Capítulo XXV

En 1969, el profesor de psicología social de la Universidad de Stanford, Phillip Zimbardo, realizó un célebre experimento. Colocó dos vehículos abandonados en la ciudad de Nueva York. Uno en un barrio pobre y otro en un barrio lujoso. El vehículo del barrio marginal fue rápidamente asaltado, mientras que aun después de una semana, el vehículo del barrio pudiente continuaba intacto. Como continuación a su experimento, el profesor abolló el coche que seguía inmaculado. El proceso de asalto y vandalismo al automóvil se produjo de forma inmediata.

Lo que se trataba de demostrar con el experimento era que no sólo la clase social, la riqueza o la pobreza, condicionan la delincuencia. Que un importante factor es la sensación de abandono, de ausencia de normas de convivencia y, en especial, la percepción de impunidad.

Después de años basando la lucha contra los accidentes en campañas de concienciación, en el año 2006 se aprobó el carné por puntos. Las sanciones económicas sólo afectan a las clases medias, pues las altas no sienten el castigo, y los insolventes no las abonan. Pero la pérdida de puntos, impuesta por una administración informatizada y centralizada, es decir, ágil, afectó a todos por igual por primera vez. El índice de fallecidos en las carreteras disminuyó un cuarenta y tres por ciento.

Nadie puede dar una explicación absoluta al delito, pues se enmarca en la propia naturaleza humana. Zimbardo no lo pretendía. Pero sí existen factores que contribuyen al aumento de la delincuencia o a su disminución. Así ha de entenderse esta teoría. Su aplicación en la práctica consistió en las teorías de la tolerancia cero. La más mínima infracción había de ser sancionada y reparada de inmediato para que no atrajera más delincuencia.

Beatriz acudía a una reunión complicada, por lo que se hizo acompañar por María, para que su carácter dialogante le ayudase. Un grupo de propietarios habían soportado la expropiación de sus terrenos para la construcción de un hospital. Años más tarde, un inmenso centro comercial lucía sobre sus antiguas fincas, abonadas a precio de saldo. Hacía años —las obras apenas habían empezado— que habían interpuesto una querella por prevaricación; ahora, el centro comercial estaba en pleno rendimiento y el asunto no avanzaba. El colectivo estaba desesperado y habían perdido la paciencia.

—Mi expediente dice que se expropia para construir un hospital y no un negocio privado. Si no construyen el hospital, que me devuelvan mi finca —gritó un afectado.

—No es tan sencillo como eso. Pueden cambiar el destino de la expropiación si está justificado —intentó explicar Bea.

—¿Que un rico quiera construir un centro comercial justifica una expropiación? —intervino otro.

—Eso es lo que estamos comprobando. Cómo justificaron en el expediente el cambio de destino y de calificación —insistió Beatriz.

—Está más que claro el cambio de destino. Expropiando para un hospital nos pagaron cuatro pesetas y el pelotazo lo dieron después. Es una prevaricación como una catedral.

—No es tan simple. Para que exista prevaricación, ha de haber una resolución contraria a la ley. Perdón, claramente contraria a la ley —contestó Beatriz.

—¿Y esta decisión no es claramente contraria a la ley? —se desesperó un afectado.

—Lo que Beatriz les está tratando de explicar —intervino María— es que no hubo una decisión de expropiar para construir un hospital y luego cambiarlo a centro comercial. Lo que tenemos es un expediente administrativo que se fue tramitando durante meses y en el que se adoptaron muchas decisiones. Cabe la posibilidad de que aisladamente cada decisión sea legal.

—¿Y se tardan tres años en comprobar eso?

—El expediente tiene miles de folios —continuó María—, y no es el único caso que lleva el juzgado. Nosotras hemos intentado esquematizar las partes importantes y señalar dónde pueden estar las decisiones equivocadas para agilizar la instrucción. Pero cada vez que detectamos un error o un fallo, el ayuntamiento presenta un amplísimo informe, y vuelta a empezar. Se está trabajando, pero no es tan sencillo.

Desde fuera la justicia parece más lenta de lo que es. Cada día se resuelven miles de expedientes, pero el problema es que se acumulan millones. El ciudadano lo que percibe es que si tiene que acudir a que se le solucione una agresión, los años pasan sin que ocurra nada; y de forma reiterada, determinados problemas nunca encuentran solución. Los casos de corrupción sólo han servido para detectar y dar publicidad a su existencia, pero la ausencia de condenas da sensación de impunidad.

—Si la vía penal no avanza, habría que pensar en acudir a un contencioso administrativo para que revocasen la licencia. Y se nos está acabando el tiempo. ¿Tú qué piensas, Nuri? —Bea y María volvían caminando al bufete.

—Tranquila, Bea. Hay que tener paciencia. Podemos revisar lo último que han mandado del ayuntamiento. Seguro que detectamos alguna irregularidad y conseguimos darle un impulso al procedimiento.

—María, ya sabes que el papel lo soporta todo. Nadie es tan tonto como para elaborar un expediente que contenga una decisión contraria a la ley. Y por otra parte, tienen razón los clientes. Desde que nosotros lo veamos hasta que llegue al juez, pueden pasar meses. No sé muy bien qué hacer.

—Oye, Bea, ¿ese que está en la terraza delante del despacho no es Aníbal?

Aníbal se levantó al verlas llegar y, tras las presentaciones, aclaró que había pasado a saludar, y al no estar Bea en el despacho decidió esperarla. Beatriz aceptó un café. Le vendría bien un poco de sol para animarla. María prefirió dejarles solos.

—Señora letrada, ayer no tuve ocasión de agradecerle el trabajo. Puede que tuviera la cabeza en otra parte. Me pareció obligado pasar a disculparme, y darle las gracias.

—No tiene por qué agradecerme nada. Lo importante es que las cosas salgan bien. Por ahora Constantino no ha declarado. ¿Puede saber lo que va a hacer?

—¿Quiere decir si tengo relación con él? No, para nada. Puede que tengamos algún conocido común. Intentaré ver. El resto sólo fue trato comercial.

—Sería muy positivo conocer sus intenciones. Si es a él a quien tiene miedo.

—Le conozco de referencias y es un bruto. Por eso le temo. No por otra cosa.

—A mí lo que más me preocupa es la conversación. Aunque se oye bastante mal, el tono es claramente amenazante. ¿Ha conseguido recordarla? ¿Cree que podrá explicarla?

—Como está cortada, no consigo acordarme de cuándo pudo producirse. Desde luego yo nunca amenacé a ese infeliz. Como mucho, fingía estar enfadado para que me dejase en paz.

—Ya. Le creo. Pero el problema es que suena a amenaza.

—Intentaré recordar.

—Tengo pensado conseguir una copia de la grabación para escucharla con calma las veces que sea necesario. Si lo desea, se la puedo hacer llegar, por si le ayuda a buscar una explicación.

—Se lo agradecería. —Aníbal miró en la carpeta que traía Bea el nombre del expediente—. ¿Es usted la abogada de los antiguos propietarios de los terrenos de Sol y Mar?

—Sí, vengo de reunirme con ellos. —Beatriz trató de tapar el expediente, pero desistió, pues ya era tarde.

—Olvídese de hacer nada ahí.

—¿Por qué lo dice?

—Ese asunto está muy bien hecho. Nunca podrá demostrar nada.

—Todavía estamos empezando.

—Hágame caso. Usted me enseña cómo es su mundo y yo le enseño cómo es el mío.

—¿A qué se refiere?

—Pues que la pueden enterrar en papeles a usted y a toda su descendencia y no encontrará una coma mal puesta. Había mucho dinero, gente importante detrás, y se implicó a representantes de todos los sectores.

—¿Todos los sectores?

—Sí, claro. Si no quieres problemas, no llega con comprar a los políticos. ¿Recuerda usted las huelgas generales de 2012?

—Sí.

—Pues esos días en estas obras trabajaron hasta los liberados sindicales.

—Yo tengo que intentar defender la legalidad y la razón.

—Déjeme darle un consejo. ¿Hay alguna forma de arreglar el problema sin ir contra las personas?

—¿Se refiere sin acusar a nadie de haber cometido un delito?

—Exacto.

—Claro. Ir contra el ayuntamiento que concedió las licencias.

—Pues hágalo. Verá que rápido todos los grupos políticos se pelearán por ayudar a esos pobres perjudicados. Les resarcirán con creces.

—No estoy tan segura. Al final es reconocer la culpa.

—¡Qué va! Al contrario. Unos se echarán la culpa a los otros, es el juego. Saben bien que cuanto más barullo, menos entenderá la gente. Y el que gobierna, para demostrar que no tiene culpa de nada, tratará de ser generoso con los perjudicados. Eso le hará ganar votos, y lo mejor de todo, sin gastar un duro.

—Sin pagar no, que las indemnizaciones que pedimos son importantes.

—Claro, pero las pagará la administración. Es decir, las pagarán los impuestos del ciudadano. Como todos los desaguisados, desfalcos y barbaridades que se han hecho los últimos años. El que paga siempre es el ciudadano.

Beatriz subió al despacho un poco decepcionada. Con lo sencillo que era la vía penal, Aníbal tenía razón, era la más lenta y dificultosa. Los que se habían llevado el dinero quedarían fuera y pagaríamos entre todos, pero ella tenía que solucionarle el problema a sus clientes.

—María. He pensado que en el asunto de Sol y Mar, vamos a dejar la vía penal y acudir a la contenciosa.

—¿Y eso por qué?

—Porque este es un país de cristales rotos.