Capítulo IV

En febrero de 1627, en la mina de Schemnitz, territorio situado en la actual República de Eslovaquia, pero anteriormente perteneciente a Hungría, tiene lugar la utilización por primera vez de la pólvora para producir voladuras y facilitar así la extracción de roca dura. A lo largo del siglo XVII se generalizó el uso de dicho explosivo en la obra civil, y así está documentado el empleo de dicha mezcla, entre otras, en las obras del canal du Midi, en Languedoc, Francia. Las fuentes históricas suelen resaltar dicho hito como un importante paso en el desarrollo de la tecnología y en la evolución de la humanidad. Lo curioso es que también el primer uso de la pólvora con fines militares en territorio europeo esté situado en Hungría, en concreto en la batalla de los mongoles contra los húngaros. Eso sí, casi cuatrocientos años antes, en 1241.

Una reflexión positiva del hecho podría concluir que, aunque cuatrocientos años tarde, el hombre fue capaz de aplicar al desarrollo y bienestar humano una herramienta que hasta ese momento sólo había empleado para matar. Pero es que una visión más realista nos permite apreciar dos circunstancias. La primera es que en la historia de la minería la mano de obra utilizada estaba integrada por esclavos o parias, por lo que su muerte o sufrimiento carecía de importancia, no existiendo por ello interés en facilitar su trabajo. La segunda es que, debido a esa falta de desarrollo tecnológico, las minas de roca dura como el carbón adolecían de un bajo rendimiento. No es la finalidad de paliar el sufrimiento y alto sacrificio humano el que impone el uso de explosivos, sino la necesidad de aumentar la producción para alimentar al embrión de un monstruo que acababa de nacer. Los incipientes inicios de la revolución industrial.

El nacimiento de los mercados de derivados, de los mercados de futuros, de los mercados secundarios, siempre se ha explicado como una oportunidad necesaria para el desarrollo de las empresas, las industrias y, en definitiva, de la humanidad. Sin embargo, la especulación y la ambición que reinan en los sistemas bursátiles deja claro que su primera finalidad es el enriquecimiento sin medida de unos pocos, cualquiera que sea el coste para los pequeños y medianos ahorradores. Si el hombre no es capaz por sí mismo de hacer un uso razonable de los sistemas financieros, debería existir un mecanismo de control que impusiera un límite a los abusos.

La lluvia en Galicia no se limita al fenómeno meteorológico consistente en la precipitación de gotas de agua formadas por la condensación del vapor acumulado en las nubes y atraídas por el efecto de la gravedad. La lluvia en Galicia es una rica variedad de fenómenos que van desde la mágica ingravidez de minúsculas moléculas acuosas, que suspendidas inmóviles calan al incauto transeúnte que las atraviesa, a los aguaceros, cortinas torrentosas que de forma más o menos violenta lavan con fuerza allí por donde pasan; entre ambos ejemplos podríamos hablar de los cadenciosos orballos, de los juguetones chispeos, de los alegres chubascos que tintinean en los cristales invitando a la tertulia, de los aguaceros que reavivan las torrenteras, de tantas y tantas formas e intensidades…

Pero aquel invierno del año 2013, contagiada por el generalizado espíritu de protesta que la corrupción, la crisis y el descontento habían provocado en la sociedad, la lluvia en Galicia había adoptado una nueva modalidad: hordas de gotas en bandadas, cual banco de peces, que empujadas por descontroladas corrientes de aire, no se limitaban a caer en vertical, sino que podían desplazarse en oblicuo, de lado, y si el remolino lo permitía, incluso ascendiendo ligeramente, siempre con violencia y empapando a sus víctimas en décimas de segundo.

Beatriz y Paloma entraban a la carrera en el hall del juzgado huyendo del agua. Tras los cristales de la entrada, y como hacía todo el mundo, se detuvieron a comprobar los desperfectos del aguacero en sus prendas. Desde el taxi a la acera, cinco escalones y un salto al interior, había suficiente trayecto para que gabardinas, zapatos, medias, incluso maletines y carpetas se convirtiesen en un desastre que anunciaba una mañana de frío e incomodidad. A su alrededor, el que no trataba de escurrir un portafolios, sacudía su gabán, se ajustaba como buenamente podía un pantalón con la raya desbaratada, o trataba de retirar las prendas mojadas para que no humedeciesen las secas. Se aproximaron al control de acceso y trataron de colocar sus pertenencias en las pequeñas islas secas que pudieron encontrar en la cinta del visor.

La avalancha de demandas que las preferentes habían causado en los tribunales había provocado que, en las ciudades al menos, se crearan juzgados especializados. Beatriz se dirigía al de Coruña. Al girar el pasillo ya advirtió la presencia de Carmen.

—Esa es la abogada de la Caixa —indicó Bea—. Estamos de suerte.

—¿Por?

—La conozco mucho. Seguro que escucha mi propuesta y trata de arreglar. —Y dirigiéndose a Carmen se acercó a saludarla.

—¡Hola, Bea! —La sonrisa de Carmen era sincera—. Qué alegría ver una cara que no viene amenazante a llamarme estafadora o ladrona.

—Hola, Carmen. —Bea respondió con otra sonrisa franca al tiempo que le estrechaba la mano—. Mira, quiero presentarte a Paloma. Es nueva en el despacho. La traigo porque quiero que lleve ella estas reclamaciones.

—Hola, Paloma —saludó Carmen—. Cualquier cosa que esté en mi mano no dudes en plantearla. Por cierto, Bea, ¿por qué una conciliación?

—Yo lo que quiero es arreglarle el problema a mi cliente, por eso comencé con una conciliación y no con una demanda. Quería contactar con alguien del banco para haceros una propuesta.

—Por mí encantada. —Los ojos de Carmen estaban expectantes—. Pero ya sabes que no tengo capacidad de decisión. Por otra parte, en el banco, desde la intervención…

—Me imagino.

—No te puedes hacer una idea. —Carmen mostraba ganas de desahogarse—. Todo el mundo está a la expectativa sin saber qué va a pasar. Nadie sabe si seguirá o no. Los órganos de decisión están bloqueados. Y así no hay quien se atreva a coger el toro por los cuernos. Pero tú dirás…

—Muy sencillo. Mi cliente invirtió sesenta mil euros. Con el canje le habéis devuelto unos cuarenta y seis mil; en los siete años que mantuvo el producto recibió unos once mil euros de intereses. Es decir, de principal ha perdido catorce mil euros, pero sumado todo sólo tres mil. Os propongo una cantidad intermedia y él se mantendrá como cliente del banco. Sabéis que es una persona solvente y a la larga hacéis negocio. Ahora necesitáis inversores.

—Por mí, te diría que sí ahora mismo. —Carmen hacía cuentas en la cabeza—. Intentaré encontrar a alguien que apruebe la propuesta.

En ese momento el agente del juzgado las llamaba para entrar. Carmen, en nombre del banco, anunció que no había conciliación, pero que las partes estaban negociando, y en cinco minutos estaban saliendo de la sala. Se despidieron allí mismo, pues la abogada de la caja se quedaba.

—Adiós, Bea. Seguro que eres el único contrario amable de la mañana.

Se dirigían a la salida cuando vieron que el pasillo se obturaba con un pequeño grupo arremolinado en torno a un traje parlante. Eran periodistas con sus grabadoras y cámaras apuntando a un abogado que parecía dar un mitin.

—Mientras quede un solo preferentista sin cobrar, en mi bufete no se descansará… —Pudieron escuchar al pasar.

—¿Ese no es Julio Bermúdez? —preguntó Paloma.

—El mismo que se engomina todas las mañanas —respondió Bea con un rictus en la cara.

—Supongo que no saldrá de este juzgado en todo el día. —Paloma razonó inconsciente—. Después de todo, es el abogado de la mayoría de los preferentistas.

—Querrás decir que es la piraña que está estafando a la mayoría de los preferentistas.

—¿Cómo? —La cara de Paloma reflejó extrañeza—. Pero si es un progresista de toda la vida. Está en todas las manifestaciones y actos reivindicativos, actúa de portavoz muchas veces y es el icono de la lucha contra la banca.

—Querida Paloma, debes aprender que donde hay una desgracia acuden los buitres. La carroña atrae a las hienas. Bermúdez es un progresista de gomina y reloj caro, de tarjeta oro y trajes de marca. Acude a los actos a hacerse publicidad y a reclutar incautos, más que clientes. Me revuelve el estómago ver que alguien hace negocio con la desdicha ajena, pero es así.

—Pero les lleva las reclamaciones, ¿no? Con lo cual no será una estafa. —Paloma trataba de entender el cabreo de Bea.

—El Colegio de Abogados creó un servicio gratuito para cualquiera que quisiera poner una demanda reclamando la devolución del dinero. Y son compañeros competentes. De hecho, están muy bien asesorados y los han seleccionado. Si quisiera ayudarles, les diría que acudiesen a ese servicio. Ya que han sufrido una desgracia, por lo menos que no tengan que pagar para recuperar su dinero. Pero es mucho peor que todo eso. Bermúdez tiene un truco para estafar a estas pobres víctimas. Los preferentistas de Caixa Nova son los que más suerte han tenido dentro de su desgracia. Para empezar, en el canje les ofrecen adquirirles las acciones, con lo cual, los que firman, obtienen dinero. En otras cajas únicamente les ofrecen títulos.

—Papel mojado —asintió Paloma.

—Exacto. Por eso hemos aconsejado a todos nuestros clientes firmar el canje. Como has visto en el caso de Paco, entre intereses y principal recuperado, pierden poco. Bermúdez y otras pirañas —no es el único— les recomiendan a sus clientes no firmar, asegurándoles que si firman no pueden reclamar nada.

—¿Y esa tontería?

—Porque la minuta por una demanda de sesenta mil euros no es la misma que por una de catorce mil. Si ya han recuperado parte, lo único que se reclamaría es la diferencia y eso disminuye las costas casi un setenta por cien. Pero aún voy más lejos. Estas demandas son de formulario, así que nosotras en el despacho vamos a poner tarifa fija. Estoy dudando entre trescientos o cuatrocientos euros. Pero este, como cobra por la cantidad reclamada y no por el trabajo, casi sin esfuerzo se hace con unos pagos obscenos. Y lo peor, del bolsillo de pobres personas que han perdido sus ahorros.

—¡Dios mío, es un estafador!

—Ya ves, para ellos en cambio es un héroe.

—A mí también me lo parecía.

—Las cosas nunca son lo que parecen Paloma. Aunque sea una obviedad, es una obviedad ignorada. Para poder hacerse una opinión de algo, hay que conocer el tema en profundidad y en perspectiva, la superficie y el trasfondo. Y no es extraño que el que esté más implicado no sea el que mejor lo conozca.

—¿Me quieres decir que el mundo de los abogados es tan complicado?

—Más que complicado, es complejo. Tiene muchas realidades. Permíteme que te cuente una que puede que desconozcas. España es uno de los países del mundo con más abogados, y hasta la crisis del 2010, más infrautilizados o peor usados. Cuando el dinero corría cebando la corrupción, toda compañía que se preciase debía tener un abogado en nómina. O varios. Cada «empresario» necesitaba a alguien de traje y corbata que le acompañase en las comidas de empresa, en las copas de empresa, en las chicas de empresa, y cuando se cruzase con otro señor igual de importante que él, decirle con poderío: «Este es Paco…, mi abogado».

—Tal como lo cuentas parece algo malo, pero todo el que podía, intentaba conseguir una empresa que lo fichase.

—Porque era un sueldo por hacer nada. De hecho, si la empresa pasaba por problemas y surgía un litigio importante, el abogado en cartera se limitaba a indicar a un compañero de postín que podía llevar el pleito, y además, a cambio de una cantidad pornográfica, porque claro, la iguala que cobraba todos los meses no cubría servicio en estrados, sólo asesoramiento. Como si para elegir el vino, el puro o la puta fuese necesaria asistencia legal. Por suerte, la crisis impuso un poco de sentido común y la mayoría de las sociedades se dieron cuenta de que con gastos superfluos se hundían. Casi sin querer, en la economía española, muchos gerentes descubrieron que, aparte de recortar en seguridad y personal, también podría ser una buena medida para salvar su actividad suprimir las tarjetas oro. Y así, con la eliminación de la partida de «putas y varios» de la contabilidad de muchas corporaciones, cientos de «Pacos» se vieron sin su iguala, eso sí, con la dignidad que da ser suprimido con el concepto de varios y no el de putas.

—¿Y eso que tiene que ver con lo que estábamos hablando?

—Pues que mientras que en nuestra querida España las empresas disfrutaban del lujo de los abogados de adorno, el ciudadano medio de este país prescindía, y desgraciadamente sigue prescindiendo, de los servicios de asesoramiento jurídico con carácter general. En esta torturada piel de toro no se consulta a un letrado ni para establecer un fideicomiso de residuo en el testamento ni para firmar con una multinacional un contrato «lose your money». Y eso, en este reino de bandoleros, estafadores y trileros, en el que sería necesario caminar por la calle con un abogado del brazo, pues el gremio que menos jode a sus clientes es el de clubs de alterne. El español medio no aprendió de las filatelias, no aprendió de las gescarteras, no aprendió de los contratos clip, ni de tantas y tantas promociones fantasma; y por eso, sigue acudiendo como las ratas de Hamelín a la flauta de cualquier empresario sin escrúpulos, y sin encomendarse ni a Dios ni a un abogado, entregarle los ahorros de su vida, sin leer la letra pequeña ni la grande. Después de todo, no puede ser algo malo, porque lo anuncian en televisión.

—¿Sabes qué pienso, Bea?

—Dime.

—Que en este país sería necesario consultar a un abogado hasta para contratar un letrado.