Pobre Pablo, otra noche en vela y fumando. Lo malo es que mañana estará agotado y con ojeras, tosiendo como si los pulmones se le salieran por la boca. Y aunque tenga la habitación abierta todo el día, no habrá forma de quitar el olor a tabaco, lo único que conseguiré será enfriar la casa. Con la falta que le hace cuidarse y descansar, tal y como tiene las defensas, no le falta más que coger una neumonía. Espero que no note que estoy despierta o se levantará.
¿Por qué se torturará? No quiere entender que lo único que queremos la niña y yo es vivir tranquilas. Tenemos salud las dos y hace años que él no sufre una infección. Esta casa está bien para empezar y poco a poco podremos salir de aquí. Después de todo, el sueldo que tengo está muy bien y da para ir ahorrando algo, y aparte está su pensión. Bueno… y también el dinero que tengo escondido. Si quisiera entretenerse, podría hacer maravillas con esta vivienda. ¿Quién no sueña con vivir frente al mar? Si los dos hemos mamado agua salada, como quien dice. Quería vivir en una ciudad, y ahora que estamos en una, apenas un paseo hasta el centro, sigue sin acomodarse.
Otro cigarro. Terminará quemando la cama o llenándolo todo de ceniza. Aún recuerdo la primera vez que probamos el tabaco. Recién descargado, con nuestras pesetas en el bolsillo, como un ritual de madurez. Qué lejos queda todo aquello. Qué fácil la vida cuando eres adolescente. Si te equivocas a los quince, tienes otros quince para volver a equivocarte, y aún eres joven. Si te equivocas a los treinta… en otros treinta estas muerto, o casi. Fumar tabaco de batea era una forma de alardear que andábamos a las cajas. Desde las terrazas, de copas, veíamos salir a nuestros padres al mar, y casi nos avergonzábamos. Nos daban pena. «No saben vivir», pensábamos.
Pobre papá. Patrón, le sigue llamando la gente. Miraba al mar y leía en él. Escudriñaba en el cielo el tiempo que se avecinaba, y aunque dijeran otra cosa, él confiaba en su olfato. Valentía para afrontar el riesgo, prudencia para eludir el peligro. No había especie de cerco que se le ocultase bajo las aguas y siempre nos procuró honradez. Pero su máximo orgullo es no haber perdido nunca un hombre bajo su mando. Cuando sus ojos me atraviesan, es igual que sonría o llore, aprecia perfectamente si hay tormenta o mar calma en mi interior. A él nunca pude engañarle. Ni él tampoco a mí. Aunque me sonría y me hable con palabras dulces, yo sé que está triste por su princesa. ¡Cuánto pude aprender de él!
Debe de estar especialmente preocupado, pues se le nota sudor frío. Yo sólo quería que fuese como papá. Alguien sencillo que me trasmitiese seguridad. Como una roca que permanece por mucho que la golpeen las olas. Para coger la mano de quien amas no necesitas un coche, únicamente estar a su lado. Para abrazarse y quererse no hace falta un palacio, sino estar juntos, nada más. ¿Cuántos errores más ha de cometer para convencerse que persigue un sueño? Ya descargamos fardos, ya corrimos delante de los aduaneros, y no nos sirvió de nada. El dinero se nos fue en demostrar que lo teníamos.
Supongo que le quiero porque descubrimos el mundo juntos. No sólo el sexo, que eso surge casi sin darte cuenta. Me refiero el mundo tal y como es, con sus trampas y sus refugios. De todos, él fue el único que estuvo de acuerdo en dejarme bajar a la playa. Este es trabajo para hombres, decían exhibiendo sus espolones, cuando todos sabíamos que luego en casa quienes mandaban eran ellas. «Nos van a cazar por su culpa», «una mujer no sabe guardar un secreto», y luego eran ellos los que echaban a perder las descargas por alardear delante de todo el mundo que estaban preparando algo muy gordo. Aunque nunca quiso reconocerlo, Pablo sabe que yo estoy mejor preparada que él para estos negocios. Nunca hemos hablado del tema porque no quiero que se avergüence, pero si me hubiera hecho caso y se hubiera apartado como hice yo al ver lo mal organizado que estaba aquel transporte, no hubiera entrado en la cárcel la primera vez. Pero eso ahora no tiene importancia.
Los demás me pretendían como mujer, no como compañera. Yo quiero a alguien que me diga: «Quiero que el resto de nuestra vida persigamos…», y me deje hacerlo a su lado. Juntos quisimos ser los reyes de un mundo al que no quiero volver. Sin embargo, Pablo no tiene más meta que hacer la gran descarga. No quiere entender que él no sirve para esto. No tiene nervio. No sabe leer en los ojos de la gente. El que nace para faro, que dé luz; el que nace para castillo, que reciba balas; y el que nace para sembrado, que engorde patatas. Piensa que lo veo como un fracasado porque no tuvo éxito como los demás. Nunca madurará. Yo le veo más hombre que a los otros, porque salió de la droga, soportó la cárcel y es un gran padre. A su manera, claro, pero es un gran padre. Si se contentase sólo con eso… Cuando le digo que admiro a mi padre por lo gran hombre que es en su sencillez, en saber soportar la vida sin hacer daño a nadie, no quiere creerme, y yo se lo repito una y otra vez para que se dé cuenta de que no necesito que haga nada más que estar a mi lado.
¡Dios mío, está empapado! Esa es otra. Al principio él me protegió. Cuando alguien se ponía gallito y me quería echar de la playa, él le dejaba claro quién tenía los puños más duros. Pero esos no eran más que raterillos. Con esta gente con la que se mete ahora… en la calle has de demostrar tranquilidad y en casa tener el arma lista, o el cajón para esconderse preparado. Pobre Pablo, él no sabe hacer estas cosas. Tiene miedo.
Otro cigarro. Como siga así, no va a llegar al juicio. Mira que le dice el médico que tiene que cuidar los pulmones, que los tiene muy tocados. No tengo derecho a quejarme. Pude haberme ido, pude haberle dejado, pero supongo que no tengo más vida que nosotros. Le quiero como es, con la vida que nos ha tocado. No necesito más. Cuando papá me mira con esos ojos tristes, bromeo y le digo: «Piensa que Xana vivirá otra vida mejor». Nosotros escogimos esta vida, la vimos fácil y nos arrojamos a ella. Nadie nos la impuso. Ahora debemos aceptar las consecuencias.
Pero Xana no. Xana no decidió nacer en medio de redadas. No eligió crecer viendo a su padre medicarse contra el sida. Xana no pidió tener que llevar dibujos a la cárcel para animar a papá. Xana no quería dejar a sus amigas cada vez que cambiamos de casa. Nosotros debemos asumir que nos hemos equivocado y hemos perdido, pero al menos ella debía tener una vida distinta, ella debía tener la posibilidad de elegir. Pablo tenía que pensar en eso.
Tenía razón mamá, hacerse mujer no es fácil. Seguro que ella lo dice por otras cosas, pero, desde luego, tener la regla es un fastidio. Si papá no estuviese despierto ahora, me haría una manzanilla bien calentita con una pastilla y un poco de chocolate, me podría una mantita y vería la televisión un rato. Seguro que me sentiría mejor. Mañana le diría a mamá que me dejase quedarme en casa y, con lo buena que es, no le importaría. Pero aquí, con el frío que hace, parece que me duele más.
No entiendo por qué papá no le hace más caso en todo lo que dice. No estaríamos así. Pero la culpa no es de papá, es de mamá, que se empeña en decir, sí, Pablo, sí, cariño, y en mandarme callar. No entiendo por qué se empeña en dejar a papá meter la pata una y otra vez. Ahora entrará de nuevo en prisión. ¿Y nosotras qué? Espero que al menos esta vez no cambiemos de casa, pues me gusta vivir aquí. No soportaría cambiar de amigas, aunque, claro, para eso no hace falta que nos marchemos, ya se apartan ellas al saber que mi padre es un narco, o les mandan apartarse los padres. Una suerte.
Tenía que haberme ido a vivir con los abuelos. Allí estaría tranquila. Bueno, no. Echaría mucho de menos a mamá. Esa forma que tiene de hacer las cosas. Parece que no le cuesta vivir, siempre tranquila, siempre con una sonrisa. No sé cómo se pudo casar con papá. Bueno, sí lo sé. Fue papá el que se casó, porque sin mamá ya estaría muerto, aunque él no lo ve. Pase lo que pase, haga lo que haga, mamá lo soluciona todo.
No me quito el frío ni con calcetines. Mamá mira a la gente y sabe qué piensan, qué buscan… Me gustaría ser así. Es como si tuviera una bola de cristal para leer la mente. Como las visitas a la casa de Aníbal. Debió adivinarlo ya la segunda vez que fuimos. Se limitó a decirme «Xana, cariño…», y ya supe que no podía mentirle. Me pidió que no le contase nada a papá, que siguiera acompañándole cuando me lo dijese, pero que nunca pensase que aquello era real. Que era un amigo de la familia, pero que cualquier día no volveríamos más. Que fuese educada y recordase siempre que era una invitada. No necesitó decirme nada más para ponerme a la defensiva. No me gustaba que para hablar con papá se marchasen a otro lado, ni que para hablar conmigo el que se marchase fuera papá. Y esa manía de regalarme ropa, si yo lo que quiero es un iPhone, y no esta porquería de teléfono. Lleva media hora y no ha descargado nada. Si funcionara bien, al menos podría estar navegando y me entretendría.
Otro pinchazo. Espero no tener que ir al baño. Me da vergüenza que papá sepa que estoy con la regla. Espero que Aníbal no tenga nada que ver con la detención de papá. Me gustaría volver a su casa. Piscina, playa, y si quieres algo, te lo traen. Mamá tiene razón en que Aníbal está solo y no tiene familia. Pero también tiene razón papá en que en una casa así nosotros seríamos muy felices. Seguro que Aníbal no tiene un cajón para esconderse si viene alguien, seguro que él, si quiere, pone guardaespaldas y vive sin preocuparse. No como nosotros. Cuántas veces me ha insistido en lo que tengo que hacer si cruje el escalón, en lo que puede pasar con las tonterías de papá. Si no fuera porque hasta ahora siempre ha tenido razón, pensaría que desde la detención ha perdido la cabeza. Nunca antes me había hablado así, nunca me había obligado a aprender de memoria nombres, números, como si fuera una película de terror. Y, sobre todo, que no le contase nada a papá para no preocuparlo, que bastante triste está. Pues si vivimos así es por su culpa.
Con tanta obsesión hasta me parece haber oído el escalón. Qué tontería.
¡Pero si ese no es papá! Tengo que arrastrarme sin hacer ruido. Como dice mamá. No pienses en nada, sólo en lo que tienes que hacer. Gatear, entrar, cerrar. Y ahora, pase lo que pase ni respirar. Tengo que taparme los oídos, como dijo mamá. Si oigo lo que pasa me entrará miedo. Intenta poner la mente en otro lado y concentrarte. El teléfono. Tengo que apagarlo, pueden oír como vibra. Pase lo que pase, no salir hasta que sea de día. Aunque no se oiga nada. ¿Cómo era el número? Sí, eso es. Puedo cantarlo para no olvidarme. Qué ojos más bonitos tiene mamá. Seguro que ahora me sonreiría y me diría: «Si no piensas en lo que pasa, sólo en lo que tienes que hacer, no tendrás miedo». ¿Qué ha sido eso? Dios mío; ¿qué estarán haciendo? No, no, no escuches. Canta en la cabeza, eso era, canta en la cabeza. Seguro que mamá se sentirá orgullosa de mí. Seguro que mamá pensará que soy como ella…