Los clientes casi nunca dicen la verdad a su abogado. Puede parecer extraño que se acuda a una persona para que busque solución a nuestros problemas jurídicos y no se le describa, de la forma más real posible, cómo son los conflictos que ha de resolver, advirtiéndole incluso de los inconvenientes que se puede encontrar. Pero la naturaleza humana es así. Cuando el médico nos pregunta, ¿hace usted deporte?, ¿come grasas?, ¿bebe alcohol?, lo más cercano a una verdad que decimos es el manido: «Una copita de vino a la comida», y dejamos que sea el facultativo el que adivine, mirando nuestra nariz congestionada, que nos referimos a «AL MENOS una copita de vino con cada comida». Pues si mentimos cuando lo que está en juego es nuestra salud o nuestra vida, está claro que lo haremos cuando sólo arriesgamos nuestra libertad.
Y si la mentira nos cuesta una condena, siempre podemos recurrir a la memoria histórica, y afirmar sin rubor que la Policía se lo ha inventado todo y que han falsificado las pruebas, insinuando que el sistema sigue siendo fascista. Después de todo, treinta y seis años de dictadura dan para cien años de justificaciones.
Beatriz acudía nuevamente a Teixeiro para entrevistarse con Aníbal. Todo indicaba que la táctica para conseguir su puesta en libertad podría dar resultados, por lo que era urgente preparar la estrategia de defensa. Cuanto antes se adoptase una postura y se transmitiese al instructor, esta parecería más creíble. De nada serviría conseguir una fianza para caer después condenado. Mientras escuchaba cómo la música de Omar Akram dibujaba en el viento olas de armonía y el galope de las notas del piano le pintaba una sonrisa en el alma, insuflada de optimismo golpeteaba con los dedos el volante satisfecha de su profesión y de los retos mentales que le suponía su trabajo. Si Aníbal era inocente, tendría que demostrarlo y reparar aquella situación injusta. Aunque las nubes de lluvia seguían alargando el invierno más de lo deseable, Beatriz esa mañana se sentía capaz de todo; sólo necesitaba que su cliente la ayudase, la orientase lo suficiente como para evitar caer en groseras mentiras. Las múltiples facetas de Caamaño, empresario, padre y esposo por partida triple, político, miembro de múltiples asociaciones y fundaciones, ofrecían un abanico de posibilidades argumentales idóneo para encajar cualquier explicación. Maquillar una historia para disimular defectos y resaltar virtudes, presentando al defendido como un ciudadano ejemplar. Y lo más importante, disponer de la capacidad de maniobra y la agilidad suficiente para reaccionar ante cualquier imprevisto, haciéndolo encajar en la defensa. Apasionante.
Beatriz tuvo que mirar varias veces al preso para asegurarse de que se trataba de Aníbal Caamaño. Una camiseta ceñida exhibía los resultados de las horas de gimnasio, y permitía contemplar una pequeña cruz recién tatuada en el antebrazo derecho. Su cabeza rapada dejaba ver una herida bastante fea cerca de la sien y los nudillos mostraban costras medio secas todavía. La cara de Bea debió de delatar el estupor que sentía, porque Aníbal sonrió maliciosamente.
—¿Buenos días, señora letrada, ya no reconoce a un amigo?
—¿Se encuentra usted bien? Si le ha pasado algo, puedo…
—Hacía tiempo que no me sentía tan bien. En poco más de una semana me he quitado cinco kilos y quince años de encima. —Aníbal se exhibía como un gallo—. La grasa me estaba atontando el cerebro.
—Pero su cabeza… debería acudir a enfermería. —Beatriz todavía no sabía muy bien cómo reaccionar.
—Señora letrada, mi cabeza está perfectamente. Aquí las palizas te las dan en el cráneo porque el pelo tapa los golpes y los guardias no se enteran. Así, rapadito, el que quiera venir ha de hacerlo de frente.
—Pero tiene usted una herida con muy mal aspecto.
—Tendría usted que ver al otro. Deje estar la herida donde está, para que avise a los pardillos que quieran lío de lo que les espera.
—En fin, si no necesita nada… —Bea intentó recuperar el hilo mental que traía preparado para tratar el tema de la defensa.
—Sí que necesito algo. Tanto ejercicio me ha abierto el apetito, usted ya me entiende. —Aníbal miró alrededor. En un locutorio cercano una familia hablaba con un preso. Aníbal carraspeó. El preso se giró instintivamente, y volviéndose a sus parientes, les dijo algo acercándose mucho al micrófono. Luego se levantó y se fue hacia la puerta dejando el locutorio vacío. Como si no hubiese ocurrido nada, Aníbal continuó—: Tiene que arreglarme un vis a vis.
—Eso lo tiene que hacer usted. Lo solicita, si no tiene sanciones, se lo conceden, y su esposa podrá venir a una entrevista privada. Yo no tengo que hacer nada.
—Ahí está el problema. Paula no va a venir. Dice que si le sacan una foto entrando o saliendo de la prisión se acabó su carrera de modelo, así que, salvo que la arrastren por los pelos, cosa que por cierto me estoy planteando, no la podré ver aquí. Con lo que me está costando su carrera de modelo, así me lo agradece. Tendría que estar conmigo en la celda si yo se lo pidiese… pero, en fin, ya solucionaré ese tema cuando salga.
—Pues si Paula no quiere venir, la cosa se complica. Para solicitar un vis a vis hay que acreditar convivencia con la persona, y anterior al ingreso en prisión. Es el reglamento.
—¿No puedo traer una prostituta?
—Lo siento, pero no. Supongo que el sistema no puede aceptar que existe la prostitución. Formalmente, con ignorar un problema, este se soluciona. Hay que acreditar la convivencia.
—Pues ya tiene trabajo, señora letrada. Cerca de las oficinas hay un ático mirando al mar. Llevo dos años pagando las facturas y está a mi nombre. Paula no lo sabe. Allí vive una amiga, esa no va a decir que no. ¿Eso sirve?
—Veré qué puedo hacer.
—Sin que nadie se entere, claro.
—Por supuesto; anoto los datos. Ahora hablemos de su defensa, señor Caamaño.
—¿Se va a poner seria, letrada? Se pone usted muy guapa cuando se enfada.
—Reserve la testosterona para los módulos o para el vis a vis. ¿No dice que su cerebro está mejor que nunca? Pues deje de jugarse su libertad.
—Disculpe. Tiene usted razón.
—No se preocupe. La situación, tal y como yo la veo, está así. Estamos muy cerca de conseguir la libertad, pero puede suceder que el instructor, antes de dictar el auto, decida tomarle de nuevo declaración. Si es así, le trasladarían al juzgado en cuestión de horas. No podemos llegar allí y seguir mintiendo tan descaradamente. Hay que explicar lo del reloj y la conversación grabada que tienen. Y en eso sólo puede ayudarme usted.
—Ya le he dicho que no hay nada que explicar porque a ese pobre hombre no le conocía de nada. Si tuviera algo que ver, se lo diría. En serio, letrada.
De repente, como un relámpago, una idea cruzó la mente de Bea.
—Puede que no conociera de nada a Pablo Dios, pero… ¿conocía usted a Carmen?
La cara de Aníbal cambió de forma brusca. Como si le hubiera impactado un disparo, quizás una bala del pasado, su cuerpo se congeló. Una sombra de tristeza le nubló la sonrisa y sus ojos se clavaron en la repisa sobre la que acodaba sus brazos. Tapando la cara con las manos dejó caer la cabeza para sentir el frío del cristal en su frente, y casi susurrando al micrófono, musitó:
—Pobre mujer. Pobre Carmen. Seguro que no tenía nada que ver… Seguro que no sabía nada… Acabar así…
Beatriz respetó el silencio durante unos segundos dejando que fuese el propio Aníbal el que decidiese cuándo hablar. Alzó la mirada lentamente, tratando de disimular la rojez de los ojos.
—Mi currículo dice que soy un empresario coruñés, hijo de una buena familia de la ciudad de toda la vida, y así ha de seguir. Pero yo conocía a Carmen. Fue hace muchos años. Cuando joven. Puede que fuese en Vilagarcía o Cambados. Ha pasado tanto tiempo. Creo que a él no lo conocía de nada, pero no lo puedo asegurar. Hace cuatro años aparecieron por Coruña, y Carmen me pidió ayuda… por los viejos tiempos. Le conseguí un trabajo, sin que ella se diera cuenta, claro, era muy orgullosa. Entre ella y yo nunca hubo nada, se lo puedo jurar. Nunca hubo nada… Él venía con ella, y tenían una niña. Nunca pude entender qué hacía Carmen con ese fracasado. Ella merecía mucho más. Era una dama y mil veces más inteligente que él. ¿A usted nunca le han mirado unos ojos de mujer haciéndole sentir débil, vulnerable, desnudo? Usted es mujer, claro, y no lo entiende… Pero para un hombre… no poder poseer determinados trofeos es una mancha en el orgullo que no se puede borrar.
»Él era totalmente distinto. Se hacía el encontradizo, me recordaba mi amistad con Carmen, me pedía dinero. Aparecía en cualquier esquina, como si me vigilase. Puede que incluso alguien nos haya visto juntos. No estoy seguro de si alguna vez llegó a estar en casa. En la de la playa me refiero. Era un vago que se escudaba en tener sida para no trabajar. Vivía de una pensión de invalidez. Una escoria que vivía de ella. Que se aprovechó del gran corazón de Carmen para vivir sin hacer nada. Seguro que ella estaba con él por pena. Y él siempre metido en líos de drogas. Lo mataron por eso. Seguro. Yo no tuve nada que ver.
Nuevamente Beatriz respetó el silencio de Aníbal, dejando que la mente de este pudiese viajar tranquila al pasado, a reencontrarse con sus sentimientos. El matón que había entrado en el locutorio era ahora un ser roto, luchando consigo mismo por rehacer su hombría frente a sus fantasmas. Aprovechó para repasar los datos que le había facilitado y con discreción fue anotándolos. Sin hacer ruido para que él no lo advirtiese. Tenía un nuevo hilo argumental para justificar prácticamente todo lo que tenía la causa contra él. El problema estaba en justificar las primeras mentiras. Si Aníbal era capaz de repetir la escena delante del instructor, incluso podría ocurrir que le dejasen fuera del caso antes de juicio. La nueva versión tenía consistencia y credibilidad, sólo había que darle forma, envasarla y presentarla.
Aníbal regresó de su viaje.
—Eso es todo. Es la verdad.
—¿La Policía puede encontrar más indicios que le relacionen con Pablo o con Carmen? Algo que usted les haya dado, algo que haya hecho usted con ellos…
—No lo puedo saber. Piense que en cuatro años de encuentros pudieron pasar muchas cosas.
—Bien. Con lo que tenemos, podemos decir que usted conoció a Carmen siendo joven, en alguna estancia de vacaciones que su familia pasó por el Salnés. ¿Habrá pasado usted algún verano por las Rías Baixas?
—Por supuesto.
—Que después la volvió a ver en Coruña. Que se reencontraron por casualidad.
—¿Es necesario decir que los conocía? ¿Tengo que reconocer que tuve relación con Pablo Dios?
—Imprescindible. Si no damos una explicación de cómo acabó un reloj suyo en poder de Pablo Dios, ya puede considerarse condenado. Podemos decir que usted se lo dio, como regalo, o que se lo dio para que lo empeñase porque ya no lo usaba. Lo matizaremos cuando llegue el momento. Por cierto, ¿existe alguien que pueda ratificar la relación y cuál era la naturaleza de sus encuentros?
—Puede que sí. Tendré que pensarlo. Ya le diré algo.
—Bueno, si tenemos alguien que lo ratifique mejor. Lo que me preocupa es la conversación. La transcripción es muy comprometida, pero quiero escucharla. Las cosas escritas cuando se oyen cambian por completo. No siempre para bien. Hay que apreciar los tonos, las entonaciones. Una misma frase dicha de mil formas tiene mil sentidos. ¿Usted recuerda haber discutido con Pablo?
—Cientos de veces. Siempre estaba pidiéndome dinero. Diciéndome que había prometido ayudar a Carmen y que no lo hacía. Yo le respondía que era él el que tenía que dar el callo y ayudarla, que dejase de ser un parásito e hiciese algo.
—Cuando tenga una transcripción completa se la haré llegar para que recuerde de qué hablaban.
—En el interrogatorio me leyeron frases sueltas, no me la dejaron escuchar, y puede ser cualquiera de las que tuvimos. Sólo me pide dinero y más dinero. Siempre me hacía lo mismo.
—Dice algo más, señor Caamaño. Habla de que si no le entrega el dinero, usted tiene mucho que perder y cosas así. Hay que ver a qué se refiere. Pero hoy no le quiero cansar más. Lo dicho, le haré llegar una transcripción y vamos preparando una explicación. Frase por frase, si puede ser. Para acabar, hay una pieza secreta. ¿Puede haber algo más que no me haya dicho? Le repito, ¿puede haber algo que no sepamos?
—No lo sé. Creo que no.
Beatriz estaba muy satisfecha con la entrevista. Estaba segura de que Aníbal no le había contado toda la verdad, pero le había dado datos suficientes para poder montar una defensa muy convincente. Tenía que darle forma y presentación. Dudaba entre presentar un escrito exponiendo los hechos o solicitar una nueva declaración de su defendido. Esto último siempre es más convincente y más natural. Si pasaban dos días más sin resolver el juzgado sobre la prisión, solicitaría la declaración de Aníbal y al acabar esta, en el mismo acto, pediría le concedieran una fianza para salir de la cárcel. Pero lo más efectivo, lo que de verdad resultaría convincente, sería que al día siguiente de obtener la libertad solicitase declarar voluntariamente y explicarlo todo. Así nadie podría afirmar que comparecía por su necesidad de salir del centro penitenciario, y ella podría argumentar que declaraba para colaborar con la investigación y aclarar errores. Había tomado la iniciativa en la instrucción y no podía renunciar a ella.
Sonaba The Promise, y las notas cristalinas, como gotas de agua en el parabrisas, recordaron a Beatriz la imagen de Aníbal vencido por su pasado. El automóvil se deslizaba suave buscando el valle de Betanzos, y el orballo en el cristal le recordó los ojos húmedos de su cliente al evocar a Carmen. El tiempo va marcando algo más que surcos en nuestro rostro. Va marcando las derrotas que ya no podemos cambiar. No existe nada más triste que mirar atrás y ver los fracasos que nunca podremos corregir. Nada más doloroso que recordar aquellas cosas que realmente nos importaron y que perdimos… qué más da por culpa de quién. ¿Qué puede ser tan fuerte como para derrumbar a aquel hombre capaz de entrar en prisión e imponer su ley? ¿Tan enamorado estaba de Carmen?
Beatriz recordó el sol del verano, tan lejano aquellos días. Y su mente viajó a aquellos años en los que la vida o la muerte dependían de un beso, de un simple e inocente beso. Un leve roce de labios carente de significado, pero lleno de sentido. La edad en la que estamos dispuestos a dejarlo todo por nada. La edad en la que ignoramos el porqué o para qué, pues nuestra única certeza es el quién. Carmen parecía haber sido algo más que una amiga de verano en la vida de Aníbal, un vacío en la vida de alguien que pretendía tenerlo todo, un borrón en una existencia de éxito.
Había algo de humano en su cliente y eso la reconfortó. Nunca sabría la verdad, pero puede que fuese inocente después de todo. Al menos de los asesinatos.
—¿Diga?
—Buenos días, ¿Denis?
—Sí, soy yo. ¿Quién es?
—Soy Beatriz, la abogada. ¿Se acuerda?
—Sí, por supuesto, ¿qué desea?
—Verá, vengo de entrevistarme con el señor Caamaño y me ha indicado que necesitaría verla para tratar diversos temas de las sociedades. Una visita larga y privada, puesto que tiene muchas instrucciones que darle y no desea que les escuchen los funcionarios. ¿Si le llevo el formulario, usted firmaría la conformidad?
—Por supuesto. Aníbal sabe que puede contar conmigo para lo que quiera. Quiero decir, el señor Caamaño.
—Sí, claro. Mire, para facilitar la entrada en prisión, necesitaré rellenar algunos impresos y justificar su identidad. ¿Podría darme un certificado de empadronamiento? Es sólo una cuestión administrativa. Si han de verse a solas, hay que justificar que es usted una persona sin antecedentes ni peligro. Siento las molestias.
—No son molestias. Dígame lo que necesite y se lo tendré preparado hoy mismo.
—Perfecto, tan pronto llegue al despacho le envío un correo. El señor Caamaño me transmite su urgencia. Está preocupado por los negocios y desea despachar con usted mañana mismo.
—Estaré pendiente y esperando.