Capítulo XXXVI

Beatriz entró en la casa y encontró a Aníbal mirando una fotografía color sepia. Sobre la mesa un montón de papeles y carpetas abiertas. Alzó la vista y sonrió.

—¿Sabe, señora letrada? Creo que el mundo se divide entre los que al mirar atrás piensan en lo que han hecho y los que pensamos adónde hemos llegado. Supongo que si no has llegado muy lejos, es lógico que reflexiones en lo que has hecho.

—O también puede ser que dependiendo de lo que hayas hecho, sea mejor pensar en lo lejos que has llegado.

Aníbal dejó la fotografía sobre la mesa, y Beatriz pudo ver a cuatro adolescentes en la playa, tres chicos y una chica. Bañadores elásticos estampados y biquini de topos dejaban claro que se trataba de los años setenta. Todos con el pelo largo ondulado y una amplia sonrisa. Aníbal reparó en la mirada de Bea. Volvió a sonreír.

—Qué hermosa es la juventud, ¿verdad? Algunos darían lo que fuese por volver a ser jóvenes. Yo, en cambio, jamás querría regresar al pasado.

—Yo tampoco querría volver a un mundo con el que no me sentía identificada. —Bea se sorprendió con la confidencia. El tiempo juntos había hecho nacer la confianza entre ellos—. Ni era el mundo que me gustaba ni el que yo había creado. Ahora me siento más identificada con lo que soy.

—Yo siempre me sentí identificado con lo que soy. Lo único que no me gustaba era el mundo a mi alrededor. Pero, en fin… Mañana empiezan las conclusiones y me gustaría tener todo preparado por si se acuerda un ingreso en prisión inmediato. Eso es posible, ¿no?

—Si el veredicto es de culpabilidad, y la pena es grave, podría solicitarse por el ministerio fiscal un ingreso inmediato mientras se tramita la apelación.

—Por eso es mejor tener todo listo. Simplemente me gustaría que supervisase que las disposiciones que dejo preparadas se cumplen.

—Yo no soy su letrada personal. Quizás no sea la persona adecuada. Además, desconozco las circunstancias de sus empresas y su familia.

—No se preocupe, se trataría de que ayudase un poco a Denis. Ella dispone de poderes para poder actuar en todo lo que deseo. Pero habrá de asesorarla para indicarle cómo hacer las cosas y darle seguridad frente mis socios. Con usted al lado se la tomarán en serio.

—Si sólo es eso…

Aníbal había preparado una especie de liquidación de activos y transferencia de fondos muy minuciosa. Beatriz intuyó que se trataba de una huida, no de una situación temporal. No era su competencia inmiscuirse en las decisiones de los clientes, así que se limitó a bromear.

—En el peor de los casos, de la cárcel se sale. ¿No le gustaría tener algo aquí para cuando eso sucediese?

—A lo mejor, lo que no me gustaría es permanecer aquí… al salir de la cárcel me refiero.

Y sonrió. Aníbal ordenó los papeles y los guardó dentro de las carpetas haciendo una pila con ellas. Recogió la fotografía de la esquina en la que la había apartado y la colocó sobre los portafolios.

—Dejaré todo esto preparado para que se le entregue si me pasase algo.

—Intentaré que no sea así y que dentro de unos días tengamos algo que celebrar. El juicio no está saliendo tan mal.

—Pase lo que pase, le diré que me ha gustado mucho su defensa. Téngalo claro. Pero dependiendo de la decisión de otros nunca se sabe.

—Veo que va aprendiendo algo de la justicia. Por cierto, Xana, la hija de Pablo y Carmen, ¿ha estado alguna vez en esta casa?

—¿La niña desaparecida? —Aníbal bajó la vista a la foto, sin mover un solo músculo de la cara.

—Sí, la niña desaparecida.

—No estoy seguro. Puede que hubiese venido alguna vez con su padre, pero no lo recuerdo. Ha hablado con el jardinero, ¿verdad?

—Sí. Me confundió con ella, y me extrañó que la recordase tanto.

—Hágase una idea de que a su edad las cosas no se recuerdan muy bien. No le haga mucho caso. La acompaño hasta la puerta.

Aníbal se giró camino de la salida, y Bea le siguió. Al pasar junto a la mesa se fijó en la foto con más detenimiento. Dos chicos flanqueaban a una joven cogiéndola por la cintura, mientras ella les agarraba por los hombros. Un tercer joven se apoyaba sobre el de la izquierda y todos miraban sonrientes a la cámara. Ella tenía unos inmensos ojos oscuros y una amplia sonrisa blanca.

Beatriz salió de la casa con sensaciones encontradas. Ya en el despacho, mientras preparaba las notas para sus conclusiones del día siguiente, sus ojos descansaban una y otra vez a través de la ventana mirando al mar y su mente volvía a la casa de Aníbal. Estaba claro que le ocultaba muchas cosas, que no le mentía, pero tampoco era franco con ella. Bea quería creer en su inocencia, aunque esas lagunas que desconocía de su cliente la hacían dudar. Era un crimen atroz, y los autores merecían castigo, pero los inocentes no podían recibir sanción alguna. No era ella la que debía juzgar, ella había escogido defender. Volvió a posar sus ojos en el castillo de San Antón.

Carlos I exigió a la ciudad de Coruña defensas adecuadas para poder albergar una casa de contratación, y por ese motivo se construyeron dos fortalezas, San Antón y San Diego. San Antón estaba sin terminar cuando destrozó a la armada inglesa en 1589. No protegió a ningún almacén de especias porque no existía. Sólo protegió a la población civil, pese a que no era su finalidad. En 1809, durante la batalla de Elviña, el mismo castillo que había destrozado a la Armada inglesa, ahora la salvaguardaba para que el ejército anglo-español pudiera huir sano y salvo de las tropas de Napoleón. Lo que en su momento fue una derrota, la historia la considera una heroica victoria.

El castillo no se pregunta a quién ampara, ni por qué lo resguarda, se limita a proteger al que alberga en su interior. Un abogado debe hacer lo mismo. Defender a su cliente sin preguntarse el porqué, ni cómo lo va a juzgar el tiempo. Es su trabajo. Es el sistema, el que debe proteger al ciudadano y juzgar al culpable.

Beatriz se dirigió al jurado.

—El Estado debe investigar los delitos con los medios de que dispone, y nos sentimos agradecidos por el sacrificio de aquellos que con su esfuerzo han tratado de esclarecer un crimen tan execrable. Respetamos las pruebas obtenidas. Aceptamos los informes vertidos. Hacemos nuestros los indicios del fiscal, pero no sus conclusiones. Todo acusado tiene derecho a la defensa, y la defensora de Aníbal Caamaño soy yo. Más o menos acertada, mejor o peor ejercida, he destinado mi esfuerzo a tratar de demostrar la inocencia de mi cliente, con lealtad y respeto. Ahora debo pedirles la misma consideración. Vulnerarían el derecho de mi cliente si al valorar su posible participación en los hechos, no contemplasen únicamente el diálogo mantenido entre el fiscal y yo. Quebrantarían su presunción de inocencia si mezclasen las alegaciones de otros acusados con las mías, pues le estarían privando de mi trabajo, de mi esfuerzo, en definitiva del derecho a ser defendido. Hemos aceptado las pruebas y he tratado de explicarlas desde la lógica de los hechos, así he tratado de demostrarles que…

El tiempo pasó despacio los tres días siguientes. Una vez acabado su discurso, Bea sólo quería que todo acabase pronto.

A la pregunta: ¿Es culpable el acusado…?

El jurado responde: Culpable.

A la pregunta: ¿Es culpable el acusado…?

El jurado responde: Culpable.

A la pregunta: ¿Es culpable el acusado Constantino Rodríguez?

El jurado responde: Culpable.

A la pregunta: ¿Es culpable el acusado Aníbal Caamaño?

El jurado responde: Inocente.