embutidas en unos guantes blancos resbalando provocativamente por la barra de acero y la pierna todo lo arriba que me permitía mi miedo a perder el equilibrio, pero lo suficiente para mostrar la liga que mantenía sujeta la media.
Había llegado al Destiny armada con un plan, y ahora era una de las seis mujeres que habían tomado el escenario durante la Hora Amateur que el club ofrecía los sábados por la noche. Al principio me había inquietado que la chica de recepción me reconociera o que Tyler estuviera supervisando el vídeo y me impidiera subir al escenario.
En ese momento, sin embargo, me inquietaba que no estuviera allí y que todo eso fuera para nada.
Cuando las luces se encendieron y empezó a sonar la música, la sangre me bombeaba con tanta fuerza que estaba convencida de que los hombres que rodeaban mi escenario podían oírla. Aunque al principio me había movido despacio, con vacilación, puede que hasta con miedo, tenía que reconocer que le estaba pillando el gusto.
Había estado en suficientes locales de striptease para saber que, en lo referente a clubes masculinos, el Destiny era bastante exclusivo. Tenía cierto aire de casino, con una gran sala, un bar alargado y agradables mesas alrededor de diferente escenarios, cada uno con su barra.
También disponía de zonas más oscuras con cómodos sillones adonde los clientes podían llevarse una bailarina para que les hiciera un baile privado o, si era un tipo extraño, para que le diera un poco de conversación.
El local tenía clase, pero en el fondo el Destiny era como cualquier otro club para caballeros. Las bailarinas acababan completamente desnudas. Bueno, con excepción de un tanga diminuto que se dejaban puesto no por razones de recato, sino como depósito de propinas.
Con todo, a diferencia de algunos clubes, las bailarinas no empezaban así. En el Destiny era una auténtica provocación. Un proceso. Una seducción.
El resultado final, sin embargo, era el mismo. Y yo había comenzado la noche algo nerviosa.
Sapphire, una de las bailarinas fijas del Destiny que estaba encargada de organizar a las seis mujeres que habíamos entrado en la competición de la noche amateur, nos había dado una charla alentadora antes de la actuación.
—Si estáis nerviosas prolongad la seducción. Al final, si queréis aspirar al premio, convendría que os lo quitarais todo. Pero podéis tomaros vuestro tiempo antes de eso, hasta que encontréis vuestro ritmo. Sobre todo, mostraos sexis y provocativas.
Buen consejo, y aunque me había llevado mi tiempo —lo que dura el Keep Your Hands to Yourself de los Georgia Satellites—, finalmente había conseguido pillarlo.
Al principio deseaba olvidar que esos hombres estaban allí, pero a medida que veía cómo me miraban, no podía negar que estaba cogiéndole el gusto.
Rememoré el fuego que había visto en los ojos de Tyler cuando me desvestí para él, la tensión en su mandíbula mientras luchaba por no perder el control.
Evoqué el recuerdo de lo mucho que me había deseado, de lo mucho que yo lo había deseado, de lo mucho que exhibirme para él, desprenderme lentamente del vestido y las medias, me había excitado, tanto que quise que cada movimiento fuera lo más sensual posible, que cada mirada estuviera llena de erotismo y promesa.
Y recordé la forma en que me había acariciado delante del ventanal. «¿Te excita saber que alguien al otro lado de la calle podría estar mirando? Podría estar viéndote desde su ventana».
Me había excitado, ya lo creo que me había excitado. Y no podía negar la excitación que me producía hacer lo mismo en una sala repleta de hombres. Lo mucho que me electrizaba saber que podían mirar pero no tocar. Saber que aunque iba a terminar desnuda en ese escenario, yo era la que tenía el poder.
Era un tipo de poder diferente del que tenía como policía. Diferente y personal, porque provenía de mí, no de la placa y la pistola.
Pero aunque saber que esos hombres me deseaban hacía que me sintiera excitada y poderosa, su interés no tenía el mismo impacto en mí. No estaba bailando para ellos. No eran esos hombres los que me impulsaban a hacer una buena actuación.
Para eso tenía que imaginarme a Tyler.
Tyler sentado en la oscuridad.
Tyler observando cómo me iba desnudando lentamente, cada vez más excitado y caliente con cada prenda que me quitaba.
No estaba allí, en realidad, todavía no. Lo sabía porque de vez en cuando me permitía pasear la mirada por la sala. Y en cada ocasión mi decepción crecía un poco más. Quería que me viera allí arriba. Quería que supiera que estaba haciendo aquello por él y no solo por conseguir el trabajo.
Dios, ese hombre había hecho verdadera mella en mí. Se había metido en mi piel, y eso era tanto un castigo como una provocación. Pero él no estaba allí para verlo.
Me exasperaba que me importara, que lo deseara, que solo tuviera que pensar en él para sentir que mi cuerpo se encendía. Tyler Sharp era como una llama que me invadía con su calor y me debilitaba, me derretía.
Jugar con ese hombre era una insensatez. Tyler era peligroso. Conseguía distraerme, cuando yo era una mujer que sabía mantener a raya las distracciones. Lograba tentarme, y eso que yo no sucumbía a las tentaciones.
Tyler Sharp era todo aquello que no debía desear y que no podía tener, y sin embargo en ese momento no había duda de que era exactamente lo que necesitaba. Tyler Sharp en mi mente, en mis recuerdos, en mi imaginación.
Me aferré a esa fantasía y la utilicé para alimentar mis movimientos, porque tenía que demostrar que podía hacerlo. Tenía que convencerlo de que podía bailar en un club como el Destiny. Que podía hacer que pareciera real.
Me había pasado la tarde comprando, procurando imaginar lo que Candy diría de cada prenda que yo elegía. Finalmente me decidí por la imagen de ejecutiva picante, severa y recatada por fuera pero sexy por dentro. Había subido al escenario con una blusa blanca entallada, una americana gris y una falda recta con una raja hasta la cadera, el único indicio de que esa ejecutiva conservadora tenía un lado atrevido.
Debajo lucía un sujetador rojo de encaje, unas medias con liguero y unas braguitas con volantes, las cuales probablemente tenían un nombre específico en el mundo de la lencería, pero dado que casi siempre llevaba Jockeys de tiro bajo o brasileñas Maidenform, no estaba familiarizada con el vocabulario de ropa interior.
Había empezado despacio, nerviosa, con movimientos bruscos, pero no tardé en sentir la llamada de la música, de las luces. Su efecto hipnótico me trasladaba a un lugar donde no había hombres mirando. Ni camareras ligeras de ropa sirviendo copas a tipos que se morían por un baile privado. Ni camareros. Ni otras bailarinas. Solo existíamos la música y yo… y el hombre que estaba en mi imaginación.
Me había desprendido ya de la americana y me contoneaba con el impulso de la música deslizando las manos por mi cuerpo, acariciándome los senos, recordando la forma en que la boca de Tyler jugueteaba con mis pezones, la forma en que sus besos cubrían hasta el último centímetro de mi piel.
—¡Muy bien, nena! —gritó una voz anónima.
Acababa de abrirme la blusa de un tirón seco que hizo saltar los botones. Las mangas resbalaron por mis brazos e incliné el torso hacia aquel tipo para provocarlo con el encaje de seda que cubría mis pechos. Dejé que la blusa que todavía sostenía en la mano aterrizara en su cabeza y me agaché otro centímetro para que pudiera introducirme un billete de veinte dólares en el escote.
«No está mal para un día de trabajo», pensé cuando me incorporé para dar una vuelta por la tarima antes de regresar a la barra.
Lancé una mirada al escenario de al lado; quería comprobar hasta dónde se había desvestido mi vecina. Ya iba por el tanga, y caí en la cuenta de que me estaba alargando demasiado.
Hora de pasar al siguiente nivel.
Noté un revuelo en el estómago, pero eran nervios acompañados de excitación, y esa excitación se disparó cuando extendí la mirada por la sala y finalmente vislumbré a Tyler.
Vestía unos tejanos y una sencilla camiseta blanca debajo de una americana deportiva de color gris, y a pesar de su indumentaria informal, destacaba entre todos aquellos hombres. Sostenía un portafolios cuyo contenido hojeaba a través de unas gafas de montura oscura que le favorecían y le hacían parecer más sexy todavía. Entregó unos papeles a Greg, el barman, y acto seguido recorrió la zona de la barra de extremo a extremo con pasos largos y arrogantes que dejaban claro que se sentía como en su casa. Más aún, que se sentía como en su casa allí donde iba.
No me había mirado aún, pero no importaba. Ya solo su presencia activó mis sentidos, y noté esa electricidad, esa chispa. «Me ha trastornado —pensé—. Me ha trastornado por completo». Y sí, quería llevar ese baile hasta el final. Para bien o para mal, quería llevarlo hasta el final para él.
Seguí moviéndome con la música —seguí actuando para los hombres—, pero no captaba la atención de Tyler. Saludó a unos cuantos clientes, charló con las camareras y se encaminó a la barra. El barman le deslizó dos copas, y fruncí el ceño cuando advertí que la segunda era para una morena despampanante que ocupaba el taburete contiguo.
La morena sonrió con desenfado mientras los celos me retorcían por dentro. Tyler se acercó un poco más para decirle algo al oído. Cuando la chica se echó a reír y luego se inclinó hacia delante para ponerle una mano en el brazo, tuve que reprimir el feroz impulso de saltar del escenario y apartar a aquella zorra de un manotazo.
Como si me hubiera leído el pensamiento, Tyler alzó la vista por encima de la morena y me miró fijamente. Yo estaba haciendo un shimmy con la barra: con una mano acariciaba provocativamente el acero al tiempo que resbalaba por él y con la otra me bajaba la cremallera de la falda.
Vi el deseo reflejado en sus ojos, y pese a la tenue luz del local, reparé en que su cuerpo se tensaba cuando la falda resbaló por mis caderas, dejándome como único atuendo las braguitas de seda, las medias y el picante sujetador de realce.
Y, por supuesto, mis alucinantes sandalias negras de ocho centímetros. Con las que, francamente, era un coñazo bailar.
Vi que se levantaba. Vi que se le crispaba el rostro.
Y cuando me llevé las manos a la espalda y me desabroché el sujetador, lo vi caminando hacia mí.
Le di la espalda, pues no quería que reparara en mi sonrisa triunfal, y para ocultar mi intención realicé un paseo raudo por el escenario pavoneándome y asegurándome de que todos aquellos hombres obtuvieran buenas vistas de cuanto no podían tocar. A renglón seguido, blandí el sujetador y se lo arrojé a un tipo maduro al que le faltaba poco para babear.
«Ahora las medias», pensé mientras me descalzaba. Levanté la pierna y me sujeté a la barra con la pantorrilla. Me recorrí el muslo con los dedos para, acto seguido, desabrocharme la liga y tirar de la media.
Los hombres estaban sacando billetes, y como no soy ninguna estúpida, antes de pasar a la otra media me di una vuelta por el escenario para recoger mis propinas.
Intentaba mantener la mirada fija en ellos, tener ese contacto visual que sabía que las bailarinas utilizaban para asegurarse una propina generosa, pero no podía. Me traían sin cuidado esos hombres y su dinero. Solo me importaba Tyler, pero había desaparecido. Mirara donde mirase, no podía verlo, y tampoco a la morena. Se me hizo un nudo en el estómago.
Sentía una punzada de náuseas; aun así, continué moviéndome al ritmo de una canción que no conocía.
Levanté la otra pierna para seguir con el número, pero en cuanto lo hice allí estaba él.
Me detuve en seco, zarandeada por un torbellino de emociones contradictorias. Alivio, emoción, deseo… e irritación.
—¿Qué haces? —pregunté cuando subió al escenario acompañado de los silbidos, abucheos y gruñidos del público.
No contestó, pero tampoco hizo falta. Me echó su americana sobre los hombros, me agarró por la cintura y me bajó del escenario. No grité ni forcejeé; estaba demasiado atónita. Y por el silencio que envolvía mi escenario, supuse que los clientes también.
—Ve —dijo Tyler.
Solo me llevó un segundo percatarme de que le hablaba a otra chica, una de las camareras. La joven abrió los ojos tanto como se puede, y deduje que estaba recibiendo la noticia de un ascenso inesperado. Subió los escalones del escenario a toda prisa y se enroscó a la barra.
Los hombres que habían estado mirando con cara de pasmo en mi dirección se volvieron hacia ella y me olvidaron por completo.
—¿Qué demonios crees que estás haciendo? —pregunté mientras Tyler me aferraba con fuerza el brazo y me arrastraba hacia el fondo. Al otro lado de la sala divisé a Evan y Cole, los dos con el semblante inexpresivo.
Respiré hondo y confié en que mi estratagema hubiera funcionado.
Cuando Tyler me sacó al vestíbulo me relajé ligeramente. Estábamos en una zona reservada al personal. Sin decir una palabra, cruzamos una puerta, luego otra, y por fin llegamos a una tercera que llevaba su nombre. La abrió bruscamente.
—Entra. —Una única palabra que logró transmitirme todo un cóctel de emociones.
Obedecí.
—Lo siento —dije cuando cerró la puerta y echó a andar hacia mí—. Solo quería…
No pude terminar la frase. Agarró las solapas de su americana, me atrajo hacia él y apretó su boca contra la mía, silenciándome. Y, desde luego, haciéndome olvidar qué demonios quería decir.
Hizo que me volviera, y los dos nos quedamos pegados a la pared en un gesto apremiante, salvaje.
Era un beso frenético y apasionado. La cabeza me daba vueltas y todo mi cuerpo vibraba, aunque probablemente se debiera más al hecho de que me había abierto la americana y me estaba frotando los pechos con las dos manos, como si no pudiera cansarse de mí.
Yo, desde luego, no me cansaba de él.
Cerré los ojos y dejé que mi cuerpo se derritiera bajo sus manos al tiempo que mi boca lo buscaba y nuestras lenguas jugueteaban y se provocaban mutuamente.
Me había robado la capacidad de pensar, de razonar. Atrapada entre él y la pared, apenas recordaba mi nombre, y todavía menos por qué me había presentado en el Destiny. En ese momento Tyler era todo mi mundo, y aunque algo en mi mente me pedía a gritos que recuperara el juicio, que recordara que me había engañado —que era un delincuente—, lo único que deseaba era perderme para siempre en ese instante.
Y entonces se apartó, dejándome jadeante y, maldita fuera, tremendamente caliente.
—Te dije que no. ¿Qué haces entonces bailando en uno de mis escenarios?
Todavía no me atrevía a hablar, así que me concentré en abotonarme la americana antes de levantar la cabeza.
—Vine a negociar —dije—. Pero para poder negociar hay que poner la información sobre la mesa.
Cruzó la estancia hasta un pequeño sofá de aspecto confortable y tomó asiento con el brazo sobre el respaldo.
—Esto no es negociable.
—Todo es negociable, Tyler. Eres un hombre de negocios.
—Y tú, policía.
—Yo me paso el día negociando. Acuerdos con el fiscal, pactos de inmunidad. —Me senté frente a su escritorio con una sonrisa adorable—. Tú lo sabes todo sobre pactos de inmunidad.
Se le escapó una risita.
—Al fin salió la poli —dijo—. Todo control, seguridad, determinación. Siempre ha estado ahí, pero ahora se halla en su salsa. Y dime, ¿eres buena en tu trabajo, detective Watson?
—Sí.
—Te creo. También eres buena sobre el escenario —añadió con voz acariciadora—. Sexy, segura, una mujer con una misión entre manos.
—Tenía una misión. Quiero bailar en el Destiny. Y acabo de demostrarte que puedo hacerlo —me apresuré a apostillar cuando abrió la boca para replicar—. Puedo bailar, puedo complacer a los clientes. Puedo pasar desapercibida. En pocas palabras, puedo ser una de esas chicas.
—No lo dudo.
Ladeé la cabeza, preguntándome cuál era su juego.
—¿En serio?
—Me interesa más saber por qué quieres hacerlo.
—Ya te lo dije. Porque quiero encontrar a Amy.
—Hum —murmuró, pensativo.
Se levantó y se colocó detrás de mi sillón. Posó las manos en mis hombros y, lentamente, deslizó una por la americana para acariciarme el pecho.
La respiración se me aceleró cuando el baile de sus dedos sobre la ondulación de mis senos hizo que un deseo renovado me recorriera por dentro.
—Quiero enseñarte algo —dijo tras inclinarse hasta rozarme la oreja con los labios.
Me estremecí y apreté las piernas al imaginarme su mano descendiendo un poco más.
Pero no era eso lo que Tyler tenía en mente. Muy despacio, extrajo una tarjeta del bolsillo interior de la americana dejando que resbalara juguetonamente por mi pezón antes de arrojarla sobre el escritorio.
Me dio un beso fugaz en la coronilla y se sentó en el borde de la mesa con el muslo justo al lado de mi mano.
—Échale un vistazo.
Cogí la tarjeta y vi que era una postal del Caesar’s Palace enviada al Destiny a nombre de una persona llamada Darcy.
D-
¡No podía decir no a Las Vegas!
Besos,
AMY
—Hoy hablé con las chicas —continuó—. Ninguna sabía adónde había ido Amy, pero por lo visto le dijo a Darcy que le habían ofrecido un trabajo administrativo aquí, en Chicago.
—De modo que cambió de parecer en el último minuto, probablemente por un tío, y envió una postal a Darcy para comunicárselo.
A primera vista el asunto parecía aclarado, pero seguía extrañándome que Amy no se hubiera puesto en contacto con Candy.
—Por lo visto así fue —dijo Tyler—. Mañana podrás hablar con Darcy. Hoy trabajó en el turno del mediodía y ya se ha ido. Pero no veo la necesidad de que juegues a agente infiltrada. A menos que estés pensado en ensayar el personaje en el dormitorio, en cuyo caso podemos mantener la negociación abierta.
—Muy gracioso. —Giré ligeramente el sillón para verlo mejor—. Aun así, sigo queriendo bailar.
—¿Por qué?
Porque quería averiguar la verdad sobre quién era Tyler y a qué se dedicaba. Pero no se lo dije. En lugar de eso opté por otra verdad.
—Porque me ha gustado.
—¡No me digas!
Se levantó de la mesa y colocó las manos en los brazos del sillón, acorralándome. A continuación lo reclinó hacia atrás a fin de tener sitio para arrodillarse frente a mí.
El pulso se me aceleró al pensar en su contacto, pero todo lo que dije fue:
—Tyler…
—Me gustó verte en lo alto del escenario. —Colocó las manos en mis rodillas desnudas—. Me gustó la forma en que me mirabas. Y todos esos hombres… —El tono de su voz era grave e íntimo mientras me separaba delicadamente los muslos, aumentando mi delirio, aumentando mi humedad—. Todos te miraban. Te deseaban. Pero tú me deseabas a mí.
—Sí, Dios, sí.
Una mano empezó a acariciarme provocativamente el muslo sin llegar a abrirse paso por debajo de la americana. La otra me desabrochó sin esfuerzo el botón superior.
—¿Es esta tu oferta de salida? —Me abrió el otro botón—. ¿Es el trato que viniste a negociar? ¿Yo te dejo bailar en el Destiny y tú me dejas tocarte?
Utilizó ambas manos para abrirme la americana y dejar al descubierto mis pechos, mi vientre y las adorables braguitas de seda.
—¿No es lo mismo que hacer un pacto con el diablo? —me preguntó mientras su mano descendía, haciéndome estremecer, y acariciaba las braguitas hasta encontrar mi sexo húmedo—. O puede que simplemente te guste jugar con los chicos malos —dijo, y me introdujo un dedo hasta el fondo.
Arqueé la espalda con un gemido ahogado.
—Pon las piernas sobre los brazos del sillón —me ordenó.
—Tyler, no…
—Hazlo.
Obedecí, y su boca descendió hasta mi sexo al tiempo que retiraba las braguitas y el tanga con una mano y reclinaba el sillón con la otra hasta que llegué a creer que me caería. Me hallaba cabeza abajo, completamente a su merced, totalmente abierta e indefensa.
Y muy, muy caliente.
Deslizó la lengua por mi sexo y me estremecí cuando una tormenta de chispas me recorrió el cuerpo, una sensación más espectacular aún por la forma en que el sillón se mecía al son de mi excitación.
—Esto no funcionará —dijo Tyler.
—No pares —gemí.
Pero estaba abriendo el cajón de la mesa y sacando unas tijeras.
—Necesito las dos manos para impedir que el sillón se vuelque —dijo, y cortó las bragas antes de arrojar las tijeras al suelo con un chasquido metálico.
Solté una carcajada de sorpresa y placer. Tyler me miró con una sonrisa maliciosa y deliciosamente sexy.
—Sabes bien —dijo, y se sumergió de nuevo entre mis piernas.
Tenía ambas manos sobre el sillón, de modo que solo me estaba tocando con la lengua. Me provocaba, lamiendo y succionando, jugando y atormentándome.
Con cada roce, con cada caricia, la tensión crecía dentro de mí.
Estaba abierta, entregada a él, y anhelaba cuanto quisiera darme. Anhelaba perderme en cualquier placer que quisiera compartir conmigo, cualquier tormento malicioso, sensual, que fuera capaz de idear.
Creo que en ese momento habría hecho cualquier cosa solo con que me jurara que esa sensación duraría para siempre.
Pequeños espasmos me recorrían por dentro, haciendo vibrar mi cuerpo, haciendo temblar el sillón. Precursores de una explosión que estaba cada vez más cerca…
Y de repente el mundo estalló en pedazos y mi cuerpo se contrajo. Le pedí a gritos que parara, porque creía que no podría soportarlo más, pero Tyler continuó, implacable, extrayendo de mí hasta la última gota de placer, llevándome tan arriba que me dejó sin respiración y arrojándome luego a la tierra para recogerme en sus brazos.
—Uau —murmuré acurrucada contra su pecho, mi piel desnuda contra su camisa, la americana colgándome por los costados—. Uau.
—Y tan uau. —Me llevó en brazos hasta el sofá—. Debería poner un sillón de esos en todas las habitaciones.
Me eché a reír.
—No seré yo quien se oponga.
—Dime que te ha gustado —me pidió al tiempo que se sentaba en el borde del sofá.
—Dios mío, ¡sí!
—Sabía que eras poli, Sloane. Sabía que eras poli y te follé, te engañé y te cabreaste mucho conmigo.
Entorné los párpados, sorprendida por el repentino cambio de tema, pero la expresión de su rostro seguía siendo dulce, amable.
Me acodé sobre el sofá.
—Es cierto.
—¿Habrías preferido que te sacara de la fiesta? ¿Qué nunca te hubiera tocado? ¿Que nunca hubiera puesto mi lengua en tu coño ni mis manos en tus pechos? ¿Preferirías que nunca hubiera hecho que te corrieras, que no te hubiera sentido estallar en mis brazos?
—No —susurré, caliente y ansiosa.
—¿Y qué hay del camarero? ¿Lamentas eso? ¿Haberte mostrado desnuda y descarada, y tremendamente excitada no por él sino porque sabías que al mirarte se me ponía dura?
Quería mentir. Desesperadamente.
Pero no fui capaz.
—No.
—Lo sé —dijo—. Te conozco.
Ladeé la cabeza para mirarlo.
—Tyler —comencé sin saber muy bien qué quería, qué estaba pidiendo. Simplemente necesitaba oír su nombre en mis labios para demostrarme que aquello era real.
—Chis. —Me selló la boca con un dedo—. Empecé simplemente mirándote. He debido de ver ese condenado vídeo de seguridad una docena de veces. Después, en la fiesta, no podía apartar los ojos de ti pese a saber lo que eras. Lo que eres.
Me acarició dulcemente, y cerré los ojos para zambullirme en una ola de placer tan intensa que pensé que iba a ahogarme en ella.
—Por las cosas que sé de ti, no eres la clase de mujer que me conviene desear. —Deslizó un dedo por la cicatriz de mi cadera—. Detective Sloane Watson, una poli, nada menos, con solo una semana más de baja. Y yo me encuentro en la inesperada situación de desearla desesperadamente, de desear avivar este fuego que arde entre nosotros, apasionado y salvaje, tremendamente inflamable.
Paseó el dedo por mi hombro, bajó por la curva de la cintura y dibujó mi silueta hasta llegar a la cadera.
—Quiero arder contigo, detective. Y has de saber que cuando quiero algo, voy a por ello. —Me obsequió con una sonrisa lenta, relajada, segura—. Así pues, esta es mi propuesta. Mientras estés de baja bailarás en el Destiny, y podrás entrar y salir libremente del club. Pero durante ese tiempo, serás mía.
—¿Tuya? —inquirí.
—Por completo —dijo—. Con todo lo que eso implica. Dar placer. Castigar. Atender. No te haré daño y no te asustaré. Pero te utilizaré. —Deslizó su mano entre mis piernas y me introdujo dos dedos—. Para mi placer y para el tuyo.
Apreté los muslos alrededor de su mano y tensé los músculos para hundírmela un poco más.
—Acepta el trato y podrás bailar en el Destiny. Si no lo aceptas te irás esta misma noche.
—Me encuentro en desventaja. Estoy desnuda y tengo tus dedos dentro de mí.
—Fuiste tú quien eligió desnudarse, Sloane. Esa fue tu jugada, ¿recuerdas? Yo simplemente estoy sumándome a la partida. Y ahora mismo estamos en jaque mate.
Tyler introdujo los dedos un poco más al tiempo que se inclinaba hacia delante para mordisquearme los pechos. Ahogué un grito de sorpresa, que también encerraba placer.
—Sé que te gusta el riesgo —dijo en un tono seductor—. Te gustan las emociones fuertes. Y, mi querida detective, te gusta lo que te hago sentir.
Me humedecí los labios. No podía discutírselo después de las cosas que habíamos hecho.
—Viniste a mi habitación voluntariamente. Te desvestiste cuando yo te lo pedí. Permaneciste desnuda delante de una ventana mientras te tocaba. —Su voz, queda y sexy, me envolvía, provocándome, seduciéndome—. Y esta noche te quitaste la ropa delante de otros hombres pero pensabas en mí.
Hasta ese momento le había sostenido la mirada, firme y desafiante, pero la desvié. Dios, cuánta razón tenía. Incluso ahora tenía que luchar contra aquello que me hacía sentir, contra la manera en que me excitaba hasta conseguir que cada célula de mi cuerpo anhelara sus caricias.
Pero en realidad no quería luchar. Me gustaba la forma en que me miraba. Me gustaba que mis pezones se endurecieran cuando sus ojos descendían hasta mis senos. Me gustaba el hecho de que su voz pudiera hacer que mi cuerpo ardiera de deseo. Había sentido lujuria otras veces, había sentido atracción. Pero antes de Tyler nunca había experimentado ese fuego salvaje, esa pasión desenfrenada que me dejaba caliente y anhelante, y viva.
Me sentía, en cierto modo, como el perro de Pavlov; una mirada suya, y mi cuerpo se preparaba. Una caricia, y casi explotaba.
Era una sensación desconocida para mí, y un tanto inquietante. Pero me gustaba. Dios, cómo me gustaba.
—Si yo te pidiera que volvieras a ese sillón, lo harías. —Tyler hablaba en un tono desenfadado, pero yo percibía el desafío y la malicia en sus ojos—. Te sentarías y abrirías las piernas. Y si te dijera que te tocaras, que te acariciaras y jugaras mientras se me pone dura viendo cómo tu cuerpo se vuelve húmedo y resbaladizo, tan desesperado por entrar en ti que no podría soportarlo más, si te dijera que hicieras eso, creo que lo harías.
Yo tenía la boca seca, el cuerpo débil.
—Dime la verdad, Sloane, ¿harías eso por mí?
—Sí —susurré, porque ya sabía que me descubriría si le mentía.
—Entonces, acepta el trato.
—Me dijiste que no salías con las chicas que trabajan en el club.
—Infrinjo toda clase de reglas, detective, pero esa no.
Lo miré, desconcertada.
—¿Qué quieres decir?
—No voy a salir contigo. Voy a follarte.
Un estremecimiento me recorrió la espalda, un estremecimiento que no me molesté en disimular.
—¿Qué tienes pensado hacer conmigo exactamente? —pregunté.
—Si te lo dijera perdería la gracia.
Me pasé la lengua por los labios.
—Antes hablaste de placer y de pasión, incluso de miedo.
—Lo recuerdo.
—¿Hablabas en serio? ¿O solo querías impresionarme porque sabías que era policía?
—Pero tú eres policía. Debes de saberlo todo sobre el efecto de la adrenalina. Sobre el efecto del miedo. Lo mucho que agudiza las sensaciones, incluso la de placer.
—No quiero que me ates…
—No te ataré —declaró en un tono increíblemente amable—, pero te llevaré hasta el borde del precipicio, Sloane. Y si lo deseas, te haré saltar.
Nos miramos fijamente. No estoy segura del tiempo que pasé perdida en el azul claro de sus ojos. Después Tyler siguió hablando con voz queda pero firme.
—Ese es el acuerdo. Acéptalo… y hazme un hombre feliz.
—¿Acuerdo? —repetí—. Qué correcto y educado suena.
—¿Insinúas que no soy correcto y educado?
—Para nada. —Lo agarré por el cuello de la camisa y acerqué mis labios a los suyos—. Pero confieso que confío en que no lo seas. —Le di un beso apasionado y me recosté en el sofá—. Cuando acepto algo, señor Sharp, voy hasta el final.
Enarcó las cejas.
—Me complace mucho oír eso.
Se puso en pie y me tendió una mano para ayudarme a levantarme. Me cerró la americana y abrochó los botones muy despacio. Acto seguido, caminó hasta su mesa y descolgó el teléfono.
—Greg, tráeme las sandalias de la señorita Watson. Imagino que todavía siguen en el escenario cuatro.