Del tabloide semanal, Spider, edición del 30 de noviembre:
A primera vista, todo parecía haber vuelto a la normalidad en casa de los Asano. A Maki no se la veía tan animada como siempre, pero iba a trabajar cada mañana. Yoriko sacaba al remolón de su sobrino de la cama, le preparaba el almuerzo y lo enviaba al instituto antes de ponerse a hacer sus tareas domésticas.
Solo Taizo estrenaba rutina. Siempre había trabajado por la noche y dormía cuando Maki y Mamoru se marchaban de casa. Ahora, se sentaba cerca de la ventana y los veía alejarse. Pasaba más tiempo que de costumbre leyendo el periódico. Cuando su familia reparó en que lo estudiaba con demasiada atención, supo que estaba consultando las ofertas de trabajo. Su taxi verde oscuro le fue devuelto al día siguiente de su puesta en libertad, pero Taizo solo se acercó al coche para lavarlo y no lo volvió a tocar.
El señor Satomi, de Taxis Tokai, le hizo una visita formal para ofrecerle un puesto hasta que le devolvieran el carné de conducir. La empresa necesitaba algo más que taxistas, por ejemplo, alguien que se encargara de la limpieza, el papeleo y la gestión de personal. Taizo declinó la oferta sin dudarlo un segundo. Se aferraba con fuerza a su decisión de mantenerse lo más lejos posible del negocio.
—¡Este hombre no atiende a razones! —exclamó enfadado el señor Satomi antes de volverse sobre sus talones.
—No se preocupe, ya se le pasará —dijo Yoriko, forzando una sonrisa.
En el instituto de Mamoru las cosas también volvían a su cauce. Su estrategia parecía haber surtido efecto con Miura y su banda; habían dejado de molestarlo. Las heridas de Yoichi Miyashita empezaban a cicatrizar y volvía a asistir a clase.
Una noche, mientras la familia Asano se sentaba a la mesa a cenar, con las noticias de las seis de fondo, Mamoru desvió la mirada hacia la televisión y reconoció la fachada del edificio que salía en el reportaje.
«—A las tres en punto de esta tarde, en los grandes almacenes Laurel situados en el distrito de K., —decía el presentador del telediario— un anciano perdió los estribos y se puso violento».
Mamoru dejó su cuenco de arroz sobre la mesa y escuchó con atención.
«—Tras adueñarse de un cuchillo de la Sección de Hogar, apuñaló a dos empleados. El agresor ha sido identificado como Kazunobu Kakiyama, un vecino de la zona».
—Mamoru, ¿no es ahí donde trabajas? —preguntó Maki angustiada mientras se agachaba a recoger los palillos que el chico acababa de dejar caer al suelo.
«—Goro Makino, un guarda de seguridad de cincuenta y siete años, y Hajime Takano, de treinta han resultado heridos. Takano recibió una puñalada en el hombro y está hospitalizado con pronóstico reservado. No hubo que lamentar más víctimas pese a que, en el momento de la agresión, unos ciento quince clientes se encontraban en el interior del edificio. Una vez que la policía logró desarmar y reducir al desequilibrado, lo llevaron a la comisaría de Joto donde tendrá que prestar declaración. Dado el estado de perturbación del agresor y su conocido problema de consumo de sustancias estupefacientes, la policía cree que pudo actuar bajo la influencia de las drogas».
Para cuando Mamoru llegó al hospital, el horario de visitas estaba a punto de finalizar. Takano yacía en una cama. Lucía una venda que le cubría el cuello y el hombro izquierdo y, en el brazo derecho, una intravenosa conectada a un gotero. Pese a su mal aspecto, en cuanto avistó a Mamoru, hizo lo que pudo por alzar la cabeza.
—¡Entra! —saludó al chico muy sonriente—. Te habrás preocupado mucho al enterarte de lo sucedido, ¿verdad?
—Lo vi en las noticias mientras cenábamos. Casi me atraganto.
Takano le dijo que unos detectives se habían pasado por allí para hablar con él y que regresarían al día siguiente para tomarle declaración.
—Es horrible lo que ha pasado. ¿Te duele mucho? —preguntó Mamoru.
—No es tan grave como parece. Me han cubierto de vendas para que la cosa no empeore. —Takano se valió de la barbilla para indicar el punto donde había recibido la puñalada. Unos centímetros más arriba y el cuchillo podría haberle alcanzado la yugular; unos centímetros más abajo, y le hubiese atravesado el corazón. Mamoru sintió un escalofrío descendiéndole por la espalda—. No soy tan rápido como pensaba. Estaba seguro de poder esquivarlo. Bueno, al menos, ningún cliente salió herido.
—¿Y Makino?
—Se hirió la espalda cuando intentó reducir al agresor, pero le han hecho varias pruebas y no tiene nada grave. Saldrá de aquí por su propio pie en pocos días.
—¿Quién hubiese pensado que algo así podría suceder en Laurel?
Las secciones de Libros y Hogar se situaban respectivamente a ambos extremos de la cuarta planta. Cuando Kayikama rompió la vitrina con la mano y se apoderó del cuchillo, una empleada activó la alarma y Takano y Makino acudieron de inmediato. De no ser por ellos, algún cliente habría salido herido.
—Deberían darte una medalla. Primero la chica de la azotea y ahora este agresor. ¿Qué haría la empresa sin ti?
—¿Acaso no lo sabes? A ciertos incompetentes nos mantienen en plantilla por si han de recurrir a nuestra fuerza bruta en caso de emergencia. —Takano se echó a reír, pero Mamoru supo que debía de dolerle mucho—. Además, ¡fuiste tú quien evitó que esa chica se lanzase al vacío!
Conforme hablaban, la intravenosa inyectaba gotas de solución en el brazo de Takano. Al parecer, surtía efecto, puesto que Takano empezaba a mostrar signos de somnolencia. Mamoru se bajó con mucho tiento de la cama cuando Takano retomó la conversación.
—… Pero es una buena oportunidad, ¿sabes?
—¿El qué?
—¿Recuerdas a esa chica? ¿La del jersey rojo?
—Por supuesto que sí.
—Es una estudiante modelo en su instituto. Es muy extraño que hiciese algo parecido. De hecho, ni siquiera recuerda por qué… —Takano empezó a mascullar sus palabras y al ver que sus párpados caían, Mamoru se marchó de puntillas de la habitación.
Mientras se alejaba por el pasillo, se cruzó con una joven enfermera que llevaba un sujetapapeles en la mano. Mamoru se volvió sobre sí para contemplarla y vio que se dirigía hacia la habitación de Takano.
Cuando a Sato le extrajeron el apéndice, le dijo a Mamoru que todo hombre soltero fantaseaba con las enfermeras. Mamoru se preguntó si le habría llegado el turno a Takano. Ojalá, al menos así, alguien se quedaría con buen sabor de boca después de tal mal trago.
Pero ¿a qué se habría referido Takano con «una buena oportunidad»? No era algo que solía escucharse de alguien que acababa de escapar de la muerte. En cuanto salió del hospital se topó con una ambulancia que, con unas luces cegadoras, aparcaba frente a la salida de urgencias. Los paramédicos se apresuraron a llevarse a alguien que yacía en una camilla envuelto en mantas amarillas.
¿Cómo era posible que esa chica que casi saltó desde la azotea no recordase qué la había empujado a hacerlo?