Avancé a tientas por el pasillo y abrí la puerta de la escalera oculta que conducía a la novena planta y al ascensor que me devolvería al vestíbulo.
A cada giro volvía la cabeza para asegurarme de que no tenía a Tyler detrás. Me dije que no quería que me siguiera, y puesto que no parecía ser el caso, también me dije que eso era bueno.
Pero, por la razón que fuera, no lo creía.
El miedo se iba disipando, los recuerdos regresaban a la oscuridad a la que pertenecían. Estaba agotada, física y emocionalmente. La noche al completo había sido un auténtico torbellino, un torbellino de temores, de placer, de peligro y deseo.
Al final esas sensaciones negativas habían ensombrecido todo lo demás, pero no podía negar que las horas pasadas con Tyler habían sido mucho más. Más de lo que había esperado. Más que simplemente un trabajo.
Tyler me había trasladado a lugares en los que nunca había estado, y había experimentado un deseo de una intensidad desconocida hasta entonces para mí. Pero no podía permanecer allí. No podía darle lo que me pedía.
Sabía perfectamente que Tyler era peligroso en muchos aspectos, si bien no le temía en la cama. No, no era el hombre lo que temía, sino la puerta que pudiera abrir. Una puerta que mantenía a raya mis recuerdos y secretos más oscuros. Una puerta que estaba decidida a mantener cerrada y en la que cualquier grieta, por pequeña que fuera, me aterraba.
En la novena planta aguardé el ascensor con impaciencia, trasladando el peso de mi cuerpo de un pie a otro. Cuando finalmente llegó, pude derrumbarme en el sofá y enterrar la cara en las manos.
Nadie subió durante el descenso, que fue rápido. No me extrañó. Ignoraba qué hora era, pero sabía que era muy tarde, y las únicas personas que deambulaban por los hoteles a esas horas de la noche eran las que estaban, como yo, haciendo el paseo de la vergüenza.
Me levanté cuando las puertas se abrieron y volví a sentarme un segundo después, presa de la estupefacción, cuando vi a Tyler de pie frente a mí.
—¿Cómo…?
—Ascensor de servicio.
Entró en la cabina, bloqueándome la salida.
—Necesito irme de aquí. Necesito…
—Sloane. —Eso fue todo lo que dijo, tan solo mi nombre, pero lo pronunció de manera tan firme y vehemente, tan llena de arrepentimiento, que sonó como una declaración de honor.
Me ablandé ligeramente.
—Por favor, Tyler, estoy cansada.
Señaló el sofá con la cabeza.
—En ese caso, siéntate.
Pensé en protestar, pero no estaba segura de que me quedaran fuerzas. Me sentía débil. Exhausta. De hecho, dudaba incluso de que aún tuviera los pies en la tierra.
Tomé asiento, y en cuanto las puertas se cerraron, Tyler pulsó despreocupadamente el botón de la novena planta y un segundo después el botón de parada para detener el ascensor.
Luego se volvió hacia mí.
—Has de saber que soy un hombre que si quiere algo lo toma —comenzó a decir mientras yo bajaba los ojos y me miraba las uñas—. Siempre lo he hecho y siempre lo haré. Sin excusas y sin excepciones. Sin excepciones, esto es, salvo una.
Gozaba de toda mi atención en ese momento, y cuando levanté la cabeza vi que me miraba fijamente.
—¿Cuál?
—Nunca tomaré de una mujer aquello que no me sea dado voluntariamente, por muy irresistible que ella sea.
—No intentes arreglarlo. —El tono de mi voz fue quedo y amenazador—. Me dijiste sin rodeos que había cosas que deseabas en tu cama. —Clavé la mirada en él—. Cosas que estabas más que dispuesto a tomar. Y no hay duda de que lo intentaste, Tyler.
—Sí —reconoció—. Y no.
—Estoy cansada —dije—. No estoy de humor para adivinanzas.
—Yo tampoco. —Se arrodilló frente a mí, quedando casi a la altura de mis ojos—. No era de mí de quien tenías miedo, ¿verdad? —me preguntó con dulzura—. De hecho, en esos momentos ni siquiera me veías.
Desvié la mirada. No quería que vislumbrara la verdad en ella.
—Lo siento mucho —dijo, y supe que no estaba disculpándose por lo que había sucedido entre nosotros, sino por lo que me había sucedido a mí muchos años atrás.
—No importa.
—Sí importa. Al principio pensaba que… —Se interrumpió bruscamente y negó con la cabeza—. Pensaba que estabas metida en el juego. Añadir una dosis de temor al sexo puede resultar afrodisíaco, Sloane, sobre todo para personas como nosotros.
Pestañeé sin comprender.
—¿Como nosotros?
—Yo no te conozco. Tú no me conoces. En realidad no. Y sin embargo te he tocado, y de forma muy íntima. Has ido más lejos conmigo que con cualquier otra persona, Sloane, y los dos los sabemos.
—Sí —susurré.
—Y mi intención era llevarte aún más lejos. Siempre hay miedo cuando se está al borde del precipicio, siempre hay pánico antes de arrojarse a lo desconocido. —Tomó mi cara entre sus manos—. Pensaba que tú querías estar ahí, en el borde de un precipicio nuevo, aterrador y emocionante. Pensaba que los dos estábamos ahí. —Me enjugó con el pulgar una lágrima extraviada—. Me equivoqué.
Retiró las manos, se levantó y retrocedió hasta las puertas de la cabina del ascensor.
Inspiré hondo al percatarme de que extrañaba el alivio de sus manos en mis mejillas.
—Tyler.
—Espera. —Levantó una mano—. Déjame terminar. Quería decir todo lo que te he dicho. Y no voy a mentirte ahora. Quiero atarte. Quiero tener la libertad de tocarte. Quiero que te entregues a mí por completo. Quiero contemplarte mientras estás atada a mi cama y tener pleno poder sobre ti. Quiero tenerte en una posición en la que pueda hacerte lo que quiera, provocarte dolor, placer, incluso miedo. Pero miedo del momento, de lo desconocido, no de mí. Y, por supuesto, no de un fantasma del pasado.
Me había dejado sin respiración. Pestañeé dos veces para aliviar el picor de unas lágrimas no derramadas.
—Quiero saber que confías en que sabré hasta dónde puedo llegar, que confías en que no sobrepasaré tus límites. Eso es lo que quiero, pero no voy a presionarte. No si no estás preparada. No si no lo deseas también.
Alcancé a esbozar una sonrisa débil.
—¿El sofá? ¿El camarero? ¿Eso no era presionar?
Me miró fijamente a los ojos. Noté que el rubor me teñía las mejillas, pues comprendí el significado de esa mirada. No me había presionado, en realidad no. Simplemente había visto dentro de mí lo bastante para saber que yo también lo deseaba.
Lo que ahora me estaba diciendo era que no me empujaría por el precipicio. Por lo menos, no hasta que estuviera preparada para saltar.
—Quédate —dijo—. Vuelve a mi habitación y pasa la noche conmigo.
Me humedecí los labios resecos.
—¿Porque te sientes mal o porque me deseas?
Se volvió hacia el tablero y apretó el botón para poner en marcha el ascensor. Después me cogió la mano y me ayudó a levantarme. Sin darme tiempo a protestar, cerró suavemente sus labios sobre mi boca. Fue un beso tierno, y me supo tan dulce que pensé que iba a derretirme.
Cuando se separó, su mirada era cálida.
—Porque te deseo.
Jadeante, con el hormigueo todavía en los labios, asentí.
—Me has besado sin que tuviera que suplicarte.
Sonrió con las comisuras de los ojos.
—Si no me besas de nuevo, seré yo quien suplique.
—No estaría mal —dije—, pero seré buena. —Me puse de puntillas y le di un beso casto junto a los labios.
Se echó a reír.
—Y un cuerno —dijo antes de agarrarme por los hombros y arrinconarme contra la pared.
Dejé escapar un grito ahogado, sorprendida por su reacción, y pegó su boca brutalmente sobre la mía. Adiós a la ternura de aquel primer beso. Ese beso era impulsivo, furioso, exigente. Dientes y lengua, y la violencia de la posesión, el caos de la pasión. Una sensación de alivio me recorrió al mismo tiempo que en mi cabeza pensamientos delirantes chocaban entre sí, incapaces de convertirse en algo más coherente que un vago ruego de «Más, más, oh, sí, más».
Cuando las puertas se abrieron nos separamos y, asiéndome de la mano, Tyler me condujo por el pasillo hasta otro ascensor, este de sencillas paredes metálicas con dos lados forrados de mantas para mudanzas.
—Nos subirá hasta la entrada de servicio —explicó, y asentí.
Me sentía ligera, eufórica. Una pequeña parte de mí intentó argumentar que la euforia se debía a que mi operación policial se hallaba de nuevo en marcha, pero no eran más que chorradas. Sí, quería encontrar a Amy. Sí, quería entrar en el Destiny. Y sí, me alegraba de que las cosas volvieran a moverse.
Pero lo que ahora sentía no tenía nada que ver con la operación. Tenía que ver conmigo. Con la manera en que Tyler me había hecho vibrar y estremecer. Con el deseo que había provocado en mí y el modo en que había forzado mis límites, casi hasta el punto de sobrepasarlos.
Me había hecho sentir cosas que no había experimentado antes y, para bien o para mal, quería caminar con él hasta el borde de ese precipicio. No saltaría —¿cómo iba a confiar hasta ese punto en un hombre como Tyler Sharp?—, pero seguro que disfrutaba del trayecto.
No tenía ni idea de adónde nos estaba llevando aquello, pero esa noche era suya. Ya pensaría en la operación al día siguiente.
Estábamos de nuevo en el ático, cruzando el pasillo en dirección al salón. Caminábamos en silencio, y aunque era un silencio cómodo, no podía obviar que tenía un nudo en el estómago. Sabía que Tyler no me ataría, pero aparte de eso no tenía ni idea de lo que iba a ocurrir.
—¿Tyler? —comencé a decir cuando ya no pude aguantar más.
Habíamos llegado al salón y él se había detenido frente al gran ventanal con vistas a la avenida Michigan.
—¿Qué?
—¿Qué vas a hacer conmigo?
Reprimió una sonrisa.
—¿Nerviosa?
—Y excitada.
—Me gusta tu franqueza, así que te diré que tengo planeado algo que nos hará disfrutar a los dos. —Se colocó detrás de mí y me empujó suavemente hacia el ventanal, hasta que pude ver nuestro reflejo en el cristal—. Voy a follarte, Sloane. Con fuerza, hasta dejarte exhausta. —Nuestras miradas se cruzaron en el cristal—. Si te parece bien.
—Sí —farfullé—, me parece una idea excelente. —Tragué saliva sin desviar los ojos de él—. ¿Eso es todo?
Soltó una carcajada, y aquel sonido amplió la sonrisa de mis labios.
—No —respondió—, eso no es todo.
Aguardé a que continuara, y en vista de que no lo hacía fruncí el entrecejo. Vislumbré mi expresión ceñuda en el cristal y vi que la de su rostro se volvía aún más divertida.
—¿Debería darte alguna pista? —preguntó mientras paseaba sus dedos por mi brazo como si fueran plumas. Era una sensación dulce y erótica, y tuve que hacer un gran esfuerzo para no darme la vuelta y reclamar su boca—. Podría seducirte con palabras —continuó—. Quiero acariciarte solo con mi voz, seducirte únicamente con mis palabras. Quiero verte temblar de deseo, ver cómo tu cuerpo se queda laxo, resbaladizo. Quiero ver el fuego crecer dentro de ti, y quiero ver cómo estallas sin que haya deslizado un solo dedo por tu piel.
Me estremecí, pues tenía la plena y humilde certeza de que era perfectamente capaz.
—Pero esta noche no —susurró mientras me frotaba suavemente los omóplatos—. Esta noche no tengo la fuerza de voluntad necesaria. Esta noche necesito tocarte.
A modo de demostración, sus manos avanzaron hasta rozar las tiras de mi vestido. Lancé un suspiro ahogado, y dejé de respirar cuando se deslizaron por debajo de la tela. Finalmente los dedos encontraron mis pezones, duros, tensos e increíblemente sensibles.
—Sí —jadeé—. Dios mío, sí.
Me pellizcó el pezón, y la descarga de placer que descendió como una bala desde mis pechos hasta mi sexo me arrancó un gemido.
Tuve que morderme el labio cuando vi nuestro reflejo en el ventanal. Y la imagen de nuestros cuerpos, de sus dedos dentro de mi vestido, de mi espalda recostada en su torso, de mi expresión dulce y sensual, me llevó hasta el borde del precipicio.
Sus dedos detuvieron su magia, y cuando finalmente retiró las manos, dejando mi piel fría y desconsolada, casi se me escapó un sollozo de protesta.
—Te gusta —afirmó mientras me desataba las tiras del vestido y bajaba la cremallera. La prenda cayó al suelo, dejándome desnuda por completo—. Eres como una diosa bañada en una luz dorada. ¿Te excita saber que alguien al otro lado de la calle podría estar mirando? Podría estar viéndote desde su ventana. Podría ver lo hermosa que eres.
No respondí, pero tampoco hacía falta. Su mano resbaló hasta perderse entre mis piernas.
—Sí —murmuró al notar mi humedad—. Creo que sí —dijo paseando los dedos de su otra mano por mis caderas, mi cintura, mis pechos.
Cerré los ojos y me deleité con sus caricias.
—Eres demasiado bella para esconderte —continuó—, pero solo yo tengo derecho a tocarte.
—Sí —murmuré—. Tócame ahora. Te lo ruego, necesito que me toques ahora.
Me rodeó en silencio hasta quedar de espaldas a la ventana. Se arrodilló frente a mí con las manos sobre mis muslos y los pulgares angustiosamente próximos a mi sexo. Me separó las piernas despacio y noté un agradable soplo de aire fresco.
—Siempre te daré lo que necesitas.
Besó dulcemente mi pubis antes de levantarse acompañando el movimiento de su cuerpo con las manos, de modo que me envolvieron delicadamente los senos cuando su boca me rozó la mejilla.
—Cierra los ojos —me ordenó.
Obedecí y fui sumergiéndome en un mar de placer mientras me recorría con sus besos y caricias, provocando cada centímetro de mi cuerpo hasta tenerlo tan excitado que temí que fuera a estallar.
Finalmente —gracias a Dios— me agarró por las caderas y deslizó su lengua en mi clítoris, jugueteando, provocando en tanto yo intentaba contonearme al ritmo del placer pero sin conseguirlo. Me estaba sujetando con demasiada intensidad, concentrando el gozo en ese punto perfecto.
Las rodillas me fallaron, y tuve que aferrarme con una mano a la pared y con la otra a su pelo mientras él me acercaba cada vez más al éxtasis. Y de repente —cuando creía que no podría soportarlo más— el mundo estalló a mi alrededor. Una tormenta de fuego me engulló y me perdí en la sensación alucinantemente erótica de la boca de Tyler contra mí, de sus manos sobre mí, de sus brazos alrededor de mí.
Me levantó del suelo y me acurruqué contra su pecho, súbitamente agotada.
Cruzamos despacio el salón y me tendió sobre la cama. Sin prisas, se quitó los zapatos y se desabrochó el pantalón. Llevaba calzoncillos, y pude ver la protuberancia de su erección debajo de la tela gris. Se los quitó y me descubrí mirando, atónita, al hombre más perfecto que había visto en mi vida.
Abrió el cajón de la mesilla de noche y sacó un condón. Lo observé, sobrecogida por su dureza y perfección, mientras extraía el preservativo del envoltorio y se lo ponía.
—Ahora voy a follarte —dijo conforme iba hasta los pies de la cama—, porque, sinceramente, no puedo esperar.
Asentí con la cabeza y solté un suspiro ahogado cuando me agarró por las rodillas y tiró de mí hasta que tener mi culo justo en el borde del colchón. Fue un gesto descarado, enérgico y un tanto violento, y yo gemí de placer, embriagada por el gozo de someterme a él.
—Piernas en alto —dijo al tiempo que me las aupaba y posaba los talones en sus hombros—. Dios, cómo me gusta esta vista.
Tenía las piernas separadas, y estaba tan abierta, tan excitada, que hasta el roce del aire sobre mi sexo me hacía temblar de deseo. Húmeda, caliente y totalmente expuesta.
Volví la cara cuando noté el rubor subiendo por mis mejillas.
—No —dijo—, por lo que más quieras, no. Eres preciosa. Y estás chorreando —añadió mientras deslizaba sus dedos por mi sexo y me introducía dos.
Mi cuerpo se aferró de inmediato a ellos, succionándolos. Pero no tenía suficiente. No tenía ni mucho menos suficiente. Me sentía desesperada, lasciva y tremendamente vacía. Lo necesitaba dentro de mí. Estaba segura de que languidecería y moriría si no me follaba en ese preciso instante.
—Por favor —susurré.
—Por favor ¿qué?
—Te deseo —dije—. Te quiero dentro de mí. Ahora.
Tiró de mis piernas para arrimarme un poco más a él. El gesto me hizo gemir, y grité de placer al notar la dura presión de la punta de su polla en mi sexo.
—¿Así? —preguntó deslizándose dentro de mí. Pero no lo suficiente.
—Me prometiste que lo harías con fuerza —dije—. Maldita sea, Tyler, quiero que me folles.
—Como desees.
Me arrancó un alarido de placer, de dolor, de absoluta satisfacción cuando procedió a embestirme con fuerza, tirando de mis piernas hacia arriba para penetrarme hasta el fondo, una y otra vez, al tiempo que nuestros cuerpos chocaban y mis manos desgarraban las sábanas.
—Mírame —me ordenó. Cuando abrí los ojos, su mirada, dura y ardiente, me subyugó—. Así, nena, así.
Nos sostuvimos la mirada mientras él me cabalgaba rítmicamente y yo sentía el pacer girando como una espiral dentro de mí, elevándose cada vez más, como un magnífico crescendo a la espera de la explosión final.
Solté las sábanas y mi cuerpo se rindió por completo a él. Me concentré en la maravillosa sensación de que me llenara, en las rítmicas acometidas, en sus manos firmes en mis muslos mientras con cada embate me acercaba un poco más al éxtasis.
Quería memorizar su cara, aprenderlo todo acerca de él. Me llevé las manos al pecho y me pellizqué los pezones, y una oleada de satisfacción me inundó cuando gimió:
—Oh, sí, nena, sí.
Vi que la tensión crecía dentro de él, reconocí la tormenta que crecía en esos alucinantes ojos azules.
—Córrete conmigo —dijo con la voz ronca.
—No… no puedo. —Estaba muy cerca, la fricción de sus embestidas contra mi clítoris hacían que todo mi ser se tensara, pero no lo bastante para hacerme estallar.
—Tócate —me ordenó. Luego, en un tono más dulce, dijo—: Tócate, Sloane. Te quiero conmigo.
Vacilé solo un instante; mis dedos descendieron enseguida hasta encontrar el clítoris, y gemí de placer a la primera caricia. Tyler me había acercado tanto, tanto… Y ahora yo me estaba tocando, y también a él cada vez que mis dedos rozaban su polla. Era una experiencia íntima, tremendamente sensual mis dedos en mi clítoris mientras él me penetraba, su orgasmo creciendo mientras mi cuerpo lo acogía, mi mano ocupada en hacerme alcanzar el éxtasis con él.
—Ahora, Sloane.
Antes de que yo pudiera reaccionar, Tyler estalló y empezó a temblar cuando el orgasmo recorrió su cuerpo. Mi propio orgasmo llegó enseguida, y me aferré a él, cuerpo contra cuerpo, piel contra piel, sin desear otra cosa en ese momento que perderme en el olor, en el sabor de aquel hombre, en todo su ser.
Lenta, dulcemente, mi cuerpo se calmó. Tyler me subió por la cama hasta la almohada, se tendió a mi lado y me estrechó contra su cuerpo.
—Eres excepcional —murmuró mientras me acariciaba el hombro con los labios.
—Tú me haces sentir excepcional —repuse.
Me esforzaba por mantener los ojos abiertos. Pero los párpados me pesaban y su cuerpo estaba caliente, y poco a poco me fui quedando dormida en los brazos de ese hombre al que no debía desear pero al que deseaba desesperadamente.