Beatriz tenía delante de sí, perfectamente encuadernadas, las fotocopias de la causa contra Aníbal Caamaño. El procedimiento por asesinato y profanación de cadáveres constaba ya de cinco tomos, y los folios que no habían sido declarados secretos le aguardaban encima de la mesa cuando llegó al despacho. La eficacia de un procurador se mide por hechos como este, y Juan Lage era un profesional. Bea cogió el teléfono y marcó el número de los Rodríguez, mientras buscaba el tomo donde constaba todo lo relativo a la prisión.
—Despacho Rodríguez y asociados, ¿en qué puedo servirle?
—Buenos días, soy Beatriz. Llamé ayer para intentar contactar con el compañero que lleva la causa de Aníbal Caamaño. ¿Podría pasarme con él, si es tan amable, o indicarme de quién se trata?
—Sí, señora letrada. Consta registro de su llamada. Hemos pasado aviso al letrado correspondiente y tan pronto como su agenda se lo permita, contactará con usted. En estos momentos se encuentra reunido. Pero no se preocupe, que le pasaré un nuevo aviso.
Bea sonrió.
—No, por favor, no lo moleste. Sólo llamaba para decirle que ya no es necesario que me telefonee. Muchas gracias.
—¿Perdón…? —La telefonista dudó—. ¿Quiere decir que…?
—Nada más que eso, gracias. Que ya no es necesario que me llame —y colgó.
Encontró el pequeño tomo, correspondiente a Aníbal, donde se grapa todo lo relativo a la prisión o libertad de cada imputado. Quería ver los motivos en que se habían basado tanto la fiscalía como el juez para estimar pertinente la privación de libertad. Se disponía a leer cuando sonó el teléfono. «Qué previsibles», pensó.
—Diga.
—¿Doña Beatriz? Le llamamos del despacho Rodríguez y asociados, le paso con el señor Blanco, no cuelgue por favor.
Tras unos segundos de espera melódica sonó una voz atronadora.
—¡¡Beatriz!! ¿Qué tal, compañera? Tienes que perdonarme, pero ya sabes… Este trabajo… me ha sido imposible llamarte antes. Me dicen que querías comentar algo del caso de Aníbal Caamaño. Un asunto serio. Pero bueno, tú dirás…
—Verás, el señor Caamaño me solicitó una entrevista y le he visitado en prisión. Quiere una consulta sobre el asunto, y he quedado en acudir mañana a darle mi parecer. Por eso quería pediros copia para estudiar el procedimiento y comentar qué veis.
—Bueno, verás… yo no soy el que lleva el asunto personalmente. Le asistí el día de la detención y en los interrogatorios, pero el recurso contra el auto de ingreso en prisión lo ha hecho otro compañero, ya sabes, el especialista que tenemos en el despacho. Así que mucho no te puedo contar…
—Más que nada se trataba de un contacto de cortesía. No me gusta atender una consulta sin comunicarme con el letrado que lleva el asunto. Por conocer vuestro punto de vista.
—Pues lo que te decía… sin entrar en muchas profundidades porque desconozco los detalles, en esencia es eso. No hay nada de nada, sólo que el juez quiso anotarse un tanto y salir en los periódicos metiendo en la cárcel a alguien famoso. Ya sabes cómo es este juez. Precisamente lo comenté el otro día con el presidente de la sección. No sé si estuviste en unas conferencias que dimos los de la Asociación Internacional de Letrados Penalistas. Pues allí le comenté yo al presidente que…
Beatriz localizó la petición de prisión formulada por el fiscal. Sujetó el teléfono con el hombro contra la oreja y, mientras permitía que el pavo real luciera su cola, leyó los razonamientos. Aquello era más serio de lo que parecía a simple vista. En la casa del muerto había aparecido un reloj con ADN de Aníbal Caamaño y no se había dado ninguna explicación a esta circunstancia. Lo único que se hizo fue negar que fuera posible. Bea creyó que ya había pasado el tiempo prudencialmente correcto para no parecer maleducada, y cogió de nuevo el auricular.
—Sí, claro… tienes razón… Verás… —Su interlocutor paró por fin de hablar—. Ayer quería contactar con vosotros para conocer los datos del asunto. Pero como era muy urgente, el propio señor Caamaño se ha puesto en contacto con el procurador y ya tengo una copia del procedimiento encima de la mesa. No quiero molestaros más, que supongo que estaréis muy ocupados. Era para agradeceros las molestias. Un saludo y gracias de nuevo. —Y colgó.
El auto de prisión no era excesivamente minucioso. Muy pocos lo son. Pero es que después de horas de interrogatorios y comparecencias, la resolución relativa a la libertad o ingreso en la cárcel es lo último que se hace y el cansancio se nota. Se basaba en la aparición de un efecto personal en la escena del crimen con el ADN del detenido. Ese objeto le situaba allí, y la falta de explicación del detenido para tal circunstancia imponía serias sospechas de su implicación en el crimen investigado. También hacía referencia a una grabación supuestamente sospechosa, todavía bajo secreto para las partes, que estaba siendo estudiada con más detalle por la Guardia Civil, y que habría aportado las sospechas iniciales. Beatriz empezaba a sentir el hormigueo propio de un buen caso cuando se estudia por primera vez. No era una simple imputación a dedo de un testigo que afirmaba o negaba. Un reloj con ADN en la habitación, una grabación… Había que ver cómo habían encontrado el reloj y obtenido el ADN de Aníbal para compararlo. ¿Es que ya era sospechoso? Si era así, ¿por qué lo era? Todo apuntaba a que lo primero que encontraron había sido la grabación y de ahí fueron tirando. Sentía ya el ansia de analizar las piezas para conocer el puzle. Quería hacerse su propio dibujo.
Con la ironía todavía dibujada en su rostro al recordar la conversación que acababa de provocar, Bea se concedió una pequeña picardía. Se saltaría su método cuadriculado de estudiar los asuntos folio a folio, siguiendo un riguroso orden desde el principio, y antes de ir a la primera página leería el recurso de los Rodríguez.
Al mediodía, María llamó a la puerta.
—Bea, acabo de hacer café. ¿Vienes a tomar uno?
—¿Pero qué hora es?
—Casi las doce.
—¡Dios mío! ¡Qué rápido pasa el tiempo! Aún me falta un tomo y tengo que repasarlos otra vez.
—Descansa un rato, que te vendrá bien. Por cierto, me pareció que hablabas con los Rodríguez, ¿ves como sí que te llamaron?
—Tan pronto como les dije que ya no quería hablar con ellos. —Bea caminó detrás de María en dirección a la cocina.
—Qué mal pensada eres.
—Y tú qué buena eres, María. Nunca ves maldad en nadie. Como dicen en las aldeas: «Quien te haga daño a ti, no tiene corazón».
La tercera de las socias, Paloma, las esperaba apoyada en el marco de la ventana con el cigarrillo en la mano.
—¿Qué has visto? ¿Aníbal es el asesino? —preguntó Paloma.
—Todavía estoy desbrozando los tomos, aún me falta analizarlo todo con calma. Aunque tienen cosas, como un reloj con su ADN y una grabación que todavía no conozco con detalle, creo que el tema se puede defender bien.
—¿Y de la prisión qué piensas? ¿Se puede sacar? —intervino María.
—Pues mira, aunque te parezca que me tiro un farol, creo que sí. —Bea sonrió maliciosa.
—Un farol no, la Torre de Hércules. —María la miró curiosa—. ¿Qué pasa, que los Rodríguez son unas inútiles? Recurrieron hasta la Audiencia y perdieron. No creo que tú lo puedas hacer mejor.
—Mejor no, pero sí distinto. —Bea esperaba la pregunta—. La raya diplomática es elegante, pero si la pones hasta para dormir, se vuelve vulgar. Un delicado encaje, si se usa con discreción, puede hacer que una trasparencia sea refinada. Lo importante es saber qué es lo adecuado para cada momento.
—A mí me lo tendrás que explicar con otro ejemplo. —Paloma apagó su cigarrillo—. Porque yo a los Rodríguez no soy capaz de imaginarlos con trasparencias.
—Pues que el recurso que pusieron son treinta folios de formulismos. —Bea se dispuso a lucirse—. Comienzan con una loa a Aníbal, un auténtico panegírico en el que describen sus logros empresariales, lo mucho que le debe la sociedad, los puestos de trabajo que ha creado, sus cargos y honores… Vamos, que estos han descubierto una forma elegante de decirle al juez no sabe usted a quién está imputando.
—Hombre, Bea, que el tío no es un cualquiera. —Paloma cerró la ventana.
—¡Claro que no es un cualquiera! ¿Pero es que los ricos no delinquen? Las referencias a su vida han de reservarse para justificar la necesidad de que esté libre, por sus cargas u ocupaciones, no para justificar que él no fue. Eso de alegar que es un hombre importante para justificar que no pudo cometer un delito lo que demuestra es falta de argumentos.
—Algo más pondrían, ¿no? Seguro que no son tan malos. —María siempre defendiendo a todo el mundo.
—Pues claro que sí —respondió Bea—. Fragmentos y fragmentos de sentencias del Constitucional relativas a la privación preventiva de libertad. Párrafos incluso de sentencias del Tribunal Europeo de Derechos Humanos.
—Es que tienen especialistas en todo —intervino Paloma esta vez.
—Con las nuevas tecnologías y las bases de datos, introduces: «Prisión provisional, doctrina», das a intro y ya eres un especialista en defender el derecho a la libertad del imputado. No, hombre. Un especialista es el que sabe relacionar la doctrina con el hecho concreto.
—Pues ya nos dirá el genio de la «doctrina» qué piensa hacer. —María sonrió escéptica.
—Sencillo. El auto de prisión se basa en dos puntos fundamentales. El primero, que existen indicios que conectan a Aníbal con los fallecidos. El segundo, que hay necesidad de mantener a Aníbal en prisión. Respecto de los indicios, creo que se ha hecho mal en negarlos de forma tajante. Están ahí, así que refutándolos no solucionas nada. Es mejor decir que no te das cuenta y que intentarás explicarlo en cuanto te acuerdes. De todos modos, ese punto prefiero atacarlo cuando tenga una estrategia.
—Pues ya me dirás qué puedes hacer si no atacas los indicios —preguntó Paloma.
—Atacar la necesidad de la prisión. —Bea ahora parecía concentrada, como si reflexionase en voz alta—. Veréis… si los indicios de culpabilidad no son muy claros, y en este caso no lo son, puede justificarse la libertad en que no hay peligro para el procedimiento estando el imputado en la calle. Si le das la razón al juez en que hay indicios, pero le creas la duda de que sean suficientes para condenar, y al mismo tiempo le justificas que no te vas a escapar, que no vas a destruir pruebas y que necesitas estar libre… sí que tienes posibilidades de salir.
—¿Con un delito tan grave? ¿Tú crees? —María no lo veía claro.
—Sí, claro, más importante que la gravedad es la culpabilidad. —Bea siguió razonando—. Si no pareces muy culpable, ni muy peligroso, pueden dejar que esperes el juicio en casa.
—¿Y qué vas a hacer?
—Si decido llevar el asunto, y Aníbal está de acuerdo, cambiar la actitud. —Bea sintió que la habían entendido y eso la reafirmó—. En vez de atacar la instrucción, negarlo todo y dar la sensación de que soy culpable y tengo mucho que ocultar, ofrecer mi máxima colaboración. Pero de verdad. Creo que así se puede ganar. Pero necesito que el cliente me ayude a buscar una explicación creíble a todo lo que hay en la causa.
—Ahora entiendo a qué te referías con lo del encaje y la trasparencia. —María sonrió maliciosa—. Por un momento pensé que ibas a vestirte de seda y puntillas y hacerle una visita al juez para pedirle la libertad.
—Eso sólo lo hago con un juececillo. Guarra.
—¡Pues con ese hace mucho que no consigues libertades!