Capítulo XXIX

Un juicio es como una obra de teatro. Una representación alegórica de un suceso pasado. El tribunal no contempla la realidad y sobre ella emite un veredicto. El tribunal asiste estoico a una escenificación más o menos acertada, más o menos interesada, en la que utilizando como atrezo elementos conectados con el hecho enjuiciado, se le trata de exponer una reproducción de lo sucedido, y sobre la imagen que se forman, dictan sentencia.

Acaecido un hecho delictivo se produce una primera fase de reconstrucción, en la que personas más o menos especializadas tratan de encontrar vestigios y extraer conclusiones que orienten las pesquisas. Se recoge así un objeto supuestamente utilizado, una huella relacionada, un testimonio de lo sucedido, y con ellos se alcanzan una serie de deducciones que orientarán a su vez la búsqueda de otros indicios, en una labor dirigida a recomponer la realidad a través de los rastros que ha dejado. Pero finalizada la instrucción, la primera reconstrucción, los informes vertidos por los técnicos y las conclusiones alcanzadas por el juez, únicamente fundamentarán la decisión de celebrar o no un juicio, acto que ha de empezar de cero, cuestionándose todo de nuevo, a fin de garantizar la presunción de inocencia.

Considerado en la utopía, el sistema es perfecto, pero ninguna sociedad es utópica. Según la labor se distancia del momento mismo de los hechos, la verdad que busca se deforma, alejándose más de lo sucedido.

El violento mastodonte de nudillos ensangrentados y ojos inyectados en odio que con la camiseta salpicada de sangre se enfrenta a los policías gritando: «¿Queréis que os machaque a vosotros también?», el día del juicio es un tímido y compungido inocente, que, vestido y peinado como para una exposición, se derrumba en lágrimas de desolación porque no entiende qué hace allí.

La mujer agredida sexualmente no accederá a la sala con la ropa rasgada, la piel marcada y presa del pánico, ni su agresor con la sonrisa retadora de quien se cree dueño de la vida y el destino de los demás; entrarán igual de presentables, pero mientras él estará amparado y protegido por su letrado, la víctima estará asustada y sola, enfrentada a la acusación de ser una calumniadora, mentirosa e interesada. Y su turbación será interpretada como torpeza propia de quien falta a la verdad.

Para interpretar El fantasma de la ópera no se quema la cara a nadie, simplemente se le maquilla.

El vestigio que la Policía identifica como arma del crimen será reconvertido por el habilidoso perito de un centenar de títulos en inocente utensilio que sólo en manos de un experto podría causar daño. La herida que el forense identifica como causa de la muerte, en lesión congénita. La huella, en estría de la madera. El cálculo, en error. La estimación, en manipulación interesada.

Un mago no hace desaparecer el conejo. Distrae la atención del espectador para que mire su mano derecha, mientras lo esconde con la izquierda. El entendido en la materia, consciente de ello, no acudirá al engaño, al contrario, intentará no dejarse arrastrar por los artificios para detectar el movimiento clave.

Un profesional de la justicia experimentado tratará de separar la artería de la sustancia, ignorar las exageraciones y desechar el disfraz; el lenguaje vehicular del proceso, la jerga jurídica, le sonará lengua a materna, y de las interpretaciones que se invoquen de la norma podrá distinguir las fundadas de las inventadas sobre la marcha. Bastante trabajo tendrá con evitar caer en las redes pegajosas de disertaciones técnicas de los peritos de parte. Suficiente esfuerzo será no sentirse atraído por la versión trágica o dramática del simple hecho luctuoso.

Y aun así, tendrá muy complicado poder reconstruir una verdad erosionada por el tiempo, deformada por el olvido y oculta bajo capas de mentiras por un responsable temeroso de condena.

Si aun aplicando toda su experiencia el profesional no puede garantizar un resultado mínimamente satisfactorio, qué no será del profano que pisa por primera vez el circo.

—¿Cómo ves el jurado? —preguntó María.

—En este caso, una auténtica lotería —respondió Bea—. Si fuera un tribunal de magistrados, la cosa sería distinta.

—¿Por?

—Porque este es un asunto eminentemente técnico. Visto con imparcialidad y analizando la validez probatoria de los indicios, se podría pelear con un margen de seguridad. Pero tratándose de un tribunal del jurado, ¿cómo le explico yo a un profano la teoría del in dubio pro reo, si yo llevo veinte años estudiándola y aún sigo profundizando en ella?

—Intenta simplificar mucho las cosas y ya está.

—No es tan fácil. El fiscal pondrá encima de la mesa una exposición gráfica de trozos humanos extraídos de una letrina. Acto seguido comparará a mi cliente, político, empresario, con dinero y poder, y a los fallecidos, clase baja, trabajadores…

—Bueno, él era drogadicto, condenado por tráfico de drogas y pendiente de juicio por una macrooperación —replicó María—. Trabajador, trabajador…

—La mujer sí lo era. De todos modos, atacar a la víctima puede volverse en mi contra por la diferente clase social. Podría interpretarse como discriminación y generaría rechazo en el jurado. Tengo que limitarme a cuestiones objetivas, analizar las pruebas y su conexión con el hecho enjuiciado, pero con un jurado es muy difícil.

—Si te explicas con claridad, no veo el problema.

—Pues que el fiscal enseñará a una pobre madre con un tiro en la cabeza y descuartizada por unos sicarios que estarán allí delante. El jurado se sentirá en la obligación de hacer justicia y reparar un crimen tan atroz. A continuación, dejará claro que es un crimen por encargo que sólo alguien con dinero puede pagar, y con insinuar que Aníbal tenía motivos y es un rico político corrupto, tiene el trabajo terminado. Es el típico supuesto en el que el jurado querrá hacer justicia porque el acusado es mala persona, no porque esté probado que cometió el crimen.

—¿Y cómo vas a hacer?

—Lo primero es tener suerte con el sorteo. Si la ideología de sus miembros simpatiza con el partido de Aníbal, habrá un problema menos. Tendrán menos aversión. Segundo, si tienen estudios, será más difícil manipularlos con argumentaciones lacrimosas y comprenderán mejor conceptos abstractos como «contaminación de una prueba».

—¿Y se puede hacer algo para escoger jurados?

—Intentar recusar los que sospeches que te van a perjudicar. Pero el magistrado que preside puede darse cuenta y rechazar la recusación. Pero bueno, eso sólo es el primer paso. Luego tendré que estar pendiente en todo momento de cómo están entendiendo el juicio. Leer sus expresiones. Si veo que algo no lo entienden o se están poniendo en mi contra, tengo que reaccionar con rapidez. Por suerte, yo hablo después del fiscal. Puedo intentar corregir sus alegaciones con argumentos en contra, si los tengo.

—Te exigirá estar muy pendiente.

—«Nos» exigirá estar muy pendientes. Tendréis que estar Paloma y tú conmigo, para que no se nos escapen detalles, contrastar impresiones y aportar ideas. El juicio con jurado se gana ganándose al jurado, aunque sea por lástima.

Mientras tanto, en la prisión de Teixeiro, Constantino Rodríguez se entrevistaba con su abogada.

—¿Cómo es posible que esto llegue a juicio y yo siga aquí? ¿Cómo es posible que me hayan acusado? Yo no entiendo nada.

—No te preocupes, Constantino, cuanto más adelante lleven esta tontería más indemnizaciones vamos a pedir. Exigiremos responsabilidades a toda esta gente.

—¡Pero es que me van a condenar!

—Está controlado. Mira. —La letrada sacó una gruesa carpeta repleta de documentación—. Ya nos ha llegado el listado de jurados para presentar recusaciones. Hemos rastreado todos sus datos por internet. Hemos estudiado sus Facebooks, sus Twitters, localizado sus puestos de trabajo, todo lo que alguna vez han colgado… hoy en día la gente descuida mucho su intimidad exhibiéndola en la red, y es fácil detectar cualquier defecto. Tengo un informe por cada candidato a jurado.

—¿Y eso de qué sirve?

—Pues que voy a tratar de que sólo entren en el sorteo los que nos beneficien.

—¿Y se puede hacer?

—Claro que sí. Mira. Esta candidata es una profesional de prestigio. No nos conviene porque es difícil de manipular. Pues hemos rastreado su Facebook hasta encontrar esta foto.

—¿Unas amigas en la playa? Yo no veo nada raro.

—Porque no lo hay, pero vamos a afirmar que es lesbiana y odia a los hombres. Tenemos un chat de ella en Twitter en el que sólo participan mujeres. Vamos a elaborar un informe muy minucioso. Y a este candidato, que es médico, le vamos a recusar por estar en contra de las drogas. Participó en un foro sobre adicciones hace cuatro años. Diremos que está contaminado, que como este asunto la Policía lo quiere mezclar con un ajuste de cuentas, está predispuesto a condenar.

—¿Y eso es posible?

—Si no lo es, se hace. Y si no nos estiman la recusación, pediremos la nulidad del juicio, y recurriremos hasta a Estrasburgo. Cuantos más defectos vayamos señalando, más recursos podremos interponer.

»Mira, este candidato es marinero. Toda su familia lo es. Hemos visto que un primo de su padre falleció en un naufragio. Diremos que, como eres armador, te guardará rencor como causante de la muerte de un familiar. Hemos preparado bastantes informes.

—Realmente es mucho trabajo.

—Todo por conseguir una sentencia absolutoria. Por cierto, tendrías que decirle a tu mujer que trajera otro maletín. Estos informes no se hacen gratis.