12

La luna baña con su luz el muro, haciendo brillar la piedra caliza y destellar los pedacitos de cuarzo. Una ruina ahora, en su mayoría escombros, esta parte, sin embargo, todavía se mantiene en pie en la colina que domina la casa.

Estoy arrodillada detrás del muro, mirando por encima de las piedras. Mirando por encima del prado.

Mirando la casa donde él vive. Mirando cómo camina de un lado a otro, convencido de que está a salvo.

No tienes que ir a la academia. No tienes que hacerte policía.

Me vuelvo hacia el hombre de pelo ralo y amables ojos azules.

Si, papá —digo—. He de arreglarlo. Soy la única que comprende por qué es tan importante que lo arregle.

No puedes —replica—. Mira. —Me coge las manos y veo que están cubiertas de sangre—. ¿Cómo vas a arreglarlo?

El miedo me atraviesa y me vuelvo de nuevo hacia la casa.

Ya no camina. Está tendido. Está muerto.

Y la sangre mana sin parar, inunda el prado, trepa por la colina en dirección al muro. En dirección a mí.

Empiezo a gritar y alargo los brazos hacia mi padre, pero ya no está.

«Corre —pienso—. Ha llegado el momento de correr».

Salgo disparada hacia la casa llamándola a gritos, buscándola.

Ella tiene que estar allí. Ahora que él está muerto, ella debería estar allí.

Pero no está.

Y cuando la fuerza del sueño me incorpora bruscamente, despertándome, llamo a mi madre a gritos… pero ya no recuerdo si alguna vez estuvo allí.

Abrí los ojos con el sueño todavía aferrado a mí, gris y pegajoso.

El brazo de Tyler seguía sobre mi cintura. Su respiración era profunda y pausada, y no quería despertarlo, pero necesitaba moverme, sacudirme los últimos retazos de la pesadilla. Con cuidado, me escabullí de su abrazo y me arrastré hasta el borde de la cama tratando de no zarandear demasiado el colchón.

Una vez de pie, caminé con sumo sigilo hasta el elegante cuarto de baño. No sabía qué hora era, pero como las cortinas estaban descorridas vi que aún era de noche.

Al regresar a la cama me di cuenta de que no había despertador. Instintivamente, fui a coger el móvil, pero lo tenía en el salón, a salvo dentro de mi bolso. Estaba pensando en ir a buscarlo cuando vislumbré el reloj de pulsera de Tyler sobre la mesilla de noche. Me senté en el borde de la cama, lo cogí y lo ladeé para tratar de ver la esfera bajo la luz de la ciudad.

Arrugué la frente cuando reparé en que la manecilla de los segundos no funcionaba, y al acercármelo a oído no escuché ningún tic-tac.

—No funciona. —La voz somnolienta de Tyler me envolvió.

Me di la vuelta para mirarlo.

—No era mi intención despertarte.

—No te preocupes. —Se sentó y cogió el reloj—. Lleva años estropeado.

—Ah. —Quizá fuera porque estaba cansada, pero no lo entendí—. ¿No tiene arreglo?

—Sí —respondió—. Pero aún no ha llegado el momento.

Lo devolvió a la mesilla con cuidado y se estiró de nuevo, arrastrándome con él.

Busqué la sábana y la eché sobre los dos.

—Estás muy misterioso —dije.

—Tienes razón. Me lo regaló un amigo. Más bien era un mentor. Qué demonios, prácticamente fue un padre para mí. Murió hace seis meses.

—Lo siento —dije, y me apoyé en un codo—. ¿Piensas contarme el resto? ¿La razón de que no lo hayas reparado?

—Depende. Puede que se trate de un secreto. ¿Estás dispuesta a contarme los tuyos?

—¿Mis secretos? —Sentí una punzada de temor. ¿Qué diablos sabía él de mis secretos?

—No me refiero a ese —repuso con dulzura, y comprendí que había visto el miedo en mis ojos y que le preocupaba que estuviera recordando mi pánico a ser atada—. Sin embargo, hay cosas que te frenan. Reconócelo. No me has contado toda la verdad, ¿me equivoco?

Me recorrió un escalofrío.

—No —admití—. Pero tampoco yo conozco todos tus secretos.

Esbozó una sonrisa que no se reflejó en su mirada.

—Cielo, no conoces ninguno de mis secretos.

—¿No? Pues háblame de ellos.

—No pienso hacerlo, Sloane.

Me di cuenta de que todo mi cuerpo se había tensado, listo para la batalla. Respiré hondo varias veces y me dije que debía relajarme.

—Creo recordar que me confesaste que confiabas en mí.

—No, lo que te dije es que quería confiar en ti.

Tyler extendió la mano para acariciarme el brazo suavemente con los dedos. Fue una caricia, dulce y sensual, y me pareció que no era consciente de ella; por eso me resultó aún más tierna.

—Lo cierto es que hacía mucho tiempo que no me sentía así. —Tiró de mí y cuando me tuvo al lado se acurrucó contra mi cuerpo—. No desde que era joven, cuando no alcanzaba a valorar lo que tenía… y lo que perdí. —Me hablaba en un susurro, y la intimidad de esas palabras era aún mayor que la de sus caricias—. Pero creo que ahora lo entiendo y lo valoro.

—¿Qué?

—Esa conexión. Esa pasión, Sloane. Y es prometedora.

Con la espalda pegada a su pecho, cerré los ojos. Tyler me acarició el cabello con dulzura, y yo hube de obligarme a respirar. Debía reconocer que me sentía muy a gusto entre sus brazos. Pero él había hablado de tenernos confianza.

Y yo no confiaba en él. Joder, yo no confiaba en nadie.

—No magnifiques esto, Tyler.

—Ya es mayor de lo que crees.

Me volví hacia él con la boca abierta, a punto de protestar.

—No digas nada, Sloane. Con palabras no nos pondremos de acuerdo. Creo que nos irá mejor en el silencio, en la oscuridad. Juntos.

Tyler me besó, y conforme sus cálidas manos acariciaban mi piel desnuda hube de admitir que tenía razón. Estábamos bien juntos.