Capítulo XXXII

El primero de los acusados colombianos se acercó al micrófono. El fiscal comenzó el interrogatorio.

FISCAL: ¿Desde qué fecha se encuentra usted en España?

ACUSADO: Recién había llegado cuando me detuvieron.

FISCAL: ¿No llegó usted en el año 2006 y ha permanecido en nuestro país desde entonces?

ACUSADO: No, señor. Llevaba unos pocos días en España. Yo no sé por qué estoy preso.

FISCAL: No es usted D…

ACUSADO: Sí, pero es un nombre muy común en Colombia. Seguro que me están confundiendo con otra persona.

FISCAL: ¿Usted no fue detenido en compañía de estas otras cuatro personas?

ACUSADO: Yo no conozco de nada a estas personas. Yo sólo vine a buscar trabajo.

FISCAL: ¿Pero usted no fue detenido en el piso sito en… el día…?

ACUSADO: Créame, señor, que yo no conozco el piso que me dice. Yo vine a buscar que comer, porque mi familia pasa hambre en Colombia.

FISCAL: ¿Pero entonces qué hacía usted en el piso cuando le detuvieron?

ACUSADO: Yo estaba en la calle buscando trabajo y alguien se me acercó y me dijo: «No duermas en la calle, yo te alquilo una habitación y ya me la pagarás cuando tengas trabajo». Y me fui con ese señor, y cuando estaba durmiendo llegó la Policía y no sé nada más, señor. Yo acababa de llegar a España.

FISCAL: ¿Pero usted no fue detenido cuando salía por la puerta del piso sito en…?

ACUSADO: No lo recuerdo, señor. Yo estaba durmiendo y con semejante locura de tiros, pues es posible que uno saliera corriendo. No lo recuerdo, señor.

FISCAL: Cuando le detuvieron, ¿llevaba usted el teléfono móvil que se le exhibe en su poder?

ACUSADO: Yo no recuerdo, señor. Yo no tengo celular…

ABOGADO defensor: Para que quede claro, explíquele nuevamente a los jurados por qué está usted aquí.

ACUSADO: Yo tengo familia. Tengo hijos allá en Colombia que pasan hambre. Yo no tengo dinero ni sé de qué me hablan estos señores. Yo vine a España a buscar trabajo y a ganarme la vida de forma honrada. Yo no conozco a ningún muerto ni sé de mafias. Yo sólo soy un pobre trabajador. Yo no tengo celular. Alguien me dijo si quería una habitación para dormir y me fui para allá. Necesitaba una cama. Yo no he hecho nada malo. Estaba en ese piso porque dormía allí.

El segundo acusado se dirigió al micrófono nervioso, mirando constantemente a su abogado. Antes incluso de que le leyeran sus derechos comenzó a hablar y hubo de ser interrumpido por el magistrado. Su letrado anunció entonces que sólo contestaría a las preguntas de las defensas.

ABOGADO: Explíquele al tribunal cómo fue usted detenido.

ACUSADO: Yo estaba durmiendo. De repente, sonó como una explosión y comenzaron los gritos y los disparos. Yo me boté de la cama al piso y comencé a rezar. Entonces alguien gritó: «Le hemos dado a uno de los nuestros». Yo me quedé muy quieto sin hacer nada. Entró un policía en la habitación. Yo permanecía tirado en el piso con las manos en la cabeza y el policía dijo: «Sudaca de mierda, te vas a comer las heridas de mi agente».

ABOGADO: Está usted seguro de lo que oyó, ¿verdad? ¿Podría repetírselo al tribunal?

ACUSADO: Me dijo: «Sudaca de mierda, te vas a comer lo de mi agente».

ABOGADO: ¿Y luego qué pasó?

ACUSADO: Luego me puso una pistola en la mano y me obligó a disparar contra una pared. Y me dijo: «Si dices algo de esto, eres hombre muerto». Nos llevaron a todos al salón y allí nos tuvieron sentados mirando al piso. Se veían bien nerviosos buscando algo y uno dijo: «Si no encontramos nada, nos vamos a meter en un lío, esta es gente honrada», y entonces el jefe les dijo: «No os preocupéis, que estos se comen lo de los muertos».

ABOGADO: Repítales para que quede claro lo que usted oyó.

ACUSADO: «No os preocupéis, que estos se comen lo de los muertos». Y después empezaron a llegar hombres de paisano que traían bolsas y las fueron llevando por las habitaciones colocando cosas. A nosotros nos tenían en el salón sin dejarnos mover y nos obligaban a mirar al piso. Decían: «Al que mire qué estamos haciendo lo matamos». Nosotros estuvimos muy quietos. Cuando estos hombres de civil acabaron, llegó la jueza. Fuimos por las estancias mirando todo y aparecieron cosas que no eran nuestras, y la jueza tomaba nota, y no nos dejaron decir nada. Y no pudimos decirle a la jueza que todo aquello no era nuestro. Que lo habían traído los agentes.

ABOGADO: ¿Quiere usted contarle al tribunal por qué no ha hablado antes?

ACUSADO: Porque estábamos muy amenazados. En mi país, la Policía es la que manda y no se le puede denunciar porque le matan a uno. Yo creía que en España era igual. Vinieron agentes a la prisión a vernos y nos decían: «Sois unos ilegales sin papeles, no tenéis derechos, nadie os va a creer si nos denunciáis». «Si se os ocurre decir algo, os acusamos de más muertos».

ABOGADO: Usted sólo se atrevió a contármelo a mí, ¿verdad?

ACUSADO: Sí, doctor. Y yo le pedí que no dijera nada que nos podían matar.

ABOGADO: Y ahora usted declara la verdad, porque yo se lo he pedido, se lo he rogado, ¿no es así?

ACUSADO: Sí. Usted me ha asegurado que este es un país democrático. Que se puede declarar contra la Policía, aunque sea corrupta, porque aquí se les castiga. Yo quiero que se les castigue por acusarnos sin pruebas.

ABOGADO: ¿Le han pegado a usted?

ACUSADO: Sí, señor. Nos golpearon en el piso y luego en la celda. Para que nos estuviésemos bien callados.

MAGISTRADO: ¿Alguna defensa desea hacer preguntas?

ABOGADA DE CONSTANTINO: ¿Usted conoce de algo al señor Constantino Rodríguez?

ACUSADO: No, señora.

ABOGADA DE CONSTANTINO: ¿Usted nunca ha hablado con él ni ha tenido contacto con él, ni le suena su cara?

ACUSADO: No, señora.

ABOGADA DE CONSTANTINO: Mi cliente no fue la persona que les encargó matar a los fallecidos. ¿No es así?

ACUSADO: No sé de qué me habla señora. Yo no sé nada de muertos.

ABOGADA DE CONSTANTINO: ¿Le dijo la Guardia Civil que si decían que el señor Rodríguez es inocente les pasaría algo?

ACUSADO: No le entiendo la pregunta.

ABOGADA DE CONSTANTINO: Que ustedes no quieren decir quién les encargó el asesinato porque la Guardia Civil les ordenó callar ese extremo y así poder acusar a mi cliente. ¿No es así?

ABOGADO: ¡Protesto, señoría! Está confundiendo a mi cliente.

MAGISTRADO: Se acepta.

ABOGADA DE CONSTANTINO: Su abogado también le habrá dicho que aunque mienta no le va a pasar nada. ¿No es así?

ACUSADO: Yo no recuerdo si mi abogado me ha dicho eso.

El tercer acusado se acercó al micrófono con cara de preocupado. Su letrado le hacía señas tratando de decirle algo, pero no era capaz de entender qué. Distraído, no atendía a las indicaciones del juez, que le recordaba sus derechos.

MAGISTRADO: Señor acusado, ¿me está escuchando?

ACUSADO: Yo lo mismo que mi compañero.

MAGISTRADO: Disculpe. Escuche primero las preguntas. Le decía, ¿va a contestar al fiscal?

ACUSADO: Sí, señor.

FISCAL: Fue usted detenido en el piso sito en…

ACUSADO: Yo estaba durmiendo y de repente sonaron unas explosiones. Hubo gritos y disparos. Yo estaba en la cocina preparándome el desayuno y un guardia me puso una pistola en la sien. Entonces alguien gritó: «Le hemos dado a uno de los nuestros»…

FISCAL: Sólo le preguntaba si había sido detenido en ese piso. ¿Quién convivía con usted en ese piso?

ACUSADO: Yo no sé. No estoy seguro… nos llevaron al salón y allí nos dijeron que teníamos que mirar para el suelo. Yo me quedé quieto. Alguien dijo, dispara o te mato, y sonó un disparo…

FISCAL: Señoría, ¿le podría pedir al acusado que conteste a mis preguntas?

ABOGADO defensor: Señoría, con la venia, el acusado está nervioso. Lo que quería decir el acusado es que sólo contestará a las preguntas de las defensas.

MAGISTRADO: ¿Es así? ¿Desea sólo contestar a las preguntas de las defensas?

ACUSADO: Sí, señor.

ABOGADO defensor: Continúe relatando lo sucedido.

ACUSADO: Después del disparo, trajeron a mi compañero. Yo le pregunté: «¿Qué pasó?», y él me dijo: «Me obligaron a disparar». Entonces alguien dijo: «Si no encontramos nada, hay que acusarles de los muertos». Y unos agentes de civil trajeron bolsas que fueron repartiendo por las habitaciones.

ABOGADO defensor: Usted nunca antes había visto ni armas ni bolsas de plástico ni los machetes que se le muestran, ¿no es así?

ACUSADO: No, señor. Yo no sé qué son las armas. Yo sólo soy un trabajador.

ABOGADA DE CONSTANTINO: Desde que llegaron los agentes, a usted lo tuvieron esposado en el salón. ¿Es así?

ACUSADO: Sí, señora. Estuve esposado en el salón.

ABOGADA DE CONSTANTINO: Y usted no tocó las bolsas que trajo la Policía, ¿verdad?

ACUSADO: No, señora, yo no toqué nada de lo que trajo la Policía.

ABOGADA DE CONSTANTINO: Luego el ADN que hay en las armas, cuchillos y teléfonos móviles lo colocó ahí la Policía, ¿no es así?

ACUSADO: Sí, claro, yo no he tocado nada…

Su abogado defensor intentó protestar, pero ya era demasiado tarde y la respuesta se había escuchado. Los abogados defensores de los cinco sudamericanos se pasaban notas y murmuraban entre ellos. Sus gestos demostraban desagrado.

ABOGADA DE CONSTANTINO: ¿Es usted colombiano?

ACUSADO: Sí.

ABOGADA DE CONSTANTINO: En Colombia hay muchos sicarios que matan por encargo, ¿no es así?

ABOGADO defensor: ¡Protesto!

MAGISTRADO: Se admite. Señora letrada, ¿que pretende preguntar?

ABOGADA DE CONSTANTINO: Sólo quiero saber si los sicarios van a visitar a las personas que los contratan.

MAGISTRADO: ¿Y qué relevancia tiene eso en este juicio?

ABOGADA DE CONSTANTINO: Que estos señores, según la Guardia Civil, han venido a visitar a mi cliente después del crimen, lo cual, un sicario profesional como ellos no haría.

ABOGADO defensor: Protesto, señoría, pretende que mi cliente se confiese culpable.

ABOGADA DE CONSTANTINO: Pues quiero recurrir y consignar protesta para pedir la nulidad del juicio. Si no se me deja defender a mi cliente, este juicio es nulo.

MAGISTRADO: Señora letrada, me gustaría que me dejase contestar antes de recurrir. A fin de evitar recursos inútiles y dilatar el juicio más de lo debido, permitiré la pregunta, pero la reformularé yo. ¿Conoce el acusado si los sicarios colombianos van a visitar a las personas que les encargan los asesinatos después de cometidos?

ACUSADO: No, señoría, lo desconozco.

ABOGADA DE CONSTANTINO: De todos modos, me gustaría que constase mi protesta, pues no está formulada como yo deseaba.

MAGISTRADO: Así se hará.

El cuarto acusado fue una repetición de los dos anteriores. Una vez más surgieron protestas al intervenir la abogada de Constantino, pero por más que los letrados trataban de hacer señas para que sus defendidos no contestasen a sus preguntas, los nervios traicionaban a sus clientes que pensaban que defensor era defensor de todos. El último de los acusados colombianos se acercó al micro para ser interrogado por el ministerio fiscal.

MINISTERIO FISCAL: ¿Nos puede decir cuánto tiempo hace que llegó a España?

ACUSADO: Unos seis años, señor.

MINISTERIO FISCAL: ¿Durante todo este tiempo ha estado usted en España?

ACUSADO: Correcto, señor. Salvo viajes a Colombia para visitar a la familia.

MINISTERIO FISCAL: ¿Vivía usted en el piso sito… y fue detenido en el mismo?

ACUSADO: Sí, señor. Iba para dos años que residía en esa vivienda. Antes había estado en otras, siempre en Madrid. Y sí, señor. Estaba en el piso cuando entraron los agentes.

MINISTERIO FISCAL: ¿Hubo disparos al entrar la Policía?

ACUSADO: Al poco de entrar ellos, sí, señor. Creo que tres disparos.

MINISTERIO FISCAL: ¿Sabe usted quién disparó?

ACUSADO: Prefiero no contestar a esa pregunta, señor.

MINISTERIO FISCAL: ¿Desearía usted contarnos con sus propias palabras cómo fueron los asesinatos de Pablo Dios y Carmen?

ACUSADO: Sí, señor… Nos mandaron a vigilar a un objetivo por si era necesario hacer un escarmiento. Yo estuve unos días vigilando su casa y siguiéndole a él y a su familia. Fue como un mes antes de los asesinatos. Tomamos nota de quién entraba y salía, adónde iban, si trabajaban y cómo se movían. Estudiamos el pueblo donde vivía, y como la casa estaba sola, nos pareció que el trabajo era fácil. Nos fijamos en las dos carreteras de salida y adónde iban a parar. Había dos casas con personas muy mayores, y aprovechamos para hacernos pasar por funcionarios municipales que estaban revisando las alcantarillas. Queríamos ver alguna casa por dentro porque parecían todas iguales. Así descubrimos que no tenían alcantarillado y que cada casa tenía un pozo. Algunas de las casas al reformarlas lo habían metido dentro. Cada vez que pasábamos por la casa le llevábamos algo al perro para que nos fuera cogiendo confianza. Hicimos fotos. Por la noche, con las luces, nos hicimos una idea de dónde estaban las habitaciones, el baño, la cocina. Era como una radiografía y nos permitía conocer el horario de noche.

»También había que vigilar a los vecinos para que no nos fueran a sorprender de algún modo. Casi todas las casas estaban ocupadas por gente muy mayor. Había alguna otra familia, pero no pegada. Lo mejor era que por la noche allí no se movía ni un alma. Cuando estaba todo preparado me volví a Madrid y esperé indicaciones.

»Como un mes después, me dijeron de venir a Coruña y volví. El primer día lo pasamos comprobando que todo estaba en orden. Que no había cambiado nada. Es mejor entre semana, pues los días laborables la gente es más previsible. Esperamos la última indicación y apagamos los móviles. Colocamos un vehículo en una de las carreteras como a tres kilómetros para garantizar una vía de escape. El otro vehículo lo acercamos lo suficiente como para que no se nos viese llegar y esperamos. Había que aguardar a que estuviesen bien dormidos, pero al mismo tiempo tener tiempo suficiente para acabar el trabajo antes de que amaneciese. Las horas pasaban despacio, se nos hacía tarde, pero nos parecía que a cada rato algo se encendía en el dormitorio. Al final pensamos que estaba fumando. Cuando creímos que ya nos apuraba mucho el tiempo para poder acabar el trabajo bien, decidimos entrar. Después de todo, un varón y dos mujeres no pueden revolverse mucho.

»Las órdenes eran que el hombre viese cómo violábamos a las mujeres delante de él y luego matarlos a los tres. El perro no fue problema y comió lo que le dimos cayendo enseguida envenenado. Mientras tapábamos al animal con una manta para que no se oyeran sus gemidos, se forzó la puerta y entramos. Subimos las escaleras muy despacio, pero uno de los escalones crujió y al ruido el hombre se levantó. Hubo que saltarle encima y aplacarlo, pues se revolvía. No era muy fuerte, pero de puro nervio hicieron falta… hizo falta mucho esfuerzo para sujetarlo y aun sujeto lanzaba dentelladas. La mujer no, la mujer se quedó quieta, sentada, mirándonos como si estuviera esperando que acabásemos para decir algo. Él trataba de gritar, de patalear y de zafarse. Al final hubo que darle muy duro para atarlo bien sujeto, pero en cuanto recobraba el sentido volvía a causar problemas, casi no se podía mover de la cantidad de cinta que le habíamos puesto y aun así se meneaba como un saco de patatas con vida.

»Al final fue ella la que se levantó y dijo: “Pablo, no te preocupes, estoy bien, no van a hacerme nada”. El marido se paró y comenzó a gemir como un animal agonizante. Revisamos bien la casa, pero la niña no estaba. La habitación no parecía deshecha ni tampoco bien hecha, pero no aparecía por ningún lado. Entonces, al vernos ir y venir una y otra vez, ella debió entender qué buscábamos y volvió a hablar. “Xana no está —creo que dijo—. Duerme en casa de una amiga”. Y dejamos de buscar.

»Les pusimos una bolsa en la cabeza y los bajamos a la cocina. Allí les dejamos atados pies y manos a la espalda, de rodillas, la boca tapada y la cabeza cubierta. Se preparó el salón para que no quedasen rastros. Se apartaron los muebles y se cubrió todo con plástico para las salpicaduras. Estiramos una pequeña colchoneta para violar a la mujer, pues el plástico de debajo si no se pone nada se rompe y queda sangre. Pero nadie quería hacerlo. Y como se hacía tarde decidimos ir a lo principal. Nadie tendría por qué saberlo. Y además, su serenidad nos había asustado. En el fondo, todos pensábamos que violarla nos iba a traer mala suerte.

»Los trajimos a los dos. De rodillas, a una cierta distancia de la pared, se les jalaron dos tiros en la cabeza. Había que intentar que la bala saliese contra la pared para que se deformase. Se escogió la pared tapada con el mueble más grande para que fuese más difícil encontrar el agujero, luego se limpió bien toda la estancia y se taparon los agujeros con papel del mismo color. Después se volvió a colocar la alacena tapando los agujeros.

»Para entonces ya habíamos encontrado el pozo de aguas negras. Estaba difícil de entrar ningún cadáver ahí, así que sobre la colchoneta que habíamos estirado decidimos trocear los cuerpos. Primero los dejamos sangrar en la bañera mientras registrábamos la casa en busca de joyas. No era posible trabajar en la bañera porque no había espacio y la boca del pozo estaba pegada. Cuando creímos que salpicarían menos, los cortamos y colocamos en bolsas. Les quitamos bien el aire y los echamos agua adentro, para que se hundieran sin problema y no saliera olor. Al perro lo pusimos aparte.

»Luego sólo quedaba limpiar bien, repasar que no quedasen huellas e ir a por el coche para que nadie nos viese caminar por la calle con las bolsas de las herramientas y llamase la atención. El coche se acercó con las luces apagadas y muy despacio. Luego salimos de allí igual, y al llegar junto al otro auto, prendimos las luces y nos fuimos.

El silencio se adueñó de la sala por unos instantes. Todos los presentes permanecieron pensativos, representándose la escena en la mente, y sufriendo por un momento la tristeza del desgraciado final de dos personas, calibrando la dimensión de la tragedia que se plasmaba ante ellos.

MINISTERIO FISCAL: ¿Su número de teléfono es el 6…?

ACUSADO: Sí, señor.

MINISTERIO FISCAL: ¿Estaba usted solo?

ACUSADO: Ya he dicho que no.

MINISTERIO FISCAL: ¿Eran los otros acusados quienes le acompañaban?

ACUSADO: Prefiero no contestar a esa pregunta.

MINISTERIO FISCAL: ¿Desde Coruña se fueron ustedes a Carballo?

ACUSADO: Sí, señor. Estuvimos tres días en un pueblo de la costa esperando órdenes. Pero no voy a contestar a ninguna otra pregunta de lo que hicimos allí.

MINISTERIO FISCAL: ¿Cobró usted por asesinar a Pablo Dios y a su esposa Carmen?

ACUSADO: Sí, señor. Y nos quedamos sus joyas.

MINISTERIO FISCAL: ¿El arma utilizada para dispararles en la cabeza y los machetes usados para descuartizar los cuerpos son los encontrados en el piso donde se les detuvo?

ACUSADO: Prefiero no contestar a esa pregunta.

ABOGADO de uno de los sudamericanos: ¿Conoce usted a mi cliente, el señor…?

ACUSADO: No voy a contestar a esa pregunta. Lo que quiero dejar claro al tribunal es que reconozco lo que he hecho yo. Pero sólo lo que he hecho yo. No que estos señores sean culpables. Yo soy culpable y lo reconozco. Pero no voy a decirles si los conozco o no los conozco, si estuvieron conmigo o no estuvieron conmigo. Si son culpables o no, deben decidirlo ustedes.

BEATRIZ: ¿Recuerda usted si Pablo llevaba puesto algún reloj cuando lo mataron?

ACUSADO: No lo recuerdo, señora.

BEATRIZ: ¿Recuerda usted habérselo quitado cuando lo descuartizaron?

ACUSADO: Creo que no le quitamos nada para descuartizarlo.

BEATRIZ: Al pelear con él, tuvieron que agarrarle por las muñecas.

ACUSADO: Sí, señora. Por los brazos, por las piernas. Hubo que forcejear mucho con él.

BEATRIZ: ¿Recuerda si al forcejear con él llevaba reloj?

ACUSADO: No lo recuerdo, señora.

ABOGADA DE CONSTANTINO: ¿Usted ha pactado con la fiscalía?

ACUSADO: Sí, señora. He pactado que reconociendo mi culpa me pondrán una pena menos grave.

ABOGADA DE CONSTANTINO: Es decir, ¿usted está dispuesto a decir lo que quiere el fiscal para tener una pena menor?

ACUSADO: No, señora, sólo a decir lo que yo hice.

ABOGADA DE CONSTANTINO: ¿Le han ofrecido dinero por acusar a sus compañeros?

ACUSADO: No, señora, no me han ofrecido dinero.

ABOGADA DE CONSTANTINO: ¿Luego reconoce que no le han ofrecido dinero, pero el trato sí es acusar a sus compañeros?

ACUSADO: No, señora, no me han ofrecido ningún trato que signifique acusar a mis compañeros. Sólo reconocer lo que yo he hecho. Ya se lo he dicho.

ABOGADA DE CONSTANTINO: ¿Usted es un sicario?

ACUSADO: Si usted lo quiere llamar así, lo soy.

ABOGADA DE CONSTANTINO: ¿Los sicarios contactan con sus clientes tras los trabajos?

ACUSADO: Yo no puedo contestar a esa pregunta. Desconozco lo que hacen los demás sicarios.

ABOGADA DE CONSTANTINO: Señoría, protesto. Requiera al acusado para que conteste a mis preguntas como contestó al fiscal. Si ha hecho un trato, todos deberíamos conocerlo y tendría que estar obligado a contestar.

MAGISTRADO: Señora letrada, el contenido del pacto ya se le ha expuesto. En cuanto a las preguntas del fiscal, el acusado ha contestado a unas sí y a otras no. Y como usted bien sabe, tiene derecho a no contestar a las preguntas que desee. No se le puede obligar.

ABOGADA DE CONSTANTINO: Quiero que quede constancia de que se están violando los derechos de mi cliente. Señor sicario, ¿conoce usted a mi cliente?

ACUSADO: No voy a contestar a esa pregunta.

ABOGADA DE CONSTANTINO: Durante su estancia en Carballo los días posteriores al asesinato, desde su número de teléfono se hicieron dos llamadas, la persona que contestó era una mujer, ¿no es así?

ACUSADO: No voy a responder a esa pregunta.

ABOGADA DE CONSTANTINO: No quiere contestar a mi pregunta para perjudicar al señor Rodríguez, ¿verdad?

ACUSADO: No, señora, no quiero contestar a su pregunta para no perjudicar a nadie.

Aníbal se acercó muy sereno al micrófono. Miró a Beatriz y le sonrió. Si estaba nervioso, lo llevaba por dentro. Su declaración, muy pausada, repitió al fiscal cómo surgió su relación con Carmen y cómo, muchos años después, a través de esta, conoció a Pablo Dios. El fiscal preguntó si había existido algún tipo de relación sentimental reciente, y Aníbal la negó. Todo se limitaba a un amor de juventud no conquistado. Describió de forma muy gráfica, como si lo tuviera delante, la forma en que Pablo le pedía pequeñas cantidades de dinero; cómo le llevaba de la adulación discreta a la lamentación lacónica, para terminar insinuando una necesidad imperiosa. Y todo ello salpimentado de una autocrítica trágica. Aníbal no era capaz de discernir si las pequeñas cantidades que le había entregado eran para procurar mejor vida a Carmen, a la que había buscado empleo, o para quitarse a Pablo de encima. Quizás fuera por los dos motivos o quizás por ninguno de ellos, pues sabía que Pablo no entregaría nada a su mujer y que seguiría volviendo una y otra vez. Pero en el fondo eran pequeñas cantidades, insignificantes para él, que le permitían seguir teniendo contacto con una persona muy especial. Continuaba sin recordar el reloj, pero era normal que recibiese agasajos durante sus viajes de negocios, que usaba durante un tiempo por cortesía y luego guardaba. Sin mayor interés al no ser de su gusto. Pablo pudo haberlo encontrado por la oficina en cualquier cajón y cogerlo, o en cualquier estante de su despacho, al que acudió varias veces. Desde luego que se quedaba muchas veces solo en el despacho, pues Denis, su secretaria, entendía que era un amigo de toda la vida, y le dejaba esperando allí mientras él no podía atenderle. Así estaba más cómodo y fuera de la vista de la gente, pues su rostro reflejaba todavía un pasado tormentoso. Cuando se escuchó la grabación incriminatoria, Aníbal puso cara de máxima atención, sin gestos destacables. Reconoció, desde luego, su voz y la de Pablo Dios. Explicó que era la forma habitual que tenía Pablo de plantear un tema, dando muchos rodeos para hablar de algo. La cinta era un ejemplo. Comenzaba invocando el pasado, como esa referencia a un supuesto pacto de los tres, que él no recordaba; luego venía algún tipo de reproche, y terminaría pidiéndole dinero. No negaba haber tenido esa conversación, pero no la recordaba y por ello no podía dar una explicación clara a lo que se decía en ella. Creía que tal vez pudiera proporcionar alguna aclaración si la conversación no estuviese tan cortada. Sin hacer uso de recursos dramáticos como la lágrima, expresiones o actitudes lastimeras, o quiebros de voz, Aníbal ofreció una pose serena, tranquila, como de alguien que quería ayudar a arrojar luz. Convincente y creíble, lógico y coherente, superó con brillantez las preguntas de fiscal y de los abogados defensores de los colombianos. Llegó el turno de la letrada de Constantino.

ABOGADA DE CONSTANTINO: ¿Es usted político?

ANÍBAL: Lo fui, y sigo militando en el partido.

ABOGADA DE CONSTANTINO: ¿Desempeñó usted los siguientes cargos públicos…?

ANÍBAL: Sí. Hasta hace tres años, que cesé en el último.

ABOGADA DE CONSTANTINO: Luego usted está muy acostumbrado a hacer discursos públicos que no se ajusten a la verdad.

ANÍBAL: Algunos dirán que no se ajustan a la verdad y otros que sí. Cuestión de opiniones o de ideología. Pero si lo que quiere decir es que domino la oratoria, no se lo voy a negar, pero sin brillantez.

ABOGADA DE CONSTANTINO: Me refiero a que usted, al igual que aquellos que pertenecen a su partido, está muy acostumbrado a mentir a la gente para robarles su dinero; que usted, como la gente de su partido, está habituado a la corrupción; que usted, como cualquier político, sabe lo que es hacer desaparecer a alguien por ambición, para eliminar obstáculos.

BEATRIZ: ¡Protesto, señoría! La pregunta es capciosa y no tiene nada que ver con lo que se juzga.

ABOGADA DE CONSTANTINO: Sólo quiero demostrar el diferente perfil del acusado y de mi defendido, y cómo mi defendido es inocente.

MAGISTRADO: Señora letrada, no entiendo qué línea de interrogatorio pretende; en aras al derecho de defensa, le voy a consentir seguir, pero le advierto que si continúa sin centrarse en lo que se juzga, le denegaré las preguntas. El acusado puede contestar si lo desea.

ANÍBAL: Como le decía, tengo práctica en hacer discursos públicos, tengo práctica en dirigirme a la gente para convencerles de algo. Pero no todo el mundo es corrupto en un partido político. Hay gente verdaderamente vocacional que lucha por mejorar la administración y el país. Yo no soy un santo, pero tampoco me considero un corrupto.

ABOGADA DE CONSTANTINO: Veo que no quiere contestar. Será porque desea ocultar algo. ¿Ha recibido alguna vez usted ayudas públicas?

ANÍBAL: Sí, he recibido ayudas públicas en mis negocios.

ABOGADA DE CONSTANTINO: ¿Ha recibido usted subvenciones?

ANÍBAL: Ya le he respondido que sí. He recibido subvenciones en mis negocios.

ABOGADA DE CONSTANTINO: ¿Pero usted no es millonario? Y me estoy refiriendo a millones de euros.

ANÍBAL: Sí, se puede decir que tengo una fortuna de varios millones de euros. Es público, y además así se declaró durante mi fase política.

ABOGADA DE CONSTANTINO: ¿Dio usted el nombre del señor Rodríguez a la Guardia Civil?

ANÍBAL: Descubrí que estaba detenido por este procedimiento durante el registro de mi vivienda; antes de ese momento desconocía que lo estuviesen investigando.

ABOGADA DE CONSTANTINO: ¿Quiere decir que no fue usted quien le indicó a la Guardia Civil que podría ser un buen culpable?

ANÍBAL: Nunca he mencionado el nombre de Constantino Rodríguez a la Guardia Civil.

ABOGADA DE CONSTANTINO: ¿Tendría usted dinero para pagar un asesinato?

BEATRIZ: ¡Protesto!

MAGISTRADO: Se acepta.

ABOGADA DE CONSTANTINO: Su relación con Constantino Rodríguez, mi cliente, ¿era buena o mala?

ANÍBAL: Ni buena ni mala. Hablaríamos una docena de veces, siempre por negocios, y, si no recuerdo mal, nunca a solas.

ABOGADA DE CONSTANTINO: ¿No es más cierto que usted acusa a mi cliente de haberle hecho perder subvenciones a las que no tenía derecho y por eso usted le guarda rencor y quería venganza?

ANÍBAL: No es cierto. No recuerdo a qué subvenciones se refiere.

ABOGADA DE CONSTANTINO: ¿Recuerda las subvenciones al gasóleo de pesca?

ANÍBAL: Lo único que recuerdo es que Constantino, en una campaña, por no presentar unos papeles, perdió unas ayudas. Él perdió las ayudas. Mis empresas, no.

ABOGADA DE CONSTANTINO: ¿No es cierto que cuando la Policía le identificó como autor de los asesinatos, usted decidió echarle la culpa a mi cliente y pagar para que le hicieran culpable?

BEATRIZ: ¡Señoría, protesto!

MAGISTRADO: Señora letrada, ya le advertí que no veía conexión entre su interrogatorio y lo que aquí se juzga. Ahora veo que trata de culpar de los hechos a otro acusado. El que le beneficia a usted en su defensa.

ABOGADA DE CONSTANTINO: Señoría, lo que pretendo acreditar es que el señor Caamaño sí dispone de dinero para contratar a unos sicarios tan caros como estos, mi cliente no; que el señor Caamaño tenía motivos, pues odiaba a mi cliente, para una acusación falsa; y que el señor Caamaño sí tiene dinero, influencias y está acostumbrado a la corrupción, como para organizar una campaña contra un inocente con tal de quedar él libre.

MAGISTRADO: Limítese a preguntar por hechos y no por hipótesis, y podrá continuar.

ANÍBAL: Señoría, no tengo inconveniente en contestar a lo que desea la letrada. Si todo es una trama para acusar a su cliente y quedar yo fuera, debí de hacerlo muy mal, pues estoy sentado en el banquillo. Todo lo que usted afirma no es cierto. Sinceramente, descubrí que la Guardia Civil investigaba a Constantino cuando vine a declarar al juzgado y lo vi aquí.

ABOGADA DE CONSTANTINO: Usted amaba a Carmen. ¿No decidió que si no era para usted no era para nadie y resolvió matarla?

ANÍBAL: Nunca podría hacerle daño a Carmen. Y no tengo nada que ver con la muerte ni de Carmen ni de Pablo.

Tras un larguísimo interrogatorio de la abogada del Alfeirán, BEATRIZ rehusó efectuar preguntas, pudiendo apreciar en el gesto elocuente de los jurados que le agradecían no seguir torturándolos. Luego se inició la ronda de preguntas del ministerio fiscal a Constantino el Alfeirán.

MINISTERIO FISCAL: ¿Conocía usted a los fallecidos?

ALFEIRÁN: No. Nunca los había visto.

MINISTERIO FISCAL: ¿Conocía usted a las personas que se sientan en el banquillo?

ALFEIRÁN: Sólo a ANÍBAL.

MINISTERIO FISCAL: ¿El teléfono 6… no es suyo?

ALFEIRÁN: No, señor, no me suena de nada.

MINISTERIO FISCAL: Pero lo llevaba usted encima cuando le detuvieron.

ALFEIRÁN: No, señor. Yo llevaba otro teléfono, el 6…, ese que dice usted no me suena de nada.

MINISTERIO FISCAL: ¿Conoce usted a la menor de edad doña…? Ruego se le exhiba una foto de la menor, señoría.

ALFEIRÁN: No, señor, no la conozco de nada.

MINISTERIO FISCAL: ¿No se veía usted con dicha menor en la cafetería del hotel…?

ALFEIRÁN: Soy un honrado trabajador casado y con hijos, yo no me veía con nadie en ningún hotel.

MINISTERIO FISCAL: Ruego se le exhiban las anotaciones encontradas en su casa. ¿Reconoce usted su letra en ellas?

ALFEIRÁN: Es la primera vez que veo estas notas y esta libreta. Esta no es mi letra, eso es seguro.

MINISTERIO FISCAL: ¿Sabe usted que dos peritos dicen que sí es su letra?

ALFEIRÁN: No sé lo que dicen los peritos, sólo sé que no es mi letra. Yo no anoté estas cosas.

Una continua negación de todo convirtió el interrogatorio en una frustrante reiteración de intentos por encontrar alguna luz. No se aclaró ningún extremo de los aportados a través de objetos, informes, declaraciones… La abogada de Constantino empezó el turno de preguntas a su cliente.

ABOGADA DE CONSTANTINO: Usted no conocía de nada a los fallecidos, ¿verdad?

ALFEIRÁN: Para nada.

ABOGADA DE CONSTANTINO: Usted no conoce de nada a estos señores que están en el banquillo, salvo al señor ANÍBAL Caamaño, ¿verdad?

ALFEIRÁN: Exacto, sólo conozco al señor ANÍBAL Caamaño.

ABOGADA DE CONSTANTINO: Y con el señor Caamaño tiene usted muchos problemas.

ALFEIRÁN: Desde luego.

ABOGADA DE CONSTANTINO: El señor Caamaño le acusa a usted de haber perdido unas subvenciones.

ALFEIRÁN: Sí. Me acusa de haber perdido subvenciones.

ABOGADA DE CONSTANTINO: El señor Caamaño le amenazó a usted con que, por haber perdido las subvenciones, se iba a vengar y que le iba a destrozar la vida, ¿verdad?

BEATRIZ: Señoría, me gustaría hacer ver al tribunal que las preguntas, tal y como se formulan, ya tienen la respuesta incluida. Desearía se corrigiera.

MAGISTRADO: Señora letrada, debe abstenerse de incluir la respuesta en la pregunta.

ABOGADA DE CONSTANTINO: Se me está presionando por parte del tribunal, señoría. Mi cliente tiene derecho a una defensa justa. Entiendo que mis preguntas molesten a la letrada del señor Caamaño, pues desenmascaran su trama.

MAGISTRADO: Señora letrada, nadie limita su derecho a preguntar, y respete a su compañera. Pero no incluya las respuestas en el enunciado. Gracias.

ABOGADA DE CONSTANTINO: Está bien. Señor Rodríguez, exponga usted los problemas que tuvo con ANÍBAL Caamaño.

ALFEIRÁN: Pues eso que dice usted. Que perdió una ayuda y me amenazó. Que me iba a arruinar y eso. Que me amenazó, como usted dice.

ABOGADA DE CONSTANTINO: Señor Rodríguez, cuando le detuvieron, la Policía ya sabía quién era usted, ¿verdad?

ALFEIRÁN: Sí, venían a por mí directos.

ABOGADA DE CONSTANTINO: Es decir, ya le dijeron directamente: «Señor Constantino Rodríguez», ¿verdad?

ALFEIRÁN: Sí, sí, claro.

ABOGADA DE CONSTANTINO: Y luego le metieron el teléfono en el bolsillo.

BEATRIZ: Señoría, lamento interrumpir, pero continúa dándole las respuestas.

MAGISTRADO: Señora letrada, pregunte al acusado qué ocurrió, no le pida que se limite a decir «sí» a todo lo que usted le relata. Deje que lo exponga él.

ABOGADA DE CONSTANTINO: Constantino, cuente usted lo del teléfono.

ALFEIRÁN: Que el teléfono no es mío. Yo no tengo ese teléfono. Que me lo metió la Policía.

ABOGADA DE CONSTANTINO: Podría explicarle al tribunal de dónde salió el dinero que incautó la Guardia Civil a su esposa.

ALFEIRÁN: Sí, claro, eso que dice usted. Lo tenía mi mujer.

ABOGADA DE CONSTANTINO: Sí, ¿pero para qué era?

ALFEIRÁN: De la empresa. No de casa.

ABOGADA DE CONSTANTINO: ¿De las nóminas?

ALFEIRÁN: Sí, sí, de las nóminas.

Durante largo rato, la letrada realizó un agotador esfuerzo tratando de arrancar las respuestas a Constantino. Cuando se dio por vencida, el tribunal agradeció que pusiese fin a una jornada extenuante.