13

Me despertó la delicada caricia del sol que se filtraba por un resquicio de las cortinas. Parpadeé y traté de concentrarme en los acontecimientos de la noche que iban regresando a mi mente. Y no había sido una noche cualquiera, sino una de las más perversas, eróticas y alucinantes de mi vida.

Me recosté sobre una pared de almohadas. El espacio que había a mi lado estaba vacío, pero vi sobre la almohada un sobre pequeño.

En el gimnasio.

No tuve el valor de despertarte.

Café y cruasanes en la cocina.

Quiero repetir. Fuerte y salvaje.

Pronto.

T.

Leí la nota dos veces, sintiéndome como una adolescente que acaba de encontrar una carta de amor en su taquilla. Atolondrada y contenta, y sin saber muy bien qué hacer a continuación.

Conforme emergía de las profundidades del sueño mi mente se había visto asaltada por imágenes de mi cuerpo acurrucado contra el de Tyler, de Tyler despertándome con besos, de su mano descendiendo por mi vientre para calmar el ansia contenida entre mis muslos.

Estaba húmeda como consecuencia de la noche pasada y de los sueños eróticos que había tenido después, y no pude evitar cierta decepción al no encontrar a Tyler a mi lado para hacer realidad mis fantasías.

Me había hecho una trastada. O quizá la trastada me la había hecho yo misma.

Suspirando, me senté en la cama con la sábana ceñida al cuerpo. Me incliné hacia delante y me pasé los dedos por el pelo enmarañado mientras trataba de entender qué demonios estaba haciendo. Porque era evidente que no me estaba comportando como una poli. De acuerdo, había conseguido acercarme a Tyler —misión cumplida a ese respecto—, pero si estuviera en modo poli, ¿no debería haberme despertado con un plan, lista para saltar de la cama y pasar a la segunda fase?

En lugar de eso estaba caliente y decepcionada porque aquel hombre no estaba allí para achucharme. Ignoraba cuándo demonios había soltado los últimos hilos de cordura y sensatez, pero sabía que lo había hecho en algún momento. Porque en ese preciso instante no estaba pensando en Amy. Estaba pensando en la noche anterior y en el hombre en cuyos brazos la había pasado.

Tyler Sharp había desatado algo dentro de mí. Algo maravilloso pero inquietante. Algo que me hacía sentir como una chiquilla ilusionada. Que me impulsaba a hacerme la pedicura y a prestar atención a mi maquillaje.

Y era algo de lo que necesitaba protegerme. «Nadie es lo que parece». Yo no. Tyler tampoco.

Me convenía recordarlo.

—Joder.

Mi voz resonó en el silencio de la habitación como una bofetada. Era el momento de tirar de esos hilos y recuperar la cordura. Necesitaba averiguar si Tyler poseía información sobre Amy. Y debía ir con pies de plomo.

Podía follármelo, pero no podía confiar en él.

Con ese discurso energizante pero un tanto deprimente, me levanté y recogí mi ropa, que seguía en el suelo junto a la puerta. No me molesté con las sandalias, y tras una breve deliberación tampoco me molesté con la ropa interior. Era una mujer precavida, pero no estúpida: si Tyler deseaba una repetición de las actividades extracurriculares de anoche, estaría encantada de complacerlo.

Descalza, salí de la habitación y me dirigí a la cocina. Tyler había sido fiel a su palabra. Me serví un litro de café y lo bebí lentamente mientras, acodada en la barra, paseaba la mirada por la cocina. Nada que ver con las cocinas típicas de los hoteles. Esa era enorme, totalmente equipada, dotada de una isla, y con una pequeña mesa de trabajo en la que había un ordenador portátil y una pila de papeles desordenados.

Un buen lugar para comenzar, pensé.

Como no sabía cuánto tiempo iba a ausentarse Tyler, me acerqué con presteza a la mesa y abrí el cajón. Bolígrafos, lápices, pósits y una docena o más de cartas de comida para llevar. Nada interesante.

Miré el ordenador, que estaba abierto pero con la pantalla en negro. Si hubiera algo que mereciera la pena en esa suite, existían muchas probabilidades de que se hallara en aquel portátil. Y sería tan fácil echarle un pequeño vistazo…

Titubeé solo un instante antes de pulsar la barra espaciadora. La pantalla parpadeó y resucitó un segundo después para mostrar una imagen del lago Michigan sobre la que aparecía un bloc electrónico con cinco cosas anotadas en una lista:

Fiesta Evan

Fundación Janh - reunión junta, ¿cuándo?

Posponer Nevada 2 semanas

Michelle - pronto

Sobre A - comentar opciones con C y E

Llamar a Q por SW

A primera vista las anotaciones carecían de sentido, pero por la referencia a la fiesta supuse que se trataba de una lista de tareas. La típica lista hecha a bote pronto que la gente redacta antes de pasarla a un calendario o una agenda.

Nada perverso llamó mi atención, pero mentiría si dijera que no noté una leve punzada en el estómago al ver el nombre de esa mujer: Michelle. Y muy cerca de la palabra «pronto». Fruncí el entrecejo. No soy celosa, y menos aún con un hombre al que apenas conozco y al que no debería desear. Pero no podía negar la evidencia de mi reacción.

Estaba claro que Tyler me había hechizado, porque en ese momento rogué con todas mis fuerzas que Michelle fuera su perro.

Ladeé la cabeza, creyendo haber oído la puerta principal. Mi dedo vaciló sobre el trackpad. Quería pinchar la lista y ver si enlazaba con información más detallada. Quizá Kevin estaba en lo cierto, y en ese ordenador había datos que relacionaban a Tyler con el crimen organizado. No quería hacer de ayudante de Kevin; lo que quería era satisfacer mi propia curiosidad.

Pero si Tyler había regresado…

Aguardé, no oí nada más y deslicé el cursor hasta la lista. Después de todo, tal vez nunca volviera a presentárseme una oportunidad como esa.

Pinché.

Nada.

Nada salvo el recuadro de la contraseña. Resoplé, irritada pero no sorprendida en exceso. Consideré la posibilidad de probar con «Caballeros Guardianes», o incluso con «Michelle», pues todavía me sentía celosa e insignificante, pero sabía que Tyler no sería tan previsible. Es más, quizá dispusiera de algún detector de teclado que le indicara que había estado fisgoneando.

Me quedé un rato más observando el ordenador. Tal vez las notas no significaran nada en ese momento, pero quizá cobraran sentido más adelante. Medité mis opciones. Finalmente fui a buscar el bolso al salón, regresé con mi smartphone y fotografié la pantalla.

No era mucho, pero por lo menos había hecho algo.

Sin otro plan de ataque para la cocina, decidí ver qué otras cosas podía esconder el ático. Ya sabía que en el dormitorio no había mesa de trabajo, pero, sinceramente, dudaba que un hombre como Tyler estuviera dispuesto a vivir sin una, aunque solo fuera durante unos meses.

Con suerte hallaría un despacho en toda regla o un dormitorio que Tyler habría transformado en tal. Con más suerte aún, encontraría algo interesante.

Me serví una segunda taza de café y la llevé conmigo cuando procedí a buscar y registrar el despacho. Sabía, por experiencia, que Tyler no solo poseía un cuerpo musculoso, sino que tenía una gran resistencia, por lo que deduje que debía de pasar un tiempo considerable en el gimnasio. Lo que no sabía era dónde se hallaba el gimnasio ni cuánto tiempo llevaba Tyler ausente. Si utilizaba el centro de fitness del Drake, el trayecto sería muy corto.

Fuera como fuese, el tiempo resultaba de vital importancia, de modo que mi café y yo echamos a correr por el pasillo que conducía a las habitaciones.

El pasillo daba un giro brusco, y acababa de salvarlo cuando me detuve en seco. Tyler. Su voz. No podía entender lo que decía, pero estaba segura de que era su voz.

Mierda. Joder. Mierda.

Estaba allí, en el ático. Y probablemente lo había estado todo ese tiempo.

Di gracias en silencio a san Cristóbal —el patrono de la policía—, quien al parecer había estado velando por mí al evitar que Tyler entrara en la cocina para servirse otro café mientras yo fisgoneaba en su portátil. Con un poco de suerte, el bueno de Cristóbal seguiría en su puesto.

La voz salía de la primera puerta de la izquierda. Seguramente habría tras ella un gimnasio —con cierto retraso, deduje que un ático de semejantes dimensiones debía de tener un gimnasio privado—, así que me dirigí hacia él. No podía espiar mientras Tyler estuviera cerca, de modo que aproveché la ocasión para informarle de que estaba despierta.

Me disponía a llamar a la puerta cuando me percaté de dos cosas. Una, que la puerta se hallaba ligeramente entornada. Dos, que Tyler no estaba solo.

La mujer que llevo dentro sintió una punzada de culpa, pero la poli no lo dudó ni un instante. Me acerqué con sigilo a la puerta, pegué la cara a ella y agucé el oído.

—Franklin apareció más tarde en la fiesta —dijo una voz grave que reconocí como la de Cole August—. Me pidió que te dijera que Lizzy es una joya. Imagino que no lo ha hecho mal sus dos primeros días.

—Me alegro —afirmó Tyler—. Lizzy es lista y trabajadora. Creo que a Franklin le ha tocado la lotería. Por lo menos una buena noticia. Bentley está resultando ser un incordio.

—Ese tema no me atañe —dijo un tercer hombre, y supuse que era Evan Black—, pero si quieres mi consejo, no pierdas el tiempo poniendo en marcha un plan de protección.

—Estoy de acuerdo —opinó Cole.

—Creo que Michelle es nuestra mejor opción —dijo Tyler, y agucé más el oído al reconocer ese nombre—. ¿Te parece bien?

—Joder, tío —exclamó Cole—. Yo solo me la follo. No soy su cuidador. Si es necesaria, la utilizamos y punto, ya lo sabes.

—Bien —dijo Tyler—. Yo me encargo del montaje. ¿Qué más?

—Lina se fijó en tu cita de anoche —dejó caer Evan en un tono excesivamente meloso—. Me preguntó si sabía quién era.

Me quedé helada. Qué pena que no pudiera ver además de oír.

—¿Qué le dijiste? —preguntó Cole.

—La verdad —respondió Evan—. ¿Qué esperabas? Maldita sea, Tyler, sabes muy bien que nunca meto las narices en tus historias, pero deberías haber hablado con nosotros antes de tirarte a una poli…

Se me escapó un grito ahogado apenas audible, pero enseguida supe que me habían oído.

Busqué instintivamente el arma y recordé que no la llevaba encima. Giré sobre mis talones y eché a correr —porque, por más que Hollywood pretenda convencerte de lo contrario, una detective menuda y desarmada como yo no tenía nada que hacer contra aquellos tres—, pero la puerta se abrió y Tyler salió disparado. Me agarró por el brazo antes de que pudiera llegar al final del pasillo.

—¡Cabrón! ¡Maldito cerdo cabrón! —escupí mientras luchaba por soltarme. Imposible, me tenía bien sujeta. Lo cual no me dejó otra opción que blandir la mano libre para darle un puñetazo en su cara santurrona.

Tyler intuyó el golpe, de modo que le acerté en la mandíbula en lugar de en la nariz.

Pero no conseguí soltarme. Su mano seguía aferrada a mi brazo. Y seguro que estaba aún más cabreado.

—Hijo de puta. —Ya no gritaba. Al contrario, mis palabras eran frías y pausadas, pero una rabia caliente compensaba ese hielo.

—Joder, qué daño —protestó Tyler, que me apretaba con fuerza el brazo mientras se frotaba la mandíbula con la otra mano.

—Tyler. —Cole estaba inmóvil en el pasillo, con Evan detrás.

Parecían auténticos matones, y en ese momento comprendí cómo habían logrado convertirse en hombres de negocios tan feroces y temidos. ¿Quién demonios se atrevería a cabrearlos?

Yo, al parecer. Mierda.

Consideré la posibilidad de pelear, pero no quería darles esa satisfacción. Así pues, permanecí muy tiesa y callada, instando a mi pulso a calmarse en tanto observaba la situación y analizaba mis opciones.

No me llevó mucho tiempo: teniendo en cuenta que Tyler me sujetaba con fuerza y que eran tres contra una, calculé que mis posibilidades eran prácticamente nulas.

Tyler mantenía los ojos fijos en mí, pero se estaba dirigiendo a los otros dos hombres cuando dijo con voz queda:

—Marchaos.

Evan dio un paso al frente.

—Escucha, Tyler…

—Luego —espetó sin apartar los ojos de mí—. Salid por la puerta de atrás. Hablaremos mañana. Tengo la situación bajo control.

Vi la duda reflejada en los semblantes de Cole y Evans —y seguro que ellos podían ver la ira en el mío—, pero obedecieron y se alejaron por el pasillo hasta una puerta de servicio.

En cuanto se hubo cerrado, intenté recuperar mi brazo, pero Tyler volvió a estrujármelo.

—Maldita sea, Tyler, suéltame.

Estaba tensa. En guardia. Y barría el pasillo con la mirada en busca de algo que pudiera utilizar como arma, en el caso de que consiguiera soltarme y se me presentara la oportunidad de agarrarlo.

—¿Sabes por qué te presioné anoche? —preguntó, y noté el peligro en su voz, limpio y afilado como la hoja de un cuchillo.

Lo miré a los ojos, pero no contesté. Pequeñas gotas de sudor brotaron en mi nuca, no obstante, y mi piel se volvió pegajosa. Traté de sofocar el miedo, de controlar los latidos de mi corazón. Pero mi miedo era patente, y estaba segura de que Tyler podía percibirlo.

—Porque eras una jodida policía que se había colado en mi cama y quería… quería asustarte.

Se acercó otro paso y noté la boca seca. Reculé hasta topar contra la pared. Tenía el cuerpo de Tyler a un milímetro del mío, y el calor de su rabia me envolvía.

—Quería que te preguntaras —prosiguió en un tono quedo, áspero, mortífero— si te habías equivocado al engañarme, que te preguntaras si podría ser la clase de hombre capaz de hacer daño a una mujer.

—¿Lo eres?

Tyler alzó la mano con el rostro crispado de ira. Y antes de que yo pudiera reaccionar, como fuera, golpeó. Hice una mueca de dolor, pero el puñetazo no iba dirigido a mí. El puño golpeó la pared a mi espalda; los apliques que flanqueaban el pasillo temblaron.

—No. —Su voz grave y serena contrastaba con el hombre que acababa de perder los estribos ante mis ojos—. Anoche creí estar presionando a una poli. Una puta poli que había metido las narices donde no debía y que temía que, quizá, solo quizá, hubiera follado con el hombre equivocado.

Alargó la mano como si quisiera acariciarme la mejilla, pero al ver que me apartaba la retiró.

—Cuando comprendí que no era de mí de quien tenías miedo sino de tus recuerdos, me maldije. Nunca fue mi intención… —Respiró hondo—. Nunca fue mi intención herirte de ese modo.

—Te creo. —Era cierto. Hubiera lo que hubiera entre nosotros, ese detalle fundamental era cierto.

Me miró a los ojos, los suyos llenos de decepción, y a renglón seguido me soltó. Pensé en echar a correr; comprendí que no podría adelantarlo y decidí llegar hasta el final. Además, quería saber qué más tenía que decir.

Se quedó inmóvil unos segundos. Después cruzó el pasillo y se apoyó en la jamba de la puerta. Lejos quedaba la rabia y el pesar. En ese momento parecía relajado y totalmente bajo control.

—¿Qué crees que sabes de mí, Sloane?

Medité la respuesta y decidí que la verdad era la mejor opción.

—Poca cosa. Nada concreto, en realidad.

—Cuéntame.

—Sé que recibiste inmunidad por infringir la ley Mann —expliqué al tiempo que observaba detenidamente su rostro.

Este permaneció impasible.

—Qué interesante —dijo Tyler—. Más aún teniendo en cuenta que el pacto de inmunidad era confidencial.

Me encogí de hombros.

—Si sabes que soy policía, probablemente sepas también que mi padre trabajaba en el FBI. Tengo muchos recursos.

Todo cierto, y sin embargo todo mentira, pero dejaba el nombre de Kevin al margen. Aunque estuviera enfadada con él por haberme arrastrado en su vendetta contra Evan Black, no tenía intención de desvelar a Tyler que un agente del FBI seguía con la mirada puesta en él.

—¿Qué más? —inquirió.

—Nada preciso —reconocí—. Sé que los tres tenéis cosas que esconder. Corren rumores, especulaciones. Se dice que estáis metidos en toda clase de chanchullos. Contrabando, juego ilegal, fraude. Que yo sepa, nadie dispone de pruebas contundentes.

—Y por eso estás aquí.

—No. —Me pillé dando un paso en su dirección y reculé—. Soy detective de homicidios de Indianápolis —dije—. ¿Realmente crees que estoy aquí para descubrir si pasas cigarrillos de contrabando?

Aguardé su respuesta, pero se limitó a observarme.

—¿Cómo? —pregunté al fin.

Ladeó la cabeza con cara de interrogación.

—¿Cómo supiste que era policía?

—No estás tratando con idiotas, detective. Ni con hombres que no controlan sus locales.

Medité sus palabras y recordé el letrero expuesto en la recepción del Destiny que informaba de que el local se hallaba bajo videovigilancia las veinticuatro horas.

—Transmisión de vídeo por control remoto —dije.

Se llevó la mano al bolsillo y sacó su smartphone.

—Puedo reproducir la grabación en el portátil y en el móvil. Como dije, para mí es importante tener vigilado el local.

—Miles de personas pasan por delante de tus cámaras. ¿Por qué reparaste en mí?

—Despertaste mi curiosidad por dos cosas. —Hizo una ligera mueca de dolor y se pasó el pulgar por donde le había pegado—. En primer lugar, me gustó tu aspecto. En segundo lugar, no muchas mujeres se presentan en el Destiny para pedir trabajo sin una cita previa. Esto, sumado a lo primero, llamó mi atención.

—Y averiguaste que era poli. ¿Cómo?

—Muy fácil. Como te he dicho, llamaste mi atención, y me gusta disponer de la máxima información posible sobre las personas, de modo que pedí a un colega que recogiera de tu solicitud las huellas dactilares. El resto fue pan comido. Sloane Watson, de baja médica del Departamento de Policía Metropolitana de Indianápolis. Y eso —añadió señalando mi cadera con un gesto de la cabeza— no te lo hiciste en un atraco.

Calló, esperando sin duda que le contara lo que sucedió.

Guardé silencio.

Se encogió de hombros de manera casi imperceptible.

—Te dije que no confío fácilmente en la gente. Hablaba en serio.

Me pasé la mano por el cabello, tratando de procesar lo que Tyler acababa de contarme y decidir mi siguiente jugada.

Mis puñeteras huellas dactilares. Ni por un momento imaginé que recogerían las huellas dactilares de una aspirante a camarera. Y ni por un momento imaginé que Tyler miraría el vídeo de seguridad mientras se hallara fuera de la ciudad.

Dos errores, y saber que estaban allí, que los había cometido yo, no hizo sino aumentar mi irritación.

—¿Lo sabías y aun así me llevaste a tu habitación, me desnudaste y me follaste?

Estaba pensando en el sofá, en el camarero, en la excitación erótica que me recorrió el cuerpo, como si fuera un secreto íntimo que Tyler había compartido conmigo.

—Me engañaste. —Mi voz era queda, pero temblaba de rabia—. Joder, me engañaste.

—Sí, te engañé. Ya te lo he dicho. Te fui engatusando poco a poco. Estaba decidido a usarte y a acabar contigo. —Se apartó de la puerta y dio un paso hacia mí—. Nada salvo un gran timo, o por lo menos eso era lo que había planeado. Porque nadie juega a esa clase de cosas conmigo sin pagar las consecuencias.

—Bien por ti —espeté—. Tú ganas. ¿Contento?

—No mucho, la verdad.

—¿No? Me alegro. —Quería que esas palabras sonaran desenfadadas, indiferentes. Pero no me sentía indiferente. Y ahora que el miedo había desaparecido y la rabia empezaba a amainar, me sentía vacía y perdida.

Maldita fuera por dejarme engañar por aquel tío, por ese jodido gilipollas que únicamente quería utilizarme. Y, tonta de mí, me permití creer que una parte era verdad. Me tragué sus palabras sobre la confianza y la pasión, sobre la conexión.

Había querido olvidar que Tyler era en el fondo un timador, y ¿quién mejor para vislumbrar tus puntos débiles que un estafador que manipulaba las emociones a fin de ganar dinero rápidamente?

¡Que le dieran!

Quise alejarme, pero me cogió el mentón y me volvió el rostro con delicadeza.

—No —dijo en un tono dulce pero firme—, sé lo que estás pensando y te equivocas. Te presioné porque creía que eras poli, pero cuando huiste, cuando salí en tu busca, fue porque te deseaba como mujer.

—Te lo ruego —supliqué, invadida por una repentina y brutal sensación de cansancio—, ¿por qué no dejas que me vaya?

Su silencio fue tan largo que pensé que pasaba por alto mi pregunta.

—¿Es eso lo que quieres? —dijo al fin.

«¿Es eso lo que quiero?»

¿Era una pregunta tendenciosa? Quería empezar de cero. Quería que Tyler estuviera limpio como una patena. Quería no ser policía.

Pero no, en realidad no quería eso. Me gustaba quien era yo. Y aunque solo me lo reconocería a mí misma, e incluso entonces únicamente a las partes más oscuras e íntimas de mi ser, también me gustaba quien era Tyler. ¿Sería el mismo hombre si hubiera crecido en un entorno rural e inocente, con una corona de bienvenida al instituto en la cabeza? Lo dudaba.

Pero eso ya no importaba, porque lo nuestro terminaba allí. Entre nosotros ya solo quedaban recuerdos, recuerdos ahora mancillados, teñidos con la mancha roja del engaño.

—No quiero nada —repuse cansinamente—. Lo que te conté anoche es cierto. La única razón por la que vine a Chicago, la única razón por la que he hecho todo esto, es porque quiero encontrar a Amy.

Enarcó una ceja.

—¿No temes que la vendiera a un pervertido de la otra punta del mundo?

—No —respondí, y aunque hablaba en serio, tenía lo bastante de policía para saber que no podía descartar del todo esa posibilidad.

Tyler asintió y creí ver alivio en sus ojos.

—Entonces ¿me contratas?

Yo quería aquel trabajo realmente. No solo porque tenía la esperanza de que una de las chicas tuviera información que me permitiera contactar con Amy, sino también porque quería saber si Kevin y Tom estaban en lo cierto y los Caballeros Guardianes estaban metidos en asuntos sucios.

—Ya te lo dije anoche. No.

—¿Por qué no, maldita sea?

—Esas chicas lo han pasado muy mal. Lo último que necesitan es una poli husmeando en sus asuntos personales.

—No tienen que saber que soy policía.

—No pienso ser yo quien las engañe.

—No tuviste ningún reparo en engañarme a mí.

Tyler me fulminó con la mirada.

—No vayas por ahí. Ni se te ocurra intentarlo.

Presa de la frustración, propiné una fuerte patada a la pared, y otra más, por si las moscas.

—Maldita sea, Tyler…

Levantó una mano.

—Basta. Ni tú ni yo estamos limpios en ese asunto, así que es mejor aparcarlo.

—Vale.

—Y aunque yo estuviera dispuesto a ocultar tu verdadera identidad, Evan y Cole no se prestarían a hacerlo.

Sabía que en eso tenía razón.

—Puedes entrar en el club —dijo—, sentarte con las chicas y preguntarles si saben algo. Es todo lo que puedo hacer por ti, Sloane. Tómalo o déjalo.

No era suficiente. Estaba muy lejos de serlo. Pero a menos que pudiera encontrar una manera de convencer a Tyler de lo contrario, tendría que conformarme.

—De acuerdo —dije—. Lo tomo.