Capítulo XXVI

Coruña es una ciudad para pasear. Ni tan grande que no pueda alcanzarse cómodamente a pie cualquier punto de su callejero, ni tan pequeña que obligue a cruzarse con excesiva frecuencia las mismas personas y lugares. En su compleja alma de variadas personalidades, alberga la coquetería provocadora de una joven que, consciente de su belleza, inunda de espejos sus fachadas para que se reflejen mil veces sus hermosas olas, jardines y barcos. Pero es también dama elegante con alma de piedra, que oculta recatada su encanto en serenos rincones que invitan a la paz. Es mujer modernista de refinadas formas, que conserva el brillo esplendoroso de su juventud reciente. Y es fémina dinámica y cosmopolita, que acoge y crea tendencias, manteniendo un ritmo vital activo y enérgico, con hambre de vida.

Pero Coruña es también parques de niños corriendo y rugido de domingo de nervios, resonando en la playa de Riazor. Es madrugada de copas y luces, y de sueño tranquilo y silencioso. Amanecer de barcas preñadas de pescado y muelle concurrido. De comercio vanguardista y abastos surtidos. Es terraza de sol y de lluvia, de soportal y de plaza. Es paseo marítimo y de escaparate, pincho y tapa, taza y copa de cristal.

Pero, sobre todo, Coruña es mar. Mar que inunda los ojos y que se puede respirar. Es mar de vela en Santa Cristina y de tabla en Matadero; mar de acantilados a los pies de la Torre de Hércules, y de arena en el Orzán. Y cómo no, mar de plato, mesa y mantel, que inunda con cada bocado de olas el paladar.

El primer sol de la primavera había asomado con fuerza, dando tregua a un invierno especialmente gris y tormentoso. Coruña entera inundaba el paseo marítimo, sobre todo en la bahía del Orzán, disfrutando de la luz y el calor. Beatriz había salido a correr desde la solana, en la muralla del Parrote, hasta la torre de Hércules, pues al estar menos concurrido allí el paseo, se hacían necesarios menos quiebros para esquivar caminantes. A pesar de que en sus oídos sonaba una selección de musicales, en su cabeza resonaban frases sueltas de la declaración de Aníbal. La cinta era gravemente incriminatoria y, aunque era cierto que resultaba extraña, había que buscar una explicación si querían salir libres del juicio. Comenzó a sonar All that Jazz, del musical Chicago, y no pudo evitar acompasar su trote al ritmo pegadizo de la canción. Recordando el libreto, pensó que en caso de cuernos, lo normal es que el marido acabe con el amante o al revés. Sería extraño que siendo ciertos los sentimientos de Aníbal hacia Carmen hubiera acabado con la vida de esta de un modo tan cruel y violento. ¿Es posible soportar que se trocee y se entierre en una letrina el cuerpo de alguien a quien se amó? En su carrera profesional había visto de todo, y creía que sí. Pero eso suponía dar por ciertos los sentimientos que Aníbal afirmaba tener hacia Carmen. Podría estar mintiendo.

Por regla general, con cualquier otro cliente ya estaría segura de su culpabilidad o inocencia. Eso se nota enseguida, aunque los imputados siempre tienden a mentir. Se descubre que uno está ante un criminal a los pocos días de estudiar el procedimiento. Y eso no suele afectar al trabajo. Sencillamente se rechazan aquellos asuntos que pueden producir cargo de conciencia, y punto. Pero con Aníbal era la primera vez que Bea dudaba prácticamente de todo. No ya de si era culpable o inocente, sino de en qué cosas le mentía y en cuáles le decía la verdad. Y lo más curioso, parecía que era el propio Aníbal el que quería crear la confusión.

Estaba claro que le gustaba provocar, pues en el único momento en el que le había hecho dudar de su culpabilidad, tras una declaración tan sentida, se regodeó alardeando de haber representado una gran escena. Tras clamar rogando justicia contra todos los que le habían mancillado con acusaciones falsas, exhibía obsceno su dominio de corrupciones. Y no ocultaba su capacidad para la violencia, mostrando sin pudor sus heridas carcelarias. Sonaba Phantom of the opera, y recordó la sonrisa malvada de Aníbal en el locutorio con la herida en la sien y los nudillos entumecidos.

No había duda de que no decía toda la verdad sobre la conversación contenida en la cinta. Seguro que recordaba toda la charla. Pero es que la grabación en sí era de lo más inusual. ¿Quién graba sus conversaciones con los demás? Sólo alguien que quiera protegerse, o chantajear. Entonces, ¿por qué Pablo había grabado esa cinta? ¿Quería extorsionar a Aníbal o protegerse de él? Tenía que buscar una interpretación de la cinta y del hecho mismo de su existencia. Tratar de encontrar una explicación tanto para la grabación como para su contenido en la que Aníbal fuese inocente. Lo tenía complicado. La semana siguiente vendrían a declarar los supuestos autores materiales. Era de esperar que no les implicaran en nada, pues, aparentemente, no se habían producido contactos con su defendido, pero tenía que estar preparada para cualquier sorpresa. Después de eso, sólo había que esperar los informes finales. Todo apuntaba a que Alfeirán no iba a declarar hasta el juicio, lo que significaba que el temor de Aníbal a que ese bruto metiese la pata, si se producía, habría que solventarlo sobre la marcha. Y a todo ello se sumaba el hecho de que se trataba de un jurado, que es totalmente imprevisible. Aníbal era rico y político, podía ser favorable o contraproducente, no se podía saber hasta conocer a los miembros del jurado. Siendo sincera consigo misma, tenía pocas posibilidades de conseguir una sentencia absolutoria. Tenía mucho que trabajar.

Marcos tomaba el aperitivo con sus hombres en una terraza. Los que preferían sol se estiraban como lagartos exponiendo toda la superficie corporal que podían y buscando rayos. Los de la sombra tenían suficiente con el calor y la luz de aquel día espléndido.

—Hay que hablar con los de científica, sargento, los días pasan y todavía no tenemos la pericial caligráfica de las notas que encontramos en la oficina de Alfeirán —comentó Begoña.

—En cuanto volvamos a la oficina hablo con ellos. De todos modos, lo normal sería tener que esperar meses por el informe. Si nos lo hacen antes es porque se trata de una causa de asesinatos y con presos.

—Si la letra es de Constantino, todo indicaría que puso el dinero para el transporte de cocaína en el que cayó Pablo, y como no se lo devolvió, contrató a alguien para matarlo a él y a su familia —intervino Manolo.

—¿Y no podría ser que él también hubiese tenido que pagar? —preguntó Begoña.

—No parece lógico que anotase lo que deben los demás y las fechas de pago si no tuviera interés directo en el cobro —razonó Marcos—. Y no encontramos ningún nombre que parezca ser el suyo. Como si él no debiese nada. Pero debemos esperar al informe de caligrafía, que confirmen que la letra es del Alfeirán. Después, ver si da alguna explicación. Pero todo parece indicar que él cobraba de los demás. Gabi, ¿cómo lleva el informe de los teléfonos?

—Estoy en ello, sargento. Han llegado todos los datos que les hemos pedido a las compañías y hemos tenido suerte. Nos han contestado a todo. Me falta redactar el informe, pero por ahora todo indica que los teléfonos anotados como «Padre» son los del asesinado Pablo. Por la noche siempre están posicionados en Porteliño, como si su dueño durmiese allí. Hay llamadas con Constantino y con otros teléfonos que ya están dados de baja y pertenecían a extranjeros, pero no tenemos llamadas con Aníbal Caamaño.

—¿Ninguna?

—Con los teléfonos que tenía anotados Alfeirán, no. Además de los teléfonos sospechosos, Pablo tenía un aparato desde hacía años, como todo el mundo, y las únicas llamadas con Aníbal son a través de ese. Como si fuera una relación personal.

—¿Y entre Constantino y Aníbal?

—Lo mismo, mi sargento —continuó Gabi—. Llamadas al fijo de la empresa y poco más. De todas formas, lo he consultado con Antonio del GRECO. Durante la investigación por drogas, detectaron que apenas utilizaban los teléfonos y al principio los cambiaban constantemente. Lo que solían hacer era citarse y verse en persona.

—¿Pudieron detectar alguna cita entre estos tres?

—Sólo entre Pablo y Aníbal, pero fue en la empresa y no les pareció sospechoso. También detectaron viajes de Pablo a Finisterre, pero no fueron capaces de descubrir con quién se entrevistaba. Seguro que era Alfeirán.

—Añádalo todo al informe y, cuando esté listo, lo repasamos por si descubrimos algo que se nos escapa. Esta semana declaran los que detuvimos en Madrid, tenemos que estar pendientes por si nos piden algún informe del juzgado. Yo procuraré estar en el tribunal por si su señoría necesita preguntarme cualquier cosa.

—¿Cree que dirán algo, sargento? —preguntó Begoña.

—Nunca se sabe. Perder no pierden nada declarando. Los tenemos localizados a los cinco en el lugar del crimen por los teléfonos. El arma del crimen estaba en su poder y algún machete ha dado ADN de las víctimas. Reconociéndolo todo sólo obtendrían rebaja de la pena.

—Entonces es posible que sí —afirmó Manolo.

—No creo —dudó Marcos—, estos tíos son profesionales. Se supone que si los detienen, se comen el marrón sin decir nada. Les podría pasar lo mismo que a sus víctimas si dicen algo.

—¿Y Alfeirán declarará algo? —preguntó Gabi—. Ese podría dar respuesta a todo. Se supone que es el eslabón entre Pablo, Aníbal y los sicarios.

—Es imposible saber qué va a hacer ese animaliño —sonrió Marcos—, y decir que es el eslabón entre todos es mucho decir.

—Pero es el único que tiene contactos con todos —se defendió Gabi.

—Cierto. Pero si Pablo le debía dinero a él, entonces no se lo debía a Aníbal. Y si Aníbal se lo reclamaba a Pablo directamente, ¿para qué iba a utilizar a Constantino para contratar a unos sicarios? Es muy complicado encontrar una explicación lógica.

—Eso lo tienen que explicar ellos. Nosotros sólo debemos encontrar los indicios —sonrió Begoña.

—Presenten los informes finales. Tenemos otros muertos que atender —concluyó Marcos.

Aníbal aguardaba sentado en el restaurante la llegada de Paula. Mientras se refrescaba con una cerveza, contemplaba a sus pies la bahía del Orzán. Había reservado dos mesas, pues sabía que Paula no vendría sola. Una asistente ejecutiva, o como se llamase, la hacía parecer importante, ocupada, activa, aunque en su agenda no se registrasen más eventos que masajista, gimnasio, pedicura… ni se marcasen más días que los de la llegada al quiosco del Cosmopolitan. Desde la salida de la cárcel, no habían encontrado un hueco para verse, y él lo había preferido así. Debía tener claro qué cosas quería conservar en su vida y cuáles no. Por fin apareció.

—¡Hola, cariño! —Le dio un beso como si hubiesen dormido juntos y sólo se hubiesen separado para hacer unas compras—. Tienes que perdonarme, pero he tenido una mañana horrible. La gente no se da cuenta de que algunos tenemos horarios y si no somos puntuales, se nos desfasa la agenda. Me han hecho esperar en el spa para hacerme las uñas y ya he llegado tarde a todo. He estado a punto de marcharme, pero tenía unas uñas, que te diga Carmen, que parecía una salvaje.

—No te preocupes, Paula, yo casi acabo de llegar.

—Bueno, lo importante es que ya estoy aquí. —Paula miró la mesa con dos servicios y se giró buscando un camarero.

—Cariño, no te preocupes por Carmen. Le he reservado la mesa contigua. Si la necesitas para algo, la tendrás a mano. Me apetecía hablar tranquilos.

—Claro, mi amor. —Y girándose a Carmen, le ordenó—: Ten a mano mi móvil por si llaman. Si no es importante, no nos molestes. Puedes pedir lo que quieras, ya sabes.

—¿Paula, quieres tomar algo?

—Sí. Que me traigan una carta de aguas, cariño. Estoy seca. Supongo que es este sol.

Pedir fue todo un problema. Las aguas ferruginosas le sentaban mal al estómago y las ricas en sodio podrían subirle la tensión, y ya estaba ella muy estresada. Se lamentó de que los platos no indicasen el porcentaje de grasas que contenían ni los ingredientes transgénicos. Terminó recurriendo a una aplicación de su tableta para calcular las calorías. Y por supuesto, solicitó varios cambios en el plato que terminó escogiendo.

—Los niños te envían un WhatsApp muy simpático para darte ánimos. Me lo mandaron a mí, porque suponían que en la cárcel no teníais teléfono. —Se lo mostró.

—Dales las gracias. Es muy bonita. —Una ridícula foto selfie de grupo con la señal de la victoria. «¿Y estos son los imbéciles que me cuestan tres mil quinientos euros al mes cada uno? —pensó—. ¡Cuánto me lo agradecen!».

—Te la reenviaré para que la conserves. Tienes que perdonar que no haya ido a recogerte a la cárcel, pero mi asesor de imagen me dijo que podría perjudicar mi carrera. De todos modos, estoy dispuesta a dar una rueda de prensa para apoyarte. Yo quería que fuera en Londres o en París. Ya sabes, en el extranjero escandaliza mucho la violación de derechos humanos. Sería como una campaña de apoyo internacional. Él dice que quizás sea mejor empezar por España, pero a mí me parece una estupidez. Habría que organizarlo. No niego que a mí también me favorecería en mi proyección. En el mundo de la moda está muy bien vista la solidaridad con las causas justas. Tienes que hablar con mi asesor de imagen para montarlo todo.

—Haremos algo mejor. Que él hable con mi asesor de imagen.

—¡Perfecto! Dame su número.

—Verás, yo por ahora no tengo asesor de imagen.

—Pues ahora más que nunca necesitas uno.

—De acuerdo, en cuanto lo encuentre, le diré que llame al tuyo.

—Si necesitas contarme algo de la cárcel, sabes que puedes hacerlo. Lo he hablado con mi psicólogo y me ha dicho que no debo forzarte. Que deje que seas tú el que te vayas abriendo. Que tras una experiencia traumática cada uno reacciona de un modo distinto y forzarte a contármelo puede reabrir tus heridas. Así que quiero que sepas que estoy aquí para lo que necesites, cuando tú lo necesites.

—Tranquila, estoy bien. No me ha traumatizado.

—Bueno, eso es lo que tú crees. Pero puede haberte causado alguna afección psiquiátrica de la que no seas consciente y que brote con el tiempo. Deberías visitar a mi psicólogo. Es un genio. Ya ves que yo estoy mucho más centrada desde que acudo a terapia.

—Será la segunda cosa que consulte con mi asesor de imagen. ¿Qué tal por París?

—Ha sido un viaje agotador. Han salido los nuevos escaparates de temporada y no he podido visitar más que unos pocos. Esta primavera las tendencias son complejísimas y estar al día me va a suponer cuando menos dos viajes. Pero si quieres estar in en el mundo de la moda, has de esforzarte. Mi trabajo es lo primero.

—Lo sé, cielo. Cada desfile que haces lo preparas a conciencia.

—Puedes estar seguro. Cada diseñador, cada tela, cada corte, cada color tiene un alma propia y has de captarlo para poder desfilar con elegancia. Por eso me valoran tanto. Pero mis días de estudio me cuesta. De todas formas, no todo fue trabajo. También me acordé de ti.

—¿Me has traído algo?

—Claro. Supuse que necesitarías un pequeño desahogo después de tu encierro. Si ves que no estás preparado, todavía puedo esperar, me ha dicho mi psicólogo que puedes haber quedado temporalmente impotente. Yo lo entendería y no me importaría. Pero si te apetece podríamos quedar en mi apartamento esta noche. Te he traído un conjunto de lo más elegante y seductor.

—Creo que podré estar a la altura, cielo. Aun así, si hubiese algún problema, seguro que tienes el teléfono personal del psicólogo.

—Claro. No te preocupes. Le diré que esté alerta por si necesitamos su ayuda.

—Dentro de diez días, si en el juzgado no me ponen problemas, necesito que vengas conmigo a Sudamérica. He de cerrar importantes contratos de túnidos y tendremos varias recepciones oficiales.

—¿Has oído, Carmen? —Paula se giró hacia la mesa contigua donde su ocupante comenzó a anotar frenética—. ¿Cómo he de decirle a este hombre que no puede avisarme con tan poco tiempo de antelación? Y ahora me dirás que no tenemos todavía ni los itinerarios ni los horarios.

—Sí los tenemos. He dicho que te los envíen al correo. Puede que ya los hayas recibido.

—Recibo cientos de correos al día. Avísame para que esté pendiente. No es tan fácil organizar un viaje así. He de prever el tiempo para escoger bien qué ropa llevar. Calcular un mínimo de tres trajes por evento, para imprevistos. Localizar servicios básicos como saunas, masajes, gimnasio… ¡Claro, para los hombres es tan sencillo! ¡Carmen! —Se giró nuevamente—. Tendremos que encerrarnos para preparar todo.

—Siento causarte molestias, pero tengo compromisos que cumplir.

—Me sacrificaré, como siempre. Pero tendré que llevarme a Carmen y no descarto que necesite a alguien más.

Alfeirán recibió la visita de su letrada. El locutorio presentaba varias cabinas ocupadas y aun así apenas se oían murmullos sueltos. Quizás al único al que se le podían entender frases completas era a él.

—Quiero que le devuelvan inmediatamente a mi familia el dinero que nos han quitado. No hay derecho.

—Es un abuso y no pienso consentirlo. Ya he presentado escritos de protesta y si no nos hacen caso en el juzgado, acudiré a la Audiencia o a donde haga falta.

—Ese era el dinero que teníamos para comer. Ganado con el sudor de la frente. Mi familia ahora estará tirada en la calle, pasando necesidad después de haber ganado cada euro con esfuerzo. Esto es injusto.

—Las cosas no van a quedar así. Voy a enterrarlos en recursos. Y a ese juez lo voy a poner en su sitio.

—Eso lo primero. Mezclarme a mí con el muerto de hambre de Pablo. Todo inventado. No tienen nada y hablan de oídas. Seguro que hay algún soplón por detrás que se quiere vengar y está contando mentiras.

—Voy a ponerlo todo claro. Descubriré toda esta farsa. Van a acabar todos en la cárcel. Por mi experiencia, seguro que la Guardia Civil montó el complot, y el juez está pringado. Pero no saben con quién han dado. Tengo contactos y me han asegurado que a este juez le quedan dos telediarios. He hablado con alguien que no puedo decir, pero que está por encima y me han garantizado que van a ir a por él. Ya sabes que yo tengo contactos. Pero no puedes decir nada.

—Soy una tumba. Pero todo el mundo sabe que estos son unos delincuentes. Pinchazos a todo el mundo. Pruebas falsas. Y ahora vienen a por mí seguro.

—Pues tranquilo, que para eso estoy yo. Además, conozco gente en fiscalía, y no lo pueden ver. Esto no llega a juicio seguro.

—¿Cómo va a llegar a juicio? ¡Me arruina la vida!

—Tranquilo, que yo me ocupo de todo. Tú aguanta. Y no se te ocurra declarar. Todo lo que digas lo van a usar para montar pruebas falsas contra ti.

—Ya lo sé. Yo estoy callado, pero me hierve la sangre. Porque si hablo, los pongo a todos en su sitio.

—Yo también tengo que callar muchas cosas, no te creas, mis problemas tengo por defender a inocentes de esta mafia. Pero seguiré mientras me queden fuerzas.

—Me dice mi mujer que adónde le lleva el maletín que usted ya sabe.

—Ya sé que puede parecer un maletín muy grande, pero es que tengo muchos gastos y para algunos contactos tengo que poner algo, ya sabes.

—Sí, sí, no se preocupe. Lo que haga falta.

—Pues dile que me espere a la salida de mi garaje. Ella ya sabe dónde es. Cuando pase a su lado que suba en el asiento de atrás y así nadie podrá vernos.

—Así lo hará. Hoy se lo digo, que viene a verme.

—Ten fuerza. Voy a pelear para defender la verdad por encima de todo.

—Claro, claro.

La luna se multiplicaba sobre las aguas del puerto. La brisa de la noche campanilleaba en los mástiles de los veleros. Aníbal disfrutaba de una copa tranquila en una terraza sobre el mar. El encuentro nocturno con Paula le recordó qué había visto en esa mujer. Cuidaba y se cuidaba hasta el último detalle para ser perfecta en la cama. Sugerente más que provocadora, complaciente pero no servil, delicada y entregada a la vez, sabía encontrar el punto justo de elegancia y sexualidad. No había arte en el que no supiera brillar, ni posición en la que no se mostrase habilidosa, pero manteniendo una lánguida postura entregada, como si posase para un pintor clásico. Entre las cualidades de su perfección ella consideraba una más no albergar el más mínimo interés en el sexo. En el suyo claro. Quizás porque se había aburrido de él, o quizás para concentrarse mejor en el de su pareja. Cuando la conoció, convivía con un mánager que la colocaba en desfiles y empezaba a despuntar. Antes había pasado por su profesor de arte, y antes por otro profesor, que seguro que aprendió más que enseñó. Ella tenía claro que el sexo era la forma de conseguir a un hombre y el hombre la forma de conseguir todo lo demás. Un esquema sencillo y claro, y lo ejercía como una gran profesional. Sin implicarse, sin sentimientos, con el punto justo de hipocresía.

Aníbal se sorprendió calculando el costo equivalente de una profesional reconocida. Aun acudiendo a las agencias de mayor prestigio, el mismo número de encuentros y días de compañía le salía a mucho menos de la mitad. Sonrió y pidió otra copa. Miró la hora. Cogió el teléfono y llamó.

—¿Aníbal? ¿Cómo llamas a estas horas? ¿Quieres venir? Si lo necesitas, voy.

—Tranquila, Denis. Prefiero estar solo. Te llamo porque si espero a mañana, me va a dar pereza, y no quiero que se me olvide. ¿Cuándo volvemos de Sudamérica?

—El día 30.

—Perfecto, era lo que pensaba. Verás, en primer lugar, necesito que vengas con nosotros. Hay un banco en el que quiero que abras una cuenta a tu nombre por si algún día me pasa algo.

—¿Estás bien? ¿Te ocurre algo?

—Estoy perfectamente. En segundo lugar, quiero que canceles todas las domiciliaciones de los gastos de Paula, hijos, madre, asistentes, sin que ella se entere, por supuesto. Como son tantas, quiero que lo hagas antes de irnos. Y total discreción por favor, ya lo descubrirá cuando vuelva.

—Tranquilo, Aníbal, lo haré de forma discreta, pero ¿y Paula…? ¿Qué va a hacer?

—No te preocupes, consultará la agenda y buscará otro. Ella sí lo tiene bien claro. Deberías aprender algo de ella.

—¿A qué te refieres?

—Nada, olvídalo. Buenas noches y gracias.