—Sé que es una época del año algo ajetreada —dijo Takano—. Espero que no te moleste que haya venido.
Tenía mucho mejor aspecto, y ni siquiera se le notaban los vendajes que todavía llevaba bajo el jersey.
—¡Ya estás recuperado! Supongo que tu club de fans estará más tranquilo.
—¿Mi club de fans?
Maki se coló discretamente en la habitación cargada con una bandeja. En un gesto grácil, colocó las tazas de café frente a los dos jóvenes, aprovechó para dirigir a Takano una sonrisa sutil y sensual, sello distintivo de una buena anfitriona, y se marchó sin hacer el menor ruido.
—Esta debe de ser el miembro más reciente —rio Mamoru—. Pero ándate con ojo, no es ni por asomo tan dócil como aparenta.
Los dos charlaron durante un buen rato sobre todo y nada en particular. Takano seguía sin especificar el motivo de su visita. Y Mamoru prefirió no forzar las cosas.
—Bueno, vayamos al grano —dijo finalmente Takano mientras dejaba su taza vacía sobre la mesa—. Mamoru, has estado actuando de un modo muy extraño últimamente, así que he venido a ver cómo te va. Es imposible cruzar unas palabras contigo en la tienda. Y cuando hablamos por teléfono, casi me respondes de malas maneras.
—Lo siento. —A Mamoru le conmovió comprobar que Takano no le guardaba ningún rencor; solo estaba preocupado.
—Cuéntame, ¿tienes algún problema?
—Lamento haberte dado esa impresión. Pero estoy bien. —Se preguntó si la mentira se le vería reflejaba en la cara.
—Bien, es un alivio oírlo. Ahora que hemos aclarado ese punto, quisiera consultar tu opinión sobre cierta cuestión.
—¿Mi opinión?
—Deja que te explique. ¿Recuerdas a la chica que intentó saltar desde la azotea de las galerías? He estado dándole muchas vueltas y sigo sin entenderlo del todo.
Mamoru recordó que Takano había mencionado a esa chica en el hospital.
—Dijiste que era una estudiante modelo y no una chica problemática, ¿no es cierto?
—Sí, eso por una parte. Y el comportamiento de la madre durante el incidente también me llamó la atención. Lo mire por dónde lo mire, no le encuentro sentido. Y te diré algo más. —De repente, Takano adoptó un semblante grave—. ¿Has oído hablar de la cleptomanía?
—¿Qué es eso?
—La necesidad patológica de robar. Se trata de un impulso irresistible que te empuja a apropiarte de cosas aunque no las necesites, e incluso teniendo el dinero para pagarlas. Las personas que padecen este trastorno son incontrolables, roban en cualquier lado, una casa, una tienda… Vamos, es una forma de comportamiento compulsivo.
Mamoru, simple alumno de un instituto público, no tenía la suerte de recibir clases de psicología ni de estar familiarizado con ese tipo de palabras, por lo que solo pudo contestar:
—Entonces, ¿estás diciendo que esa chica padecía… esa cosa?
—Eso he averiguado. Tanto ella como sus padres se sienten desamparados. No saben cómo manejar la situación. Sé que está viendo a un especialista.
—Debe de ser muy complicado.
Mamoru recordó las palabras que repitió la suicida: «estoy asustada, muy asustada». Puede que se refiriera al miedo provocado por su falta de autocontrol.
—Y, después, está ese tal Kakiyama que nos atacó a Makino y a mí.
—No se ha vuelto a saber de él. ¿Es cierto que estaba bajo el efecto de las drogas?
Takano negó con la cabeza.
—Eso es lo que sugiere su historial, pero cuando sucedió aquello estaba limpio. El análisis de sangre que le hicieron a posteriori dio negativo.
—¡Vaya! Pero ¿sabes una cosa? Una vez leí en algún sitio que cuando has estado enganchado a las drogas, puedes ver cosas y perder el control incluso mucho después de haber dejado de consumirlas.
—Sí, la policía también lo mencionó. Se refieren a estos episodios como flash-back.
—Algo me dice que no estás convencido.
Takano lucía una mirada claramente escéptica en la cara.
—Esos dos incidentes ocurrieron en un intervalo de diez días, pero nunca antes había sucedido algo parecido en Laurel —contestó finalmente—. ¿No te parece extraño?
—No es más que una coincidencia. Son casos diametralmente opuestos.
—¿Eso crees realmente? Yo no estaría tan seguro. Todo esto empezó después de firmar ese contrato con la Ad Academy.
—¿La Ad Academy?
—¿Recuerdas las megapantallas? Ad Academy es la compañía que las instaló.
Mamoru recordó el logo que había visto en la pantalla y que creyó reconocer de algún otro sitio.
—El nombre oficial de esta compañía lleva añadida la palabra «marketing» o algo parecido, aunque se la conoce como Ad Academy. Ha conquistado el mercado de pequeñas empresas minoristas como restaurantes familiares y otras cadenas. Lo cierto es que han tenido un éxito fulgurante.
—¿Es una especie de agencia de publicidad?
—No creo que sea tan sencillo encasillarla en un determinado sector de actividad. Asesoran sobre técnicas de promociones de venta, formación de personal, investigación de mercado, un poco de todo… Al leer el folleto con el que se dan a conocer, uno tiene la impresión de que se venden como alquimistas que poseen la piedra filosofal. Y el hecho es que las empresas que contratan sus servicios registran un notable incremento en las ventas. ¿Por qué si no habría firmado Laurel un acuerdo con ellos?
—¿Sospechas que pueda haber intimidación? ¿Soborno, tal vez?
—No, nada de eso —rio Takano—. Eso sería mucho más sencillo.
Pero no era oro todo lo que relucía. Corrían rumores sobre Ad Academy. Se decía que llevaban a cabo experimentos polémicos y utilizaban métodos que no podían calificarse de deontológicos.
—Tengo un amigo de la universidad que iba unos cursos por delante de mí y ahora trabaja en un centro de investigación. El caso es que me comentó que Ad Academy había desarrollado una especie de agente químico muy volátil, un estimulante destinado a influir en el comportamiento del consumidor. Y que llegaron a probar su pequeño hallazgo ¡en unos grandes almacenes! Se trata de una sustancia que penetra en el organismo por la nariz al ser difundida a través del sistema de ventilación. Por supuesto, no existen pruebas de que tal barbaridad haya tenido lugar, pero mi fuente es fidedigna y considero que son rumores fundados.
—¿Y para qué querrían un estimulante? ¿Para atraer a los clientes o algo parecido?
—Para estimular su deseo de comprar.
Mamoru escuchó sin dar crédito.
—Ya habrás oído hablar de la compra compulsiva, ¿verdad? Consiste en comprar productos de forma indiscriminada e incontrolada, sin que exista una verdadera necesidad de adquirirlos. Suele tratarse de artículos cuyo precio de venta se sitúa por encima del poder adquisitivo del consumidor, el cual no efectúa ningún cálculo racional entre el coste que representa y el beneficio que le traerá dicho producto. Ya te imaginas lo que pasa cuando el comprador compulsivo despierta de su letargo consumista: se arrepiente. Ahora bien, si los mandamases de una tienda pudiesen inducir ese tipo de impulso artificialmente y condicionar a los clientes, no tendrían más que quedarse sentados y ver cómo sus artículos vuelan de las estanterías.
—O sea, ¿los clientes actuarían sin mesura como cuando hay rebajas?
—¡Exacto! Lo que suena en Laurel durante las rebajas es música enérgica. En las secciones de Muebles y Joyería, por otro lado, ponen algo más suave y relajante con la intención de que el cliente se tome su tiempo cuando pasa por allí. Obviamente solo controlamos los impulsos de nuestros clientes hacia cierto punto. En Ad Academy van unos pasos más allá.
—Pone los pelos de punta.
—Y en los restaurantes, sucede algo similar. La sensación de hambre no procede del estómago sino de una zona del cerebro, el hipotálamo. De esta manera, es el cerebro el que activa el apetito y nos ordena comer cuando nuestro estómago está vacío o parar cuando está lleno. ¿Me creerías si te dijera que mediante el uso de drogas, de música u ondas sonoras determinadas, puedes engañar a tu cerebro y hacer que active el apetito y te ordene comer pese a que ya estés saciado?
—¿Aún estando totalmente lleno?
—¡Claro! Mira hasta dónde son capaces de llegar para fomentar las ventas. Durante una época, se puso de moda perder peso mediante la hipnosis. Se valen de los mismos procedimientos para inducir el efecto contrario.
Mamoru intentó procesar todo aquello.
—Así que, ¿insinúas que Ad Academy está recurriendo a métodos similares en Laurel?
—Pondría la mano en el fuego por ello.
—¿Y has llegado a esa conclusión después de los dos incidentes? ¿Por qué?
—Efectos secundarios —repuso Takano sin un atisbo de duda—. Las víctimas sufren efectos adversos. Te voy a poner un ejemplo. Yo soy alérgico a la penicilina. De administrármela, moriría en el acto. Ciertas personas no pueden utilizar detergente porque les irrita la piel. Asimismo, las técnicas de inducción desarrolladas por Ad Academy pueden resultar contraproducentes para ciertos sujetos.
»La chica que intentó suicidarse y el hombre que me atacó tenían algo en común. Ambos estaban o estuvieron bajo tratamiento médico. De la primera, averigüé que le fue diagnosticado un caso de trastorno depresivo y estaba bajo tratamiento con sedantes. Del segundo, el tal Kakiyama, se sabe que consumió drogas en el pasado. Y esos repentinos flash-back de los que hablábamos pueden ser provocados por algo tan inocuo como un vaso de cerveza o una pastilla contra la gripe.
A Mamoru le pareció una locura.
—En resumen, crees que Ad Academy está utilizando una especie de fármaco casero para lograr que la gente gaste más dinero, que esa sustancia interactuó con el tratamiento que seguían esas dos personas, y que por ello perdieron el control. ¿Es eso lo que intentas decirme?
—Esa fue la idea que contemplé al principio, pero me encuentro en un callejón sin salida —suspiró Takano—. Pregunté al personal de mantenimiento. Para ellos, no existen signos de manipulación. Llevar a cabo semejante plan no es ninguna tontería. Requiere un importante dispositivo que no pasaría desapercibido. No es cuestión de vaporizar un poco de producto aquí y allá. Por otra parte, ese Kakiyama… Sus análisis estaban limpios, y dudo que Ad Academy sea capaz de producir sustancias químicas que no puedan ser detectadas.
—Entonces, ¿estás de nuevo en el punto de partida?
—Eso es precisamente lo que…
Alguien llamó y, acto seguido, abrió la puerta. Era Maki.
—Lleváis mucho tiempo charlando. ¿Qué tal otra taza de café? —Entró cargada con una cafetera y unas porciones de tarta de queso—. Acabo de prepararlo. Espero que te gusten los dulces.
En cuanto Mamoru reparó en la alegre expresión de Maki al servirles el café, supo que su prima estaba recuperada de su ruptura sentimental.
—¿Qué decíais sobre Ad Academy? —preguntó antes de acomodarse como si tal cosa en una silla.
—¿Hum?
—¿De eso estabais hablando, no? No he podido evitar escucharos. Yo tuve una experiencia horrible con ellos.
—¿Qué sucedió? —Su revelación despertó el interés de Takano.
—¡Oh, el logo! ¡Ya me acuerdo! —interrumpió Mamoru sin pretenderlo. Pero, de súbito, supo perfectamente a qué se refería su prima—. ¡El preestreno!
Maki lanzó a su primo una mirada que venía a advertirle que se quedara calladito y, hecho esto, se volvió hacia Takano.
—Exacto. Proyectaron el preestreno de una película patrocinada conjuntamente por Ad Academy y una marca de cosmética. La película no estuvo mal, lo peor vino luego, en el vestíbulo. La marca de cosmética tenía montado un importante despliegue comercial para vender su nueva gama de productos a los asistentes. Yo compré un montón de cosas que, en realidad, no necesitaba. En cuanto llegué a casa, me arrepentí, pero no iba a tirarlos a la basura sin más, ¿no?
—Supongo que no. —La breve respuesta de Takano animó a Maki a continuar.
—Así que los utilicé, pero me salió una horrible erupción cutánea. Por muchas invitaciones que me manden, no volveré a participar en un acto organizado por ellos ni en broma.
—Sí, una vez me diste una de esas invitaciones. —Y fue precisamente en ese trozo de papel donde Mamoru vio el logo por primera vez.
—Pero no fuiste, ¿no?
—No me acuerdo. De todos modos, fuiste tú quien se gastó todo ese dinero. Deberías culparte a ti misma y a nadie más.
—Es que me dejé llevar por el momento. Yo no suelo comprar ese tipo de productos. De hecho, llevo mucho cuidado con el maquillaje que utilizo.
De repente, Takano se sobresaltó.
—¡Eso es!
—¿Qué pasa?
—Maki, no te dejaste llevar por el momento. Te condicionaron mediante publicidad subliminal.
Maki y Mamoru intercambiaron una mirada de desconcierto.
—¿Publicidad sublimi-qué?
—Subliminal. Publicidad subliminal. —Takano esperó de sus interlocutores una señal de que entendían a que se refería. Al cabo de un rato, ya resignado, preguntó a Mamoru—: ¿Tienes un diccionario por ahí?
Fue Maki quien se puso en pie y salió corriendo hacia su habitación. Regresó con un diccionario del tamaño de una guía telefónica.
Mientras Takano buscaba la palabra, Mamoru le susurró a su prima:
—¿Qué haces tú con un diccionario tan enorme?
—Lo gané en una partida de bingo. Fue horrible, no te puedes imaginar lo que me costó cargar con él hasta casa.
—¡Aquí está! —Takano les mostró la página. El término que buscaba quedaba situado bajo la entrada «publicidad».
—Lo que significa, Maki, que mientras veías esa película, tu cerebro probablemente registró los anuncios de productos cosméticos sin que te dieses cuenta —explicó Takano.
Mamoru por fin empezaba a entenderlo todo.
—En Colombo, hubo un episodio llamado «Doble exposición» y esa era la técnica que empleaba el asesino.
—¡Exacto! ¡De eso precisamente estoy hablando!
—¡No es nada justo! —Maki echaba chispas.
—En Japón, la publicidad subliminal está ilegalizada porque faltan estudios que hayan documentado sus verdaderos efectos. Estoy seguro de que Ad Academy no dudaría en utilizar semejantes métodos. De hecho, para ellos, parece que el fin justifica los medios. Bien sabía yo que algún tipo de técnica empleaban en Laurel para influir en el comportamiento de los clientes.
—¡Te refieres a las pantallas de vídeo! —exclamó Mamoru.
—Exacto. Ad Academy estaba dispuesta a todo para conseguir un cliente tan importante como unos grandes almacenes. De ahí que hayan sacado la artillería pesada, su dispositivo más novedoso: esas pantallas gigantes que difunden spots ambientales.
Los tres guardaron silencio durante un momento hasta que Maki intervino con un tono serio nada propio de ella.
—Pero ¿no decías que se desconoce el impacto que esas técnicas pueden tener sobre las personas?
—No conocemos muy bien los efectos, pero eso no significa que no los haya. Y es posible que Ad Academy haya avanzado en sus investigaciones sobre la publicidad subliminal. Tal vez hayan puesto a punto un método nuevo. No sé… ¿Por qué no influir en el subconsciente mediante ciertos sonidos y colores como apoyo a las imágenes?
Mamoru se removió en su asiento.
—¡Hay que hacer algo! No podemos permitir que ocurran más accidentes.
Takano negó lentamente con la cabeza.
—He estado investigando y no he dado con ningún artículo que explore los efectos psicóticos provocados por la publicidad subliminal. En teoría no es posible. No importa el método que utilicen porque, al fin y al cabo, no es más que publicidad.
Así que a eso se refería Takano cuando dijo que se encontraba en un callejón sin salida.
—¿Es cierto que han subido las ventas de repente, sin ninguna razón aparente? —Maki intentó aportar su granito de arena.
—No. Las ventas siempre se disparan a finales de año. Y según las cifras de las que disponemos, estamos viendo la curva exacta que en un principio predijimos.
—Ya han pasado cuarenta días desde que instalaron esas pantallas. Lo peor quizás esté por venir.
—Pero el problema sigue siendo el mismo. Por mucho dinero que se sacase con todo esto, ¿quién estaría dispuesto a emplear medios que puedan desencadenar comportamientos peligrosos? Ni los peces gordos que están al mando de Laurel pueden ser tan cicateros.
Takano tomó un sorbo de café, ya frío. Mamoru se cruzó de brazos y se apoyó contra la pared.
—¿Se ha notado algún otro cambio de conducta? —Maki hacía lo que podía por ayudar a Takano—. No sé, tal vez personas que se hayan mostrado más agradables que de costumbre.
—¿Clientes o empleados?
—Clientes. Quizás alguien que se haya deshecho en halagos con un producto en particular. Cualquier otro tipo de comportamiento extraño que haya podido ser causado por un estimulante…
—A la gente le enloquece todo tipo de cosas. Hay algunas personas que adoran el dinero y otras, como Sato, a las que les entusiasma ver fotografías de montañas y desiertos.
—¿Y a ti Mamoru? ¿Qué es lo que te vuelve loco? —Maki le dio un golpecito juguetón en la cabeza con la bandeja que llevaba en la mano. Takano se echó a reír.
—Espera un momento —dijo Mamoru mientras esquivaba otro golpe en la cabeza—. Sí hay alguien que últimamente se ha mostrado más excitado de lo normal. Makino.
—¿Makino? —Takano enarcó ambas cejas, perplejo—. Estuvo en las Fuerzas de Autodefensa. De haber un golpe de estado, ni se inmutaría.
—Ya. Y seguro que después se dedicaría a recoger fragmentos de granadas para llevárselas a casa como recuerdo. Pero el día que arrestó al cleptómano de las ocho reincidencias, Makino parecía fuera de sí. Se lo estaba pasando en grande. Y, sin embargo, poco después, cuando le pregunté acerca de ello, me dijo que estaba aburrido. Y ahora que lo pienso, los demás guardas de seguridad están algo alterados últimamente. ¡Por lo visto, se quejan de que la proporción de hurtos ha bajado de forma drástica!
—Hum. ¿También en las demás secciones? —dijo Takano como dando voz a sus pensamientos—. ¿Los hurtos están descendiendo?
—Tú debes de saberlo mejor que nadie. Tienes las cifras, Takano.
—Nunca podemos cuantificar las pérdidas correspondientes a los hurtos hasta que se hace inventario. Pero ahora que lo mencionas…
Mamoru y Maki lo miraron fijamente, inquietos.
La expresión de Takano fue iluminándose gradualmente.
—¡Eso es! —exclamó—. ¡Los hurtos! Ad Academy ha desarrollado sus anuncios no solo para incrementar las ventas sino también para reducir los hurtos.
Solo la Sección de Libros perdía unos cuatro millones de yenes al año. Madame Anzai ya había expresado su indignación por una situación en la que el perjuicio económico causado por los ladrones equivalía a los beneficios generados en un mes de trabajo.
—Pero ¿por qué tomarse la molestia de instalar un equipo tan aparatoso y caro para eso? Contratar más guardas de seguridad sería igualmente efectivo y mucho más económico.
—Escucha un momento —dijo Takano que se volvió hacia el chico—. Para empezar, esa pantalla actúa como elemento decorativo en cada planta. Además, ofrece información sobre diferentes productos, por lo que también tiene un fin publicitario. Ahora bien, si encima puedes insertar algunos fotogramas subliminales para disuadir a los clientes de cometer hurtos… ¡Dos pájaros de un tiro! Tienes razón, Mamoru. Sí esas pantallas solo sirviesen para prevenir los hurtos, perderíamos dinero. Pero resulta que contamos con mensajes subliminales que reducen el número de hurtos. ¡Es mucho más rentable que contratar a todo un equipo de guardas de seguridad!
«Hoy ha sido muy descuidado». Esas fueron las palabras de Makino al describir a ese ratero que había atrapado. «No suele operar de ese modo». Mamoru recordaba perfectamente que a Makino le sorprendió que le hubiese resultado tan fácil atrapar a ese hombre.
—Deben de intercalar algún tipo de mensaje subliminal con escenas de detenciones o guardas de seguridad que van tras los rateros. Cuando se disponen a apropiarse de algún artículo, el vídeo los convence de que alguien acabará pillándolos con las manos en la masa. Imagino que eso debe de desestabilizarlos y por ello es más fácil atraparlos. Y, por ende, los hurtos acaban descendiendo.
»La chica y el hombre que presentaron esos episodios psicóticos tenían algo en común. Ambos eran mentalmente vulnerables. Por un lado, tenemos a una persona que sufría una tendencia cleptómana; por otro lado, un adicto a las drogas que contaba con antecedentes penales. Pues imagina que su subconsciente se ve bombardeado por semejantes mensajes. ¡Se les acaban cruzando los cables! ¡El conjunto de factores es nitroglicerina pura!
—Es horrible. —Maki se estremeció—. Y eso que a nosotros nos gusta creer que actuamos por voluntad propia.
«Puedo someter a las personas a mi voluntad». De nuevo, la espeluznante voz resonaba en la mente de Mamoru. «Es demasiado pronto para que todo cobre sentido en tu cabeza».
—Vayamos a comprobarlo —terció Mamoru con determinación—. La cinta debe de estar en la sala de control de seguridad. Podríamos echar un vistazo y ver qué averiguamos.
Takano se dio una palmada en la rodilla.
—Podría valer la pena pero ¿cómo conseguirlo? La puerta está cerrada y nadie que no esté autorizado puede entrar ahí. Además, las cintas están guardadas bajo llave en un armario. Ni siquiera yo tengo acceso.
«Al rescate de nuevo», se resignó Mamoru. ¿Qué otra opción tenía sino recurrir a sus habilidades de cerrajero?
Maki tuvo que presentir que su primo tenía algo en mente porque se levantó con la intención de dejarlos a solas.
—Iré a fregar estos platos. Tomaros vuestro tiempo.
Una vez se hubo marchado, Takano se volvió para mirar a Mamoru a la cara. El chico aún no había resuelto el dilema. Jamás le había contado a nadie lo que Gramps le había enseñado. Pretendía guardárselo para sí mismo, pero tampoco estaba dispuesto a mentir a Takano.
—¿Sabes, Takano? —empezó—. Creo que tengo el modo de entrar en esa sala y de extraer las cintas.
—¿Tú?
—Es difícil de explicar y, en realidad, no me apetece mucho intentarlo, así que te pido que confíes en mí.
Takano reflexionó durante unos instantes.
—Cuando saliste a la azotea para rescatar a esa chica… Dijiste que la puerta estaba abierta… —Su semblante se hizo grave—. Y, sin embargo, cuando lo comprobé más tarde, reparé en el candado. ¿Acaso pretendes hacer algo… parecido, otra vez?
Mamoru asintió.
Takano enmudeció durante un buen par de minutos antes de añadir:
—Cuenta conmigo. ¿Cuál es el plan?