Capítulo XXII

Paloma repasaba con Bea los aciertos y errores de una demanda de reclamación de cantidad. En la profesión de abogado se debe aprender todos los días y, al menos al principio, es bueno hacerlo de la mano de alguien con más experiencia. Por mucha teoría que te hayan enseñado, la realidad sorprende incluso al más experimentado. Es mejor estar prevenido que quedarse con cara de tonto.

—La carcasa está bien, Paloma, pero faltan alegaciones alternativas, previsión de posibles contestaciones.

—Es que el asunto es muy sencillo, Bea. El cliente me lo ha explicado muy bien y la documentación está clara.

—Eso es lo que piensas tú. Pero puede que el cliente no te haya dicho toda la verdad, y sobre todo, no sabes a quién vas a tener delante ni lo que te va a poder decir.

—Creo que en este caso poca contestación les cabe. La realidad es la que es.

—Eso es ingenuo. El contrario puede inventarse una realidad alternativa y sorprenderte. Recuerda siempre lo que te digo. La demanda es la única vez que te dejan hablar y has de tenerlo en cuenta. Es mejor pecar por exceso que por defecto.

—Ya sé, ya sé… Es mejor decir muchas cosas que sobren que callar una sola necesaria.

—Exacto, Paloma. Disparar primero no significa que sólo puedas disparar una bala. Puedes disparar muchas, pero sólo una vez. Has de imaginar todo lo que te puedan contestar, incluso aquello que sea imprevisible, o que creas que no guarde relación con el asunto. Después no te quejes si te contestan algo para lo que no habías argumentado, porque ya no vas a poder replicar.

—Por eso dices que siempre es mejor ser demandado que demandante, ¿verdad?

—Claro, es mejor hablar siempre de último. Sabiendo lo que han dicho los otros y que no van a poder contestar, dispones de una ventaja maravillosa.

—Vale, pero yo aquí no veo qué otra cosa nos pueden contestar, deben la factura y punto.

—¿Has previsto que te aleguen que el producto estaba defectuoso? ¿Que había un pacto de pago aplazado que estás rompiendo? Pueden intentar reconocer la deuda, pero ganar las costas y dilatar el pago. Algo salen ganando.

—Entiendo. Describiré cómo se venían produciendo las relaciones comerciales durante los últimos años, lo documentaré, incluso buscaré algún incidente anterior para dejar claro que aquí no lo hay…

—Y busca los correos que se hayan cruzado para reclamar el pago extraprocesal y apórtalos…

María entró en el despacho tapando el auricular del inalámbrico.

—Bea, ¿tú no habías dicho que ayer discutiste con Aníbal Caamaño y que le preparásemos la liquidación de honorarios? —María susurraba por si tapar el auricular no fuese suficiente.

—Sí, ¿por?

—Está al aparato y dice que es urgente hablar contigo.

—Dame. —Bea cogió el teléfono—. Diga.

—Señora letrada, dejemos a un lado lo dicho ayer. Al menos por unas horas. Tengo a la puerta de casa una comisión judicial con la Guardia Civil para hacer un registro y deseo que venga. Si ayer dije algo inoportuno, le ruego disculpas, pero ahora me gustaría que me ayudase. —Sonaba tan franco y trasparente que Bea no pudo dudarlo.

—Dígales que tardo lo justo para llegar en coche. Salgo ahora mismo.

—Si lo desea, le puedo enviar a mi conductor para que la recoja.

—No es necesario. No quiero acostumbrarme a lujos ajenos. Tengo el garaje al lado del despacho.

—Muchas gracias.

—Aníbal, ¿sigue usted ahí?

—Sí, diga.

—Intente ser amable con ellos, por favor, muy amable.

La sonrisa del empresario casi resultó audible.

El registro de una vivienda suele tardar algunas horas. Si es grande o está abarrotada de cachivaches, más. Sólo el que ha estado en registros puede imaginarse la cantidad de inutilidades que se pueden acumular detrás de una puerta. Y con relación a la limpieza, mejor no imaginar nada. Por suerte para Bea, la casa de Aníbal estaba especialmente limpia y ordenada. Es decir, más que un registro, aquello parecía un pase de revista a las taquillas de los oficiales. Beatriz recogió el auto en el que acordaba el registro y comenzó por intentar extraer toda la información que pudiese de él. Algo había pasado y era necesario detectar qué novedades se habían producido. Calcular qué podían estar buscando o qué podían tener ya. El auto no relataba mucho. Se notaba que trataba de guardar parte de la información para los interrogatorios. Hacía referencia a indicios que apuntaban a la posible identificación de un nuevo implicado en los asesinatos. El lenguaje comedido que se impone en las resoluciones judiciales. Eso quería decir que habían detenido a alguien seguro. Y que posiblemente estaban practicando otro registro en ese mismo momento. Beatriz supuso que lo que ahora buscaban era indicios que conectasen a Aníbal con el nuevo detenido. Podrían adelantarse.

Estar en un registro, aunque no puedes intervenir, no implica estar perdiendo el tiempo. Por supuesto, has de estar presente para comprobar que no se hace nada irregular, aunque eso ya ninguna secretaria lo consentiría. Pero lo importante es que puedes aprovechar para preparar los siguientes pasos, y en este preciso instante Beatriz veía algunos necesarios. Con discreción, sin ocultar nada, pero sin llamar la atención, Bea se dirigió a Aníbal:

—Creí que no volveríamos a vernos, profesionalmente hablando, claro. Esto no significa nada. Soy consciente de la urgencia. Una vez terminadas las diligencias de hoy, puede usted designar el letrado que desee.

—Creo que no deseo designar a ningún otro letrado, Beatriz. Olvide usted lo de ayer. Fue un mal momento. Quizás el aire libre me sienta mal.

—Olvidado, pues. Verá, creo que han detenido a alguien relacionado con los asesinatos.

—Mejor, a ver si aclaran el tema de una vez y me dejan tranquilo.

—No es tan «mejor». Parece ser que el nuevo detenido puede estar relacionado con usted. ¿Se imagina quién puede ser?

—Ni idea. Ya le he dicho que yo no tengo nada que ver con esa monstruosidad. Esto es una pesadilla.

—Tengo unas ideas y creo que nos pueden ayudar. —Bea miró alrededor y comprobó que nadie atendía a su conversación. Después de todo, los agentes tenían mucho trabajo, y la secretaria veía normal que el cliente y la abogada hablasen. Cómo sino iban a matar las horas—. Creo que hoy o mañana el juez le va a tomar declaración. ¿Ha pensado en lo que hablamos para explicar lo que hay?

—Sí, y estoy conforme.

—Lo podemos preparar con calma antes de la declaración, no se preocupe. Lo que pretendo ahora es que usted voluntariamente entregue su teléfono. ¿Tiene alguna otra agenda con sus contactos?

—Por supuesto. Ningún teléfono tendría memoria suficiente para todos mis contactos.

—Pues quiero que la entregue también.

—¡Ni loco! Usted no sabe de qué está hablando. Ese listado de contactos es reservadísimo.

—Cálmese. —Bea aguardó un rato en silencio a que pasase el efecto llamada de atención de la exaltación de Aníbal. Cuando comprobó que todos volvían a lo suyo continuó—: No me extrañaría que le volvieran a detener y que volviera a estar en peligro su libertad. —Con este comienzo Bea captó de nuevo todo el interés de su cliente—. Hay que preparar los pasos para no ingresar en prisión. El listado no corre peligro. Le diremos al juez que sólo deseamos mostrárselo y, debido a su carácter reservado, que no quede copia en las diligencias. Únicamente es para que compruebe que no quiere ocultar a ninguna persona con la que tenga relación.

—Pero verá a políticos, empresarios, cargos públicos, incluso mandos policiales.

—Y no hará nada. Están investigando unos asesinatos y lo que sea ajeno a este delito no puede incorporarse a la causa.

—¿Está absolutamente segura de eso?

—Nunca se puede estar seguro de nada. Pero la regla general es así. ¿Hay algo en el teléfono o en la agenda que le pueda relacionar con estos descuartizamientos?

—Ya le he dicho que no.

—Señor agente, disculpe, desconozco su cargo. —Bea se dirigió al que parecía estar al mando.

—Teniente, letrada. Teniente Murias.

—Mire, teniente. Mi cliente está dispuesto a colaborar. Si nos indican qué buscan, intentaríamos ayudarles.

—No puedo informarle de qué estamos buscando. Lo siento.

—Verá, quisiera comunicarle, y me gustaría que lo hiciesen constar, si es posible y la señora secretaria no tiene inconveniente, que mi cliente desea entregar su teléfono para que ustedes puedan investigar en él todo lo que quieran.

—Se lo agradecemos. Así lo haremos constar.

—Igualmente nos gustaría indicarle que el señor Caamaño dispone de una agenda electrónica con todos sus contactos. Su intensa vida pública hace que mantenga relación diaria con todo tipo de cargos y personas. Dado el carácter sensible de dicha información, nos gustaría que se conservase para que fuese abierta únicamente por su señoría.

—No le puedo asegurar nada. Si necesitamos inspeccionarla, lo haremos.

—Por supuesto, no quiero entorpecer su investigación. No le estoy diciendo lo que debe usted hacer, por favor. Pero como puede imaginar, no sería extraño que entre dichos contactos estuviesen altos mandos que prefieran absoluta discreción.

—Me hago cargo, señora letrada. Dejaremos que el juez sea quien decida qué hacer.

Beatriz regresó al lado de Aníbal y recuperó su cara de aburrimiento.

—Aprende usted rápido, señora letrada. Muy rápido.

Las horas transcurrieron muy despacio. Para alguien que está incomodo por la situación y tenso por el resultado los minutos se alargan haciéndose eternos. Aníbal no deseaba otra cosa que ver a aquellos agentes fuera de su casa, fuera de sus oficinas y resolver la incertidumbre de si iba a ser detenido o no. Bea también, pero al menos ella tenía la cabeza ocupada imaginando estrategias y resultados. Según avanzaba la jornada, Beatriz veía más claro que no habría tiempo para que le tomasen declaración a Aníbal en el juzgado ese mismo día al terminar los registros, y casi seguro que le dejarían detenido en calabozos. Había que ir preparando al cliente.

Por suerte para Aníbal, los registros realizados en Coruña pasaron desapercibidos para la prensa y su llegada al cuartel de Lonzas fue de lo más discreta. Pero aunque la prensa no estuviese allí, él sí estaba en las noticias. La detención de Constantino Rodríguez abría los telediarios de la noche, y a falta de nuevos datos, repetían los ya ofrecidos. Que todo apuntaba a un ajuste de cuentas por drogas en el que también estaría implicado Aníbal Caamaño, próspero empresario, exalcalde de… y resumían los avatares vitales de Aníbal, incluyendo imágenes de sus diferentes matrimonios. A falta de confirmación sobre el hecho de su detención, la prensa asaltaba a su esposa a la salida de un desfile en Londres, para preguntarle si su marido había sido arrestado, si acudiría esa misma noche a calabozos para verlo, si este nuevo giro en las investigaciones le hacía sospechar de su esposo, si confiaba en su inocencia, etc. En algunas cadenas incluso hacían un recorrido por la vida y obra de Aníbal, enfocando el tema desde la extraña facilidad con la que todos sus negocios habían tenido éxito.

Beatriz se alegró de que Aníbal no pudiera ver su ejecución pública. Por mucho que los periodistas físicamente sólo hubieran asaltado a Constantino, la falta de notoriedad de este le favorecía en el reparto de tiempos y espacios en la prensa frente a Caamaño, que centraba todas las informaciones. Pasase lo que pasase, ya nunca se podría quitar la estela de «narco».

Como no podía hablar con Aníbal hasta el día siguiente, Beatriz contactó con Denis. Había que preparar la documentación para el interrogatorio.

—Buenas noches, doña Denis, perdone que la moleste. Soy Beatriz, la abogada.

—¡¡Señora letrada!! ¿Ha visto la televisión? ¡Pobre Aníbal! Menos mal que no lo está viendo.

—Eso mismo pensaba yo. Necesito preparar alguna documentación para mañana.

—Sin problema. ¿Qué necesita?

—Para empezar, saber quién es este Constantino.

—Un pequeño armador, con algunos barcos. Para algunas campañas, la empresa contrata barcos de otras empresas, o simplemente adquirimos el pescado. Contratando barcos sale todo más barato.

—Entiendo que contratan con varios armadores.

—Prácticamente con todos, salvo aquellos con los que la relación es mala o ha habido problemas en anteriores campañas. El señor Caamaño es muy rígido en eso. Si tienes un problema, no vuelves a trabajar para él.

—¿Podemos disponer de datos que reflejen el listado de armadores como Constantino con los que se trabaja, y el volumen de contratos con cada uno?

—Claro.

—¿Sabe si al margen de los contactos comerciales había alguna otra relación entre ellos?

—A mí no me consta. Incluso creo que Aníbal no le tenía aprecio ninguno. Pero eso lo desconozco.

—Está bien, es suficiente. Yo mañana estaré a caballo entre Lonzas y el juzgado, prepare esos datos y le diré adónde tiene que acercármelos.

Al día siguiente temprano, Beatriz se personó en el cuartel intentando agilizar las diligencias. No pudo hablar con Aníbal antes de la toma de declaración, así que esperaba que recordase lo que le había indicado. Así fue, y se acogió a su derecho a no declarar, manifestando que deseaba dar las explicaciones necesarias cuanto antes en el juzgado. Beatriz contaba ganar tiempo con eso, pero la Guardia Civil no tenía el atestado cerrado, pues faltaba por analizar toda la documentación y efectos intervenidos en los registros de Constantino. Era posible que la detención se alargase un día más. Intentó tranquilizar a su cliente. Por suerte, tenía uno de esos días en los que en vez de violento estaba irónico. Como siempre, impredecible.

—Con la de cosas que he hecho en la vida y me entierran por algo que no es mío.

—Todavía no han enterrado a nadie. Creo que de esta novedad también podremos defendernos.

—Estos no me preocupan. El imbécil del Tino apenas tenía relación conmigo. Pero ¿me quiere hacer creer que la prensa no se está poniendo las botas?

—¿Qué le han dicho?

—No hace falta que me digan nada. No nací ayer. No se puede dejar pasar la oportunidad de descuartizar a alguien conocido, es lo que más prensa vende. ¿Recuerda «mis trofeos»? Pues apostaría todo lo que tengo a que más de uno de los que están en el cuadro estará ahora diciendo: «El que a hierro mata…».

—Las noticias de hoy envuelven el pescado de mañana. En una semana nadie hablará del tema.

—Si eres un ciudadano corriente, sí. Pero si tienes un nombre o una proyección, no. Si mañana quiero firmar un contrato internacional, basta que al director general de la otra compañía algún asesor le recuerde este escándalo para que se echen atrás. Y desde luego, puedo olvidarme de más fotos con políticos. A partir de ahora, todas las comidas en privado. Eso sí, seguirán comiendo de mi mano, no se preocupe. Ya me encargaré yo de ello. Necesitan mi dinero tanto como los votos, incluso puede que más.

—Bueno, ahora deberíamos concentrarnos en la declaración de mañana y ese tema dejarlo para más adelante.

—Puede que tenga razón.

Beatriz esperó inútilmente un par de horas más, por si al final los detenidos eran puestos ese mismo día a disposición judicial. Viendo que el tiempo pasaba, decidió preguntar. Entró en las oficinas, donde el ajetreo era febril, y buscó con la mirada a quién molestaría menos. Al final se acercó a Gabi, que releía en la pantalla un informe. Tras escuchar que no los presentarían hasta la mañana siguiente, pidió que si había novedad la avisasen al teléfono de contacto. Cuando salía, se cruzó con Marcos, que entraba a revisar los datos antes de la toma de declaración de Constantino. Se saludaron instintivamente y ambos se quedaron pensando: «¿De qué me suena esta cara?».