10

Creo que fue las velas lo que me mató.

Cuando Tyler abrió las puertas, la habitación apareció bañada por la luz dorada de al menos una docena de velas dispuestas en el suelo, en candeleros, en mesitas próximas a la gigantesca bañera. La estancia olía a lavanda y vainilla. Inspiré hondo.

—¿Cómo? —pregunté—. ¿Cuándo?

—Envié un mensaje de texto al hotel desde el coche.

No pude por menos de echarme a reír ante su aire de autosuficiencia.

Me condujo de la mano a los dos escalones que había ante la bañera de mármol, enorme, honda, y llena ya de burbujas con aroma a lavanda.

—Adelante —dijo—. Entra.

Me descalcé, pero luego me detuve y me volví hacia él.

—No te entiendo —dije con voz lastimera—. Haces que me desnude. Me traes a ese camarero. Es provocador, sórdido… Puede que hasta peligroso. Y sin duda, caliente.

—Has olvidado añadir «salvaje».

—Salvaje —concedí—. Pero esto… —Extendí un brazo para mostrarle todas las velas de la habitación—. Esto también es salvaje… salvajemente romántico, sensual. Apacible y sereno. Y maravilloso.

—¿Y te molesta?

—Me confunde —admití.

Un destello de diversión iluminó sus pupilas.

—Tal vez quiera confundirte. O quizá esté tratando de probar algo.

—¿Qué?

—Hay infinidad de maneras de complacer a una mujer —dijo, y el tono de su voz me dio a entender que solo acababa de empezar a mostrármelas—. Puedo ser sórdido y crudo, delicado y sentimental. ¿Cómo voy a saber qué te complace hasta que no vea tus reacciones?

—Oh… y ¿qué es lo que me complace?

—¿A ti? Cielo, tú lo quieres todo. —Al oírlo, me flaquearon las rodillas—. Y estoy deseando dártelo. —Movió la cabeza en dirección a la bañera—. Adentro.

No me hice de rogar. Me deslicé con cuidado por el frío mármol hasta el borde de la bañera. Probé el agua; tenía la temperatura idónea, caliente pero sin llegar a quemar. Con un suspiro de placer absoluto, me sumergí en ella.

Tyler me puso un cojín inflable debajo de la cabeza y me sonrió.

—¿Vienes?

—No —contestó mientras se quitaba el reloj, un bello objeto que a primera vista parecía antiguo—. Yo no.

Lo dejó sobre una mesa cercana, y decidí que estaba bromeando, puesto que procedió a desabotonarse la camisa.

Disfruté de la escena. Poseía un cuerpo deliciosamente perfecto, bronceado y escultural, con ese tórax y esos brazos definidos que se ven en un nadador. Quería alargar un brazo y acariciarlo para comprobar si el sutil vello de su torso era tan suave como parecía y si sus músculos eran tan firmes. Quería recorrer con mis labios hasta el último centímetro de Tyler.

Sobre todo, quería zambullirlo en la bañera conmigo.

En lugar de eso me conformé con observarlo sentado en el borde, todavía vestido con el elegante pantalón gris. Descamisado y con el pelo un tanto alborotado, parecía un chico de calendario, todo sensualidad natural.

Era un ser excepcional, y no pude evitar preguntarme a cuántas mujeres había conducido a su habitación, acariciado, bañado, llevado a la cama.

Me lo pregunté y lamenté haber permitido que dicho pensamiento se colara en mi mente. No tenía derecho a estar celosa. Tyler no era mío —no podía ser mío— y cualquier conexión que creyera compartir con él esa noche era una mera ilusión. ¿Cómo podía ser real si los dos estábamos aferrándonos a nuestros secretos?

—¿Te has quedado absorta? —inquirió acariciándome el pelo.

Sonreí.

—Estaba pensando en lo guapo que eres.

Enarcó las cejas.

—Me siento halagado.

—Y un cuerno. Sabes perfectamente que eres alucinante.

—Y en muchos sentidos —replicó con una sonrisa arrogante.

Me eché a reír y empecé a salpicarle. Me sujetó la mano.

—Las manos sobre las rodillas —dijo—. Voy a enjabonarte.

Abrí la boca para… ¿qué? ¿Protestar? ¿Preguntar? Finalmente me limité a apoyar la cabeza en el cojín, con las manos sobre las rodillas, y le dejé hacer.

Empezó por las piernas. Con suma delicadeza, las levantó de una en una para colocarme los talones sobre un pequeño peldaño construido dentro de la bañera que, supuse, estaba ahí justamente para ese fin. Me acarició la piel con jabones perfumados y deslizó sus manos, hábiles y resbaladizas, por mis pies, mis pantorrillas, mis muslos. Cuando llegó a la hendidura me rozó el sexo y desencadenó espasmos de placer por todo mi cuerpo. Un instante después retiró la mano, como si su única intención hubiese sido hacerme una breve demostración de lo que estaba por venir.

Pasó a mi torso, luego a los brazos y las manos, masajeando sensualmente cada dedo, hasta que pensé que el deseo de más, de mucho más, me haría perder la cabeza. Luego, dirigiendo la atención a mis pechos, los frotó y acarició hasta que pude notar cada roce en cada célula de mi cuerpo y los pezones se me endurecieron de deseo.

Para mi desgracia, se detuvo ahí.

—¿Cómo estás? —me preguntó, y cuando abrí los ojos me estaba sonriendo con una especie de satisfacción sensual.

—Relajada —dije—. Y caliente.

Vi en sus ojos un leve parpadeo, pero si el acto de acariciarme y tocarme lo había excitado tanto como a mí, no lo dijo. En lugar de eso, cogió un difusor y procedió a mojarme el pelo.

Sus manos, fuertes y sensuales, me masajearon el cuero cabelludo mientras el champú elegido por él —hecho con menta y eucalipto— me saturaba los sentidos. Con aquel hombre cuidando de mí, cerré los ojos y empecé a flotar.

Ignoro cuánto tiempo pasé perdida en ese espacio sensual al que Tyler me había transportado. Solo sé que cuando abrí los ojos tenía el pelo enjuagado y la bañera estaba vaciándose, y que en lugar de sentir el frío a medida que el agua se escurría, sentía la pulsión caliente del deseo dentro de mí.

Sin decir una palabra, Tyler me tendió una mano. La acepté, agradecida. No estaba segura de que hubiera podido arreglármelas sin su ayuda.

Bajé los escalones con cuidado y aterricé en una alfombrilla suave y mullida. Se colocó frente a mí y se quedó mirándome mientras el aire desprendía chispas a nuestro alrededor. Alargué un brazo —tenía que hacerlo— para deslizar los dedos por su torso desnudo.

Noté los latidos de su corazón bajo mi mano y apreté la palma. Alcé la cabeza y tropecé con su mirada; la fuerza del deseo que vislumbré en sus ojos casi me derribó.

—Sí —susurré—, por Dios, sí.

No se movió. Tampoco habló, pero cuando mi mano descendió para explorar la forma de su cuerpo, noté que sus músculos se tensaban con un control a duras penas contenido. Sonreí, encantada de ser yo la que entonces le hiciera estremecerse, y me arrodillé lentamente pensando que me gustaría lograr que se estremeciera aún más.

Cuando acerqué la mano a la cremallera, sin embargo, la detuvo con suavidad.

—No.

Alcé la vista.

—¿No te apetece?

—Pocas cosas me apetecen tanto como ver tus labios alrededor de mi polla. Pero todavía no. Ahora no.

—¿Por qué no?

Me cogió de la mano y me levantó.

—Porque esta noche la protagonista eres tú.

—Oh.

Caminó hasta un armario y sacó una bata blanca de seda. Me ayudó a ponérmela. Era suave y delicada como un beso. Me ceñí el cinturón y deslicé las manos por la prenda, disfrutando de la caricia de la seda sobre mi piel.

—Me gusta mirarte. Me gusta ver cómo tu cuerpo reacciona a mis caricias, el parpadeo de tus ojos cuando te acercas al precipicio. Entre nosotros hay una franqueza que… en fin, que me gusta.

—Yo no estoy haciendo nada salvo reaccionar a ti —repuse en voz baja, si bien esas palabras eran del todo ciertas.

—Eso está bien —dijo, y en ese momento nuestras miradas se cruzaron. Sentí esa contracción en el vientre, la fuerte llamada del deseo. Separé los labios, me alcé de puntillas y, posando la mano en su hombro, busqué su boca, su beso…

Pero Tyler dio un paso atrás, y de repente no había adónde ir. Bajé la vista, cohibida.

—Lo siento, no pretendía… —¿Qué? ¿Besarlo? Ya lo creo que pretendía besarlo. Lo que no pretendía era ponerme en ridículo, pero eso no iba a decírselo.

Entonces lo entendí.

—Es lo que dijiste en el ascensor. A pesar de todo esto, a pesar de hacerme sentir de este modo, no vas a besarme. Sigues atormentándome, ¿no?

Esbozó una sonrisa lenta y sexy, y decididamente encantadora. Y no pronunció una maldita palabra en respuesta a mi pregunta. En su lugar, me cogió un mechón de pelo y lo enredó entre sus dedos.

—Dios, cómo me provocas. —Me tendió una mano—. Ven conmigo.

Estaba irritada, pero también divertida y caliente. Además, no había otro lugar al que ir que de nuevo a aquel dormitorio, lo que quería decir que finalmente me llevaría a la cama.

—¿Recuerdas lo que te dije? —me preguntó mientras me conducía a la habitación—. ¿Las cosas que me gustan?

—Mirarme, dijiste.

—Exacto. ¡Un premio para mi alumna favorita! Y me ha gustado mucho mirarte. Me ha gustado todo: mimarte, tocarte. Me gustó observar tu cara cuando entró el camarero, y me gustó saber que estabas exhibiéndote allí sentada delante de él porque querías complacerme.

Caminó hasta la puerta, pero no cruzó el umbral.

—Verte así me la puso dura, ¿lo sabías?

Negué con la cabeza.

—Saber que estabas dispuesta a llegar hasta ahí para complacerme me la puso dura, hizo que te deseara aún más. Y me hizo preguntarme hasta dónde serías capaz de llegar.

Me humedecí los labios, pero no respondí.

—Porque es esto lo que quieres, ¿no? La aventura. La emoción… Por eso me enviaste una nota en la que decías que querías jugar. Y te enojaste cuando te alejé.

Asentí con la cabeza.

—Y estás aquí conmigo ahora porque ansías algo. ¿Qué es lo que ansías, Sloane?

—A ti.

Cabeceó.

—Yo, claro. Pero ansías algo más. ¿Quieres que te guíe el resto del camino? Te gustaría saber hasta dónde podrías llegar. —Tyler extendió la mano para acariciarme la mejilla—. ¿Por qué yo, Sloane? Quiero que me contestes.

Me obligué a no dar un solo paso atrás. Porque ¿qué podía responder a esa pregunta? ¿Acaso le diría: «Porque estabas ahí, te estaba investigando»? Lo cierto era que yo quería acercarme más aún; todavía quería colarme en el Destiny, saber qué hacían allí. Y si Kevin estaba en lo cierto, todavía quería pillar a Tyler.

Todo eso era cierto. Pero no era la verdad.

La verdad era más cruda, más temible. Porque Tyler Sharp era un tipo peligroso. Y estaba inquieto. No era el tipo de hombre con quien debería intimar.

Esa era la verdad, y era hiriente para mí. Pero lo que aún me asustaba más era que si decía en voz alta todo aquello ya no habría vuelta atrás.

Aun así, no podía guardar silencio. De modo que cogí aire, me armé de valor para responder a aquel hombre, enigmático y peligroso, con la verdad más elemental y auténtica.

—Porque me has visto —le dije—. Porque me ves, y nadie más lo ha logrado.

Me sostuvo la mirada y asintió lentamente. Un momento después se acercó a la cama y se sentó en el borde.

—Ven aquí.

Avancé para colocarme entre sus rodillas. Cogió el cinturón de mi bata por un extremo, tiró de él y deshizo la lazada. La bata se abrió, dejándome expuesta frente a él.

Permanecí completamente inmóvil, si bien la sangre bombeaba con tanta fuerza en mis venas que era un milagro que Tyler no la oyera. Se levantó. Lo tenía tan cerca que podía notar el calor de su cuerpo. Tiró del cinturón hasta sacarlo de las trabillas. Luego deslizó las manos por mis hombros hasta que la bata resbaló por mi cuerpo.

Se arremolinó a mi pies, dejándome desnuda, caliente y deseosa de sus caricias.

Me miró de arriba abajo lentamente, y con cada segundo que pasaba el ansia crecía dentro de mí. No sabía qué esperar, solo sabía que quería que me tocara y que lo quería ya.

—Preciosa.

Fue una sola palabra, pero me pareció una caricia. Mis pechos se tensaron y mis pezones se pusieron tan duros que casi me dolían. Mi sexo ardía ahora de un deseo tan intenso que solo su contacto podía satisfacerlo.

Quería suplicarle, agarrarle la mano y ponérsela sobre mí. En lugar de eso, dije simplemente:

—Por favor.

—Dame tu mano —me pidió en un tono sensual pero autoritario, y obedecí sin vacilar.

La tomó con delicadeza y deslizó la punta del cinturón de seda por mi brazo, mi muñeca, el dorso de la mano. Las manos no me habían parecido hasta entonces especialmente eróticas, pero el poder sensual de la seda sobre mi piel era innegable.

—Por favor —dije de nuevo, y vi que una sonrisa le curvaba los labios.

—Por favor ¿qué?

—No lo sé —respondí con franqueza—. Solo por favor.

—Como desee la señora.

Me rodeó la muñeca varias veces con el cinturón y le hizo un nudo. Mientras lo hacía noté que algo frío crecía dentro de mí y forcejeaba con el calor. Me mordí el labio para refrenar el impulso de apartar la mano y me obligué a respirar.

—Las ligaduras son sensuales —dijo al tiempo que esa cosa fría empezaba a retorcerse en mi vientre.

—No —susurré, pero no retiré la mano. El frío me había paralizado.

Su sonrisa parecía casi divertida.

—Tú me buscaste, Sloane, ¿lo recuerdas? Me buscaste porque querías saber hasta dónde soy capaz de llevarte.

«Pero no quería que me llevaras tan lejos —deseaba gritarle—. Deberías saberlo. Deberías verlo. No en este momento».

Como si hubiera oído mi súplica silenciosa, Tyler me soltó la mano y casi aullé de gratitud cuando el hielo de mis venas empezó a derretirse.

«Crisis evitada. Terror controlado. Todo va a salir bien. No pasa nada. Respira hondo y todo irá bien», me dije.

Lo repetí como un mantra al tiempo que bajaba el brazo, con el cinturón de seda todavía atado a la muñeca, y me invadía una sensación de alivio tan intensa que me dejó débil y mareada.

—Tú y yo llegaremos lejos, te lo prometo —dijo.

Despacio, angustiosamente despacio, deslizó un dedo sobre mi clavícula. Luego, trazando una línea recta entre mis senos, descendió hasta el abdomen.

Mis músculos se tensaron con el contacto y hube de respirar con jadeos entrecortados. Bajó un poco más, hasta que sus dedos me encontraron húmeda y dispuesta, tanto que el roce más leve contra mi clítoris me provocaba tales temblores que mi cuerpo se quedó laxo.

—Todavía no —susurró. Retiró la mano con una sonrisa taimada. Me tumbó sobre la cama y me contempló desde arriba—. Adorable —dijo—. Ahora separa las piernas. Quiero verte completamente abierta para mí, a punto de caramelo. Quiero ver tu cuerpo brillar.

Con deliberada lentitud, deslizó las manos por mis muslos y los separó. Cerré los ojos y volví la cara, excitada por las caricias pero avergonzada por el deseo que sabía que Tyler podía ver tan claramente.

—Eres exquisita —dijo, y mientras hablaba deslizó un dedo por mi muslo, subió por la cadera y avanzó por la curva del torso. Me levantó el brazo y sentí el roce de sus labios cuando lo cubrió de besos—. Quiero acariciarte, llevarte todo lo lejos que seas capaz de llegar, y quiero asegurarme de que no puedas huir del placer.

El frío apareció de nuevo y se retorció en mi estómago. Me incorporé bruscamente y abrí los ojos, presa del pánico.

Pero no tenía adónde ir. El cinturón seguía anudado alrededor de mi muñeca, y aunque ignoraba cómo había sucedido, me hallaba firmemente atada a la cama.

—No. —Quise que fuera un grito, pero de mi boca apenas salió un susurro.

—¿No? Viniste voluntariamente, Sloane.

Buscó mi otra mano y traté de respirar con normalidad. Traté de comportarme como una poli y no como una chiquilla de catorce años. Traté de emerger del negro océano de miedo en el que me encontraba. Pero no podía. Tyler me había hecho perder la serenidad, había abierto la puerta del abismo y ahora estaba cayendo.

—Conoces las reglas. —Su voz sibilina se filtrara a través del miedo que me bombardeaba la cabeza—. Tuviste la oportunidad de marcharte, más oportunidades de las que habría debido darte. Y sin embargo viniste a mi cama, excitada y ardiendo de deseo por mí.

—Pero esto no —repliqué con dificultad—. Esto no. Maldita sea, Tyler, desátame.

Había empezado a forcejear. El corazón me latía con furia. La luz dorada de la habitación era en ese momento roja como la sangre. Caliente como la muerte.

Casi no podía verlo a través del aturdimiento, casi no podía oírlo a través del torbellino que giraba en mi cabeza, de los recuerdos, el miedo, el dolor, todo unido como un monstruo horrible y violento que estaba decidido a devorarme.

—Relájate —estaba diciendo, al tiempo que procedía a rodear mi otra muñeca con lo que parecía un cordón de cortina.

«¡No, no, maldita sea, no!»

No sé cómo lo hice, no sé cómo conseguí que mi cuerpo se moviera de ese modo, pero el caso es que obvié mi sufrimiento y lancé un puñetazo rabioso que aterrizó en su sien.

—¡Joder! —aulló de dolor.

Cuando Tyler se irguió aproveché el movimiento para impulsar la rodilla hacia arriba. Una posibilidad entre un millón, pero funcionó: oí su gemido gutural cuando le di de lleno en los huevos.

Quería echar a correr, pero mi brazo seguía atado al cabecero de la cama. Y mientras intentaba recuperar el ritmo normal de la respiración —y trataba de pensar—, Tyler levantó la cabeza y vi la rabia y el peligro brillar con furia en sus ojos.

Antes había temido los recuerdos. Ahora temía al hombre.

«Se acabó —pensé—. Dios mío, se acabó».

—No te acerques —gruñí—. Ni se te ocurra acercarte.

—Sloane…

Tras pronunciar mi nombre, dejó caer la cabeza y quedó arrodillado en el suelo, junto a la cama.

Retorciéndome, traté de deshacer el nudo con la mano libre.

—Lo siento.

Su voz rezumaba arrepentimiento, y cuando me volví hacia él, la rabia que había percibido en su mirada había desaparecido. Ahora solo veía ternura y un pozo interminable de pesar.

Sentí que el alivio me inundaba.

—Suéltame —le exigí—. Deja que me largue de aquí, joder.

—Lo siento —dijo de nuevo mientras se ponía lentamente de pie—. No lo sabía… Pensaba que tú… No lo sabía… —repitió, pero yo no entendía lo que quería decirme.

Fue a tocarme y me aparté. Tyler se quedó inmóvil, mirándome, con el rostro tan tenso y crispado como si lo hubiera abofeteado.

—No lo sabía —insistió, y aunque yo seguía sin comprender qué quería decirme, tampoco tenía intención de preguntárselo. En ese momento me traía sin cuidado. Lo único que quería era largarme de allí.

Noté que una lágrima resbalaba por mi mejilla y me di la vuelta bruscamente.

—Desátame, por favor —dije.

—Claro, claro.

Eso hizo. Me incorporé, sintiéndome frágil y desconcertada. Fui a coger la bata, pero Tyler se agachó antes que yo y me la tendió.

Me levanté y me la eché sobre los hombros.

—Quédate —dijo, pero me limité a sacudir la cabeza.

Me dirigí al salón con la sensación de estar soñando. No encontré las bragas, pero me dio igual. Me enfundé el vestido y me lo até al cuello. Estaba subiéndome la cremallera cuando Tyler entró.

—Sloane, te lo ruego, no te vayas.

Pero solo fui capaz de cabecear. No podía quedarme. Ni siquiera por Candy, ni siquiera por Amy. Tampoco por mí.

—Lo siento —susurré.

Agarré el bolso y, descalza, salí al pasillo.