Capítulo IX

Como una prueba de amor he decidido regalarte hoy un rato de esparcimiento. Celebramos, tú y yo, un aniversario secreto. No lo habrás olvidado, ¿verdad? He cambiado la disposición de los muebles. He colocado un pequeño estrado en el fondo del salón. No es muy alto pero sirve para el fin al que está destinado. Al fondo de ese pequeño escenario improvisado he colocado el espejo y un cartón blanco de regulares proporciones sobre el que serán proyectadas las imágenes de la linterna mágica. A un lado del escenario he colocado, sobre un pequeño caballete, otro cartón, de color amarillo, sobre el que está inscrito un signo, reminiscente en todo de un ideograma chino. Hubiera sido preciso tener otro espejo, pero esta deficiencia la he suplido con un poco de ingenio. He dirigido todas las luces disponibles hacia la ventana que da a la calle del lado derecho del salón. Toda esa luz, reflejada sobre los vidrios, convierte la ventana, en cierto modo, en un espejo que, si bien es bastante opaco, sirve, como quiera que sea, para los fines a los que está destinado. Al encender las luces, la parte del escenario queda más o menos en la penumbra, tal y como lo requiere el espectáculo que deseo ofrecerte en este día. Al mismo tiempo, la imagen del salón se multiplica al infinito sobre la superficie del espejo. La ventana que hace las veces de espejo posterior, con la disposición que he ideado, cobra un carácter especial ya que en ella se ve reflejado el cartón amarillo con el ideograma chino. Esto, sin duda, tendrá un significado particular para ti, pues debe recordarte, aunque sólo sea de una manera sumaria, la ventana tal y como estaba entonces, o ¿no es así? Por otra parte, esa imagen, cuyo contenido es tan valioso para nosotros, presidirá el espectáculo que deseo ofrecerte en esa fecha significativa, pues siempre estará reflejada en el espejo del escenario. Hay algo que tú no debes dudar. Ese hombre que te mira bajo la lluvia, que sólo logra barruntar tu silueta a través de los vidrios empañados y que sostiene en su mano un pesado maletín de cuero negro, habrá de revelarte su verdadera identidad cuando yo lo desee. A una señal convenida que yo le haré, en un momento especial de la representación y mediante un juego de óptica que sólo él sabe conducir eficazmente, se producirá en tu mente un esclarecimiento radical. Es posible que esta súbita revelación te resulte insoportable. Irás tal vez corriendo hacia la ventana y con la palma de tu mano tratarás de borrar ese signo que para entonces será ya indeleble. Pero yo he puesto toda mi confianza en la habilidad del Maestro. Él sabrá, sin duda, minimizar las consecuencias de ese paroxismo súbito que mediante sus imágenes provocará en todos tus sentidos. He traído también, para darte gusto, este féretro de utilería alquilado en un teatro. No pretendo sino sugerir la magnificencia de un sarcófago clásico y creo que bastará para representar la alegoría. Tú debes comprender lo que esto significa para mí. Hoy es un día especial, una hora especial, un instante, aunque sólo eso, en que espero ver colmado mi deseo. Debes prepararte con toda conciencia, no sin cierta humildad, a pasar por esta prueba, por esta ceremonia capital. No turbes ya las cosas que nos rodean. Todo es sólo un instante. Mantén tu mirada fija en ese signo que has ideado. Yo hago lo posible por ayudarte. Es preciso que estés dispuesta, que aceptes este sacrificio con todas sus consecuencias; no debes dudar un solo momento de mis buenas intenciones. Quiero, en cierta forma, revelarte un misterio inaccesible; quiero dilucidar, para que tú lo sientas con toda su inexplicable verdad, el misterio que te mantiene inmóvil ante mí. Comprenderás, cuando llegue el momento de hacer la señal al meneur, cuál ha sido la verdadera significación de este instante. No temas. Considera este ejercicio como una disciplina interior, como una meditación que conduce al éxtasis. Te darás cuenta, estoy seguro de ello, de que tu cuerpo desfallecerá huyendo de ti misma y sólo su significado, su esencia última, se concretará en las palabras que tú digas. No tardará en llegar. Debe haberse detenido en el Carrefour a tomar una copa de calvados para vencer el frío. Esto te da el tiempo necesario para disponerte a recibir esta pequeña ofrenda que yo te hago con el fin de perpetuar una fecha. Es bueno siempre conocer la cifra de los días. Es más fácil recordar las cosas cuando sabemos, al menos, en qué día acontecieron. Recuerda pues, una a una, las cosas que no deseas olvidar. Dentro de poco tiempo dará comienzo la función y desfilarán ante tus ojos esas imágenes cuya secuencia ha sido minuciosamente estudiada por Farabeuf a lo largo de los años. Su método sigue siendo un secreto, pero no puede dudarse de su efectividad. Vas a iniciarte en un misterio del que sólo tú, entre todos los seres humanos, vas a ser partícipe y yo te lo ofrezco, humildemente, en este día, porque te amo. Comprendo que es un regalo modesto, unos cuantos minutos de un esparcimiento singular. ¿Hubieras preferido que hubiéramos dado un paseo?, ¿a la orilla del mar, quizá? Sí, si no se tienen en cuenta las consecuencias ulteriores, aparentemente resulta más divertido pasar unos días a la orilla del mar, en un hotel de lujo o en una pequeña casa con todas las comodidades… pasear descalzos junto a las olas al atardecer, escalar los farallones donde las olas se rompen con un tumbo violento, caminar tomados de la mano sin decir nada. Todo ello es mejor comparado con el torpe espectáculo del maestro, que apenas dura un instante. Pero debes tener en cuenta que si todo se realiza conforme a las previsiones que hemos hecho, si te concentras y admites, un solo instante de tu vida, esa suspensión de la voluntad y de los sentidos que pueden llegar a provocar las imágenes del teatro óptico de Farabeuf, tu vida se verá colmada. Esa identidad que te ha paralizado con su mirada fija y el significado de ese amor que no comprendes se te revelarán de pronto. Creo que diciéndote estas cosas te estoy atemorizando. No; es preciso que confíes en mí. Yo te amo, tú lo sabes, ¿no es así? Debe usted considerar esta experiencia como un tratamiento. ¿Acaso no lo es? Usted se encuentra enferma de olvido, por decirlo con un lenguaje sencillo. Nosotros deseamos ayudarle. Déjese conducir. La aplicación del tratamiento no dura sino un instante después del cual la vida sigue el mismo curso de siempre. Se muestra usted desconfiada. ¿Teme usted acaso las imágenes que puede reflejar un espejo? Recuerde que la fe salva. No le pedimos sino que tenga fe. Admita usted que en el fondo de estas cosas que le mostraremos existe una sabiduría secular; que todas ellas contienen una esencia que redime del mal. Su caso nos apasiona. Por ello hemos tomado un interés especial en usted y tenemos la mejor intención de ayudarle a salir de esa confusión de la que es presa. Afortunadamente contamos con los medios para lograr una cura radical. Manténgase inmóvil. Abandónese a nosotros. No desconfíe usted. Estamos aquí para su bien y sólo se trata de un instante; en un abrir y cerrar de ojos la vida habrá cobrado un nuevo significado para usted. Porque te amo has de permitir que te haga este regalo. Se trata de un pequeño divertimiento debido a la ingeniosidad de Farabeuf. Prepárate con humildad; no debe tardar en llegar. Si se retrasa es porque a veces le falta el aliento y se detiene a descansar. Mira cómo se multiplican nuestros rostros confrontados con el precario sistema de espejos infinitos que he ideado. Conforme cae la noche las imágenes cobran mayor precisión. Es por ello necesario que se haga de noche, cada vez más de noche para poder entender esto. Estoy seguro de que te gustará la forma en que habrá de desarrollarse el espectáculo. He tratado de cuidar cada uno de los detalles. J’ai fait de mon mieux, como dice el Maestro siempre después de la función. Me he permitido, inclusive, un pequeño golpe de teatro. Algo, digamos, espectacular. He traído esta noche unos cuantos libritos viejos, todos iguales, comprados por peso en un depósito de papel viejo. He pegado en la cubierta de cada uno de ellos una etiqueta que dice Aspects Médicaux de la Torture. Al final de la función hemos dispuesto, Farabeuf y yo, que se siga el procedimiento tradicional de la primera época del Teatro Instantáneo. ¿Te gusta la idea? Lo hago tan sólo para ti, porque te amo. En este día en que habrás de redimirte para siempre de ese recuerdo que te aleja de mí, te amo más que nunca, ¿comprendes? Procura no gritar. Guarda silencio. Piensa, si puedes, que se trata de una ceremonia secreta en realidad. Vas a iniciarte en un misterio cuyo arcano te ha obsesionado sin que nunca lo hayas entendido. Es necesario que vayas a la contemplación de ese secreto humildemente. Debes inspirar compasión porque en esa ternura que provoques estará la realización de tu amor. Debes abandonarte en sus manos para poder comprender el significado de tu vida, para que puedas entender todo lo que hasta hoy no has entendido. Debes pensar que te sacrificas, pero que ese sacrificio no es sino un paso hacia la identificación de un rostro cuya mirada te sigue a cada paso, cuyo éxtasis todo lo que tú haces lo tiñe de sangre. Sacrificas tu pudor y tu cuerpo al contacto de esas manos cubiertas de hule para lograr aprisionar lo que siempre se te ha fugado. ¿Crees tú que será doloroso? No; no debes ver las cosas bajo esa luz. Se trata de un sacrificio y todo, absolutamente todo lo que suceda en esta noche, será para bien.

Debo explicarte, antes de que empiece el espectáculo, cuáles son las etapas fundamentales de su desarrollo. Te parecerá, cuando lo haga, que se trata de algo así como una ceremonia secreta, un acto equívoco o delictuoso, pero no es tal. Es simplemente un espectáculo cuya contemplación tiene ciertas virtudes que, si bien se pueden explicar en términos de una iniciación religiosa, es mejor considerar como un tratamiento terapéutico. Es así como lo consideraremos nosotros. Esto también lo hago por tu bien. El darle un carácter religioso a esta pequeña ofrenda tal vez te haría pensar en la muerte. Yo no quiero atemorizarte. Deseo que seas feliz. Sobre todo hoy. Ya verás que en realidad no es nada complicado todo esto. Farabeuf ama la pompa de las palabras y los gestos. Se deja, con frecuencia, llevar por el entusiasmo que le produce la aplicación de su método curativo. Es un hombre que ama su oficio con desinterés. Cada vez que introduce una mejora en el procedimiento quiere acentuarla, quiere ponerla de manifiesto a los espectadores mediante un golpe espectacular, mediante una frase que parece tener un contenido oculto. Esto satisface su vanidad de taumaturgo pero en el fondo todo lo que puede suceder durante sus intervenciones es de una simplicidad extrema. Es por todo esto necesario no dejarse engañar por la fingida solemnidad que reviste esta reconstrucción esquemática de un hecho lejano. Esas imágenes que verás proyectadas ante ti tal vez te turbarán. Un escalofrío recorrerá tu cuerpo como la caricia de una mano gélida. Querrás cerrar los ojos. Sí, entre todas, es ésta la sensación más terrible. Querrás enceguecer. Pero no. Valor y humildad. Ésa es la consigna de esta noche espléndida. Debes hacer acopio de fuerzas para resistir la contemplación de esas imágenes. Ya verás que pasado el primer momento todo se vuelve plácido y amable, como si ese jardincito abandonado floreciera, de pronto, después de la lluvia. Ahora te daré las últimas instrucciones. Debes seguirlas concienzudamente. De tu preparación y de tu aquiescencia a someterte a las disposiciones de Farabeuf depende el éxito de esta velada. Fíjate bien en lo que voy a decirte. Ante todo es necesario un esfuerzo supremo de concentración mental. Es así como se puede obtener la respuesta que tanto deseas conocer. Queda poco tiempo antes de que llegue el Maestro. Habrá sin duda muchas cosas que impedirán que te concentres; la música, sobre todo. Pero esto está calculado. Debes sobreponerte a ella. Se trata en realidad de un pequeño capricho del Maestro. Cree que con ello le da un carácter más teatral a su espectáculo. No trates de determinar qué es lo que esa música te recuerda. El Maestro es afecto a un tipo de música en extremo banal y muchas veces hasta obscena. Ama las viejas canciones de cabaret de su época de estudiante cuando solía frecuentar el Chat Noir. Es preciso desentenderse de este complemento del espectáculo. Concéntrate tan sólo en tu cuerpo. Es él, más que tu memoria, el que sufre esta prueba exquisita y cruenta. ¿Estás dispuesta? ¿Te arredra el posible dolor que te cause esta experiencia? Recuerda que sólo se trata de un instante y que la clave de tu vida se encuentra encerrada en esa fracción de segundo. Desvístete. La desnudez de tu cuerpo propiciará la curación definitiva de este mal. Cúbrete sólo con un lienzo blanco de lino. Pareces envuelta en un sudario. ¡Cómo resalta tu cabellera sobre los pliegues blanquísimos de esa túnica! Ahora ven; descansa un instante apoyada en este féretro. Posa tu mano derecha sobre el borde de modo que tu peso caiga sobre ella. Quiero hacer un apunte sumario de esta imagen. Levanta tu brazo izquierdo como si estuvieras haciendo una ofrenda al cielo. No te muevas. Quédate así un momento. Estás fatigada. Lo sé. ¡Ya está! He captado con unos cuantos trazos el sentido esencial de la actitud. En otra ocasión tomaremos una fotografía para compararla con el original. Reposa. No debes fatigarte. La prueba será ardua pero yo tengo confianza en ti. Ha sido una buena idea traer este féretro de utilería. Sirvió tal vez para la representación de una obra fantástica en que los muertos cobran vida en el escenario. Hoy cumplirá perfectamente la función a la que lo he destinado. No negarás que tengo cierto talento de empresario o de director de escena. Más tarde, cuando llegue Farabeuf, deberás colocarte en la misma actitud del apunte. La Enfermera se colocará en una pose determinada de antemano, en el otro extremo del féretro. Vestida con su anticuado uniforme gris representará a la otra figura de la alegoría incomprensible. A Farabeuf seguramente le gustará este cuadro plástico que evoca otros tiempos, ¿no crees? Tú también amas representar este papel. Descúbrete un poco. Muestra la carne suave y blanquísima de tus hombros. Deja que tu pelo negro caiga sobre tu espalda desnuda; deja que ondee en la ráfaga como las cabelleras de esas mujeres que están figuradas en la bóveda del anfiteatro en el que Farabeuf solía hacer sus prodigiosas disecciones. Así también, tal vez, tu presencia estará más de acuerdo con el verdadero carácter de la figura representada en este cuadro. Cobras con ello una significación que hace tu existencia más apropiada a la naturaleza de los acontecimientos que habrán de tener lugar esta noche. Llegado el momento, estas actitudes, estas representaciones de un hecho figurado, cobrarán un sentido diverso. Seremos quizá capaces de descubrir en su forma el significado que han tenido en nuestra imaginación. Pero la verdadera prueba será otra. Éstos no son sino los detalles de la ceremonia o del espectáculo. Cuando llegue Farabeuf no debes turbarte. Su presencia es, en realidad, un factor secundario. La importancia real está en lo que él significa. Todo está preparado. No es preciso ni siquiera hacer un último ensayo. He dispuesto las cosas de tal modo que todo resulte perfecto. Escucharás su voz en un diálogo tedioso con la Enfermera. Ella le hará preguntas mientras tú te abandonas lentamente, mediante un esfuerzo supremo de concentración mental, a ti misma, pensando siempre en una misma cosa, imaginando siempre, en la penumbra, una misma escena. Debes tener presente, por lo tanto, hasta el más mínimo detalle de ese documento inquietante que crees haber visto. Esos ojos que te siguen en la noche; que te siguen siempre a pesar del olvido; esos miembros tensos, mutilados, esas estrías de sangre que surcan un cuerpo anónimo, bello como el de una avispa traspasada por un alfiler. Farabeuf hará las cosas con su habilidad usual. Abandónate en sus manos. No mires los preparativos si crees que esto te inquietará. De pronto, casi sin que tú te des cuenta, te ceñirá con sus manos enguantadas. Colocará en tu cuerpo los diferentes aparatos que servirán para mantenerte inmóvil. Recuéstate. Apoya tu cabeza en este cabezal mullido pero firme. Déjalo que rodee tu frente con esas correas, que apriete lentamente las llavecillas de presión en tus sienes, que introduzca en tus párpados, con toda la rapidez que le permite su extremada destreza, los relucientes clamps que aíslan los ojos dentro de sus órbitas y los mantienen inmóviles y abiertos contra toda voluntad de cerrarlos. No temas. Piensa que yo estoy cerca de ti y que te amo. Al principio tornaré tu mano en la mía. Podré decirte alguna que otra palabra de consuelo, pero luego te abandonaré a los cuidados del Maestro que te irá preparando para mostrarte, en un momento único, en un instante supremo, esa imagen memorable. Farabeuf poblará tu memoria con el recuerdo de esa cosa que sólo en tus sueños has vislumbrado y que has olvidado o que crees que has olvidado. La imagen de esa cosa que deleita y aterroriza. Luego un breve interludio. Luces. La Enfermera tal vez cantará una canción obscena y festiva y tú sabrás entonces que has perdido la voluntad sobre tu cuerpo. Desnuda te descubrirás aprisionada entre los instrumentos acerados. Con un gesto de su mano enguantada Farabeuf hará que todo vuelva a la penumbra. Proseguirá el espectáculo. Ahora serás el espectáculo. Ese juego de espejos hábilmente dispuestos reflejará tu rostro surcado de aparatos y mascarillas que sirven para mantenerte inmóvil y abierta hacia la contemplación de esa imagen que tanto ansías contemplar. No desfallecerás. Tu cuerpo está bien dispuesto al contacto frío de los instrumentos. Por eso no me importa prevenirte de antemano. Imagínate a ti misma como serás entonces. Los párpados inmóviles, dilatados al máximo hacia la frente y hacia las mejillas de tal manera que tus ojos parezcan desprenderse de tu cara. Tu boca abierta en un grito hecho de tensos alambres y de potentísimos resortes descubrirá hacia el techo de este cuarto las encías lívidas y la dentadura ávida de morder la noche en una convulsión de bestia fuertemente bridada. ¿Acaso no era ésta la menos inquietante de tus premoniciones? Es una forma de entregarte como tú hubieras querido. ¿O acaso no hubieras querido regalárteme muerta? Farabeuf no vacila. Cada uno de los tiempos de esta curiosa intervención está de acuerdo con un plan perfectamente establecido. ¿Con qué fin? Con el fin de encontrar una respuesta: con el fin de encontrar en tu imagen, en la imagen de tu cuerpo abierto mil veces reflejado en el espejo, la clave de este signo que nos turba. Y él la encontrará. Esto te lo aseguro. Bastará que en medio de esa pesadilla de tu cuerpo te mires reflejada en el espejo. “¿Quién soy?”, dirás, pero en ti misma descubrirás al fin el significado de esas sílabas que siempre habías creído sin sentido.

Escucha. No digas nada. Sus pasos en la escalera habrán de confundirse con los latidos de tu corazón aterrado. Ahora tiéndete aquí. Contempla unos instantes esta fotografía borrosa. Mírala bien. No desfallezcas. Te tomaré en mis brazos. Así. Él llegará dentro de algunos instantes. Hará girar la perilla de bronce de la puerta produciendo un rechinido característico. Me perteneces ahora como la muerte pertenece a la vida, ¿no? Afuera no cesa la lluvia. Déjame descubrir la blancura de tu cuerpo. Déjame adivinar la sangre bajo la piel. Entrégame esa carne cuyo único destino es la mutilación. Cierra los ojos. Ha llegado. Está aquí. Ahora, empieza a contar. Yo me quedaré viendo cómo la lluvia golpea contra ese ventanal bordeado de un desvaído cortinaje de terciopelo. Sigue contando. No te detengas. En tu mente van surgiendo poco a poco las imágenes ansiadas. Un paseo a la orilla del mar. El rostro de un hombre que mira hacia la altura. Un niño que construye un castillo de arena. Tres monedas que caen. El roce de otra mano. Una estrella de mar… una estrella de mar… una estrella de mar… ¿recuerdas?…