Capítulo XVI

Entre las diecinueve y las veintiuna horas del día 14 de septiembre de 2010, la persona «T», cuyo sexo y demás datos de filiación no serán revelados, permaneció en compañía de otras personas en el domicilio de una amiga, sito en un lugar que no se indicará. Durante la visita y aprovechando un descuido de su anfitriona, «T» se apoderó de una copia de las llaves de la puerta principal de la vivienda. Al día siguiente, entre las diez y las doce de la mañana, cuando el piso se encontraba vacío, «T» entró y registró la vivienda apoderándose de una serie de efectos que empeñó. Tras un largo procedimiento, «T» fue condenad@ a dos años de prisión por un delito de robo con fuerza en casa habitada. Apelada la sentencia, la ilustrísima Audiencia de cierto lugar declaró que dado que «T» había cometido los hechos el día de su decimoctavo cumpleaños, pero entre las diez y las doce de la mañana, mientras que su certificado de nacimiento acreditada que había nacido a las trece horas, por dos horas, «T» carecía de la madurez mental y conocimiento suficiente de sus actos como para ser juzgad@ y castigad@ como adult@. Por todo ello, su pena de prisión fue sustituida por una condena de un año de libertad vigilada.

Marcos entró en la oficina con la respuesta de la compañía telefónica identificando el titular del teléfono investigado con relación a los asesinatos. Con la vista fija en el papel, releía el documento verificando su contenido.

—Begoña, deje todo lo que esté haciendo y prepárese para salir de vigilancia. Manolo, tendrá que ir con ella.

—Begoña no está, sargento —contestó Manolo—. ¿No recuerda que hoy tiene día de permiso? Lleva meses preparando un viaje para celebrar su aniversario.

—Pues va a tener que aplazarlo porque necesitamos una mujer para este operativo —replicó Marcos alzando la vista y comprobando que la mesa de Begoña estaba vacía.

—¿Seguro que no podemos arreglarnos sin ella? A estas horas puede que incluso ya hayan salido. Y aunque todavía estén aquí, le hará perder el viaje y posiblemente el dinero.

—Imposible hacer este seguimiento sin una mujer en el operativo. Resulta que el teléfono que estábamos esperando en el caso de los descuartizamientos está a nombre de una mujer, que además es menor de edad. Eso no cuadra con lo que estamos investigando, así que es importante hacer comprobaciones sobre el terreno. Necesito que sigan a esta chica y averigüen todo lo posible de ella, y lo más importante, que comprueben si es la usuaria del teléfono o lo usa un tercero. Y si entra en un aseo o si hay que detenerla o cachearla, ustedes no me sirven…

Tres horas después, Manolo y Begoña caminaban por el patio del cuartel hacia el vehículo camuflado.

—Lo esencial es que consigamos recuperar el teléfono físicamente e identificar sin ningún género de dudas a la persona que estuvo en Porteliño la noche de los asesinatos y que efectuó las llamadas los dos días siguientes. —Marcos insistió en las prioridades.

—Tranquilo, sargento, eso lo sabemos.

—Piensen que si esa niña tira el teléfono o da aviso al que lo usa para que lo tire, nuestra prueba pierde fuerza.

—Ya nos lo ha dicho, sargento. No se preocupe, que sabemos lo que tenemos que hacer.

—Gracias, cabo. Begoña, de verdad que lo siento, pero necesito una mujer en este seguimiento, y que sea del grupo. Intentaré compensárselo.

—Puede empezar por hacérselo entender a mi marido, que está mil veces más cabreado que yo. No comprende por qué estoy en un grupo operativo, sin horarios ni festivos y cobrando lo mismo que en otros grupos donde los compañeros cumplen con sus horarios y pueden estar con la familia.

—Ya sé que es injusto, pero si no fuera tan importante no la hubiera llamado. —Marcos no encontraba palabras para explicarse, así que intentó cambiar de tema—. No contacten con los guardias de la zona si no es necesario. Intenten ser discretos mientras no sepamos quién es la sospechosa. Si tienen algún problema, llamen al sargento de Finisterre. Ya le conocen de otras veces que hemos trabajado con él. Quedan donde siempre y hablan fuera del cuartel. Con lo que tengan van llamando.

—A la orden, sargento.

Después de dos días de intensas vigilancias y varias entrevistas con el sargento de la zona, el grupo de personas se reunía para analizar los resultados y planificar la estrategia a seguir. Begoña y Manolo trasmitían al resto la información obtenida. El objetivo resultó ser una joven de dieciséis años tremendamente conflictiva. Había nacido en el seno de una familia desestructurada en la que el padre, delincuente habitual y politoxicómano, abandonaba el hogar por temporadas para regresar a conveniencia. Vivía del trapicheo de drogas, de todo tipo de «pequeños palos» y de una pensión de invalidez por tener sida y hepatitis a consecuencia de sus adicciones. La madre, con diversos antecedentes por delitos contra la propiedad, ejercía ocasionalmente la prostitución o incurría en hurtos cuando la pensión de integración social no llegaba para sufragar las adicciones. En esas condiciones, la pequeña había crecido según la ley de la selva.

—Durante la semana acude al colegio, en especial los lunes y los viernes, que es cuando el volumen de clientes es más alto —expuso Manolo.

—¿Clientes? —preguntó el sargento.

—Sí, trapicheo de todo tipo de drogas. Los lunes los chavales han terminado la mercancía después del fin de semana y los viernes se aprovisionan para el sábado y domingo. Como alumna puede moverse libremente por el centro y así tiene más fácil vender. Quizás por eso, aunque suspende todo desde hace años, continúa acudiendo a clase y cumpliendo las normas mínimas para que no la expulsen.

—Los días de entre semana es más frecuente que la recoja alguno de sus varios amigos y se pase el día por ahí, zanganeando y de bar en bar —continuó Begoña—. La hemos visto hacerse unos porros, pero creemos que consume algo más fuerte. Por lo menos lo vende. Se nos ha informado de que su modus operandi consiste en esconder el material cerca del centro escolar. Recibe los pedidos durante las clases y en el patio cobra por adelantado, y a la salida corre a recoger la droga que les entrega a los chavales según se va cruzando con ellos. Ya le han hecho vigilancias y registros, pero sólo se han podido abrir expedientes de infracción administrativa por tenencia. Pequeñas multas gubernativas que no paga ni tienen de donde cobrarlas por ser insolventes todos en casa.

—¿Tiene alguna relación con delitos violentos? —preguntó Marcos.

—Tiene antecedentes en menores, pero no estamos seguros de que pueda guardar relación con el asesinato que investigamos. Hace más de un año los padres de una compañera la denunciaron por acoso. Según los denunciantes, nuestro objetivo llevaba meses amenazando a la hija en los chats y las redes sociales, la empujaba por los pasillos cuando se cruzaba con ella, le había dado ya algún golpe físico e incluso le había exhibido una navaja que fue incautada por un profesor. La denuncia terminó en nada, una simple libertad vigilada, intervención de servicios sociales, que ya venían trabajando con la familia desde hacía años y lo siguen haciendo ahora, y obligación de informes periódicos de los profesores. Eso sí, le impusieron acudir a terapia durante un tiempo para controlar la agresividad.

—¿Sólo eso? —preguntó Gabi.

—Poco más se le podía hacer, no te olvides de que es menor y tampoco había lesiones serias. El problema empezó a partir de ahí. A la niña denunciante comenzaron a darle palizas que alguien grababa en vídeo y colgaba en la red. No fue posible identificar al agresor en ningún caso, pues siempre actuaba con la cara tapada. O cortaban los trozos en los que se le pudiera ver. Y la menor tenía tanto miedo que no se atrevía a identificar a nadie. Después de eso, los padres de la víctima vendieron todo y se marcharon a vivir a otra parte. Aunque no se pudo probar nada, todo el mundo piensa que la agresora era nuestro angelito.

—¿Y eso?

—Porque ella misma le iba diciendo a todo el mundo que aunque la denunciaran no pasaba nada, que podía hacer lo que quisiese y que no la podían condenar por ser menor.

—El hecho es aberrante, pero no creo que tenga relación con lo nuestro. —Marcos mantenía todavía la expresión de desagrado—. Estamos hablando de matar y descuartizar.

—Cierto —continuó Manolo—. Con relación a lo nuestro, tenemos la seguridad total de que el objetivo no utiliza el teléfono sospechoso. Estando a su lado he efectuado una llamada y no le ha sonado, y eso que lleva siempre dos teléfonos encima. Hemos sabido que en la zona es costumbre entre los narcos pagar a otros para que compren tarjetas de teléfono y se las den. El perfil de nuestro objetivo encaja a la perfección en este tipo de favores a cambio de dinero. Si es así, aunque le preguntemos a ella, no va a colaborar. Así que hicimos bien en no entrarle, pues a estas horas ya habría avisado al usuario.

—¿Y cómo vamos a saber quién es? —preguntó Gabi.

—Tengo una idea, pero necesitaba su autorización, sargento. He pensado que podríamos llamar desde las cabinas que hay en El Corte Inglés. Simulamos que se trata de una campaña comercial para ofrecer seguros por teléfono. Si tenemos suerte y nos da algún dato, es algo que avanzamos. Si no nos da nada y desconfía, cuando compruebe el número verá que es el centro comercial y pensará que le han llamado del departamento de seguros.

—La idea es buena, pero no creo que funcione. Si el sospechoso compró la tarjeta con el nombre de otro, dudo mucho que dé los datos por teléfono. Pero hay que intentarlo.

—También quería oírle la voz —continuó Manolo—. Después de ver los sitios por donde se mueve la niña, y la gente que ve, quería escuchar la voz del sospechoso para apreciar si es joven, viejo, hombre o mujer y hacerme una idea de si puede ser alguien de los que ya hemos visto con ella.

Sólo media hora después, Manolo descolgaba un auricular y marcaba el número. Respiró hondo y aclaró la voz.

—¿Sí?

—Buenos días. ¿Podría darme su apellido para que pueda dirigirme a usted?

—¿Cómo?

—Si sería usted tan amable de facilitarme su apellido para que pueda dirigirme a usted.

—Alfeirán.

—Buenos días, señor Alfeirán. Muy amable por atenderme. Le llamamos del departamento de seguros de El Corte Inglés para informarle de una promoción de seguros de hogar que estamos realizando con unas condiciones seguramente ventajosas para usted. ¿Tiene usted domicilio, señor Alfeirán?

—Claro que sí. Pero mire estoy ocupado y no puedo hablar.

—Apenas serán unos minutos, señor Alfeirán. ¿Dónde se encuentra su domicilio?

—¿Para qué quieres saberlo?

—Para hacerle un cálculo aproximado de cuánto le podría costar su seguro de hogar, señor Alfeirán. Sería tan amable de indicarme dónde reside usted.

—Yo vivo en la costa, en un chalé y no necesito seguro. De eso se encarga mi gestoría. Mire, estoy ocupado. ¿Quién le ha dado este número?

—Su número de teléfono, señor Alfeirán, ha sido elegido al azar por nuestros ordenadores para informarle de esta ventajosa promoción que…

—Ya le he dicho que no puedo perder el tiempo… —Y colgó.

Manolo se giró con cara de satisfacción.

—Me ha dado un apellido, Alfeirán, que creo que es cierto, mi sargento. Y otra cosa más, es una persona mayor, o al menos muy cascada, pues tiene voz de fumador empedernido.

—Poca cosa tenemos con eso —respondió Marcos.

—Bueno. Alguna otra cosa sí tenemos. Que tiene un chalé en la costa donde vive y que creo que es empresario.

—¿Y eso?

—Me dijo que lo de los seguros lo llevaba la gestoría. ¿Y para qué va a tener una gestoría alguien que no es empresario?

—Cogido por los pelos, pero puede ser cierto. —Marcos sonrió—. Sigan vigilando a la chica y a ver qué sacamos hoy. Suerte chicos.