Capítulo XV

El lunes por la mañana, después de una breve reunión con el grupo para analizar los asuntos pendientes y repartir servicios, Marcos pasó por los despachos de oficiales a que supervisaran el informe que pretendía presentar en el juzgado. Se entretuvo un rato exponiendo novedades y evaluando la marcha de las diferentes investigaciones pendientes. Cuando solicitó entrevistarse con el magistrado, sobre media mañana, le sorprendió que el juez le estuviese esperando. Pensó que debía pasar algo y no se equivocaba mucho.

—¿Da su permiso, señoría?

—Pase, sargento. Precisamente pensaba llamarles.

—Usted dirá.

—Esta mañana me han presentado una nueva petición de libertad de Aníbal Caamaño. Ha cambiado su defensa por completo. Sigue sin dar una explicación, ni del reloj ni de la grabación, pero ofrece su total colaboración en las investigaciones y autorización para que ustedes puedan registrar con la calma y los medios que quieran su vivienda y oficinas, así como los vehículos de que dispone. Manifiesta que no pudo aclarar los indicios con los que contamos por el colapso mental que sufrió al verse detenido, pero que en cuanto encuentre una posible explicación nos la hará llegar. En cuanto a las razones que esgrime para solicitar su libertad, afirma que mantiene a unas doce personas de familia, directa o indirectamente, cuyo bienestar se vería en peligro, y que sus factorías sostienen quinientos empleos directos y muchos más indirectos. El resto es un dosier sobre sus empresas, volumen de facturación y riesgo de que su ausencia produzca una caída de pedidos por la desconfianza del sector. Ofrece constituir cualquier fianza o incluso portar un dispositivo de localización. Vamos, que ha cambiado la actitud radicalmente.

—¿No le creerá, señoría? Si recuerda, su actitud durante su detención fue chulesca y maleducada, incluso agresiva con usted. Le amenazó con una querella. De colapso nada de nada. Además, de su posible relación con los muertos no dice nada, ¿verdad?

—Lo que me haya dicho no lo puedo tener en cuenta. Y en cuanto a su relación con las víctimas, al menos no la niega, se limita a indicar que en breves fechas solicitará declarar de forma voluntaria. Y que intentará explicarlo lo mejor posible.

—¿Y eso qué significa?

—Pues que la justificación de la prisión se tambalea. La razón fundamental para acordar su ingreso era su actitud, que constituía un indicio claro de que estando libre podría destruir pruebas. Pero ahora se muestra totalmente colaborador. Nos ofrece registrar su casa y que cualquier dato suyo que le pidamos lo entregará. Por eso pretendía llamarle, necesitamos algún indicio más que refuerce su implicación en los hechos para tener una postura más segura. ¿Tenemos alguna novedad?

—Novedad hay, pero no sé si en ese sentido. Precisamente traía un informe nuevo. —Abrió la carpeta y se lo entregó, quedándose con otra copia que llevaba en la mano para consultarla—. Se trata del análisis de los teléfonos de los detenidos. Si observa la hoja de posicionamientos —esperó a que el magistrado la encontrase—, verá que los detenidos en Madrid estuvieron dos veces en Galicia. Poco antes de los asesinatos, si bien dos vinieron a Coruña y tres se fueron a Carballo y alrededores, y la fecha de los asesinatos, en la que no se separaron, y después de haber estado en Coruña se fueron a Carballo tres días. Eso sí, el día que calculamos que se produjeron las muertes sus teléfonos no registraron movimientos. Con esto creemos que ratificamos aún más su participación.

—Lo más importante —el magistrado anotó algo en el informe— es que implicamos a los cinco en los hechos. Podríamos encontrarnos con que se culpasen entre sí, o se limitasen a no declarar y tendríamos un arma y cinco candidatos; dicho de otro modo, un asesino y cuatro encubridores. Jurídicamente podría implicar la absolución de todos para evitar la condena de un inocente. Teniendo pruebas de que vinieron juntos, todo apunta a un plan programado y organizado entre los cinco. No sabe el alivio que supone para la causa.

—También lo habíamos pensado. Pero la novedad no es esa. Fíjese en el histórico de llamadas de los teléfonos. Le hemos resaltado en distinto color un número. Hace dos llamadas al teléfono de uno de los sicarios, una al día siguiente por la noche y otra al tercer día. Las dos cuando todavía están los cinco en Carballo.

—¿Podría tratarse de alguien que encargase el crimen y llamase para ver cómo había ido?

—Es pronto para saberlo. Lo importante es que esta persona estuvo aquí la noche de los homicidios. Si se fija en el listado de teléfonos que utilizaron el repetidor de Porteliño el día de las desapariciones, este teléfono tiene tres entradas en el repetidor, con casi dos horas de separación entre ellas y ya bien entrada la noche.

—¿Podría ser otro autor?

—Como le dije, señoría, es muy pronto para saber qué papel jugó en todo esto. Lo que parece claro es que ambos datos lo relacionan con el crimen. Para saber más necesitamos todos los datos de ese teléfono. Titular, listado de llamadas, movimientos los días del hecho y próximos. Se lo pedimos al final del informe.

—¿Podríamos obtener algún dato que apunte a Aníbal?

—Lo desconozco, si resulta ser él, indicaría que fue el que encargó el crimen. Pero hemos mirado los teléfonos a su nombre y no coinciden. Por otra parte, también hemos analizado sus números y no sale nada relevante. Habrá que identificar a su titular y ver qué nos sale.

—Ahora mismo se lo autorizo y le digo a la funcionaria que prepare los oficios. Con relación a las ofertas de Aníbal, ¿podría ser de interés registrar o inspeccionar algo?

—Si lo ofrece es porque no hay nada. Déjeme que lo piense y le decimos algo.

—Vamos a hacer una cosa. Le daré la petición de datos para la compañía con carácter de urgente. Intenten ustedes apurarla lo máximo posible. ¿Cuándo tendríamos respuesta?

—Entre hoy y mañana.

—Perfecto. Mientras tanto tramito la petición de libertad de Aníbal, comentándole al fiscal que tenemos este tema pendiente de una respuesta. Me pedirá que espere a que llegue la información para hacer su informe, y así caminamos sobre seguro.

—Señoría, si me deja mandar el fax desde aquí, se lo envío directamente a la compañía y ganamos tiempo.

—Sin problema.

En ese mismo momento, a escasos metros pero a un abismo de distancia, Beatriz se enfrentaba al monstruo de la administración. Había acudido al juzgado para entregar a su procurador la petición de libertad, y le había acompañado a presentarla. En pocos minutos no sólo tenían su copia sellada, sino que la funcionaria había dado traslado al fiscal y pasado la petición al juez. Con el optimismo que contagia ver que las cosas funcionan, se armó de valor y acudió a un juzgado próximo a comprobar un expediente que llevaba meses parado. Se trataba de la denuncia de dos jubilados que habían invertido todos sus ahorros en ampliar y reformar su casa. Pagaban las obras según el arquitecto y aparejador certificaban que se iban haciendo, y cuando creían que estaban acabadas se encontraron que el dinero había desaparecido y la casa estaba a medias. Hacía casi dos años había presentado una denuncia contra los técnicos por haber emitido certificaciones falsas y contra el constructor por estafa y sólo había conseguido que se la archivaran sin fundamentar. Acudió a la funcionaria que las tramitaba.

—Buenas, soy la letrada de estas diligencias —dijo, extendiéndole un papel con el número—, y quisiera comprobar si hay algo nuevo, no vaya a ser que se me esté pasando un plazo.

—¡Pero hoy es lunes! ¿No podría venir otro día?

—¿Tienen ustedes declaraciones o señalamientos?

—No, pero los lunes, entre que una se hace a la idea de otra semana de trabajo y organiza la mesa, es difícil ponerse a algo.

—Verá, no tengo prisa; si le viene mal en este momento, puedo venir más tarde.

—No, si lo malo no es la hora, es el día, que los lunes son muy pesados. Y además, en este asunto ya han dado tanto la lata.

—Claro, un escrito por año es un auténtico acoso.

—Si se va a poner así, se lo miro.

Se levantó con brusquedad y se fue a un armario. Empezó a buscar removiendo expedientes. Y volvió.

—Creo que no lo encuentro.

—Puede probar a mirar en los otros cinco estantes que no ha comprobado. Si lo desea, yo le ayudo encantada.

—No se moleste, ya me encargo.

Volvió al armario y cogió el expediente casi sin mirar. Lo tiró encima de la mesa.

—Creo que está archivado. De hecho, debería estar en el archivo y no aquí.

—Cierto. Veo que sigue archivado. —Bea comprobó los escasos folios que había grapados—. Si recuerda la última vez que estuve aquí, hace seis meses, siento ser tan insistente, le mostré un recurso contra el archivo que ustedes afirman que no tienen. Les mostré mi copia sellada y presenté un escrito informándoles de que habían extraviado el recurso y presentándolo de nuevo. Veo que también este lo han perdido.

—Si no está, será que no lo ha presentado.

—Precisamente, como venía a este juzgado, me he traído las copias selladas que ustedes me dieron al presentarlos. Aquí las tiene.

La funcionaria las cogió de malos modos y tras mirarlas se las devolvió.

—Para mí esto está archivado y lo voy a enviar al almacén.

—Entonces tendré que hablar con el secretario o secretaria para aclarar la situación antes de presentar una denuncia; en contra de lo que usted cree, no me gusta molestar.

—No sé si podrá recibirla…

—Ya sé, hoy es lunes, pero podría preguntárselo.

Tras unos minutos, la funcionaria le indicó que esperase en los pasillos, que cuando pudiese la llamaría. Beatriz aprovechó para efectuar unas llamadas, mirar el correo y vio pasar a la secretaria que salía al café con unas compañeras. Llamó al despacho y comprobó que no tenía nada urgente y pidió que le enviasen el borrador de una demanda para leerla mientras esperaba. La secretaria volvió del café y Bea recogió pensando que la llamarían. Pasado un rato se volvió a sentar y continuó trabajando. Había revisado varias veces la demanda e incluso corregido los párrafos que consideró mejorables. Telefoneó nuevamente al despacho, y cuando vio que ya no podía hacer nada de productividad, leyó la prensa en internet. Volvió a salir la secretaria, esta vez con un grupo más numeroso. Bea soportó la espera de la vuelta leyendo trivialidades por estar entretenida. Unas voces la trajeron de vuelta a la realidad. El grupo en el que estaba la secretaria se había detenido justo delante de ella y comentaban cómo lo habían pasado el fin de semana. A intervalos, Beatriz recibía miradas de reproche; después de todo, su presencia allí constituía una arena en el engranaje de la justicia. Cuando vio que la situación se alargaba, se levantó y con parsimoniosa lentitud recogió sus cosas para luego dirigirse al grupo.

—Disculpen. ¿Alguna de ustedes es la secretaria de este juzgado?

—Sí, ¿qué quiere? —respondió una, enojada.

—Perdone que le importune. No sé si le habrán comunicado que hace casi dos horas solicité una entrevista con usted. Como me anunciaron que me avisaría enseguida…

—¡Pues claro! ¿No ve que sólo estaba haciendo una pausa y ya la iba a llamar?

—Si lo desea, puedo entrar con usted y se ahorra salir a buscarme.

Entre indignada y sorprendida, la secretaria se dirigió al despacho seguida de Bea. Sobre la mesa aguardaba el asunto que la había traído hasta allí.

—Este asunto está archivado y el plazo para recurrir ha pasado.

—Como les indiqué hace seis meses, presenté un recurso en tiempo y forma y ustedes lo perdieron.

—Que lo perdimos lo dice usted.

—Aquí tengo una copia sellada que acredita que lo presenté. —Bea se la mostró—. Y también tengo una copia sellada que acredita que hace seis meses lo presenté por segunda vez, dado que habían perdido el primero.

—Habría que ver si esta copia sellada no está alterada.

—No tengo ningún inconveniente en que revisemos el registro de procuradores y comprobemos si pasó o no por allí.

—No sé para qué recurre. La jueza ya le ha dicho que esto no es delito y que se vaya usted a la vía civil.

—Precisamente, como ya sé lo que piensa la jueza, he presentado un recurso para saber lo que piensa la Audiencia. Pero ustedes se niegan a tramitarlo.

—Ahorraría tiempo acudiendo a un juzgado civil.

—Soy consciente de que ahorraría tiempo acudiendo a cualquier otro juzgado. Pero verá, si no demuestro primero que las certificaciones de obra son falsas, lo cual es un delito de falsedad documental, no puedo impugnar las facturas. Pero no he venido aquí a discutir derecho con usted. Lo que he venido a preguntar es cómo se han podido perder dos escritos en este asunto.

—Lo desconozco y no podremos saberlo.

—Bien. Como no quiero entorpecer más su labor, le propongo que con un nuevo escrito que les llegará hoy mismo, ustedes den trámite al recurso. Si en una semana veo que esto se mueve, no presentaré queja formal al consejo.

—Ustedes los abogados se creen que no tenemos más asuntos que el suyo. Haga usted lo que quiera.

—No le hago perder más tiempo. Como le he dicho, hoy tendrán otra oportunidad. Y se equivoca, este no es mi asunto. Es el asunto de dos personas ancianas, que se encuentran sin dinero y sin casa, esperando desde hace dos años a que alguien les ayude o les haga justicia. Yo sólo soy su voz.

Bea salió del juzgado temblando de rabia e impotencia. ¿Cómo se puede jugar con las vidas de los demás, con las esperanzas y derechos de las personas como si no tuvieran importancia? Entró en el ascensor delante de alguien que le cedió el paso y se fue contra una esquina apoyando la cabeza de lado para sentir el frío metal en la sien. «¿Se encuentra bien?». Creyó oír una voz que venía de lejos, y reaccionó.

—¿Se encuentra bien? —repitió el chico.

—Perdone, estaba distraída. Estoy bien, gracias. Sólo que vengo de dar cabezazos contra una pared.

—La entiendo perfectamente, a nosotros a veces también nos pasa.

—¿Es usted policía? —Beatriz se fijó en la carpeta que llevaba con un escudo oficial.

—Guardia civil.

—¿A ustedes también los tienen horas esperando para decirles que no a todo?

—A veces incluso días. Supongo que como a ustedes, todo depende del juez, del juzgado o del funcionario que te toque. Cada uno es un mundo.

—Pero no debería ser así. La justicia es lenta, pero nunca debería ser sorda.

—Nosotros tenemos muertos que estamos investigando y muertos olvidados.

—Es irónico que precisamente aquí, adonde se acude para pedir justicia, sea el azar el que marque tu suerte. En ocasiones veo este edificio y pienso en los miles de problemas que esperan una respuesta, los miles de personas que tienen que aguardar para ser oídos y me parece un lugar sombrío.

Sin darse cuenta habían llegado hasta las escaleras de la salida. Se pararon.

—No creo que esto fuese tan complicado de arreglar, pero no entiendo por qué no se hace —continuó Bea.

—Quizás porque los que quieren arreglarlo no pueden y los que pueden no tienen interés. Perdone, no me he presentado, soy Marcos, sargento de la Guardia Civil.

—Yo Beatriz, abogada.